El aprendiz de doma española - Francisco José Duarte Casilda - E-Book

El aprendiz de doma española E-Book

Francisco José Duarte Casilda

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Beschreibung

Juan es un joven amante de los caballos cuyo máximo deseo es vivir y aprender de ellos. Lo que nunca podía imaginar es que por avatares del destino iba a entrar a trabajar en una ganadería propietaria de una de las mejores yeguadas de la zona. El señor Luis, el capataz, lo toma como alumno, sin saber este hasta dónde podían alcanzar los conocimientos de aquel de la más antigua y tradicional doma española. Trabajando de un modo metódico, racional y constante con los caballos, el señor Luis y Juan forjan un fuerte vínculo de amistad y juntos van ejerciendo y aplicando paso a paso, aprendiendo y enseñando respectivamente, el noble oficio de caballista y la doma española. La curiosidad del alumno y sus numerosas preguntas son atendidas de manera exhaustiva por el maestro que, desde su sabiduría y experiencia, va aclarando todas las dudas en cada fase del aprendizaje. De forma magistral, esta novela narra el método completo de adiestramiento de un caballo tal y como se viene realizando desde el Siglo de Oro en España hasta nuestros días. El lector se enganchará desde el primer momento a la historia, sintiendo a veces que está leyendo a lomos de un caballo o soñando con ese ejercicio que todo aficionado tiene en mente. La presente obra es un maravilloso manual que cuenta paso a paso todo el proceso de doma española desde sus inicios para sus dos modalidades, doma vaquera y alta escuela, un valioso legado cultural único de nuestra patria que merece ser preservado y transmitido intacto a las generaciones futuras.

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El aprendiz de doma española

Memorias de un caballista

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

paco duarte

 

 

Título original: El aprendiz de doma española. Memorias de un caballista

 

Primera edición: Julio 2021

© 2021 Editorial Kolima, Madrid

www.editorialkolima.com

 

Autor: Francisco José Duarte Casilda

Dirección editorial: Marta Prieto Asirón

Maquetación de cubierta: Sergio Santos

Maquetación: Carolina Hernández Alarcón

Colaboración: Francisco Javier López Melgarejo

Fotografía de portada: Rafael Lemos. Jinete: Manuel Carvajal. Caballo: Majito V. Retrato de la pintora argentina Margarita Stremel Bonilla

 

ISBN: 978-84-18811-12-8

Impreso en España

 

No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares de propiedad intelectual.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45).

 

Este libro te lo dedico a ti, ya que, como imagino, si lo tienes en tus manos es porque eres un amante del caballo y un gran aficionado a la doma.

A ti, pues deseo que al final de su lectura hayas aprendido un poco más sobre el adiestramiento de nuestra doma española. Y si no es así, que al menos te haya aclarado algunas dudas. Sea de un modo u otro, si te ha aportado algo positivo me sentiré realizado.

 

Pero a quienes va especialmente dedicado es a esos grandes jinetes que, sin faltar a nuestras costumbres y tradiciones, doman en silencio y desde el anonimato, sin pretender ser reconocidos popularmente. Va por ellos.

Prólogo

 

Existen muchos libros de autoayuda sobre cómo crear riqueza, cómo mejorar nuestra forma de pensar o de ser, cómo superarse, etc. Este libro podría encajar perfectamente entre ellos, ya que es un libro escrito para que sea de autoayuda para el amante del caballo y de su doma.

Recordemos que aquellos que no quieren conocer las técnicas de la equitación correctamente difícilmente llegarán lejos en el mundo del caballo.

Este libro va dedicado a todas aquellas personas que quieren acercarse al mundo del caballo y su doma, y por eso he querido recoger momentos y situaciones técnicas y psicológicas del día a día de la doma de un caballo contados de forma amena, haciendo reflexionar, refrescando conceptos, costumbres e ideas de la rutina diaria, a veces difuminadas por el hábito adquirido.

Quienes comiencen a trabajar en el mundo de la doma –o aunque no lo hagan de forma profesional y tengan el deseo de conocerla desde dentro y sentirla– descubrirán que tienen que domar utilizando siempre un punto de vista educativo y profesional.

Los que llevan tiempo dedicándose a ello, me gustaría que tomasen conciencia de que la doma no es solo una ocupación como tantas otras, sino que es una actividad profesional de la que deben sentirse orgullosos. En este libro de doma se habla desde un punto de vista diferente, aclarando conceptos ecuestres de forma reflexionada.

Con este libro lo que he pretendido es recopilar toda nuestra tradición de doma española, de principio a fin, incluyendo su historia y las actividades que se pueden desempeñar.

Toda la parte técnica expuesta sobre la doma está basada en mi propia experiencia, contada de forma novelada. Estoy convencido de que serán muchos los que se encuentren identificados con los personajes, pues lo cierto es que todo ha sucedido, o puede suceder perfectamente; de hecho, se han cambiado los personajes y lugares para que el lector pueda situarse en el tiempo libremente.

 

 

Paco Duarte

1. Toma de contacto

Yeguada Dehesa de Cabeza Rubia.

 

 

Me encontraba parado y sin trabajo. Toda mi ilusión era trabajar con caballos; me pasaba todo el día pensando en ellos, en cómo cuidarlos, limpiarlos, y sobre todo aprender a domarlos, pero por el momento lo único que tenía eran diferentes libros y revistas sobre caballos que llenaban la estantería de mi habitación.

Siempre que tenía oportunidad, cuando era feria me acercaba a ver los paseos a caballo que se realizaban en mi pueblo. Miraba a los caballos soñando que algún día podría poseer uno para disfrutar y conseguir hacer con él lo que en los libros de equitación leía.

Me llamo Juan López. Soy un joven de dieciocho años, moreno, de mediana estatura y complexión atlética, de familia humilde pero con saber estar cuando trato con gente de distinta clase social.

En una boda familiar coincidí con mi tío Rubén. Este me preguntó:

–¿Qué tal andas de trabajo, sobrino?

–Mal. En todas las entrevistas de trabajo me dicen lo mismo, que no tengo experiencia. ¿Cómo quieren que tenga experiencia si no me dan una oportunidad?

–Tienes razón. La cosa está mal. En la empresa donde trabajo, mi jefe está buscando un joven para trabajar de pastor. ¿Te interesaría ese trabajo?

Me quedé pensativo. Cuidar ovejas no estaba en mis pensamientos, pero no tenía otra opción, así que contesté:

–Probar y ver las condiciones no estaría mal.

–Lo único que te puedo decir es que te tienes que quedar en el campo; está a más de trescientos kilómetros de aquí. Y ayudar cuando haga falta en las tareas a los otros empleados, como ellos te ayudarán a ti cuando sea necesario.

–Por eso no hay problema; ya sabes que me gustan tanto las ovejas como los cerdos o las vacas.

–No, Juan, me refiero en las tareas de la yeguada que hay dentro de la finca.

Al oír que allí había una yeguada se me abrieron los ojos tres cuartas, por la alegría que me daba el poder estar cerca de caballos.

–¿Sabes, tío Rubén, que mi pasión son los caballos? Por probar no se pierde nada; dime qué tengo que hacer.

Mi tío me escribió la dirección de la finca ganadera junto con un número de teléfono.

–Este es el número de mi jefe. Llámalo y le dices que vas de mi parte, pero dile que es por el empleo de pastor; mira que este hombre tiene muchas cosas en la cabeza y lo mismo te dice que te has equivocado.

–Muchísimas gracias, tío. Mañana lo primero que haré será llamarlo. Hoy es domingo y estando de boda, como que no es plan.

–Sí, es mejor mañana; no creo que en estos dos días haya encontrado a nadie.

Intenté pasar el día en familia lo mejor que pude, pero no era capaz de quitarme de la cabeza la idea de encontrar trabajo y además estar cerca de caballos.

A la mañana siguiente me levanté, desayuné y, sin decirles nada a mis padres, salí a dar un paseo. Cuando me sentí mucho más relajado me decidí a llamar al jefe de mi tío.

–¿Don Gregorio Pérez? Hola buenas. Mire usted, mi nombre es Juan y le llamo de parte de Rubén López. Es mi tío.

Desde el otro lado del teléfono me contestó una voz ronca y segura. Solo de escucharlo sentí un gran respeto hacia él.

–Sí, dígame de qué se trata.

–Mire usted, ayer estuvimos de boda juntos y me comentó que necesitaba un pastor.

–Cierto. ¿Tienes experiencia con ovejas?

–En casa siempre hemos tenido ocho o diez ovejas para que se comieran las malas hierbas de un pequeño campo que tenemos.

–A ver, lo primero que quiero saber es si sabes de ovejas, después si estás dispuesto a quedarte en el campo, y si tienes familia. Claro, y si te conviene el sueldo, evidentemente.

–Tengo dieciocho años y no tengo ni novia, no me importa quedarme en el campo y, sobre saber de ovejas, nadie nace aprendido, pero le pondré empeño y ganas. En lo referente al sueldo, usted dirá.

–Bien, parece que puedes reunir las cualidades que necesito. ¿Sabes dónde está la ganadería?

–Sí, señor. Mi tío me lo apuntó.

–Bien, entonces ¿qué te parece si mañana quedamos sobre las doce en el cortijo y concretamos mejor personalmente?

–Me parece buena idea. Muchas gracias, don Gregorio. Mañana estaré allí.

Tras acabar la conversación no sabía qué hacer, era un manojo de nervios. Solo pensar en que tendría trabajo era motivo para estar muy alegre. Corrí a mi casa y les conté todo lo sucedido a mis padres.

Mis padres estaban muy contentos y orgullosos por mi posible nuevo empleo y me felicitaron y desearon mucha suerte.

Era el primer viaje largo que hacía después de sacarme el carnet de conducir. Cogí mi viejo coche, uno que me había comprado con unos ahorros que tenía guardados.

Desde mi tierra natal (situada entre el norte de Cáceres y el sur de Badajoz) a la finca de don Gregorio había una distancia de unos trescientos kilómetros. La mayor parte del trayecto lo hice por autovía, pero a unos cincuenta kilómetros de mi destino cogí un desvío por una carretera secundaria. El paisaje cambió por completo; estaba todo muy poblado de encinas y las fincas se dividían perfectamente por unas paredes de piedras donde pastaba tanto ganado vacuno, como cerdos y ovejas.

Sobre las once de la mañana ya me encontraba en la puerta de la finca. Mereció la pena madrugar. Al no conocer la carretera ni el lugar no quería hacer esperar a mi entrevistador.

No cabía duda: estaba en la puerta de la finca. Era la entrada más grande, bonita y recién pintada de todas cuantas había visto desde la carretera. Entré por un ancho, llano y limpio camino que llegaba hasta las puertas del cortijo. Habría recorrido no más de quinientos metros cuando paré mi coche junto a otros que había estacionados y me bajé a ver si encontraba a alguien que me pudiese informar de dónde se encontraba don Gregorio.

Se me acercó una persona mayor, de estatura mediana y piel curtida, declarando por su aspecto que su vida había transcurrido a la intemperie, en el campo.

–Hola, joven. ¿En qué puedo ayudarle? –me dijo, mientras se acercaba a mí.

–Hola, me llamo Juan López y he quedado con don Gregorio para una entrevista de trabajo.

–Yo me llamo Luis García –me dijo mientras me extendía la mano derecha para saludarme–. Don Gregorio le está esperando en el patio del cortijo.

Me dirigí al patio del cortijo y allí se encontraba don Gregorio. Era un hombre alto de complexión algo gruesa y mirada seria que imponía respeto.

–Buenas, don Gregorio. Soy Juan López. Hablamos ayer por teléfono y quedamos a esta hora.

–Sí, recuerdo; te estaba esperando. ¿Qué tal el viaje?

–Muy bien, la verdad. Es que había poco tráfico y como no conocía esta parte de Extremadura venía contemplando el paisaje y se me ha hecho corto.

–Me alegro, bien. Esta es la finca donde necesito un pastor. Son unas pocas ovejas de raza merina que he adquirido hace poco y con los dos pastores que parecían interesados no acabé entendiéndome por dos razones: el primero no quería quedarse en la finca y el segundo no quería ayudar a Luis con sus tareas. Creo que ya le has conocido, estaba en la puerta.

–Por mi parte, quedarme no es ningún inconveniente, siempre que la casa sea modesta, y en lo referente a ayudar al señor Luis, ¿en qué consistiría?

–Consistiría en ayudarle en las tareas que tiene que realizar con los caballos. Por su edad no quiero que le suceda nada cuando tiene que llevar a cabo ciertas labores.

Al escuchar que ayudar al señor Luis significaba estar con los caballos no pude ocultar una emoción tal que don Gregorio se dio cuenta y me preguntó:

–¿Te gustan los caballos?

–Mire usted, don Gregorio, si le soy sincero, el elegir el trabajo de pastor fue porque mi tío me dijo que en esta finca había una yeguada, y para mí el estar cerca de estos animales ya es motivo suficiente para aceptar el trabajo.

–Me alegra tu sinceridad, y por eso, si lo prefieres, te ofrezco a que pases a trabajar directamente con los caballos bajo las órdenes de Luis. ¿Qué te parece?

–Me parece genial. Pero ¿y el puesto de pastor?

–No te preocupes; para ese trabajo se me ofrecen a diario varias personas; alguno encontraré.

–Muchas gracias. ¿Qué debo hacer?

–Mira, este es el contrato. Échale un vistazo y si te parece correcto lo firmas y pasas a presentarte a las cuadras y ya me irás contando.

–Perfecto, eso haré.

Leí el contrato y al ver que todo estaba perfecto, lo firmé y se lo entregué a don Gregorio. Seguidamente me dirigí a las cuadras, donde se encontraba don Luis García, el mayoral de la yeguada.

–¡Hola! He estado conversando con don Gregorio y al final me ha destinado con usted para colaborar en el trabajo diario de la yeguada.

Don Luis García se dirigió a mí con un carro de mano y una horquilla, que me entregó diciéndome:

–Me parece perfecto. Lo primero: no es para colaborar conmigo, sino para estar bajo mis órdenes. Aquí tienes esto y empieza limpiando el estiércol de las cuadras. Y segundo, me alegro de tenerte conmigo; ya era hora de que me mandasen a alguien. Este no es un trabajo para una persona sola.

Cogí el carro y empecé a quitar el estiércol que había en algunas cuadras. Eran espaciosas por dentro, de cuatro por cuatro metros cuadrados. Eran todas contiguas. Eran diez cuadras perfectamente ventiladas y bien orientadas para que en invierno no fuesen muy frías y en verano fuesen lo suficientemente frescas, todas bajo un mismo techo con un pasillo de tres metros de ancho. Cuando acabé de limpiarlas, me dirigí adonde estaba el Sr. Luis y le dije:

–He acabado, señor Luis. ¿Puedo hacerle una pregunta?

–Desde luego que sí,

–No quiero que se ofenda, pero ¿no está usted en edad de estar jubilado más que de estar trabajando?

Don Luis García, el señor Luis, me dijo con mirada seria y sin hacer ningún movimiento brusco, recordándome a los maestros que solía ver en las películas de artes marciales dijo:

–Mira, joven, para empezar te diré que estoy jubilado. Si sigo en esta finca es por varias razones: la primera es porque no tengo adónde ir. Me he criado en estas tierras y el estar junto con estos caballos es lo que me hace sentirme vivo y útil. Me quedo a dormir en esa casa que ves a continuación de las cuadras. Por tanto, a lo que hago no se le puede llamar trabajar. ¿He respondido a tu pregunta o tienes alguna duda más?

–Creo que me ha quedado bastante claro. Usted dirá, señor Luis, qué debo hacer.

Me indicó con su mano que le siguiese y caminando tras él nos dirigimos adonde se encontraban las yeguas, unas veinte en total.

Era un cercado donde las yeguas estaban muy confortables, con una pradera verde y mucha agua corriente en varias fuentes, unidas por pilares. Uno podía verse en ellas como si de un espejo se tratase por hallarse el agua cristalina.

Las yeguas eran de distintas capas. Abundaban las tordas, seguidas de las castañas y tres negras, pero todas tenían las mismas hechuras, alzadas y parentesco, como pude averiguar posteriormente. Todas eran familia por línea materna de una yegua fundadora que don Gregorio adquirió en una subasta de la yeguada militar hacía más de cuarenta años.

Tras revisar que se encontraban en perfecto estado y alimentadas nos encaminamos a las cuadras, donde estaban los potros y sementales de la yeguada.

–Pero estas no son las cuadras que he limpiado esta mañana –le dije viendo que se trataba de otras dependencias.

–No, aquellas eran las cuadras de las parideras, donde encerramos a las yeguas que están a punto de dar a luz cuando las inclemencias del tiempo son malas por agua, frío o viento. Además están más protegidas y al cuidado nuestro por si algún parto viene dificultoso.

Al entrar en esas nuevas cuadras quedé sorprendido por su belleza y lo bien trazadas que estaban. Los sementales estaban a un lado y los potros a otro. Bien ventiladas, sencillas para el manejo en su interior y con un espacioso pasillo donde se podía trabajar un caballo perfectamente. Contaban con idéntico trazado que las cuadras de las yeguas, siendo estas algo más pequeñas, de tres por tres metros cada una. Estaban ocupadas por tres sementales y seis potros de entre tres y cuatro años dispuestos para la venta.

Pasadas unas semanas ya conocía a todas las yeguas y sus potros, de qué sementales eran hijos y con qué semental parecía que la yegua había parido mejor a la cría en comparación a otros años. Estos detalles hicieron que don Luis se fijara en mí como un buen aficionado y me cogiera cariño. Tengo que decir que el cariño era mutuo. Era una persona muy amable conmigo, y me trataba como a un hijo. También podía ser porque al no tener familia viera en mí a ese familiar que nunca tuvo. Yo también, al estar solo en la ganadería sin más compañía que la suya, me apoyé mucho en él.

Me quedaba a dormir en una casa que había al lado de la suya, pero cenábamos todas las noches juntos; era increíble lo que sabía de caballos. Un día le dije que me perdonara y me dijese si le molestaban mis preguntas, pero él, al contrario, se sentía alegre y sin reparo me explicaba todo lo concerniente a la yeguada. Una noche le pregunté:

–Señor Luis, ¿aquí no se doman los potros que están en las cuadras? Solo los sacamos al caminador junto a los sementales.

–Juan, aquí siempre se ha domado a los potros, a los sementales y, lo que es mucho más importante, a las yeguas. Todas esas que ves en el prado están domadas y probadas para saber si son aptas como madres en la yeguada. Lo que sucede es que desde que me jubilé don Gregorio no quiere que los trabaje solo para no tener ningún percance. Tienes que comprender que son animales cerreros, es decir, que a pesar de que tú los veas mansos eso no quiere decir que se dejen hacer lo que queramos a nuestro antojo, y se necesita un proceso en el que los animales a veces se defienden de forma bruta, y a mi edad no tengo la misma agilidad que cuando era joven.

–Pero ahora me tiene a mí aquí. Yo podría realizar ese trabajo bajo su supervisión.

–No es nada fácil; tendría que enseñarte a ti a la vez que a los potros, y eso es cosa complicada. Recuerda una cosa: para domar potros se requiere personal con experiencia, y para adquirir experiencia lo ideal son caballos más viejos y muy domados –me respondió el señor Luis pensativo.

–¿En qué piensa? Parece como si no viese en mí a la persona adecuada para aprender.

–No es eso. Te seré sincero. El tiempo que llevas en la ganadería no ha sido otra cosa que una prueba. Don Gregorio te asignó a mí para saber si podrías ser la persona adecuada para sustituirme en la yeguada y ser yo quien lo aprobara.

–¿Y bien? –le dije sorprendido esperando una respuesta. Su cara pensativa me hacía ponerme más tenso y nervioso que cuando había entrado a trabajar .

–De momento has pasado la primera prueba con éxito. Te felicito. Tienes afición, eres trabajador y aprendes rápido. A partir de mañana empezaremos la segunda prueba: será la de empezar como mozo de cuadra y potrero. Ahora no se hable más y hasta mañana.

Con esas palabras me retiré a mi habitación muy contento, sin querer presionarlo con más preguntas. Deseé dormirme pronto para despertar en un nuevo día y empezar las primeras lecciones de mi aprendizaje en serio. Pero la cabeza me daba muchas vueltas. No era capaz de conciliar el sueño; a la mente me venían las imágenes de esos jinetes que tantas veces veía y leía en los libros y revistas de equitación que tenía en casa de mis padres.

2. Mozo de cuadra

Felipe Galindo, jinete aficionado.

 

 

El despertador sonó a la hora de siempre, pero me levanté más cansado que nunca por no haberme quedado dormido hasta pasadas unas horas después de acostarme. Me levanté, me vestí, me lavé la cara, me peiné y desayuné como siempre. Me dirigí a las cuadras de los sementales y don Luis no estaba, pero no tardó ni cinco minutos en aparecer.

–¿Qué tal, Juan? Buenos días. Vengo de repasar a las yeguas y todo está en perfectas condiciones. ¿Preparado para la primera clase sobre cómo ser mozo de cuadra?

–Buenos días, don Luis, preparado. Pero perdone, tengo una pregunta.

Se llevó el dedo índice de la mano derecha a los labios y me indicó que me callase para hablar él.

–Quiero decirte que desde este momento y en adelante toda duda que tengas me la preguntes en el acto. A veces las dudas se disuelven en el momento y quizás después sea tarde. Yo estoy aquí para enseñarte todos mis conocimientos, y te aseguro que no son pocos. Además, otras vivencias las tendrás que resolver tú mismo, ya que nadie mejor que tú, y solo tú, podrá resolverlas. Pero eso lo irás aprendiendo más adelante. Y si me ibas a preguntar que si ser mozo de cuadra no es ser potrero, que es lo primero que se tiene que ser para llegar a jinete, te equivocas.

–¿Cómo sabía que le iba a preguntar eso precisamente? –le dije sorprendido.

–Querido amigo, todos hemos sido jóvenes y aprendices en algún momento de la vida –me dijo mirándome y, sonriendo cariñosamente, continuó–: Te diré que muchos desean ser jinetes y no saben domar un potro; están más interesados en alardear de sus habilidades y sorprender a los aficionados profanos en la materia que conocer la base de la buena equitación. Para ser potrero se tiene que conocer la herramienta de trabajo, que no es otra que el mismo potro, y para ello tenemos que saber cómo vive, cómo reacciona, cómo piensa, cómo actúa, y todo eso lo podremos averiguar siendo mozo de cuadra, limpiando su cuadra, cuidando su alimentación, cepillándolo y limpiándole los cascos.

Empezamos repartiendo la ración de pienso a cada uno de los animales que se encontraban en las cuadras. Normalmente suele ser un pienso compuesto, variando según el animal la cantidad y la de los cereales naturales, según sean sementales o potros; es decir, si están de descanso o en cubrición, son potros más adelantados en doma base o que se están preparando para alguna competición donde necesitan más energía. Todo esto me lo explicó el señor Luis según le ponía el pienso a cada uno. No siempre había en las cuadras los mismos animales, por lo que tenía que saber qué ración había que aplicarle a cada uno, ya que los potros eran vendidos según aparecía un comprador y se llegaba a un acuerdo en la negociación.

–Mira, Juan, observa cómo reacciona este potro; es celoso de la comida, guiña las orejas y les enseña los dientes al resto. Si le castigas alzando la voz y obedece es que no es malo, pero si por el contrario colea y te pone la grupa es señal de falta de docilidad y esos detalles saldrán más adelante cuando llegue el proceso de la doma.

–Cierto y además es feo para cuando venga gente a comprarlos, ¿verdad?

–Correcto. Mira este otro. Parece que no hay potro en la cuadra. Entras y sales y él a lo suyo; solo piensa en comer, sin importarle lo que le rodea. Mira, paso por todos lados y él se gira para hacerme espacio y no molestar. Esto es síntoma de confianza y a tener en cuenta cuando tengamos que empezar el adiestramiento. También es importante el trabajo diario, que les hará familiarizarse mucho con nosotros hasta que se den cuenta de que es una cosa normal cuando te vean con la horquilla quitarles el estiércol y lo mojado por los orines y reponer la cama con paja nueva y limpia. La paja será la suficiente para que coma hasta saciarse y lo que sobre será la reposición para la cama. Esta se echará en el suelo para que los caballos no pierdan nunca su hábito natural de comer en el suelo y que, por estar encerrados, les tendremos que proporcionar nosotros. También es importante porque al realizar el ejercicio de levantar y bajar el cuello para llevarse la paja a la boca están fortaleciendo el cuello y eso evita muchos problemas como son los cuellos vencidos y músculos contraídos.

–Maestro, es increíble lo que voy a aprender con usted.

–Si sigues todos mis consejos y me escuchas detenidamente, a la vez que observas cómo se trabaja a los caballos en esta casa, puedes llegar a ser un gran caballista, créeme.

Según me estaba explicando el trato con los potros me dijo que mientras se comían el pienso los ataba a una argolla para que se acostumbraran a estar atados y aprendieran a no tirar. Pero esto todos los potros ya lo tenían aprendido desde el destete, porque cuando llegaba el momento de separarlos de sus madres los ataban hasta que volviesen a ser soltados. A esa edad no tienen fuerza para tirar fuerte y lastimarse; aunque después los soltaran y los cogiesen a los tres años y medio para la doma o venta, jamás se les olvidarían esas primeras lecciones.

Sacamos a un potro de su cuadra. Yo le tenía cogido por la cuerda para que cabestreara detrás de mí, y mi maestro colocado detrás lo animaba a que me siguiera. Me acerqué a una argolla y lo amarré con un nudo que me enseñó don Luis, de tal forma que si por algún motivo tenía que soltarlo, solo con tirar de la punta de la soga el potro sería liberado.

–Mira, Juan, lo primero que tienes que hacer a la hora de acercarte a un potro que está atado es hablarle para que no se sorprenda y te espere. Si te acercas mudo y el potro te ve sin esperarte, con el susto podría darte una patada o dar un tirón del cabezón, o cualquier cosa que podría provocarle un resabio. Ten siempre presente que posee una memoria extraordinaria, tanto para lo bueno como para lo malo, y desgraciadamente lo malo les suele marcar mucho más. Por eso siempre hay que hablarles mucho, y sobre todo con buen tono de voz; eso los relaja y les da confianza a la vez.

–Este potro se ve dócil y noble, pero parece que le falta nervio; no creo que valga para la doma. ¿Usted qué dice?

–Estás equivocado, muchacho. No confundas nervio con miedo, o nervio con clase. Un potro puede aparentar ser fogoso y realmente estar con temor por falta de confianza, o bien no aparentar ser temperamental y tener clase. Es decir, los potros no tienen que ser nerviosos; ellos tienen que ser obedientes y escuchar a la persona que los trata diariamente y dejarse emplear en el trabajo, que no pierdan el deseo de ir hacia delante y querer agradar. Normalmente el miedo de los potros jóvenes no es otra cosa que el temor a lo desconocido. Para eso está la buena base, para que en un futuro no tengamos que retroceder y volver a tener que repetir el camino andado, con el inconveniente de perder el tiempo.

–¿Quiere decir que este potro, al ser dócil y noble, puede llegar a ser un gran caballo para la doma? –le dije no estando del todo convencido de la explicación.

–No es eso exactamente. Se puede ser dócil y noble y tener cualidades limitadas. En realidad son muchos los factores que debe reunir un buen ejemplar, pero ya los irás descubriendo con el paso del tiempo.

Desatamos al potro para enseñarle a andar detrás de mí, con tan solo el cabezón de cuadra puesto y una cuerda de unos cuatro o cinco metros. Yo tiraba del animal para que me siguiera, pero se quedaba parado y rehusaba seguirme. Entonces don Luis se colocó detrás de él y a una distancia prudente lo arreó con un chasquido en la boca y una vara haciéndola sonar para que se decidiera a seguirme.

El potro no solo anduvo, sino que de un salto me adelantó cogiéndome por sorpresa y de milagro no me arrolló. Gracias a que tenía soga de sobra pude sujetarlo e impedir que se me escapase.

–Bien, muchacho, has actuado correctamente; eso es lo que se debe hacer –me dijo don Luis–. Que sepa que le tienes sujeto y no se puede escapar. Si en ese momento la cuerda llega a ser mucho más corta no te hubieses quedado con él y se hubiese escapado. Las consecuencias habrían sido muy malas, ya que podría haber aprendido a escaparse y repetir la jugada más veces. Por eso y de aquí en adelante quiero que sepas que en todo el proceso de doma de un potro, cuando sea la primera vez, esa primera vez que hay para todo, hay que ser muy cuidadoso, y no se trata de ser miedoso. Si alguien te ve reaccionar de esta manera debe ver que es por precaución. El tener que resolver problemas que en un futuro pueden tener graves consecuencias, donde aparecen los malos vicios y los resabios, obliga a ser prudente.

Continuamos un poco más y el potro quiso intentarlo de nuevo, pero esta vez fue mucho más suave y al final me seguía como un cordero. Justo en ese momento, mi maestro me dijo que tenía la lección aprendida y me ordenó llevarlo de vuelta a su cuadra.

–Bien, aquí es donde el potro se encuentra mucho más relajado, ya que es donde pasa la mayor parte del tiempo. También donde más confianza nos tiene, ya que es el lugar donde diariamente le echamos de comer y le hacemos la cama; por tanto también es un buen lugar para limpiarlo y que se deje acariciar por todos lados. Toma cepillo y rasqueta.

Me acerqué como me había dicho, hablándole. El potro me miraba con recelo pero a la vez inmóvil. Justo cuando le puse la mano en el dorso, mi maestro me mandó parar rápidamente. Yo me quedé como el potro, inmóvil, sin saber el porqué.

–Mira, Juan, a los potros se les acaricia siempre con la palma de la mano, nunca presionando con las puntas de los dedos como tú ibas a hacer, ya que eso les genera cosquillas y podría encogerse o darte una patada, porque es su forma de defensa ante una situación desconocida. La limpieza es algo que le proporciona placer si es bien realizada, algo muy importante para familiarizaros mutuamente. No se trata de hacerle una limpieza muy exhaustiva; eso vendrá más adelante. Este proceso no es otro sino una parte del adiestramiento: de nada sirve tener este potro montado si en la cuadra está con miedo al jinete, no da la cara y pone la grupa, o es reacio a seguirte al salir y entrar. Por tanto, todo lo que ganemos en confianza en este proceso lo adelantaremos posteriormente.

Acabamos esa primera lección sobre los primeros contactos con un potro y quedé gratamente sorprendido de la gran importancia que supone tener un maestro como don Luis García; de otra forma es imposible adquirir conocimientos. Comprendí que ser mozo de cuadra es el primer eslabón de la larga cadena que es el adiestramiento de un caballo.

Posteriormente soltamos un potro en el picadero circular para que retozara un poco, un precioso ejemplar de la mejor estampa de raza española, de capa torda. A cierta distancia parecía negro por su pelaje oscuro, pero, como me dijo don Luis, era por su juventud. Todos los caballos tordos nacen oscuros y mueren blancos, si es de viejo, claro. Me comentó que era uno de los mejores potros que habían nacido en la yeguada. La selección que se hacía era muy rigurosa. Su madre, la abuela materna y su bisabuela materna las había domado él, según me comentó, haciendo elogios extraordinario de todas ellas. Me confesó que un buen semental es muy importante, pero no más que una buena yegua. Me puso el ejemplo de que la yegua era la tierra y el semental la simiente: si la tierra es mala de nada sirve tener la mejor simiente del mundo; y, por el contrario, si la tierra es buena, con una simiente decente se puede criar algo bueno si las condiciones climatologías acompañan, como puede ser una buena alimentación en este caso hablando de yeguada. Evidentemente si el semental es extraordinario, no cabe duda de que es lo mejor, pero en la cría dos y dos no son cuatro; también influyen el que liguen los padres para que el resultado sea satisfactorio. En este punto don Luis me dijo que la parte que más le emocionaba de la cría era la expectación de saber qué saldrá de los nuevos cruces y experimentos.

Me explicó que para realizar una buena obra de arte se requiere tener las mejores herramientas, y en ese caso la herramienta es el caballo, por lo que la selección y la genética son primordiales para llevar a cabo la labor.

Todo esto me lo contó observando al potro, que no dejaba de dar botes de alegría al verse suelto en el picadero circular. Mirándolo fijamente me dijo:

–Los productos que se crían en esta casa, por su clase y funcionalidad suelen ser de carácter fuerte pero con mucha nobleza. Tienen fuerza y a veces quieren imponerse, pero siempre sin perder las raíces de la auténtica raza española. Quiero decir que muchos ganaderos se dedican a criar caballos para domingueros, paseos y romerías, animales que son dóciles para aficionados con poca experiencia y después pretenden que rindan en la pista como estos –dijo señalando al precioso potro que se había acercado a olernos después de haber respingado a sus anchas.

Cogimos el potro y lo cepillé como me había ordenado, para quedar en perfectas condiciones, cepilladas las crines y la cola, de tal manera que al cepillar las cerdas estuviesen finas, sedosas y limpias, sin arrancar y traerme los pelos enredados en el cepillo, porque con el día a día podría quedar el animal sin pelos y estas forman parte de su belleza. Pasada la rasqueta a contrapelo y el cepillo para quitarle el pelo viejo y sacar costra, acabé por frotarlo con un trozo de trapo humedecido para quitar el polvo y darle brillo a todo el cuerpo.

–Bien, Juan, estas son algunas de las labores de un buen mozo de cuadra: saberle dar su ración de pienso a cada uno y a la hora convenida, hacerle la cama, quitarle el estiércol y los orines del día y reponer la paja nueva para que se encuentre cómodo, sacarlo al caminador o al cercado y recogerlo cuando sea conveniente, y la limpieza del animal, como también la de los cascos. Hoy no la hemos realizado pero en otra ocasión tendremos que ir cogiéndole las manos y las patas despacio con caricias y suavemente hasta que nos las vaya levantando. De esta forma, cuando llegue el día de ponerle las herraduras estará familiarizado, de modo que, con tan solo tocarle las extremidades, las alzará y no sufrirá cada vez que tenga que ser herrado. Se han dado casos de que nunca se les habían tocado las extremidades y cuando llegó el día de ponerles las herraduras fue todo un calvario, tanto para el herrador como para el animal. Esa es una buena labor del mozo de cuadra. Ten presente que esto es para los potros jóvenes, pero después, de por vida, siempre se les limpiarán los cascos del estiércol o la arena que se les acumula dentro pues estos les pueden producir enfermedades y cojeras que pueden dañar todo el proceso del aprendizaje. Los cascos y un buen herraje son como unos buenos neumáticos para un coche. Mantener limpias las instalaciones, como puertas, pasillo y el guadarnés, es otra labor del mozo de cuadra; tener siempre en perfecto estado de revista las cabezadas, monturas y el resto de arneses, limpiándolo todo antes de ser devuelto a su lugar de origen después de ser utilizado por un animal.

–Maestro, todo esto que me acaba de decir es trabajo suficiente para una persona sola. ¿Cómo podré trabajar en el proceso de doma?

–Buena pregunta, por eso quiero que lo aprendas. Si el día de mañana no estás en esta yeguada siempre podrías encontrar trabajo como mozo de cuadra, independientemente de que tengas conocimientos más amplios, pero lo que vayas a desarrollar que lo tengas bien aprendido. Además, todo aquel que se precie como jinete debería haber pasado por estos oficios, que no son para nada deshonrosos. Es más, si algún día llegas a ser un gran jinete profesional te darás cuenta de la gran utilidad que supone ser o tener un buen mozo de cuadra. Cuanto más alto llegues y más éxito tengas con los caballos más te darás cuenta de lo importante que es la base y el gran significado que tienen las cosas simples.

3. Origen de la doma española

Ezequiel León, jinete profesional. Caballo PRE «Cateto V».

 

 

Pasaban los días y yo progresaba adecuadamente en mis labores de mozo de cuadra según me indicaba mi maestro. Las noches de cena, como de costumbre eran largas y bonitas tertulias sobre el mundo del caballo. Uno de esos temas en una ocasión fue el de quién y de dónde sería el primer hombre que se subió a lomos de un caballo. Lo mismo ese detalle importa poco, pero mi maestro siempre me decía que para saber a dónde queremos ir es importante saber de dónde venimos, y esta fue su reflexión al respecto:

–Amigo Juan, me gustan tus inquietudes; eso es bueno, pero te diré que no alcanzo tan lejos. Tenemos que tener presente que no se sabe a ciencia cierta y con exactitud cuándo y en dónde se inició la domesticación del caballo. Cada territorio del planeta conocido tenía su propia forma de tratar al caballo a la vez. Todo esto data de entre los siete mil y los tres mil quinientos años antes de Cristo; por lo tanto tenemos un margen de otros tres mil quinientos años en los que nadie puede decir exactamente dónde se inició el proceso de convivir hombres y caballos. Los expertos, en base a los restos arqueológicos y las pinturas rupestres encontradas en cuevas, no se ponen de acuerdo en cuanto al lugar donde el hombre empezó lo que posteriormente podría llamarse «doma», teniendo en cuenta que al principio el caballo se utilizó como animal de carga, sustituyendo a los perros, y posteriormente para tirar de los carros cuando el hombre inventó la rueda. Hace miles de años que hombre y caballo conviven juntos. En esas épocas, todos los habitantes de la Tierra eran nómadas; por tanto señalar un lugar exacto de dónde fue el principio de la doma sería algo atrevido. Las tribus que habitaban la Península Ibérica cuando llegaron los romanos eran mayoritariamente de origen indoeuropeo. Estos se supone que traerían consigo caballos y se cruzarían con los que posiblemente existían ya en la península. Lo que sí está claro es que a los romanos los habitantes de estas tierras no se lo pusieron fácil, ya que eran hábiles jinetes expertos en defenderse en guerrillas bien organizadas. Sus caballos eran pequeños y ligeros, aparecían y desaparecían como por arte de magia, atacaban y se volvían en un palmo de terreno, lo que hacía que el enemigo se desorientara de tal forma que temía combatir contra los íberos que iban a lomos de sus afamados caballos.

–Pero al final fueron derrotados por los romanos, a pesar de que estos tenían un ejército prácticamente solo compuesto de infantería –le dije intrigado por conocer su versión.

–Cierto, pero esa es otra historia. Sabrás que muchas tribus prerromanas estaban enfrentadas entre ellas, lo que el enemigo romano supo aprovechar para debilitar a los habitantes de la Península Ibérica. Pero tampoco fue todo tan fácil; les costó casi doscientos años hacerse con el control de todo el territorio. Los íberos se enfrentaron a los romanos con una forma de montar similar a lo que con los siglos pasaría a llamarse «a la jineta», pero para sorpresa de estos, cuando quisieron expandir el imperio por tierras partas se encontraron con unos enemigos fuertemente protegidos por un ejército de caballos recubiertos con armaduras y mallas. Estos se llamaban en aquella época «catafracto», y su función, a diferencia de las encontradas en la Península Ibérica, era que entraban en combate directo arrollando a las fuerzas enemigas. He querido situarme en esta época de la historia para que no te líes mucho, ya que tanto una forma de montar como la otra ya se utilizaban en siglos anteriores, y esto sería hablar de antes de Cristo.

–¿Entonces la monta a la jineta es la nuestra y la monta a la brida importada? –pregunté queriendo saber si en España siempre tuvimos una forma propia de montar.

–Yo diría que sí, pero claro, después cuando nos invadieron los musulmanes del Norte de África también tenían una forma de montar similar y eso hizo que se afianzara más en nuestras raíces. Por eso no se puede calificar a una forma de montar como pura y propia, ya que todas a lo largo de los tiempos se han ido enriqueciendo las unas de las otras. Pero yo también tengo mi propia teoría, y es que lo mismo son los propios musulmanes los que se pudieron enriquecer de nuestra forma de montar y no nosotros la suya. En fin, eso lo dejo para que saques tus propias conclusiones.

–Lo de la jineta lo tengo medio claro, pero, ¿cómo llegó la monta a la brida a la península? –pregunté queriendo indagar y saber más.

–Medio claro; eso es tener más dudas que cuando empezaste. Mira, te lo aclaro. Recuerda que aquí se montaba a la jineta desde mucho antes de la llegada de los romanos; estos adaptaron su caballería para el imperio. El tener un caballo fino, brioso y temperamental es lo que hizo que se mantuviera este tipo de monta, ya que el jinete lo dominaba con las piernas y tenía las manos libres para la lanza, la espada, tirar flechas, o cualquier otra cosa que tuviese en sus manos. Eran jinetes independientes, por lo que tenían que valerse por sí mismos. Dominaban a sus caballos de tal manera que podían ponerlos a todo galope y pararlos para cambiar de sentido solo con las piernas y el gesto del cuerpo. En batalla contra otro jinete los caballos se volvían y revolvían con los toques de las piernas mientras el jinete podía deshacerse del enemigo con su espada y, si corría peligro, solo tenía que indicarle que salir era del campo de batalla y se ponían a salvo gracias a su eficaz forma de cabalgar. Generalmente, al carecer de estribos, su posición era con las piernas más recogidas y semidobladas, para poder de esta forma tener más sujeción sobre el animal. Con la llegada del estribo siglos más tarde mejoró el poder estar más equilibrado sobre el caballo al poder apoyarse en él.

–Duda aclarada, maestro. También le pregunté sobre la otra forma de montar, a la brida.

–La monta a la brida llegó al norte de la península con los visigodos. Con los siglos posteriores se fue incorporando al ejército cristiano para combatir a los musulmanes. También tuvieron una fuerte influencia con la llegada de las Cruzadas, donde esos ejércitos de la Edad Media eran arrolladores en el ataque. Sus caballos eran pesados y dirigidos con las manos, ya que las piernas las tenían estiradas por las armaduras que portaban y apoyadas en el estribo con espuelas muy largas por la dificultad que tenían en dar a los costados de sus cabalgaduras.

–Pero en toda esta historia que me ha contado no acabo de entender cómo acabaron incorporándose las dos formas de montar a nuestra actual monta española, si eran tan diferentes la una de la otra –exclamé, sorprendido de que mi maestro supiese tanto sobre nuestra historia ecuestre.

–Esto no se produjo de la noche a la mañana, sino que fue un proceso lento, aunque con pasos muy firmes y positivos. Mira, Juan, los Reyes Católicos conquistaron el Reino de Granada de la siguiente forma: Fernando el Católico tenía su arrolladora caballería montada a la brida, heredada del Reino de Aragón, también llamada monta «a la estradiota», o «a la guisa», nombre derivado de los reinos de Nápoles y Francia. La reina Isabel la Católica tenía transformada su caballería a la jineta, también conocida como «a la bastarda», un poco más refinada, introduciendo elementos ecuestres de la monta a la brida, por ser la mayoritariamente utilizada por el pueblo llano y los jinetes de la plebe tras conquistar el Al-Ándalus dos siglos antes. Con la conquista de Granada, no solo se unificó la actual España, sino que también lo hicieron las dos formas de montar que había en la península. Posteriormente, los caballeros cristianos eliminaron sus pesadas armaduras, pero no su forma de ir a caballo, mientras que los nobles aprendieron el arte de la equitación en las escuelas creadas para estos menesteres. Realizaban juegos y torneos como forma de diversión y estatus social. El ser caballero entre la nobleza se medía por sus habilidades ecuestres y para ello también se dedicaban a lancear toros y lidiarlos en las plazas de los pueblos, lo que requería una monta más específica como era la monta a la jineta. De esta forma se unificó lo que vendría a llamarse la famosa monta española en todo el continente europeo, ya que nuestros caballos y nuestra forma de montar se fueron expandiendo por todos los países, donde era requerida por reyes y nobles.

–Pero a día de hoy, ¡es difícil saber si la doma española tiene más de monta a la brida o a la jineta! –Quizás era una pregunta difícil para poder entender su respuesta, pero me lo aclaró de tal forma que según pasaba el tiempo y mi aprendizaje como jinete se afianzaba, como en la doma de un potro, fui comprendiendo sus palabras.

–Difícil es según como lo miremos. En un principio las cosas estaban muy definidas y bien fusionadas. La buena equitación es el resultado de la buena unión de ambas montas. Te diré que un caballo, para que esté presto y atento a las ayudas, tiene que tener una buena doctrina de las piernas. Aquí es donde aparece la monta a la jineta, con la diferencia de que la colocación de las piernas está modificada, es decir, van algo menos recogidas. Este tipo de monta se conserva en nuestros días en la doma de campo, el rejoneo y el acoso y derribo.

–Y la antigua monta a la brida, ¿dónde se conserva y se aprecia más hoy en día?

–Como te he contado, la monta a la brida era arrolladora; hoy en día se podría apreciar perfectamente en los caballos de los antidisturbios de la Policía. Estos están perfectamente protegidos y actúan en conjunto ante incidentes donde su participación es de gran utilidad, prestando un gran servicio.

–Ahora que usted lo dice, es cierto, pero, respecto a la doma, ¿dónde encaja la monta a la brida?

–Respecto a la monta a la brida te diré que un caballo, aparte de que esté presto a las piernas, que son las que mandan, tiene que estar en la mano, que es la que dirige, y ahí es donde aparece la otra variante, y de esta gran fusión surgió la monta española: a tener un caballo en los pies y en las manos del jinete se le conoció mundialmente como equitación española o alta escuela. La influencia que tuvo sobre la monta a la brida fue que la mano se suavizó, ya que estos eran jinetes que montaban caballos más pesados y tenían una mano muy dura; las piernas estiradas también se recogieron un poco, los bocados se redujeron en favor del animal y las espuelas a no tener necesidad de usarlas tan grandes. También el caballo que se utilizaba era el español, un animal fino, caliente y de temperamento dócil y presto a la doma. Los arneses, así como las cabezadas y las monturas, también tuvieron modificaciones, pero siempre en un alto porcentaje de monta a la jineta.

–Esta historia que usted me está contando supongo que la sabrán todos los jinetes que se dedican a la doma, porque yo de historia sí sabía algo por lo que aprendí en el colegio, pero estos detalles sobre el origen de la doma española me eran totalmente desconocidos.

–Amigo Juan, no todos los aficionados y caballistas que te encuentres a lo largo de tu vida sabrán muchas de las cosas que yo te cuente. Desgraciadamente tengo que decirte que en España, en lo que al caballo se refiere, se ha escrito poco y leído mucho menos. Todos los conocimientos han ido pasando de padres a hijos, o bien han sido comunicados por maestros a nobles y a los hijos de estos. Pero no quiero decirte con esto que no haya nada en las bibliotecas, que lo hay, y muy buenos tratados de equitación escritos por españoles, pero siempre fuimos muy amigos de lo extranjero y adaptamos lo de fuera como si no fuera nuestro, cuando fuera no se ha hecho otra cosa más que copiar nuestras raíces y costumbres ecuestres.

–Es una lástima que teniendo este tesoro único en el mundo y bebiendo todos de nuestras fuentes no sepamos exportarlo como se debe. Siempre he oído hablar de la monta a la inglesa o de la monta western, pero la monta española no se oye tal como usted, maestro, me la está explicando –le dije algo preocupado.

–El problema de saber historia y a la vez domar un caballo es que cuando cuentes algo muchos te dirán que más montar a caballo y menos explicar. Ese ha sido el problema que ha tenido la cultura ecuestre en España: nadie se ha preocupado en decir las cosas como son, y como lo típico era el «cada maestrillo tiene su librillo», no tenían la mente abierta para adquirir nuevos conocimientos de formas de montar de escuelas provenientes de otros países, o de compartir su sabiduría con los que estaban perdidos en las labores de su afición ecuestre. Los antiguos jinetes decían que el mejor libro era el caballo. No les faltaba razón, pero también leer es necesario. En los libros está reflejada la sabiduría de jinetes anteriores; en ellos se cuenta cómo deben hacerse las cosas y evitar cometer los errores que ellos en su día cometieron.

Dimos la tertulia por terminada. Era hora de irse a dormir. Al día siguiente, como de costumbre, empecé con la rutina de las labores de mozo de cuadra y a mover a los potros y a los sementales en el caminador. El día transcurrió con normalidad. Al caer la noche de nuevo, y como siempre, me dirigí a la casa del señor Luis para cenar juntos. En la mesa de la cocina encontré una nota que decía que esa noche tenía que ausentarse y que no le esperara para cenar.

Después de cenar me puse a dar vueltas por la cocina y a ver utensilios antiguos que colgaban de las paredes adornando el lugar. Me paré en una puerta que siempre estaba cerrada, pero con la llave puesta. Lleno de curiosidad la abrí y entré tras encender la luz. Mi asombro fue tan grande al ver lo que había en aquella habitación que tardé unos segundos en reaccionar y poder curiosear lo que lleno de telarañas y polvo allí se tapaba. Pude contemplar una estantería plagada de trofeos. Limpié un poco para leer lo que ponía en las placas. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo; trofeos y medallas de campeonatos y concursos nacionales de doma vaquera y alta escuela. Había medallas de oro, plata y bronce; predominaban las de oro. Los trofeos igualmente de primeros puestos. Por sus fechas pude sacar la conclusión de que eran de los comienzos de estas disciplinas. Las paredes estaban repletas de fotografías de caballos realizando diferentes números de doma; los había castaños, negros, alazanes y tordos en todas sus variedades de tonalidades, más oscuros, más claros, de diversas edades y niveles de doma. Pero lo más llamativo de las fotografías era que en todas ellas aparecía el mismo jinete: un hombre joven, alegre, delgado y que encima del caballo parecía una estatua, el centauro más perfecto que jamás había contemplado. En mi casa tenía muchas revistas donde aparecían jinetes a caballo, pero haciendo memoria ninguna de las fotografías se asemejaba a la de aquel jinete de estampa inigualable. Cogí un cuadro, limpié el polvo y acerqué la vista a la imagen para poder observar más de cerca al jinete, pues para mí era todo un misterio saber de quién se podía tratar. De pronto sentí que el corazón me explotaba. El cuadro se me escapó de las manos y cayó al suelo rompiéndose. Me agaché y recogí los trozos de cristal y los deposité en la basura para tirarlos. Después, sin el cristal observé de nuevo la imagen del jinete de la foto. No cabía duda: era don Luis García, mi maestro, en sus años de juventud. Me acerqué a la chimenea, aticé la candela para que no se apagara y le añadí otro trozo de leña de encina. Tenía decidido esperar a mi maestro; quería que me aclarara aquel descubrimiento y me dijese quién era realmente. Estaba eclipsado mirando la foto al calor de la lumbre cuando llegó.

–Hoy has descubierto más de lo esperado, ¿verdad, Juan? –me dijo una voz desde la puerta.

Miré sorprendido, pues no esperaba que alguien estuviese en la puerta y, con la fotografía en la mano, le pregunté:

–¿Usted no es un simple mayoral, verdad? Me dijo que se había criado en estas tierras. Esas medallas, trofeos y fotografías colgadas en la pared tienen muchas historias detrás.

El señor Luis García se acercó a mí lentamente, se sentó a mi lado, de tal manera que el calor de la lumbre también le llegara, alargó una mano, cogió la fotografía, la miró fijamente, y me relató lo siguiente:

–No te mentí. En estos momentos soy un simple mayoral. Tú nunca me preguntaste sobre mi vida anterior, y es más, sí, me crié en estas tierras; mi padre era el guarda de la finca y mi madre el ama de llaves. En un accidente de tráfico murieron los dos cuando yo apenas tenía ocho años. El padre de don Gregorio me crió como a un hijo suyo y me enseñó a ser hombre realizando las labores ganaderas con las ovejas y los cerdos para aprender el oficio y a la vez pagar mi sustento y estudios. Pero mi gran ilusión eran los caballos. En el cortijo siempre había habido ganado caballar de raza indefinida, probado en el trabajo diario, que producía mulas para las labores agrícolas. Aprendí a arar, sembrar, trillar, y sobre todo a recoger los melones y las sandías con los serones, a recoger los haces de trigo con las cangallas para ser trillados en las eras y cuando era la época de las sacas del corcho, yo era, por mi juventud, el «aguaó», es decir, el encargado de ofrecer agua con una mula y unas aguaeras con cántaros llenos de agua fresca para calmar la sed a los corcheros. Estas labores, lo creas o no, me han sido de gran utilizad, labores que por cierto muy pocos caballistas de hoy en día conocen.

–¿Pero qué aportan esos conocimientos a la doma? –le dije a mi maestro, no encontrando encaje a todo eso.

–Más de lo que nadie se pueda imaginar. Ten presente que para poder realizar estas labores, el animal ha de estar la mayor parte del tiempo suelto, obedeciendo a la voz del arriero, que es como se llama la persona encargada de estar con estos animales. Los hombres de campo me enseñaron a tener a las yeguas y a las mulas quietas para aparejarlas, echarles sus cargas correspondientes, subir y bajarme de ellas, a que anduviesen mucho y bien por campos y veredas, a conocer cuáles eran trabajadoras incansables o cuáles protestaban en el trabajo; dicho de otra forma: a ser psicólogo, saber entenderlas, lo que actualmente se conoce con el nombre de etología, que es la ciencia que estudia el comportamiento de los animales en su medio natural, algo que parece que es importado, cuando realmente de siempre en la Península Ibérica el hombre y el caballo han tenido un vínculo especial, un vínculo de confianza mutua y fiel colaboración. Las yeguas que daban un servicio leal a su arriero y se veía que se empleaban con corazón eran destinadas a la reproducción, yeguas que estando sueltas en la manada nunca rehusaban a la presencia del hombre cuando se acerca a ellas con una jáquima en la mano y se la ponía. De un salto se montaba a pelo en su lomo y se la llevaba al cortijo sin renuncia ni protesta alguna. Yeguas que por su buena base de doma y confianza mutua nunca se rebelaban ni mostraban dificultad para abandonar a las compañeras de manada.

»Aquí quiero aclararte, Juan, que nunca subestimes a nadie. El que menos te imagines te puede dar una lección magistral, como puedan ser los arrieros, personas de clase humilde y trabajadora que heredan su sabiduría de padres a hijos desde siglos y que en sus conocimientos incluyen, no solo el trato con una recua de mulas donde se mezclan los animales y solo con nombrarlas por su nombre saben cada una a quién están llamando, sino que también tienen experiencia en hierbas medicinales haciendo de fenomenales veterinarios, y cómo no, también poseen conocimientos de talabartería, realizando buenas albardas y aparejos. En los principios de la doma vaquera en las pistas, las monturas eran grandes, bastas y pesadas, por ser realizadas por estos artesanos. Posteriormente pasaron a ser realizadas por guarnicioneros y fueron más livianas y cómodas, tanto para el caballo como para el jinete, ya que la función principal de las antiguas monturas no era el uso que se les dio posteriormente. Te he resumido un poco lo que aportan estos conocimientos, pero ten presente que es solo el principio para poder llegar a ser un buen potrero. Aunque esto te lo explicaré más detalladamente sobre el terreno cuando estemos trabajando un potro.

–Maestro, ¡pero estos trofeos y medallas no son de un arriero! –le seguí insistiendo señalando de nuevo la fotografía.

–Fue posteriormente, cuando me llegó el momento de realizar el servicio militar, y gracias a los contactos que don Gregorio tenía, que pude pasar tiempo en el Ejército rodeado de caballos, en la escuela de equitación militar, donde aprendí todo lo relacionado con las labores de un mozo de cuadra. Ningún oficial les decía a los soldados nada referente a la doma de los caballos; también es cierto que muchos soldados estaban solo para cumplir el tiempo reglamentario del servicio militar. Pero mi caso era distinto. Todas las tardes, en mi tiempo libre me acercaba a ver cómo los oficiales daban clases de equitación a los suboficiales. En un principio eran algo reacios a mi presencia, pero pensando que era solo un soldado aburrido no me dijeron nada. Pasaron los días hasta que un comandante se acercó a mí y me preguntó si me gustaban los caballos. Me cuadré para saludarlo como correspondía a su rango y le dije que mi ilusión era saber montar bien algún día y domar un potro como los que veía en aquellas sesiones diarias.

El señor Luis se quedó callado y, mirando cómo las llamas se apagaban por el consumo de la leña, cogió varios leños de la candela y los juntó para que ardieran hasta llegar a hacerse cenizas y continuó:

–El comandante me invitó a que fuese su ayudante, pero para mi asombro no fue lo que yo esperaba, que era trabajar un potro para adiestrarlo, sino montar un caballo viejo y retirado de la competición que él tenía para sus nietos. Según le dábamos cuerda con la montura puesta, estando yo siempre callado y con el respeto que se merecía al estar en el Ejército y ante un superior de aquel rango, me dijo: «Luis, lo primero que tienes que aprender es a montar bien; no se puede adiestrar un potro si tú no eres el primero en estar adiestrado. No solo tienes que conocer las herramientas para que un potro progrese adecuadamente; también tienes que saber montar y caerle bien al caballo, y eso no es otra cosa que una perfecta colocación de cuerpo, piernas y brazos, adquirir equilibrio y saber acompañar a tu cabalgadura en el movimiento». Y dicho esto estuve el resto del servicio militar adquiriendo un asiento correcto, realizando a veces ejercicios de volteo y montando sin estribos ni riendas.