El arte de gestionar tus emociones - Sergio Aparicio Pérez - E-Book

El arte de gestionar tus emociones E-Book

Sergio Aparicio Pérez

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Beschreibung

Las emociones, querido lector, están presentes en todos los momentos de nuestra vida.

Un buen manejo de las mismas nos conduce a lograr una vida emocional sana, nos acerca a la felicidad y nos libera de conductas indeseadas.  Si tienes este libro entre tus manos y te estás preguntando si puede ser de utilidad para ti su lectura, déjame decirte que sí, que estoy convencido de que puede ayudarte a desarrollar una correcta gestión de tus sentimientos y emociones. En este volumen se explican de forma fácilmente comprensible para cualquier persona no iniciada en el tema, las claves de una buena, y eficaz, Inteligencia Emocional. 

Un equilibro inteligente que podrás aplicar de forma práctica a tu día a día, para que puedas llegar a sentir que en cada momento eres tú, y nadie más, quien dirige tu vida.

LO QUE DICE LA CRÍTICA

¿Por qué a veces estoy alegre y la vida me sonríe? Y, ¿por qué a veces estoy triste o me dejo llevar por la ira y todo me sale mal? Este libro tiene las respuestas. - Marcos Soler, un lector

SOBRE EL AUTOR

Sergio Aparicio Pérez es coach personal, empresarial y ejecutivo, formado en Inteligencia Emocional, Liderazgo, PNL, Reiki, etc. Terapeuta Holístico y Conferenciante Internacional que desde hace años se dedica en exclusiva al desarrollo de personas y organizaciones, con excelentes resultados con su metodología en la que mezcla Coaching, Inteligencia Emocional, Meditación, así como disciplinas orientales y terapias alternativas.

SOBRE LA COLECCIÓN SUPÉRATE Y TRIUNFA

Vivimos en una época de estrés y de depresión profunda a causa de la crisis mundial que nos azota. Hemos perdido, en cierta manera, el norte como sociedad y vamos dando bandazos, caminando por la vida sin ilusiones, con una tendencia negativa que se refleja en nuestro rostro, en las relaciones con los demás y nuestros trabajos. Este planeta se ha convertido en un mundo gris, triste y desamparado. Cada día escuchamos decenas de historias que nos encogen el corazón y muy pocas que nos hagan emitir una sonrisa. Es una realidad.

Por eso, desde Mestas Ediciones buscamos cada día una manera de revertir esta situación, aportando nuestro pequeñito grano de arena. De ahí nace esta colección, Supérate y Triunfa, que contiene una serie de libros con los cuales queremos añadir optimismo y todas las demás herramientas necesarias para conseguir una vida plenamente feliz, en todos los aspectos posibles. De ahí el carácter heterogéneo de la colección, que tocará temas tan importantes como el económico, el amor, la salud, entre otros muchos. Y lo haremos de la mano de autores de primer orden, formados con gurús y conferencistas motivacionales mundialmente reconocidos, coaches tan importantes como Anthony Robbins, T. Harv Eker o John Demartini. Esperamos que os guste y que os sirva para disfrutar de la vida con la máxima pasión diaria y sonreír cuantas más veces, mejor.

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Dedicado a mis hijos Sara y Pablo, Con todo el amor de su padre

CAPÍTULO 1

SOMOS SERES EMOCIONALMENTE INTELIGENTES

Las emociones son respuestas a estímulos que alteran nuestra conducta habitual. La palabra emoción proviene del latín “movere” que significa agitar. Nos mueven a hacer cosas y sin ellas, aunque supiéramos lo que tenemos que hacer, no lo haríamos.

Las emociones “positivas” nos proporcionas vivencias de bienestar. También las “negativas” son buenas, a pesar de su negatividad innata, ya que nos movilizan para alejarnos de un potencial peligro o nos impulsan a cambiar las situaciones que nos pueden perjudicar.

Las emociones tienen una función de adaptación al entorno y favorecen la autodefensa y la supervivencia. Las emociones implican reacciones físicas momentáneas. Los sentimientos engloban a las emociones añadiéndoles duración. ¿Cómo? Asociándolas a un pensamiento, sumándoles un “significado racional”.

Por ejemplo, al entrar en una sala llena de gente, en la que todo el mundo está riendo, tenemos una respuesta emocional y podemos pensar cosas muy diversas: “Estoy haciendo el ridículo”, lo que me genera miedo. “Se están divirtiendo, lo pasaré bien”, lo cual te llena de alegría. “Son unos superficiales”, pensamiento que puede enojarte y querer salir de allí…

Nuestros sentimientos están condicionados a lo que “decidimos” pensar y sobre lo que creemos que tenemos influencia y poder de decisión propio.

Para definir la inteligencia emocional, primero definiremos sus componentes. La inteligencia es la capacidad de pensar de forma abstracta, de conocer y adaptarse a las experiencias. Las emociones ocupan nuestra consciencia y pensamientos casi de forma automática.

Por una parte se asume que las emociones están presentes en todos los momentos de la vida y que un buen manejo de las mismas nos conduce a lograr una vida emocional sana. La inteligencia tiene una vertiente social que se relaciona con el manejo de dichas emociones. Por tanto, la inteligencia emocional se refiere a la gestión eficaz de las emociones para regular el comportamiento de la persona.

Puede definirse como la habilidad para percibir emociones, generarlas y entenderlas, con el fin de regularlas adecuadamente y promover el crecimiento intelectual y emocional. O también puede definirse como el conjunto de habilidades, de tipo personal y social, en las que las propias emociones, su conocimiento y gestión tienen un papel fundamental.

Es importante destacar que la inteligencia emocional se puede practicar y desarrollar de manera efectiva con “entrenamiento”. La adecuada gestión de nuestras emociones y sentimientos genera resultados positivos en cuanto a las relaciones interpersonales e individuales, que se manifiestan en alegría y optimismo y en el éxito en dichas relaciones y en la vida en general. Se ha comprobado que las personas con una elevada tasa de inteligencia emocional, obtienen resultados positivos en muchas áreas de su vida, tanto a nivel personal como profesional. Es evidente que lo que somos, hacemos y pensamos está muy influenciado por lo que sentimos, y por ello la inteligencia emocional es una herramienta básica para gestionar eficazmente esas emociones.

La inteligencia emocional nos sirve para: Conocer las emociones de uno mismo, ser capaz de identificarlas, reconocerlas y nombrarlas.

Reconocer las emociones en los demás y emplear nuestra capacidad para manejar las relaciones interpersonales de forma adecuada.

La inteligencia emocional hace referencia a unas habilidades que son tanto de tipo personal como de relación social, en las que las emociones, su conocimiento y su gestión tienen un papel muy relevante.

A continuación, voy a citar algunos errores comúnmente aceptados sobre la inteligencia emocional.

Ser emocionalmente inteligentes no significa sólo “ser amable”, porque hay momentos en los que no se requiere precisamente la amabilidad sino, por el contrario, afrontar abiertamente una realidad incómoda que no puede eludirse por más tiempo.

Desarrollar nuestra inteligencia emocional tampoco quiere decir que debamos dar rienda suelta a nuestros sentimientos y “dejar al descubierto todas nuestras intimidades” sino que se refiere a la capacidad de expresar nuestros propios sentimientos del modo más adecuado y eficaz.

El grado de desarrollo de nuestra inteligencia emocional no está determinado genéticamente y tampoco se desarrolla exclusivamente en nuestra infancia. A diferencia del cociente intelectual, que apenas varía después de cumplir los diez años, la inteligencia emocional constituye un proceso de aprendizaje mucho más lento, que prosigue durante toda la vida y que nos permite ir aprendiendo de nuestras experiencias. Las personas desarrollan progresivamente mejor este tipo de aptitudes en la medida en que se vuelven más capaces de manejar sus propias emociones e impulsos, de motivarse a sí mismos y de perfeccionar su empatía y sus habilidades sociales. Y no convendría olvidar que madurez es la palabra con la que tradicionalmente nos hemos referido al desarrollo de la inteligencia emocional.

CAPÍTULO 2

HAGAMOS UN POCO DE HISTORIA

En la tradición occidental, nuestras emociones y sentimientos, y sus implicaciones en nuestras vidas, solo han sido objeto de estudio y se les ha prestado la debida atención a partir de la segunda mitad del siglo XX. Hasta entonces, estaba muy mal visto incluso hablar del tema, cuánto más el hecho de dedicarle tiempo a estudiarlas y entenderlas.

Durante los últimos dos milenios, en lo referente al mundo emocional, existían básicamente dos vertientes, asociadas por desgracia, al sexo de la persona.

De hecho, hasta en las sociedades griega y romana, consideradas como muy avanzadas para su época, la igualdad entre sexos no fue nunca una realidad. Las mujeres no tenían los mismos derechos que los hombres. Las féminas tenían vetado el acceso a casi todos los espectáculos públicos, a la cultura y a la educación de forma radical, y estaban fuertemente discriminadas por razón de su género, aunque el cine y la literatura posteriores, nos hayan hecho creer lo contrario.

En la época renacentista, con esa vuelta a la tradición greco-romana y la sublimación de las artes y las ciencias, las mujeres continuaron relegadas a un papel muy secundario. De hecho, no ha llegado hasta nosotros ninguna obra literaria o pictórica de esa época, realizada por una mujer. Es cierto que estas sociedades eran avanzadas, pero poco igualitarias, tanto en el fondo como en la forma.

En cuanto a los hombres, ellos no podían demostrar emociones, si es que las tenían, porque eran únicamente la expresión de un síntoma de debilidad que no debían permitirse tener. Eso de “los chicos no lloran”, “los hombres deben ser fuertes”, etc. Esta represión emocional le ha ocasionado al género masculino demasiados problemas a lo largo de la historia. Los hombres tenían que ir a la guerra, matar, arrasar y castigar duramente al enemigo. Los varones, estaban obligados a ser violentos y el que no lo fuera, sufría el oportuno castigo, en forma de muerte, o en el mejor de los casos, de desprecio y marginación social. Por el contrario, tenían acceso, aunque limitado a su poderío social y económico, al arte, la cultura, etc.

Por lo que respecta a las mujeres, ellas sí podían tener emociones, como parte inherente a su sexo femenino, pero el mero hecho de tenerlas y expresarlas era considerado como una especie de “defecto”, propio de su condición de hembras.

Evidentemente, no hay nada más absurdo, y visto con una perspectiva histórica también ha sido muy dañino para las mujeres, que han sufrido sus consecuencias por muchos años (y las siguen sufriendo).

Durante el romanticismo, las emociones comenzaron a cobrar fuerza, arrastradas por la literatura y el cambio social de la época, pero no fueron objeto de estudio. En esta época, se sublimó el exceso en las pasiones hasta límites insospechados y de trágicas consecuencias.

Evidentemente, debo mostrar aquí mi más profundo rechazo hacia estas formas arcaicas de acercarse a nuestras emociones, entre otras cosas por el tufo retrógrado y machista que las adorna. Creo que no entraré a valorarlas más en profundidad, para no entrar en jardines de los que, no sé si encontraría fácilmente una salida airosa.

Sin embargo, en la tradición oriental, las emociones y los sentimientos siempre formaron parte de la terapéutica tradicional, y de hecho tienen un apartado propio en casi todos los tratados de medicina oriental, a lo largo de varios milenios. En esos ancestrales volúmenes se recomienda una adecuada gestión emocional como modo de conseguir la salud física y mental. Se catalogan y definen las emociones y los sentimientos y se asocian a nuestra vida como un elemento esencial de la misma.

No pretendo hacer aquí un glosario exhaustivo del tratamiento que hacen todas las terapias orientales de nuestro mundo emocional, pero sí quiero destacar el inmenso trabajo empírico que debió suponer a aquellos estudiosos de la antigüedad conseguir adelantarse a nuestros científicos actuales en varios milenios.

La tradición oriental siempre tuvo un enfoque holístico del que, por desgracia, han carecido siempre nuestra filosofía y nuestra medicina.

La sicología y otras disciplinas, comenzaron a acercarse a nuestro mundo emocional, aunque de manera muy superficial, desde finales del siglo XIX, y de manera progresiva, fueron aproximándose a él, hasta nuestros días. Durante los años 60 se disolvieron algunos de los mitos ancestrales al respecto de la expresión emocional, luchando contra los tabúes que la mantenían en lo más oculto de nuestras vidas, permitiendo y fomentando su estudio posterior.

Es en la década de los 90, con la aparición del best-seller “Inteligencia Emocional”, escrito por David Goleman en 1995, cuando la preocupación por el estudio de nuestras emociones cobra fuerza, y comienza paulatinamente a formar parte de nuestras vidas de manera activa. Evidentemente, no ha sido Goleman el único que ha estudiado nuestras emociones de una manera científica, pero sí que es considerado el impulsor de la aproximación mediática a este fenómeno. En los últimos años, las neurociencias y su estudio del cerebro, están aportando numerosos e importantísimos descubrimientos sobre su funcionamiento y los procesos mentales que ocurren en su interior.

Pero creo que, este es el momento de acercarte mi propia visión de la inteligencia emocional, de despojarla de ese cariz científico que la aleja del común de los mortales por su complejidad y tecnicismo, y traer a la palestra mi modesta aportación, mi pequeño granito de arena para ayudarte a gestionar mejor tus emociones y a que, por ello, tu vida sea mucho más plena, feliz y enriquecedora para ti y tu entorno.

En cuanto a la presunta diferenciación en la expresión emocional entre mujeres y hombres, cabe decir que las mujeres no son emocionalmente más inteligentes que los hombres ni viceversa porque, en este sentido, cada persona posee su propio perfil de fortalezas y debilidades. Algunos de nosotros, por ejemplo, podemos ser muy empáticos pero carecer de la habilidad necesaria para controlar nuestra propia ansiedad; mientras que otros, por su parte, pueden ser conscientes de los más mínimos cambios de su estado de ánimo sin dejar por ello, no obstante, de ser socialmente incompetentes. Es cierto que, en tanto que colectivos diferenciados, las mujeres y los hombres tienden a compartir un perfil específico de género que configura un conjunto singular en el campo de la inteligencia emocional. Sin embargo, en términos generales hay que hablar más de similitudes que de diferencias. De hecho, una estimación global de las fortalezas y debilidades de la inteligencia emocional de los hombres y de las mujeres no muestra la existencia de diferencias significativas entre ambos sexos.

De hecho, ese dicho popular que dice que las mujeres son más emocionales que los hombres, es radicalmente falso. La diferencia básica consiste en que ellas expresan generalmente sus emociones de una forma más libre que los hombres. No obstante, parece ser que sí que existen algunas diferencias de género, entre las que destacaré las siguientes:

Las mujeres suelen ser más conscientes de sus emociones, mostrar mayores niveles de empatía y ser interpersonalmente más diestras que los hombres.

Y los hombres, por su parte, suelen mostrar un mayor optimismo, mayor confianza en sí mismos, una mayor capacidad de adaptación y más habilidades para hacer frente al estrés.

Pero existen serias dudas sobre si estas diferencias son fruto de la asunción de los antiguos roles de sexo o debidas a factores genéticos realmente diferenciadores. Si somos diferentes porque hemos asumido papeles diferentes a lo largo de la historia, o porque realmente no somos iguales en este tema.

Estoy convencido de que el siglo XXI, este en el que nos ha tocado vivir, con el paso del tiempo, será conocido como el momento del despertar emocional de nuestra sociedad, de nuestro mundo, en un proceso sin retorno que nos lleve a integrar nuestras emociones en nuestra vida diaria como una parte insoslayable de nuestro compromiso con nosotros mismos. Nuestras emociones están llamando a nuestra puerta cada con más firmeza para reclamar el papel que les corresponde, y tengo la impresión de que van a conseguirlo. El tiempo me dará o no la razón, pero espero estar en lo cierto.

CAPÍTULO 3

UNA CUESTIÓN DE VELOCIDAD Y ACELERACIÓN

No, no estoy loco. Al menos, no demasiado…

¿Qué tienen que ver la velocidad y la aceleración con la necesidad de acercarnos a nuestras emociones?

Supongo que te habrás hecho esta pregunta nada más leer el título de este capítulo. Tranquilo, yo también me la habría hecho. Solo te pido un poquito de paciencia…

En primer lugar, vamos a definir lo que significan estos dos términos.

El diccionario de la RAE define la velocidad “como la magnitud física que expresa el espacio recorrido por un móvil en la unidad de tiempo”. (Quiero aclararte que en esta definición “un móvil” no es un teléfono, aunque si lo lanzamos con fuerza, adquiera también una cierta velocidad). Es decir, que la velocidad vendría a ser, simplemente, el espacio recorrido en un tiempo determinado.

Asimismo, la Real Academia de la Lengua define la aceleración como “la magnitud que expresa el incremento de la velocidad en la unidad de tiempo”. O sea, como cambia la velocidad con el tiempo; si se incrementa, si disminuye o si se mantiene constante.

Una vez definidos los dos términos, procedo a explicarte qué tienen que ver en todo esto la velocidad y la aceleración. No ha sido tan larga la espera, ¿verdad?

Hace un tiempo, yo solía explicar la necesidad de implicarnos en nuestro mundo emocional asociándola al concepto de la velocidad del cambio. La explicación es bastante sencilla. En nuestro fuero interno, no nos gustan los cambios (a mí tampoco me gustan, no soy especial en este punto, aunque me dedique a apoyar a otros a gestionarlos de manera eficaz; únicamente sé enfrentarme a ellos con algo más de soltura que otros). Odiamos los cambios porque requieren de un profundo esfuerzo de adaptación a ellos por nuestra parte.

El ser humano detesta los cambios, como parte inherente a su naturaleza interior. Solemos disfrutar de los beneficios que nos pueden ofrecer, pero, como concepto, no los soportamos. Solo te pido un pequeño ejercicio de introspección para que seas consciente de esta realidad y veas que a ti tampoco te gustan.

Para referirme a esta cuestión en mis charlas y talleres suelo hacerle al público asistente dos preguntas muy simples. Les digo: “Por favor, que levanten la mano todos aquellos que hace 25 años tenían un teléfono móvil” (Esta vez sí que me estoy refiriendo al aparatito ese que nos sirve para comunicarnos a distancia, no como en la definición de velocidad de la RAE). Por lo general, tan apenas aparecen levantadas una o dos manos. A continuación, les formulo la segunda pregunta: ¿Quién de entre vosotros, a día de hoy, tiene al menos un teléfono móvil? El resultado, evidentemente, cambia de forma ostensible. En esta ocasión, solo hay una o dos personas, como mucho, que no hayan alzado la mano.

Les hago ver que, en apenas un cuarto de siglo, hemos pasado de considerar al teléfono móvil un aparato extraño que solo tenían unos cuantos individuos a los que podríamos considerar como “raros”, a no poder salir de casa sin el nuestro. Ahora el “raro” es el que se niega a tener uno, y generalmente suelen ser personas mayores a las que esto de la tecnología les ha pillado fuera de juego. En alguna ocasión, he ilustrado mi exposición con imágenes de aquellos cacharros enormes y feísimos que solíamos usar hace unos pocos añitos, solo para que los más jóvenes del público, esos que ven el ordenador o el Smartphone como algo natural en su vidas diarias, se den cuenta de cuánto ha cambiado ese dispositivo. Suelen sorprenderse bastante, por cierto…