El clima que cambió el mundo - Marcus Roselnlund - E-Book

El clima que cambió el mundo E-Book

Marcus Roselnlund

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En este libro, el protagonista, el clima, se impone como principal eje articulador de toda la historia de la humanidad, asevera Rivera Mir en el prólogo. Este es un trabajo analítico en el que dialogan las ciencias con las humanidades. ¿En qué medida la caída de Roma estuvo determinada por el cambio climático? ¿Cuál es la relación de la Revolución francesa con la explosión de un sistema volcánico en Islandia? ¿La civilización Maya con El niño? ¿El viento y Kublai Khan? Estas páginas recorren diversos momentos y geografías. Quien lea este libro se sorprenderá al admirar la profunda interconexión que tiene el planeta, y cómo la historia está íntimamente ligada a los fenómenos climáticos, y viceversa. Este libro recibió el Premio Sociedad de la Swedish Literature, y el Premio al Mejor Libro Informativo en Finlandia.

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EL CLIMA QUE CAMBIÓ EL MUNDO

COLECCIÓN ENSAYO

EL CLIMA QUE CAMBIÓ EL MUNDO

Original title: Väder som förändrade världen

Text © Marcus Rosenlund 2018

Published originally in Swedish by Schildts & Söderströms

Published by agreement of Helsinki Literary Agency (Helsinki, Finland)

Primera edición, 2021

D.R. © 2020, Marcus Rosenlund

D.R. © 2020, Gwennhael Huesca Reyes, por la traducción

Director de la colección: Emiliano Becerril Silva

Diseño de portada: Eréndira Derbez

Cuidado editorial: Karla Esparza

Formación: Lucero Vázquez

D.R © El Colegio Mexiquense, A.C.

Ex Hacienda Santa Cruz de los Patos

Col. Cerro del Murciélago

C.P. 51350, Zinacantepec, México

www.cmq.edu.mx

D.R. © 2021, Elefanta del Sur, S.A. de C.V.

Tamaulipas 104 interior 3,

Col. Hipódromo de la Condesa

C.P. 06170, Ciudad de México

[email protected]

www.elefantaeditorial.com

@ElefantaEditor

elefanta_editorial

ISBN ELEFANTA EDITORIAL: 978-607-8749-33-1

ISBN EL COLEGIO MEXIQUENSE: 978-607-8836-00-0

ISBN EBOOK: 978-607-9321-99-4

Todos los Derechos Reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización por escrito de los editores.

EL CLIMA QUE CAMBIÓ EL MUNDO

MARCUS ROSENLUND

PRÓLOGO: SEBASTIÁN RIVERA MIR

TRADUCCIÓN: GWENNHAEL HUESCA REYES

ÍNDICE

Prólogo

Prefacio

1. La gran inundación

2. Por donde nosotros (y ellos) anduvimos alguna vez

3. Bienvenido al Holoceno

4. Los dioses del tiempo son protestantes

5. Kamikaze, el viento de los dioses

6. El sueño del país verde

7. Doggerland, la Atlantis del Mar del Norte

8. Inviernos volcánicos y niebla mortal

9. El más grande y peor momento de Europa

10. El tubérculo que alimentó Europa

Epílogo

Selección de fuentes y literatura

PRÓLOGO

LA TAREA DE DIVULGACIÓN DE LAS CIENCIAS REGULARmente presenta como principal desafío recorrer con prudencia el delgado límite entre la banalización de los contenidos en pos de mostrar un resultado entretenido y la posibilidad de caer en explicaciones especializadas densas e incluso inentendibles para los lectores. El presente libro logra con maestría mostrarnos un tema complejo, sin reducir sus alcances y a la vez exponiendo con profundidad y sencillez las principales implicaciones de un tema candente: el impacto del cambio climático en nuestras sociedades.

Esta temática no es abordada desde una perspectiva que enfatice las narrativas fatalistas, ni al contrario, subestimando los efectos problemáticos que esto está provocando en nuestro planeta. Se trata más bien de una mirada que pone en contexto la relación estrecha entre los procesos históricos y el clima. Con este objetivo Marcus Rosenlund nos sitúa frente a diferentes situaciones en distintas partes del planeta, invitándonos a un viaje que comienza en las estepas africanas y continúa con el desarrollo de las antiguas civilizaciones, hasta los grandes procesos históricos de la modernidad. En este relato, incluso aquellos problemas que parecieran lejanos al mundo que nos rodea se convierten en narraciones en las que se pueden encontrar vínculos con las dificultades que enfrentamos de manera cotidiana. Tal vez fue este acercamiento lo que contribuyó a que la versión finlandesa del libro publicada en 2018 recibiera el State Award for Information Publication en Finlandia y el premio de la Society of Swedish Literature. De hecho, su autor es un periodista científico que se ha enfocado en la divulgación social de la ciencia desde hace ya algunos años, por lo que no es casualidad que logre un manejo fluido del tema, una apuesta narrativa interesante y una visión crítica de los procesos históricos.

El clima que cambió el mundo nos lleva a ciudades que existen sólo en nuestra imaginación, imperios extraordinarios que desaparecieron por razones inexplicables, grandes proezas que se basaron en decisiones sencillas, antiguas leyendas familiares que parecieran relacionarse con datos científicos que explican el devenir de la humanidad. En esta diversidad de temáticas, de acercamientos posibles, de saltos entre distintas temporalidades, el autor nunca pierde el hilo central del relato. El protagonista, el clima, se impone como el principal eje articulador de toda la historia de la humanidad, de sus principales logros, pero también de sus fracasos.

Si fuera necesario definir a quién van dirigidas las siguientes páginas, las posibilidades son amplias. A grandes rasgos la propuesta del autor nos conduce hacia la historia, pero no se queda sólo en ella. También se adentra en la biología, en las ciencias naturales, en la sociología, en la meteorología, y en otras múltiples disciplinas científicas que han aportado en la comprensión del desarrollo, y también en la proyección del posible futuro, de la humanidad. Por ello, los lectores encontrarán a lo largo del texto múltiples perspectivas analíticas, que suelen mantenerse en el ámbito académico distantes unas de otras.

En este mismo sentido, este libro de noficción ofrece además una perspectiva que permite a los lectores involucrarse en el análisis de los problemas propuestos. En lugar de entregar respuestas definitivas, el autor pareciera apuntar a que cada lector saque sus propias conclusiones. De ese modo, las siguientes páginas también pueden convertirse en un acicate para la curiosidad, en una forma de penetrar temáticas desconocidas, o simplemente, en un incentivo para nuevas lecturas, para otras búsquedas.

Desde una perspectiva local, la forma de acercar las temáticas relacionadas con el cambio climático representan una estrategia narrativa novedosa para el escenario mexicano. La mirada de largo plazo, que además combina acontecimientos desarrollados en diferentes espacios geográficos, entra en diálogo con otras propuestas que se enfocan en los debates específicos relacionados con esta temática y que encontramos disponibles actualmente en periódicos, revistas y otros libros especializados. De ese modo, Rosenlund amplía el repertorio de posibilidades analíticas, reitero, sin perder profundidad en el tratamiento de cada una de las facetas mencionadas.

Finalmente, la intención de El Colegio Mexiquense y Elefanta Editorial al poner en circulación el presente libro responde a las necesidades compartidas de aportar al debate sobre las consecuencias que el cambio climático está ocasionando. Este tema no puede ser ajeno a las preocupaciones de los organismos interesados en el ámbito cultural, ya que, como muy bien explica El clima que cambió el mundo, no se puede enfrentar sólo como un problema académico o científico, sino que su solución requiere poner en cuestionamiento la misma conformación de nuestras sociedades.

Sebastián Rivera Mir

El Colegio Mexiquense

PREFACIO

“DURANTE LA GUERRA DE INVIERNO HACÍA TANTO FRÍO por las noches que los urogallos morían congelados, posados en hileras en las ramas de los abetos. Por la mañana los recogíamos de los árboles y los cocinábamos”.

Mi abuelo contaba muchas historias de la guerra y ésta era una de sus favoritas. Siempre procuraba señalar que Finlandia había salido victoriosa gracias al frío, porque los soldados finlandeses estaban mejor templados para soportarlo. Mi abuelo no era el único que opinaba así. El mito del general Invierno que estuvo del lado blanquiazul se ha convertido con el tiempo en una verdad a medias en Finlandia.

¿Hacía tanto frío durante la Guerra de Invierno como cuenta la leyenda? Sí y no. El invierno de 1939-1940 fue inesperadamente frío en general, el primero de tres temporadas severas. Pero en la fase inicial de la guerra, hasta el 14 de enero, fue inusualmente templado, de uno a tres grados por encima de lo normal. Por fortuna para Finlandia, podemos decir. El clima moderado no permitió que las bahías y lagos de la punta de Carelia se congelaran por completo. El Ejército Rojo, por lo tanto, no pudo aprovechar la superficie helada para transportar sus pesados vehículos de combate y sus tropas, y se vio obligado a avanzar por los angostos pasajes entre los lagos. Esto facilitó de manera considerable la tarea de la defensa finlandesa. Fue durante esta etapa inicial de tiempo benévolo que Finlandia consiguió vencer en Suomussalmi y Raate.

A mediados de enero, el frío golpeó en serio, con temperaturas nocturnas de −40 °C o menos. La capa de hielo en los cuerpos de agua del istmo de Carelia crecía a un ritmo acelerado. Muy pronto fue suficiente para soportar el peso de los vehículos blindados de los soviéticos. El Ejército Rojo pasó su armamento por la bahía congelada de Viborg y atacó por detrás a la defensa. Las tropas finlandesas intentaron cortar o perforar el hielo para hundir a los soldados soviéticos, pero el agua se congelaba de nuevo con rapidez.

Los cielos claros típicos de la alta presión y el frío invernal facilitaron a los pilotos de los bombarderos soviéticos encontrar sus objetivos en Helsinki. Con el frío llegaron las dificultades para Finlandia, no para la Unión Soviética.

Mi abuelo volvió del frente ileso, pero nunca dejó de mirar el termómetro. Durante décadas llevó un registro cuidadoso de la temperatura, el tiempo y el viento en Grankulla y en la cabaña de Barösund, tres veces al día, hasta bien avanzada la década de 1990. Todos sus almanaques y notas meteorológicas están en algún rincón del ático de mi madre, en caso de que se necesiten un día —hermoso o lluvioso— de estos.

Tras los pasos de mi abuelo, me convertí en un apasionado meteorólogo amateur. Mi cabeza matemática no fue suficiente para la meteorología de verdad, pero hay otras maneras de hablar del clima y el viento.

Algo así es este libro. Quiero dedicarlo a mi abuelo, Erik Larsson, un soldado valiente y el piloto más veloz de motonieve en Grankulla. ¡Gracias por todo, abuelo!

Esbo, 18 de septiembre de 2018

Marcus Rosenlund

1. LA GRAN INUNDACIÓN

Hoy por la antigua Rungholt pasé, hace seiscientos años la ciudad fue destruida.

Todavía las olas son salvajes, golpean, como cuando tomaron tierra firme.

El vapor emite un estruendo quejumbroso, del agua surgió una carcajada pavorosa.

Rebelde, Blanco Hans.

Detlev von Liliencron, “Trutz, Blanke Hans”

SE DICE QUE TODAVÍA HOY, EN LOS DÍAS SIN VIENTO, puede escucharse el repique de la campana de la iglesia de la ciudad de Rungholt, sumergida bajo las olas del Mar del Norte. Los difuntos son quienes tocan las campanas para prevenir a los vivos cuando una tormenta intensa está por llegar. Eso se dicen.

Bueno, para ser honesto, no he pensado en escribir un libro sobre lo que se dice, sino sobre lo que es o ha sido. Sin embargo, es un hecho que lo que se dice de los viejos tiempos tiene sus raíces en lo que ha sido. Es probable que haya al menos una pizca de verdad en esta antigua historia de fantasmas del noroeste.

Encendemos la máquina del tiempo y colocamos el timón hacia la Edad Media tardía. Abrochen sus cinturones, habrá un poco de turbulencia, eso lo sé.

Es enero de 1362 y una tormenta se acerca. El puerto de Rungholt, en el condado danés de Slesvig, pronto desaparecerá del mapa. Literalmente. Pero no sólo Rungholt: cuando la tormenta pase, será necesario dibujar de nuevo el mapa de la costa del Mar del Norte. Cien mil personas, quizá menos o muchos más, nadie sabe con exactitud, encontraron la muerte en el agua helada y oscura que la tempestad empujó tierra adentro.

Pero el mar da y el mar quita, como se dice. Al mismo tiempo que el futuro de una ciudad —Rungholt— es borrado por el mar, se crean las condiciones para que otro asentamiento —Ámsterdam— vaya al encuentro de un porvenir radiante, como el corazón de un imperio global de comercio y navegación.

Grote Mandrenke es el nombre de la tormenta en alemán del norte, “el gran ahogador de hombres”. También se conoce como Zweite Marcellusflut, la segunda inundación de san Marcelo. La primera, en 1219, también ocurrió el 16 de enero, día de san Marcelo, y fue una tormenta igual de fatal y destructiva. Las cada vez peores tempestades de esa época se explican, al menos en parte, porque Europa se encaminaba a un periodo más frío. La llamada Pequeña Edad de Hielo se acercaba. Poco a poco el Ártico se enfriaba más y la capa de hielo empezaba a extenderse sobre el mar, lo que causaba diferencias de temperatura cada vez más grandes entre el norte y el sur, las cuales alimentaban las tormentas que entraban al continente desde el oeste.

El asesino de Rungholt, la catástrofe de la inundación, toma la forma de una tempestad del suroeste que surge en el Atlántico. En su camino hacia el noreste, su fuerza crece hasta convertirse en un huracán y el 15 de enero llega a Irlanda y el sur de Inglaterra, donde causa una devastación descomunal. Todos los bosques, cientos de miles de árboles, son aplastados contra el piso. Un cronista anónimo, quizá un monje dominico de la catedral de Canterbury, describe el momento así:

A la hora de la misa de la tarde, la tormenta llegó con remolinos que nunca se habían visto en Inglaterra, los cuales derribaron gran parte de casas y edificaciones. Los árboles frutales de los jardines y otros lugares, igual que los árboles que poblaban el bosque, fueron arrancados de la tierra con sus raíces causando un estruendo terrible, como si el Día del Juicio hubiera llegado. Gran temor y angustia se apoderó del pueblo de Inglaterra, nadie sabía dónde buscar refugio, pues las torres de las iglesias, los molinos de viento y muchas viviendas habían colapsado contra el suelo.

Entre las torres de iglesias que se derrumbaron está la aguja de madera de la catedral de Norwich, que se quebró como un cerillo y atravesó el techo del templo. Las catedrales de Salisbury y Winchester también sufrieron daños graves.

Lo peor está por venir. Ahora es el turno del continente. Cuando el Mar del Norte empieza a levantarse no queda nada más que la artimaña universal para quien está a su paso: rogar a Dios y esperar lo mejor.

Cuando la tormenta ingresa al continente empuja por delante una enorme masa de agua sobre la costa baja y plana. Una combinación desafortunada de ventarrones, marea alta y presión atmosférica en extremo baja en el núcleo de la tormenta hace que el nivel del agua se eleve incontables metros para dar paso a una inundación extraordinaria, como un tsunami. Uno de esos acontecimientos con los que los habitantes de las tierras bajas de la costa en todo el mundo tienen pesadillas. Se trata del mismo fenómeno fatal que en la historia reciente hizo tan destructivos a los huracanes Katrina y Sandy en Estados Unidos, por no hablar del ciclón que golpeó Bangladesh en 1991, cuya inundación de seis metros tomó más de 140 000 vidas humanas y dejó a diez millones sin hogar.

En 1362, tenemos el pequeño puerto medieval danés de Rungholt. Si echamos un vistazo a un mapa actual de la costa del Mar del Norte, no encontraremos ninguna ciudad con ese nombre. No es extraño, puesto que ya no existe.

Se cree que la ciudad estaba en una península junto a lo que ahora es la costa de Nordfriesland. La inundación de 1362 partió la península en dos para formar la isla Strand. El agua también arrasó con otras partes del terre-no, como en la que se asentaba la ciudad de Rungholt.

La gran isla de Strand, con sus 220 m2, tampoco logró sobrevivir. En una inundación posterior se dividió en las islas Pellworm, Nordstrand —hoy península de nuevo—, Nordstrandischmoor y Südfall.

En algún lugar entre ellas, en el fondo del mar, yacen hoy los restos de lo que fue el orgulloso puerto medieval de Rungholt. ¿Escuchan ya las campanas de la iglesia?

Por supuesto, algunos historiadores han dicho que ésta es sólo una historia de fantasmas y se han negado a reconocer que Rungholt existió alguna vez. Pero la mayoría de los expertos coinciden en que una ciudad costera de nombre Rungholt estuvo en el entonces condado de Slesvig. El nombre de Rungholt aparece, entre otros, en un mapa del siglo XVII, aunque el cartógrafo Johannes Meyer no haya visto la ciudad más que en un mapa antiguo, con fecha de 1240. También existe un contrato de 1361 entre dos comerciantes, uno de Rungholt y otro de Hamburgo.

Mapa de Schleswig-Holstein (Johannes Meyer, 1652).

La zona arrasada por la inundación de 1362 está sombreada en el contorno. La ciudad de Rungholt está en la bahía al sur de Nordstrand.

Se ha encontrado evidencia arqueológica abundante en las profundidades del Mar de Frisia, donde se cree que estuvo Rungholt: baldosas de arcilla, espadas, objetos de cerámica y huesos. Incluso se han hallado fuentes y una vieja esclusa.

No cabe duda de que la tormenta que ahogó Rungholt sucedió. También es seguro que la destrucción fue extrema, incluso cuando la cantidad de víctimas que se menciona por lo general, 100 000 personas, suele considerarse exagerada. El conocido climatólogo británico Hubert Lamb señaló que la cifra debió rondar los 300 000.

Si consideramos que cuando la tempestad llegó el territorio estaba en parte deshabitado por la mortandad causada por la epidemia de peste que asoló Europa en el siglo XIV, es probable que el número de muertos más elevado sea desmesurado. Hablamos, de cualquier modo, de una cantidad espectacular de víctimas fatales en relación con la población del continente en ese momento. En 1350, toda Europa tenía apenas 70 millones de habitantes, un poco más que Francia en la actualidad.

En conjunto, el siglo XIV en Europa estuvo dominado de una u otra manera por la muerte y la miseria. Los siglos de calor, cosechas generosas y abundancia, que los historiadores llaman Baja Edad Media, hasta finales del siglo XIII, eran cosa del pasado. Esta época corrió en paralelo con lo que los climatólogos llaman el periodo cálido medieval, entre 950 y 1250, aproximadamente. Tres siglos de sol radiante y calor, como en los veranos de la infancia de mi abuela.

La población de Europa, así como sus ciudades, crecieron y prosperaron durante esos buenos años. Fue el primer proceso de urbanización desde la Antigüedad, algunos historiadores hablan hasta de sobrepoblación. ¿Por qué no? Por lo regular había y sobraba comida gracias a las innovaciones como los tres turnos de trabajo y el pesado arado. La rueda de la economía giraba a una velocidad que el continente no experimentaría de nuevo hasta el siglo XIX. El comercio floreció en los poderosos Estados italianos y en las ciudades de la Liga Hanseática —asociación de comerciantes alemanes provenientes, sobre todo, de los puertos del mar Báltico—. Los asentamientos portuarios, como Rungholt, no fueron la excepción.

Se construyeron catedrales magníficas en Colonia, York y París, como Notre Dame, por nombrar algunas. Se fundaron también las primeras universidades en Bolonia, Oxford y Salamanca.

De manera relativa, fueron tiempos de paz y tranquilidad. Algunos de los bárbaros más devastadores no estaban activos —excepto por la fugaz invasión de los mongoles (véase el capítulo 5)— y era raro que hubiera guerras, sin contar las Cruzadas. Los caballeros tenían tiempo de sobra para participar en torneos y salvar princesas de dragones. O al menos para soñar que rescataban princesas de dragones. También había tiempo para contar historias. En esta época se escribió el relato del rey Arturo. Por supuesto, eran los tiempos de Robin Hood.

En otras palabras, Europa la había pasado bien por un largo rato. Pero la felicidad no dura para siempre: apenas comenzó el siglo XIV, la Baja Edad Media dio paso a la etapa tardía y todo empeoró de súbito. La Pequeña Edad de Hielo arribó con frío, lluvia, cosechas malogradas y escasez. Comenzó con la hambruna catastrófica de 1315 a 1317, siguió la peste que casi acaba con Europa a la mitad del siglo y después fue el turno del Gran Ahogador de Hombres.

“La Pequeña Edad de Hielo, ¡bah!”, pueden exclamar algunos acerca de un periodo que ni siquiera en su momento más gélido, el siglo XVII, fue un grado más frío que el siglo XX, visto en conjunto. Pero no podemos perder la perspectiva por la tan discutida temperatura promedio, que no cuenta toda la verdad ni revela nada sobre las circunstancias locales. Se necesita en última instancia una pequeña mirada a uno de los dos lados para llegar a un alboroto que resuena a lo largo de los siglos.

En 1362, el puerto de Rungholt, en la ciudad danesa de Slesvig, tiene entre 2 000 y 4 000 habitantes, las estimaciones varían. Hoy no parece mucho, pero equivale más o menos a la población de Estocolmo en ese tiempo.

Se dice que Rungholt tiene un embarcadero con un tránsito muy activo, al que llegan y del que zarpan buques del Báltico, el Mediterráneo e incontables lugares. Las naves de la Liga Hanseática cargan mercancías aquí con regularidad. Desde Rungholt salen a diario barcos con lana, ganado, ámbar y sobre todo sal —una materia prima costosa durante la Edad Media—, con destino a Renania y Flandes, entre otros. También se importan productos como la porcelana de España.

En el malecón bullicioso, los comerciantes venden pescado fresco, ostras y redes para pescar, mientras los músicos callejeros y los trovadores entretienen a los pea-tones. En las numerosas tabernas de la ciudad los viajeros refrescan su garganta y los burdeles ofrecen compañía a cambio de una moneda. Rungholt tiene todos los rasgos de un puerto mercante de la Edad Media o de cualquier otra época. Los comercios florecen y la economía prospera, se dice que la ciudad era tan rica como Roma.

Demasiado bien, dirán algunos. Delante de la ruina va la soberbia y todo eso. Dios no ve con buenos ojos el comportamiento pecaminoso en Rungholt y sus calles, dicen las malas lenguas.

Un relato del siglo XVI revela cómo pudo ser la noche en que la gota derramó el vaso para nuestro Señor, por decirlo de alguna manera. Dos campesinos han decidido que le harán una broma al cura de la localidad. Van a buscarlo para que dé los santos óleos a un hombre moribundo. Pero no hay tal hombre, es un cerdo al que los bromistas han emborrachado con cerveza, lo han disfrazado y recostado en la cama.

Cuando el cura descubre que lo han engañado, los dos compañeros de copas lo sujetan, le escupen y lo obligan a beber. Los maleantes también vierten cerveza en la bolsa en la que el sacerdote lleva los instrumentos para la extremaunción.

Cuando el párroco al fin logra liberarse, va de inmediato a la iglesia y pide a Dios que castigue a esos dos bandidos. Poco después, el cura tiene una revelación y comprende que debe escapar sin demora. Reúne sus pertenencias y se dirige a una iglesia situada en lo alto de la ciudad vecina de Eiderstedt.

Esa noche el agua de la tormenta rompe los diques y arrastra la ciudad al fondo del mar. Dice la leyenda que Rungholt permanece intacta en las profundidades y que las campanas de la iglesia repican para advertir cuando se acerca una tormenta.

La sucesión exacta de los acontecimientos la noche de la tormenta de san Marcelo, como detalles sobre la suerte de un sujeto en particular, es algo sobre lo que sólo podemos especular. Pocas descripciones de testigos oculares han perdurado hasta nuestros días. Podemos entender que nadie se haya tomado el tiempo para hacer notas en 1362. La gente estaba muy ocupada intentando sobrevivir.

El cura, el cerdo y los amigos de copas son por supuesto parte de una narración inventada. Sin embargo, que en el presente todavía relatemos estas historias sobre la tempestad, más de 600 años después, indica lo traumático que fue el Gran Ahogador de Hombres. Se han escrito libros y poemas sobre la inundación y Rungholt, como la balada de Detlev von Liliencron, “Trutz, Blanke Hans”, de 1882. ¿De qué fenómeno climatológico actual se hablará en 2600?

El ya citado cronista anónimo de Canterbury, uno de los pocos que registró detalles de la tormenta mientras sucedía, no tenía la intención de reportar el fenómeno, de hecho, iba a escribir sobre un torneo que tendría lugar en Londres el 17 de enero. En el momento, cambia de opinión y describe la tormenta que irrumpe el día 15. El cronista, con mucha probabilidad un monje, también considera que la tormenta es el castigo de Dios por la vida de pecado de la humanidad, con torneos y espectáculos tan frívolos y ridículos.

El cronista advierte también que una gran parte de los daños son irreparables, de nuevo, por la falta de población en general y de expertos en los oficios en particular. Esto ocurre, como mencionamos, no mucho después de los estragos causados por la peste.

Los libros contables de la época muestran que se destina dinero para reparar los edificios afectados por el vendaval. El rey Eduardo III contrata ese verano 51 carpinteros para arreglar la valla que rodea su coto de caza en Clarendon.

La incomprensible y poderosa inundación cubre no sólo Rungholt y otros lugares del continente. También desaparecen el puerto pesquero de Ravenser Odd, en Yorkshire y Dunwich, en la costa inglesa occidental —la historia de fantasmas de las campanas de la iglesia que tocan bajo el mar se cuenta en Inglaterra acerca de Dunwich—, así como otras 60 comunidades en el territorio danés de Slesvig.

La tormenta redibuja de manera radical buena parte de la ribera del Mar del Norte. Todas las islas desaparecen y otras emergen en lo que antes eran penínsulas. La tierra no es muy firme ahí, está formada en gran parte por sedimentos sueltos depositados en la Edad de Hielo. El contorno de la línea costera original configura hoy la cadena de islas que corren por la orilla de Dinamarca, Alemania y los Países Bajos.

Una razón de peso por la que la inundación de san Marcello causa tanta destrucción es que muchas personas habían muerto por la peste unas décadas antes. Las provincias estaban deshabitadas, de lo contrario esa población hubiera mantenido y mejorado el muro protector, que por lo regular funcionaba como un freno rudimentario contra los estragos de las tormentas. Construir murallas artificiales en las costas es la única alternativa cuando las barreras naturales se han perforado y debilitado. Este debilitamiento ocurría desde tiempo atrás. El sedimento que bordeaba la costa holandesa había empezado a desecarse desde el año 1000. Entonces se construyeron las primeras murallas para proteger a los habitantes de las inundaciones.

Por otro lado, las inundaciones no siempre son perjudiciales. Justo como las crecidas del Nilo fertilizaban los campos de cultivo de los egipcios, el mar en Países Bajos deja tras de sí un lodo nutritivo en los sembradíos.

Hoy no hay otra opción: el mar debe mantenerse a raya con muros de protección cada vez más gruesos y elevados. La sobreexplotación de la costa y la desecación del terreno pantanoso para la producción de sal, proceso que data de la Alta Edad Media, han agravado las inundaciones y provocado que la tierra del otro lado de la muralla sea vulnerable ante las grandes tormentas.

Los edificios y las barreras pueden repararse, pero las transformaciones que los vendavales dejan en el paisaje, en la geografía del Mar del Norte, son permanentes, al menos hasta que llegue la siguiente tormenta. Desde la perspectiva de la Tierra, esto no es nada extraordinario. ¿Quién dice que los trazos en los mapas serán eternos? Las costas son y serán dinámicas, de acuerdo con la topografía. La erosión, el viento, la lluvia y la marea siempre han modificado la frontera entre la tierra y el mar. Las islas vienen y van. Como Helgoland, en el mar de Schleswig-Holstein, con 60 km de ancho durante la época de los vikingos. Al comienzo del siglo XIV las tormentas ya habían devorado más de la mitad y quedaban sólo 25 km. Helgoland tiene hoy sólo medio kilómetro en su parte más ancha.

A veces sucede que la tierra firme cambia de forma más rápido, por decirlo así, como en esos tres días de enero de 1362.

Más hacia el sur, en los Países Bajos, tiene lugar un reordenamiento masivo del paisaje. Como dijimos, el mar quita y el mar da, como se aprecia en este caso. Así como hubo devastación por las grandes tormentas en el umbral de la Pequeña Edad de Hielo, algo se abrirá paso, algo grande. La pérdida de un hombre es la ganancia de otro. Éste es un refrán al que volveremos más de una vez en este libro.

La caleta holandesa de Zuiderzee era una depresión en el terreno que se rellenó con lodo en las partes que no se conectaban con el mar después de la Edad de Hielo. Esto causó que el agua se drenara con lentitud, pero las embestidas constantes del mar dieron por fin resultado. Después de varias tormentas destructivas y la llamada inundación de santa Lucía en 1287, también catastrófica, se abrió un pasaje que empezó a conocerse como la bahía de Zuiderzee, de 120 km de largo.

Después llegó la segunda inundación de san Marcelo y arrasó con todo como una escoba gigante. La tormenta de 1362 concluyó el trabajo que las tempestades anteriores habían empezado. El Mar del Norte arrastró todo el barro y cavó en los antiguos pantanos un golfo de verdad. En esa playa emergieron con el tiempo sociedades pesqueras que crecieron y se convirtieron en sólidas ciudades mercantes. Una de ellas se llama Ámsterdam.

Fundada a comienzos del siglo XIII, Ámsterdam obtuvo su estatus como ciudad en 1303. En otras palabras, no es una urbe muy vieja comparada con otras, como Nimega y Utrecht, cuyo origen se remonta al Imperio romano o incluso antes. Al principio, Ámsterdam era poco más que una aldea de pescadores, con casas de madera sobre polines en un pantano. Sin embargo, el tiempo excavó canales para conducir el agua hacia afuera.

Eso que las inundaciones crearon en la porción suroeste de lo que será uno de los canales más importantes del mundo, en el corazón del norte de Europa, dio a Ámsterdam ventajas enormes en términos de relaciones comerciales con el resto del mundo. El contacto comienza con Inglaterra y la Liga Hanseática, pero con el tiempo los hilos de la red se extienden por las nuevas rutas marítimas. Ámsterdam será como la araña que teje una telaraña impresionante alrededor del planeta. Los barcos entran y salen de Zuiderzee, y navegan desde y hacia Norteamérica, Brasil, Indonesia, Sri Lanka y muchos otros lugares. Oro y marfil de Costa de Oro en África, pieles del norte de América y especias de las Islas Molucas se compran y venden en las tiendas de Ámsterdam. Con su participación en las compañías del este y oeste de la India, los comerciantes de la ciudad adquieren riqueza con descaro. Con el paso del tiempo, las tierras lejanas que las compañías explotan se convierten en colonias holandesas.

Cuando llega el siglo XVII, Ámsterdam es la ciudad mercante más rica y relevante del mundo occidental. La primera bolsa de valores se fundó aquí, en 1602, cuando la Compañía de las Indias Orientales empezó a comerciar con sus propias acciones. También aquí tuvo lugar la primera caída de la bolsa, conocida como la crisis de los tulipanes, en la misma centuria.

Todo esto no hubiera ocurrido a no ser por algunas tormentas poderosas en los siglos XIII y XIV, que limpiaron las rutas marítimas navegables hacia Ámsterdam.

“¡Ay, entonces!”, dicen afligidos los fantasmas de Rungholt desde el fondo del Mar de Frisia. “Pudimos ser todo lo que ustedes son, éramos una ciudad portuaria mucho antes que ustedes y pudimos llegar a ser tan importantes como Ámsterdam, ¡incluso más!”.

A estas afirmaciones sólo podemos responder: no y de nuevo no. No tenían oportunidad. Rungholt estaba condenada a la catástrofe desde el principio. No se puede construir en los islotes —las islas pequeñas y desprotegidas que bordean el Mar de Frisia, que la erosión del Mar del Norte va desgastando— si se desea que lo edificado permanezca.

En contraste, Ámsterdam es una ciudad interior, fuera del alcance de la furia del Mar del Norte, incluso con la fortuna de tener las aguas servidas en un barril. Tenía lo necesario para descollar y Rungholt no. Las inundaciones causadas por la Pequeña Edad de Hielo, entre ellas la Ahogadora de Hombres, fueron la ganancia de Ámsterdam y la pérdida de Rungholt. El clima que cambió el mundo.

Para nosotros que estamos acostumbrados a las alertas del clima que se transmiten por televisión puede ser absurdo e incomprensible que una catástrofe de este calibre se abra paso por un continente sin anunciarse. Cuando leemos la historia, vemos la tormenta acercarse y nos preguntamos: ¿por qué nadie tocó la campana de alarma? ¿Por qué nadie buscó refugio en zonas más altas?

En nuestros días, las personas que hacen pronósticos del tiempo hubieran visto la tormenta en los mapas con una semana de anticipación, incluso antes de que se formara en el Atlántico. En la televisión se hubiera avisado de su llegada y la población costera se hubiera evacuado a muy buen tiempo.

Pero estamos hablando de 1362. En esa época no existían esos lujos. No había satélites, radares Doppler, meteorólogos, ni siquiera periódicos. No había nadie en la ya magullada costa oeste de Inglaterra que avisara al continente para que la gente de inmediato se resguardara de lo que estaba por venir. Las noticias y las alertas en torno al clima podían viajar tan rápido como la persona que los llevaba, es decir, entre 60 y 120 km por día. Las tormentas como la Ahogadora de Hombres se mueven a mucha más velocidad.

La situación no cambia sino hasta la década de 1840, cuando el telégrafo entra en escena. Más o menos de la noche a la mañana, la agilidad para difundir información pasa de 120 km por día a la velocidad de la luz.

Sucedió que otra tempestad le mostró a un hombre emprendedor las posibilidades que ofrecía esta nueva tecnología. Corre el año de 1859 cuando el Royal Charter, nave de vapor británica, naufraga a causa de una tormenta en las costas de Gales. Se pierden 450 vidas humanas. Entonces, el vicealmirante Robert FitzRoy —mejor conocido como el capitán del hsm Beagle durante el viaje de Charles Darwin por el océano Pacífico, de 1831 a 1836—, que unos años antes había fundado lo que sería el Servicio Meteorológico británico, inventa un concepto novedoso: el pronóstico del clima.

FitzRoy instala 15 estaciones costeras en las que cada mañana se anotan los datos predominantes de presión atmosférica, viento y temperatura. Con ayuda del indispensable telégrafo, la información se manda a la oficina del capitán. Ahí se conjuntan mapas con predicciones acerca del tiempo y advertencias de posibles tormentas. FitzRoy denomina su actividad como “pronóstico del clima”. Así nació la meteorología moderna, como concepto y como ciencia. En 1861, el Times empieza a publicar con regularidad el reporte del tiempo, basado en los pronósticos de FitzRoy. Las primeras predicciones de clima del mundo decían así:

Norte: viento moderado del oeste, buen tiempo.

Oeste: viento moderado del suroeste, buen tiempo.

Sur: viento fuerte moderado del oeste, buen tiempo.

Este pronóstico indica el camino que se ha seguido. No obstante, FitzRoy y su agencia fueron durante muchos años objeto de burlas y críticas. Nada nuevo bajo el sol.

Otro nombre que debemos destacar en este tema es el de Francis Beaufort, mentor de FitzRoy y creador de la escala que lleva su nombre para medir la intensidad del viento, entre otras cosas. Quién sabe cuántas vidas más se hubieran perdido en el mar sin estos dos pioneros de la meteorología.

Incluso con la posibilidad de anticiparnos a las tormentas y las inundaciones que provocan, queda el pequeño detalle de protegernos de ellas. Para pocos territorios es un desafío tan grande como para los Países Bajos, si pensamos en que la quinta parte de su población vive por debajo del nivel del mar y sólo la mitad de su superficie está apenas un metro por encima.

Después de siglos de tener diques insuficientes, una inundación fatal llamada Zuiderzeevloed, en 1916, hace reaccionar a los gobernantes holandeses. Es momento de convertir Zuiderzee en un golfo de nuevo.

En 1919 comienzan las obras en los 32 km de largo y 90 m de ancho de la escollera Afsluitdijk. Una vez concluidas, en 1932, el Mar del Norte queda fuera y la bahía de Zuiderzee se transforma en el lago interior de Ijsselmeer. Del otro lado del rompeolas, durante los años siguientes se desecan al menos 1 500 km2 del fondo del mar. Dentro de la presa, en uno de los terrenos ganados al mar, llamados pólder, se asienta entre otras la ciudad de Almere, una de las más grandes del país, con casi 200 000 habitantes.

Por lo general, se dice que la enorme inversión en la construcción de la presa de Afsluitdijk se pagó sola durante una noche, en enero de 1953, cuando una inundación devastadora causó daños graves en tierra. Afsluitdijk contuvo la presión del agua y previno un desastre mayor.

En otras partes de los Países Bajos, por el contrario, los años posteriores a 1953 son mucho peores. Como en el caso de la inundación de san Marcelo 600 años antes, la combinación de vendavales, baja presión atmosférica que eleva el nivel del agua y mareas altas conduce a una destrucción masiva. En algunas zonas, el agua sube más de cinco metros y medio por encima del nivel normal.

Cerca de 2 500 personas pierden la vida. De ellos, 1 800 en los Países Bajos, pues varios muros de contención en el Mar del Norte se quiebran y casi 1 400 km2 se inundan. Bajo el agua queda 10 % de la superficie de cultivo y más de 30 000 animales. Los daños materiales, que incluyen los 47 000 edificios afectados o destruidos, se valúan en alrededor de mil millones en oro. También las costas de Gran Bretaña, el oeste de Alemania, Bélgica y Dinamarca sufren daños graves.

La inundación de 1953 es un acicate para que los Países Bajos y Gran Bretaña empiecen a reforzar las barreras contra tormentas y los diques en el Mar del Norte. En el primero comienza el Plan Delta, que contempla los 9 km de longitud del dique Oosterscheldekering, que protege Zelanda. Es la protección contra inundaciones más larga de su tipo en el mundo. La Barrera del Támesis, de 520 m de largo y 20 de alto, al este de Londres, fue planeada en parte como consecuencia de los acontecimientos de 1953.

Los desafíos no han terminado. El mar nunca ha cejado en la batalla por recuperar la tierra que se le arrebató. Parece que el futuro ofrece numerosas oportunidades de revancha al Mar del Norte, sin contar el derretimiento de los glaciares tanto en el Ártico como en la Antártida, que eleva su nivel a un ritmo acelerado. Tarde o temprano vendrá otra tormenta de las dimensiones de la Ahogadora de Hombres. Quizá el dique Afsluitdijk en su forma actual, de casi 90 años de edad, no resista la presión del agua y haya consecuencias fatales para las personas que viven del otro lado de la barrera. Conscientes de este riesgo, las autoridades holandesas decidieron reforzar y elevar la presa en 2006. Su esclusa se renovó también. El objetivo es que el muro detenga una tempestad con una magnitud que se alcanza una vez cada 10 000 años.

Los ingenieros saben que no es tan fácil frenar una inundación con esa fuerza. Una pared muda y vertical sólo se rompería por la presión del agua y el mar irrumpiría con toda su potencia. Por eso se construyó el muro con una sólida pendiente, para que el agua se impacte ahí o encima si es necesario. Es mejor que una porción del líquido pase sobre la barrera a que ésta se resquebraje por completo, piensan los ingenieros.

La parte exterior del muro se cubrió con bloques de concreto dispuestos de manera simétrica en la pendiente. Cada bloque pesa 6 500 kilos y están diseñados para absorber y disminuir la fuerza de las olas.

Las obras para reforzar el Afsluitdijk comenzaron en el otoño de 2018 y se espera que concluyan en 2022.

Ámsterdam se ocupa del problema y pisa firme, ¡ja!, pero ¿qué pasó al final con el relato de la otra ciudad portuaria, Rungholt, que desapareció durante la inundación de san Marcelo en 1362? Sin duda seguirá siendo un misterio, pero, como dijimos, la mayoría de los expertos coincide en que sí existió. La respuesta definitiva está en Alemania, en las profundidades del Mar de Frisia, que ahora está en la lista de lugares patrimonio de la humanidad de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. Quien se interese en ir al fondo del asunto, ¡ja de nuevo!, puede viajar a la costa de Schleswig-Holstein y acudir al lugar en el que los expertos creen que yace Rungholt, cerca de la pequeña isla Südfall. Cuando la marea baja, con permiso del parque nacional, se puede caminar o navegar por la superficie lodosa hasta el sitio donde se han hecho descubrimientos arqueológicos.

Fue aquí, en el terreno accesible cuando la marea baja, en las afueras de Südfall, donde Andreas Busch, habitante de la península de Nordstrand, descubrió en 1921 restos de la antigua puerta de la esclusa en el barro. También encontró rastros de pozos, arados, senderos y tumbas. Busch describió sus hallazgos, pero la mayoría se perdió a causa del rápido cambio de sedimentos y la presencia de mercurio en el fondo del Mar de Frisia.

Los arqueólogos siguen haciendo descubrimientos cada año. Quien desee enterarse de las últimas noticias sobre Rungholt puede participar en los días dedicados a esta ciudad cada año en Nordstrand. Hay exposiciones, conferencias y se presentan los resultados más recientes de las exploraciones arqueológicas. En la isla de Pellworm, justo al lado, hay un museo de Rungholt, en el que uno puede familiarizarse con la historia de los alrededores y los objetos que se han encontrado a lo largo de los años.

Si las tormentas medievales y la gente que murió ahogada por las inundaciones no son atractivas, de cualquier modo, hay enseñanzas importantes que las ánimas de Rungholt ofrecen hasta nuestros días. Si una sola inundación pudo causar esos daños en la poco poblada Europa de la Edad Media, podemos imaginar las consecuencias en un mundo sobrepoblado, con costas poco elevadas y deltas de ríos hasta el tope de habitantes y edificios. Pensamos en particular en el creciente nivel del mar: el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas considera que el nivel del mar puede subir casi un metro antes de que termine este siglo. Esto no es nada optimista, por ejemplo para Bangladesh, vulnerable por su ubicación en el delta del Ganges y su población de 164 millones de personas, en una superficie menor que la mitad de Finlandia. La erosión en las costas también aumentará en todo el planeta, eso implica una amenaza mayor para los ya disminuidos arrecifes de coral y manglares.

Por otro lado, no se dice que en el futuro habrá más tormentas por el cambio climático. Los investigadores parten de que la cantidad de ciclones tropicales puede disminuir un poco. Sin embargo, es probable que los huracanes más potentes se multipliquen y adquieran más fuerza, combinados con más volumen de precipitación. Es una consecuencia lógica, si consideramos que la atmósfera concentra más y más calor y vapor de agua, que proviene de los océanos, cada vez más cálidos. Estas condiciones proveen a las tormentas de energía y municiones, por decirlo así.

Al mismo tiempo, las tormentas se mueven con más lentitud. Una investigación estadounidense de 2018 muestra que la velocidad de los ciclones tropicales se redujo 10 % de 1949 a 2016. En otras palabras, las tormentas permanecen más tiempo en los lugares que impactan, por eso causan inundaciones más grandes y destructivas que antes. Un ejemplo claro es el lento huracán Har vey, que en sólo cuatro días arrojó 1 300 milímetros de agua sobre algunas partes de Texas.

Con esta misma lógica, los países nórdicos pueden esperar inviernos con nevadas profusas, porque la atmósfera tiene más humedad que antes y las tormentas de nieve se mueven con más calma. Vamos con certeza hacia inviernos más cálidos, pero Bore, rey del hielo, no ha jugado su última carta aún.

Sin importar si hablamos de los cambios naturales o de los que la humanidad provoca en el clima, que por supuesto no se excluyen mutuamente, una cosa es segura: nunca será aburrido vivir junto al mar. La frontera entre la tierra firme y el agua es y será una línea viviente y siempre cambiante, en la que dos elementos poderosos libran batallas para alcanzar el dominio. Rungholt no fue la primera ni la última víctima en esta disputa.

Desde que terminó la Edad de Hielo, esta lucha nunca ha culminado en una victoria tan definitiva como cuando Doggerland, la verdadera Atlantis y antiguo corazón de Europa, acabó por hundirse. Incluso esa vez, hace casi 8 000 años, el joven, furioso y celoso Mar del Norte se llevó el triunfo.

Hablaremos de esto más adelante. Antes, tenemos una cita en la encrucijada profunda que trazan el tiempo y el espacio.