El deber del jeque - Maisey Yates - E-Book

El deber del jeque E-Book

Maisey Yates

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Beschreibung

Solo había sitio para una amante en el corazón de Zayn…o Sophie o su sentido del deber. La periodista Sophie Parsons necesitaba información que le ayudara a detener la venta del hotel de su mejor amiga y la encontró. Pero para obtenerla iba a tener que aceptar que un jeque la secuestrara y eso era más de lo que estaba dispuesta a hacer por su trabajo. El jeque Zayn Al-Ahmar tenía una boda que organizar, una hermana a la que proteger y un país que gobernar. ¡No pensaba dejar que una mujer lo echara todo a perder con un titular! Secuestrar a Sophie le había parecido al principio una buena idea, pero no tardó en darse cuenta de que esa deliciosa mujer iba a poner en riesgo todo lo que le importaba.

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Seitenzahl: 246

Veröffentlichungsjahr: 2016

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2015 Harlequin Books S.A.

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El deber del jeque, n.º 113 - febrero 2016

Título original: Sheikh’s Desert Duty

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones sonproducto de la imaginación del autor o son utilizadosficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filialess, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N: 978-84-687-7667-5

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

EL jeque Zayn Al-Ahmar se arrepentía de muchas cosas. Tenía el tipo de remordimientos que lo atrapaba en mitad de la noche y le impedía dormir. El tipo de remordimientos que lo seguía después durante todo el día e influía en cada una de sus decisiones. Eran constantes recordatorios de por qué había tenido que dejar de ser el hombre que había sido para convertirse en alguien completamente diferente.

Aunque se arrepentía de muchas cosas, lo que más le dolía en ese momento era no poder estrangular con sus manos a James Chatsfield y poner fin a la vida de ese hombre tan inútil. Le habría encantado poder hacerlo en ese preciso instante y allí mismo, en ese callejón detrás de uno de los hoteles de la familia Chatsfield.

Pero tuvo que conformarse con algo mucho menos satisfactorio. Se limitó a agarrarle las solapas de su chaqueta y a empujarlo contra la pared de ladrillo.

–No sé qué demonios le pasa, Al-Ahmar –le dijo entonces James con su cara de niño bonito y un gesto de despreocupación que no hizo sino enfadarlo más aún.

No se le pasó tampoco por alto el destello de burla en sus ojos. Él también había sido así en el pasado, pero no podía olvidar que lo que ese hombre había hecho era imperdonable.

–Creo que lo sabe muy bien, Chatsfield –replicó Zayn sin paciencia para juegos ni adivinanzas.

Había dedicado los últimos dieciséis años a la protección de su familia, de su propia reputación y de su país. Pero ese hombre estaba poniéndolo todo en peligro.

Creía que, en ese momento, James Chatsfield era la mayor amenaza que tenía su país, Surhaadi, sus gentes y todo lo que Zayn había construido en su vida.

–No me diga que está así por su hermana.

Sus palabras lo enfurecieron aún más y le dio otro empujón contra la pared.

–¡Claro que sí! ¿Por qué iba a estar así si no? No solo la ha deshonrado a ella, sino también a toda la familia real y a mi pueblo.

James ni siquiera tuvo la decencia de parecer asustado. En lugar de temblar, como habría esperado Zayn, levantó una ceja y le dedicó una sonrisa burlona.

–Me parece demasiada responsabilidad para que cargue con ella esa mujer. No era consciente de que la integridad de su nación descansara en la virginidad de su hermana.

–Usted es la persona menos adecuada para hablar de integridad –le dijo Zayn agarrando con más fuerza la chaqueta de James–. No tiene ninguna.

–Al menos yo no trato a las mujeres como si fueran de mi propiedad.

En eso estaba de acuerdo con él. Creía que James Chatsfield nunca iba a llegar a tratar a una mujer como si fuera de su propiedad. Sobre todo porque, después de acostarse con ellas, las trataba como si fueran desechables, simple muñecas de papel que podía vestir y desvestir a voluntad para después tirarlas a la basura.

Y, en el caso de su hermana, se había deshecho de ella cambiando su vida para siempre. Se había quedado embarazada. Pero Zayn había decidido que era mejor que James Chatsfield no lo supiera.

–Puede que no, Chatsfield, pero el hecho es que usted ha menospreciado algo que me pertenece. Mi familia, y cualquier otra persona que esté bajo mi protección, me pertenece. Tiene suerte de que no estemos en mi país porque, de estar allí, no dudaría ni un segundo en cortarle el miembro que ha cometido el delito.

Chatsfield se movió repentinamente y logró zafarse de él. Le sorprendieron su agilidad y su fuerza. Se dio cuenta de que no era el donjuán perezoso que parecía ser. Seguía siendo un mujeriego, pero también parecía estar en buena forma.

–Una amenaza muy bíblica, Al-Ahmar –repuso Chatsfield mientras se arreglaba la chaqueta y la corbata–. Pero lamento decirle que no tengo tiempo para este tipo de tonterías del «ojo por ojo» y demás.

Cada vez estaba más furioso. Deseaba con todo su ser quitarle esa estúpida sonrisa de la cara, pero no podía pasarse de la raya ni darle a Chatsfield ninguna razón para que se preguntara por qué estaba tan enfadado. Lo último que quería era que adivinara que Leila estaba embarazada.

–No le cuente a la prensa lo que ha pasado con mi hermana –le advirtió Zayn mientras lo fulminaba con la mirada.

–¿Por qué iba a querer hablar con la prensa sobre algo así? –replicó James.

–Porque, aunque para usted Leila no ha sido más que una más de una larga lista de conquistas, es una princesa y sé que a la prensa sensacionalista le encantaría tener esa información.

–Me está insultando, Al-Ahmar. Por si no lo sabe, los Chatsfield somos en este país lo más parecido a la realeza. No necesito que me asocien con su familia para aparecer en los titulares.

–Si le cuenta lo que ha pasado a alguien, iré a por usted hasta conseguir su cabeza. Y no hablo metafóricamente.

Algo se endureció en la expresión de Chatsfield.

–No tengo ninguna duda de ello –repuso mientras se arreglaba un poco mejor la chaqueta de su traje.

Después, se dio media vuelta y entró de nuevo en el hotel, dejando a Zayn solo en el callejón.

Se sentía tan impotente...

No le gustaba sentirse así, sobre todo porque le recordaba lo que había pasado con su otra hermana. No había podido ayudarla y sentía mucho dolor y remordimientos cuando pensaba en ello.

Estaba empezando a llover y la única luz que tenía ese callejón procedía de una solitaria farola que teñía de amarillo el oscuro rincón. No dejaba de pensar en lo que había pasado. Tenía que proteger a su hermana. Sabía que se trataba de una noticia muy jugosa para la prensa.

No sabía qué pensaba hacer Leila con su embarazo, pero el momento era especialmente crítico. Se acercaba la fecha de la boda de Zayn y la familia real, que siempre atraía mucho interés mediático, iba a tener aún más.

Su hermana ya era demasiado vulnerable como para tener encima que lidiar con la opinión pública y el escrutinio de todos. No quería que se sintiera aún más presionada, no se lo merecía y no iba a permitir que sufriera. No quería exponer a su familia a ese tipo de críticas ni juicios. No podía dejar que les volviera a ocurrir.

Oyó de repente un fuerte ruido en una esquina del callejón. Había caído al suelo un contenedor de basura metálico y le pareció ver de reojo algo de movimiento.

Se dio cuenta entonces de que no estaba solo. Alguien había sido testigo de la conversación que había tenido hacía solo unos minutos con James Chatsfield.

Olvidó de repente el sentimiento de impotencia en el que había estado sumido y sintió una oleada de adrenalina recorriendo sus venas. Tenía que ponerse en acción.

Fue hacia el lugar donde había visto el movimiento. Estaba en alerta y tenía todos sus músculos en tensión, listo para atacar. Cuando un hombre vivía como lo hacía él, tenía tiempo más que suficiente para entrenar su cuerpo. Y eso era lo que Zayn había hecho. Había aprovechado cada oportunidad que tenía para canalizar su frustración física entrenándose en el gimnasio de palacio.

No temía lo que le podía estar esperando entre las sombras. No tenía razón para hacerlo. Sabía que él era lo más peligroso que había en ese callejón.

Oyó otro fuerte ruido y un chillido. Actuó entonces, metiendo la mano entre los cubos de la basura hasta encontrar el pelo de alguien. Lo agarró con fuerza y oyó otro agudo chillido.

La persona que se había ocultado entre las sombras no parecía demasiado peligrosa.

Soltó el pelo y se enderezó.

–¿Quién es? –le preguntó–. ¿Qué quiere?

No contestó nadie, pero oyó un gemido.

–Dudo mucho que le haya hecho daño –agregó Zayn–. Salga a la luz. Quiero ver con quién estoy hablando.

El intruso hizo lo que le había pedido. Salió de entre las sombras.

No sabía qué había esperado, pero nunca podría haberse imaginado a alguien como ella. Era una mujer rubia y delgada. Tenía el pelo largo y su melena de color miel estaba algo despeinada. Llevaba un vestido de lentejuelas que le llegaba hasta medio muslo y lo miraba con una expresión rebelde en su cara.

–¡Pues sí me ha hecho daño! –protestó ella.

Zayn se cruzó los brazos y la miró con el ceño fruncido.

–Si es tan delicada como para que un tirón de pelo le haga daño, no debería esconderse en callejones oscuros. Son peligrosos.

–Sí, eso parece –repuso la mujer mientras trataba de recomponer un poco su vestido.

–¿Qué está haciendo aquí? –le preguntó Zayn con suspicacia.

–Estaba siguiendo a James Chatsfield –le contestó la mujer.

Supuso que sería una de las muchas conquistas de ese tipo. Si era una mujer de su pasado, estaría tratando de conseguir convencerlo para pasar una noche más en su cama. O tal vez no había tenido aún la suerte de acostarse con él y lo estaba siguiendo para tratar de seducirlo. Suponía que serían muchas las mujeres que trataban de tener algo con un Chatsfield para tratar de conseguir fama y dinero.

De un modo u otro, había sido testigo de su conversación y suponía que estaría deseando venderle la historia a la prensa. Si pretendía vengarse así del mujeriego Chatsfield, acababa de obtener todas las armas que necesitaba para hacerlo. Y eso podía resultar muy peligroso para su hermana.

–Ya... ¿Y cuánto ha escuchado de la conversación que he tenido con él?

Vio que abría mucho los ojos al oír su pregunta.

–Nada. La verdad es que no he oído nada de interés. Estaba bastante aburrida. Tanto que me quedé dormida.

–No soy tan tonto como para creerme algo así. Inténtelo de nuevo –le dijo con impaciencia.

Cada vez llovía con más fuerza y le urgía solucionar el problema que tenía entre manos. No podía volver a decepcionar a su familia, no después de todo por lo que habían pasado. Si estaba en sus manos evitarles un sufrimiento más, eso era lo que pensaba hacer. Y no iba a permitir que esa rubia de ojos grandes se interpusiera en su camino.

–Soy una activista y estoy tratando de concienciar a las empresas para que no tiren comida a la basura y la envíen a un banco de alimentos –le dijo mientras comenzaba a alejarse de él–. ¡No sabe la cantidad de comida gourmet que se tira en estos hoteles de lujo! ¡Es atroz! Eso es lo que estaba haciendo, mirando en los cubos...

–¿No me había dicho que estaba aquí porque había seguido a Chatsfield hasta el callejón?

Vio que entrecerraba los ojos antes de contestar.

–Bueno, pensé que James Chatsfield estaría buscando algo de comida en los cubos.

–Hace mucho frío y llueve demasiado –le dijo mientras agarraba con firmeza su brazo–. ¿Por qué no terminamos esta conversación en mi coche?

–No me importaría, pero tengo una norma que sigo a rajatabla. No me meto en los coches de desconocidos.

–Bueno, con todo lo que ha oído desde su escondite, no creo que sea un desconocido para usted.

Tiró de ella para sacarla del callejón e ir hasta donde lo esperaba su limusina. La mujer caminaba a regañadientes, no parecía muy contenta con la situación.

Se le pasó por la cabeza que lo que estaba haciendo era una locura, pero pensó entonces en Leila y en cuánto le había costado confesarle lo que le había pasado. No podía quitarse de la cabeza la mirada de angustia de su hermana. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ella. Cualquier cosa.

–De verdad, me tengo que ir –le dijo la joven–. He dejado mi bicicleta aparcada en doble fila y seguro que la policía me la requisa. No puedo...

–No se preocupe, le compraré una bicicleta nueva.

–Pero es que esa tiene mucho valor sentimental...

Hizo una pausa en su camino y la miró.

–¿Por qué ha salido de su casa en bicicleta con el tiempo que hace? ¿Y con ese vestido?

–Aunque le sorprenda, no todos somos multimillonarios.

–No, pero supongo que sabe que James Chatsfield sí lo es –repuso él.

–¿Qué es exactamente lo que está insinuando?

La acercó de manera algo brusca al coche y abrió la puerta de la parte de atrás de la limusina.

–Lo que insinúo es que debe entrar ahora mismo en mi coche.

–No, creo que no voy a hacerlo.

–Lo siento, parece que no me ha entendido bien. No era una sugerencia, sino una orden

Zayn entró sin soltarla en el asiento de la limusina, arrastrándola con él. Se quedó sin aliento al sentir sus suaves curvas contra su cuerpo. Hacía tanto tiempo que no había tocado a una mujer que, a pesar de las circunstancias, no pudo evitar quedarse inmóvil un segundo y disfrutar de las sensaciones de ese momento.

La mujer se movió entonces y su redondo trasero entró en contacto con ciertas partes de su anatomía. Pero no quería pensar en eso, no era el momento.

–¿Qué está haciendo? –le preguntó la joven a gritos.

Él no contestó. Se limitó a no soltarla mientras trataba de decidir qué iba a hacer. Pero no podía dejar de pensar en la sensación de tener su cuerpo contra el de él.

No podía creer que le siguiera pasando, que el calor y las curvas de una mujer consiguieran dejar en un segundo plano cosas mucho más importantes, cosas en las que debía poner toda su atención. Cuando le ocurría algo así, se preguntaba si de verdad habría conseguido cambiar. Temía que en realidad no lo hubiera hecho, sino que se hubiera limitado a pasar esos últimos años escondiendo su debilidad tras una fachada de buenas intenciones.

Había tenido la suerte de verse muy pocas veces en situaciones como esa desde que decidiera cambiar de vida. Respiró profundamente y se recordó que no importaba nada lo suaves que fueran sus curvas o lo agradable que fuera tenerla en sus brazos.

Sabía que lo único que debía importarle era Leila. Su honor y su seguridad, tanto física como emocional. No podía permitir que nadie pusiera en peligro esas cosas.

Cerró la puerta de la limusina sin soltar a la mujer. Había dejado de moverse y protestar. Pensó que quizás se hubiera desmayado, pero no tardó en darse cuenta de que no era el caso.

–Algo me dice que no me ha metido en el coche porque le preocupe que me moje –le dijo la joven volviéndose hacia él.

Vio que había preocupación sus ojos.

–Probablemente esté en lo cierto.

–Entonces, ¿me está secuestrando?

–Bueno, un secuestro implicaría tanto premeditación como el deseo de obtener un rescate. Y, como ya hemos establecido antes, yo soy un hombre rico y usted, no. Así que tampoco voy a tratar de conseguir dinero. Como sabe también, no hubo premeditación. No tenía idea de que estuviera escondida en el callejón.

–Aunque no se den esos requisitos, creo que esto puede seguir considerándose un secuestro –repuso ella mirándolo mientras inclinaba la cabeza a un lado–. ¿Acaso no me está reteniendo en contra de mi voluntad?

–Bueno, no lo tengo claro –le dijo él.

El coche comenzó a moverse y él se enderezó en su asiento y la soltó.

–¿Quiere estar aquí, en la limusina? –le preguntó entonces.

–No.

–Entonces sí, supongo que la estoy reteniendo en contra de su voluntad.

–Pues tenemos un grave problema –replicó ella levantando hacia él la cara con expresión desafiante.

Zayn miró a su alrededor. El coche estaba a oscuras y empezaban a recorrer deprisa las calles de la ciudad.

–Perdóneme, pequeña jequesa, pero no veo qué problema podría tener para mí lo que he hecho.

–Puedo gritar muy fuerte. Alguien me oirá.

–No dudo que pueda gritar –le dijo él mientras golpeaba con los nudillos la partición opaca que los separaba de la parte donde iba el conductor–. Pero este coche está insonorizado. Y también está hecho a prueba de balas.

–¿A prueba de balas? ¿Qué tiene eso que ver con mi situación?

–Se lo decía por si está pensando en tratar de romper una ventanilla para salir por ella. No podrían con ellas ni las balas de un francotirador, así que no lo intente –le dijo él relajándose en su asiento–. No quiero que se rompa un codo intentándolo.

–No sé por qué le preocupa mi codo cuando acaba de secuestrarme.

–Bueno, pero no le he hecho daño, ¿no?

La mujer se limitó a fulminarlo con la mirada.

–No, no lo he hecho –repuso él mismo–. Y preferiría que las cosas siguieran igual.

–¿Me está contando eso para que me sienta más tranquila cuando me ha obligado a meterme en este coche para llevarme a quién sabe dónde?

–Bueno, yo sí sé a dónde.

Aunque la verdad era que no lo tenía muy claro. No sabía a dónde iba a llevarla ni qué iba a hacer con ella. Desconocía además si esa mujer sabría quién era él o lo que habría oído en el callejón. Tenía que encontrar la manera de averiguarlo sin darle más información de la necesaria.

Solo sabía que tenía que mantenerla a su lado. Era la única oportunidad que tenía de hacerse con el control de esa situación y tratar de arreglarlo todo.

–¡Qué interesante! –repuso ella con ironía–. Me encantaría que tuviera la deferencia de decírmelo.

–Lo siento, pero es información privilegiada.

–¿Qué está pasando? ¿Por qué me está haciendo esto? ¡No soy nadie! –comenzó ella–. No, espere. Sí soy importante. Y trabajo para un periódico de gran prestigio. Así que, si no me deja salir de aquí...

–¿Es periodista?

–Sí –repuso ella con firmeza–. Lo soy. Soy una periodista intrépida y muy profesional.

–¿Qué estaba haciendo en ese callejón?

Necesitaba saberlo cuanto antes. Porque, si le estaba diciendo la verdad, esa mujer era mucho más peligrosa para él de lo que podría haberlo sido una amante despechada de James Chatsfield. Era el peor escenario posible, el tipo de situación que podía hacer un daño irreparable a su familia.

Y sobre todo a Leila.

Su hermana había cometido un grave error al acostarse con James. Pero sabía que Leila era una joven muy inocente. Estaba seguro de que Chatsfield se había aprovechado de ella. No podía dejar que esa mujer arrastrara el buen nombre de su hermana por el barro. No iba a permitir que la prensa la despedazara.

Porque sabía que era a su hermana a la que iban a juzgar, tanto los medios de comunicación como la opinión pública. Siempre culpaban más a las mujeres en situaciones similares. Con el morbo añadido de que se trataba además de una princesa. No, no podía permitirlo. Ya había fallado a una de sus hermanas y no iba a dejar que le pasara de nuevo.

Tenía que arreglarlo y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para lograrlo. Creía que una amante descontenta quizás habría aceptado dinero a cambio de su silencio, pero con una periodista no le iba a resultar tan fácil. Sabía que iba a necesitar medidas más extremas.

Si llegaba a la conclusión de que no había otra salida, estaba decidido a evitar que se pusiera en contacto con alguien de su periódico. Aunque para ello tuviera que llevársela con él a Surhaadi.

Vio que la mujer no parecía decidirse a responder. Era como si estuviera tratando de decidir qué debía decirle para poder salir de esa situación. Le bastó con verla así para saber que lo que iba a contarle era mentira.

–Estaba siguiendo a James –le dijo al final–. Estoy trabajando en una historia sobre la familia Chatsfield.

–Supongo que no se trata de una historia que vaya a gustarle demasiado a esa familia.

–No, supongo que no –admitió la joven–. Pero no me ha parecido que usted fuera fan de James. Debería complacerle saber que yo tampoco lo soy. No me gusta nadie en esa familia y creo que no se merecen la impoluta reputación que han conseguido cultivar durante estos últimos años.

–Entonces, ¿qué es lo que está buscando?

–Un escándalo.

–Por supuesto, ya debería haberme imaginado que iba detrás de algún escándalo. Como lo haría cualquier periodista que se precie de serlo, ¿no? –le dijo con sarcasmo.

Por desgracia para él, esa reportera estaba muy cerca de un escándalo. Uno que implicaría a su familia, a su hermana. Uno que no podía permitir que saliera a la luz.

–Así es.

–Y sabe que James Chatsfield no me cae demasiado bien.

–No, claro que no. Sobre todo después de que se acostara con su hermana.

Se dio cuenta en ese instante de que, aunque no supiera nada más, ya sabía demasiado. No podía permitir que se pusiera en comunicación con su periódico, no cuando entonces tendría el apoyo de toda una redacción para conseguir indagar aún más y sacar a la luz todo lo que había pasado.

–Así es –repuso él.

No le costó mucho tomar la decisión. Se inclinó hacia delante y pulsó el botón del interfono para comunicarse con el chófer.

–No vamos al hotel, sino directamente al aeropuerto.

Capítulo 2

SOPHIE Parsons no era una persona que perdiera los nervios con facilidad. No había llegado a donde estaba en la vida siendo temerosa ni débil. Pero, en esos momentos, no podía dejar de temblar.

Suponía que era comprensible que se sintiera así. Después de todo, un hombre que era bastante más grande que ella la había metido a la fuerza en su limusina y, al parecer, iban camino del aeropuerto.

Miró por la ventanilla y se fijó en el paisaje que iban dejando rápidamente atrás. Se le pasó por la cabeza encogerse como una pelota y tirarse en marcha del coche.

–Las puertas están cerradas.

Era como si ese hombre, además de secuestrador, tuviera la capacidad de leerle el pensamiento.

Recordó entonces cuánto le había ofendido que se refiriera a esa situación como un secuestro. creía que poco importaba cómo lo llamaran. El caso era que la había metido allí a la fuerza y no sabía qué iba a hacer con ella.

–No sé por qué me lo dice. No estoy tan loca como para saltar de un vehículo en movimiento –se defendió ella.

No iba a darle la satisfacción de hacerle ver que eso era lo que se le había pasado por la cabeza.

–Aunque no me ha dado ninguna razón para pensar que estaré mejor dentro del coche que sobre el asfalto.

–No tiene nada que temer. No es mi intención hacerle daño –le dijo el hombre.

Lo miró entonces. Tenía una expresión dura en el rostro y le brillaban mucho sus ojos oscuros. No podía ver su cara con detalle. En el callejón habían estado casi a oscuras y la iluminación era también bastante tenue dentro del vehículo.

A pesar de todo, no se le había pasado por alto que era un hombre excepcionalmente guapo. Sabía que era surrealista que estuviera pensando algo así, ese hombre era su captor, pero siempre había sido muy observadora. Era algo muy importante en su trabajo. Tenía pómulos altos, una mandíbula cuadrada y una barbilla fuerte. Podía ver su cara de manera intermitente cada vez que pasaban junto a un edificio iluminado o una farola.

–Entonces, ¿qué es lo que piensa hacer conmigo? ¿Qué es lo que quiere de mí? –le preguntó.

Necesitaba saberlo cuanto antes. Si ese hombre tenía malas intenciones, no quería perder ni un minuto. Tenía que encontrar algo en su bolso con lo que defenderse.

–Nada que deba preocuparle.

–Siento incomodarlo con mis preguntas –insistió ella con ironía–. Pero entenderá que me preocupe verme en esta situación, en manos de un desconocido y sin saber qué va a hacer conmigo. A lo mejor sus intenciones son de lo más inocentes, a lo mejor solo quiere que le explique cómo doblar las servilletas para que parezcan cisnes.

–No, no quiero aprender a doblar servilletas.

Eso ya lo había imaginado, pero le había parecido una idea muchísimo más tranquilizadora que las otras que le rondaban por la cabeza. Porque sabía que normalmente los hombres solo tenían un par de cosas en mente cuando secuestraban a una mujer. Y ninguna de esas opciones eran buenas. No deseaba verse en los escenarios que se estaba imaginando.

Se había metido en un buen lío. Su intención había sido ayudar a Isabelle. Había querido descubrir algún escándalo sobre los Chatsfield para que Spencer Chatsfield dejara en paz a su amiga, pero nunca se podría haber imaginado que su investigación terminara con ella secuestrada.

Había pensado que no le costaría mucho pillar a James in fraganti haciendo lo que siempre hacía. Había sabido que era el miembro más débil de la familia, el blanco más fácil.

Los Chatsfield estaban en ese momento tratando de hacerse con el hotel Harrington. Spencer Chatsfield, en concreto, estaba haciéndole la vida imposible a su amiga, Isabelle Harrington. Por desgracia, no era la primera vez que le hacía daño.

Por eso Isabelle le había pedido que hiciera todo lo que pudiera para desenterrar un escándalo en la familia, algo que la prensa no pudiera ignorar, algo que mantuviera a los Chatsfield ocupados tratando de defender su imagen pública mientras Isabelle protegía su querido hotel.

En realidad, Sophie no era una de las principales periodistas del Herald, sino una simple redactora a la que le tocaba hacer el café y escribir reseñas sobre insulsas fiestas para las páginas de sociedad. Aun así, sabía que contaría con la aprobación de su jefe si conseguía información sobre los Chatsfield.

Quería mucho a su amiga y deseaba ayudarla, pero nunca se habría imaginado que ese favor iba a hacer que terminara en la situación en la que estaba en esos momentos.

–Entonces, ¿qué es lo que quiere?

–En realidad, es muy sencillo. Solo necesito mantenerla ocupada durante algún tiempo.

–Bueno, me gustan las yincanas y las búsquedas de tesoros. Si lo que quería era organizar algún tipo de juego para entretenerme, puede que consiga convencerme para que participe. Eso podría mantenerme ocupada durante un buen rato.

–No era eso lo que tenía en mente –repuso el hombre.

Sophie sintió que se le erizaba el vello de la nuca y no pudo evitar estremecerse.

–¿Cómo piensa tenerme ocupada? ¿Me va a pedir que organice su cajón de los calcetines?

–Caliente.

–Bueno, ya basta. Dígame qué es lo que pasa porque estoy empezando a sentir pánico de verdad.

–¿Sabe quién soy?

–No exactamente, pero me lo imagino.

Había escuchado lo suficiente de su conversación con James Chatsfield para hacerse una idea de quién era. Por lo visto, era miembro de una familia real o algo así porque había acusado al otro hombre de haberse acostado con su hermana, que por lo visto era princesa.

Suponía que se trataba de un príncipe, un jeque o algo parecido. Cuando pudiera salir de esa situación, le bastaría con buscar la información en Internet para descubrir quién era. Pero no sabía cuánto tiempo iba a pasar antes de que pudiera estar de nuevo frente a su ordenador.

Si al menos pudiera mirarlo en su teléfono...

–Soy el jeque Zayn Al-Ahmar de Surhaadi. Y voy a llevarla conmigo de vuelta a mi país. Al menos durante un tiempo –le dijo él.

Se le encogió el estómago al oírlo.

–¿Qué quiere decir con eso de que me va a llevar a su país con usted?

–Exactamente lo que le he dicho. Va a ir a Surhaadi conmigo hasta que se me ocurra cómo lidiar con usted y con esta situación.

–Pues siento decirle que no quiero ir a ningún sitio, no pienso hacerlo.

El jeque estiró las piernas frente a él. Tenía un brazo extendido sobre el respaldo y parecía completamente tranquilo y relajado, como si se viera en esa situación a menudo, como si secuestrara a mujeres en callejones de Nueva York todos los días para después llevárselas con él a su reino del desierto. Como si aquello fuera para él tan común como pedirse un café con leche en un bar.

Pero tenía la sensación de que solo parecía relajado, que en realidad no lo estaba. Se mostraba así para darle una falsa sensación de seguridad. Pero, en realidad, ese hombre estaba listo para abalanzarse sobre ella en cualquier momento. Se dio cuenta de que no podía bajar la guardia.