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Cuando el sentido de la responsabilidad se enfrenta al deseo, ¿cuál gana? La vida de la princesa Evangelina Drakos estaba trazada desde su nacimiento; pero tenía un plan para librarse de los pretendientes que le buscaba su padre: organizar un escándalo en la corte. Contratado para vigilar a la princesa, Makhail Nabatov presumía de no cometer nunca un error. Pero la princesa Eva despertaba en él un irresistible deseo, que llevaría su resistencia al límite y su sentido de la responsabilidad a un segundo plano.
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Seitenzahl: 161
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Editado por Harlequin Ibérica
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2012 Maisey Yates
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El deseo de una princesa, n.º 319 - julio 2021
Título original: A Royal World Apart
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-1375-837-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
A Megan Crane y Paula Graves. Por aquella conversación de Twitter que me inspiró para crear a Mak.
Y a mi fabulosa editora Megan Haslam, cuya ayuda siempre saca lo mejor de mí.
Lo había vuelto a hacer. Evangelina Drakos, la princesa de los escándalos, se había vuelto a fugar con uno de sus guardaespaldas. Era una costumbre inexcusable; algo que no debía pasar. Pero pasaba. Al menos tres veces por semana.
Makhail Nabatov no toleraba los errores. Era de la opinión de que cualquier error, por pequeño que fuera, podía ser desastroso; desde perder a la princesa que estaba a su cargo hasta el simple hecho de tirarse el café encima mientras conducía.
Salió del coche, cerró la portezuela y giró los hombros en un intento por aliviar la tensión de los músculos, que estaban tan duros como una piedra. Normalmente, no permitía que nada le afectara tanto; pero la princesa Evangelina tenía la habilidad de llevar el caos a su vida cuidadosamente ordenada.
Cuando la vio por primera vez, toda ojos brillantes, piel morena y rizos de color castaño, pensó que era la viva imagen de una princesa recatada. Se parecía tan poco a la joven descarada y vivaz de la que hablaban las revistas del corazón que la consideró víctima de las exageraciones de la prensa.
Pero no eran exageraciones. Evangelina Drakos le había demostrado a lo largo de seis meses que la prensa estaba en lo cierto y que él se había equivocado.
Y le disgustaba profundamente. Porque Makhail Nabatov no se equivocaba nunca.
Sacó el teléfono móvil y llamó al hombre que estaba vigilando a la princesa cuando desapareció por última vez.
–¿Dónde la perdiste, Iván?
–En el casino –respondió con debilidad–. Se perdió entre la multitud.
Mak fue tajante. No toleraba la debilidad en sus hombres.
–Estás despedido.
Cortó la comunicación, se guardó el teléfono en el bolsillo y se enderezó la corbata antes de empezar a caminar por las luminosas calles de la única ciudad grande de la isla de Kyonos. Estaba absolutamente seguro de que Evangelina seguía en el casino. Despilfarrando el dinero de su padre.
Se abrió camino entre la multitud y, poco después, entró en el establecimiento. Sabía que no la encontraría en la zona delantera, donde se encontraban las máquinas tragaperras. Habría apostado cualquier cosa a que estaba en alguno de los salones para derrochadores y jugadores empedernidos. Al fin y al cabo, era una niña mimada que sentía debilidad por el drama y el champán.
Cruzó el vestíbulo y caminó hasta las puertas negras del fondo del local, donde dos guardias lo interceptaron.
–¿Cómo se llama? –preguntó uno de ellos.
–Mak –contestó–. Vengo a ver a la princesa.
–Me temo que no…
Las puertas se abrieron en ese momento y dieron paso a una mujer de vestido ajustado, que apestaba a alcohol. Los guardias se giraron hacia ella y Mak aprovechó su desconcierto temporal para colarse.
La princesa estaba en una de las mesas, riendo y jaleando a un hombre que se disponía a lanzar unos dados. Cuando vio a Mak, entreabrió ligeramente los labios, dijo algo a su acompañante y se alejó despacio. No intentó correr. Lo conocía lo suficiente como para saber que habría sido inútil.
Uno de los guardias de la entrada apareció de repente y se dirigió a ella.
–¿Se encuentra bien, princesa?
Evangelina miró a Mak con desprecio.
–Me encontraría mejor si ese hombre no estuviera aquí, pero no se moleste en intentar echarlo. No lo conseguiría –contestó–. Además, trabaja para mi padre y se crearía una situación bastante problemática.
Mak se acercó a la princesa.
–¿Me va a llevar a mi celda? –le preguntó ella con sarcasmo.
–¿A su celda? ¿De verdad cree que esa habitación chabacana y recargada donde duerme es una celda?
Evangelina se ruborizó un poco.
–Oficialmente, no.
–¿Cómo se ha librado de su guardaespaldas?
Ella sonrió.
–¿Ha visto a las mujeres que están junto a las máquinas tragaperras de la entrada? ¿Las que dan cambio a los clientes?
Mak sacudió la cabeza.
–No.
–Pues el guardaespaldas sí las vio. O siendo más específica, vio sus generosos escotes… Me pareció una ocasión perfecta y me escapé –dijo–. Supongo que salió del casino y que se dedicó a buscarme por la ciudad. Como yo ya había sugerido que deseaba marcharme…
Mak apretó los dientes.
–Iván es un ingenuo.
Ella arqueó una ceja y lo miró con inocencia fingida.
–Eso es obvio.
–Pero yo no lo soy.
–Ya me había dado cuenta.
Mak la observó durante unos segundos. La princesa Evangelina Drakos tenía algo de felino; era ágil, elegante y parecía más que dispuesta a soltar un zarpazo si la ocasión lo exigía. Una mujer como ella podía embaucar a sus hombres e intimidar a los guardias de palacio con enorme facilidad.
Pero él era distinto.
–Le recomiendo que venga conmigo, printzyessa.
–¿Y si no voy?
–Se lo diré a su padre.
Evangelina cruzó los brazos por encima de sus pechos. Y Mak los admiró. Llevaban tan poca tela encima que apenas se podían considerar tapados; pero por poca tela que llevaran, le pareció demasiada. En ese momento habría dado cualquier cosa por verlos y por saber si toda su piel era tan morena como parecía.
Apretó los puños y rechazó las imágenes que asaltaron su mente.
Eran impropias de él. Nunca había permitido que una mujer lo distrajera de sus obligaciones, y no lo iba a permitir entonces.
–Me importa muy poco lo que mi padre piense al respecto. ¿Qué puede hacer? ¿Encerrarme en una mazmorra? ¿Casarme con un desconocido? Ambos sabemos que no sería capaz de hacer lo primero, aunque esté empeñado en lo segundo.
Mak se encogió de hombros.
–Como quiera. En tal caso, me la cargaré al hombro como si fuera un saco de patatas y la llevaré a palacio.
Ella entrecerró los ojos.
–No se atreverá.
Él dio un paso adelante.
–¿Está segura?
Evangelina lo miró un momento y dijo, con arrogancia:
–Le permitiré que me acompañe.
Mak la tomó del brazo, le pasó los dedos por la piel y se inclinó sobre ella.
–El que permite aquí soy yo –declaró en voz baja–. Y estoy dispuesto a permitirle que salga del casino por su propio pie.
Evangelina le lanzó una mirada de desafío.
–Sinceramente, me alegro por los dos. Porque la otra opción habría terminado mal.
–Entonces, ha tomado la decisión correcta.
Mak la llevó hacia la salida del casino. La princesa caminaba con la barbilla alta, la espalda recta y un aire tan altivo y orgulloso que le ganó las miradas de casi todos los hombres presentes en el local.
Cuando llegaron al coche, él le abrió la portezuela.
–Adentro –ordenó.
Ella obedeció, rígida. Mak dio la vuelta al vehículo, se sentó al volante, arrancó el motor y tomó el camino de palacio.
–¿Y bien? ¿No se lo va a decir a mi padre? –preguntó la princesa.
–No.
–Quizá se lo diga yo.
–¿Por qué?
–Porque, como ya he dicho, no tiene influencia sobre mí… pero es posible que lo despida a usted.
Mak apretó las manos sobre el volante.
–No me despedirá.
–¿En serio?
–En serio. He despedido a Iván, así que yo seré su guardaespaldas a partir de ahora –respondió–. Su padre sabe que soy la persona más adecuada para ese trabajo.
–¿Ah, sí?
–Los guardias de palacio son presa fácil para usted; y por otra parte, no van a descuidar la seguridad nacional para hacerse cargo de una mocosa que ni siquiera se preocupa por su propia seguridad. Yo soy el único que puede; la última barrera de contención cuando todo lo demás fracasa –declaró con frialdad–. Y nunca cometo errores… Es lamentable que uno de mis empleados haya fallado.
–Dos.
–¿Cómo?
–Dos de sus empleados. Me he librado de dos mientras ellos se dedicaban a admirar la figura de una mujer.
–Ex.
–¿Qué?
–Exempleados –puntualizó él–. Carecían de disciplina, así que los he despedido a los dos. Está tan centrada en sí misma que no se da cuenta, pero esto no es un juego. Es mucho más importante que su imagen pública.
–¿Lo es? ¿De verdad? Y yo que pensaba que mi padre me había puesto vigilancia para que no haga nada que espante a mis posibles pretendientes… –ironizó.
–Es por su seguridad, printzyessa. Usted es una pieza importante en el poder político.
–Yo no soy una pieza de nada. Solo soy una persona.
–Cuando se tiene título de princesa, no se es simplemente una persona –replicó.
La princesa se giró y lo miró. Mak no apartó la vista del camino.
–¿Qué soy entonces? ¿Un peón de la política?
–Uno importante.
Ella bufó y se recostó en el asiento.
–¿Qué más puede pedir una chica?
Evangelina se sentía impotente, y tan enfadada que deseaba gritar. Sabía que se había comportado de forma escandalosa, pero era lo único que estaba en su mano, lo único que podía hacer.
Seis meses antes, cuando su padre le presentó a Makhail, se sintió aliviada de que no la vigilara en persona. Lo encontraba demasiado inquietante, demasiado alto y demasiado masculino. Tenía hombros anchos, cabello castaño, mandíbula cuadrada, una boca que nunca sonreía y unos ojos grises y tan fríos como el cañón de una pistola. Unos ojos que parecían capaces de ver todos sus secretos.
–No lo sé –contestó Mak–. Tal vez, más diamantes para decorar su jaula de oro.
–¿Cree que, como soy rica, no tengo derecho a quejarme?
–Yo no creo nada. No estoy aquí para tener opiniones. Si las tuviera, significaría que usted me importa; y no me importa. Estoy aquí para hacer un trabajo. Mi ocupación consiste en mantenerla a salvo e impedir que se meta en líos.
–¿Hasta que me case?
–Y después también, si me lo ordenan.
Eva pensó que la idea de vigilarla después de la boda resultaba algo extraña; pero sabía que tenía sentido. Al fin y al cabo, era una princesa y estaba destinada a casarse con un hombre de su misma clase social, que sería tan cuidadosamente seleccionado como los cereales que tomaba durante el desayuno. Toda su vida estaba controlada por otros; hasta le elegían los zapatos que se debía poner.
Después de muchos años de inconsciencia, se había dado cuenta de que jamás le permitirían tomar sus propias decisiones. No podría elegir ni lo que comía ni adónde iba. Y al darse cuenta, se rebeló.
Makhail Nabatov no sabía lo que significaba ser como ella. Podía acusarla de ser una niña mimada, pero no entendía nada de nada.
–Supongo que mi esposo tendrá su propio servicio de seguridad.
–¿Y por qué cree que sus empleados serán mejores que los guardias de su padre? –preguntó sin mirarla.
–Puede que no lo sean… pero también es posible que yo no intente escapar. Eso depende del hombre al que mi padre elija. Quién sabe, quizá me enamore de él.
En realidad, Eva no tenía la menor esperanza al respecto. Conocía a todos los candidatos posibles y no le gustaba ninguno; ni siquiera el más probable, Bastian, soberano de Komenia, un principado del este de Europa. Su padre se inclinaba por él porque era un hombre política, económica y militarmente poderoso que podía aumentar los recursos de Kyonos.
Pero ella no sentía nada por Bastian. Era agradable y hasta atractivo, pero no despertaba su pasión.
–¿Enamorarse? –preguntó Mak mientras conducía el coche por calles tan estrechas casi rozaba las mesas de los bares–. ¿Acaso busca el amor?
–Por supuesto que sí. Todos buscamos el amor.
–No todos.
A Evangelina le sorprendió y le molestó su afirmación. Le sorprendió porque era extrañamente tajante y le molestó porque, a diferencia de ella, él tenía libertad para elegir a quien quisiera. No estaba obligado a rendir cuentas a nadie. Podía salir con la persona que más le gustara.
–Pues yo lo busco.
–¿Por qué?
–¿Cómo es posible que pregunte eso? Puede que usted no busque el amor, pero la mayoría de la gente opina de otra forma. El amor es…
–Un montón de trabajo –la interrumpió.
Eva clavó la vista en las manos de Mak y reparó en que llevaba un anillo de platino en la izquierda.
–¿Está casado?
–Ya no –respondió él sin emoción alguna.
–¿Por qué?
Por primera vez en todo el trayecto, Mak le dedicó una mirada.
–No necesito ser amigo suyo para protegerla –dijo.
Ella reaccionó con indignación.
–Ni yo necesito que me proteja. Le pagan para que me evite los problemas que puedan surgir, pero nada más. Soy una mujer adulta. Tengo veinte años y me falta poco para cumplir los veintiuno.
–Oh, sí, eres toda una vieja –se burló.
–De todas formas, tiene razón en una cosa.
–¿En cuál?
–En que no tenemos que ser amigos. De hecho, nuestros objetivos son tan contrarios que no lo podríamos ser.
–¿Y cuál es su objetivo, princesa?
El coche entró en ese momento en los jardines de palacio, cuyos muros estaban rodeados de guardias.
–Si se lo dijera, señor Nabatov, se lo pondría demasiado fácil.
Stephanos Drakos caminaba de un lado a otro, con las manos cruzadas a la espalda y expresión de ira.
–Ha salido en internet, Eva. Antes de que salieras del casino, ya estaba en todos los medios amarillistas –afirmó–. Lanzando dados y con hombres del brazo… has quedado como una adolescente irresponsable.
–Padre, yo…
Makhail decidió intervenir.
–Alteza, su hija debía estar bajo la supervisión de uno de mis hombres, al que he despedido por su incompetencia. A partir de ahora, la vigilaré en persona.
Eva miró a Mak y pensó que había sido muy caballeroso al interrumpir la conversación con su padre. Tan caballeroso, que le habría pegado un puñetazo de buena gana. Pero en lugar de eso, se giró hacia el rey y dijo:
–No estarás considerando la posibilidad de ponerme una niñera las veinticuatro horas del día, ¿verdad?
–En absoluto –respondió Stephanos.
Mak miró fijamente a Eva.
–Yo no soy una niñera, princesa.
–Bueno, reconozco que las niñeras no suelen llevar pistolas tan grandes como la suya –contestó ella con sarcasmo.
Él arqueó una ceja.
–Ni pistolas tan grandes ni otras cosas.
–¿Le han dicho alguna vez que es un hombre encantador? –se burló.
–Señor Nabatov –empezó a decir el rey–, ¿cómo sé que puedo confiar en usted? Hasta ahora, ha sido incapaz de conseguir que sus hombres controlen a mi hija.
–Esos hombres eran idiotas, Alteza. Pero yo no lo soy –afirmó–. Además, no tiene muchas opciones. Normalmente, los guardaespaldas protegen a personas que quieren que las protejan; pero la princesa no quiere.
–Porque no están aquí para protegerme de amenazas externas, sino para protegerme de mí misma –se defendió Eva–. Es insultante.
–Si te comportas como una niña, se te tratará como a una niña –dijo Stephanos–. Estoy trabajando para conseguirte un matrimonio que sea beneficioso para Kyonos y para sus gentes. Pero tú lo desprecias.
–Yo solo quiero un poco de libertad. Solo quiero un…
–Eres princesa, Eva –la interrumpió su padre–. Las cosas no son tan sencillas.
Eva se mordió la lengua. Por mucho que le molestara, su padre tenía razón. Los lujos y los privilegios asociados a su título también estaban asociados a responsabilidades. Ella lo sabía de sobra, pero se sentía atrapada.
–¿Puedo irme? –preguntó.
–Puedes irte –contestó Stephanos.
Eva se giró y salió del despacho. En cuanto estuvo fuera, se llevó las manos a la cara y se apretó las palmas contra los ojos para no llorar. Nunca había sido una mujer débil. La debilidad era un lujo que no se podía permitir ni delante de su padre ni delante de la prensa ni, por supuesto, delante de Makhail, su nuevo carcelero.
Stavros, su hermano, era la única persona que la comprendía. Pero en ese momento tenía sus propios problemas.
Avanzó por el pasillo, entre el sonido de sus tacones contra el suelo de mármol. Sabía lo que quería; un hombre que la amara, un hombre al que amar. Y también sabía que, seguramente, no lo tendría nunca.
Era una situación paradójica. El mundo estaba lleno de chicas que soñaban con ser princesas, pero ella solo soñaba con tener derecho a tomar sus propias decisiones y a vivir su vida como le pareciera mejor.
Además, sus perspectivas eran poco halagüeñas. Cuando se casara, perdería la escasa libertad de la que había disfrutado. Dejaría de estar bajo el control de su padre y pasaría a estar bajo el control de su esposo.
–Princesa…
Ella se giró al oír la voz profunda y ronca, con un leve acento ruso, de Makhail.
–¿Sí?
–He llegado a un acuerdo con su padre.
–No me diga.
–Le ha dado seis meses.
Eva sintió náuseas, pero se contuvo.
–Así que estoy sentenciada…
–Si lo quiere ver de ese modo…
Ella rio sin saber por qué. En aquella situación no había nada gracioso.
–¿Cómo se sentiría usted si se encontrara en mi caso, Makhail? ¿Cómo se sentiría si lo obligaran a casarse con una desconocido, a tener hijos con él y a compartir cama con él? ¿Le gustaría? –preguntó.
–No, me disgustaría profundamente. Pero es comprensible, porque no yo me acuesto con hombres –bromeó.
–Me ha entendido de sobra.
–Mire, printzyessa…
Eva sacudió la cabeza
–Si vas a ser mi guardaespaldas personal durante seis meses, será mejor que empecemos a tutearnos. Y llámame Eva, por favor.
–Entonces, llámame Mak.
–No quiero.
Él rio.
–¿Por qué?
Ella se cruzó de brazos.
–Porque Mak te humaniza. Y prefiero seguir enfadada contigo durante tanto tiempo como sea posible.
Mak giró muy despacio a su alrededor, como un depredador que hubiera encontrado una presa especialmente apetecible.
–Estoy seguro de que sabré encontrar mil formas distintas de enfadarte, Eva. No hace falta que te busques excusas.