El dragón y la perla - Jeannie Lin - E-Book

El dragón y la perla E-Book

Jeannie Lin

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Beschreibung

El riesgo y la atracción mutua los subyugaban por igual Ling Suyin era famosa en todo el reino por su belleza y sensualidad. Había sido la concubina favorita del emperador hasta la muerte de éste, y desde entonces vivía en su mansión junto al río, hasta que el caudillo más belicoso de la región fue en su busca para hacerla prisionera. Li Tao sólo se regía por su espada, pero, al igual que Ling Suyin, se encontraba atrapado en la red de intrigas políticas que asolaban el imperio. Tenía que descubrir el papel que jugaba la hermosa seductora en ese juego de engaños y conspiraciones… y debía hacerlo sin caer bajo su hechizo.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Jeannie Lin. Todos los derechos reservados.

EL DRAGÓN Y LA PERLA, Nº 498 - febrero 2012

Título original: The Dragon and the Pearl

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Internacional y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-485-9

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Bajo el susurro de la seda y el fulgor de sus brillantes colores se esconde el corazón solitario de una concubina imperial. También se necesita ser un corazón solitario para llegar a convertirse en uno de los más temidos gobernadores del emperador, y cuando dos corazones así se encuentran surge la magia y el juego de poder. Por este mundo anclado en la remota China nos conduce magistralmente Jeannie Lin. No en vano esta novela, El dragón y la perla, ha sido calificada como uno de los mejores libros románticos del año 2011 por el Library Journal. Nosotros recomendamos encarecidamente su lectura. No os defraudará.

Los editores

Uno

China, dinastía Tang, 759 d.C.

Lady Ling Suyin aguardaba en el salón al filo de la hora de la serpiente. La casa estaba en silencio y sólo se oía el zumbido de las libélulas en el exterior. El té que tenía delante estaba frío desde hacía rato. Se lo había servido aquella mañana el último de los criados en marcharse. Era el más atrevido de todos y le había suplicado que se fuera con ellos, pero Lady Ling no podía escapar. El caudillo que iba en su busca no dudaría en arrasar todas las aldeas a lo largo del río hasta encontrarla.

Se irguió al oír el crujido de unas hojas delante de la casa. Unas botas se acercaban a paso firme y decidido, y el corazón de Ling latía con más fuerza a cada pisada. El hombre que la buscaba había llegado en solitario. Su imponente figura apareció amenazadoramente en el umbral como el demonio del que todos hablaban en la corte imperial. Túnica negra, pelo corto y negro y un rostro impasible que no revelaba la menor emoción ni debilidad.

—Ling Guifei —la saludó con una voz profunda.

—Ya no soy la honorable consorte imperial, gobernador Li —le recordó Suyin. Permaneció sentada y dejó que el gobernador militar se acercara. Si se ponía en pie las piernas podrían fallarle. Los rasgos del hombre no podrían pasar nunca desapercibidos. Suyin recordaba su piel bronceada por el sol y sus facciones angulosas, pero la cicatriz que le atravesaba la mejilla izquierda era nueva.

La primera y única vez que había visto a Li Tao fue en la corte, cuando él era un joven elogiado por su valor que contenía su fuerza tras un muro de disciplina. El tiempo había curtido su aspecto, igual que también había hecho mella en Suyin.

—Este humilde servidor se ofrece para ser su escolta.

Ni toda la cortesía del mundo podría haber suavizado su tono afilado.

A Suyin le dio un vuelco el estómago, pero respiró hondo para calmarse. Apoyó un codo en la mesa e intentó hablar con la mayor serenidad posible, a pesar de que el corazón le latía con tanta fuerza que apenas podía oír sus propias palabras.

—Le pido disculpas, mi señor, pero no tengo ninguna intención de marcharme.

—Este lugar ya no es seguro para usted.

En ninguna parte podría estar ya segura ni había quien pudiera protegerla. ¿El sicario del difunto emperador Li Ming iba en su busca después de tantos años? Pensaba que sus secretos habían quedado enterrados desde hacía mucho.

Clavó las uñas en el borde de la mesa mientras él se acercaba. No era la primera vez que la dejaban sola y desamparada, pero ya no era una joven indefensa. Una cortesana tenía que controlar sus miedos e imponer su autoridad al hombre al que se encaraba.

Li Tao se detuvo a dos pasos de ella y Suyin advirtió la silueta de un arma en el interior de su manga. Era la hoja de un asesino. Levantó la taza y tomó un sorbo para disimular su horror. El té frío y amargo se deslizó por su garganta. La experiencia le permitía reprimir los temblores, pero no podía controlar los latidos de su corazón ni el sudor de sus manos.

Consiguió mantener la cabeza erguida mientras dejaba la taza, y sus palabras le salieron en un tono melódico y natural que había perfeccionado durante años.

—Habiendo llegado tan lejos para cumplir con su tarea, será mejor que no perdamos más tiempo. ¿Debo recoger mis pertenencias?

—No hay nada que la señora necesite.

El caudillo se dirigía a Suyin como si ella fuese su superior. No era una gran ventaja, pero tendría que aprovecharla. Suyin agarró el borde de su chal y se lo echó sobre los hombros. Se puso en pie y se detuvo un momento antes de pasar junto a él.

Li Tao no hizo ademán de tocarla, pero no le quitaba los ojos de encima. Los hombres siempre la observaban.

Suyin atravesó la casa vacía, escuchando las pisadas de Li tras ella. Estaba muy cerca, y cuando Suyin salió al exterior tenía los dedos tan rígidos que ni siquiera podía sentirlos.

Un palanquín la esperaba junto al polvoriento camino que salía de su propiedad. Alrededor de la litera había un regimiento de soldados con sus uniformes rojos y negros. Los gobernadores militares, los jiedushi, comandaban sus propias fuerzas regionales, independientes del ejército imperial. Nadie se atrevía a desafiarlos en sus dominios, pero aquella franja de bosque estaba bajo la jurisdicción de la corte. El emperador no podía pasar por alto una afrenta semejante.

Li Tao la seguía como los negros nubarrones de una tormenta inminente. Suyin estuvo a punto de ceder al impuso de huir, pero si echaba a correr, él tendría que demostrarle que era un cazador, un guerrero y un asesino. Por mucho que también supiera comportarse como un caballero.

—¿Adónde vamos?

—Al sur.

No iba a sacarle más información. Suyin miró hacia atrás con un nudo en el pecho. El augusto emperador Li Ming le había construido aquella casa antes de morir. La residencia no significaba nada para ella, pero sí que echaría de menos el río que serpenteaba bajo los rayos de sol y el olor a tierra y musgo.

Aspiró profundamente para llenarse los pulmones de aquella fragancia tan especial. Durante mucho tiempo había vivido con la ilusión de que nadie se acordaría de ella, pero en el fondo siempre había sabido que alguien acabaría yendo en su busca. Las deudas siempre había que saldarlas, ya fuera en esa vida o en la siguiente.

Se detuvo ante el palanquín y se giró para encontrarse cara a cara con aquel jiedushi imponente y despiadado que la escrutaba con una mirada intensa y penetrante. Pero ella no iba a acobardarse ante él. Los poderosos del imperio avasallaban a los débiles. Esperó a qué él se adelantara para apartar la cortina con el brazo.

—Dígame, gobernador —se pasó la punta del dedo por la mejilla—. ¿Cómo se hizo esa cicatriz?

Los ojos del hombre se entornaron amenazadoramente.

—Fue una mujer.

Los labios de Suyin se curvaron en una sonrisa.

—Fascinante…

Li Tao apretó la cortina en el puño, sus pupilas se oscurecieron y su respiración se hizo más profunda. Los signos de que le afectaba su coqueteo estaban escritos en su rostro como los versos de un poema. ¿Cómo si no iba a protegerse una mujer en un mundo de hombres?

—Veo que todo lo que se decía de usted es cierto —murmuró él. El brillo de sus ojos delataba el calor que ardía bajo su gélida apariencia.

Por un instante Suyin se vio atrapada por su mirada. Estaban muy cerca, casi rozándose. Ella lo había provocado a propósito, pero se arrepintió de haberlo hecho cuando una sensación de alarma se desató en su interior. El regimiento de soldados pareció desvanecerse a su alrededor y sólo quedó aquel hombre digno de temor.

—Y yo que pensaba que este juego había acabado para mí —murmuró.

Él no respondió. Suyin le rozó la manga con el hombro al deslizarse en el interior de la litera. Los ojos negros de Li Tao permanecieron fijos en ella mientras la cortina volvía a cubrir la abertura.

El viaje transcurrió para Suyin en forma de los fragmentos interrumpidos que veía a través de la ventana, como las enredaderas que crecían sobre los árboles o los destellos del sol en el agua. Li Tao cabalgaba al frente del destacamento y sus soldados rodeaban permanentemente el palanquín. Debía de tratarse del primer batallón de Li Tao. Se hacían llamar la Guardia Naciente y tenían fama de ser los guerreros más feroces de todo el imperio.

La sombra y el murmullo de su río dieron paso a un camino surcado por huellas de carros. Se dirigían hacia el sur, lejos del poder imperial. Para Suyin no había sitio en la nueva corte del emperador, pero se aferraba a la ilusión de que el corazón del imperio era un lugar seguro y civilizado. El territorio que se extendía más allá estaba sumido en el caos y la anarquía. Por eso necesitaban a los jiedushi para mantener el orden.

El cuarto día de viaje pasaron por una barricada fuertemente vigilada. Los soldados patrullaban la zona con rostros adustos y Suyin se apartó de la ventana.

Era cierto. Los ejércitos regionales se estaban reagrupando. Suyin se había aislado en el bosque para escapar de la tensión que se vivía en Changan, la capital del imperio, pero las noticias le seguían llegando a través de sus criados, quienes iban cada semana al mercado mientras ella permanecía encerrada en su feudo.

Sólo había un motivo para levantar una barricada en el interior del imperio, y eran las luchas internas entre los gobernadores militares. Durante años habían ido adquiriendo más y más poder a expensas del emperador Shen. Tal vez Suyin debería haber huido con los criados…

Se estremeció y se arrebujó con su chal. Vestía la misma ropa desde que fueron a por ella. Las únicas posesiones que Li Tao le había permitido llevar consigo.

Odiaba el destierro. Los viajes nunca le deparaban cosas buenas, y los cambios bruscos le recordaban el desarraigo y el traslado forzoso a algún lugar lejano y desconocido. Por experiencia sabía que no había vuelta atrás.

El instinto de supervivencia acudió en su ayuda y la envolvió como una segunda piel. Agudizó los sentidos y prestó atención a todo lo que la rodeaba. Li Tao y los soldados tenían las armas preparadas para entablar combate en cualquier momento. Y ella también tenía sus armas.

En los siguientes días el camino discurrió a la sombra de una montaña y el suelo se hizo oscuro y fértil. Entraron en un bosque de bambúes al que llamaban el mar de bambú, no porque hubiese agua, sino por el rítmico balanceo de las altas cañas y el crujido de las hojas puntiagudas.

El verde dosel engullía a la comitiva por todos lados. Suyin apartó la mirada de la ventana y una neblina roja siguió tiñendo la vista de un resplandor sobrenatural.

Volvió a mirar por la ventana en busca de Li Tao. Iba montado en su caballo con la espalda muy erguida y su capa oscura destacando contra el fondo verde. Como era lógico se convirtió en el centro de atención de Suyin. Al fin y al cabo él tenía todo el poder y ella no tenía ninguno.

Apenas le había dirigido la palabra, salvo la escasa conversación que habían intercambiado junto al río. ¿Por qué se arriesgaba a cruzar sus fronteras para capturarla? Suyin ya no tenía ninguna influencia con el emperador. Sólo era una reliquia, deslucida y desprovista de toda utilidad.

La caravana se detuvo bruscamente y la cortina fue descorrida. Una vez más Li Tao volvió a aparecer ante ella. Le ofreció la mano y a ella no le quedó más remedio que aceptarla para que la ayudara a salir. El calor del contacto se le quedó grabado en la piel y le provocó una alarmante inquietud. Sabía identificar el poder y la autoridad, pero nunca se había sentido tan irresistiblemente atraída por ellos.

Desvió la atención hacia la mansión que se levantaba entre los bambúes. Era dos veces el tamaño de su casa y estaba igualmente construida al opulento estilo de la arquitectura imperial, con vigas de madera y techos de tejas que imitaban las elaboradas pagodas del palacio. La imponente estructura invadía la tranquilidad del bosque.

—¿Qué estoy haciendo aquí?

—Como ya le dije, no era seguro para usted quedarse junto al río.

Suyin ladeó desafiantemente la cabeza.

—¿Y por el eso el gobernador en persona se ha encomendado la misión de protegerme?

La única respuesta de Li Tao fue una mueca con los labios antes de hacer un gesto hacia la mansión. Aquel hombre atesoraba las palabras como si fueran monedas de oro. Todos sus actos estaban tan medidos y controlados que Suyin se preguntó si alguna vez se dejaría vencer por las emociones, ya fuese por la ira… o la pasión.

Li Tao permaneció tras ella mientras pasaban entre las estatuas de leones que custodiaban la entrada. A cada paso Suyin era más consciente de su fuerza y poder, a pesar de la deferencia que supuestamente mostraba al permitir que avanzara ella en primer lugar. ¿Cuánto tardaría en revelar sus verdaderas intenciones?

Los criados entraron en el vestíbulo uno detrás de otro. Sólo eran siete, una cifra muy reducida para una mansión tan grande. Una mujer de pelo gris y rostro redondo encabezaba la asamblea, y ahogó un gemido cuando Li Tao hizo las presentaciones pertinentes.

—¡Ling Guifei! —exclamó, haciendo una y otra reverencia. Los huesos de los hombros sobresalían a través de la túnica marrón.

—Jinmei, muéstrale a lady Ling sus aposentos — ordenó Li Tao. Le lanzó una mirada desdeñosa a Suyin y se giró para alejarse por el pasillo.

Era insufrible. La había tratado con la misma indiferencia durante todo el viaje después de haberla sacado de su casa a la fuerza. Hubiera sido mejor que la interrogara y amenazara. Así al menos sabría cuáles eran sus planes.

La mujer la tocó suavemente en el brazo.

—Venga con tía Jinmei.

Los guardias marcharon tras ellas mientras la mujer conducía a Suyin a través del espacioso vestíbulo.

—Guifei es mucho más hermosa de lo que dicen —comentó Jinmei, usando el título conferido a Suyin por el augusto emperador—. Estamos muy honrados por su visita.

Una visita muy cordial, desde luego. Escoltada por cincuenta hombres armados.

Jinmei llevó a Suyin a las habitaciones interiores, amplias y pulcramente amuebladas. Todo estaba meticulosamente limpio y ordenado, tan anodino e impersonal como el amo de la casa.

Suyin siguió a Jinmei a un patio central con un jardín minuciosamente arreglado. El jardinero pasó sus dedos fibrosos sobre un seto antes de empezar a podarlo con unas tijeras, pero sin fijarse en lo que estaba haciendo. Cuando se dirigió al joven desgarbado que estaba junto al estanque su mirada permanecía perdida y vacía.

El joven captó la atención de Suyin. Parecía tener unos dieciséis años y agarraba un puñado de hierba mojada mientras observaba a Suyin. El brazo izquierdo le colgaba rígidamente contra el costado y tenía los dedos descarnados y nudosos como las patas de una paloma. Suyin apartó rápidamente la mirada.

—El amo Li quiere que Ling Guifei se hospede en los mejores aposentos de la casa —le dijo tía Jinmei—. Esperamos que sean de su agrado.

La imagen del jardinero ciego y su ayudante tullido permaneció grabada en su retina. En el palacio hasta el más humilde de los criados era elegido por sus atributos físicos para que todo pareciera perfecto.

Llegaron a la sección oriental de la casa y tía Jinmei hizo subir a Suyin por unas escaleras. El guardia permaneció junto a las puertas dobles mientras ellas dos entraban en los aposentos.

—Buena luz, y energía positiva fluyendo de todas direcciones —dijo Jinmei, abriendo puerta tras puerta—. Por la mañana Ling Guifei podrá contemplar el amanecer sobre las montañas.

La mujer le recordaba a las ancianas criadas que habían servido casi toda su vida en el palacio. Sus modales y sus palabras podían ser los de unas sirvientes, pero poseían una mente astuta y sagaz por todos los secretos que habían visto. Suyin había aprendido a no subestimar a los criados y había entablado alianzas con ellos siempre que había podido.

Tía Jinmei la sacó al balcón a través de las diáfanas cortinas. Desde allí podía ver la cresta de los grises acantilados a lo lejos. El aire fresco y puro de los bosques la rodeaba. Suyin se agarró a la barandilla de madera y miró hacia el patio inferior.

Li Tao la había encerrado en la segunda planta. Un desfiladero se abría más allá de la terraza. Las paredes de granito caían escarpadamente hacia el olvido. Aunque Suyin tuviera el valor suficiente para iniciar la escalada desde el balcón, no había escapatoria posible.

Había pensado en todas las posibilidades. El caudillo podía secuestrarla por un rescate, pero no era muy probable ya que Suyin ya no tenía aliados en el imperio. Su rapto muy bien podía ser simplemente un desafío al poder imperial. También era probable que Li Tao pensara que ella guardaba algún tipo de secreto. Hubo un tiempo en el que Suyin sabía todos los secretos de la corte.

Llamó a tía Jinmei cuando ella se disponía a marcharse.

—¿Cuánto hace que sirve al gobernador?

—Quince años, mi señora.

Desde el principio… Suyin se inclinó aún más sobre la barandilla e inhaló profundamente el olor del musgo y la tierra mojada.

Desde la primera vez que alguien oyó hablar de un hombre llamado Li Tao.

Dos

Li Tao se aflojó la cinta de cuero que aseguraba la funda contra el brazo. Estaba solo en su estudio, lejos de los soldados, de los criados y de ella… La ilustre Ling Suyin estaba en su feudo, donde ninguno de los enemigos podría alcanzarla. Era el momento de pensar con calma.

Sacó el puñal que llevaba oculto bajo la manga y lo dejó en la mesa, entre las cartas plegadas. Un montón de ceniza se acumulaba junto a la vela, restos de la nota anónima que lo había enviado más allá de las barricadas. El mensaje no iba firmado y su lenguaje estaba en clave para que fuera imposible adivinar el contenido. Informaba de que el gobernador militar, Gao Shiming, había enviado a sus hombres a capturar a Ling Suyin, o Ling Guifei, según el título conferido por el difunto emperador Li Ming. La consorte real. Una mujer que no debería significar nada en las intrigas de palacio después de que su benefactor hubiera muerto. La habían instalado en una casa junto al río para que pasara el resto de sus días en el exilio. ¿Qué podía querer Gao de una mujer así?

El instinto le decía a Li Tao que se trataba de un ardid. El mensaje encriptado contenía una advertencia, pero también algo más. Una amenaza. Insinuaba que Li Tao se arrepentiría si no actuaba con rapidez. El nombre de la consorte destacaba entre los caracteres. Ling Suyin.

En el apogeo de su fama, los rumores sobre ella se habían propagado desde Changan. Era una seductora, un huli jing, un espíritu zorro que tentaba a los hombres. La mujer más hermosa del imperio. En los tiempos del antiguo régimen los poetas y cortesanos se dedicaban a ensalzar la figura de una mujer para convertirla en una diosa.

Li Tao la había visto fugazmente la primera vez que estuvo en palacio, y un deseo inmediato se había apoderado de él. Por aquel entonces era un joven hambriento de poder y admiración. Más de diez años después, la imagen de aquella misma mujer apenas despertaba el eco de un deseo olvidado.

Al principio había creído que el viejo lobo estaba obsesionado con lady Ling después de haberla visto durante tantos años del brazo del augusto emperador. Tal vez Gao codiciaba la belleza y la gloria inalcanzables que ella representaba. Pero Li Tao había interceptado a los asesinos que avanzaban hacia el río. Sicarios silenciosos enviados para matarla.

Todos murieron antes de que pudieran ser interrogados. El último de ellos cayó por su propia espada para evitar que lo hicieran prisionero. Hacía falta mucho dinero e influencia para contratar a unos hombres tan entregados a su misión. Al parecer lady Ling seguía teniendo algo de valor. Un caudillo rival la quería muerta, otra persona la quería viva, y Li Tao se encontraba en medio del conflicto.

Se sentó detrás de la mesa y se pellizcó la nariz para intentar aliviar la tensión. Un montón de papeles lo aguardaba delante de él, coronados por una orden que exigía su presencia en la corte de Changan. Debajo había más proclamas con el sello imperial. En los últimos años las fuerzas imperiales habían ido reduciéndose a medida que los ejércitos fronterizos comandados por los jiedushi se hacían más fuertes. El desequilibrio era tan alarmante que los ministros intentaban limitar el poder de los gobernadores militares. Como si inutilizando un miembro fuerte se pudiera camuflar el débil.

Li Tao ignoraba todos los edictos y decretos. Su deber era proteger aquellos dominios, como había ordenado el difunto emperador. Para ello haría todo lo que fuera necesario, aunque tuviese que desafiar al emperador Shen y su corte corrupta. Había mantenido las fronteras seguras y la paz dentro de su distrito, sofocando todo atisbo de revuelta, controlando a sus oficiales y construyendo su ejército.

Por todo ello lo habían acusado de traición. Gao lo había denunciado ante la corte imperial, a cuatrocientas millas de distancia, por lo que Li Tao se vio obligado a cambiar de táctica para enfrentarse a un enemigo tan cobarde. Tenía que valerse del subterfugio y el ingenio. Tenía que valerse de alguien como Ling Suyin. Aquélla era suficiente razón para haberla llevado a su feudo.

Pero no había sido así. Lady Ling estaba allí porque Li Tao la había encontrado sola y abandonada. La cortesana había palidecido de miedo al verlo, y sin embargo había mantenido la elegancia y la compostura como si aún tuviera al imperio comiendo de su mano. Li Tao podría haberla interrogado junto al río. Podría haberla dejado en la sede provincial de Chengdu. Podría haber ignorado el mensaje en clave… Pero en vez de eso se la había llevado a sus dominios, a salvo de cualquier amenaza.

La había instalado en el ala sur de la mansión, en los mismos aposentos donde se había alojado su prometida. El matrimonio concertado con la hija del emperador se había anulado antes de que se hubieran visto siquiera, un fracaso del que Gao aún debía de estar regodeándose. En el último año la tragedia lo azotaba sin cesar, y el último mal presagio se materializaba en la forma de lady Ling.

Su inquietud se debía a la atracción que cualquier hombre sentiría por una mujer tan fascinante como ella. El yin y el yang. Pero no cometería el error de pensar en Ling Suyin como una mujer cualquiera. Era una seductora, una astuta manipuladora. Un demonio disfrazado de mujer.

Para ser una prisionera recibía un trato exquisito. Tía Jinmei le sirvió el té y ordenó que le llevaran una bañera de madera a sus aposentos. El agua tuvo que ser calentada en las calderas del patio y transportada escaleras arriba en cubos, pero los guardias llevaron a cabo la tarea sin la menor queja.

Suyin se quedó a solas en el agua, pero su cuerpo seguía tenso y agarrotado. ¿Qué querría Li Tao de ella? Barajó todas las posibilidades, incluso la del deseo, pero un caudillo tan poderoso no iría tan lejos en busca de una cortesana que se acercaba al otoño de su vida. No cuando tenía a mujeres más jóvenes y asequibles dentro de los límites de su territorio.

En el harén imperial una concubina que no hubiese atraído la atención del emperador a los treinta años era enviada a un convento o, si tenía suerte, entregada en matrimonio a un ministro. Suyin se acercaba a esa edad. Además, Li Tao no la miraba con el mismo deseo y anhelo que sus admiradores. Los hombres no podían ocultar su atracción ni siquiera frente al emperador, y ella captaba las miradas ardientes antes de que desviasen la vista.

Ninguno era capaz de mirarla a los ojos.

Li Tao, en cambio, clavaba en ella una mirada intensa y penetrante, como si quisiera traspasar su coraza y descubrir sus secretos. Pero no encontraría ninguno. Suyin podía llenar el cascarón de su cuerpo con el espíritu que necesitara, si lo requería la ocasión.

El agua fría le recordó el tiempo que llevaba divagando. Salió de la bañera y se secó ella misma sin llamar a Jinmei. Con el pelo todavía mojado, se puso el camisón de color claro y se metió en la cama para sucumbir finalmente al cansancio del viaje.

A su cuerpo no le importaba estar atrapada en la guarida del tigre, pero la cabeza no dejó de darle vueltas durante toda la noche.

A la mañana siguiente la despertó un ruido en la cámara externa. Se levantó con los músculos agarrotados y se puso las zapatillas para salir del dormitorio. El salón parecía un parterre florido por la cantidad de vestidos de colores que había dispuestos sobre las sillas y mesas.

—Tía, ¿qué es todo esto?

Tía Jinmei levantó un brazo cargado de seda tan rosa y radiante como los pétalos de una orquídea.

—A la señora le sentará muy bien esta ropa.

Suyin encontró un lugar para sentarse entre la vasta colección de prendas. Los vestidos eran tan exquisitos como los que había llevado en palacio. Las barricadas y puestos de control erigidos entre las provincias a lo largo del último año habían hecho estragos en el comercio, y era prácticamente imposible ver ropa de calidad fuera de las dos capitales, Changan y Luoyang.

Era extraño que Li Tao tuviese un vestuario semejante esperándola. Volvió a pensar en sus sospechas iniciales, pero nada en el comportamiento del caudillo insinuaba que albergara por ella el menor deseo… salvo por aquel fugaz destello en su mirada junto al río.

Ella jamás podría ser la amante de otro hombre. Aunque viviera cien años seguiría perteneciendo al difunto emperador y sólo a él. Era la ley imperial.

—Tía Jinmei pensará que el gobernador y yo somos amantes —dijo.

La anciana frunció los labios mientras colgaba un vestido sobre el biombo del rincón.

—Su amo no le dijo que yo vendría, ¿verdad?

La criada no respondió, haciendo honor a su lealtad.

—¿Qué vestido prefiere la señora? —preguntó mientras recorría con la mirada el mar de telas y colores. Tía Jinmei también había sido joven y una parte de ella aún apreciaba las cosas bonitas y delicadas.

—Sería un escándalo que una concubina del augusto emperador se relacionara con un gobernador militar —siguió Suyin.

Tía Jinmei hizo una mueca imperceptible y se desplazó hacia la ventana para descorrer las cortinas.

—El amo Li quiere hablar con la señora esta mañana.

La luz del sol iluminó con una amplia franja el centro de la habitación.

—¿Y si le dijera a tía Jinmei que el gobernador me ha traído aquí como prisionera?

—La señora hace muchas preguntas. Tiene que vestirse antes de que el amo Li se marche.

Al parecer, Li Tao no era de los que se preocupaban por los escándalos, y su fiel criada Jinmei acataba sus órdenes sin cuestionarlas.

Eligió el vestido de seda rosa y siguió a Jinmei detrás del biombo. La criada le ató el corpiño bordado y le colocó la túnica exterior. Al agacharse para estirar la falda Suyin quiso decirle que no se molestara. No había jóvenes en el servicio doméstico para ayudar con la tarea. Ni esposa, ni familia. La mansión estaba tan vacía que podían oírse los crujidos del suelo de madera.

Igual que la casa de Suyin junto al río.

Tía Jinmei igualó los extremos de la faja de color carmesí y los ató alrededor de la cintura de Suyin. A continuación, la hizo colocarse ante el espejo y empezó a cepillarle los cabellos.

—La señora es afortunada de tener un pelo espeso y negro como la tinta.

Algún día sería una anciana encorvada, con el pelo gris y la piel llena de arrugas como tía Jinmei. Nadie la reconocería y podría vivir finalmente en paz.

—Tía Jinmei debería saber que no soy la amante del gobernador Li. Hace tan sólo una semana que lo conozco, y nunca habíamos hablado —intentó cazar la mirada de la anciana en el espejo, pero tía Jinmei seguía con la cabeza gacha—. Soy fiel a la memoria del emperador.

Tía Jinmei volvió a hacer una mueca.

—El amo siempre le ha sido fiel al emperador.

—Pero no al emperador Shen.

Suyin hizo una mueca de dolor cuando tía Jinmei le tiró del pelo para recogérselo en un moño. La punta de la horquilla de marfil se le clavó en el cuero cabelludo. No iba a contar con una aliada en la anciana… De nuevo volvía a verse sola en un entorno hostil.

Sin nadie en quien poder confiar, sin nadie que la ayudara… Llevaba jugando al mismo juego desde que la sacaron de su casa siendo niña, comprada por cien monedas de cobre para ser la concubina imperial.

Ver a lady Ling era como presenciar una ópera exquisitamente elaborada. Estaba sentada ante él en el salón, como una flor de melocotonero contra las paredes incoloras. Sus hombros mantenían una pose de elegante serenidad, y la curva de sus labios mientras sorbía el té era demasiado perfecta para ser natural.

—He estado pensando… —dijo ella, mirándolo por encima del borde de la taza— que no soy yo lo que quieres.

—¿Qué es lo que quiero? —preguntó él.

—No soy más que un símbolo. Apresarme es tan significativo como… —lo miró de reojo— apoderase de un estandarte. ¿Qué otro interés podría tener un caudillo en una humilde concubina?

—Humilde… —repitió él, recostándose en la silla para observarla. La belleza de Suyin era innegable y resultaba imposible mirar a otro lado. Tenía una boca suave y sensual, unos ojos grandes y expresivos y un cuello blanco y esbelto que incitaba a acariciarlo.

—Una vez fuiste cortesana en el barrio rojo de Luoyang —comentó.

—De eso hace mucho tiempo, gobernador.

—Muchos secretos circulan por esa ciudad…Ella le sonrió.

—Vino, música y toda clase de secretos —corroboró alegremente, pero su mirada era fría y calculadora. El atractivo de lady Ling no sólo radicaba en la seducción. Todos sus gestos y movimientos insinuaban un sinfín de posibilidades y lo incitaban a bajar la guardia. Pero Li Tao no tenía paciencia para esas artimañas.

—No necesito una amante.

Lo dijo con el rostro impasible, pero la idea de tener a aquella mujer en su cama le hizo un nudo en el estómago.

Ella apretó los labios y dejó la taza en la mesa de madera.

—No me estaba ofreciendo como tal.

De una forma directa, no. Pero una invitación tácita y silenciosa era siempre mucho más tentadora.

—Dicen que puedes enamorar a un hombre con una sola mirada.

Lady Ling apoyó la barbilla en las manos con un brillo de picardía en los ojos.

—También dicen que seduje al emperador y que provoqué la caída del imperio.

—Eso son tonterías —el pulso le latía a Li Tao cada vez con más fuerza. Una ola de calor le recorría el cuerpo de una manera casi placentera—. Sé lo que acabará con el imperio, y no tiene nada que ver con la obsesión de un hombre por su amada concubina.

—El emperador nunca me amó.

La tajante respuesta sorprendió a Li Tao. Lady Ling bajó la mirada y pasó distraídamente un dedo por el borde de la taza. Una sombra de tristeza cruzó su rostro, pero se esfumó tan rápidamente que Li Tao se preguntó si no la habría puesto a propósito. Se volvería loco intentando descifrarla.

—También dicen cosas sobre ti —su voz se había afilado como la hoja de una daga. Ya no intentaba seducirlo—. Sobre los hombres a los que has matado.

—Por órdenes del emperador —respondió él tranquilamente.

—¿Todas las muertes fueron por órdenes suyas?

—No.

Lady Ling mantenía la compostura de una manera admirable. Sólo después del prolongado silencio de Li Tao apartó la mirada con un rápido pestañeo.

—El emperador falleció en su cama por una enfermedad, gobernador Li. Yo no tengo nada que ver con su muerte, a pesar de los rumores que… —se calló y miró el anillo del dragón que Li Tao llevaba en el dedo anular.

Se rumoreaba que el emperador había muerto envenenado. Lady Ling escondió las manos bajo la mesa, pero Li Tao llegó a advertir su temblor. Dobló los dedos sobre el anillo para ocultarlo deliberadamente a la vista.

—La muerte del emperador no te beneficiaba en absoluto… Era tu protector.

—El emperador Li Ming era un gran hombre —declaró ella. Parecía más vulnerable e insegura que nunca.

—Lo era —confirmó Li Tao.

Lo mejor era pensar en ella como la mujer de otro hombre, aunque ese otro hombre estuviera muerto. O mejor aún, no pensar en ella como una mujer. Le recorrió el rostro con la mirada igual que haría con un enemigo.

Ya fuera de una forma astuta o casual, lady Ling había invocado el nombre de uno de los pocos hombres a los que Li Tao respetaba. Uno de los dos hombres a los que él había jurado lealtad y por quien había traicionado al otro.

—Has dicho que sabías lo que acabará con el imperio —siguió ella en un tono más coloquial—. ¿A qué te referías?

—El imperio caerá por su propio peso. La corte se ha alejado de la realidad y se ha desentendido del gobierno —para él la respuesta no podía ser más evidente. Llevaba demasiado tiempo presenciando la imparable decadencia del imperio.

—Y los jefes militares pueden oler la sangre a distancia —añadió ella.

Li Tao la observó con cuidado. La concubina imperial había hecho algo más que servir vino y tocar música durante su estancia en la corte.

—Los hombres acostumbrados a la guerra se inquietan en los tiempos de paz —dijo él—. Ansían el sabor de la batalla y el olor de la muerte.

Lady Ling frunció ligeramente el ceño, y Li Tao descubrió que le gustaba pillarla desprevenida.

—Debes de echar mucho de menos las intrigas y conspiraciones de palacio, lady Ling.

—¿Echarlas de menos, dices? —su tono volvió a endurecerse—. No había día en el que no tuviera que luchar por mi vida.

Ladeó la cabeza y Li Tao detectó la fortaleza que se ocultaba bajo su elegante apariencia. Un destello de acero entre la piel de seda. No era extraño que los hombres intentaran capturarla en pinturas y poemas. Él, por razones que no podía entender del todo, simplemente la había capturado.

Eran sus ojos lo que más temor infundía a sus enemigos, decidió ella. Negros e insondables, enmarcados en un rostro desprovisto de toda compasión. Eran los ojos de un hombre capaz de cualquier cosa. La cicatriz de su cara realzaba aún más el aura siniestra que irradiaban sus pétreas facciones.

Como un experto jefe militar daba vueltas en torno a su objetivo, intentando analizarla igual que ella intentaba hacer con él. Su mirada no era cálida, pero tampoco fría, y a Suyin se le aceleraron los latidos. No entendía por qué su cuerpo reaccionaba de aquella manera ante aquel hombre, cuando necesitaba todo su ingenio y sangre fría para sobrevivir.

Él se inclinó hacia delante.

—Convivir con el peligro durante tanto tiempo acaba transformándote…

El comentario le resultó inquietamente personal. Un atisbo de sonrisa asomó a los ojos de Li Tao, atentos a cualquier movimiento.

—Yo no echo de menos el peligro —dijo ella, pasando nerviosamente la punta del dedo sobre la mesa—. Era feliz junto al río.

—¿Sola y abandonada? La hermosa Ling Guifei no está hecha para apagarse en la oscuridad.

—No me llames así.

Concubina imperial Ling. El título le hacía más daño de lo que debería. En la corte del emperador todo nombre, hasta el de una mascota, podía adquirir un rango oficial. Ling fue apartada del mundo, y apartada quedaría para el resto de su vida. Había pasado mucho tiempo desde que había mantenido una conversación como aquélla, y la verdad era que le resultaba agradable a pesar de las insinuaciones y acusaciones veladas. Se había resignado a vivir en el exilio, sola y vacía, pero libre al menos.

De repente se cansó de cuidar todas sus expresiones y miradas.

—Hasta donde puedo recordar, todos los hombres que he conocido han querido acostarse conmigo o matarme… Dime en qué grupo te incluyes tú y así sabré qué actitud adoptar.

Li Tao se irguió en la silla, provocado por la franqueza de Suyin.

—¿Qué tipo de hombre es Gao?

Ella frunció el ceño.

—¿Gao Shiming? —el nombre aún le provocaba escalofríos, incluso después de tantos años.

—¿Qué quiere Gao de ti?

—No lo sé… Para él no soy nada —intentó que no le temblara la voz, pero la sangre le ardía en las venas ante la penetrante mirada de Li Tao. Se preguntó si alguna vez había interrogado a los hombres a los que había perseguido, o si simplemente había servido como verdugo a las órdenes del emperador—. Así que Gao y tú estáis peleando por el trono del dragón… —dijo con una despreocupación que no sentía.

—No parece que te importe mucho.

—En la corte imperial todos son conspiradores.

—No tengo el menor interés en el trono —declaró él.

—Pero yo casi nunca me equivoco.

El comentario jocoso hizo sonreír a Li Tao, pero su expresión volvió a tornarse seria.

—El imperio se está desmoronando porque se aferra a la idea de un solo reino y un solo gobernante. El sueño del Hijo del Cielo como único soberano del reino ha llegado a su fin.

Suyin se puso muy rígida por el cinismo que demostraba Li Tao.

—Eso suena sospechosamente parecido a traición.

Mofarse del emperador era motivo suficiente para ser condenado, pero Li Tao tenía un ejército a sus órdenes y podía hacer lo que quisiera. Se levantó y ella se fijó en que no había probado el té ni la comida. Ni siquiera en su propio hogar se permitía bajar la guardia.

Miró su plato y recordó los días en el palacio, cuando cada bocado podía ser el último.

—Parecido no —respondió él, moviéndose tras ella—. Es traición.

Un escalofrío recorrió la espalda de Suyin cuando los largos dedos de Li Tao se aferraron al respaldo de la silla. Su presencia la abrumaba y ni siquiera se atrevía a mirarlo.

—El emperador Shen ha declarado que limitemos la fuerza de los ejércitos provinciales —dijo él con voz fría y serena.

—¿Y tú te has negado?

—No permitiré que reduzca mis fuerzas. Nuestros enemigos están esperando para atacar, y sólo necesitan una muestra de debilidad.

Suyin respiró con alivio cuando él se apartó. Los jiedushi se habían hecho demasiado fuertes. Hombres como Li Tao y Gao Shiming sólo atendían a sus propias ambiciones, y ella no quería tomar parte en esas batallas. Lo único que deseaba era irse a su casa y que la dejaran en paz, pero en el río ya no estaba segura. Su pasado la había encontrado.

La abrumadora presencia de Li Tao la hizo pensar en la solución más obvia. Podría convertirse en su amante. Por la forma en que la miraba sabía que no la rechazaría. Aún tenía que tocar su cuerpo, pero se imaginaba cuál sería el tacto de aquellos músculos de acero. Li Tao le exigiría una devoción absoluta, pero al mismo tiempo la protegería de cualquier amenaza. Aquella certeza le provocó una extraña inquietud.

Pero a Suyin ya la habían usado en demasiados trueques y no estaba dispuesta a venderse otra vez. No después de haber saboreado la libertad. Se giró hacia él con decisión, pero no tuvo ocasión de hablar, porque en ese momento se acercó uno de los guardias y se detuvo a una distancia respetuosa.

Li Tao lo miró, le asintió ligeramente con la cabeza a Suyin y se marchó con el guardia. Durante un momento había sido una fuerza sobrecogedora detrás de ella y al instante siguiente había desaparecido, abandonándola como si ella fuese un insignificante objeto.

El escolta armado de Suyin volvió junto a ella y esperó pacientemente a que se levantara. Seguramente se quedaría allí plantado, como un pilar de piedra inamovible, si ella decidiera permanecer sentada hasta el mediodía.

Gao debía de estar usándola como cebo para Li Tao. Suyin necesitaba información y Li Tao apenas revelaba nada. Tenía que huir de allí inmediatamente. Los dos caudillos iban a empezar una guerra civil que arrastraría a los otros jefes militares y también al emperador.

Se levantó y echó a andar hacia sus aposentos, seguido por su escolta como una segunda sombra. No debía de tener más de veinte años, pero no era ningún novato. Su rostro estaba curtido y marcado por los horrores de la guerra, aunque seguía siendo infinitamente más suave que el de Li Tao.

El chico con el brazo lisiado estaba arrancando hierbajos en una esquina del jardín. Era tan delgado y discreto que casi le pasó desapercibido a Suyin. Sus ojos volvieron a encontrarse durante un instante fugaz, pero el muchacho apartó la mirada rápidamente. Para los débiles y vulnerables la única defensa era estar siempre alerta, como un conejo asustado olisqueando el aire por si se acercaba el lobo. Ella había sido un conejo toda su vida, pero la clave estaba en no mostrar nunca el miedo.

El guardia le señaló la escalera con la mano, acuciándola a seguir avanzando. Suyin se preguntó hasta qué punto serían leales los soldados de Li Tao.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó mientras empezaba a subir los escalones.

—Yao Ru Shan.

—Debes haber logrado grandes proezas para que se te encomiende un puesto de tanta responsabilidad…

Silencio. Al parecer no había nadie en aquella casa que fuera pródigo en palabras.

Al llegar a la puerta de sus aposentos dejó que el extremo de su chal se deslizara por sus hombros y cayera al suelo. Se detuvo el tiempo suficiente para que Ru Shan se agachara a recogerlo y entonces se giró y lo miró a los ojos mientras él se erguía y hacía una rígida reverencia. Tenía una cara ancha y cuadrada, y en sus gestos se adivinaba una rectitud y una lealtad inquebrantables.

Suyin esbozó una sonrisa forzada al tomar la prenda de sus manos.

—Gracias, Ru Shan.

La lealtad podía cambiar de destinatario. Miró al soldado una vez más y abrió las puertas para deslizarse en el interior. Aún no sabía en quién podría confiar, pero tenía que actuar deprisa. Sabía cómo iba acabar todo aquello. El emperador Shen y los otros jefes militares irían en busca de Li Tao. Atravesarían sus barricadas y destruirían su ejército. Y Li Tao acabaría colgado por el cuello, si antes no había caído por su propia espada.

Tres

Los capitanes de Li Tao formaron un semicírculo frente a él, delante del cañón. Li Tao los había convocado para recibir sus informes en persona. Tenía que mirar a cada uno de ellos a los ojos. En aquellos momentos tan delicados la lealtad cobraba más importancia que nunca.