El enfermo imaginario - Molière - E-Book

El enfermo imaginario E-Book

Moliere

0,0

Beschreibung

Argan es un hombre viejo y rico, un burgués hipocondríaco, que se cree siempre enfermo, pero está sano y goza de buena salud. Es así que pasa la vida consultando a distintos médicos y tomando medicinas, alterando la vida de toda su familia. Su obsesión llega al punto de querer casar a su hija Angélica con Thomas, el hijo de un médico, para tener la ventaja de contar con la fuente de los remedios que le son necesarios y tener consultas y prescripciones a mano...Situada en París a fines del siglo XVII, El enfermo imaginario fue la última obra escrita por Molière. Es una comedia ballet en tres actos que satiriza a los médicos y a la medicina. Con escenas caricaturescas y divertidas, esta obra remarca de manera dramática, la incomprensión y la ignorancia de los médicos de esa época.-

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 82

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Moliére

El enfermo imaginario

Saga

El enfermo imaginarioOriginal titleLe malade imaginaireCover art: brethdesign.dk Cover illustration: Shutterstock Copyright © 1673, 2019 Moliére and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726338324

1. e-book edition, 2019

Format: EPUB 2.0

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

Personajes

ARGAN, enfermo de aprensión BELISA, Segunda mujer de Argan. ANGÉLICA, hija de Argan. LUISA, hermana de Angélica. BERALDO, hermano de Argan. CLEONTE, enamorado de Angélica. DIAFOIRUS, médico. TOMÁS DIAFOIRUS, su hijo. PURGON, médico de Argan. FLEURANT, boticario. BONAFÉ, notario. ANTONIA, criada. Personajes de los Intermedios Del primer acto: POLICHINELA. UNA VIEJA. VIOLINISTAS. ALGUACILES, cantantes y bailarines. Del segundo acto: CUATRO GITANAS, cantadoras. GITANOS Y GITANAS, cantantes y bailarines. Del tercer acto: TAPICEROS, bailarines. EL PRESIDENTE DE LA FACULTAD DE MEDICINA. DOCTORES. ARGANTE, bachiller. BOTICARIOS, armados de morteros y manos para majar. LAVATIVEROS. CIRUJANOS. La acción, en París, en 1673.

ACTO PRIMERO

ESCENA I

ARGANTE, solo en su alcoba y sentado a una mesa, ajusta con guitones las cuentas del boticario. Conversando consigo mismo, platica de este modo:

ARGANTE.—Tres y dos cinco, y cinco, diez, y diez más, veinte… Tres y dos cinco. «Item, el día 24, una ayuda estimulante, preparatoria y emoliente, para ablandar, humedecer y refrescar las entrañas del señor». Lo que más me agrada de Fleurant, mi boticario, es su cortesía: «Las entrañas del señor, seis reales». Pero eso no basta, amigo mío: a más de correcto, es preciso ser razonable y no desplumar a los pacientes. ¡Seis reales por una lavativa…! Ya sabéis cuánto me satisface complaceros; pero como en ocasiones anteriores me las habéis cobrado a cuatro reales, y en lenguaje de boticario cuando se dice veinte hay que entender diez, pongamos dos reales… «Item, en el mismo día, según prescripción, una buena ayuda detersiva, compuesta de catalicón doble, ruibarbo, miel rosada y otros, para barrer, lavar y dejar limpio el bajo vientre del señor, seis reales». Con su permiso, abonaremos sólo dos. «Item, en el mismo día anochecido, un jarabe hepático, soporífero y soñoliento, destinado a dormir al señor, siete reales». De esta partida no me puedo quejar, porque, en efecto, dormí a pierna suelta… «ltem, el día 25, una excelente pócima purgante, corroborante, compuesta de casis fresco, sen levantino y otros, según receta del señor Purgon, destinada a expulsar y evacuar, la bilis del señor, dieciocho reales.» ¡Ah, mi señor Fleurant, esto es ya una burla! Hay que tener consideración con los enfermos, de los cuales vivís; y como el señor Purgon no os habrá ordenado que pongáis dieciocho reales, cargaremos tan sólo doce, si no os molesta. «Item, en el mismo día, una poción anodina y astringente, para procurar reposo al señor, seis reales.» Bien… «ltem, día 26, una ayuda carminativa para expulsar las ventosidades del señor, siete reales.» Tres, señor Fleurant. «Item, la misma ayuda, repetida por la tarde, siete reales.» Tres… «ltem, el día 27, un preparado enérgico, para estimular la expulsión y limpiar de males humores al señor, doce reales.» Doce… Celebro que hayáis razonado en esta ocasión. «Item, en el día 28, una toma de suero clarificado y azucarado, para dulcificar, lenificar, atemperar y refrescar la sangre del señor, veinte.» Diez…

«Item, una poción cordial y preservativa, compuesta de doce gramos de bezoar, jarabes de limón y granada y otras hierbas, según prescripción, veinte reales.» ¡Poco a poco, señor Fleurant…! ¡Abusando de este modo, no habrá nadie que quiera estar enfermo…! Conformaos con doce reales… Tres y dos cinco, y cinco, diez, y diez, veinte… Doscientos veintitrés reales, cuarenta céntimos y treinta maravedises. Resulta, pues, que en el mes corriente he tomado… una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho y nueve medicinas; más una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once y doce lavativas; mientras que en el mes anterior fueron doce medicinas y veinte ayudas. ¡Ahora me explico por qué no me encuentro este mes tan bien como el pasado! Se lo diré a Purgon para que me regularice el tratamiento… ¡A ver! Que se lleven todo esto de aquí… ¿No hay nadie…? ¡Por más que digo, siempre me han de dejar solo…! ¡No hay manera de conseguir que estén en su puesto! (Toca una campanilla.) Ellos que no atienden, y esta campanilla que no suena bastante… (Vuelve a tocar.) ¡Nada! (Toca.) ¡Están sordos…! ¡Antonia! (Toca.) ¡Cómo si no llamara…! ¡Perros! ¡Granujas! (Toca de nuevo.) ¡Me da una rabia! (Deja la campanilla y grita.) ¡Tilín, tilín, tilín! ¡Pícaros de todos los diablos! ¿Es posible que abandonen de este modo a un pobre enfermo? ¡Tilín, tilín, tilín…! ¡Cabe nada más lastimoso! ¡Tilín, tilín, tilín! ¡Dios mío, me dejan morir solo! ¡Tilín, tilín, tilín!

ESCENA II

ANTONIA(Entrando).—¡Ya va!

ARGANTE.—¡Ah, perra!

ANTONIA(Fingiendo haberse dado un golpe en la frente).—¡Malhayan vuestras impaciencias…! De tal modo la aturrulláis a una, que a poco si me dejo los sesos en el quicio de un postigo.

ARGANTE(Furioso).—¡Traidora!

ANTONIA(Sin dejar de quejarse para interrumpirle e impedir que grite).— ¡Ay!

ARGANTE.—Hace…

ANTONIA.—¡Ay!

ARGANTE.—¡Hace una hora…!

ANTONIA.—¡Ay, ay!

ARGANTE.—… que me has abandonado!

ANTONIA.—¡Ay!

ARGANTE.—¡Calla, granuja, y déjame que te reprenda!

ANTONIA.—¡Eso es…! Encima de lo que me he hecho…

ARGANTE.—Tú me has hecho a mi desgañitarme, carroña.

ANTONIA.—Y yo me he roto la cabeza; váyase una cosa por la otra. Estamos en paz.

ARGANTE.— ¡infame!

ANTONIA.—Si continuáis regañándome, lloro.

ARGANTE.—¡Abandonarme así!

ANTONIA.—(Insistiendo en su propósito de no dejarle hablar)¡Ay, ay, ay! ARGANTE.—¡Lo que tú pretendes, perra…!

ANTONIA.—¡Ay, ay!

ARGANTE.—¿Pero no he de tener ni la satisfacción de reñirte?

ANTONIA.—¡Reñid, reñid hasta que os hartéis!

ARGANTE.—¡Si no me dejas, ladrona! ¡Si me interrumpes a cada palabra!

ANTONIA.—Si vos tenéis la satisfacción de reñir, ¿por qué no he de tener yo la de llorar? A cada uno lo suyo ¡Ay, ay!

ARGANTE.—¡Habrá que aguantarse…! Quítame esto, granuja, quítame esto.(Se levanta)¿Me ha hecho bastante operación la lavativa?

ANTONIA.—¿La lavativa?

ARGANTE.—Si. ¿He echado mucha bilis?

ANTONIA.—¡A mí qué me importa! Eso no es cuenta mía; eso se queda para el señor Fleurant. Él es el que debe meter la nariz, ya que es él quien cobra las ganancias.

ARGANTE.—Que me tengan preparada una taza de caldo para tomarla con la poción que me toca ahora.

ANTONIA.—¡Bien se divierten a vuestra costa los señores Fleurant y Purgon! Han encontrado una vaca y la ordeñan a gusto. Quisiera yo saber qué enfermedad es la vuestra, que necesita de tantos remedios.

ARGANTE.—¡Calla, ignorante! ¿Quién eres tú para, criticar las prescripciones de la medicina…? Ve a llamar a mi hija Angélica, que tengo

que hablarle.

ANTONIA.—Aquí viene. Parece que ha adivinado vuestros deseos.

ESCENA III

ARGANTE, ANGÉLICA Y ANTONIA

ARGANTE.—Acércate, Angélica. Llegas a tiempo, que quiero hablarte. ANGÉLICA.—Ya os escucho.

ARGANTE (Corriendo hacia el retrete.).— Aguarda. Dame el bastón.

Vuelvo al instante.

ANTONIA (Riéndose de él).—¡Corra, corra, señor! ¡Lo que nos da que hacer el señor Fleurant!

ESCENA IV

ARGANTE, ANGÉLICA Y ANTONIA

ANGÉLICA (Mirándola lánguidamente y en tono confidencial).—

¡Antonia!

ANTONIA.—¿Qué?

ANGÉLICA.—Mírame.

ANTONIA.—Ya os miro. ¿Qué hay?

ANGÉLICA.—¡Antonia!

ANTONIA.—¿Qué hay con tanto Antonia?

ANGÉLICA.—Mírame.

ANTONIA.—Ya os miro. ¿Qué hay?

ANGÉLICA.—¿No adivinas de lo que quiero hablarte?

ANTONIA.—Me figuro que será de vuestro pretendiente; hace seis días que no habláis de otra cosa.

ANGÉLICA.—Pues si lo sabes, ¿por qué no te apresuras a hablarme de él y me ahorras la vergüenza de ser yo quien te saque la conversación?

ANTONIA.—Si no me dais tiempo.

ANGÉLICA.—Es verdad. Te confieso que no me cansaría de hablar de él, y aprovecho todas las ocasiones para abrirte mi corazón. Dime, ¿repruebas tú mi enamoramiento?

ANTONIA.—No. En absoluto.

ANGÉLICA.—¿Hago mal abandonándome a tan deliciosas emociones?

ANTONIA.—¿Quién dice eso?

ANGÉLICA.—¿Tú crees que yo debiera mostrarme insensible a las ternuras de su pasión?

ANTONIA.—De ningún modo.

ANGÉLICA.—¿Y no te parece a ti, como a mí, que algo de providencial, algo… dispuesto así por el destino, en la forma imprevista de conocernos?

ANTONIA.—Sí.

ANGÉLICA.—Y el hecho de tomar mi defensa sin conocerme, ¿no es digno de un caballero?!

ANTONIA.—Sí.

ANGÉLICA.—De un hombre generoso.

ANTONIA.—Conformes. ANGÉLICA.—¿Y la gallardía con que lo hizo? ANTONIA.—Es cierto.

ANGÉLICA.—¿Y es o no un buen mozo?

ANTONIA.—Sí que lo es.

ANGÉLICA.—Arrogante.

ANTONIA.—Sin duda.

ANGÉLICA.—Que en sus palabras, como en sus actos, tiene una distinción.

ANTONIA.—Seguramente.

ANGÉLICA.—Y ¿puede oírse lenguaje más apasionado que el suyo?

ANTONIA.—Es verdad.

ANGÉLICA.—¿Y hay nada más enojoso que este recluimiento en que me tienen, privada de corresponder a los impulsos de esta mutua pasión, que el cielo nos inspira?

ANTONIA.—Tenéis razón.

ANGÉLICA.—Pero ¿tú crees, Antonia, que me quiere tanto como dice?

ANTONIA.—¡Cualquiera sabe! En cuestión de amores hay que andar siempre con cautela, porque el fingimiento semeja mucho a la verdad. Yo he visto algunos farsantes que lo remedan a maravilla.

ANGÉLICA.—¿Qué estás diciendo, Antonia? Hablando como él habla, ¿sería posible que mintiera?

ANTONIA.—De todos modos, bien pronto podréis salir de dudas. En la carta de ayer os dice que está decidido a pedir vuestra mano; este es el camino; esa es la prueba más palpable de la veracidad de sus palabras.

ANGÉLICA.—Si me ha engañado, no volveré a creer jamás en ningún hombre.

ANTONIA.—Ya vuelve vuestro padre.

ESCENA V

ARGANTE, ANGÉLICA Y ANTONIA