El engaño de Dios - Joaquín García Box - E-Book

El engaño de Dios E-Book

Joaquín García Box

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Beschreibung

En " El engaño de Dios " una joven periodista ve cumplido su deseo de hacer una entrevista a Dios, quien la cita mediante telegrama en una modesta pensión de Formentera para un primer encuentro. Luego vendrían otros, que María José narrará en primera persona y que le sirven al autor para interepretar la verdadera naturaleza del Ser Supremo. Pero la protagonista pagará un alto precio: su forzado ingreso en un apartado hospital psiquiátrico tras verse envuelta en enigmáticas peripecias, relatadas con trepidante soltura, hasta ser rescatada por una compañera del periódico -la otra voz narrativa de la novela- , que la conducirá al sorprendente final.

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El engaño de Dios

Joaquín García Box

ISBN: 978-84-19692-60-3

1ª edición, diciembre de 2022.

Editorial Autografía

Calle de las Camèlies 109, 08024 Barcelona

www.autografia.es

Reservados todos los derechos.

Está prohibida la reproducción de este libro con fines comerciales sin el permiso de los autores y de la Editorial Autografía.

Índice

PREÁMBULO

CAPÍTULO 1

AHORA SÍ

CAPÍTULO 2

EL COMIENZO

CAPÍTULO 3

DESGRANANDO

CAPÍTULO 4

LA PRESENTACIÓN

CAPÍTULO 5

PRIMEROS CONTACTOS

CAPÍTULO 6

JORNADA DOS

CAPÍTULO 7

JORNADA TRES

CAPÍTULO 8

REGRESO A TORMENTA

CAPÍTULO 9

EN CAZORLA 1.1

CAPÍTULO 10

EN CAZORLA 1.2

CAPÍTULO 11

EN CAZORLA 1.3

CAPÍTULO 12

DE REGRESO

CAPÍTULO 13

CAPÍTULO 14

TEJIDO DE MENTIRAS

CAPÍTULO 15

EL REINO DE LAS NUBES

CAPÍTULO 16

MENTIRAS SOBRE LA MESA

CAPÍTULO 17

OCHO MESES DESPUÉS

CAPÍTULO 18

MANUSCRITO, CUARTILLAS

CAPÍTULO 19

RETORNO

AGRACECIMIENTOS

A mi madre, que es muy creyente.

A mis hijas que no lo son nada.

Lo que me preocupa no es que me hayas mentido, sino que,

de ahora en adelante, ya no podré creer en ti.

Friedrich Nietzse.

A una colectividad se le engaña siempre mejor que a un hombre.

Pio Baroja.

PREÁMBULO

Llamé a la puerta con suavidad. No recibí respuesta alguna. Insistí en un ataque de impaciencia imprudente.

—Buenas tardes, soy María José, ¿puedo pasar?

—Adelante, puedes pasar.

Me contestó una voz indefinible; sosegada, envolvente y cariñosa. Dura e intransigente al mismo tiempo. Hubiera deseado en ese instante estar de nuevo en el aseo. Antes no había tenido la necesidad de orinar. Ahora la incontinencia parecía desatarse fuera del dominio de mi control. La habitación en penumbra apenas permitía identificar nada. He de confesar que estaba aburridamente ordenada, incluso para tratarse de la idea de pensión alojada en mis prejuicios y convencionalismos. Es más, destilaba un aroma de sosiego un poco inquietante. No sé si en realidad era eso o, más bien, se trataba de que mis impresiones estaban condicionadas por suponer que allí se alojaba Dios.

CAPÍTULO 1

AHORA SÍ

No era una mañana normal, para nada, en absoluto, en ningún caso. La sintomatología de normalidad se esfumó descompensada por el presente. Era especial, diría que muy, muy especial; tanto que los nervios me tenían el estómago descontrolado y me vi obligada a vomitar varias veces la noche anterior. Bueno, digo “la noche” abrazada al único rigor de la ausencia del astro rey. Es habitual que nos referimos a ese tiempo destinado al descanso, a congeniarte con determinados aspectos del día, a deambular por los sueños o dedicarte, si no alcanzas el sueño, a contar ovejitas, blancas, mullidas, sonrientes, saltando sobre vallas verdes en verde prado. No, la noche pasada apenas conseguí conciliar unos minutos de sueño, más bien por encontrarme extenuada que por otro motivo. Apenas logré escrutar la condición de reparador: esa aspiración del descanso placentero con una fase REM consistente, potente, seductora.

Os puedo asegurar que ha sido una velada de infinito ajetreo emocional. Desde luego, creo que estoy en condiciones de afirmar que no era para menos. Yo, María José Fernández García, una mujer normal, natural de un pueblo normal, más bien pequeño, residente en una pequeña ciudad, digamos también, de aspecto normal, de vida normal, de normalizada situación y con nombre desesperadamente normal; no uno de esos capaces de suscitar emociones cuando los pronuncias, tales como Jandra, Alexia, Virginia y algunos más de mis amigas que causan respeto cuando los vocalizo. El mío: María José, todavía puedo considerarlo apropiado cuando lo utilizo en protocolos o soy llamada por mi nombre en una comisaría o un servicio médico; pero no me gustan, en cambio, ninguno de los nombres hipocorísticos que se gastan conmigo algunas personas de mi entorno: Finita, Fina, Mariajo, Tote, Jose (con un irritante énfasis en la o), y otros, tan ridículos y aborrecibles, que me avergüenzo de escribirlos aquí. Me producen angustia y decidí dejarlos en un pliegue del olvido.

Como os decía, yo, María José Fernández García, una joven periodista que apenas hace unos meses ha dejado de ser la becaria de la redacción de un novedoso periódico digital con escasa tirada en imprenta: La Voz del Sureste. El papel impreso quedaba reservado para algunos inadaptados o nostálgicos que todavía no daban crédito a la existencia de los tablets y ordenadores. Pues bien, yo, insisto, me atrevería a calificarme de aspirante a periodista; no como alguno o alguna de esos rutilantes entrevistadores de voz profunda y mirada certera, alguno de esos cuyas firmas hacen brillar los artículos de opinión y pululan por las pantallas led como tertuliano conspirador de aparente sabiduría atribuida a base de especulaciones, falsedades y alguna verdad. O como aquellos otros admirados por su insistencia y virtualidad en las investigaciones más tediosas y aburridas. No, para nada, yo apenas había entrevistado a un deportista local que consiguió enfundarse un maillot verde en una carrera de esas por semanas y, como hito superlativo, tuve la oportunidad de visionar el parto de una hembra de ñu que trajo a este mundo una bonita cría de color acaramelado. Poco más; ah sí, en una ocasión la redactora jefa me pidió una colaboración en un artículo de opinión sobre la importancia del cultivo de las mandarinas en la economía local.

Pero había llegado mi hora. Había conseguido la entrevista que cualquiera de los más estelares plumíferos de lo cotidiano hubiera deseado; creo que incluso alguien podría haber entregado su vida a cambio de obtener lo que yo, sin saber todavía cómo ni por qué, había logrado. Una entrevista soñada durante todas las vidas que este Karma que ahora me acompaña pudiera suministrarme. La definitiva. La entrevista que me pondría cerca de un premio de periodismo Rey de España, o incluso, por qué no, un Pullitzer de esos que conceden la grandeza a los mejores de entre todos y que tanto odia un tal Donald Trump, a la sazón presidente republicano de la república más importante del orbe cuando comencé esta narración; individuo de dudosa catadura moral y petulante hasta el hartazgo (claro está, a mi juicio). ¿Por qué no?, me pregunté antes de acudir a mi cita. Si lo hago bien también podrían concederme cualquiera de los premios Nobel, o varios, quién sabe: Nobel de la Paz, ¡por Dios que bien suena! Nobel de Literatura, ¡Dios mío, este todavía suena mejor! En realidad, esto lo escribo como mero recurso estilístico. Lo cierto es que después de saber todo lo que sé no debería utilizar expresiones relativas a Dios con tanta ligereza. En fin, presumo que estoy describiendo mis emociones, sobre todo las previas al gran acontecimiento.

Comencé hablando de los algoritmos emocionales de la noche anterior, ninguno controlado lo suficiente como para concederme tranquilidad, aunque solo fuera relativa. ¿Cómo podría conseguirlo? Si todavía apenas podía creerlo, a pesar de las muchas confirmaciones que rogué, que solicité y me fueron concedidas: en pocas horas tendría la posibilidad de preguntar cosas, las que fueran, a Dios mismo (o misma, en ese momento no lo tenía nada de claro el sexo, ahora tampoco; quien sabe si mediatizada por mi antigua militancia feminista). Desde luego que era algo imposible de creer, ya os digo y puedo afirmarlo: mi amiga Esmeralda habría dado la vida por lograr semejante entrevista; su ego y su soberbia eran suficientes como para destronar una monarquía centenaria.

La noche se sucedía en minutos interminables preguntándome yo misma sobre muchas cuestiones y estudiando qué aspectos debería tratar en el enfoque de la entrevista. Recordaba los enunciados, rebuscando en los apuntes escondidos en la cuarta estantería de la derecha, en la parte superior, de la asignatura impartida por doña Mercedes Vila i Betancourt en tercero de carrera de la Universidad Miguel Hernández de Elche, donde cursé mis estudios. Ella, la profesora más “mula”, como la calificábamos en los corrillos estudiantiles. La más temida por su severidad y su arrogante compostura. La que todo lo sabía, la que todo lo dominaba. Reconozco ahora que sus clases, por lo menos a mí, me resultaban interesantes, y no por contradecir las observaciones de mis compañeras. Aprendí mucho y mucho me interesé por la materia y sus contenidos. Me esforcé y, aun considerando el posible desprecio de algunos y algunas, me integraba y participaba con entusiasmo en todos los expositivos y las propuestas de las clases. De hecho, según algunos comentarios, con la condición de tendenciosos, era la única alumna de todos cuantos habían pasado por sus clases que había obtenido la calificación de sobresaliente, con la oportuna reprobación por parte de Virginia y algunas compañeras más. No me importaba.

En realidad lo que sí me interesaba era recordar la fórmula para enfocar una entrevista y releyendo, más con la intención de hacer pasar el tiempo que por propia necesidad de saber, encontré la frase definitiva: siempre que tengas una entrevista tienes que prepararla minuciosamente, conocer a la persona entrevistada, buscar por los recodos de cualquier información, por desinteresada que pudiese resultar, preguntar a otros colegas, a colegas cercanos: saber todo del sujeto con quien debes sentarte frente a frente, que nunca te encuentre fuera de lugar. Pero con la interviú que tendría que afrontar en unas horas, ¿cómo podía abarcar la profundidad necesaria solicitada por la erudita doña Mercedes? ¿Era imposible lograrlo? ¿Qué le preguntaría? ¿Estaría preparada? ¿Tenía dudas? ¿Era verdad que iba a suceder?

Tal vez os preguntéis ahora cómo había logrado yo, después de conocer mis antecedentes profesionales, una entrevista tan exclusiva. Nada más ni nada menos que encontrarme con Dios en su más absoluta y recóndita presencia. Tal como me lo había confirmado su sorpresiva comunicación terrenal. Os diré algo: también creía estar preparada en el caso de que no resultase más que una broma pesada, muy pesada.

Pero quizás lo más oportuno sea que os cuente el inicio de esta experiencia. Ya tendremos tiempo de asuntos sesudos y de mucha reflexión. Ahora, para comenzar, considero muy oportuna una pequeña dosis de trivialidad. Para ello traeré aquí una frase hermosa, casi heroica, de don Adolfo Bioy Casares:

En los momentos más difíciles de la vida solemos caer en una especie de irresponsabilidad protectora y en vez de pensar en lo que nos ocurre dirigimos la atención a las trivialidades.

¿Puede ser más certera y emocional? Para mí no, y es por eso que, precisamente ahora, antes de acometer una tarea difícil, incluso dificilísima, pretendo hacerme muy irresponsable buscando la vergonzosa protección de un rosario de trivialidades.

Insisto, no es más que una protección, una suerte de dirección contraria a lo que requeriría un comportamiento juicioso. Lo necesito y vosotros, lectores, también. Ya tendremos tiempo, os lo aseguro, de pasearnos por vericuetos insondables y casi misteriosos.

CAPÍTULO 2

EL COMIENZO

Hace ahora unos diez años, sí, más o menos. Era el mes de mayo de 2012, mis amigas andaban muy preocupadas por lo que profetizaron los mayas cuando advertían, y en ese momento todavía eran teorías relativamente amparadas por ciertos conspiradores de lo apocalíptico, que el fin del mundo llegaría con seguridad diagnosticada el 21 de diciembre de ese año. Mis compañeras intentaban prepararse para un momento tan delirante y no comprendían cómo yo apenas le prestaba a la predicción más atención que a la miríada de moscas arrastradas por la cercana calima veraniega.

Habíamos quedado en el Quiz-Now, un pub de moda entre las jovencitas universitarias, un lugar en el que, con poco que pusieras de tu parte, podrías llevarte a la cama a cualquiera de los jovencitos clónicos y engominados, que como estorninos en celo revoloteaban en torno a los corrillos de chicas. A las once de la noche ya habíamos cenado y era viernes; así que algunas de mis compañeras venían preparadas para la guerra, como proclamaban escotes descorchados de polleras y minúsculos shorts; que mostraban las sugerentes curvas de los glúteos e insinuaban los microscópicos y, para las fiebres adolescentes, muy estimulantes tangas. Una incomodidad, pero la turgencia encorsetada en modelos edulcorados y adecuadamente provocativa no es más que un patrón de despropósitos publicados en spots y recomendaciones del tipo de chicas que yo calificaba, en aquel momento, como lolailos; hoy definidas con grandilocuencia como influencers. Reconocibles desde larga distancia, insoportables, para mí, en la cercana.

—No te entiendo, Fini. —Me decía Alexia casi sobrecogida.

—¿Qué es lo que no puedes entender? A mí me resulta bastante sencillo —contesté sin poses.

—Pues que no estés nada preocupada por el fin del mundo. Tía, desde luego que eres pánfila. Míranos a nosotras, acojonadas estamos, ¿verdad, Virgi?

—Sí, tía, sí. Estoy súper, súper, súper preocupadísima por el fin del mundo. Anda que como sea verdad, yo no estoy nada, nada, preparada para eso. ¿Qué ropa me tendré que poner? ¿De fiesta o de chándal? —respondió Virginia danzando con sus manos y sin mucho fuste. Parecía pretender hacerse graciosa.

—Ay, y si ese día me viene la regla qué, ¿me tengo que poner un támpax o una compresa? —cuestionó Esme entre risitas de cotorra presumida.

—Pues os diré una cosa: a mí no me preocupa en absoluto —expuse contundente.

—Ay, nena, a mí sí, me tiene tope, tope, de los nervios. No estoy preparada. Además, si a cada una nos corresponden experiencias sentimentales con cinco tíos, a mí me quedan por lo menos tres para completar la estadística… No sé si llegaré con tan poco tiempo por delante. Como no me haga una putona reclamando polvos por las esquinas, no creo que lo pueda lograr. —Lanzó Candela, un poco abrumada por su escaso éxito con los chicos.

—No pasa nada, nena, yo misma te pasaré alguno de los que ya me he tirado, je, je, je. —concretó Virgi con ese aire insolente y bastante superficial que la caracteriza.

—Eso no vale, Virgi, tiene que ser ella misma la que se los engatuse y se los tire —dijo Esme en un auténtico esfuerzo por comprender la inocencia de Candela.

—Desde luego tías que sois de lo que no hay. —Les dije con cierto pesar—. Si de verdad estáis acojonadas por lo del fin del mundo, tal vez deberíais estar pensando en otras cosas más importantes.

—¿Más importantes, Fini? Dime, tía chunga, ¿qué hay más importante que follarse a algunos tíos antes del fin del mundo? —explotó Virgi delimitando un territorio de controversia.

—Pues sí, Virgi, hay cosas mucho más importantes que follarse a unos cuantos tíos antes de que llegue ese fin del mundo que os tiene tan acojonadas. Yo, por lo menos, sí quisiera hacer algo antes. Algo importante —declaré sin saber bien a qué me estaba refiriendo.

—Ay, nena, esa sí que es buena: algo importante. Dime, ¿qué es verdaderamente importante para ti? —preguntó Esme mientras nos ofrecía unos cigarrillos—. Esto se pone interesante. Como el domingo es mi cumple…

—Ayyy, nenaaaa, tu cumple, ¿de verdad? —aulló Alexia levantándose de la silla y lanzándose al cuello de la otra para besarla—. Ayyy, nena, tía, que es tu cumple pasado mañana; anda que ya te lo tenías guardado. —El escote, desplegado con insolencia arrebatadora, nos mostró unas tetas, para nosotras, harto reconocibles.

—Alex, hija, podrías tener algo más de cuidado. Se te han visto enteras —comenté sin entusiasmo.

—Lo que se han de comer los gusanos, que lo disfruten los humanos, ¡anda ya, tía! Y más con lo que se nos viene encima dentro de unos meses; ni más ni menos que el “fin del mundo” —declaró mientras se abría un poco más el escote. Las miradas lujuriosas de los clónicos me pusieron atacada.

—Está bien, tía, está bien, para un momento, por favor. Esos criajos están mirándote como si quisieran comerte —insinué con mesura.

—Pues esos criajos no se van a comer nada, todo lo más se harán unas pajillas del tipo Torrente a mi salud, je, je, je. —La carcajada bobalicona y estúpida contagió al resto de mis compañeras. Yo apenas hice un ademán de compartir la tontuna.

—Bueno, tías, dejémonos las tetas de Alex. Como os decía el domingo es mi cumple y voy a invitaros a lo que queráis. —Repartió cigarrillos para todas y llamó la atención de Mica, una de las camareras con la que le unía un vínculo especial. Era prima de Esme.

—¿Qué os pongo? —preguntó Mica—. Desde luego que vais despampanantes. Esta noche folláis, seguro que folláis… Esme, te has puesto brillo en la canalilla… Desde luego nena, que si no follas no será porque no te lo mereces… Estás que rompes. Mira aquellos criajos de mierda, seguro que ahora se van al baño y se la cascan. —Una risita agusanada salió persiguiendo semejante imbecilidad.

Cada una de nosotras requirió a la camarera su bebida preferida. Yo, que siempre he sido de gustos sencillos, un ron Legendario con coca cola. Casi todas unos cócteles cuyos nombres ni siquiera recuerdo. Retomamos la conversación por donde la habíamos dejado.

—Decías, tía, que a ti te gustaría hacer algo importante, ¿verdad? —interrogó Candela.

—Sí, desde luego —afirmé mientras tomaba el vaso adornado con una pequena sombrilla de papel verde de estilo chino—. Me gustaría hacer una gran entrevista.

—Ah, pues mira qué bien, una gran entrevista. Eso sí que mola, tía, a mí también me gustaría hacer una gran entrevista —declaró Virginia.

—¡Y a mí, y a mí! —Casi gritaban animadas las demás.

—Y dime, a qué viene la importancia de esa cuestión antes del fin del mundo —preguntó una de ellas, ahora no recuerdo bien quien.

—Es sencillo, tía, si como afirmáis, según esas profecías, el fin del mundo está aquí mismo y ya habéis probado a unos cuantos tíos. Unas más y otras menos, es verdad. —Cuestioné buscando que entendieran lo que ahora nos unía más allá de nuestra empatía—. ¿Qué estamos estudiando?

—Periodismo, tía, vaya gilipollez de pregunta —contestó Virgi.

—Gilipollez, ¿estás segura? No creo que sea una gilipollez, en absoluto. Te diré algo, tía: si eres estudiante de periodismo y en esa profesión uno de los aspectos más importantes es cómo enfocar y realizar una entrevista, ¿por qué no hacer la más importante antes de que se produzca el fin del mundo? Por lo menos habrás hecho algo único. ¿Acaso eso es una gilipollez?

Las expresiones de mis compañeras viajaban en un tren de emociones con amenaza de descarrilar, entre lo estupefacto y lo incontestable. De alguna manera puedo asegurar que ninguna esperaba una propuesta tan sugestiva en una noche en el Quiz-Now, donde entre un cigarrillo y otro compartíamos una suculenta oferta de vulgaridad. Se quedaron mirándose con rostro cariacontecido y murmuraban, más bien, balbuceaban, ante la audacia de mi respuesta.

—Desde luego, tía, eres de lo que no hay… Nos has dejado tiesas a todas —decretó Alexia arreglándose el escote.

—Pues te diré una cosa, y que no sirva de antecedente… Tienes toda la razón —argumentó Candela con entusiasmo. Me sorprendió.

—Estoy de acuerdo, tía, desde luego que tienes unas cosas que son como para mear y no echar gota… Cualquiera te rebate lo que acabas de decir… Vamos, al estilo de doña Mercedes —comentó Virgi sin querer dar su aprobación definitiva. Dudó un poco—. Está bien, nenas, ¿estáis de acuerdo con Jose? —No me gustaba, no me gustaba cuando me llamaba así. Era el como una llamada a abandonar la senda de la cordialidad—. Levantad la mano quien esté de acuerdo.

Todas alzaron la mano y después aplaudieron mi propuesta. Me sentí avergonzada. Los clones del bar miraban todos con ojos volubles hacia donde nos encontrábamos. Yo no sabía si el color rojo había conquistado mi rostro, como tenía por costumbre cuando me atenazaba la vergüenza. Intenté serenarme y, sin saber bien por qué, me rodeó un grato sentimiento afectuoso.

—Está bien, si todas estáis de acuerdo con que sería verdaderamente importante hacer una entrevista a alguien antes del fin del mundo, os propongo que cada una digamos a quién nos gustaría hacerle esa entrevista.

—Tía —dijo Esme con ampulosidad—, estás sembrada, sembrada hasta el coño… Tía, esa pregunta me parece de lo más original. Ayyy, tía, no sabría decirte bien a quién me gustaría entrevistar… Tomad, esto se pone más que interesante. —Ofreció cigarrillos de nuevo. Todas tomamos uno con la intención de que la noche se alargase.

—Os propongo una cosa —continuó—. Voy a pedirle a mi prima unos papelitos y unos bolis. Después cada una de nosotras se retirará unos minutos a un lugar donde nadie le incordie y pondrá el nombre de la persona a la que le gustaría entrevistar. Así no tendremos influencias unas de otras. ¿Qué os parece?

—Genial, tía, genial… —agregó Alex.

—Eres una tía cojonuda —sumó Virginia—. Hagamos lo que propones.

—Venga, venga, tías, que esto está a punto de nieve… Me estoy poniendo húmeda nada más pensar en lo que cada una de vosotras escribirá… Venga, tías, venga —apuntó Candela.

Esme llamó a la camarera y le pidió lo necesario para continuar con el juego. Mica, que no comprendía muy bien lo que sucedía, preguntó.

—¿Vais a escribir el nombre de quien quisierais follaros esta noche?

—Joder, Mica, ¡vaya pedazo de obsesión que tienes! ¿Cuántas rayas te has metido ya? —Le lancé el exabrupto con mirada reprobadora.

—No sigas por ahí, eh, ¡a mí no me jodes; porque no me sale del coño! —contestó embravecida—. Y de rayas, nada de nada. ¿De acuerdo? Estoy en desintoxicación… Así que no me jodas, Jose; no me jodas que bastante puteada estoy ya. ¿De acuerdo?

—Perdona, Mica… No pretendía… —No sabía bien cómo disculparme, Mica estaba bastante fastidiada—. Te lo ruego, ha sido sin querer, no pretendía, no sabía qué decirte… ¿Me dejas? —Y le ofrecí un abrazo sincero. La ofendida aceptó y todo quedó ahí—. Los papeles y los bolis son porque vamos a responder cada una a una cuestión principal que nos hemos propuesto… Todo porque estas pavas están pensando en el “fin del mundo”.

—¿La tontuna esa de los mayas? —Todas afirmaron con la cabeza— ¡Vaya pedazo de gilipollez! Ahora que, si vosotras lo veis así, os los traeré ahora mismo… Sin problemas —observó proponiendo un choque de manos. Desde luego aquella sí que era toda una mujer. Había olvidado la ofensa de unos segundos antes. Me impresionó su conducta—. Ya tenéis los vasos tiesos, ¿queréis algo más?

Pedimos otra copa. Lo primero que hizo Mica, antes de traer lo encargado, fue poner los papeles y los bolis a nuestra disposición, que repartí convenientemente. Los chicos clonados nos miraban babeando por las comisuras de los labios. Y hasta tanto no llegaban las consumiciones, cada una de nosotras se apartó para elegir al personaje protagonista de su gran entrevista.

Regresamos a la mesa en la que ya estaban dispuestas nuestras bebidas y dobladitos, casi idénticos, dispusimos los papelitos dentro de uno de los cuencos. Ahora fui yo la que ofreció cigarrillos y todas tomaron uno, los encendimos y aspiramos el humo con una ansiedad antes inexistente. Tal vez la propuesta de escribir y descubrir el destino de nuestros deseos nos había contagiado de algo que, hasta ahora, no habíamos compartido.

—Después de esto nos vamos a casa y nos hacemos una Ouija… —Propuso Esme. Lo decía de verdad, no era una broma.

—Joder, tía, lo tuyo es descomunal —declaró Virgi—. A nadie más que a ti se le ocurriría proponer algo tan oportuno. Una Ouija… Por mí fenomenal.

Casi todas nos apuntamos a la propuesta sin saber bien por qué. Alex dijo que no, de ninguna de las maneras volvería a participar en algo así. Ya tuvo dos experiencias de Ouija y no estaba dispuesta a volver a pasar por ahí.

—Le tengo mucho respeto, tías… Lo que sucedió en la segunda fue tan espeluznante que no volveré a participar en otra. Os lo puedo asegurar… Fue espeluznante y uno de los participantes está ahora mismo en atención psiquiátrica. Así que, si os apetece, bien; pero desde luego conmigo no contéis, tías… De ninguna de las maneras volveré a participar en una Ouija.

Nos miramos sorprendidas por la revelación de Alexia; ninguna de nosotras sabíamos de sus experiencias con las artes ocultas. Habíamos tenido muchos encuentros, múltiples momentos en los que nos contábamos cosas, algunas cargadas de intimad, pero jamás Alexia había narrado a cualquiera de nosotras su experiencia de un encuentro perturbador con los entes que pululan como energía insondable por entre los recovecos de nuestra consciencia, o inconsciencia, ¿quién sabe? El caso es que después de una confesión tan impactante consideramos que no era, precisamente, aquella la noche en la que compartiríamos ensayos de experiencias ocultistas.

—Bueno, está bien, Alex… Esta noche no hay Ouija que valga. ¿De acuerdo? —pregunté y todas afirmaron—. Ahora vamos a revelar lo que cada una de nosotras ha escrito.

De alguna manera temía por lo atrevido y tal vez desconcertante de mi propuesta. No quería que saliera la primera por nada del mundo. Así que barajé, o moví, o yo qué sé lo que hice, los papelitos y cada una de nosotras tomó uno al azar (si es que acaso el azar existe; en ese momento lo consideré azaroso, ahora sé que no existe). Fui la primera en tomar uno de los papeles y lo guardé con cuidadoso celo entre mis manos, protegiéndolo como si lo que allí había escrito alguna de mis (ahora sí las sentía así) amigas, fuera el mayor secreto del mundo. Ni siquiera Colón o los que pisaron la luna, habrían tenido la fortuna de compartir con otros tan gran acontecimiento. Estaba sobrecogida, era incuestionable. Nunca esperaba que una propuesta tan aparentemente insensata, en un grupo de chicas raspando los veinte años, tuviese la importancia que, al menos para mí, representaba ese momento. El momento más especial que había compartido con ellas. Un intento de conectar con algo profundo de verdad, como, al menos, lo había supuesto para mí.

Cuando escribí el nombre del destinatario de mi entrevista, sentí un estremecimiento que me produjo una sensación en la espalda como si hubiese recibido el frote de una barra de hielo. Joder, puedo decirlo a boca llena, me sentía plena, integrada, toda una con ellas. Aquello no era normal, no formaba parte de nuestros habituales comportamientos. Observé en ellas un interés parecido al mío, o puede que fuese mi propia necesidad de conectar con algo profundo de ellas lo que me impulsase en este sentir tan particular. El caso es que era todo un enjambre de sensaciones a punto de despuntar el alba y salir en búsqueda de néctar con el que llenar de dulzura la colmena de mis emociones.

—Y quién abrirá primero. Vamos a echarlo a suertes y después continuaremos en el sentido de las agujas del reloj. ¿Qué os parece? —propuso Candela.

Todas asentimos de nuevo. Allí había catarsis, se percibía, se notaba. La suerte declinó en mí. Era la primera que debía leer el contenido de una confesión, ¿íntima?, ¿secreta?, de una de mis amigas. Estaba visceralmente emocionada. Tanto que las manos me temblaban como un flan (El Niño) recién caramelizado.

—Ay, qué nervios, nenas, qué nervios… —comenté mientras intentaba abrir el papel. Quedé decepcionada por el contenido. Casi no me atrevía a leerlo—. Victoria Beckam… ¿De verdad que Victoria Beckham? No me lo puedo creer.

—¿Qué pasa? ¿Acaso tiene algo raro esa mujer? —manifestó Alexia con cariz de ofendida.

—No, no, nada, tía, solo que me ha pillado un poco por sorpresa. Nunca creía que alguien pudiera tener como objetivo en la vida entrevistar a una de las Spice Girls… Pero no pasa nada, si es ese tu deseo, pues me parece muy bien.

—Yo no he dicho que sea ese mi deseo, ni siquiera que yo haya escrito eso, es por poner las cosas en su sitio. —Fundamentó Alexia convencida de sus palabras.

—Está bien, ahora la siguiente; y os ruego que me perdonéis si la que ha escrito esto se siente ofendida. Solo ha sido por una impresión inesperada. Pero me parece muy bien. —Justifiqué sin convencimiento. Para nada me esperaba algo tan trivial.

—Me toca a mí —cacareó Esme mientras desdoblaba el papelito sin tanta emoción contenida como la mía—. A ver, a ver… Cristiano Ronaldo… Joder, esto sí que mola, tía. ¿Quién ha escrito esto? A ver, quién de vosotras ha sido —interrogó con interés—. Porque esta no es mi letra y me gustaría saber quién ha decidido esta entrevista pisándome mi originalidad. —Aparentemente enfadada.

Lo que parecía de entrada una propuesta interesante y que nos permitiría una conexión impostada, se estaba transformando, por intervención del ego de cada cual, en una escalada de envidias y recelos. La creencia en lo imposible siempre había escondido mis aspiraciones en el deseo de considerar que esa noche podía ofrecernos las posibilidades de un encuentro verdadero y ahora corría el gran riesgo de disolverse en una maraña de egoísmos enfrentados. Esme continuó.

—Desde luego, tía, quien quiera que seas, podías haber pensado en otro. ¡Cristiano Ronaldo era para mí! A ver, decidme, quién ha sido… —Solicitó con intransigencia categórica. Alex levantó la mano.

—He sido yo, ¿qué pasa? —confesó Alexia a la defensiva.

—Nada, tía, nada —intentó escudarse Esme con una defensa desdeñosa—, pero me ha jodido, tía, me ha jodido… Yo creía que sería la única en elegir a un tío tan guapo. Dime una cosa: ¿por qué lo has pedido?

—Joder, tía, pareces tonta; pues por lo mismo que lo has pedido tú. Está tan bueno, es tan rico, es tan simpático y… tan interesante, que fliparía solo de pensar en la posibilidad de entrevistarlo… Vamos, que sin dudar pasaría después a la “guerra” con él sin calentamiento previo. —Los aspavientos de Alex, eran encajaban a la perfección con su entusiasmo.

—Pues sí que es cierto, tía; estoy de acuerdo contigo. Yo lo he pedido por lo mismo. Debería ser antes del fin del mundo, que está ahí a la vuelta de la esquina. No nos da tiempo a entrevistarlo las dos. Así que me apunto prime… —Propuso como una ocurrencia nada enmascarada, rozando lo infantil.

—De eso nada de nada, tía, ¿te enteras? Nada de nada, prime seré yo… Para eso el mío ha sido el primer papel que se ha leído. Así que me toca antes que a ti. —Las risas entre ambas contagiaron al resto del grupo y recobramos una cordialidad que a poco estuvo de irse al garete.

—¿Entonces a quién le toca leer?

—Leche, Esme, con tanta excitación por Cristiano, te has perdido. Pues está claro: me toca a mí —redundó Alexia—. ¿A ver qué dice este papelito, a ver qué dice? —advertía mientras intentaba leerlo desazonada—. Leche, nena, ¡qué suerte! Cristiano Ronaldo. Está claro, este papelito es el tuyo. Así que continuaremos con la siguiente.

Estaba comenzando a inquietarme. Todavía no había salido mi papel y me difuminaba con la incertidumbre de que mi propuesta fuera totalmente inoportuna. Nadie lo comprendería, seguro. Esperaba escrutar los rostros de mis compañeras y ver en sus expresiones una señal de incredulidad. Bueno, ahora le correspondía a Candela.

—Venga, tía, abre el papel. —La conminé—. Candela, anda que eres pesada, tía.

—Ya voy, Fini, ya voy. Estaba esperando que estas se tranquilizaran. A ver, a ver qué nos depara la suerte. Leche, tías, esto sí que es interesante —declaró con brillo en los ojos—. Vaya pedazo de entrevista. —Intentaba concitar una intriga entre nosotras. Me cuestionaba si sería el mío—. Ni os lo podéis imaginar: Barak Obama. Joder esta entrevista sí que sería importante. Después de esto podría terminarse el mundo con tranquilidad. —Estaba claro. Candela intentaba decirnos a todas que su elección era la mejor. La más atrevida y pretenciosa—. No sé quién habrá pedido esta entrevista, pero me permito felicitarla —manifestó con gestos que evidenciaban que esa, sin dudarlo, había sido su elección—. Bueno, Virgi, creo que eres la última. Te toca leernos lo que, con total seguridad ha escrito una de vosotras dos —señalando hacia mí y hacia ella—; aunque creo que el papelito que tienes es seguramente de Fini. El tuyo sería el de Victoria Beckham. ¡Cómo eres así de pija…!

—Nena, no te torres. Yo soy todo lo pija que me sale del coño. ¿Te enteras? Y vaya tontuna eso de querer entrevistar a Obama. A ver dime: ¿por qué Obama?

—No tienes ni idea, tía, ni idea —protestó Candela—. ¿Quién es el hombre más poderoso del mundo? Está claro: Obama. Además, es tan guapo, tan simpático… Un negro muy interesante que también parece buena gente y se encuentra en lo más alto de la popularidad. Un hombre que está transformando Estados Unidos.

—Vale, tía, estoy de acuerdo. —Se doblegó Virginia—. Ahora me toca a mí, así que ya sabemos de quién es este papelito. Lo abriré… uy, uy… qué interesante, el papelito de Jose. —Ya estaba otra vez con la jodienda del nombrecito—. A ver, a ver… ¡Hostias, tías! —La cara de Virgi era la expresión de la sorpresa absoluta—. No me lo puedo creer, tía, ¡qué disparate!

—Joder, tía, dinos qué pone, dínoslo ya, estamos en ascuas. ¿A quién ha elegido Fini? Por tu expresión debe ser de aúpa —subrayó Alex.

—No os lo podéis creer. Tía —dijo mirándome directa a los ojos—, ¿esto que pone aquí lo has escrito tú, seguro? Joder tía, vaya pedazo de entrevista.

—Tía, corta ya con tanto tenernos en vilo. —Exigió Alex—. Dilo ya o me saco las tetas otra vez… —La risa forzosa, incluso fuera de lugar, capturó de nuevo a mis compañeras.

—Está bien, está bien, tranquis, tías, tranquis… Os lo voy a leer: Dios… —Así lo dejó caer, como quien lanza un reto para un combate de boxeo.

—¿Dios? Tía… ¿Dios, seguro? —cuestionó Alexia.

—¡Por Dios, Fini!, querrías hacerle una entrevista al mismísimo Dios. ¿Cómo se te ha ocurrido semejante disparate? —preguntó Candela contagiada de admiración por mi propuesta—. Esa sí que es una entrevista original.

—Desde luego, tía, eres un pedazo de “notera”. —Esa referencia a la (supuesta) necesidad de dar la nota, no era más que el espejo en el que se miraba Virgi—. A nadie más que a ti se le hubiera ocurrido entrevistar algo que no está muy claro si existe (o no). Además, ¿cómo leche entrevistarías a Dios? Tendrías tú que subir al cielo o bajar Él a la tierra.

—No lo sé, tías, ha sido una necesidad que me ha salido así. Mientras estaba en aquella parte de la barra con mi copa vacía he mirado hacia arriba y solo he visto las luces del local, nada más. Así que me ha venido la pregunta de si habría algo más. No sé por qué —la explicación que estaba dando obraba el milagro de captar la atención de ellas—, pero de repente he pensado que, si estamos ya cerca del fin del mundo, solo Dios podría decirnos qué nos espera después. Por eso he pensado en entrevistarlo. Además, tal como va la cosa… No creo que ninguna de nosotras tenga la oportunidad de entrevistar a la persona que ha elegido. Así que todas iguales… —Les ofrecí otro cigarrillo. Levanté mi ron con coca cola con gesto de brindis y todas aceptaron.

La noche fue adormilándose hasta bien entrada la madrugada. Alguna de ellas tuvo la oportunidad de lucir generosa su escote con alguno de los clones ebrios que pululaban por el Quiz-Now. Yo pillé una cogorza que me tuvo perjudicada algún tiempo. Virginia fue una de las que consiguió un espécimen masculino bastante atractivo. Por cierto. Candela, a pesar de insinuarse sin pudor alguno a más de cuatro, no logró que ninguno mostrara interés por sus encantos. Alex recalentó a más de uno, que montaron tiendas de campaña en sus braguetas, mientras ella obsequiaba a cualquiera con estudiado y malicioso roce de tetas. Desde luego podía afirmarse que era una seductora bestial. Esme, no menos provocativa, se escapó con alguien que no llegamos a identificar.

Yo no necesitaba otra cosa que concentrarme en el motivo por el que había decidido escribir el nombre de Dios para hacer la más importante entrevista de la historia.

CAPÍTULO 3

DESGRANANDO

Cuando dos años después terminé la carrera y me fui a París de Erasmus, me dediqué en cuerpo y alma, sobre todo con lo último, a buscar qué, cómo y dónde sería posible hacerle una entrevista a Dios. Desde luego os diré que ese día 21 de diciembre de 2012, cada una de nosotras se dedicó a enviar distintos WhatsApp al grupo rememorando lo que nos sugirió aquella ya lejana noche de mayo. Fue divertido y lo más sorprendente fue que nadie volvió a recordar nada de la famosa entrevista que nos habíamos propuesto. Nos dedicamos a reírnos de los mayas y todos los conspiradores que habían apercibido sobre el final de la humanidad. Eso sí, quisimos estar preparadas para la catástrofe informática que se difundía en comentarios avisando una riada de desastres. Tampoco resultó tan desestabilizadora.

Como decía, me obstiné en conseguir una entrevista con Dios. No sabía cómo podría lograrlo, pero alguna extraordinaria inquietud de mi alma me susurraba esta posibilidad: que Dios podía responder en cualquier momento y concederme sus respuestas. Puedo asegurar que nunca había sido practicante religiosa; es más, creo que después de hacer la Primera Comunión, o mejor, la Confirmación, no he vuelto a pisar una iglesia más que para algún acontecimiento social: boda, bautizo o comunión; por lo que siempre, don Julián el párroco, me advertía algo sobre la necesidad de creer, sin que yo llegara a saber bien a qué respondía esa amonestación. Por suerte todavía no me había llegado el momento de acudir a sepelios. Pero había algo en mí, muy, muy dentro; muy profundo y arraigado en alguna parte de mi sistema emocional, que me impulsaba a sentirme afortunada. Dios me escucharía por alguno de sus inescrutables mecanismos espirituales y respondería a mi solicitud. La confianza estaba depositada en algún recoveco de mi cerebro.

Dediqué varios meses a enviar cartas, correos electrónicos, mensajes de Facebook y no sé bien cuantas cosas más, a casi todos los centros religiosos. Solo me contestaban los grupúsculos de credos residuales. Algunos que usurparon la naturaleza divina al mismísimo Dios, ya que eran los líderes de sectas insondables, pretendiendo ser entrevistados. Incluso hubo una respuesta de una camarilla de devotos a la que ni yo misma siquiera solicitado nada. Me cogió un poco por sorpresa. En la pantalla de mi ordenador apareció la fotografía de un extraño individuo ataviado como un pirata y con un enorme embudo de plástico utilizado como casco, y me hacía un saludo extraño. Algo parecido a unos espaguetis con vida propia se movían acelerados entre los dedos de su mano izquierda. Con la otra sostenía un colador. Sorprendente, de verdad, muy sorprendente. Leí su mensaje:

Buenos días, señorita María José Fernández García, soy Ignatius Coker Jeismin, representante de la Iglesia Pastafari en este país. Estaría muy agradecido de que nos realizara esa entrevista que usted solicita, pero Monesvol (el Dios único y verdadero) me ha comunicado que solo podrá recibirla en su restaurante italiano de Florida: el Don Mafias Costeras. Si usted está dispuesta a realizar el viaje, estaré encantado de ponerle en contacto con Monesvol para una entrevista personal.

Quedé petrificada. No era capaz de comprender hasta dónde podían llegar las necesidades de los humanos de creer en algo. Nunca hubiera pensado que un ente denominado Monesvol (Monstruo del espagueti volador) pudiera representar un dios para nadie. Desde luego es sorprendente la naturaleza de las obsesiones de los hombres para lograr que cualquier disparate aparezca, por lo menos, como algo normalizado. «Seguro que el país de origen del citado creador, sería Frikilandia», me dije.

Continué con mis indagaciones. Llamando, golpeando puertas que me eran cerradas; consumiendo tiempo y dinero en la búsqueda de algo tan singular como el origen de mis deseos. Para nada se trataba del fundamento de un egoísmo exacerbado. Tampoco estaba basado en una creencia firme de la existencia de la egolatría de Dios. No, solo respondía a una necesidad interior, tan poderosa que podía mover montañas. El resultado de una categoría de juego propio de la juventud, casi adolescente, había minado mis inquietudes íntimas hasta el punto de convertirlo en un aprieto en mi modelo de conducta.

Regresé de París sin lograr nada. Cuando ya casi estaba decidida a abandonar la búsqueda de una entrevista tan imposible, sentí una poderosa llamada interior. Una voz meliflua retumbaba en algo situado cerca de la laringe. No sabía bien qué podía ser, pero producía un sabor muy agradable, un gusto en mis papilas que no acertaba a explicar. No estaba comiendo nada y no guardaba nada del recuerdo de un frugal desayuno. Casi tan escuálido como mi aspecto. Apenas peso cincuenta kilos con mi uno setenta. Así que imaginaos hasta qué punto la necesidad de entrevistar a Dios estaba afectando a mi salud. En mi entorno me tildaban de anoréxica, yo insistía en que no, que se trataba de otro aspecto más relacionado con las emociones que con el estómago. Mi madre insistía en que debía visitar al endocrino. Yo siempre le decía que no se preocupara, que me encontraba bien.

—Pero, hija, si pareces la visita del aire. Estás muy delgada. ¿Qué problema tienes? Ya sabes que a mí, a tu madre, puedes contárselo todo. ¿Son drogas, Fini, son drogas? ¿Es algún tipejo que te maltrata? Dímelo, Fini, estoy muy preocupada por ti. Hija, ya sabes que me puedes decir cualquier cosa, de mí nunca recibirás reproches.

No sé qué le había sucedido a mi madre, pero parecía que su reconversión era más profunda que la mía. Ella, la más grande de las marujas del pueblo decía ahora que «nunca recibiría reproches». Estaba claro que comenzaba a atacarle alguna especie de demencia. ¿Joder, no tendría alzhéimer? Al padre de Manuel (un aspirante a novio de nombre sencillo, como el mío) se lo habían diagnosticado hacía poco y daba la impresión de estar muy afectado. Ella, mi madre, siempre había sido como la emisora de radio local de las confidencias, como ella misma afirmaba. «Nena, son solo confidencias entre amigas».

—No te preocupes, mamá, no es nada. Solo que estoy preparando una entrevista con alguien muy importante y no tengo tiempo para comer tranquilamente.

Todavía no entiendo cómo podía creer que una entrevista durara los últimos tres años de nuestra convivencia. No era posible un desconocimiento tan grande. Siempre le daba idéntica respuesta: mamá, una entrevista muy importante. Ella lo creía, claro, nunca le cuestioné si sabía de qué entrevista le hablaba. En fin, no es momento ahora de distraerme con esta circunstancia.

Pasó el tiempo y decidí continuar incluso a deshora con mi propósito. Encontré trabajo en La Voz del Sureste y mi jefa, Reme, consideró que tenía atributos y condiciones suficientes para ser una gran reportera. Manuel se dedicaba a cortejarme y yo no le hacía caso. Era un hombre al que me costaba admirar. Y si no hay admiración, para mí, es difícil cualquier otra relación más intensa. A veces me encontraba con ellas, mis antiguas compañeras, cada vez más distanciadas, y recordábamos aquella noche en el Quiz-Now. Ninguna había logrado su entrevista, pero ellas se centraban en que la mía debería ser posible.

Ya hemos transitado por lo trivial. Ahora corresponde dedicar el espacio de estas páginas a lo sustancial. Al objetivo principal de la necesidad de transcribir mi experiencia.

Hace dos días, el cinco de julio, recibí una extraña confirmación. No me llegó por los procedimientos habituales: nada de llamadas telefónicas, ni de mensajes SMS, ni mensajeros en bicicleta; ni WhatsApp, ni emails, ni Facebook, ni Instagram, ni Twitter, nada de eso. Desde luego sería extremadamente convencional recurrir a lo habitual para los humanos; al embrujo de las nuevas tecnologías y las redes sociales. No. Debía ser mucho más concreto: un mensaje que solo podría proceder del mismísimo Dios, solo podría llegar en algún sistema no utilizado con frecuencia. Es más, todavía no sé si es posible enviar citas o mensajes por ese procedimiento. El caso es que a mí me llegó y supe en cuanto lo vi que se trataba de lo que estaba esperando: un mensaje de Dios.

Llegué a casa exhausta tras una agotadora jornada. Eran las nueve treinta de la noche.

—Fini, ha llegado esto a tu nombre. María José Fernández García. No sé, pero parece uno de esos telegramas que se utilizaban antes. No lo he abierto. Aquí lo tienes —dijo mamá con esa gracia que atesora.

—Está bien, mamá, ahora lo veo.

Mi intención era ir a darme una ducha; estaba exhausta y sentía la necesidad de reconfortar mi cuerpo con agua fresquita. La mirada curiosa que mi madre deslizó hacia el documento, me hizo comprender su incredulidad.

¿Cómo era posible que la llegada de un telegrama no me causara la necesidad inmediata de leerlo?

Caí en el detalle de que se trataba de algo importante. En los tiempos en los que se utilizaba el telegrama, y mamá llegó a utilizarlo, cualquiera que lo recibía, acudía a abrirlo nada más tenerlo en las manos. Como yo no había transitado por esa experiencia, no lo comprendí de inmediato. Los gestos casi grotescos de mamá me aconsejaron su apertura urgente. Lo tomé con cierta intranquilidad, ahora había comprendido la importancia del método empleado y me preguntaba si todavía era utilizado ese sistema para conectar con las personas. Era evidente, a mí me había llegado. En realidad, se trataba de un burofax; algo más habitual y cotidiano en las notificaciones oficiales. Lo abrí y por el aspecto de mis gestos, por la expresión sorprendida de mi rostro, mamá, que no apartaba la vista de mis movimientos, se inquietó.

—¿Qué es, Fini? ¿Es algo malo? Dime, hija, me tienes en vilo.

—No es nada malo, mamá, es algo que estaba esperando desde hace mucho tiempo. La entrevista tan esperada, mamá. Todavía no entiendo cómo ha sido posible, pero aquí está: la cita para hacerla.

—Ay, nena, ¿qué me dices? ¿Una buena noticia?

—Buenísima, mamá, extraordinaria…

—Y, ¿quién es, Fini? Dime quién es… Me tienes descompuesta —esgrimió con esa soltura que concede la madurez bien llevada.

—No te lo puedo decir, mamá, no te lo creerías.

—¿De ti, hija? Soy tu madre, la única que tienes, la que más te quiere. De ti, puedo creerme cualquier cosa que me digas y apoyaré todo lo que intentes.

Esta confesión: apoyaré todo lo que intentes, esperada durante los últimos veintisiete años de mi vida, había llegado por fin. Sería tal vez por la propia entidad del burofax. Le confesé con cierto temor el objetivo de mi entrevista.

—Mamá, no te pongas nerviosa ni hagas rarezas: me ha contestado Dios… —Miré al rostro, más que asombrado, de mamá. No daba crédito.

—Fini, ¿qué me estás diciendo? A ver, eso no puedo creerlo. Has dicho que te ha contestado Dios… ¿El verdadero Dios?… Hija, ¿no te estarás volviendo loca con eso de la delgadez? Fini, me preocupas…

—Ni me estoy volviendo loca, ni nada por el estilo. Llevo mucho tiempo intentando que Dios me concediese una entrevista y, por fin, ha respondido a mi ruego… Me ha concedido la entrevista y creo, por raro que pueda parecer, que se trata de Dios mismo. Estoy convencida.

—Hija, ¡por Dios! Me estás preocupando.

—No mamá, tranquila. De verdad. Iré a ver si es cierta la cita. Iré por encima de todo. Te lo puedo asegurar. Si es Dios, le entrevistaré. Imagina, mamá, imagina; Dios mismo entrevistado por Fini. Alguien se morirá de la envidia. —Sabía muy bien en quién estaba pensando.

—Nena, ¿podré acompañarte?

—No, mamá, tengo que hacerlo yo sola.

—Ay, hija, con la ilusión que me haría a mí poder ver a Dios.

Lamentó profundamente mi negativa a su “desinteresada” colaboración. Me recogí en mi habitación y bajo la luz de la lámpara de la mesilla volví a leer con detenimiento, una y otra vez, el contenido del burofax.

Señorita María José Fernández García... Acepto la solicitud que lleva usted tanto tiempo esperando… Le cito pasado mañana a las seis de la tarde en la pensión La Ola Blanca… Habitación 1.10… Situada en Calle Escalante Tres, formentera… Allí la espero… Acuda sola… Stop… Dios.

Increíble pero cierto. ¿Era o no Dios mismo quien me citaba? Sí, seguro. Apenas tenía tiempo para organizarme. A la mañana siguiente tendría que buscar billete de avión, reservar hotel y hacer todos los preparativos. Sobre todo, tendría que hablar con Reme, la directora del periódico, y decirle que tenía una entrevista exclusiva y debía realizarla en Formentera. No le enseñaría el telegrama, desde luego; se vería obligada a confiar en mí. Si no me lo permitía como una actividad del diario, no me quedaba otra que solicitar mi finiquito y abandonar el trabajo en el periódico. Estaba decidida, habían sido muchos años, numerosos intentos, demasiadas frustraciones para que ahora, por mor de mi condición de empleada del periódico, no pudiese realizar lo soñado: la entrevista definitiva.

Se lo solicité y me preguntó:

—¿Cuántos días necesitas? ¿Dónde te alojarás?

—Estoy preparando lo que necesito. Como te he dicho es en Formentera.

—Pásalo todo a la tarjeta del periódico. Confío en ti, María José, ya lo sabes. No te voy a preguntar nada, confío en ti de manera indiscutible. Ahora solo espero que me traigas algo importante, María José… Es más, por ese brillo en los ojos, creo que lo conseguirás. Algo me dice que lo que estás a punto de lograr es un hito histórico. ¡Adelante!

Me abrazó con la sinceridad propia de una maternidad entregada. No podía esperarlo, pero la calidez de sus gestos, alejados de todo postureo, eran elocuentes y sinceros. Me sentí reconfortada. Manuel estaba cerca y se empapó de todo. Alexia, que ahora hacía las labores de becaria, quedó expectante. Lola afirmó desde la entrada: en aquella redacción todos los espacios eran accesibles. Solo el despacho de Reme podía cerrarse y no lo hacía casi nunca.

—Te he visto hablar con Reme. Parece que he escuchado un viaje a Formentera para hacer una entrevista exclusiva. ¿No será lo que tú y yo sabemos? —indagó Manuel con gestos de gozosa inquietud.