El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde - Robert Louis Stevenson - E-Book

El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde E-Book

Robert Louis Stevenson

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Beschreibung

El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde es una famosa novela escrita por el autor escocés Robert Louis Stevenson y publicada por primera vez en 1886. La historia se centra en un abogado londinense llamado Gabriel John Utterson, quien investiga la extraña relación entre su amigo, el respetado Dr. Henry Jekyll, y el maligno Edward Hyde.

La trama se desarrolla en torno a la dualidad del bien y el mal que existe en la naturaleza humana. El Dr. Jekyll es un científico respetado que se obsesiona con la idea de separar los aspectos morales opuestos de su personalidad. Como resultado de sus experimentos, crea una poción que le permite transformarse en Edward Hyde, su contraparte malvada y sin escrúpulos.

A medida que la historia avanza, se revela que Hyde representa la naturaleza perversa y salvaje de Jekyll, y que el doctor no puede controlar sus transformaciones. A través de los eventos que se suceden, el lector se adentra en un relato oscuro y lleno de suspense que explora las consecuencias del deseo de liberar los impulsos más oscuros de la mente humana.

"El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde" es un clásico de la literatura gótica y de misterio, y ha sido ampliamente interpretado como una alegoría de la lucha interna del hombre entre el bien y el mal. Ha tenido un impacto duradero en la cultura popular y ha sido adaptado en numerosas ocasiones en el cine, la televisión y el teatro.

Robert Louis Balfour Stevenson (Edimburgo, Escocia, 13 de noviembre de 1850-Vailima, cerca de Apia, Samoa, 3 de diciembre de 1894) fue un novelista, poeta y ensayista escocés.

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Robert Louis Stevenson

El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde

The sky is the limit

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Tabla de contenidos

SOBRE LA PRESENTE OBRA.

HISTORIA DE LA PUERTA.

EN BUSCA DEL SR. HYDE.

EL DR. JEKYLL ESTABA TRANQUILO.

EL CASO DEL ASESINO DE CAREW.

INCIDENTE DE LA CARTA.

NOTABLE INCIDENTE DEL DR. LANYÓN.

INCIDENTE DE LA VENTANA.

LA ULTIMA NOCHE.

RELACION DEL DOCTOR LANYÓN.

EXPLICACIÓN COMPLETA DEL CASO EXTRAÑO DEL DR. ENRIQUE JEKYLL.

TRADUCIDA AL ESPAÑOL POR

EMILIO SOULÉRE

SOBRE LA PRESENTE OBRA.

El Caso extraño del Dr. Jekyll, ó sea del Dr. Jekyll y de Mister Hyde, es, después de La Isla del Tesoro, la obra más afamada de Stevenson y no será dudoso el que la primera sea aún más conocida que la segunda en los países anglosajones. Débese esto indudablemente á que además de haber sido y ser constantemente leída por casi todo el mundo, fué dramatizada y obtuvo tan buen éxito que se ha representado centenares de veces. Recientemente se publicó también una versión francesa: Le Cas Étrange du Docteur Jekyll, hecha con no poco gusto y tino por Mme. B. J. Low, esposa del reputado artista de este nombre, y ahora aparece la española, que estamos seguros ha de ser tan bien recibida como aquélla.
La novela posee ya de por sí un interés dramático poco común, y en toda ella se revela ese arte peculiar y característico de su autor en el relato, que desde el principio atrae la curiosidad del que la lee. En este trabajo psicológico ó psico-fisiológico, Stevenson ha logrado sacar, del misterio de la dualidad humana, efectos irresistibles, uniendo discretamente lo maravilloso con lo científico y la enseñanza moral con la narración más interesante de ese combate entre dos naturalezas distintamente opuestas, que luchan sin cesar entre sí, revelando el imperio que ejerce la más ruin sobre la más noble, cuando á tiempo no se logran dominar sus exigencias y caprichos.
La historia del Dr. Jekyll, despojada de ciertos atavíos, de todo adorno maravilloso y de la parte fantástica, es la historia de muchos que acaso todos conocemos y tratamos diariamente, sólo que en el presente caso está trazada por la mano maestra del reputado autor escocés.
Los Editores.
Nueva York, Abril, 1891.

HISTORIA DE LA PUERTA.

El Sr. Utterson, el abogado, era un hombre de rostro duro en el cual no brillaba jamás una sonrisa; frío, lacónico y confuso en su modo de hablar; poco expansivo; flaco, alto, de porte descuidado, triste, y sin embargo, capaz no sé por qué, de inspirar afecto. En las reuniones de amigos, y cuando el vino era de su gusto, había en todo su ser algo eminentemente humano que chispeaba en sus ojos; pero ese no sé qué, nunca se traducía en palabras; sólo lo manifestaba por medio de esos síntomas mudos que aparecen en el rostro después de la comida, y de un modo más ostensible, por los actos de su vida. Era rígido y severo para consigo mismo; bebía ginebra cuando se hallaba solo, para mortificarse por su afición al vino; y, aunque le agradaba el teatro, hacía veinte años que no había penetrado por la puerta de ninguno. Pero tenía para con los demás una tolerancia particular; á veces se sorprendía, no sin una especie de envidia, de las desgracias ocurridas á hombres inteligentes, complicados ó envueltos en sus propias maldades, y siempre procuraba más bien ayudar que censurar. "Me inclino,—tenía por costumbre decir, no sin cierta agudeza—hacia la herejía de Caín; dejo que mi hermano siga su camino en busca del diablo." Con ese carácter, resultaba á menudo, que era el último conocido honrado y la última influencia buena para aquellos cuya vida iba á mal fin; y aún á esos, durante todo el tiempo que andaban á su alrededor, jamás llegaba á demostrar ni siquiera la sombra de un cambio en su manera de ser.
Sin duda era fácil esa actitud para Utterson, pues era absolutamente impasible, y hasta sus amistades parecían fundadas en sentimientos similares de natural bondad. Es característico en un hombre modesto el aceptar de manos de la casualidad las amistades, y eso es lo que había hecho el abogado. Sus amigos eran sus parientes ó aquellos á quienes había conocido desde hacía mucho tiempo; sus afecciones, como la hiedra, crecían con el tiempo, pero no procedían de ninguna inclinación especial. De ahí, sin duda, provenía la amistad que le unía á Ricardo Enfield, uno de sus lejanos parientes, y hombre que frecuentaba mucho la sociedad. Para algunos había en ello un enigma; ¿qué podrían hallar uno en otro, y qué podía haber de común entre ambos? Los que los encontraban en sus paseos del domingo, referían que no se hablaban, que parecían sombríos, y que la aparición ó la llegada de algún amigo era acogida por ellos con evidentes signos de satisfacción y hasta de consuelo.
Á pesar de todo, ambos daban gran importancia á aquellos paseos, que eran como el principal placer para ellos, y no sólo rechazaban todas las demás distracciones, sino que prescindían en absoluto de los negocios, para disfrutar con mayor libertad de sus paseos.
La casualidad hizo que en una de aquellas excursiones, cruzasen una callejuela situada en un barrio comercial de Londres. Era sumamente tranquila, pero en los días de trabajo había en ella un comercio activo. Sus habitantes hacían todos buenos negocios, esperaban hacerlos mejores en el porvenir, y dedicaban el sobrante de sus beneficios al embellecimiento de sus residencias, de tal suerte, que las fachadas de las tiendas alineadas á lo largo de la calle parecían invitarlo á uno como hubieran podido hacerlo dos hileras de sonrientes vendedoras. Hasta el domingo, cuando aquellos atractivos encantos estaban ocultos y la calle parecía relativamente desierta, ofrecía marcado contraste con las inmediaciones, bastante sucias, contraste parecido al de un fuego brillante en medio de un bosque sombrío; no cabe duda de que aquellas persianas recien pintadas, aquellos bronces relucientes, y aquella nota de limpieza y de alegría sorprendían y agradaban á los transeúntes.
Á dos casas de distancia de la esquina de la calle, á mano izquierda yendo hacia el Este, la línea se hallaba cortada por la entrada de un callejón sin salida, en el que se levantaba un edificio de aspecto triste, cuyos aleros se extendían sobre la calle. Tenía dos pisos, ninguna ventana, solo una puerta en la planta baja, y el muro deteriorado que se elevaba hasta el extremo superior; en todo demostraba aquella construcción largo tiempo de abandono y descuido. La puerta, en la cual no había ni campanilla ni picaporte, estaba deteriorada y sucia. Los vagos acostumbraban sentarse en el escalón de ella, y la utilizaban para encender fósforos; los muchachos de las escuelas habían probado sus cuchillas en las molduras; y durante muchísimo tiempo nadie se había preocupado de rechazar á aquellos visitantes, ó de reparar sus daños.
El Sr. Enfield y el abogado cruzaban por el otro lado de la callejuela, y al llegar frente á aquel edificio, el primero señaló á la puerta con su bastón.
—¿Habéis observado alguna vez esta puerta?—preguntó; y cuando su amigo le hubo contestado afirmativamente, añadió:—se halla enlazada en mi memoria con una historia harto singular.
—¿De veras?—dijo Utterson, con una ligera alteración en la voz—¿qué historia es esa?
—Hela aquí—replicó el Sr. Enfield.—Regresaba á mi casa desde un punto lejano, á eso de las tres de la madrugada, una obscura noche de invierno, y mis pasos me llevaron á una parte de la ciudad en donde no se veía más que los faroles. Todo el mundo dormía; las calles se hallaban iluminadas como para una procesión y completamente desiertas; mi ánimo había llegado á hallarse en aquel estado en que se desea ardientemente ver á un agente de policía. De pronto ví dos personas: una de ellas era un hombrecillo que caminaba á buen paso hacia el Este, y la otra una niña de ocho á diez años que corría tanto como le era dable, por una calle transversal. Al cruzarse en la intersección de las dos calles, chocaron uno con otro, y el hombre pisoteó con la mayor calma el cuerpo de la niña, dejándola tendida en el suelo y continuando su camino. Aquello no era el proceder de un hombre, sino más bien el del diablo indio Juggernaut. Lancé un grito, eché á correr, cogí á mi hombre por el cuello, y lo llevé al punto en donde ya, alrededor de la criatura, que se quejaba lastimosamente, había varias personas. Estaba enteramente tranquilo, y además, no opuso la menor resistencia, pero me lanzó una mirada que me infundió verdadero terror. Las personas que habían salido de la casa inmediata eran todas de la familia de la niña, y poco después llegó el médico, á quien habían ido á buscar. En realidad, la criatura no estaba gravemente herida, sino más bien asustada, según dijo el facultativo; y tal vez podríais suponer que las cosas no pasaron de ahí; pero había una circunstancia curiosa. Desde el primer golpe de vista había experimentado yo odio contra el agresor, así como la familia de la niña, lo cual era muy natural. Lo que más me sorprendió fué la conducta del médico. Era un tipo ordinario, sin nada de particular, con un marcado acento escocés, y de aspecto tranquilo y pacífico; pero no pudo menos de experimentar la misma conmoción que nosotros; cada vez que miraba á mi prisionero, veía yo que el doctor palidecía y contenía el deseo de arrojarse sobre él. Yo comprendía lo que pensaba, y él á su vez, también comprendía mi pensamiento; y como no era posible asesinar á aquel hombre, optamos por lo mejor. Le dijimos que nos proponíamos hacer tanto ruido respecto de aquel asunto, que su nombre sería maldecido de un extremo á otro de Londres. Mientras le decíamos esto, nos vimos obligados á defenderlo contra las mujeres, que parecían tan exaltadas como harpías. En mi vida he visto una reunión de caras que demostrasen el odio que aquéllas; y en medio de todos, nuestro hombre, parecía hacer alarde de una presencia de espíritu brutal, sarcástica—como desafiando á todos, aunque en el fondo yo veía que estaba asustado.
—Si lo que deseais—dijo—es sacar dinero á costa de este incidente, me declaro vencido. Todo caballero desea evitar el escándalo—añadió;—decidme la suma que pretendeis.