El Foso de los Ángeles Negros - Kenna Mckinnon - E-Book

El Foso de los Ángeles Negros E-Book

Kenna McKinnon

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Beschreibung

Los demonios rugen de la boca de los leones y el diablo vive en un planeta alienígena en esta colección de tres novelas de fantasía/paranormal para adultos, ambientadas en la Tierra, el Infierno y el Cielo y en el más bajo lugar internedio.
Una Pasión por Poe es la primera novela, que gira de Calgary a Dinamarca, en un crescendo de disfunción. Los demonios caen del maletero de un coche comprado por Astria Brin y su novio, Patrick Ferguson. Los leones miran desde un puente en el centro de Calgary y los siguen a casa, mientras sueños misteriosos, asesinatos y el horror se entrelazan.
La segunda novela tiene lugar en un mundo inferior entre el Paraíso, la Tierra y el Infierno. El Ángel Negro presenta a Drake Dumont, un hombre medio demonio que ruge sobre el universo en una motocicleta Harley-Davidson cromada con su perro terrier Killer en el sidecar. Su novia Lori Weidemann está vinculada a Drake en la vida y la muerte, con la maldición del diablo en ambos. Después de que los padres de Drake mueren en un trágico accidente de coche, este se embarca en una furiosa misión de redención.
En El Padre de las Mentiras, viajamos entre 3000 años en el futuro, el siglo XX y 3000 años aC, en la antigua Grecia. Mientras los seres de Alpha Centauri esperan la muerte de la Tierra y del Sol para reponer sus espíritus, observan a la Tierra y a una familia en particular.

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EL FOSO DE LOS ÁNGELES NEGROS

KENNA MCKINNON

TRADUCIDO POROANA FIALCOFSCHI

Derechos de autor (C) 2016 Kenna McKinnon

Diseño de Presentación y Derechos de autor (C) 2023 por Next Chapter

Arte de la portada por The Cover Collection

Publicado en 2023 por Next Chapter

Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con eventos reales, locales o personas, vivas o muertas, es pura coincidencia.

Todos los derechos reservados. No se puede reproducir ni transmitir ninguna parte de este libro de ninguna forma ni por ningún medio, electrónico o mecánico, incluidas fotocopias, grabaciones o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso del autor.

ÍNDICE

Una Pasión Por Poe

Novela 1

El Ángel Negro

Novela 2

El Padre De Las Mentiras

Novela 3

Epílogo

Querido lector

Sobre la autora

UNA PASIÓN POR POE

NOVELA 1

CAPÍTULO1

El mayor miedo de Astria Brin era el abandono, aunque fue ella misma quien lo provocó.

Su tío favorito, un bombero, le había enseñado a no mostrar miedo, como él no lo había hecho cuando las llamas que ella provocó lo quemaron hasta que se hizo negro y arrugado. Incluso la muerte de su amada abuela materna y de su niñera (su querida Nana!) en el mismo fuego no impidió à la joven Astria a desafiar los rumores en la escuela y en los periódicos y de sonreír de cara a la pérdida. Muy cerca de la mansión blanca que se había vuelto gris con el hollín, sus padres ricos enterraron las víctimas de prisa, dándose las manos en un esfuerzo por velar el terrible día. Sabían quien podría haber provocado el fuego, pero al igual que muchos padres de criminales, ocultaron el crimen y fingieron que todo estaba bien.

Diez años más tarde, a Astria le siguen persiguiendo los recuerdos y cuando los inertes leones del puente de la Calle Central la siguieron a su casa y babearon con avidez en los rincones oscuros de su armario, ella pensó que debían ser restos de la venganza de los encorvados huesos calcinados del pasado. Patrick la ayudó a racionalizar esos fuertes monstruos y ella pensó que se lo merecía como amante y confidente en su mutua complicidad por olvidar. Estaba atrapada entre la posibilidad de una gran culpabilidad y un futuro que se arrastraba con pesar, y él - él era una presencia nihilista.

Así que ahorra Astria se levantó y se enfrentó al peligro. Junto a ella, en la cama de madera, con las suaves sabanas blancas sobre su pecho, su pareja Patrick Ferguson roncaba suavemente; los zarcillos de su rubia barba subían y bajaban con cada respiración. Astria sabía que Patrick le sería de tan poca ayuda en el medio de la noche como lo era durante el día, aunque bajo las llagas, su cuerpo era delgado y fuerte, y su potencia sexual admirable. Ella se estremeció y echó un vistazo a los números brillantes - 3:42 - de su reloj de cabecera, el suelo pulido brillando en azul por debajo de él. La joven se agarro con las dos manos. Un ruido sordo se deslizó a través del cuarto. La luz azul ilumino su cara - delgada, tensa, alerta. La puerta de su armario se abrió con un chirrido, revelando grandes orbes amarillas que brillaban y se apagaban. Los pies descalzos de Astria golpearon el suelo de baldosas y ella cerró la puerta.

“Sabes”, le dijo Patrick a la mañana siguiente mientras caminaban para coger el tren, “algunos alucinógenos podrían poner leones en el armario de cualquiera. Eso podría explicar tus pesadillas”.

“No son pesadillas y yo no tomo alucinógenos. Veo sus ojos. Les oigo rugir. Es como si Stephen King hubiera diseñado nuestro armario”, dijo Astria.

Encendió una cerilla en sus manos ahuecadas. Patrick inhalo el empalagoso, dulce humo. “Nunca les he visto”.

Pasaron por debajo de los leones de hormigón que guardan el puente de la Calle Central. Iban a pasar por debajo de los leones de nuevo al volver. Astria se puso su voluminosa sudadera y se estremeció. “La gente no mira hacia arriba. Incluso cuando camina. Los leones han estado aquí desde antes de que Moisés bajara de la montaña. Nadie los ve, y nos siguen a casa”.

Patrick tomó la mano de Astria y la meneo, pasándose la otra mano sobre su largo cabello rubio y sobre su sucia barba. “Has estado leyendo demasiado Edgar Allan Poe, culona. Poe tomaba opio o algo así. Tu eres mi mujer, tía. Tu no vas a tomar ninguna droga, me oyes? Yo soy el único fumeta aquí y de todos modos, la mitad del tiempo no podemos permitirnos comprar maría - somos pobres estudiantes, y si vas a ser algún día abogado como tu padre, seguro que no quieres que te pillen con eso”.

La acera se curvaba hacia arriba, hacia la estación de tren. Una niebla fina cubría los pilares del puente, plateando el granito y reflejando las placas de color rosa y gris por el este, y un sol que intentaba levantarse.

“Me encanta Edgar Poe”, dijo Astria. “Diablos, mi niñera me enseñó a leer y apuesto que mi primera palabra fue «nunca más»”.

“Sólo los niños ricos tienen niñeras. Perfecto, estamos en el puente”.

La niebla goteaba de la larga nariz de Patrick, pasando de su amplia boca expresiva hacía su barba. Astria se acercó a él.

“Nunca pedí nacer rica”, dijo ella.

Patrick sonrió. “Yo nunca pedí nacer”.

“Desde luego que no somos ricos”. Astria se encogió de hombros. Él se tiró de la barba y puso una mueca - el dinero constituía una barrera, pero también un vínculo entre ellos.

“Gracias a tus padres que me odian. Creen que soy un vagabundo que vive con su dinero, una especie de estudiante de borracheras que nunca va a terminar nada - y tienen razón”. Se echó a reír.

“Les puedes demostrar que están equivocados”, dijo ella.

El río siseó. Cogieron el tren hasta el campus donde eran estudiantes. Silbando, Patrick se dirigió hacia su clase de economía.

Además de disfrutar de sus clases de tarde de fotografía, su verdadera vocación, los estudios de pre abogacía de Astria no eran difíciles para ella y se pasaba los ratos libres investigando casos antiguos en la biblioteca, preparándose para el próximo año. Su amiga Ingrid estudiaba en el cubículo de al lado, con textos desordenados esparcidos en el suelo y debajo de su silla, con la computadora portátil abierta, sus dedos volando sobre las teclas en busca de la investigación sobre historia alemana. Ingrid era una valquiria robusta, con miedo a nada, y se enfrentaría sola a los mismos perros del infierno si fuera necesario. Era una buena amiga a tener, pensó Astria, y el perro del vikingo rubio, también. Nada como Patrick y su perro salchicha Goliat, nadie en casa para proteger a Astria, aunque, por supuesto, ella no estaba asustada.

Más allá de las barandillas que rodeaban la biblioteca al patio que estaba chorreando y de la ciudad abaluartada al río, los leones de piedra se acurrucaron en los zócalos del puente, escondidos detrás de una cortina de lluvia y aguanieve ... Esperando.

CAPÍTULO2

Ingrid se levantó una mañana temprano y se puso la ropa de abrigo para pasear a Fergie, su Golden Retriever, a lo largo del pequeño parque cerca de su casa. Se detuvieron en la parte inferior de una colina mientras que el perro meaba en un blanco arbusto amortajado, luego siguieron las orillas del río Elbow, mientras que Fergie hozaba con su nariz la vegetación congelada a un lado del camino. Ingrid contemplaba la niebla gris que se arremolinaba cerca del seno del río. De modo insólito, la niebla parecía viva. Se acercaba más. Ingrid se quedo petrificada mientras que el perro olfateaba en el suelo y parecía ajeno a la niebla.

Había algo detrás de este fantástico remolino gris, aunque era casi opaco. Parecía que se detenía por los bancos nevados y luego era empujado hacia arriba, más cerca de Ingrid y del perro. Ella se puso de pie, inmóvil.

Una voz resonó desde la niebla. “¡Ay, amiga! ¡Ah, pequeña muchacha!” Luego, un largo y vacío bramido de júbilo.

Nadie le había hablado nunca de esa manera. “¿Quién eres tú?”, dijo Ingrid. La niebla se arremolinaba más cerca, hasta los bordes del río, sobre los blancos arbustos congelados, presionando la sangre de las extremidades de Ingrid, de sus órganos vitales, como tentáculos helados tocando su cerebro y haciendo de su estómago un bloque de piedra helada.

“Soy Valdemar de Harlaem, volviendo para encontrarme con mi Madeline”.

Ingrid reconoció los familiares nombres de la literatura. “Madeline de la Casa Usher?”

“¡Ay, amiga, ella misma! He vuelto para encontrarla allí, en la casa de los Usher”.

“Ha caído”.

Ingrid estaba ahora envuelta en los cristales de hielo de la densa niebla, temblando, incapaz de encontrar su perro, incapaz de ver sus dedos helados delante de sus ojos que miraban fijamente. La niebla envolvía todo lo que se extendía desde allí a la orilla del río e Ingrid no podía desentrañar el camino a través de ella. Recordó que Valdemar de Harlaem se había descompuesto meses después de su muerte. Estaba hablando con un hombre muerto de una de las macabras historias de Edgar Allan Poe.

“¿Qué hay de Roderick?” preguntó Ingrid. Ella formaba parte de la Sociedad Poe en el campus, con Astria, Patrick y un par de otros amigos cercanos, y todos ellos conocían bien las historias, incluida esta - el hombre Valdemar de Harlaem que había muerto, pero estaba hipnotizado por lo que no pudo desencadenar su espíritu hasta que fue liberado, muchos meses después. Una historia terrible e Ingrid se estremeció como si el mañana era ahora aún más fría y amortiguadora.

La voz era hueca y cercana ahora. “Todos muertos, muertos, muertos y descompuestos como el hipnotizador me hizo a mí, sólo me mantuvo vivo en un estado de trance todos esos meses después de que había muerto, estaba muerto como los animales atropellados. Me mantuvo vivo en un terrible trance hipnótico, aunque mi corazón y mi cerebro habían dejado de funcionar meses antes. Me descompuse inmediatamente, al igual que los animales atropellados, señora”.

“¿Cómo? - ¿cómo sabes tú de los animales atropellados?” Ingrid se estremeció y deseó que estuviera en cualquier otro lugar menos aquí. Sí, en su casa, en su cama caliente, donde se podría despertar en cualquier momento de esta horrible pesadilla.

“Este es el siglo XXI, señora, estoy a siglos y muchos miles de kilómetros de mi tumba”.

¿Eres Poe?” Ingrid aumentó su valentía, recordando su ascendencia vikinga y el fuerte sentido de la curiosidad que llevaba consigo en casi todas partes. La niebla se arremolinaba y se espesaba. Un bajo y largo gemido surgió de las entrañas del río.

“N-n-no, infeliz, pero Poe nos ha creado y nos ha dejado aquí en esta casa de locos de recuerdos del río”.

Ingrid miró a su alrededor en busca de ayuda, pero no apareció nada, excepto una visión de su perro detrás de los arbustos canosos. “¿Por qué aquí, en Calgary?”

“Se volvió loco, con largos intervalos de horrible cordura”. Había formas en la niebla helada, acercándose más y apareció un hombre de rostro espantoso que le lanzo a Ingrid miradas lascivas y luego escupió en el aire congelado. Las burbujas de saliva se convirtieron en cristales de hielo y cayeron abajo, en el sendero.

“No eres real”, dijo Ingrid. Llamó a su perro y Fergie respondió desde un lugar no muy lejos, corrió hacia el lado de Ingrid a través del aire cuajado y lloriqueó mientras que Ingrid se acurrucaba en su trenca y en su bufanda en busca de calor. Ingrid agarró con fuerza al collar del perro.

“Vamos, Fergie”, dijo ella, y el perro respondió ladrando a la aparición, abalanzándose en el extremo de la correa y tirándola de la mano de Ingrid.

“B-b-buen perro”, dijo el horrible hombre y cambio de forma en el sendero delante de ellos.

“El nombre que el autor me dio es Pluto”, dijo. “Tengo nueve vidas. Te masacraré”. Se abalanzó sobre al perro.

“¡No!” Ingrid se libero de su hechizo de tedio, inusual para ella, la fuerte y firme guardiana del control. “No la toques, fantasma. No nos puedes hacer daño. Eres un libro. Tu eres una historia. Y esta niebla es sólo un sueño y tu eres menos que un sueño”.

El perro aulló y mordió el fémur del fantasma, sacudió su elegante cabeza amarilla y tiró a Valdemar Harlaem al suelo. El perro hirió en el vivo el corazón de Poe; el fantasma era una entidad en la espesa niebla y por lo tanto podría ser tomado. Para la imaginación de Ingrid, el fantasma controlaba el presente que se retorcía como el goteo de la sangre, y su propia sangre corría más gruesa y más fría al oír la voz de la guarida. Ella habría huido si el perro, con su naturaleza animal básica, no había reconocido la verdad y arrebatado los huesos en descomposición de la nube del río.

“Una vez, en la lúgubre medianoche, mientras meditaba débil y fatigado”. En la niebla, Valdemar se retorcía como los gusanos. El perro desgarraba las entrañas del fantasma, gruñendo mientras que la espuma le goteaba de sus mandíbulas y la sangre, negra como el regaliz holandés, embadurnaba el suelo.

“Vamos, Fergie. Ya basta”.

Ingrid se armó de valor al pensar que esto era sólo un sueño. Quería correr, pero un escalofrío en sus huesos le paralizó los pies. El banco masivo de la niebla comenzó a retroceder hasta la orilla del río, se convirtió en translúcida, luego se arremolino como si se fuera por el desagüe hasta la mitad del río Elbow y desapareció, llevándose el fantasma con ella. Había otras formas en la espesa pólvora gris que también se arremolinaron por el desagüe en el fondo del río que estalló en forma de hielo y fuego por un breve tiempo y luego se hizo la calma. La superficie era blanca de nuevo y la mañana de un silencio mortal.

Ingrid habría pensado de verdad que todo fue un sueño si no fuera por la sangre negra y podrida alrededor de la boca de Fergie y por la vegetación quemada a un lado del sendero. Después, en su reunión semanal de la Sociedad Poe, Astria acordó que esto podría haber sido real, y que las criaturas de Poe existían realmente en esta vida, al igual que el otro Edgar, en algún lugar, como los leones del puente, a la espera de asesinarles a todos.

CAPÍTULO3

“El protagonista de Poe era culpable”, insistieron los amigos de Astria. Los cinco: Shannon y su novio Ross, Ingrid, Astria, y Patrick hablaron y bebieron cerveza y té en el salón Electric Toby en el centro de Calgary. Era la reunión semanal de su Sociedad Poe. Hablaron de “El demonio de la perversidad”, una corta historia de un hombre que se ve obligado por un ente diabólico a confesar un asesinato.

“Lástima que lo pillaron”, dijo Astria. Los rizos de Shannon brillaban como las zanahorias recién sacadas de la bolsa de compras, y ella tomó la mano de Ross. Él se deslizó los dedos por su muslo y le palmeó una nalga.

“Yo pienso lo mismo”, dijo Shannon. Se retorció en su asiento. “Ingrid, ¿qué te parece? Tu tienes más sentido común que todos nosotros. ¿Qué habrías hecho tú? ¿Habrías admitido algo que nadie más lo sabía, sólo a causa de una conciencia culpable?”

“¿Sólo?” dijo Ingrid. “Creo que la culpa es un gran motivador”.

“¿Lo habrías confesado, aunque eso significaría la muerte? ¿O vivirías con una conciencia culpable?”

“No lo sé." Ingrid dibujaba garabatos con el dedo mojado en su servilleta. Su cerveza dejó un charco encima de la mesa Formica. Ross bebió su cerveza hasta el fondo y eructó. Shannon le soltó la mano. Astria abrió su portátil y buscó en Google “El demonio de la perversidad” para ayudarles con los comentarios.

“¿Dónde estará el protagonista de Poe a la mañana siguiente? Con el demonio?” preguntó ella.

“En el infierno”. Patrick pidió otra Red Stock y las puso en fila. El camarero, un compañero de estudios, sonrió y limpió la mesa.

“Di que no es así”, dijo el camarero. “Me gusta el tipo”.

“No es así”, dijo Patrick.

“¿Dónde estaba el héroe de Edgar al día siguiente?” volvió a preguntar Ross.

“En el cielo o en el infierno”, contestó Patrick. “Es lo mismo. Uno es un ático; el otro es un sótano. Yo no creo en ninguno de ellos”.

Ingrid volvió a hablar y cambió el tema. El té de Astria humeaba, incluso en el calor de la habitación. Las cuatro jarras de cerveza espumaban una blanca y fría amargura. Los estudiantes se acurrucaron en sus sitios, mientras que Astria picoteaba un agujero en el asiento de cuero. Patrick la rodeo con su brazo y le hizo un guiño a Ross. Se acarició la barba. “Ingrid esta viendo cosas también”, dijo. “Tal vez los leones están tratando de decirte algo, Astria. Como que las dos estáis locas”.

Astria mojó otra galleta en su té. “Puede que tengas razón acerca de mí, pero no sobre Ingrid la valiente”, dijo. “¿Qué podrían decirme esos leones a mí, de todos modos? Un par de cabezas de piedra. Mi padre tenía razón. Pertenecen al puente y a la historia. Un poco como mi padre, en realidad ...” Su voz se apagó. “Sabéis que estamos a mediados de octubre, tendrían que poner la calefacción por aquí”. Se puso el anorak encima de la cabeza, dejando al descubierto una sudadera de lazo teñido. Patrick frunció el ceño.

“Puedes leer en las hojas de té como hacía tu abuelita muerta o en una baraja de cartas, pequeña bruja ...”, dijo Patrick. “O puedes practicar para hablar con los muertos como Edgar Cayce. Pero no insistas que tus visiones son reales, cara-culo”.

“Si un famoso médium americano habla con los muertos, ¿por qué yo no podría hacerlo?”

“El conocimiento de la vida es el conocimiento de la muerte”, los interrumpió Shannon. “Un clásico de Cayce. Creo que la visión de Ingrid fue real y creo que podemos hablar con los muertos”.

La pantalla del ordenador portátil de Astria se iluminó en azul.

“Apaga esa maldita cosa”, dijo Patrick. “Tal vez el diablo esta allí dentro. O un león”. Se tragó otra Red Stock y se limpió la barba. “Vamos, cariño. Se está haciendo tarde”.

El camarero sonrió y chocó los cinco con Astria cuando se iban. Ross le guiñó un ojo a Patrick y las tres mujeres se despidieron con un gesto de manos.

Los ojos de color amarillo-gris de Patrick hacían juego con la lluvia. Él no iba a compartir coche con un montón de borrachos y un mal conductor. Se rascó la cara en el camino a casa. Había una leve erupción de color rojo tenue en su rostro que aparecía sólo cuando estaba estresado.

CAPÍTULO4

El perro salchicha de Astria, Goliat, los recibió en la puerta. Patrick miró fijamente al perrito, que aulló y se escondió detrás de su querida dueña, dejando un charco de orina detrás. Patrick maldijo. Pateó a Goliat pero falló. Astria conocía los puntos desencadenantes de sus lecciones de karate y judo, y golpeó a su novio en el músculo, a un lado de su muslo. Patrick se cayo, maldigo y su delgado bíceps se abultó bajo la camiseta negra mientras extendía las manos para amortiguar su caída. Una botella de cerveza Red Stock cayó al suelo desde la caja de la mesa del vestíbulo.

“Maldita sea”, gritó Patrick. “Mi cerveza!”

“Maldita sea”, repitió Astria. “Fallé, quería patearte la ingle”.

“Eres una malvada ... bruja”. Él se rió.

Un charco rojizo de cerveza igual que la orina se deslizaba sobre los azulejos blancos. Había sido otra noche interesante con Patrick. ¿Por qué no podía dejar a su cachorro en paz? Goliat era inofensivo, un pequeño paquete de amor que agitaba su trasero cuando se abría la puerta, pero Goliat se escondió cuando Patrick entró en la habitación.

Astria intentó excusar el comportamiento de Patrick y fracasó. Él era simplemente malo. Había sido el mismo con Fergie de Ingrid, el gran perro fiel que gruñó cuando conoció a Patrick, por lo tanto las mujeres sentían que era con una buena razón. Nadie sabía lo que Patrick le había hecho a Fergie, pero al hermoso perro no le gustaba.

“¿Te lo pasaste bien en el club de Poe esta noche? ¿Me vas a ayudar?” Patrick estaba sentado en el charco de cerveza y agitaba los brazos.

“Eres feliz después de un episodio de violencia, ¿no es cierto, monstruo?” Pero ella extendió una mano y lo levantó, apoyándose contra la mesa mientras la caja de cerveza comenzaba a tambalearse de nuevo. Patrick cogió una botella de Red Stock y le arrancó la tapa con los dientes. Se echó la cabeza hacia atrás y abrió la garganta, tragándola en unos cuantos tragos.

"Te vas a enfermar", dijo ella.

“¿Estás orgullosa de ti, Brin?” Él sonrió. “¿Me perdonas, culona?” Patrick volvió su cara hacia ella. Su sonrisa era atractiva. Se acercó a Goliat, que se encogió bajo la mesa de la cocina. “No era mi intención, sabes lo que siento por Goliat”.

“Sí. Lo odias”, dijo ella.

“No, él me odia a mí, Astria. No sé por qué”.

“Averígualo, Einstein”.

Ella comenzó a limpiar la orina y la cerveza con un Swiffer húmedo y una botella de lejía.

“Te dejaste una mancha”, dijo Patrick. Ella apretó los labios y se inclinó sobre la fregona. Goliat ronzaba el deleite de Old Mother Hubbard que había encontrado en su cuenco, vigilando a Patrick.

Astria estaba satisfecha de haberse comportado bien aquella noche en el Toby Jug Lounge, no tanto después de regresar a casa - ¿pero esas burlas de antes sobre ser rico? Sólo los niños ricos tienen niñeras. Pequeña bruja. Sí, había sido educada con niñeras, bufetes de abogados internacionales y viajes a Europa. De alguna manera, Astria se había permitido desde entonces deslizar hasta el nivel del agua bajo el puente de la calle Centre, pero fue animada por el recuerdo de su tío bombero y de la niñera de Budapest, quienes le enseñaron a no mostrar miedo. La niñera finalmente había conocido el dolor y la muerte, pero se mantuvo sin miedo, y Astria sonrió ante el recordatorio.

Astria comenzó a tararear y planear las muchas maneras de dejar a su novio.

CAPÍTULO5

“Fiat Spider deportivo. Kilometraje bajo. Asientos de cuero. Radio AM / FM. Llantas de aluminio. Nueve mil”, gruñó la voz del extraño en el altavoz.

“¿Dólares?” Patrick se rascó el brazo bajo la manga de su camisa. Su psoríasis estaba actuando de nuevo. Las motas de polvo nadaban bajo la luz amarilla del atardecer mientras él y Astria estaban tumbados en el sofá de su sótano alquilado, con los resortes clavándose en sus nalgas como de costumbre.

“No, zumo de tomate”, le dijo Astria a su pareja. La voz del otro lado de la línea se rió entre dientes.

“Lo compré para mi hijo en el ‘84 cuando se graduó de la universidad. Lo ha conducido durante los veranos y ha estado parado en mi garaje desde 2006”.

“¿Arrancara?”, preguntó Patrick.

“Lo pongo en marcha cada primavera y lo conduzco unas pocas manzanas. Compruébelo usted mismo, está en perfectas condiciones. Os va a encantar. Mi hijo conduce un mono-volumen ahora”.

“¿De qué color es?”

“Negro con interior de color beige”. El altavoz del teléfono crujió.

El interior de cuero y llantas de aluminio. Que bien! La dirección estaba en Mount Royal en Richmond Hill y accesible en autobús. Patrick permaneció en el sofá junto a los estantes de los libros y los cartones de pizza vacíos del fin de semana. Astria pasó una fregona por el suelo. Abrió un cajón y sacó su talonario de cheques, aún pensando en ello. Necesitaban un coche pero el dinero que sus padres habían enviado era para la matrícula y los libros del próximo semestre. Sus padres no estarían satisfechos con su compra. Su padre, particularmente, no quedaría impresionado.

“Vas a darte prisa?” Patrick lanzó una bola de papel por la habitación, falló la papelera y sonrió cuando Astria frunció el ceño. “Podría cambiar de opinión, es un precio demasiado bueno”.

“No cambiará de opinión, Patrick, tiene suerte de que nos interesa, ese coche lleva seis años parado y no lo ha vendido aún. Nosotros tenemos dinero y el dinero habla”.

“Con voz alta”. Ping. Otra bola de papel rebotó en la cesta de metal. “Si tú tienes el dinero, cariño, yo tengo el tiempo”.

“Vamos a hacerle una prueba, de todos modos, Pat, eso no puede hacernos daño”.

Se fueron para hacer una prueba de funcionamiento; un motor zumbando perfectamente y un chasis impecable, el coche más bonito con mucho espacio en el maletero para su equipo de cámara. Astria compró el coche. Patrick los llevó a casa con matrículas alquiladas. Una hora más tarde exhibieron sus propias placas de matriculación, la placa delantera (innecesaria en Alberta) se jactaba del logotipo de la Universidad de Mount Royal, la matrícula personalizada de la parte posterior ponía CAMEL (camello).

“Este auto”, dijo Patrick, “es el equivalente moderno del camello”.

“Coche de desierto o camello, para mí no hay ninguna diferencia”, dijo Astria. “Has comprado las matrículas, Pat. Tu elección. Pero el coche es para los dos, y recuerda quién tenía el dinero”.

“¿Como podría olvidarlo?”

CAMEL se quedaría. Se llevarían miradas de soslayo de los vaqueros y los petroleros, debido a la matrícula, pero Patrick se mostró inflexible. El era el jeque de Arabia, y Astria ...? Ella balanceó sus caderas. “Qué coche tan estupendo, no me importa caminar o ir en autobús, pero qué gran automóvil, Pat. Puede ser nuestra bestia de carga cuando empiece mis clases de fotografía el próximo verano, tengo demasiado equipo para llevarlo yo misma”.

“Yo te ayudaré. Me alegro de que hayas cambiado la carrera, el derecho es una mierda”.

“Cariño, eres una ayuda excelente y fuerte como Ironman. Pero no eres ningún camello”.

“Vamos al norte para enseñárselo a tus padres, ya es hora de que hagamos algo que demuestre que soy lo suficientemente bueno para ti. Creen que soy un hijo de puta de mala vida que chupa de vuestro dinero”. Empujó más allá la vieja mesa de cromo que hacía la doble función de escritorio en su cocina. Sus zapatos desgastados de Brooks dejaron marcas en la alfombra azul desteñida. Se hundió en el viejo sofá de la habitación contigua. Las comisuras de los ojos de Astria se arrugaron. Sus ojos bajo los marcos azules eran del color de las violetas en la madrugada y su pelo rizado firmemente alrededor de los oídos tan delicados como conchas. Ella extendió la mano para acariciar su cabello.

Se rascó la cara. “Desde que te vi en la línea de los novatos hace tres años, tan distante, con esa mirada tan inteligente, tan desinteresada, supe que eras demasiado buena para mí”, dijo.

“¿Recuerdas eso?”

Patrick sonrió. >”Recuerdo lo que llevabas, vaqueros negros y algún tipo de camiseta teñida y un suéter como lo que estás usando ahora. Estabas sola entre la multitud”.

“Sola con mis libros”.

“Tenías ese aire, ¿sabes ?, demasiado buena para este mundo”. Encendió un cigarrillo y sopló humo en su cara. “Demasiado buena para mí”.

“Demasiado buena para ti? Tienes razón”.

Patrick cruzó los tobillos. Sus piernas se sentían pesadas. El tiempo se desaceleró hasta llegar a una neblina gris que se apartó de él y él sonrió, tirando de una costra en el brazo. Astria notó que sus manos temblaban.

“Déjame contarte las maneras”. Ella se sentó a su lado. “Primero. Mis padres no son la personificación de la buena educación”.

Patrick alzó los ojos y sopló. La ceniza temblaba en la punta del cigarrillo. La cogió con una mano ahuecada.

“¿Por qué no?”

“Primero, papá bebe demasiado”, dijo.

“Y…?”

“Segundo, mamá es una drogadicta, su buena educación se la mete toda por la nariz”.

“Yo no tengo nada contra ellos”, dijo. “Le dijo el mango a la sarten”.

“Crees que eres el único adicto aquí? Mira a tu alrededor, Pat. Mi madre tiene agujeros en la nariz, mi padre tiene agujeros en el estómago. Ellos no me criaron, mis niñeras y mi abuela me criaron. Nuestro dinero ... lo controla todo. No tengo dinero ni nada por mi cuenta. Una cuenta en el City Bank para mi matrícula y mi equipo, suficiente en mi cuenta corriente para el alquiler y la comida. Quizá queda algo a finales de la semana para una película y para las citas de Poe”.

“¿Y un auto nuevo?”

“Ya lo creo. Directamente de la cuenta para libros y matrícula”. Sonriendo, encendió uno de sus cigarrillos e inhaló profundamente en la garganta. Una columna de humo giró de su boca. Tosió y lo devolvió. “Después y por último, voy a heredar ese imperio de ellos cuando se mueran”.

"Sabía que había una trampa, sé que eres demasiado buena para mí. Eres rica, bueno, lo estarás, pero ahora mismo eres pobre como yo, gracias a esos desgraciados hijos de puta”.

Volvió a toser. “Podría haber un incendio, algo que mata a la gente”.

“Qué estas diciendo?”

“Para calentarte”. Astria le acarició la cara con la mano. Se quitó la chaqueta de punto y la arrojó encima de ambos. 2Sólo estaba bromeando, nada serio les pasará, no mientras estemos juntos. Somos como un encanto de suerte, solo estaba pensando en algo que pasó una vez. Un incendio mató a mi tío, ¿sabes? No hubo amuleto de la suerte para el tío Almos. Yo estaba allí en ese momento”, terminó soñadora. “Mi niñera húngara también estaba allí. El fuego estaba en nuestra casa. Tuve la suerte de escapar”.

“¿Qué?” Él le agarró los pechos y ella le bajó la cremallera de sus pantalones vaqueros, de repente demasiado apretados.

“Sí”, dijo, respirando pesadamente. Colocó sus gafas en el respaldo del sofá. “Las cortinas se prendieron fuego. Lo hizo una vela. Los periódicos me echaron la culpa, pero fue un accidente”.

Sus gemidos fueron amortiguados por el suave suéter de lana caliente arrojado sobre sus espaldas. Se apartó por un momento. Sus labios rozaron los suyos. “Te seguiré”, dijo él. “Como los leones, hasta la muerte”.

“Oh, Dios, ¿no crees que lo harán, después de todo?” Ella se estremeció. “Me seguirán, ¿verdad?”

“No”. Patrick empujó una y otra vez en su firme cuerpo joven.

Fuera, en el sendero plateado, habían huellas que chapoteaban hasta una puerta y una pequeña ventana sucia que miraba hacia un mundo interior. Patrick y Astria se encorvaban como una bestia de dos espaldas, y grandes ojos brillantes miraban desde una esquina de la habitación oscura.

CAPÍTULO6

Patrick manejaba el Spider descapotable con Astria mordiéndose las uñas a su lado. Se desvió de la vieja carretera de Calgary a Edmonton, luego a Claresholm y a la carretera Queen E-2 de nuevo, se dirigió de Red Deer hacia el norte y terminó en Sherwood Park, al este de Edmonton.

“Dios mío”, dijo Astria. “¿Cómo hemos llegado aquí? Debes de estar loco, esto es al este de donde queremos estar, tomamos todas las carreteras secundarias. ¿Qué estabas pensando?” Su Fiat negro estaba salpicado de suciedad, el interior de cuero cubierto de polvo, cacahuetes secos y latas vacías cubrían el piso del pasajero.

Miró hacia el maletero y vio grandes trozos de plantas de pantano y reptiles de aspecto extraño, muertos y vivos, trozos de madera podridos de bosques que habían pasado y el maletero estaba lleno de lodo.

“Mierda, ¿qué pasó?” Astria agarró el brazo de su pareja. La boca de Patrick se curvó hacia un lado y hacia arriba, y giró al Fiat por una barricada para irrumpir en la burbuja del tedio de la tarde de otoño, a unos kilómetros al oeste de Sherwood Park en el camino de regreso a la ciudad de Edmonton. Como eran perseguidos por los demonios de la creación propia de Patrick, su coche patinó hasta una parada en las afueras de la prestigiosa zona de Bear Bend. Patrick saltó sobre el costado del coche y con un movimiento abrió la puerta del copiloto para Astria.

Ella habló en el altavoz empotrado en la urbanización de gran altura con paredes de cristal donde sus padres vivían hasta noviembre de cada año. La puerta de hierro forjado se abrió de dentro y un ascensor cromado los llevó hasta el ático. Un hombre enorme, con las sienes canosas, les abrió la puerta.

“Papá”, murmuró Astria, pasando por delante de él. “Me alegro de verte, ¿dónde está mamá?” El atrio en el que se encontraban se alzaba en tres esquinas del edificio de cristal y miraba a treinta pisos más abajo. Las higueras y un Haleakala silversword en peligro succionaban la luz del sol en la entrada del sur.

“¿Viste lo que llevamos?”, preguntó Patrick. “Está justo ahí abajo en el lote”.

“Sí, mira lo que compramos, papá”, dijo Astria. Se mordió las uñas.

“Oh, genial, mira lo que compré con el dinero de la matrícula. ¿Por qué no lo habéis metido en el parking, pequeños tontos, y lo habéis dejado ahí afuera con el capó bajado, para que cualquier imbécil pueda destrozarlo, a pesar de que es un pedazo de mierda. Astria, ¿cuando vais a aprender, niños? ¿Qué es esta vez?”

“Un Fiat Spider”, dijo Patrick. Él y Astria se miraron y sus ojos bajaron. Su padre se inclinó al lado de la silversword para mirar hacia abajo. Cruzó los brazos y sonrió.

“Sí, tenía uno de esos motores de cortadora de césped en mi juventud”, dijo.

“Ven a ver el coche de cerca”. Patrick lo llevó a los ascensores. Descendieron treinta pisos hasta la zona de aparcamiento exterior.

Su padre admiraba el brillo de la pintura bajo el polvo, la tapicería de cuero, el ... “¿Qué es esto?” Abrió el maletero y los demonios cayeron.

“Paisaje surrealista, Dios mío. ¿Dónde estabas? ¿Qué demonios es eso?”

Criaturas derramadas y desaliñadas, sucias y medio angustiadas que eran más feas que las gárgolas de su edificio alma mater, los monstruos se deslizaron de la herida abierta del maletero y desaparecieron debajo del coche, dejando un rastro viscoso de barro y estiércol. Astria notó entonces que su madre los había seguido con los zapatos de tacón de Walter Steiger, un vaso de whisky escocés en una mano y un cigarrillo en la otra.El pelo inmaculadamente peinado de su madre recordaba a los años cincuenta, llevaba una capa de polvo espumoso en las mejillas y la nariz, y sus ojos goteaban sombra azul. Tosió para llamar su atención.

“¿A qué hora te fuiste de Calgary y cómo llegaste aquí tan rápido? Nos llamaste hace una hora desde casa”. El padre de Astria tocó su anillo Delta Teta Pi. “¿Es una broma, Patrick?”

“¿Que hora es?” Astria sacudió su reloj. “Algo va mal con la batería. Dice que son las cuatro”.

“¿Y que?”

“Salimos a las cuatro, nunca sabes qué hora es, papá”. Esa es su manera, pensó Astria. El exceso de whisky.

“No, no salimos a las cuatro”, dijo Patrick. “Estoy seguro de saber qué hora era”.

“Debe pasarle algo a mi reloj”.

“No salimos a las cuatro”, dijo Patrick. “Dejamos a tu perro con Ingrid y era mediodía”.

“¿Cuántas horas se tarda en llegar hasta aquí?”, preguntó Astria y luego respondió a sí misma. “Alrededor de cuatro, o quizá tres en un buen día”.

“O tres, entonces”. Patrick mostró sus dientes. “Así que no te preocupes, nena, tomamos unos cuantos atajos”.

“¿Por dónde?” La mano de su madre tembló. “El coche se ve como una mierda”.

“Sí, sí”, convino su padre. “No entiendo lo que estás diciendo sobre el tiempo, querida. Vamos, subid los dos y tomad una copa con mamá y yo antes de la cena”.

“No”, insistió Astria. “Salimos a las cuatro y llegamos al instante, pero sé que mi reloj sigue marcando, ¿lo veis?” Ella levantó un brazo delgado con la Rolex, un regalo de sus padres del año pasado, brillando entre los finos pelos rubios de su muñeca izquierda.

“No te preocupes por eso, bonita”, dijo Patrick y le palmeó el hombro. “Vamos a subir y comer algo, estoy hambriento. No sé tú, pero un largo viaje como ese me da hambre”.

“Claro que sí”, dijo su padre, girando el anillo en su musculoso dedo medio. “Venga, Bernice”. Su madre respondió tropezando sobre sus talones y agarrándose al brazo de George. Convinieron en que el Fiat sería más seguro en el aparcamiento subterráneo y el aparcacoches tomó las llaves de Patrick, levantando su sombrero delante del padre de Astria y de la gran propina que iba a recibir.

Patrick abrió la nevera americana en la brillante cocina. “Mmmm, paté de hígado”.

Astria hizo una mueca y se colocó la barbilla en el puño. Su madre le palmeó el hombro. “Pat, hay algo horrible en este viaje”.

“Así que eso funciona. Son las cuatro”.

“Fuimos a recoger las matrículas, tomamos una copa con Ingrid, tuvimos que regresar al apartamento porque nos olvidamos de la comida de Goliat ¿A qué hora nos fuimos?” Astria puso la mano sobre la mano de su madre por un instante antes de que Bernice la retirara.

“No lo sé”, dijo Patrick. “Mmmm”.

“Mi reloj marcaba a las tres y media antes de que nos fuéramos, ¿cómo llegamos aquí?”

“Por carreteras secundarias y por la carretera Queen E-2. Conduzco como una ilusión”.

El padre de Astria sirvió cuatro vasos de whisky. “¿Qué es eso que está pegado al maletero, niños?”

“Eso es lo que estoy tratando de averiguar"", dijo Astria. “Es un desastre, no sé cómo llegamos aquí, no estoy segura de estar consciente, todo el viaje fue como una pesadilla”.

“Tú has sido siempre una soñadora, querida”, dijo su madre. “Estoy segura de que hay una explicación lógica”. Tamborileó con las uñas de color carmesí en la piel de su computadora portátil en la mesa y tomó otro trago. “Gracias cariño”.

“Odio el whisky, papá, sabe como a jarabe para la tos, tú sabes eso, siempre odié el whisky”. Astria hizo una mueca.

“¿Brandy?”

“Té helado, por favor”.

Cubos de hielo cayeron como mini glaciares desde el lado de la nevera LG. Patrick se humedeció los labios, tenía paté de hígado apelmazado en la mejilla izquierda. Se metió un dedo en la boca.

“Gracias, papá”, dijo Astria. “Sabes que no tomo licores fuertes a esta hora”.

Patrick bebió su whisky: “Oh, el maletero, ¿por qué no lo olvidamos? No sé lo que pasó más que tú, y tampoco creo que tenga nada que ver con los leones”. Resopló y se rió.

“El maletero. Sí. Animales. No sé cómo llegaron allí”. Su padre se acercó a la ventana y miraba el aparcamiento de abajo. Algo se movía en las proximidades de la posición anterior del Fiat. Algo rápido y elástico.

Patrick se lamió los labios. “Pasamos por un terreno áspero”.

“Ten cuidado de cómo conduces, hijo”, dijo su padre. “En 1971 manejaba un Dodge Demon. Una esbelta máquina verde neón, motor de 318, la rompí en Yellowhead una mañana mientras iba a trabajar. Todavía pienso en ese coche, el primero, pague cuatro mil dólares por él.Ya tienes este Fiat Spider, Astria ... Lo mismo, esbelta máquina, algún día le contarás a tus hijos sobre ella”.

Buah. ¿Podía estar condonando su relación con Patrick? Buaaah, ¿qué niños? Ambos odiaban a los niños, Patrick odiaba a Goliat y Goliat era sólo su perro, ¿qué clase de padre podría ser?

“Pero como hombre de negocios”, continuó su padre, “puedo aconsejarte, Patrick ...”

“No es una buena inversión, George”, dijo su madre. “Ella gastó el dinero de la matrícula que le enviamos la primavera pasada”.

“Sabéis, trajimos este nuevo juguete aquí solo para mostrárselo, George y Bernice”, dijo Patrick. “Si no os gusta ...”

“Sí, seguro, Patrick, me gusta, pero hay cosas en el maletero y la matrícula de Astria ...” Su padre se pasó una mano húmeda por la frente y frunció el ceño. Bernice golpeó con las uñas la piel de su ordenador portátil púrpura. Ella también frunció el ceño.

Patrick sonrió. “Astria va a dejar la escuela, no va a necesitar la matrícula, ella va a trabajar como fotógrafa, ya sabes que se ha inscrito en algunos cursos de fotografía para el próximo verano y ha estado coqueteando con eso desde siempre. Por lo menos desde que la conozco. No es una mala vida y Astria es una chica de clase, el tipo de artista, George. Sí, ella no está hecha para el derecho, estamos de acuerdo en eso”.

“¿Qué? Ella no va a dejar la escuela”. George Brin golpeó su copa en la mesa. “La niña tiene que tener una educación, ganarse la vida como su madre y yo lo hicimos con nuestros propios esfuerzos, no más mimos si gastas el dinero de la matrícula, Astria”.

Astria se acercó al balcón acristalado, miró treinta pisos abajo y se estremeció. Incluso desde aquella altura, creyó ver formas que se deslizaban por la mancha de aceite donde el Fiat se había detenido, recordó los tentáculos bajo el capó y que el maletero se había movido. Ella estaba segura. Había horribles criaturas obscenas debajo; ella tenía razón. Astria apretó los puños.

“Vamos”, dijo Patrick. “No podemos quedarnos a cenar, Bernice. Lo siento”.

“Acabas de llegar”. Bernice no se movió, pero sus ojos se humedecieron y la sombra azul brilló, su rostro se crispó y el polvo relució. Dejó el vaso de whisky sobre la brillante superficie de la mesa de teca y plata y se tambaleó a través de la habitación hacia su hija.

“Tu padre y yo nos vamos a Europa dentro de unos días”, dijo. “Por favor, quédate y tomemos unas copas antes de ir. Pediremos comida en Luigi. No nos volveremos a ver hasta Navidades y tenemos cosas que discutir, querida. Cosas como dejar la escuela - no estarás hablando en serio? Dejarías tus estudios de derecho por ese ... ese ...” Su boca se movió impotente, sus ojos se giraron hacia Patrick, quien estaba inclinado en la nevera abierta, metiéndose el foie gras en la boca.

Su padre dejó un fajo doblado de dinero en la mano de Astria cuando se fueron.

“Gracias, papá”.

El ascensor les llevó hasta el espléndido vestíbulo y las puertas de cristal se abrieron sobre la figura uniformada del valet y el ahora brillante Fiat limpio. Su padre les había hecho bien, pensó Astria y su boca se giró hacia un lado mientras le daba al valet otro billete.

“¿Cuánto es?”, preguntó Patrick. “¿Qué te dejó George antes de irnos?”

“¿El dinero? Eso no es asunto tuyo”.

“Ermmm ...”

“Déjame conducir.”

Algo se derramó de la parte trasera del coche.

“Mierda”, dijo Pat. “Tendremos que vaciar el maletero”.

Miraron, pero no había nada. “Hay una mancha de aceite donde aparcamos”, dijo Astria. “Si eso es lo que es”.

“Lo que conseguimos por el dinero”, dijo Patrick. “Problemas con el motor, tal vez”.

Astria puso en marcha el coche. “Es un coche viejo”, dijo. “Vintage, en realidad. ¿Era una mancha de aceite o algo más, me pregunto? Me pareció sangrienta en la luz”.

Llegaron a casa cuatro horas más tarde.

Patrick se echó hacia atrás en una silla cromada y se quedó mirando a Goliat, que movió la cola, gimoteó y se metió debajo de la mesa de la cocina.

“Buen perro”, dijo Patrick. Enseñó los dientes y se rascó la cara. ·Tus padres no se quedaron impresionados cuando les dije que ibas a dejar la escuela”.

·Eso no lo sabía ni yo misma”, dijo Astria.

“Es la única cosa lógica que puedes hacer. Tráeme una cerveza”.

“Lógico? En cualquier otra ocasión te metería los dedos índice por la nariz y empujaría, Patrick, pero esta vez creo que tienes razón”. Contaba el dinero que su padre le había dado. “Hay suficiente aquí para llegar a Dinamarca”.

“¿Qué diablos vas a hacer en Dinamarca?”

“Voy a ir a la escuela, imbécil”, dijo Astria, se levantó y empujó una cerveza Red Stock a través de la mesa al joven barbudo del otro lado. El perro salchicha se frotó contra sus tobillos y gimió.

“Escuela?”

“He estado pensando en ello”, dijo. “En el camino a casa. De todos modos, no estoy satisfecha con el derecho, lo sabías. Hay una escuela en Dinamarca que me dará un Máster en foto-periodismo con los créditos que tengo de Mount Royal”.

“Apuesto que nunca lo hablaste con tu papá. No tuvimos tiempo. ¿No crees que él querría que pisarás sus pasos, por así decirlo ? ¿No era esa su idea en primer lugar? Tendríamos que convencerlos de que aprobaran el foto-periodismo. Te lo dieron con demasiada facilidad. Estoy sospechando. Y tampoco creo que yo te dejaría volar a Dinamarca”.

“¿Por qué no? No somos exactamente una pareja feliz”.

“Quiero mudarme a un apartamento mejor, acabamos de comprar un coche nuevo, no puedes tomar grandes decisiones como ir a Dinamarca en un momento como éste, Astria”.

“¿No sin consultarte, pequeño pícaro de préstamos estudiantiles?”

“¿Qué hay de Goliat aquí presente?”, preguntó Patrick.

“Lo llevaré conmigo”, dijo ella.

“Imposible”.

Astria dijo: “Piénsalo bien, Rover, me diste esa buena idea hoy en el norte con mamá y papá. También llevaría el coche conmigo”.

“Ladronzuela”, le dijo. Se echó la cerveza en la boca y la tragó en cuatro tragos, abriendo su espeluznante garganta, pensó ella. Ella golpeó el Golden-Bug en la mesa de la cocina / escritorio, que se tambaleó y casi se derrumbó.

Los leones rugieron en su armario esa noche y sus ojos brillaron como grandes lámparas balanceadas por un entrenador borracho. Astria encendió la luz de la mesita de noche, leyó su copia de Poe y comió caramelos de fruta hasta después de la medianoche. Luego se levantó, cerró el libro y cerró la puerta del armario. Patrick roncaba junto a ella, con el brazo sobre los ojos.

“Quiero experimentar la vida, tal vez en Europa, en Dinamarca; tal vez un piso propio”, susurró Astria a los leones. Algo ronroneó detrás de la puerta. “¿Sabían que el coche debe haber parecido un insecto hoy en el aparcamiento, desde el ático? Es así de alto qué mis padres viven en el apartamento más caro de la ciudad. Es así de ricos que son. Parecemos hormigas. Somos hormigas. Sin ninguna importancia y nuestro precioso CAMEL es un montón de estiércol”.