El gallardo español - Miguel de Cervantes Saavedra - E-Book

El gallardo español E-Book

Miguel de Cervantes Saavedra

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Beschreibung

El gallardo español pertenece a las llamadas «comedias de cautivos», escritas en la última etapa de la vida de Miguel de Cervantes Saavedra. Es también en otra medida una comedia de enredos sentimentales. En ella aparecen personajes trasvestidos y espías. La historia se inspira en un episodio de la vida del propio Cervantes. Pues este aceptó la misión de viajar a Orán en 1581, en misión de espionaje. Ello resulta peculiar si se tiene en cuenta que apenas un año antes, Cervantes había recuperado su libertad, tras permanecer cinco años apresado en Argel. El gallardo español relata las proezas de un soldado español llamado don Fernando de Saavedra, que abandona a los suyos y combate junto a los moros bajo una identidad falsa. Pese a las peticiones de su amada, Fernando permanece en el ejército enemigo y llega hasta la puertas de la ciudad Orán para asediarla. Cervantes participó en varias expediciones militares, de regreso a España lo apresaron unos piratas berberiscos. Durante cinco años sufrió un duro cautiverio en Argel. Arriesgó su vida en varios intentos de evasión hasta que lo rescataron unos frailes trinitarios cuando era conducido a Constantinopla. Tenía por entonces treinta y tres años. Varias de sus comedias de cautivos muestran su imagen del mundo islámico y su vida en Argelia: - El gallardo español, - Los baños de Argel, - La gran sultana doña Catalina de Oviedo, - también trata este tema El amante liberal, que narra una historia sentimental entre cristianos cautivos en Nicosia.

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Miguel de Cervantes Saavedra

El gallardo español

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: El gallardo español.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN tapa dura: 978-84-9897-377-8.

ISBN rústica: 978-84-9816-366-7.

ISBN ebook: 978-84-9897-230-6.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Personajes 8

Jornada primera 9

Jornada segunda 51

Jornada tercera 91

Libros a la carta 131

Brevísima presentación

La vida

Miguel de Cervantes Saavedra (Alcalá de Henares, 1547-Madrid, 1616). España.

Era hijo de un cirujano, Rodrigo Cervantes, y de Leonor de Cortina. Se sabe muy poco de su infancia y adolescencia. Aunque se ha confirmado que era el cuarto entre siete hermanos. Las primeras noticias que se tienen de Cervantes son de su etapa de estudiante, en Madrid.

A los veintidós años se fue a Italia, para acompañar al cardenal Acquaviva. En 1571 participó en la batalla de Lepanto, donde sufrió heridas en el pecho y la mano izquierda. Y aunque su brazo quedó inutilizado, combatió después en Corfú, Ambarino y Túnez.

En 1584 se casó con Catalina de Palacios, no fue un matrimonio afortunado. Tres años más tarde, en 1587, se trasladó a Sevilla y fue comisario de abastos. En esa ciudad sufrió cárcel varias veces por sus problemas económicos, y hacia 1603 o 1604 se fue a Valladolid, allí también fue a prisión, esta vez acusado de un asesinato. Desde 1606, tras la publicación del Quijote, fue reconocido como un escritor famoso y vivió en Madrid.

El gallardo español recoge recuerdos autobiográficos del cautiverio de Cervantes, mezclados con referencias tomadas de la tradición heroica cristiano-morisca con marcado aliento caballeresco.

Personajes

Arlaxa, mora

Alimuzel, moro

Don Alonso de Córdoba, conde de Alcaudete, general de Orán

Don Fernando de Saavedra

Guzmám, capitán

Fratín, ingeniero

Un soldado

Cebrián, moro, criado de Alimuzel

Nacor, [jarife] moro

Don Martín de Córdoba

Uno, con una petición

Buitrago, soldado

Un Pajecillo

Oropesa, cautivo

Robledo, alférez

Vozmediano, anciano

Doqa Margarita, doncella en habito de hombre

Bairán, renegado

Un Moro

Don Juan de Valderrama

Roama, moro

Azán, rey de Argel

El rey del Cuco

El rey del Alabez

Don Francisco de Mendoza

Acompañamiento

Jornada primera

Arlaxa Es el caso, Alimuzel,

que, a no traerme el cristiano,

te será el Amor tirano,

y yo te seré crüel.

Quiérole preso y rendido,

aunque sano y sin cautela.

Alimuzel ¿Posible es que te desvela

deseo tan mal nacido?

Conténtate que le mate,

si no pudiere rendille;

que detener al herille

el brazo, será dislate.

Partiréme a Orán al punto,

y desafiaré al cristiano,

y haré por traerle sano,

pues no le quieres difunto.

Pero, si acaso el rigor

de la cólera me incita

y su muerte solicita,

¿tengo de perder tu amor?

¿Está tan puesto en razón

Marte, desnuda la espada,

que la tenga nivelada

al peso de tu afición?

Arlaxa Alimuzel, yo confieso

que tienes razón en parte;

que, en las hazañas de Marte,

hay muy pocas sin exceso,

el cual se suele templar

con la cordura y valor.

Yo he puesto precio en mi amor:

mira si le puedes dar.

Quiero ver la bizarría

deste que con miedo nombro,

deste espanto, deste asombro

de toda la Berbería;

deste Fernando valiente,

ensalzador de su crisma

y coco de la morisma,

que nombrar su nombre siente;

deste Atlante de su España,

su nuevo Cid, su Bernardo,

su don Manuel el gallardo

por una y otra hazaña.

Quiero de cerca miralle,

pero rendido a mis pies.

Alimuzel Haz cuenta que ya lo ves,

puesto que dé en ayudalle

todo el cielo.

Arlaxa Pues, ¿qué esperas?

Alimuzel Espero a ver si te burlas;

aunque para mí tus burlas

siempre han sido puras veras.

Comedido, como amante,

soy, y solo sé decirte

que el deseo de servirte

me hacer ser arrogante.

Puedes de mí prometerte

imposibles sobrehumanos,

mil prisioneros cristianos

que vengan a obedecerte.

Arlaxa Tráeme solamente al fuerte

don Fernando Saavedra,

que con él veré que medra

y se mejora mi suerte;

y aun la tuya, pues te doy

palabra que he de ser tuya,

como el hecho se concluya

a mi gusto.

Alimuzel Quizá hoy

oirán los muros de Orán

mi voz en el desafío,

y aun de los cielos confío,

que luz y vida nos dan,

que han de acudir a mi intento

con suceso venturoso.

Arlaxa Parte, Alimuzel famoso.

Alimuzel Fuerzas de tu mandamiento

me llevan tan alentado,

que acabaré con valor

el imposible mayor

que se hubiere imaginado.

Arlaxa Ve en paz, que de aquesta guerra

la vitoria te adivino.

Alimuzel ¡Queda en paz, rostro divino,

ángel que mora en la tierra,

bizarra sobre los hombres

que a guerra a Marte provoca[n],

a quien de excelencias tocan

mil títulos y renombres;

en estremo poderosa

de dar tormento y placer,

yelo que nos hace arder

en viva llama amorosa!

Que[da] en paz, que, sin tu Sol,

ya camino en noche escura;

resucite mi ventura

la muerte deste español.

Mas, ¡ay, que no he de matalle,

sino prendelle y no más!

¿Quién tal deseo jamás

vio, ni pudo imaginalle?

Fratín Hase de alzar, señor, esta cortina

a peso de aquel cubo, que responde

a éste que descubre la marina.

De la silla esta parte no se esconde;

mas, ¿qué aprovecha, si no está en defensa,

ni Almarza a nuestro intento corresponde?

Don Alonso El cerco es cierto, y más cierta la ofensa,

si ya no son cortinas y muralla

de vuestros brazos la virtud inmensa.

Donde el deseo de la fama se halla,

las defensas se estiman en un cero,

y a campo abierto salta a la batalla.

Venga, pues, la morisma, que yo espero

en Dios y en vuestras manos vencedoras

que volverá el león manso cordero.

Los Argos, centinelas veladoras,

miren al mar y miren a la tierra

en las del día y las nocturnas horas.

No hay disculpa al descuido que en la guerra

se hace, por pequeño que parezca,

que pierde mucho quien en poco yerra;

y si aviniere que el cabello ofrezca

la ligera ocasión, ha de tomarse,

antes que a espaldas vueltas desparezca:

que, en la guerra, el perderse o el ganarse

suele estar en un punto, que, si pasa,

vendrá el de estar quejoso y no vengarse.

En su pajiza, pobre y débil casa

se defiende el pastor del Sol ardiente

que el campo agosta y la montaña abrasa.

Quiero inferir que puede ser valiente

detrás de un muro un corazón medroso,

cuando a sus lados que le animan siente.

Soldado Señor, con ademán bravo y airoso,

picando un alazán, un moro viene

y a la ciudad se acerca presuroso.

Bien es verdad que a veces se detiene

y mira a todas partes, recatado,

como quien miedo y osadía tiene.

Adarga blanca trae, y alfanje al lado,

lanza con bandereta de seguro,

y el bonete con plumas adornado.

Puedes, si gustas, verle desde el muro.

Don Alonso Bien de aquí se descubre; ya le veo.

Si es embajada, yo le doy seguro.

Don Fernando Antes es desafío, a lo que creo.

Alimuzel Escuchadme, los de Orán,

caballeros y soldados,

que firmáis con nuestra sangre

vuestros hechos señalados.

Alimuzel soy, un moro

de aquellos que son llamados

galanes de Melïona,

tan valientes como hidalgos.

No me trae aquí Mahoma

a averiguar en el campo

si su secta es buena o mala,

que él tiene deso cuidado.

Tráeme otro dios más brioso,

que es tan soberbio y tan manso,

que ya parece cordero,

y ya león irritado.

Y este dios, que así me impele,

es de una mora vasallo,

que es reina de la hermosura,

de quien soy humilde esclavo.

No quiero decir que hiendo,

que destrozo, parto o rajo;

que animoso, y no arrogante,

es el buen enamorado.

Amo, en fin, y he dicho mucho

en solo decir que amo,

para daros a entender

que puedo estimarme en algo.

Pero, sea yo quien fuere,

basta que me muestro armado

ante estos soberbios muros,

de tantos buenos guardados;

que si no es señal de loco,

será indicio de que he dado

palabra que he de cumplilla

o quedar muerto en el campo.

Y así, a ti te desafío,

don Fernando el fuerte, el bravo,

tan infamia de los moros

cuanto prez de los cristianos.

Bien se verá en lo que he dicho

que, aunque haya otros Fernandos,

es aquel de Saavedra

a quien a batalla llamo.

Tu fama, que no se encierra

en límites, ha llegado

a los oídos de Arlaxa,

de la belleza milagro.

Quiere verte; mas no muerto,

sino preso, y hame dado

el asumpto de prenderte:

mira si es pequeño el cargo.

Yo prometí de hacello,

porque el que está enamorado,

los más arduos imposibles

facilita y hace llano.

Y, para darte ocasión

de que salgas mano a mano

a verte conmigo agora,

destas cosas te hago cargo:

que peleas desde lejos,

que el arcabuz es tu amparo,

que en comunidad aguijas

y a solas te vas de espacio;

que eres Ulises nocturno,

no Telamón al Sol claro;

que nunca mides tu espada

con otra, a fuer de hidalgo.

Si no sales, verdad digo;

si sales, quedará llano,

ya vencido o vencedor,

que tu fama no habla en vano.

Aquí, junto a Canastel,

solo te estaré esperando

hasta que mañana el Sol

llegue al Poniente su carro.

Del que fuere vencedor

ha de ser el otro esclavo:

premio rico y premio honesto.

Ven, que espero, don Fernando.

Don Alonso Don Fernando, ¿qué os parece?

Don Fernando Que es el moro comedido

y valiente, y que merece

ser de Amor favorecido

en el trance que se ofrece.

Don Alonso Luego, ¿pensáis de salir?

Don Fernando Bien se puede esto inferir

de su demanda y mi celo,

pues ya se sabe que suelo

a lo que es honra acudir.

Déme vuestra señoría

licencia, que es bien que salga

antes que se pase el día.

Don Alonso No es posible que ahora os valga

vuestra noble valentía.

No quiero que allá salgáis,

porque hallaréis, si miráis

a la soldadesca ley,

que obligado a vuestro rey

mucho más que a vos estáis.

En la guerra, usanza es vieja,

y aun ley casi principal

a toda razón aneja,

que por causa general

la particular se deja.

Porque no es suyo el soldado

que está en presidio encerrado

sino de aquél que le encierra,

y no ha de hacer otra guerra

sino a la que se ha obligado.

En ningún modo sois vuestro,

sino del rey, y en su nombre

sois mío, según lo muestro;

y yo no aventuro un hombre

que es de la guerra maestro

por la simple niñería

de una amorosa porfía;

don Fernando, esto es verdad.

Don Fernando ¡De extraña reguridad

usa vuestra señoría

conmigo! ¿Qué dirá el moro?

Don Alonso Diga lo que él más quisiere;

que yo guardo aquí el decoro

que la guerra pide y quiere;

y della ninguno ignoro.

Don Fernando Respóndasele, a lo menos,

y sepa que por tus buenos

respetos allá no salgo.

Guzmán No os tendrá por esto el galgo,

señor don Fernando, en menos.

Don Alonso Lleve el capitán Guzmán

la respuesta.

Guzmán Sí haré,

y, ¡voto a tal!, si me dan

licencia, que yo le dé

al morico ganapán

tal rato, que quede frío

de amor con el desafío.

Don Alonso Respondedle cortésmente

con el término prudente

que de vuestro ingenio fío.

Guzmán ¿Queréis que, en vez de respuesta,

os le dé una mano tal,

que se concluya la fiesta?

Don Fernando Que me estará a mí muy mal

eso, es cosa manifiesta.