El hijo secreto del magnate - Cathy Williams - E-Book

El hijo secreto del magnate E-Book

Cathy Williams

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Beschreibung

El guapísimo millonario Dominic Drecos había jurado mantenerse alejado de las mujeres... hasta que encontró a la mujer más bella que había visto en su vida y decidió que tenía que conquistarla. Matilda Hayes era realmente bella, pero también le había dejado muy claro que estaba fuera de su alcance. Sin embargo, Dominic no era de los que se rendían y Mattie no tardó en caer rendida a sus encantos. Ella jamás había sentido una atracción tan arrolladora... Pero entonces descubrió la increíble noticia...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Cathy Williams

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El hijo secreto del magnate, n.º 1486 - agosto 2018

Título original: The Greek Tycoon’s Secret Child

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-642-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

DOMINIC Drecos no había creído que un sitio así le fuera a gustar.

De hecho, siempre había criticado a los grandes hombres de empresa que fingían tener familias felices y se escapaban a discotecas como aquella en cuanto podían para, a cambio de una copa muy cara, ver a chicas casi desnudas.

Pero no había podido librarse. Un importante cliente, junto con sus dos contables y tres directores, habían insistido.

Querían conocer la noche londinense y no se referían a cenar en un buen restaurante de Knightsbridge y dar una vuelta por Piccadilly Circus. Tampoco una noche cultural en uno de los teatros de Drury Lane, claro.

–¿Y dónde los llevo? –le había preguntado a su secretaria–. ¿Tengo yo pinta de ir a sitios así? Antes de contestar a esa pregunta, recuerda que tu trabajo podría estar en peligro –había sonreído a su secretaria de cincuenta y cinco años–. ¿Tú conoces algún sitio?

–A las abuelas no nos dejan entrar, señor Drecos –había contestado Gloria–, pero ya me encargaré de preguntar por ahí y le prometo que le encontraré un sitio adecuado.

Y así había sido.

Menos mal que Gloria había encontrado un local en el que no había bailes eróticos sobre las mesas ni escenas de desnudo en jaulas.

De hecho, Dominic miró a su alrededor con la consabida copa de champán en la mano y pensó que el local no era demasiado sórdido.

Había poca luz, eso era cierto, pero la comida era pasable y las copas, aunque le iban a costar una fortuna, eran de alcohol bueno. Además, parecía que su cliente se lo estaba pasando en grande.

Las preciosas camareras que desfilaban ante ellos eran maná para su alma cansada. Dominic Drecos había decidido no volver a tener nada con una mujer. Le bastaba recordar a su ex novia para tener sudores fríos, a pesar de que llevaba, gracias a Dios, seis meses sin verla y sin saber nada de ella.

No, gracias. Conversaciones, cenas íntimas, teatros, regalos y toda la parafernalia del cortejo, para él había terminado.

Se obligó a hablar con su cliente y le preguntó educadamente por sus estudios en Oxford a la vez que miraba discretamente el reloj.

Cuando levantó la vista, la vio.

Estaba junto a su mesa, con la bandeja apoyada en la cadera e inclinada hacia delante. Había observado que todas lo hacían, seguramente para enseñar el escote de silicona y animar así a los clientes a que siguieran gastándose el dinero en champán.

Seguro que se llevaban una comisión por botella abierta.

La camarera que tenía ante sí estaba utilizando el mismo truco, la misma sonrisa y la misma inclinación de cabeza, pero no la había visto antes.

¿De dónde había salido? Desde luego, no había pasado por su mesa antes. No, desde luego, no era la camarera de pelo castaño y ojos provocativos pero tristes que los había atendido antes.

–¿Les apetece tomar un poco más de champán, caballeros? –les preguntó.

Dominic se encontró pensando que lo que a él le apetecía de aquella mujer no era precisamente champán sino otra cosa.

Aquello lo sorprendió pues, desde Rosalind, no se había vuelto a fijar en una mujer y había conseguido llevar una vida de celibato total a pesar de que tenía contacto con mujeres todos los días, tanto en su ajetreada vida social como en sus negocios.

La mujer los miró a todos y se encontró con los ojos de Dominic y, como si hubiera leído el mensaje en sus ojos oscuros, apartó la mirada y se irguió un poco.

–¿Un par de botellas más? –preguntó el cliente de Dominic sabiendo que nadie se iba a negar.

–¿Por qué no? –contestó Dominic sin poder dejar de mirar a la rubia.

No era sólo guapa. Las rubias guapas abundaban. Lo que tenía era que era exótica, sí. Era mucho más delgada que el resto de sus compañeras, tan delgada que podría haber tenido un look andrógino si no hubiera sido porque su rostro era completamente femenino.

En él, sobresalía una nariz pequeña y recta y unos grandes ojos en forma de almendra cuyo color Dominic no podía distinguir por falta luz. Todo ello enmarcado por el cabello más increíble que había visto jamás. Era del color de la vainilla, completamente liso y lo llevaba casi por la cintura.

Dominic se echó hacia atrás en su asiento para observarla mejor y se dio cuenta de que se estaba comportando como uno de esos tristes hombres de negocios que tantas veces había despreciado.

Se dio cuenta de que la mujer no quería mirar en su dirección, algo que lo molestó. Primero, porque el que iba a pagar la cuenta del carísimo champán que tan hábilmente había conseguido colarles iba a ser él y, segundo, porque estaba acostumbrado a que las mujeres lo miraran.

–Pero van a ser las últimas, preciosa –dijo en tono agradable–, porque mañana tenemos que trabajar –sonrió a medias.

A pesar de todo, la había hablado con arrogancia y no pudo evitar hacer una mueca al darse cuenta, pero cualquier cosa con tal de conseguir que lo mirara.

Vaya, el celibato lo debía de estar trastornando. ¿Se podía saber qué hacía intentando conseguir la atención de una camarera?

Funcionó.

La chica lo miró y Dominic se dio cuenta de que estaba intentando parecer simpática a pesar de que sentía asco por dentro.

Se puso a recoger las copas vacías y a colocarlas en la bandeja. Al llegar a la suya, se inclinó sobre él, algo que Dominic aprovechó para echar un vistazo a su escote, que parecía de verdad.

–No me vuelva a llamar preciosa –le dijo en voz baja antes de erguirse y desaparecer.

«¿Cómo se atreve?», se preguntó Mattie furiosa.

Por supuesto no era la primera vez que se encontraba con hombres de cabellos engominados que se creían que podían hablarle en tono comprometedor.

Casi siempre había conseguido ignorarlos porque, a pesar del atuendo de zapatos de tacón alto y minivestido ajustado, ella era una camarera profesional y tenía muy claro que con los clientes no se confraternizaba.

Sin embargo, había algo en aquel cliente que le había erizado el vello de la nuca y no había podido evitar enfadarse al notar cierto desprecio en su voz. Había sido un error por su parte, desde luego, porque ya llevaba casi siete meses trabajando en aquel local y ya sabía cómo encajar los comentarios de los sórdidos hombres que iban por allí.

La verdad era que aquel no tenía aspecto sórdido. Era demasiado guapo para tenerlo. Sin embargo, precisamente ella debía saber que la belleza podía ocultar un montón de pecados.

De repente, se dio cuenta de que estaba frunciendo el ceño mientras Mike le reponía las dos botellas de champán.

–¿Qué tal, guapa? –le preguntó su compañero con una sonrisa.

Mattie le sonrió también.

–Ya sabes, lo de siempre –contestó.

–Ya –dijo Mike–. Ya sabes, ignóralo –le aconsejó Mike pasándole las copas limpias–. Mentes enfermas. Seguro que está casado y tiene un montón de hijos esperándolo en casa.

–¿No podría Jessie encargarse de esa mesa? –preguntó Mattie–. De verdad que no estoy para aguantar a tipos así ahora.

Después de una pelea con Frankie especialmente dura y un trabajo que tenía que entregar demasiado pronto, no le quedaba paciencia para tratar a clientes difíciles.

–No –contestó Mike–, el local está que revienta y nos faltan dos camareras. Por eso, precisamente, por cómo se ha ido Jackie de repente, estás tú atendiendo esa mesa. Aguanta, seguro que se va pronto.

Una cosa era decirlo y otra, hacerlo.

Mattie avanzó hacia la mesa. Le dolía la cara de intentar parecer natural. A Harry le gustaba que sus chicas estuvieran siempre radiantes, como si estuvieran encantadas de estar sirviendo copas a tipos ricos y embriagados.

A veces, no había quién lo soportara.

Pero el sueldo estaba muy bien. Eso no debía olvidarlo.

Y lo necesitaba.

¿Y cuántos locales nocturnos le ofrecerían lo que tenía en aquel sitio? Allí, al menos, tenía un día libre. El resto de los días, tras trabajar, se los pasaba estudiando y durmiendo.

Pensó en Frankie y supo que iba a tener que hacer algo, pero, como siempre que pensaba en él, su cerebro bloqueó el asunto.

Cuando llegó a la mesa en cuestión, el hombre estaba hablando con sus compañeros de mesa, lo que fue una bendición. Mientras habría la botella como una experta y servía las copas, sólo la miró una vez.

Pero Mattie no pudo evitar mirarlo incluso mientras atendía otras mesas. Lo observó hablar con sus amigos, siendo siempre el centro de atención.

La gente se estaba empezando a ir, así que no iba a tardar mucho en poderse ir. Era una pena perderse a los grupos que llegaban a última hora porque dejaban buenas propinas, pero necesitaba dormir.

Era joven, pero no era de hierro y, a diferencia que sus compañeras, no tenía todo el día para recuperar fuerzas.

Los observó terminarse las botellas y rezó para que no pidieran más. Se acercó a la mesa.

Cuando había entrado a trabajar allí, la habían enseñado a andar. A sus veintitrés años, no sabía que existían diferentes maneras de hacerlo. Suponía que era una simple cuestión de poner un pie delante del otro.

Sin embargo, había aprendido pronto el sensual contoneo y, sin darse cuenta, lo estaba poniendo en práctica.

Dominic la observó encantado. Mattie estaba decidida a no mirarlo. Dominic se dio cuenta por cómo estaba recogiendo las copas. Estaba claro que no quería que pidieran más botellas de champán.

–¿Dónde te dejo esto? –le preguntó.

Su cliente chasqueó la lengua al ver los billetes que Dominic tenía entre los dedos.

Mattie alargó el brazo y abrió la palma de la mano.

–¿No se supone que se dejan en un sitio más íntimo? –insistió Dominic.

–No –contestó ella con una sonrisa de hielo rezando para que Harry no estuviera por allí.

–Muy bien –dijo Dominic entregándole la propina en la mano.

Mattie no esperaba tanto dinero, pero lo aceptó encantada y se alejó hacia los vestuarios, donde cambió el ridículo vestido y los altos tacones por unos vaqueros y unas zapatillas de deporte.

Al salir, buscó a Harry en la sala y se despidió de él.

–Harry, me voy –le dijo.

Le caía bien aquel hombre porque, a pesar de que al principio parecía un jefe duro, trataba bien a sus chicas, con amabilidad y respeto.

–No me hagas esto, Mattie, que estamos fatal de camareras. Por cierto, ¿sabes qué le ha pasado a Jackie? ¿Por qué se ha ido así?

–Se encontraba mal –contestó Mattie sospechando que su compañera estaba embarazada.

Eran las cinco y media de la mañana y ella también estaba cansada.

–¿Por qué no te quedas y te sacas un poco más de dinero? –le propuso Harry.

–Porque necesito dormir –contestó Mattie sinceramente.

–De verdad, no sé para qué estudias. ¿Por qué no dejas eso del márketing? Sí, sí, ya sé que no lo vas a dejar. Al menos, cuando termines tus estudios, vuélvete para acá y ayúdame a llevar este sitio –sonrió Harry–. Anda, vete, que no quiero que los clientes vean a sus glamurosas camareras en vaqueros.

Aquello hizo reír a Mattie.

–No me reconocerían. Esos se deben de creer que voy siempre con el vestidito y los tacones –comentó yendo hacia la salida.

Junto al guardarropa, Dominic aceptó los elogios de sus acompañantes por haberlos llevado a un lugar tan divertido.

Mientras se despedían, pasó a su lado una rubia enfundada en una cazadora. Nadie la reconoció salvo él, que sintió deseos de correr tras ella y hablarla.

Si de algo le había servido aquella velada había sido para darse de que en el mundo había muchas mujeres con las que se podía mantener una breve relación sin ataduras. ¿Por qué ese tipo de mujeres iban a trabajar en un sitio así? Desde luego, ninguna de clase social alta, como su ex novia, que había conseguido convencerlo de que no merecía la pena tener relaciones serias con nadie.

O eso se decía a sí mismo mientras se despidió de los demás sin perder de vista a la silueta que se alejaba calle abajo y estaba a punto de girar en la esquina.

En un arrebato, la siguió y la alcanzó cuando se disponía a cruzar la calle. Al ponerle la mano en el brazo, Mattie se giró inmediatamente.

Había mucha gente por la calle tomando taxis y sabía que era la hora perfecta para los atracadores.

–¡Usted! –exclamó mirándolo furiosa.

Dominic se dio cuenta de que tenía razones para mirarlo así y retiró la mano.

–¿Qué demonios hace? ¿Me está siguiendo? –le espetó dándose cuenta de lo alto que era–. ¡Como se lo cuente a Harry, lo va a matar! –le advirtió.

El hombre la miró con incredulidad.

–¡Acepto propinas, pero nada más, señor! –le aclaró andando.

Volvió la cabeza y vio que la seguía. Al terminar de cruzar la calle, se giró hacia él y lo miró dejándole muy claro que no quería su compañía.

–No es la primera vez que me las veo con tipos como usted y le voy a decir una cosa: ¡me dan asco!

–¿Tipos como yo? –preguntó Dominic dándose cuenta de que no estaba controlando la conversación como era normal en él.

Aquella rubia estaba enfadada, pero le daba igual. La había seguido porque había algo en ella que lo excitaba y porque quería disculparse por haberse comportado como un patoso en la discoteca.

Sin embargo, el ataque del que estaba siendo objeto estaba terminando con su paciencia.

–¿Tipos como yo? –repitió en un tono de voz que había asustado a muchos hombres de negocios.

Ella, sin embargo, le contestó con la misma violencia.

–¡Sí, como usted! –le espetó Mattie dándose cuenta de que aquello le estaba gustando.

Al principio, se había asustado al verlo, pero pronto había comprendido que, aunque era arrogante y odioso, no iba a abusar de ella en una esquina oscura.

Así que se había lanzado a gritarle y le estaba sentando de maravilla hacerlo. Hacía mucho tiempo que no gritaba así.

Hacía mucho tiempo que se tendría que haber dado aquel gustazo, que tendría que haber terminado con el abuso emocional al que la tenía sometida Frankie King.

Lo estaba haciendo con la persona equivocada, pero se sentía bien.

–Pringados con dinero que se excitan mirando a chicas jóvenes y guapas –continuó–. Sí, claro que conozco a tipos como usted. ¡Todas nosotras los conocemos! ¡No quieren hacer nada, sólo mirar y fantasear un poco antes de volver a sus casas con sus desgraciadas mujeres y sus infortunados hijos!

–¿Cómo? –preguntó Dominic dándose cuenta de que no estaba preparado para aquella lengua viperina.

La chica lo estaba mirando con asco y Dominic se encontró riéndose. Su risa, franca y sincera, no hizo sino enfurecerla más, así que Mattie se giró y se fue a sabiendas de que la iba a seguir.

Esperándolo.

–No tomará el metro para volver a casa, ¿verdad? –le preguntó.

–Déjeme en paz, pervertido –le contestó ella.

Aquello sí que no podía aceptarlo. La adelantó y se puso ante ella cortándole el paso.

–¡Como no se quite del medio, voy a ponerme a gritar hasta que venga la policía! –le advirtió Mattie.

–¿Es otra amenaza como la del Harry ese?

–Quítese del medio –repitió Mattie dándose cuenta de que le faltaba el aliento al tenerlo tan cerca.

–No me gusta que me llamen pervertido.

–¿Le parece que a mí me importa lo que le guste o no? –le espetó Mattie sintiéndose, sin embargo, algo culpable por el insulto.

Pero se recordó que no era más que un rostro guapo con una mente asquerosa. ¿Por qué, si no, la había seguido?

–¿Todos los hombres que ve en su trabajo le parecen unos pervertidos? –quiso saber Dominic.

–Quiero irme a casa. Es tarde y no quiero hablar con usted, así que si me perdona…

–¿Por qué no toma un taxi?

–Porque no me lo puedo permitir –contestó Mattie–. Si pudiera tomar taxis siempre que me apeteciera, no trabajaría en una discoteca, ¿no le parece?

–No le digo que lo haga siempre, pero tal vez sí a estas horas –contestó Dominic suponiendo que el metro sería peligroso.

No era que él lo utilizara porque tenía chófer o conducía su propio coche, pero se lo imaginaba.

–¿Y usted qué sabrá? –le dijo Mattie como si le hubiera leído el pensamiento–. ¿Cuándo ha sido la última vez que ha subido en el metro? –se burló.

Dominic pensó que haría mejor en irse y dejarla en paz, pero no lo hizo.

–En realidad, iba a tomarlo ahora mismo –se oyó decir.

–Mentiroso.

–Además de pervertido, mentiroso, ¿eh?

Mattie se quedó mirándolo, lo esquivó y fue hacia la entrada del suburbano.

Dominic la siguió.

¿Qué demonios estaba haciendo? ¿Qué le importaba lo que una camarera de discoteca pensara de él? ¿Y qué más daba que fuera guapa? A sus treinta y cuatro debería estar por encima de todo aquello.

Aun así, se encontró andando a su lado, sintiendo una gran rabia.

–Adiós –dijo Mattie al entrar en la estación, que estaba casi vacía.

Al verlo a la luz, se dio cuenta de que era mucho más guapo de lo que había creído, mucho más guapo que el que la estaría esperando roncando en el sofá con la boca abierta y una botella de whisky vacía al lado.

Aquel hombre, cuyo nombre ni se había molestado en preguntar porque, por supuesto, sólo quería pasar un buen rato con una mujer que él imaginaba fácil, era realmente impresionante.

Tenía la piel de color oliva, el pelo corto y negro, ojos oscuros y unos rasgos que parecían cincelados por un escultor.

–¿En qué parada se baja? –le preguntó.

–No en la misma que usted –contestó Mattie sacando su billete de la máquina.

–¿Cómo lo sabe?

–Porque tengo ojos –contestó Mattie observándolo de arriba abajo y fijándose en su traje hecho a medida, sus zapatos de diseñador y su reloj de oro.

–La acompaño hasta su casa –dijo Dominic.

Había algo en aquella chica que lo hacía querer protegerla.

–Así que, como ve, sí que vamos a la misma estación –añadió–. Por cierto, no tiene de qué preocuparse, le aseguro que no voy a intentar aprovecharme de usted.

–No necesito escolta.