El hijo secreto - Shawna Delacorte - E-Book

El hijo secreto E-Book

Shawna Delacorte

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Beschreibung

Una noche, Shane Fortune se encontró cara a cara con su pasado, puesto que "el desconocido" que se metió en su casa era la mujer a la que había amado una vez y que había dejado escapar tontamente. Ahora, Cynthia McCree y su hijo eran huéspedes en su casa. Las razones para estar bajo su techo no eran extrañas. Pero Shane sabía que Cynthia estaba ocultando algo. Un secreto que tenía que ver con su hijo...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Harlequin Books S.A.

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El hijo secreto, n.º 1050 - marzo 2019

Título original: Fortune’s Secret Child

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1307-483-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Cynthia McCree se despertó sobresaltada. Se sentó en la cama, se sacudió la niebla de su mente y empezó a reconocer sus cosas entre las del desconocido lugar que la rodeaba. Frunció el ceño, tratando de oír el ruido que la había despertado. Ahí estaba nuevamente, el mismo sonido. Sus músculos se tensaron, y se le secó la garganta.

Intentó tragarse su inquietud, pero esta se resistía a desaparecer.

Se levantó de la cama y se puso la bata. El latido de su corazón se aceleró. Caminó sigilosamente por el corredor hacia la habitación de su hijo. Trató de tranquilizarse diciéndose que el ruido era Bobby, simplemente, que estaba durmiendo inquieto, debido a encontrarse en un sitio nuevo. Abrió la puerta y entró.

La luz del cuarto de baño adjunto iluminaba suficientemente la habitación como para ver. Cynthia arropó al niño de cinco años. Le dio un beso en la frente. Lo miró y sintió una ternura inmensa. Su hijo era lo más importante en su vida. El pobre había vivido tantos sobresaltos en las últimas dos semanas, que esperaba que las cosas empezaran a estabilizarse para él. Para ambos.

Aquel momento de ensueño pasó y volvió a ponerse tensa. Su cuerpo se puso rígido y aumentó su ansiedad. Volvió a sentir el corazón en la garganta. El ruido venía de abajo. ¿Se atrevería a bajar a investigar? Volvió a mirar a su hijo dormido, respiró profundamente y salió al corredor.

Abajo, en la cocina, Shane Fortune acababa de meter una cena congelada en el microondas. Se apoyó en la encimera y cerró los ojos. El cansancio del día parecía haberle dado alcance finalmente. La conferencia médica de tres días había sido lo suficientemente agotadora como para agregarle el viaje de ciento cincuenta kilómetros de Phoenix a su casa de Pueblo, Arizona.

Un ruido interrumpió el silencio, distrayéndolo de sus pensamientos. Una punzada de adrenalina puso sus sentidos en alerta. El suelo de madera había crujido bajo una pisada entre la planta de arriba y el vestíbulo. Shane salió de la cocina y atravesó el trastero. Fue hasta la entrada de atrás de la casa y llegó al rellano de la escalera. Se detuvo un momento mientras sus ojos se adaptaban a la tenue iluminación que desde la calle se filtraba por las ventanas.

Una sombra atravesó el vestíbulo hacia la puerta de entrada. Shane se movió silenciosamente por la oscuridad, como un gato tras su presa, o como alguno de sus ancestros indígenas americanos que se hubiera abierto camino a través de una roca de un cañón. Saltó por detrás, derribando al suelo al intruso. Venció fácilmente aquel cuerpo contra el suelo de teja. Luego su mano rozó un pecho decididamente femenino y oyó un gemido de mujer asustada.

Shane quitó su mano. Miró la cara de la intrusa. Su identidad explotó en su consciencia, dejándolo helado y en silencio. Sintió una oleada de sentimientos conflictivos. Hacía seis años que no la veía, pero no había equivocación posible en cuanto a quién era, aun en la oscuridad. Nadie tenía ojos como los suyos, aquellos ojos que parecían brillar con un azul iridiscente. Shane se había quedado mudo. Finalmente se esforzó para poder pronunciar una sola palabra, y apenas pudo susurrar:

–Cynthia.

Él estaba encima de ella. Sus bocas casi en contacto. Una electricidad de carácter sexual se alzó entre ellos. Era la misma excitación sensual que había formado parte de su vida juntos. Despertaba todas las emociones del pasado, buenas y malas. ¿Qué misteriosa vuelta del destino la había llevado hasta allí en medio de la noche?

Cynthia dejó de luchar, pero sus músculos permanecieron tensos. El deseo que había sentido alguna vez por Cynthia McCree había vuelto, lleno de intensidad. Los recuerdos de hacía mucho tiempo, el olor de su perfume, el gusto de su boca, el recuerdo de su cuerpo desnudo apretado contra el suyo, las innumerables noches de pasión haciendo el amor con ella, lo asaltaron desde algún lugar oculto, que también escondía rabia y confusión.

Cynthia no sabía si aquello era real o solo una mala pasada de su mente, producida por su regreso a Pueblo.

Shane Fortune… ¿No sería posible que aún estuviera profundamente dormida y que aquello fuera una pesadilla? Sintió el latido del corazón de Shane, o eso le pareció. Porque podría haber sido el suyo propio también. Estaban muy pegados. Sus labios estaban tan cerca que casi podía sentir el contacto.

Todas las viejas emociones fluyeron dentro de ella… Tiempos de salvaje pasión, y tiempos de profunda tristeza. Él había sido el amor de su vida. También había sido el hombre que había destrozado su corazón y que le había hecho más daño del que ella hubiera podido imaginar jamás.

Nada de aquello tenía sentido. Se sacudió el pasado y renovó sus fuerzas para deshacerse de él, mientras intentaba recobrar su claridad mental. Puso ambas manos contra su pecho para empujarlo y que se quitase. Tenía que hacerlo rápidamente. Estar físicamente con aquel hombre, que era el último hombre de la tierra con quien habría querido encontrarse, ponía demasiadas cosas en juego.

Notó un momento de duda de parte de Shane cuando se resistió a los esfuerzos de ella de desembarazarse de él. Casi pareció tener la intención de cruzar el espacio que separaba sus bocas. Ella sintió miedo, no de lo que Shane pudiera hacer, sino miedo de ser una gustosa cómplice de ello. Entonces, tan repentinamente como había empezado todo, él relajó su presión encima de ella y se quitó. Se puso de pie.

Cyntia también se puso de pie. Luego se apoyó en la barandilla de la escalera para recuperar la estabilidad y la fuerza en sus piernas. Respiró profundamente. Lo observó acercarse al interruptor de una luz.

La mente lógica y analítica de Shane intentó no dar importancia a aquellas sensaciones y poner un poco de orden en su mente. No encontraba sentido a lo que había ocurrido. No había vuelto a sentirse tan confuso desde el día en que le había dicho a Cynthia que no había futuro para su relación, y que esta había terminado.

Aquellos años habían sido muy intensos para él, llenos de torbellinos interiores y conflictos. La había apartado de su vida con eficiencia de cirujano, y no había habido más contacto entre ellos, hasta entonces. No le gustaba el nerviosismo e inseguridad que se había instalado en su interior. Encendió una luz, luego respiró profundamente antes de darse la vuelta para mirarla.

Intentó hablar, pero su garganta se estrechó, atrapándole las palabras. El desorden de su pelo largo rubio desprendía una sexualidad terrena que lo había sorprendido totalmente desprevenido. Aquella mujer de pies descalzos con una bata larga hasta la rodilla, de pie delante de él, era aún más hermosa que el recuerdo de ella que había guardado durante seis años. Una oleada de deseo asaltó su cuerpo, en contraste con su aparente calma y control.

Intentó vencer aquella desacostumbrada falta de compostura y hacerse cargo de la situación, del mismo modo que lo hacía con otras cosas que se ponían en su camino. Era una habilidad que había perfeccionado durante su vida, para que nadie pudiera leer sus pensamientos ni sus sentimientos. Pero antes de que lograse hacerlo, Cynthia interrumpió sus pensamientos, preguntando con irritación:

–¿Qué diablos estás haciendo tú aquí? –preguntó, con tono de irritación.

De pronto se sintió incómoda al darse cuenta de cómo estaba vestida. Se ajustó el cinturón de la bata y se cerró el cuello hasta arriba. Notó una raspadura en el brazo, resultado del contacto con el suelo de baldosas.

–Me aseguré de que todas las puertas estuviesen cerradas antes de irme a dormir. ¿Cómo has entrado aquí? –siguió ella, con tono de autoridad, para esconder su falta de seguridad.

Cynthia era abogada, y en su profesión había aprendido a leer los gestos de la gente, el lenguaje del cuerpo: él estaba inclinado hacia adelante, posiblemente para hacerle perder el equilibrio. La miraba con aquellos ojos oscuros, penetrándola, queriendo tener el control de la situación y de controlarla a ella. Esa táctica le había servido a Shane cuando ella era joven y su experiencia del mundo se había limitado a Pueblo, Arizona, pero ya no le volvería a servir. Hacía tiempo que la realidad de la vida la había endurecido. Se puso firme. Se negaba a echarse atrás frente a los modales agresivos de Shane.

–¿Y tú me preguntas cómo entré? –dijo Shane, preguntándose si la había escuchado bien.

¿Cynthia quería poner en duda su derecho a entrar en su casa? Nada de aquello tenía sentido. Shane mantuvo su apariencia de autoridad mientras intentaba ver las cosas con más perspectiva.

–Y yo te pregunto: ¿Qué diablos estás haciendo en «mi» casa?

Cynthia abrió los ojos, asombrada. Se tambaleó al dar dos pasos atrás. Pareció que le faltaba el aliento, y al intentar hablar le salió un tono ronco:

–¿Tu casa? ¿Es esta tu casa? –la tensión de su mandíbula se relajó un poco. El asombro se apoderó de sus facciones–. ¿Cómo es posible? –se quedó mirando el espacio, anodada. Empezó a pensar en voz alta, más que a hablarle a él–: Kate insistió en que me quedase aquí, hasta que me asentase un poco y encontrase un trabajo. Como mi madre murió cuando era niña, soy yo quien tiene que ocuparse de la finca de mi padre. Kate me dio a entender que era la dueña de esta casa, y que se la había alquilado a alguien que iba a estar fuera de la finca por un tiempo.

Cynthia intentó recuperar cierto control sobre lo que estaba ocurriendo, aunque la situación no estaba nada clara. Lo miró y siguió hablando:

–Ciertamente no me dijo que esta casa te pertenecía.

Shane frunció el ceño. Agitó la cabeza , como si quisiera que las piezas del rompecabezas se acomodasen.

–¿Kate Fortune te dijo que podías quedarte en mi casa? ¿La finca de tu padre? ¿Qué es lo que sucede? –Shane respiró profundamente para tranquilizarse.

En más de una ocasión en los pasados seis años Shane había imaginado un reencuentro con Cynthia, se había preguntado qué habría pasado si no la hubiera apartado de su vida. Aquellos pensamientos siempre lo habían hecho sentir tan triste, que se había negado a regodearse en ellos. Pero ahora estaba allí delante, en cuerpo y alma, más hermosa que nunca, no era una ilusión de su mente, y él no sabía cómo manejar aquello.

Él se movió y ella lo siguió a la cocina.

–Debe de haber alguna cosa que se me ha escapado. Hace un par de semanas que hablé con Kate. Le dije que asistiría a una conferencia de medicina en Phoenix. No tenía previsto volver a casa hasta mañana, pero al final he decidido volver esta misma noche.

Cynthia dirigió la mirada nerviosamente hacia lo alto de las escaleras. No quería que sus voces despertasen a Bobby. La situación ya era complicada como para que encima apareciera inesperadamente su hijo. Volvió a concentrar su atención en Shane, agradeciendo que estuvieran alejándose del rellano de la escalera. Todo parecía complicarse más y más cada minuto que pasaba. Su temor inicial se había transformado en confusión primero, y ahora estaba a punto de pasar a rabia.

Y encima, como si el destino quisiera burlarse de ella, sentía deseo por Shane Fortune. Intentó ocultar su estado anímico en su voz. Al fin y al cabo, era una persona adulta, y se suponía que sabría manejar el incómodo encuentro con un ex amante con la madurez suficiente.

–No sé cómo ha podido suceder este aparente malentendido, pero evidentemente hay un problema aquí, y debe ser aclarado inmediatamente.

–Estoy de acuerdo contigo –Shane sacó su cena del microondas y la dejó en la encimera, luego volvió a prestar atención a Cynthia. Sintió un cierto cargo de consciencia al ver un rasguño en el brazo de Cynthia, producto del forcejeo. No era la primera vez que sentía remordimientos en lo concerniente a Cynthia McCree.

Shane la observó un momento mientras ella se alisaba el cabello nerviosamente con las manos. La forma de su mandíbula, su nariz pequeña, sus labios suaves, la piel blanca. Su respiración se aceleró y luego se le quedó seca la garganta. Le resultó difícil tragar saliva. Finalmente desvió la mirada, con la esperanza de romper la opresión de su pecho. No sabía bien qué pensar, ni qué sentía en realidad.

Miró la cena que había calentado, y luego la apartó. En aquel momento no le interesaba la comida. Miró a Cynthia nuevamente, deleitándose en su belleza mientras trataba de aclarar qué había sucedido.

Sentía unas ganas terribles de extender la mano y tocarla, de acariciarle la mejilla y de estrecharla en sus brazos… Pero no se atrevía. Le llevó toda su fuerza de voluntad resistirse a aquel impulso. Desvió la mirada de ella. No sabía qué tenía que hacer, pero se sintió obligado a decir algo.

–Entonces… empieza desde el principio y dime cómo has venido a parar a mi casa.

Ella se movió nerviosamente. Su confianza en sí misma iba mermando a medida que pasaba el tiempo.

–¿Eres dueño de esta casa? ¿Y vives aquí permanentemente?

–Vivo aquí trescientos sesenta y cinco días al año, trescientos sesenta y seis en los años bisiestos –la miró–. ¿Y tú cuánto tiempo llevas viviendo aquí?

Cynthia bajó la mirada y contestó:

–Me he mudado esta tarde.

–¿De qué se trata todo esto, exactamente? –preguntó Shane con actitud demandante.

Dadas las circunstancias, Cynthia pensó que la actitud de Shane era razonable. Ella tomó aliento para serenarse e intentó ordenar lógicamente los hechos, algo que le resultaba bastante más fácil que dejar a un lado el efecto desconcertante que Shane Fortune tenía en ella, aun después de todos esos años. Sintió un estremecimiento, que la alertó de lo deseable que aún lo encontraba.

–Mi padre murió hace tres días –empezó a decir.

–Lo siento –dijo él, con auténtica sorpresa y sinceridad–. No lo sabía. ¿Había estado enfermo?

–Al parecer, sí… –se le hizo un nudo en la garganta–. Pero no dijo que no se sentía bien… –continuó Cynthia en un hilo de voz–. De todos modos… –volvió a concentrar su atención en Shane, decidida a presentar un frente fuerte–… una noche, tarde, recibí una llamada de su vecina diciendo que había encontrado inconsciente a mi padre en el vestíbulo y que había llamado a una ambulancia para llevarlo al hospital. Finalmente di con el médico.

Cynthia se puso rígida. Sus sentimientos por la muerte de su padre eran algo íntimo, y ciertamente no concernían a Shane. Intentó controlarlos antes de continuar.

–Yo estaba haciendo algunos cambios en mi vida y ordenando mis prioridades y tenía todo listo para mudarme a Pueblo. Así que solo era cuestión de poner mis muebles y mis cosas en un guardamuebles para enviarlos más tarde por barco. Recogí las cosas esenciales y vine en coche directamente desde Chicago a Pueblo.

–Chicago… Así que ese es tu coche, el de la matrícula de Illinois que está aparcado frente a la casa, ¿no?

–Sí –contestó ella–. De todos modos, supuse que podía quedarme en casa de mi padre, pero cuando llegué, me encontré con que su casa era solo un pequeño estudio en un edificio que debería ser declarado en ruinas.

A Cynthia todavía le costaba aceptar lo que había estado ocurriendo con su padre. Apretó los dientes e intentó reprimir unas lágrimas antes de que pudieran salir. Hizo un esfuerzo por seguir hablando, puesto que prefería dirigir la conversación en lugar de dar a Shane la oportunidad de hacer preguntas.

–Intenté sacarle información a su vecina, pero no dijo nada que explicase lo que había sucedido –agitó la cabeza lentamente, como tratando de poner lógica a algo que no tenía sentido–. No podía quedarme allí de ninguna manera, así que alquilé un estudio por una semana en un aparthotel cerca del hospital. Mi padre murió cuatro días más tarde sin recobrar la consciencia en ningún momento –un sollozo se le anudó en la garganta–. Ni siquiera se enteró de que yo estaba allí –hizo una pausa. Y luego ocultó su pena.

Miró a Shane y recobró la compostura nuevamente.

–Entonces Kate me ofreció esta casa para quedarme hasta que pueda poner en orden los asuntos de la finca de mi padre, hasta que encuentre un lugar donde vivir y consiga trabajo.

–Es increíble que no nos hayamos encontrado en el hospital. Formo parte de la plantilla.

–Sí, lo sé –su voz se transformó en un suave susurro–. Vi tu nombre en el registro.

Un incómodo silencio llenó la atmósfera hasta que Shane lo rompió finalmente.

–Bueno, ciertamente esto explica lo que estás haciendo en Pueblo, pero no explica cómo Kate y tú os habéis encontrado. No puedo imaginarme a Kate dando mi casa a alguien –en cuanto pronunció aquella palabras, supo que había metido la pata.

Habían sonado demasiado duras, especialmente en una circunstancia tan especial, como la muerte de su padre.

Shane vio que ella achicaba los ojos, incapaz de controlar el enfado.

–Kate no me dio una casa. Puedo pagarme una. No necesito de la caridad de nadie, y menos de la familia Fortune. Le dije a Kate que pagaría una renta mientras estuviera aquí.

–Nadie ha dicho que estuvieras pidiendo caridad –él alzó la voz para nivelarla con la de ella–. Pero sigo sin entender cómo os habéis encontrado Kate y tú.

Ella habló sin hacer ningún intento de controlar su rabia.

–No necesito tu permiso antes de hablar con alguien –lo miró–. Pero para que lo sepas, Kate leyó la esquela que anunciaba el funeral en el periódico del pueblo. Mencionaba que el entierro era esta mañana –dijo ella. Volvió a sentir viejos sentimientos de otros tiempos–. Me sorprendió verla allí. Solo la había visto en un par de ocasiones cuando tú y yo…

El recuerdo de su apasionada aventura de dos años, que ella había pensado que duraría toda la vida, hizo que dejara de hablar. Ella disimuló su ausencia y continuó, aunque había perdido un poco de fuego su actitud cuando habló. La presencia de Shane le estaba afectando su percepción de la realidad.

–Bueno, de todos modos, me asombró verla en el funeral. No pensé que se acordaría de mí ni que pudiera asociarme con la esquela de mi padre en el periódico.

Shane se cruzó de brazos y la miró.

–Comprendo –dijo él con escepticismo.

–Puesto que no quieres creerme, te sugiero que hables del asunto con ella en lugar de seguir presionándome. Ciertamente no tengo ningún otro motivo para estar en tu casa.

–¡Yo no he dicho que no te creía! Deja de poner en mi boca palabras que no he dicho –exclamó él–. Y no te estoy presionando.

Cynthia puso los brazos en jarras y dijo furiosa:

–Yo no estoy poniendo palabras en tu boca –miró hacia la escalera. Bajó la voz, pero no abandonó el tono de ira–: Y te agradecería que hablases en voz baja para no despertar a Bobby –Cynthia se sintió preocupada y se le escaparon aquellas palabras.

–¿Bobby? ¿Quieres decir que hay alguien más aparte de ti en mi casa? –preguntó Shane con una mezcla de curiosidad e irritación–. ¿Y quién es ese Bobby? ¿Tu novio? –preguntó. Luego dudó y preguntó con más cautela que reproche–: ¿Tu marido?

Ella intentó tranquilizarse. Miró al suelo y contestó con un susurro apenas audible.

–Bobby es mi hijo.

–Tu… ¿tu hijo? –Shane dio dos pasos atrás, sorprendido. Se detuvo cuando se chocó con la puerta de la despensa–. No sabía que te habías casado.

–No estoy casada –dijo ella. Intentó cambiar de tema, pero tenía el estómago revuelto–. Y ahora, si has terminado el interrogatorio…

Él la miró durante un segundo. Su actitud pasó de ser próxima a distante.

–Has cambiado, ciertamente.

Shane tenía que hacer algo para controlar sus emociones. Sabía que el enfado solo era una de ellas. Lo que lo molestaba en aquel momento, lo que primaba de todas sus sensaciones, era el deseo por Cynthia. Era algo con lo que no había pensado que tendría que enfrentarse.

–No solíamos discutir por nada –agregó.

–Si te refieres a que yo era más dócil cuando era joven, cuando estábamos estudiando nuestras carreras y yo me quedaba embobada cuando te escuchaba… Sí, he cambiado. Aprendí muchas cosas de la realidad muy rápidamente –lo miró–. Casi en una sola noche –agregó, pensando en el abrupto modo en que él había roto su relación con ella.

Cynthia se puso erguida, en actitud distante y dijo como quien da por terminada la conversación:

–No te preocupes, mi hijo y yo nos marcharemos de tu casa mañana a primera hora –se dio la vuelta y fue hacia la puerta, rogando que no se le hubiera notado la cara de angustia. No quería demostrarle ningún signo de debilidad.

–¡Espera un momento! –Shane le sujetó el brazo y la detuvo.

Las palabras de Cynthia habían demostrado enfado, pero él sabía que debajo subyacía el dolor y que él había sido el causante.

No se sentía orgulloso de lo que había hecho hacía seis años, y en especial del modo en que lo había hecho. Jamás se había perdonado por haberle hecho daño de aquel modo. ¿Sería demasiado tarde para enmendar las cosas? No lo sabía. Se reprimió un suspiro de desesperación.

Ella se soltó, se dio la vuelta y lo miró, desafiante.