El hombre cotidiano - Roberto Manzano - E-Book

El hombre cotidiano E-Book

Roberto Manzano

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Beschreibung

En "El hombre cotidiano" encontraremos, como resultado de la progresión, la cima de los procedimientos creativos del autor. La lectura de este poemario es peligrosa: crea hábitos espirituales, deseos extraños al orden previsto. Después de leerlo van a sentir que "nuestra humanidad más ancha" se pierde junto con la del poeta si vivimos de espaldas a la poesía. Después de leerlo, ya no podrán apartarse de la idea de que somos todos parte de un viaje "organizado y loco". Ya no podrán concertar una cita con la mujer amada sin sentir que "algo salvaje, fuera de medida", salta de la sangre, y sin decirle: "Afrodita, nos vemos en Cristálida".

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Seitenzahl: 66

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Edición:

Maytée García Vázquez

Diseño y composición:

Lisvette Monnar Bolaños

Palabras de presentación:

Pablo Rigal

© Sobre la presente edición:

Editorial Cubaliteraria, 2014

ISBN 978-959-263-053-6

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

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…en cuanto se viene desnudos y desnudos nos marchamos, debíamos

tener una desnudez intermedia, pero no es posible;

nos vamos entretejiendo, envolviéndonos, esposándonos,

hilándonos y deshilándonos, oh Penélope;

y nos vamos alargando, demorando, sucediéndonos

repletos de botones, bocinas, barrenas, oh Odiseo;

R.M.

ROBERTO MANZANO: SINERGIA1

DEL HOMBRE COTIDIANO

En entrevista concedida al poeta Amílcar Feria2, Roberto Manzano desarrolla un concepto que ha sido primordial en su obra poética: “la palabra ha pasado a ser superior al hombre, y la palabra del poema solo es válida cuando da testimonio de una sustancia humana”. Esa idea podemos hallarla en reflexiones que el autor de Synergos expone de cara a la poesía, en su acepción más amplia, o en referencia a su propia obra lírica.

En el texto introductorio de su poemario El racimo y la estrella, ponía énfasis en la condición congregadora de sus poemas. Aunque referido a las décimas que integran aquel volumen, no es difícil aplicar su alcance a una reflexión más abarcadora, para Manzano esas piezas “movilizan un universo hacia una dirección de espíritu, suministrándole a cada astilla de árbol un sentido. Son un lexicón. Pero siempre el pivote copernicano es el sujeto, quien irradia la música. El camino es la visión central. El caminante es el protagonista del drama del mundo...”3

Leer al escritor avileño es una constante verificación de esos presupuestos, regresar a una verdad nacida con la poesía pero olvidada en muchas aproximaciones teóricas a sus procesos creativos. Más allá de las afirmaciones que podemos encontrar en artículos o entrevistas, hay una liturgia de profundidad humana que está presente desde siempre en su obra. Así se perfila en Synergos, uno de sus libros más leídos: “Munch, para un resonar así como los bronquios del alma/ hay que poner la baranda, el peso del alma sobre/ la baranda”.

El poeta señala hacia el sitio que todos miramos y nos deja ver un ángulo nuevo, un matiz que no habíamos descubierto, una belleza ignorada, una justicia pendiente, u otra forma de organizar nuestro pensamiento. Esa conjunción entre el logos y el ethos, entre lo formal y lo ontológico,4es un hallazgo permanente en los textos del Poeta5 Roberto Manzano.

Pero en su poemario El hombre cotidiano encontramos, como resultado de la progresión, la cima de sus procedimientos creativos. En el texto la sustancia humana se hace tangible, es una lectura a la que no podemos llegar solo de manera referencial o cognoscitiva porque la emoción que produce “el vasto mundo interior” se nos da en pleno equilibrio con el lenguaje: la palabra es, en este caso, vehículo ideal para el complejo mundo interior del ser humano.

Inmersa en lo que Virgilio López Lemus ha llamado “un muy común encabalgamiento entre tradición y ruptura”, la poesía del autor de Synergos ha sido, desde su comunión pública, una lírica que se resiste a las etiquetas. Tendencias, influencias y elecciones hay muchas; así, el receptor desde sus mensajes y el interlocutor desde sus motivaciones espirituales y estéticas decodifican el texto a partir de una historia personal y la jerarquización de lecturas.

Este conjunto de 43 poemas permite, entre otras evocaciones, las de Antonio Machado, José Martí, Rubén Darío y Pablo Neruda, especialmente en el gusto por el tropo y en lo que Marchese y Forradellas definieron como “acto de lenguaje”. Manzano nos convoca desde sus irresistibles enunciados que se mueven entre lo imperativo y lo promisorio:

Ahora yo vengo, jinete de mí mismo, sobre mí mismo

sujeto, como un ancla impalpable, y de las raíces

me alzo hacia los trillos

que van a todas partes.

Aquí tengo mis mieles, mis fraguas, mis herramientas

de fuerte aroma, de humareda y rama,

de acero y mediodía.

(Léase “El arquero”).

Los versos que inauguran el libro ofrecen una promesa y un llamado a la inclusión. La idea de la representación del arquero como el hacedor de palabras que retoma en varios textos se vislumbra en uno de sus excelentes poemas en prosa, refuerza lo performativo e impide una relación contemplativa con el verso. Porque escribir es un “oficio que nadie dicta y que dictan todos, desde un púlpito sin palabras, y que oye el arquero en la aproximación de su sangre hacia la entraña misma de lo que se separa y se junta”(Lease “Escrituras”).

En esa suerte de encantamiento nos convertimos en lectores sensibilizados con la condición humana, lectores atentos a representaciones que compartiremos con el poeta de manera ineludible:

Ahora todo germen antiguo, toda resurrección profunda

encontrará en despunte de palabra

o inacabable nacimiento

su tremenda campana y su más firme sortilegio

(Lease “El arquero”).

Un lenguaje intenso en su sentido tropológico, sin retóricas vacías, de una intensidad en ocasiones dramática, en ocasiones nostálgica, siempre conmovedora, de una altura digna de las grandes voces de la lengua:

Por la tarde, bajo el iluminado verde,

reposan los ancianos. Cuando se sientan

un espeso relumbre de monedas lilas

se asorda en los bolsillos del destino

y es un río, de pronto solo y acompañado,

que queda ensimismado entre una estrella y otra

bajo el cerrado cuello y la pequeña tos..

(Lease “Los ancianos”).

Su verbo performativo sugiere la impronta del ahora, del aquí, en este lugar donde cita la imaginación y produce una coherencia del conjunto que es rara en la poesía más reciente.

La misma determinación de escoger 43 textos ya contiene un espíritu movilizador. La cifra es asociada en la numerología con el espíritu, la ciencia y el intelecto, con la renovación y la revolución, con la búsqueda de la comunicación efectiva:

…nuestros pasos esperan tus palabras

para pisar la piedra próxima,

el trillo enjuto

y hacer la honda travesía.

(Léase “Interrogación del adelantado”).

Esa comunicación se desarrolla desde un amplio espectro de fórmulas estróficas: el verso libre en la mayoría de las piezas, la combinación estrófica tradicional del soneto —que domina a la perfección—: “Lúcida superficie”, “El hallazgo”, “Ícaro”, “Cuerpo que piensa”, “Comunión de mundo”, “La trocha”, “Un cosmos”, “El eslabón” y “Hacia afuera”, y el desempeño exacto con la prosa poética en un grupo de textos que se refieren al acto mismo de la escritura y la lectura como una unidad: “Ahí vienen los libros”, “Escrituras” y “El trabajo gustoso”.

Manzano escoge precisamente la prosa para sugerirnos su poética. Nada está dicho de manera cómoda, lo connotativo adquiere tonos próximos a la exhortación. Se trata de resumir con soluciones efectivas en el plano del lenguaje, la cotidianidad del hombre como un viaje, a través de las horas, de las alegrías y tristezas, de una esencia contradictoria que se mueve entre el individualismo y la necesidad de lo gregario ese “dolor Vallejo, sin sabor ni expediente, hincado como una mala vértebra, en la sucesión congojosa del vivir”.

El viaje solo es interrumpido por el otro dolor, por la otra congoja, tan gustosa como vivir: la de escribir, que Roberto define como oficio gustoso, pero gustoso por su propia elección de “arquero”, no por una vocación de complacencia: “He aquí, hermanos, lo que os dejo. Fue en silencio, y después de todo. Donde ustedes estuvieron, yo estuve; como ustedes se hilaron, me hilé yo; yo volví, cuando ustedes volvieron. Y luego me senté en la sombra a esculpir en silencio y solo estas tablillas de barro”.6