El hombre crucigrama - Roberto Abad - E-Book

El hombre crucigrama E-Book

Roberto Abad

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Beschreibung

Estamos ante un conjunto de microficciones sobre un hombre melancólico y desahuciado que llega a una cafetería y comienza a narrar historias en voz alta, al tiempo que completa un crucigrama. Al inicio del libro hay un crucigrama en blanco. En lo alto de cada texto, se muestran las casillas vacías de las letras que le corresponden al título. El libro propone que las lectoras y los lectores resuelvan la incógnita de cada título a partir de las pistas que ofrecen sus páginas (las respuestas aparecen al final, en el índice). Cada minificción plantea paradojas y situaciones absurdas para reflexionar acerca de la existencia humana, el doble, la verdad o la relación entre Dios y los seres humanos, en un ejercicio lúdico de lectura y de experimentación con las formas narrativas, y una buena dosis de ironía y desenfado.

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EL HOMBRE CRUCIGRAMA

Yo creo que habría que inventar un juego en el que nadie ganara.

JORGE LUIS BORGES

I. Los designios

El hombre crucigrama entra en la cafetería, escoge una mesa y coloca el sombrero en el centro. Tras ajustarse la corbata que ha escogido frente al espejo, desabotona la gabardina y abre el cuaderno que lleva en las manos. Sabe que su misión debe iniciar en ese instante, conoce las instrucciones de memoria; pero antes ordena un expreso doble. Cuando se lo llevan, siente que al fin las cosas alrededor están en completa armonía: el servilletero cumple riguroso con su posición de centinela y la luz del sol pega de manera intensa en los azulejos del piso. Como si eso le diera confianza, metódico, se acaricia el bigote, echa los anteojos circulares al fondo de la nariz, pega la punta del lápiz a sus labios simétricos y, a pesar de que el establecimiento se encuentra vacío, comienza a contar sus historias.

1

Si existes, Dios mío, haz que este gato reviva, pidió el niño con el animal recién atropellado entre las manos. Nada cambió. Dejó al felino recostado sobre la acera y se fue. No alcanzó a ver cómo más tarde el minino se incorporaba sano y fuerte y subía al tejado.

Te daré otra oportunidad: dale vida a esta ave, ordenó el niño días después, mientras sostenía una paloma muerta debajo de un árbol. Se cansó de esperar, la colocó en el piso, un poco molesto, y se alejó corriendo. Luego de unos segundos, el pájaro abrió las alas y levantó el vuelo hacia las nubes, perdiéndose en la lejanía.

Una necia esperanza obligó al niño a poner al Creador a prueba por última vez.

Si existes realmente, despierta a mamá, le exigió en el cementerio, al lado de la fosa. Se acercó al féretro, lo dejaron despedirse de su madre y le besó la frente. Ella permaneció quieta, sin gestos en el rostro, como una figura de porcelana. El niño estalló en lágrimas. No entendía por qué el cielo ignoraba sus plegarias. Era demasiado joven para darse cuenta del poder divino que le había sido otorgado.

Por eso no fue extraño que, pasada una hora, retumbaran en la sepultura los toquidos desesperados e inútiles de la madre, que abrió los ojos tan fresca como en una mañana soleada de abril, con infinitas ganas de abrazar a su hijo.

2

En siete días construyó todo el universo. Siete días le tomó también destruirlo. Luego reconstruirlo, con sus detalles idénticos, en el mismo tiempo; después, volverlo a desintegrar. Y así hasta dar con lo que hoy existe. Desafortunadamente, en cualquier instante su humor será otro, el de un artista que reconoce con disgusto su obra terminada. Se reprochará, una vez más, lo imperfecta, lo inútil que es. Acabará por arrasar, como es su costumbre, con la incipiente presencia de quienes habitan en ella. Hará uso de la fuerza: tiene los días contados. Al término, se deslumbrará de lo espaciosa que es el área de trabajo. Entonces comenzará otra vez, desde cero, a edificar un nuevo universo. Ebrio de júbilo dejará salir una sonrisa mordaz, casi perversa, al escuchar el crujiente sonido del primer golpe con el cincel.

3

Vi a Dios hacer el mundo. Organizó las formas de la naturaleza –las montañas horizontales, los relámpagos verticales–, y les puso nombre. Enseguida, vi cómo creó a los animales, entre ellos, el hombre y la mujer. Los vi protegerse la piel, cazar un mamut, prender una fogata. Seguí sus pasos en las migraciones de un continente a otro, y vi las chozas que hicieron. Sobrevino el hambre, la muerte, el frío, hasta que dominaron el arte de la siembra. Después llegaron los profetas. Ahí comenzaron las guerras. La sangre corrió por las escalinatas de los templos más altos. Cuando dieron fin a las bombas, se hicieron grandes obras de arte, se edificaron ciudades con rascacielos, muros de cristal, escaleras eléctricas. Las máquinas fueron indispensables en un principio. Siglos después, vi el final de los tiempos. Vi a los jinetes, escuché las trompetas, atestigüé la destrucción. También vi a Dios irse para siempre sin dar respuestas. Lo vi desde esta ventana que da hacia alguna parte de afuera. Y sentí mucha pena.

Pista: lo mismo en un crimen que en la historia universal, la presencia de un observador da sentido a los hechos ocurridos y es fuente de información básica. Este personaje a veces mira de reojo, a veces, por pura coincidencia, de frente. Precavido, sabe qué pasó, pero no lo dice hasta que es cuestionado.

4

Minutos antes del fin del mundo, en una vorágine violenta que retrocedía el tiempo y reconfiguraba el espacio, los humanos se llenaron de pelaje en el cuerpo y fueron monos. Tuvieron escamas, se arrastraron y fueron reptiles. Se sumergieron en los mares, les salieron branquias y fueron peces, musgo, células, átomos... Nada.

A la par, en otra dimensión, un niño despertaba lentamente de un sueño en el cual podía hacer cualquier cosa, como inventar universos.

5           

Cada dios tiene su propio universo. Unos lo prefirieron de fondo fulgurante; otros, opaco y tenue; los más tradicionales, blanco, tibio y con acabados lujosos. En cambio, el nuestro lo quiso oscuro, negro, confuso, también frío, sin esquinas ni centro. Y la poca luz que emana, pertenece a la rebelión de las estrellas, que están en contra de su mal gusto.

6          

Al final de la conferencia de videntes, un hombre trajeado del público pidió el micrófono y le preguntó al viejo intelectual, de canas prolíficas, que recién terminaba de exponer sus ideas: estando a un paso de la muerte, ¿ha pensado en quién lo va a recibir en el más allá? El anciano esperó unos segundos y enseguida, con temible severidad, dio por concluida la plática diciendo:

Usted.