El hombre de mi vida - Laurelin Paige - E-Book

El hombre de mi vida E-Book

Laurelin Paige

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Beschreibung

Era mi mejor amigo… hasta que me dijo que había conocido a una chica Brett Sebastian es mi mejor amigo desde hace diez años. Trabajamos juntos en Sebastian Industrial y cada vez que su primo Scott me utiliza y me deja tirada, sé que puedo llorar sobre su hombro. Pero cuando Brett me confiesa que ha conocido a una chica, algo se me remueve por dentro. ¿Es posible que sienta algo por él? ¿Y si he estado persiguiendo al Sebastian equivocado durante todo este tiempo? Emociónate con este friends to lovers en el lujoso mundo de los Sebastian

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EL HOMBRE DE MI VIDA

Laurelin Paige

Traducción de Cristina Riera Carro

Contenido

Portada

Página de créditos

Sobre este libro

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Sobre la autora

Página de créditos

El hombre de mi vida

V.1: Junio, 2022

Título original: Man For Me

© Laurelin Paige, 2021

© de esta traducción, Cristina Riera Carro, 2022

© de esta edición, Futurbox Project S. L., 2022

Los derechos morales de la autora han sido reconocidos.

Todos los derechos reservados.

Esta edición se ha publicado mediante acuerdo con Bookcase Literary Agency.

Diseño de cubierta: Laurelin Paige

Corrección: Gemma Benavent

Publicado por Chic Editorial

C/ Aragó, 287, 2º 1ª

08009 Barcelona

[email protected]

www.principaldeloslibros.com

ISBN: 978-84-17972-74-5

THEMA: FRD

Conversión a ebook: Taller de los Libros

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

El hombre de mi vida

Era mi mejor amigo… hasta que me dijo que había conocido a una chica

Brett Sebastian es mi mejor amigo desde hace diez años. Trabajamos juntos en Sebastian Industrial y cada vez que su primo Scott me utiliza y me deja tirada, sé que puedo llorar sobre su hombro. Pero cuando Brett me confiesa que ha conocido a una chica, algo se me remueve por dentro. ¿Es posible que sienta algo por él? ¿Y si he estado persiguiendo al Sebastian equivocado durante todo este tiempo?

Emociónate con este friends to lovers en el lujoso mundo de los Sebastian

«Una historia de amor seductora y apasionante con personajes carismáticos y poderosos.»

The Reading Cafe

Para mi marido, de quien me enamoré mientras conspiraba para conquistar al hombre equivocado

Capítulo 1

Iniciar la velada con un orgasmo debería haber sido una señal de que todavía estaban por llegar muchas cosas buenas. En todos los sentidos.

Claro que la mayoría de los orgasmos no se provocan por pena, pero en este caso sí. Aunque Scott no me lo dijera directamente, que me rechazara cuando me tocaba masturbarlo fue una gran pista.

Su respuesta despectiva me resonó en la cabeza: «La única razón por la que he hecho que te corrieras ha sido para que me dejes en paz».

Me negué a que se me escaparan las lágrimas mientras me iba con pasos furiosos.

Bueno, los pasos me llevaron hasta el extremo del tejado. Allí, mi salida se volvió incómoda cuando intenté bajar por la escalerilla de acero que conducía a la azotea con toda la elegancia de la que era capaz una mujer ataviada con un vestido de fiesta, es decir: ninguna. Sobre todo, traté de mantener las rodillas juntas para que nadie en la planta inferior viera que mis bragas habían acabado en el mismo lugar que mi dignidad: en el bolsillo de Scott Sebastian.

Afortunadamente, no había pasado lo mismo con el vestido de fiesta (me lo había prestado mi hermana mayor, como toda mi ropa formal), lo que significaba que debería arreglar el desgarrón que me había al bajar antes de devolvérselo. Genial, acababa de quedarme sin poder ir al Café A Lot en toda la semana.

«Que le den al mundo».

Bueno, a todo el mundo menos a Scott Sebastian, porque era el único al que quería darle en ese momento.

Cuando llegué al pie de la escalera, lancé una última mirada furibunda al tejado con la esperanza de que mi amante ocasional estuviera allí para verla.

Por desgracia, no había nadie.

Y yo, en un arrebato dramático que nadie presenció, alcé la barbilla y me dirigí hecha una furia hacia la barra.

—¿Va todo bien? —pregunté al barman cuando me colé detrás de la barra. Se llamaba Denim.

«Denim».

Me horrorizaría que sus padres le hubieran puesto un nombre tan ridículo de no ser porque estaba segura de que él mismo lo había elegido.

«Actores».

Mejor dicho: «Actores millennials, no tienen remedio». Los demás actores no eran tan excéntricos.

La ciudad estaba repleta de actores pluriempleados que trabajaban de camareros, entre otras cosas, y como mis obligaciones profesionales como recepcionista de algún modo incluían cualquier cometido sin una asignación específica para el departamento de relaciones públicas, era la encargada del personal que trabajaba en fiestas como esta.

Huelga decir que no era la mejor en esta faceta de mi trabajo, ya que había estado ocupada con mi jefe en lugar de estar disponible en la fiesta. Pero la verdad, nada me habría gustado más que asignar este cometido a otra persona. Llevaba unos años pidiéndolo, pero habían aplazado mi petición una y otra vez. Así que ahora era otra cosa más de mi vida que quería mandar a la mierda.

—De maravilla —respondió Denim en un tono monótono, tan poco encantador como siempre, pero decidí no llamarle la atención como otros en mi mismo cargo habrían hecho.

En realidad, no había venido a controlarlo.

Me observó mientras rebuscaba en la nevera del vino.

—¿Puedo ofrecerle algo, señora Waters?

—No, ya lo hago yo. 

Saqué una botella abierta pero casi entera de Moët & Chandon y me aseguré de que la variedad Nectar Impérial fuera semiseco —efectivamente—, y entonces cerré la puerta de la nevera con la cadera. Alcé la botella para que Denim la viera. 

—La ha pedido un invitado.

Poco importaba que la invitada fuera yo y que en realidad yo no fuera una invitada.

—¿Necesitas una copa larga?

—¡No! Así va bien.

—Vaya, entonces hoy será ese tipo de noche —comentó una voz familiar mientras salía hacia el otro lado de la barra.

Me volví y me encontré con la única cara que quería ver en ese momento (en realidad, era la única otra cara que quería ver la mayor parte de las veces).

—Es el tipo de noche que es, Brett —me quejé, como hace cualquier mujer que está pasando por un mal momento y ve a la persona que mejor la conoce en todo el mundo.

Frunció el ceño mientras me limpiaba con el pulgar el rímel corrido.

—¿Quieres que le dé una paliza?

Me obligué a no estremecerme al sentir su caricia.

—Sí, por favor.

—Enseguida.

Sonrió y el blanco radiante de sus dientes realzó el verde de sus ojos. Era difícil saber dónde mirar, como solía ocurrirme. Tenía un rostro muy atractivo, desde el hoyuelo en el mentón hasta los pómulos marcados, pasando por las cejas gruesas y la barba de tres días que le cubría la mandíbula angulosa.

Sin duda, era el hombre más sexy que conocía. Incluso con el paso de los años, no era inmune a su atractivo. La única razón por la que no había intentado tener nada con él era porque no me rehuía. Algo me decía que si quisiera irme a la cama con él, Brett me seguiría como un cachorrito perdido. Ese era el problema (aunque en realidad no habría sido un problema, solo lo era en lo que atañía a mi libido): me adoraba, pero como yo era una mujer rota por dentro, necesitaba que los hombres fueran algo capullos para ponerme cachonda.

Como, por ejemplo, Scott Sebastian.

Claro que Brett nunca le daría una paliza a Scott Sebastian porque, uno, no haría daño ni a una mosca; dos, Scott era tanto su jefe como el mío; y tres, Scott era su primo (por este orden de importancia). Pero, de todas formas, era un bonito detalle por su parte.

Levanté la botella.

—Voy a ahogar las penas con un champán caro que no he pagado. ¿Me acompañas?

Brett volvió la vista atrás por encima del hombro derecho y luego del izquierdo.

—No puedo. Creo que tengo que hacer la pelota un poco más.

¿Ves? Brett era de los buenos. Ni siquiera intentaría convencerme de que no abandonara mis responsabilidades, a pesar de que él me había conseguido el trabajo y ostentaba un cargo que estaba por encima del mío.

Pero como yo no era de las buenas, podía intentar hacerlo cambiar de opinión.

—Ahora mismo estás en un rincón de la barra conmigo. Ya has dejado de hacerles la pelota.

—Bueno, en realidad también intento esconderme de Adrienne Thorne.

Eché la cabeza hacia atrás y gruñí, por él y por mí. La sexagenaria de pelo azul llamaba a la oficina al menos una vez a la semana para pedir una cita con Brett. Su secretaria personal había dejado de aceptar sus llamadas, así que la señora había empezado a llamar al número principal, lo que significaba que ahora era yo la que debía inventar excusas que justificaran por qué Brett no podía reunirse con ella.

—Deberías decirle que no vamos a trabajar con ella y ya está.

—Ya lo he hecho, Eden. Varias veces. Y cree que puede hacerme cambiar de opinión.

Brett era tan bueno que cuando te rechazaba, seguramente te parecía una invitación para esforzarte más para ganártelo.

Pobrecito. No podía evitar ser buena persona.

—¿Quieres que le pegue una paliza? —Le pasé la mano por la corbata, más por sentir algo que para alisársela.

Sí. Brett no era el hombre adecuado para mí, pero tenía un cuerpo impresionante. Nadie puede culparme por apreciarlo.

Me apunté un tanto en silencio cuando Brett se estremeció.

—Aunque te dijera que sí en broma, me da miedo que lo hicieras de verdad.

—Bueno, seguro que perdería el trabajo.

Pasamos un segundo en silencio antes de echarnos a reír. Tanto si Scott Sebastian me correspondía o no, irme a la cama con el jefe me daba cierta ventaja. Sin duda, había sido yo quien lo había perseguido, pero a los Sebastian les preocupa su imagen lo suficiente como para echarme del trabajo de buenas a primeras. Se lo pensarían dos veces antes de hacerlo. Y si me despidiera, seguramente me iría con una buena paga.

Tampoco es que fuera a acusar al hombre de nada, pero si él me creía capaz y esa posibilidad me brindada seguridad laboral, no admitiría en voz alta que no lo haría.

Pensar en el trabajo me hizo sopesar si debía quedarme, como era mi cometido, y ayudar a Brett a eludir a Adrienne Thorne. Lo cierto es que me gustaba estar con él y siempre me animaba después de que Scott me rompiera el corazón. Pero descarté la opción en cuanto vi al rey de Roma bajando por las escaleras y tirando mis bragas en una papelera como quien no quiere la cosa. Desde luego, él no tenía un desgarrón en el traje y parecía tan impecable como antes de subir.

«Que le den, que le den, que le den».

Brett siguió mi mirada y se puso rígido al ver a quién observaba.

Quizá sí que le pegaría una paliza a Scott si se lo pedía.

Pero no se lo diría. Ya me sentía bastante mal por hacer creer a Brett que tenía que escoger un bando, lo que tampoco impedía que yo cayera rendida a los pies de Scott día sí y día también, como un bumerán desgastado que siempre vuelve, pero sí que me obligaba a distender la situación y a poner distancia.

En el sentido de que yo debía distanciarme de mi objeto de deseo antes de acabar a su lado.

—Bueno —Di unas palmaditas a Brett en el pecho como si estuviera tranquilizando a un perro guardián feroz—, tú ve a hacer tu trabajo, yo estaré en el otro lado. —Señalé con la cabeza hacia el otro extremo de la fiesta, que estaba separado por un cordón y donde se habían colocado las cajas extra de alcohol para que el personal no tuviera que ir al almacén cada vez que se quedara sin vodka o whisky. Mientras lo organizábamos todo, había visto que había un sofá y ahora mismo ese rincón aislado me llamaba—. ¿Vendrás luego?

—Sí. —No me pasó por alto el destello de anhelo en sus ojos, como ocurría de vez en cuando, pero, como siempre, fingí no darme cuenta. Señaló el champán—. Guárdame un poco.

—Claro. —Me esforcé por no poner los ojos en blanco. Hacía ver que no tenía sangre azul, porque su sangre no era tan azul como la de la rama de Scott en el árbol genealógico de los Sebastian, pero se había criado con mucha más categoría que yo y prefería el vino seco a mis licores de postres.

Aun así, se los tomaba cuando me acompañaba. No sé si lo hacía para demostrarme su apoyo o porque no quería que bebiera sola y me emborrachara.

Fuera cual fuera la razón, me aseguré de hacerme con otra botella antes de cobijarme en mi soledad. La noche acababa de empezar y Scott ya me había rechazado. Por enésima vez. No estaba de humor para que alguien coartara mis ganas de beber.

Capítulo 2

Ignoré los dos mensajes y la primera llamada de mi hermana. Cuando, tonta de mí, había cogido la segunda botella de champán, no me había asegurado de que estuviera abierta y, por mucho que lo intenté, fue imposible sacar el corcho. Después de derramar la mitad de la primera botella —sí, menuda noche llevaba—, no estaba lo bastante borracha como para lidiar con ella.

Pero como mi hermana es una bruja insistente, se dedicó a llamarme una y otra vez. Al final estaba tan harta que respondí. 

—¿Qué?

—¿Has visto mi mensaje?

—No, estoy trabajando. —Bueno, se suponía que debía estar trabajando. Lo que ella no sabía era que trabajar no era lo que estaba haciendo, precisamente.

Profirió un ruidito que me indicó que estaba tan molesta conmigo como yo con ella, pero solo sirvió para hacerme enfadar todavía más.

—Necesito que compres pañales cuando vuelvas.

«No. Por favor. No. No me… Es que…».

Eché la cabeza hacia atrás y contemplé el cielo estrellado mientras me recordaba que no estaba en condiciones de ser una cabrona con ella porque me dejaba vivir en su espectacular propiedad en Midtown a cambio de un alquiler ridículo.

—¿Cómo es posible que te hayas quedado sin pañales? Si siempre compras más de los que necesitas.

Me recordé que no debía ser una cabrona, pero eso no significaba que no fuera a serlo.

—Esta mañana he dejado un paquete en la guardería y cuando hace un rato he abierto el que había en casa, he visto que Nolan había comprado la talla para niños de tres años en lugar de la talla tres. Ni siquiera sabía que los hacían para esa edad. ¿Quién permite que sus hijos lleven pañales a los tres años? He tenido que usar cinta aislante para que a Finch no se le cayera. Casi no he podido ponerle el pijama por encima. El pobrecito parece un burrito a punto de estallar.

Sonreí al visualizar la imagen que sus palabras habían descrito, pero fruncí el ceño de inmediato. Si Avery no fuera una perfeccionista tan criticona, quizá sería más amable con ella. Seguro que por dentro se reprochaba no haber sido más previsora y le habría gritado a Nolan por haberse equivocado. Ahora necesitaba una voz tranquila, comprensiva y reconfortante.

Pero era evidente que no sería la mía.

—¿Por qué no mandas a Nolan a comprarlos? Ha sido él quien la ha fastidiado.

—Está durmiendo.

Me aparté el teléfono de la oreja para revisar la hora: apenas eran las diez. Qué hombre tan delicado.

No, no estaba siendo justa. El marido de mi hermana se dejaba la piel trabajando. Era su sueldo, pagado por una gran empresa, el que me proporcionaba una vivienda y su generosidad la que me permitía que me quedara con ellos. La verdad es que sin contar a Finch, Nolan era lo que más me gustaba de mi hermana. De no ser por él, nunca habría conocido a Brett. Había sido el padrino de Nolan en su boda hacía una década, y a mí, en mi cometido de dama de honor, me habían pedido que planificara muchas actividades con él.

Congeniamos muchísimo, y como Nolan ahora estaba inmerso en su círculo de amigos casados con hijos, Brett estaba más unido a mí que a su antiguo compañero de la universidad.

—Eden, por favor… —Avery soltó un suspiro de frustración—. ¿Podrías dejar de ser una cabrona y comprar los puñeteros pañales? Tú ya estás fuera. No hay ninguna razón por la que no puedas comprar unos pañales cuando vuelvas a casa.

«¿Y si no tengo intenciones de volver a casa?».

Era lo que quería decirle.

Pero me mordí la lengua, porque, teniendo en cuenta el estado de ánimo de Avery, lo más probable era que me restregara por la cara que, incluso a pesar de que le gustaba a Scott, rara vez me permitía quedarme a dormir en su casa y era una verdad que ya estaba afrontando. No necesitaba que mi perfecta y maravillosa hermana, que tenía una vida igual de perfecta y maravillosa, me lo recordara.

Perfecta menos por la talla de los pañales, eso sí.

Tomé el último sorbo de champán, que fue más bien un buen trago, y apreté los dientes.

—De acuerdo. Iré a comprar los puñeteros pañales. Pero llegaré tarde a casa.

Colgué antes de que pudiera añadir algo más.

—¿Avery? —preguntó Brett, que se dejó caer en el sofá a mi lado.

Mi tono de voz debió de delatarme. Bueno, y el hecho de que si no estaba al teléfono con él, ¿con quién más aparte de mi hermana iba a estar hablando a las diez de la noche de un sábado?

—No me hagas hablar. A todo esto, ¿dónde has estado? Han pasado unas dos horas desde la última vez que te he visto. Por favor, no me digas que ha sido por…

—Adrienne Thorne —dijimos al unísono.

—Deduzco que te ha encontrado.

—Sí. La buena noticia es que por fin le he hecho entender que no nos sumaremos a su proyecto y luego le he presentado a August. Compró las acciones de la compañía secundaria y resulta que quieren patrocinar algo que sea justo como lo que ofrece Adrienne.

Me llevé una mano a la boca con una emoción exagerada (exagerada por el gesto, aunque, a decir verdad, era emocionante saber que por fin nos la quitaríamos de encima).

—¡Es una pena para August Sebastian, pero esto hay que celebrarlo! —Levanté la botella vacía y le di la vuelta—. Pero se nos ha acabado el champán. ¡No me juzgues! Se me ha derramado.

Brett señaló con la cabeza la segunda botella.

—¿Y esa?

—Me da miedo abrirla.

Alargó la mano como si quisiera decirme: «Déjame a mí».

—Había llegado el momento de ponerle punto final. Me ha pedido que baile con ella y…

—Y no has podido decirle que no porque eres así, venga, ¿qué más?

Sonrió tímidamente.

—Y digamos que tiene la mano un poco larga…

—¿¡La abuelita Thorne te ha tocado el culo?! —Me reí con tantas ganas que me rodaban lágrimas por las mejillas.

—Oye, meter mano sin consentimiento no es motivo de risa.

—Ya, bueno, sí que lo es cuando Adrienne Thorne es quien lo hace.

Me lanzó una mirada asesina mientras trataba de abrir la botella, pero la sonrisa no se esfumó. Cuando el corcho salió disparado, el pum repentino me hizo romper a carcajadas a la vez que el champán se le derramaba por la mano.

Sofoqué el impulso de limpiarle el líquido a lametazos y reprimí la oleada de calor que me invadió el vientre cuando Brett se sacó el pañuelo del bolsillo para limpiarse antes de llevarse la botella a los labios y beberse el resto de espuma.

Cuando me la pasó, el champán ya se había estabilizado, pero las mariposas seguían revoloteando en mi estómago.

«Malditos sean los hombres que llevan trajes demasiado caros».

—Pobrecita, tampoco es culpa suya —le dije, y acepté la botella—. Eres todo un partidazo vestido con ese traje de tres piezas. ¿Es un Armani? —Alargué la mano que tenía libre para acariciar el tejido de la americana. O para rozar sin querer los firmes pectorales que había debajo. Viene a ser lo mismo.

—No recuerdo la marca. Puede que incluso sea un Canali. —Tenía los ojos clavados en mi mano, como si le fascinara la posibilidad de que lo estuviera tocando y, no sé por qué, eso hizo que se me entrecortara la respiración.

Aparté los ojos y la mano, pero no fui lo bastante rápida como para evitar que la piel de los brazos se me erizara.

—Bueno, pues te queda muy bien.

—A ti el tuyo también. —Usó un tono suave, y tuve que apresurarme y beber un sorbo de champán antes de que se me ocurriera hacer alguna locura, como derretirme en sus brazos.

—En fin. —Se aclaró la garganta—. Scott. ¿Qué ha pasado?

Consiguió no sonar como si en realidad quisiera decir: «¿Qué ha pasado esta vez?», pero de todas formas fue lo que oí.

«Puf».

Por lo general, me encantaba poner verde a Scott con Brett, pero me empezaba a cansar y podría decir que estaba disfrutando del momento antes de que mencionara a su primo.

Pero la interrupción había sido lo mejor, antes de que yo hiciera alguna estupidez como aprovecharme de que mi mejor amigo se sentía atraído por mí.

Me dejé caer sobre un cojín del sofá.

—Nada. Como siempre. Ni siquiera sé por qué lo sigo intentando.

De hecho, sí que lo sabía. No estaba enamorada de Scott, pero sí que lo estaba de cómo me hacía sentir respecto a mí misma. Era imposible no sentirme una mujer especial, preciosa, divertida y merecedora de la atención de un hombre como él cuando le gustaba al buenorro, inalcanzable y ricachón de Scott Sebastian. Era imposible no sentirme como alguien de éxito.

Pero luego, cuando dejaba de gustarle a Scott, me sentía como una mierda, aunque, en parte, era un consuelo, pues ya se asemejaba más a la realidad. No merecía a alguien como él. Mi vida era un desastre. No era preciosa, ni divertida, ni merecedora de su atención, y ese recordatorio era como un par de calcetines viejos: sabía cómo llevar esa versión de mí. Era más real que la arreglada y la prestada del armario de Avery.

La montaña rusa que suponía toda esta situación se me empezaba a hacer pesada e innecesaria.

—Estoy harta de él. Nunca más —anuncié.

—Eso me suena.

—Esta vez lo digo en serio.

—Eso también me suena.

Miré a Brett de reojo para ver si su expresión me decía lo patética que le parecía, pero encontré algo mucho más difícil de interpretar.