Un hombre para siempre - Laurelin Paige - E-Book
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Un hombre para siempre E-Book

Laurelin Paige

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Beschreibung

Me he enamorado del hombre al mando, pero ¿podrá ser mío para siempre? Scott Sebastian es un mentiroso, aunque la verdad es yo tampoco he sido del todo sincera. No obstante, en su lujoso mundo de medias verdades, no hay lugar para mí. No puedo seguir con él tras descubrir lo que me ha ocultado todo este tiempo. Pero escapar de los Sebastian no es nada fácil. Sabía que eran los dueños de la ciudad, pero no imaginaba que también serían los dueños de mi destino. Descubre el desenlace de la historia de amor entre Tess y Scott Sebastian

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UN HOMBRE PARA SIEMPRE

Laurelin Paige

2
Traducción de Cristina Riera Carro

Contenido

Portada

Página de créditos

Sobre este libro

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Epílogo

Nota de la autora y agradecimientos

Sobre la autora

Página de créditos

Un hombre para siempre

V.1: Diciembre, 2021

Título original: Man in Love

© Laurelin Paige, 2020

© de esta traducción, Cristina Riera Carro, 2021

© de esta edición, Futurbox Project S. L., 2021

Los derechos morales de la autora han sido reconocidos.

Todos los derechos reservados.

Esta edición se ha publicado mediante acuerdo con Bookcase Literary Agency.

Diseño de cubierta: Laurelin Paige

Corrección: Carmen Romero

Publicado por Chic Editorial

C/ Aragó, 287, 2º 1ª

08009 Barcelona

[email protected]

www.principaldeloslibros.com

ISBN: 978-84-17972-62-2

THEMA: FRD

Conversión a ebook: Taller de los Libros

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

Un hombre para siempre

Me he enamorado del hombre al mando, pero ¿podrá ser mío para siempre?

Scott Sebastian es un mentiroso, aunque lo cierto es que yo tampoco he sido del todo sincera. No obstante, en su lujoso mundo de medias verdades, no hay lugar para mí. No puedo seguir con él tras descubrir lo que me ha ocultado todo este tiempo. Pero escapar de los Sebastian no es nada fácil. Sabía que eran los dueños de la ciudad, pero no imaginaba que también serían los dueños de mi destino.

Descubre el desenlace de la historia de amor entre Tess y Scott Sebastian

«La química entre los protagonistas es impresionante y la historia de esta bilogía es única.»

Anne’s Corner Book Blog

Capítulo 1

Tess

—Tu prometido —repetí, porque es que ni de coña. Ni de puta coña Scott Sebastian (el hombre que me había asegurado que no tenía ni mujer ni novia, el hombre con el que me había pasado las últimas tres semanas tonteando y follando, el hombre que me había traído el café a la cama cuando me había despertado en su dormitorio esta misma mañana) era el prometido de Kendra Montgomery.

Aun así, aquí lo tenía, junto a ella y con aspecto de sentirse tan incómodo como yo; sus ojos saltaban de un lado a otro en un intento por evitar los míos. Y aquí estaba también ella, con un anillo tan grande como la tapa de un pintalabios en el dedo. Por eso no lo había pronunciado como una pregunta, porque, cómo no, Scott tenía que ser su prometido. Cómo no, joder.

—¡Sorpresa! —exclamó Kendra con una sonrisa radiante. Como si se esforzara demasiado y, entonces, decidí que tenía que tratarse de una broma. Que había descubierto que yo había actuado a sus espaldas y había hecho la presentación a los Sebastian y que esta era su forma de vengarse.

Pero, entonces, ¿por qué Scott dejaba que Kendra lo agarrara del brazo de esa forma?

Kendra debía de habérselo contado y esta también era la venganza de Scott por todos los secretos que no le había revelado. Incluso era posible que toda esta estratagema fuera idea suya.

Mierda. Quizá incluso me lo mereciera.

No, no me lo merecía. Era una broma cruel y de muy mal gusto.

—¿Lo dices en serio? —Mientras pronunciaba esas palabras, supe que sí. Porque Kendra Montgomery no llegaría a esos extremos (involucrar a sus padres, celebrar una fiesta) solo para darme un supuesto merecido.

Dejó de forzar la sonrisa.

—Debería haberte dicho algo —empezó, con aire culpable—. Lo sé. Y después puedes enfadarte conmigo, te lo prometo. Pero, por ahora, puedes conocer a Scott.

Alzó los ojos para mirar a su prometido (¡su prometido, joder!) y le regaló una sonrisa que era más sincera.

—Ella es mi asistente, Tess Turani.

Parecía que esperaba que nos estrecháramos la mano, pero yo no se la ofrecí, y él tampoco.

—Tess y yo ya… —empezó Scott, con el ceño fruncido, y me di cuenta de que estaba a punto de decirle que ya nos conocíamos, algo que Kendra ya sabría si de verdad me hubiera mandado a hacer la presentación a la empresa.

Así pues, Scott no sabía nada de mi mentira. Y Kendra tampoco. Lo que significaba que esto era real o que estaba teniendo la pesadilla más espantosa de mi vida, y como los zapatos que había sacado del armario de Kendra me iban un poco pequeños y los pies me dolían mucho, decidí que se trataba de la realidad.

Me sentía tan conmocionada y avergonzada y traicionada, todo a la vez, que fui incapaz de intervenir para salvar la situación.

Afortunadamente, Scott no terminó la frase.

—¿Has dicho asistente? —preguntó, centrándose en mi cargo con la misma atención al detalle que había demostrado durante las últimas tres semanas.

Si la tierra se hubiera abierto y me hubiera engullido en ese instante, seguramente la noche habría mejorado.

—Puede que no sea la definición adecuada —respondió Kendra—. No puedo hacer nada sin Tess. Me ayuda a mantener los pies en la tierra.

Podría ser la descripción de una empleada que la sustituye para hacer presentaciones a clientes importantes cuando la jefa no está, ¿verdad?

Tal vez. Solo si Scott lo daba por bueno y no insistía, pero como últimamente parecía ser la tónica habitual en mi vida, no tuve tanta suerte.

—Es fantástico que tu empresa haya crecido hasta el punto de que tengas a alguien que te pueda ayudar a hacer presentaciones a los clientes.

No sabía que fuera posible sentirme todavía más pequeña de lo que ya me sentía.

Kendra clavó los ojos en el suelo.

—Ah, bueno, es que ella no hace presentaciones. Todavía. Pero hablamos mucho del tema. —Cuando me miró a los ojos, vi una disculpa reflejada en los suyos. O la promesa de que de verdad quería ofrecérmelo, solo que aún no había tenido la oportunidad y las típicas excusas de mierda que siempre me soltaba cuando le pedía que me dejara hacer alguna presentación.

Enseguida recordé todas las razones por las que estaba resentida con mi amiga, ahora jefa.

Scott parecía confundido, y con razón.

—Pero si le pediste que presentara…

—Mejor que no hablemos de trabajo en una ocasión tan especial como esta —intervine enseguida. Ahora sabía que lo había engañado, y Kendra todavía no. Pero eso no significaba que tuviéramos que montar un numerito abordando este tema ahora mismo.

Aunque, bien mirado, montar un numerito no empeoraría mucho más la situación.

Scott era su prometido.

Forcé una expresión que esperaba que pareciera agradable.

—Felicidades a los dos. Menuda sorpresa. Vaya, ahí está tu padre, Kendra. No he podido saludarlo todavía, y seguro que tú aún tienes que saludar a mucha gente, así que voy a…

Me fui, dejando la frase inacabada mientras me acercaba a Martin Montgomery. No sabía lo que le iba a decir cuando estuviera frente a él. Tenía un nudo en la garganta y la única frase que se repetía una y otra vez en mi mente era «es su prometido».

Sin embargo, el padre de Kendra había sido mi excusa para huir y ahora que los pies me dirigían hacia él, no sabía cómo cambiar de rumbo. Si al menos hubiera sido capaz de controlar mis pensamientos, me habría ido directa a la habitación. O, mejor todavía, habría pedido un Uber y me habría marchado a casa a morir en brazos de Teyana en vez de quedarme en esta fiesta de postín. No me habría importado que Scott y Kendra me vieran. Habría salido corriendo.

—Tess, ya decía yo que eras tú. —Martin Montgomery me dispensó el abrazo paternal que siempre me daba cuando me saludaba—. Kendra ha insistido mucho en que vinieras. De hecho, eres la única persona a la que ha querido invitar cuando  esta mañana hemos decidido montar la fiesta. Ha dicho que necesitaba tenerte a su lado.

A pesar de mi aturdimiento, me pareció raro. Kendra era una persona solitaria. A veces, y aunque nuestra amistad se había diluido tras acabar la universidad, me daba la sensación de que yo seguía siendo su amiga más cercana. Eso no quitaba que ella formara parte de la alta sociedad y no tenía ninguna duda de que había mujeres en su círculo a las que habría invitado a la fiesta del anuncio de su compromiso. ¿Por qué era yo la número uno de la lista cuando no se había ni molestado en decirme que estaba prometida?

Era como si no quisiera que nadie lo supiera.

Lo más probable era que me estuviera calentando demasiado la cabeza. No era algo sobre lo que ahora pudiera pensar con claridad. Necesitaba aire. Necesitaba salir de aquí.

—Te agradezco como siempre tu hospitalidad, Martin, y me alegro de haber podido venir por Kendra. —Mentira, mentira, mentira, mentira, mentira—. Espero que no te importe, pero no me encuentro muy bien, así que, si me disculpas, voy a subir a la habitación para tomarme un ibuprofeno. —Y a cambiarme, porque no pensaba volver en tren a Nueva York vestida de Vera Wang y eso era lo que haría después, seguro.

—Sí, claro. Lo lamento. Si necesitas algo, pídeselo al personal.

—Gracias, muchas gracias. —Empecé a alejarme con la cabeza vuelta hacia él, por eso no vi al hombre corpulento que tenía enfrente hasta que choqué contra él—. Lo siento, no lo había visto. Ay, señor Sebastian.

No sabía si era mejor o peor que este Sebastian en concreto no fuera Scott, sino su padre.

—Henry —me corrigió, con la misma brusquedad que la última vez que lo había visto en Sebastian Industrial durante la reunión para decidir si su empresa iba a patrocinar o no a la Fundación para la Lucha contra la Disautonomía.

La reunión en la que me había comportado como si tuviera la autoridad necesaria para coordinar un acuerdo de patrocinio cuando bien sabía que no era así.

Y eso que creía que la velada no podía ir a peor…

—Henry —desistí—. Te pido disculpas por haber chocado contigo. No me encuentro muy bien y tenía prisa por irme. —Traté de apartarme, pero dio un paso al lado conmigo.

—Ahora que Kendra ha regresado, espero que sea ella quien se haga cargo de las negociaciones —dijo, como si no le acabara de decir que me encontraba mal. ¿Y si hubiera tenido que vomitar? Ojalá tuviera ganas, para poder vomitar encima de sus zapatos Berluti Scritto.

—Todavía no lo hemos hablado. No quiero empañar la celebración hablando de trabajo. —De nuevo, me aparté a un lado.

De nuevo, volvió a obstruirme el paso.

—Cuando lo habléis, estoy seguro de que Kendra llegará a la conclusión de que un cliente tan importante como Sebastian Industrial merece ser liderado por el mejor talento de la empresa.

Ah, era una amenaza. Sutil, pero una amenaza en cualquier caso. Él había sido el único obstáculo que había impedido que el contrato de patrocinio se firmara. Scott me había prometido que al final accedería, y el hecho de que Henry estuviera teniendo esta conversación conmigo parecía indicar que así sería. Siempre y cuando fuera Kendra quien se encargara y no yo.

Si me hubiera quedado algo de dignidad, habría reivindicado mis capacidades.

Pero no me encontraba en posición de hacerlo. Y, si existía la mínima posibilidad de que la FLD pudiera conseguir el patrocinio, tenía que portarme bien.

—Supongo que Kendra estará de acuerdo —dije, y era más cierto de lo que el señor Sebastian sabía, puesto que iba a quedarme sin trabajo en cuanto Kendra descubriera lo que había hecho.

—Si la Fundación es importante para ti, como supongo que lo es, por cómo te deshiciste en elogios y la pasión con la que la presentaste el otro día, Kendra estará de acuerdo.

Lo había entendido la primera vez, pero logré mantener un tono neutro:

—Lo hablaré con ella mañana a primera hora. —Por teléfono, desde mi apartamento en Jersey City.

—Perfecto. Nosotros también nos quedamos a pasar la noche. No dudes en avisarme si necesitas que intervenga en la conversación.

Maldita sea, ¿se quedaban a pasar la noche?

La madre de Kendra me había dicho que no les quedaban habitaciones libres. Tenía sentido que los Montgomery ofrecieran a los futuros suegros de su hija que se quedaran en Greenwich a pasar la noche en vez de tener que volver a la ciudad tan tarde un sábado por la noche.

Lo que significaba que Scott también se quedaría a pasar la noche, evidentemente.

Lo que significaba que yo también tendría que quedarme a pasar la noche para hablar con Kendra de la FLD y explicarle lo que había hecho. Al menos, si quería que el patrocinio se firmara.

De no haber sido por Teyana, mi mejor amiga, quizá habría decidido que no valía la pena. Pero, para empezar, Tey era la razón por la que había engañado a todo el mundo. Sufría POTS, una afección del sistema autónomo, y lograr que Sebastian Industrial patrocinara la FLD para aumentar los fondos, la investigación y la divulgación del síndrome que mi amiga sufría a diario se había convertido en una prioridad por ella. Era una cuestión personal.

—Si te necesito, te lo haré saber —le dije, tensa—. Y ahora, si me disculpas, por favor… —Iba a pasar la noche, pero no pensaba quedarme ni un puto segundo más en esta fiesta.

Y, esta vez, dejó que pasara por su lado.

Pero Kendra me interceptó. Al menos no iba a acompañada de Scott.

—Por favor, no te enfades conmigo por no habértelo dicho —me suplicó.

Sinceramente, con lo poco que me contaba sobre su vida personal a estas alturas, no me sorprendía nada descubrir que se iba a casar sin haber sabido que mantenía una relación seria. En otras circunstancias, habría puesto los ojos en blanco y habría dicho «típico de ella».

Pero era la prometida de Scott. Y, aunque la traición de Scott no era culpa de Kendra, igualmente estaba enfadada con ella. Y tenía muchas razones para estar enfadada con ella, como que me hubiera encargado una tontería tras otra como a ella le venía en gana y me hubiera tratado como si fuera menos que ella. Además, estar enfadada me daba munición con la que negociar mañana cuando Kendra descubriera que tenía las mismas razones (o incluso más) para estar enfadada conmigo.

—Ahora no es el mejor momento para hablar de esto, Kendra. —Como había hecho con Henry, me hice a un lado para rodearla.

Y, como había hecho Henry, me cortó el paso.

—Tess, por favor, por favor, por favor. No puedo con esto si estás enfadada.

—¿No puedes con qué? ¿Con ser sociable? ¿Con estar prometida? —La voz me salió más alta de lo que pretendía. La bajé para continuar—: Creo que sola te está yendo divinamente.

Empecé a rodearla, pero cambié de idea porque, de pronto, tenía ganas de más:

—¿Por qué no me lo habías contado?

Vaya, quizá sí que estaba más dolida de lo que pensaba porque me hubiera dejado de lado.

—¡Ocurrió, sin más!

—Ocurrió, sin más. O sea, que esta mañana te has levantado y has decidido que te casabas y que ah, sí, incluso tenías un anillo de compromiso escondido en uno de tus bolsos de diseño.

Kendra soltó un ruido de exasperación.

—Vale, hubo una parte que ocurrió hace unos meses, pero hoy he decidido responder que sí. No sabía si quería. Por eso tuve que irme. Para aclararme las ideas.

No ayudó. Porque incluso aunque Scott no hubiera estado prometido oficialmente cuando había estado conmigo, era imposible que hubiera olvidado que le había propuesto matrimonio a una mujer no hacía tanto. Una mujer que, encima, era mi jefa, y él lo sabía.

—Me lo podrías haber contado —le dije, tratando de centrarme en lo que sus secretos revelaban sobre nuestra relación más que sobre mi relación con Scott—. Podría haberte ayudado. ¿No decías que no podías hacer nada sin mí? Si de verdad dependieras tanto de mí, me habrías explicado lo que pasaba.

No. Nada de esto ayudaba. Solo me hacía enfadar más.

De hecho, me estaba ayudando a sentirme menos culpable por haberle mentido. Más justificada en mi decisión de actuar a sus espaldas porque… Kendra se podía ir a la mierda.

Y Scott Sebastian también se podía ir a la mierda.

Esta vez, cuando traté de rodearla, me agarró del brazo.

—¿A dónde vas? ¿Te marchas? ¡Por favor, no te vayas!

Al menos se había dado cuenta de que era una opción.

Estuve a punto de cambiar de opinión otra vez y decirle que me iba.

Pero ¿y la FLD? ¿Y Tey?

—Me marcho de la fiesta y me voy arriba. Me daré un baño y me tomaré un ibuprofeno. Cualquier cosa que quieras decirme puede esperar a mañana.

Pareció animada por el hecho de que no me fuera de su casa.

—¡Podemos hablar esta noche! Vendré a verte a la habitación cuando se haya ido todo el mundo.

Ni de lejos tenía energía para enfrentarme a ella esta misma noche.

—No, ni hablar. Esta noche no. Estoy muy cansada. He tenido una semana muy larga. Después del baño, me iré a dormir. —O, mejor dicho, me echaría a llorar hasta quedarme dormida del agotamiento.

Le cambió la expresión, pero no insistió.

—Mañana, pues. Lo siento. Lo siento mucho.

Retrocedí y me fui directa a las escaleras mientras su última disculpa resonaba en mis oídos.

Y la creía.

Pero no era suficiente para hacerme sentir menos destrozada. Notaba que las lágrimas me asomaban a los ojos. Faltaba muy poco. Enseguida podría darles rienda suelta. Solo tenía que llegar a…

Una mano me agarró con firmeza del brazo y me metió en la antecocina.

—Tenemos que hablar —me soltó Scott.

Me sentía dolida, con el corazón roto, pero la primera emoción que me embargó al verlo fue la furia.

—¡Estás prometido, joder!

A pesar de la oleada de calor que me inundó al notar su tacto, me lo saqué de encima con un empujón, como si fuera tóxico.

—Eres su a-sis-ten-te —me espetó, con la misma rabia.

—No querrás insinuar ahora que eso está al mismo nivel. —Recordé todas las veces que me había mentido deliberadamente y ahora veía cómo había logrado eludir la verdad cada vez: «A día de hoy, no estoy comprometido con nadie en ningún sentido», me había dicho la primera noche que habíamos pasado juntos. «¿Ha hablado de mí alguna vez?», me había respondido cuando yo le había preguntado si tenía una relación muy estrecha con Kendra. «Pues ahí lo tienes», me había contestado cuando le había respondido que ella raras veces lo había hecho.

Madre mía, pero qué idiota había sido. Joder, pero idiota de remate.

—Sin duda hay quien consideraría que se trata del mismo nivel de engaño —dijo, cerrándose en banda y jugando la carta del «Tú me has mentido más»—. Incluso hay quien diría que mentir para lograr el patrocinio de una empresa que vale miles de millones es peor.

Dicho así, mi mentira era una calamidad.

Pero, para considerarla peor, significaba que las empresas eran más importantes que las personas y con eso sí que no estaba de acuerdo:

—Si eres uno de esos, no eres quien creía que eras.

No hacía falta que lo dijera. Era evidente que no lo conocía en absoluto.

O quizá sí que hacía falta que lo dijera porque le había hecho cerrar la boca y torcer el gesto con aire de culpabilidad.

Refrenada su furia, la mía no se disipó, sino que se extendió y se diluyó de forma que sentí mejor lo que había debajo: humillación, desengaño, culpabilidad.

—Mi mentira ha sido para ayudar a gente. —No sabía si me estaba justificando ante él o ante mí misma.

—¿Ayuda que actúes a espaldas de tu jefa? Kendra no tenía ni idea de que nos hemos reunido, Tess. ¿Por qué no tendría que saber que estás colaborando con nosotros? Y ha dicho que nunca has presentado. —Le titilaron los ojos al caer en la cuenta de algo—. Un momento. Si no sabe que has presentado… Por el amor de Dios, Tess, no me digas que no es un acuerdo legítimo.

Si se lo planteaba ahora por primera vez, significaba que también se sentía muy dolido.

—¡Es legítimo! ¡Claro que lo es! Es tu empresa la que está redactando los contratos. Cualquiera podría hacer de enlace entre vosotros y la FLD. Podría haber dicho que trabajaba para cualquiera, y el acuerdo seguiría siendo válido. Solo dije que era de Conscience Connect porque me daba credibilidad. Bueno, y porque trabajo allí de verdad, aunque no en ese puesto.

Ahora que ya había empezado, lo solté todo:

—Pero hace mucho tiempo que estoy preparada para presentar y nadie conoce la FLD como yo; al menos Kendra no. Sabía que seríais el patrocinador perfecto para ellos y le sugerí que os la presentara, pero no quiso. Ni siquiera quiso oírme sin ponerse a la defensiva.

—Por mi culpa —musitó él y se apoyó en la encimera que tenía detrás.

Lo imité con la encimera que había en el lado opuesto.

—Luego desapareció y conocí a Brett en la fiesta. Me dijo que estabais buscando una organización a la que patrocinar y vi la oportunidad de demostrar lo que era capaz de hacer y de ayudar a la FLD. Y como ahora se lo cargue… —Podía explicárselo todo a Kendra y quizá no sería de ayuda. Ella podía decidir que no le importaba guardar las apariencias con la FLD. Ahora que comprendía cuál era su relación con Sebastian Industrial, era imposible que estuviera dispuesta a perjudicar su relación con ellos. Y menos si podía culpar a una empleada que había ido por libre todo el tiempo—. La verdad es que no paré a pensármelo muy bien.

—Yo me encargaré. —Era la misma voz que había usado en la sala de reuniones, cuando me había asegurado que su padre firmaría los contratos.

Dudaba que él poseyera la autoridad necesaria para hacer tales promesas, ni ahora ni antes.

—No puedes ir…

Me cortó:

—Sí que puedo y lo conseguiré. Los contratos se firmarán. Kendra tiene la suficiente desenvoltura empresarial como para no oponerse y mi padre terminará aceptándolo. No tienes que preocuparte. Pase lo que pase, me aseguraré de que el acuerdo se firme.

Todavía estaba intentando asimilar sus palabras empáticas y tranquilizadoras, pero él continuó:

—Ahora tiene más sentido que nunca que yo también lo respalde.

Se me encogió el corazón al recordar por qué tenía más sentido que nunca:

—Estás prometido.

—Tess… —Sonaba tan cargado de dolor como yo. Como si le hubieran disparado una flecha al pecho y esto fuera lo que pronunciaba al ser abatido.

Antes de que pudiera continuar, una mujer a la que reconocí de mi búsqueda en internet asomó la cabeza a la antecocina.

—Aquí estás. El fotógrafo quiere sacaros una fotografía a ti y a Kendra juntos.

La madre de Scott me miró con una expresión que indicaba que sospechaba que estábamos liados.

—¿De verdad, Scott? ¿Hoy precisamente?

Pareció como si cualquier otra noche lo hubiera pillado engañando a su prometida y no hubiera pasado nada. Me habría hecho gracia de no ser porque todo era un desastre.

Scott se enderezó y miró a su madre como si le dijera «dame un momento». Como no se fue, él suspiró y me miró:

—Esto no ha terminado, Tess.

Se marchó y esperé unos segundos. No porque me importara si alguien nos veía saliendo juntos de la antecocina, porque eso me importaba una mierda. Esperé porque la rabia se había ido con él y ahora me paralizaban las ganas de tirarme al suelo y echarme a llorar.

No sé cómo, logré quedarme en pie.

No sé cómo, logré salir y subir las escaleras.

No sé cómo, logré llegar a mi dormitorio, donde cerré la puerta, apoyé la espalda contra ella, me hundí hasta el suelo y me puse a sollozar.

Capítulo 2

Scott

«Esto no puede estar pasando».

Me lo repetía una y otra vez en un mantra silencioso mientras seguía a mi madre entre el gentío. Era imposible que esto estuviera pasando. En cualquier momento me despertaría en mi cama, en mi casa, junto a Tessa, y esto no habría sido más que una pesadilla.

Pero no se trataba de una pesadilla.

Era mi vida real. Estaba metido en este puto berenjenal. Me estaban alejando de la mujer de la que me estaba enamorando para irme a hacer unas fotos con mi prometida, una mujer de la que no estaba enamorado (y nunca lo estaría). Y como me había visto obligado a asistir a la fiesta de los Montgomery (había demasiada gente para poder llamarlo «encuentro improvisado») sin ningún tipo de previo aviso, no podía hacer otra cosa que sonreír, asentir y rezar para que hubiera una mínima posibilidad de que nada de esto estuviera pasando de verdad.

Necesitaba beber algo.

Un camarero se acercaba con una bandeja de copas de champán, pero, antes de poder coger una, mi madre me hizo girar por un pasillo, me metió en un baño y cerró la puerta.

—¿Qué demonios estás haciendo? —me preguntó, con el ceño tan fruncido como le permitía el bótox. Era su cara de enfado, pero solo quienes tenían una relación estrecha con Margo Leahy Sebastian sabían identificarla como tal. Para el resto del mundo, seguro que parecía tan compuesta y serena como siempre: con su pelo largo y rubio (teñido) peinado a la perfección, el pintalabios (del tono adecuado) como si se lo acabara de aplicar y su cuello (estirado quirúrgicamente) bien erguido. Nadie diría que bullía de indignación.

Pero yo sí.

Hacer enfadar a mi madre no era una novedad. Ya no me preocupaba, solo me irritaba. Sobre todo cuando ya estaba haciendo todo lo que me habían pedido tanto ella como mi padre. Incluso había cogido el coche para venir a las putas afueras para la velada de hoy sin replicar, un error del que me arrepentía soberanamente ahora mismo. ¿Qué más quería de mí, joder?

¿Y por qué lo teníamos que hablar en el baño?

El hecho de que estuviéramos encerrados en el baño me permitía dar rienda suelta a mi rabia; de hecho, me apetecía hacerlo desde que había visto a Kendra con el anillo al llegar, pero, por experiencia, sabía que no valía la pena. Era mejor complacer a mi madre y quitármela de encima.

—Creía que querías que me hiciera unas fotos.

—No hay fotos. Ni siquiera hay fotógrafo. Te estaba rescatando de ti mismo.

Se me había acabado la paciencia.

—No estoy de humor para adivinanzas, mamá. ¿De qué coño hablas?

—¿Escondiéndote en la antecocina con una sirvienta? Y precisamente esta noche.

—Un momento. —Ahora ya estaba más que irritado. Estaba rozando la categoría de «furibundo»—. En primer lugar, Tess no es ninguna sirvienta, aunque tampoco es que eso importe ahora, pero quiero dejar las cosas claras, joder. Trabaja con Kendra.

Para Kendra, más bien. Que tampoco importaba. Su explicación de por qué había fingido ostentar un cargo superior al que tenía en la empresa tenía sentido. Conocía de primera mano los tejemanejes que uno se veía obligado a hacer, los acuerdos que tenía que contraer para llegar a algo en esta vida. Aun así, me dolía ser la persona a la que había engañado.

Eso no significaba que lo que teníamos no fuera real. Tenía que serlo. Lo notaba. Era imposible que solo fuera por mi parte.

—Pues claro que trabaja para Kendra —replicó mi madre con cierta repugnancia.

Ahora sí que estaba furibundo.

—¿Qué cojones se supone que significa eso?

—Mira, te voy a dar un consejo, Scott. —Alargó los brazos y me enderezó la corbata, aunque no lo necesitaba—. Tus aventuras amorosas, que no ocurran en tu casa. Es más fácil mantener la discreción de esta forma, e independientemente de lo que tu esposa opine sobre que te lleves a otras mujeres a la cama, te aseguro que no le va a hacer ninguna gracia que juegues con sus otras relaciones. Puedes tener una amante. Pero en otra parte. Y, bajo ningún concepto, en la fiesta del anuncio de tu compromiso.

Eso fue la gota que colmó el vaso.

Le aparté las manos de mi corbata.

—¿Desde cuándo lo de esta noche se ha convertido en una puta fiesta de compromiso? —El mensaje que me había mandado decía que era una cena con la familia Montgomery. Y punto. Me había encontrado con el mensaje en cuanto había mirado el teléfono por la mañana, después de que Tess se hubiera ido.

«Ah, por eso se ha marchado con tantas prisas», caí en la cuenta. Aunque no tenía ni idea de por qué Kendra había necesitado que Tess viniera, a menos que supiera, de alguna forma, que supondría una tortura para mí, y esta no debía de ser la razón por la que la había hecho venir.

Aunque lo cierto era que sabía muy poco sobre mi futura mujer y mucho menos sobre su forma de actuar.

No, no era mi futura mujer.

Pero llevaba puesto el anillo.

«¡Joder! Esto no puede acabar así».

—Ya te he dicho quién iba a venir. ¿Qué esperabas? En cuanto apareciera en público por primera vez con el anillo puesto, era un anuncio de compromiso. No oficial, claro. Celebraremos una fiesta formal más adelante para hacerlo oficial, aunque no por necesidad. Los invitados de esta noche son amigos íntimos de la familia Montgomery, así que quizá lo mantienen en secreto un tiempo, pero ahora ya se ha hecho público. Se filtrará a la prensa. Ya sabes cómo funciona este mundillo.

Sí, claro que sabía cómo funcionaba el mundillo de las relaciones públicas. Ya estaba pensando cómo cojones podía enterrar la noticia antes de que se propagara porque y una mierda que este compromiso iba a terminar en boda.

Con la perspicacia que la caracterizaba, mi madre me leyó el pensamiento:

—No hay vuelta atrás, Scott. Tú mismo lo aceptaste.

Pero eso había sido antes.

Ahora, mi vida había dado un giro de 180 grados y si hubiera algo de justicia en este mundo, cualquier cosa a la que yo hubiera accedido previamente ahora sería nula e inválida.

Sin embargo, sabía que el mundo no funcionaba así. Ni siquiera para un Sebastian.

Sobre todo para un Sebastian.

* * *

Pasaron lo que me parecieron horas y horas hasta que los invitados se fueron. Mis padres se retiraron antes, lo que debía considerar un golpe de suerte, puesto que no me quedaba energía para aguantarlos. Necesitaba tomar esa bebida que llevaba toda la noche buscando.

De hecho, lo que necesitaba era hablar con Tess.

Pero antes tenía que hablar con Kendra y, para eso, necesitaba meterme alcohol en el cuerpo.

Encontré a los camareros en la antecocina vaciando copas de champán. Agarré una y me la bebí de golpe y luego me tragué otra antes de volver a salir en busca de Kendra.

La encontré apoyada en el sofá, estirando y moviendo el cuello hacia un lado y hacia el otro, como si la velada se le hubiera hecho tan cuesta arriba como a mí. No estaba dispuesto a creer que podía darse el caso.

Tras ella, Leila Montgomery daba órdenes a los camareros del servicio de catering en las tareas de limpieza de esa forma tan suya, con amabilidad pero a la vez autoritaria. Martin se encontraba fuera, fumando un cigarrillo. La lluvia había amainado, pero no se alejaba de las ventanas, lo que hacía pensar que hacía fresco y aún había humedad.

Si no hubiera conocido a Tess, ¿estaría ahí fuera, tratando de forjar una buena relación con él?

Me estremecí solo de pensarlo. 

No me interesaba entablar una buena relación con los Montgomery porque ni de lejos iba a formar parte de su familia. ¿Por qué llegué a pensar que esta era la vida que quería? Prácticamente no recordaba al hombre que había sido cuando había tomado esta decisión.

El hombre en el que me había convertido ahora tenía que sacarme de esta situación.

—Tenemos que hablar.

Kendra me miró con ojos cansados. Titubeó un par de segundos antes de suspirar.

—De acuerdo, podemos hablar en mi dormitorio.

Habría preferido no hablar en la habitación, pero teníamos pocas opciones si no quería que alguien nos oyera. Aunque los invitados se habían ido, la casa estaba llena de personal limpiando y también estaban los padres de Kendra y los tres estudiantes chinos que habían acogido.

—Bien —respondí y me aflojé el nudo de la corbata, aunque estaba seguro de que esa no era la causa de mi sensación de asfixia—. Tú primero.

Solo había estado en casa de los Montgomery una vez y no había visto más allá de la planta baja. La seguí por las escaleras y en el descansillo dobló a la derecha, pero miré a la izquierda, preguntándome de quién serían los dormitorios que había en ese lado.

En realidad, me preguntaba cuál sería el de Tessa.

—Tus padres están en este —anunció Kendra cuando pasamos por delante de una puerta cerrada—. Por si querías saberlo.

No, pero resultaba de ayuda.

Pasamos por delante de otra puerta cerrada antes de que se detuviera frente a una tercera que abrió. Se dirigió directa a la cama, donde se dejó caer y me miró con expectación.

Cerré la puerta al entrar y no me preocupé de buscar dónde sentarme antes de abordarla de forma directa:

—¿Qué cojones, Kendra?

—¿Perdona? —Parecía tan molesta conmigo como lo había estado yo cuando mi madre me había preguntado lo mismo hacía unas horas.

Por mí se podía ir a la mierda. No tenía ningún derecho a estar molesta. Era yo quien tenía ese derecho ahora mismo.

—No te atrevas a fingir que no sabes a qué me refiero. ¿Reapareces y de repente le dices a todo el mundo que estamos prometidos sin ni siquiera hablar conmigo antes? ¿No te parece un poco arrogante?

Me fulminó con la mirada.

—Es que estamos prometidos. ¿Acaso lo has olvidado?

En realidad, no lo estábamos. Al menos la última vez que había hablado con ella.

—Lo único que recuerdo es que te fuiste diciendo que necesitabas tiempo para decidirte.

—Pues ahora ya me he decidido. —Giró la cabeza para sacarse un pendiente y el pedrusco que reforzaba su afirmación de que estábamos prometidos acaparó la luz del dormitorio.

Puto anillo. Era tan grande que hasta resultaba de mal gusto. Solo mi madre podía escoger algo tan pretencioso.

Me pasé la mano por la cara y me obligué a hablar con más serenidad de la que sentía:

—De eso hace tres putos meses. —De acuerdo, no estaba mucho más tranquilo, pero es que estaba muy enfadado, joder. Al menos, controlaba el volumen—. Te fuiste sin decir nada. Y cuando me puse en contacto contigo hace un par de semanas para preguntarte qué cojones pensabas hacer, no solo no me respondiste, sino que directamente desapareciste del mapa.

Alzó las manos en un gesto de frustración.

—¡Porque necesitaba tiempo para decidirme! ¡Sin ningún tipo de presión!

—Ahora no hagas ver que te he presionado. —Tal vez mis padres lo habían hecho, pero no tenía ningún derecho a jugar la carta de la presión. Había tenido mucho más tiempo para decidir que yo.

Dejó los pendientes en la mesita de noche con un golpetazo y me miró con una expresión que indicaba que me estaba comportando como un estúpido.

—¡Solo con existir me has presionado! Cualquier mención del apellido Sebastian era presión, y te recuerdo que el apellido Sebastian está en todas partes en Nueva York, y yo solo podía pensar en esta decisión trascendental que tenía pendiente y que tenía que tomar. Era asfixiante, Scott. Tenía que aislarme del mundo, de todo y de todos, para pensar con claridad.

Era muy consciente de lo difícil que era huir del apellido Sebastian.

Con todo, no pude evitar pensar que su respuesta a lo que se le había presentado como la oportunidad de su vida era exagerada y de niñata consentida.

Y, aunque no era importante y no era por lo que quería enfadarme, sí que quería enfadarme con ganas.

—Así que tenías que decidirte. De acuerdo. Pero deberías haberlo hablado conmigo cuando tomaste la decisión para que supiera de qué iba lo de esta noche cuando he recibido la invitación, o mejor dicho, la orden, de venir aquí. Esto ha sido una encerrona, Kendra. Te has puesto el anillo y se lo has ido enseñando a todo el mundo. Me has presentado a tus amigos y empleados como tu prometido. Y ni siquiera me has invitado tú a venir. Que ha sido mi madre, joder. ¿Qué cojones…?

Se encogió de hombros.

—Técnicamente, fue ella quien me propuso matrimonio.

—Eso ahora no viene a cuento, joder. —Apenas conseguía controlar la voz. Apenas conseguía controlarme. Tenía ganas de asestar un puñetazo a la pared. O lanzar algo. A ser posible, ese anillo tan ostentoso. Y mejor si Kendra lo llevaba puesto cuando lo lanzara.

Mi ira debía de ser evidente porque, de repente, Kendra parecía arrepentida.

—Mira, no sé por qué te parece tan grave. Tu familia me planteó la propuesta, y tú parecías estar totalmente de acuerdo en aquel momento. Pues bien, ahora la he aceptado. Me parece que a tus padres les ha encantado que lo hiciera. No sabía que era tan importante que primero hablara contigo. ¿Qué más da? Ya hemos quedado en que follaremos con quien queramos aunque estemos casados y no se me ocurre nada más a lo que este acuerdo pueda perjudicar, así que ¿por qué iba a cambiar nada?

—Pues lo cambia. —Tenía derecho a estar confundida. Yo también lo estaba. Tampoco había creído que terminaría con alguien a quien amara. Qué demonios, ni siquiera sabía qué era el amor. Y con el acuerdo de que podíamos follar con quien quisiéramos, no había tenido ninguna razón para creer que casarme fuera a afectar a mi estilo de vida.

Este había sido mi razonamiento cuando había accedido a todo este circo.

Sin embargo, ahora estaba Tess.

—Un momento. ¿Te lo estás replanteando? —La expresión de Kendra revelaba que no había concebido que pudiera darse esa posibilidad.

La respuesta inteligente era decirle que no. La forma inteligente de proceder era cumplir con el acuerdo. Lo menos inteligente era echar por tierra todos mis planes vitales por una mujer a la que conocía desde hacía solo tres semanas.

—Sí, de hecho, sí. —A la mierda la opción inteligente. Había decidido ser sincero.

Alzó las cejas.

—Pero ¿y aquello de…?

—Ya lo sé —la corté—. Ya sé que hay mucho en juego, joder. No necesito que me lo recuerdes. —Ya tenía suficiente con mis padres a diario. No necesitaba que también me lo dijera mi futura esposa.

«Posible» futura esposa.

Ni añadiendo el adjetivo el término se me antojaba menos repugnante.

Por suerte, Kendra se mostró más comprensible ahora que había admitido que me estaba replanteando el compromiso.

—De acuerdo. ¿Qué necesitas?

Necesitaba aclararme las ideas, eso era lo que necesitaba. Necesitaba deshacerme de todas las ideas románticas que ahora tenía y que, sin duda, nacían del deseo puro. Necesitaba dejar de comportarme como un imbécil integral.

Necesitaba dejar de pensar que necesitaba a Tess.

—Necesito tiempo —dije, haciéndome eco de la respuesta que Kendra había dado el día que mis padres habían propuesto la idea de nuestro matrimonio. El tiempo tampoco cambiaría la situación, pero hoy ya no podía seguir con esta conversación. Kendra no podía arreglar lo que necesitaba que arreglara por mucho que hablara con ella.

No estaba seguro de que hubiera alguien que pudiera.

—¿Cuál es mi habitación? —pregunté, al notar de pronto todo el cansancio.

—Esta —repuso ella, poniéndose en pie.

—Es una broma, ¿no? —Pero justo entonces divisé mi maleta en un rincón del dormitorio, al otro lado de la cama. El mayordomo me la había quitado de las manos cuando había llegado. Había supuesto que la llevaría a mi habitación, dado que Kendra y yo tampoco teníamos que mantener las apariencias para nadie que estuviera en esta casa. Tanto sus padres como los míos sabían que era un matrimonio de conveniencia, no había ninguna atracción. ¿Por qué demonios nos habían puesto en el mismo dormitorio?

—Tampoco hace falta que te dé tanto asco —me espetó mientras se retorcía para sacarse el vestido—. Ya hemos follado, ¿o es que lo has olvidado con la misma facilidad que el compromiso?

—Bajo unas circunstancias completamente distintas. Ni siquiera somos amigos, Kendra. —No aparté los ojos de los suyos, a pesar de que estaba desnuda con la única excepción de la ropa interior. No es que tuviera un mal cuerpo (de hecho, tenía muy buen cuerpo) y la noche que habíamos pasado juntos había estado bien, pero simplemente que no estaba interesado—. No voy a dormir contigo.

—Bueno, pues no quedan habitaciones —me dijo mientras sacaba unos pantalones cortos de pijama de un cajón de la cómoda y lo cerraba de golpe—. Los trillizos Uyghur están en las habitaciones de la otra ala. Luego están tus padres y Tess. Esta es la única habitación que queda.

Así que Tess estaba en esta ala. Era la puerta cerrada ante la que habíamos pasado. Noté un hormigueo en la espalda al darme cuenta, como si tuviera una antena que recibía un mensaje o como si fueran las vibraciones de un aparato eléctrico cuando se conectaba a la corriente.

No me molesté en agarrar la maleta. No contenía nada que necesitara. Salí de la habitación de Kendra mientras le anunciaba:

—Dormiré en un sofá.

Por supuesto, no tenía la menor intención de dormir en un sofá.

Capítulo 3

Tess

—¿En serio? —solté en voz alta, en medio del dormitorio vacío, cuando oí los golpes en la puerta. Estaba tumbada en la cama con una toallita sobre los ojos, con la esperanza de minimizar cualquier signo de haber estado llorando, pero había sido plenamente consciente de la actividad que se había desarrollado en la planta baja.

Mejor dicho, de la actual falta de actividad.

La puerta principal había dejado de abrirse y cerrarse. Hacía como mínimo veinte minutos que no oía voces afuera ni motores que se encendían. Era evidente que la fiesta había terminado.

Lo que significaba que Kendra ya era libre para ignorar mi petición de hablar mañana y por eso estaba llamando a mi puerta.

Qué típico.

Por lo menos no había entrado sin avisar, que también habría sido típico de ella.

Con un suspiro, me quité la toallita de los ojos y me impulsé para levantarme de la cama. Cuando me puse en pie, me alisé el vestido de tubo que no había tenido fuerzas de sacarme. Caminé descalza hacia la puerta y esbocé una sonrisa forzada mientras la abría.

—Kendra, de verdad que no… —La sonrisa desapareció de mi cara en cuanto vi que no era mi jefa quien había llamado a la puerta, sino mi amante.

Mi amante, porque, claro, el tío estaba prometido, joder.

—No, no, no, no. —Empecé a cerrar la puerta, pero él metió un hombro y un zapato en el umbral antes de que pudiera cerrarla.

—Tienes que escucharme —dijo en voz baja, suplicante.

Mi yo de la última vez que había hablado con él lo habría dejado entrar de inmediato, pero no porque quisiera oír lo que venía a decir, sino porque necesitaba hacerle entender desesperadamente por qué había hecho la presentación en su empresa cuando no tenía la autorización para hacerla.

Sin embargo, las dos últimas horas de soledad me habían brindado el tiempo necesario para reordenar y priorizar mis emociones. Sí, mi prioridad número uno seguía siendo la FLD (bueno, al menos eso era lo que no paraba de repetirme), pero ahora ya estaba menos preocupada por la mentira que había contado yo y más enfadada por la mentira que había contado Scott.

Estaba casi tan enfadada con él como lo estaba conmigo misma por haber caído en la trampa de otro ligón.

Y aunque sabía que disfrutaría desahogándome con él tal y como me apetecía hacerlo, decidí que lo mejor era no tener nada que ver con él. Por el bien de la FLD y por el mío también.

Y después de que mañana le confesara a Kendra lo que había hecho, no tendría que volver a verlo. Kendra se haría cargo de las negociaciones o las pararía. Hiciera lo que hiciera, no tendría que volver a hablar con Scott Sebastian nunca más.

Aun así, aquí estaba él, tratando de convencerme para que lo dejara entrar en mi habitación.

—No hay nada que puedas decir, Scott. Vete. Vas a montar una escena. —En realidad no, pero, lista de mí, era muy consciente de que el dormitorio de Kendra estaba justo en la punta de este mismo pasillo.

—No pienso irme hasta que me dejes hablar contigo. —Tenía más fuerza que yo y ya casi había introducido toda la pierna casi sin esforzarse.

«Me cago en todo».

Si no lo dejaba entrar, sí que se iba a armar un escándalo.

Abrí la puerta tan de golpe que entró a trompicones. Sofoqué una risita. Se lo merecía. Mantenía intacto su aspecto elegante y apuesto a pesar de esa entrada tan poco grácil y la corbata aflojada que le rodeaba el cuello.

Joder, pero qué bueno estaba. Buenísimo. Como siempre.

Di un paso para separarme (como si unos cuantos centímetros pudieran minimizar el efecto que tenía sobre mí) y me crucé de brazos con actitud protectora.

—Venga, di.

Él avanzó un paso y yo retrocedí otro y alargué la mano para detenerlo.

—Ni hablar. Este es mi espacio. No lo invadas. Puedes decirme lo que tengas que decir desde ahí.

Seguramente debería haber establecido este tipo de límites con él desde el primer día. Pero mejor tarde que nunca.

Tenía la boca contraída en una fina línea, pero las arrugas que se le dibujaban en el ceño delataban su frustración.

—De acuerdo, no me moveré de aquí.

Era una victoria nimia, pero me animó lo suficiente como para intentar lograr otra: