El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 7 - Miguel de Cervantes Saavedra - E-Book

El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 7 E-Book

Miguel de Cervantes Saavedra

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El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha por Miguel de Cervantes Saavedra, séptimo tomo. Este libro contiene los capítulos XXXIII al XXXV de la primera parte y un prólogo de José Balza.

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MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

El ingenioso hidalgoDon Quijote de la Mancha7

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición FONDO 2000, 1999Primera edición electrónica, 2017

Contiene los capítulos XXXIII al XXXV de la primera parte de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Prólogo de José Balza, tomado de Este mar narrativo,FCE, México, 1987, pp. 39-41.

D. R. © 1999, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-5295-9 (ePub)ISBN 978-607-16-5288-1 (ePub, Obra completa)

Hecho en México - Made in Mexico

Espíritu amable del más fragante humor que haya inspirado nunca la fácil pluma de mi idolatrado Cervantes. Tú que te has deslizado cada día a través de su reja convirtiéndolo con tu presencia en sol radiante la luz crepuscular de su prisión. Tú que has teñido el agua de su jarra con el néctar celestial y que durante todo el tiempo en que escribió sobre Sancho y su amo desplegaste sobre él, sobre su mustio muñón y sobre todos los males de su vida tu manto místico. ¡Vuelve hacia mí tus ojos, te lo imploro! ¡Contempla mis calzones! Son todo lo que tengo en este mundo. Ese lastimoso rasgón me lo hicieron en Lyon.

LAURENCE STERNE

ÍNDICE

PRÓLOGO. José Balza.

CAP. XXXIII.—Donde se cuenta la novela del Curioso impertinente..

CAP. XXXIV.—Donde se prosigue la novela del Curioso impertinente..

CAP. XXXV.—Que trata de la brava y descomunal batalla que Don Quijote tuvo con unos cueros de vino tinto y se da fin a la novela del Curioso impertinente..

Plan de la obra.

PRÓLOGO

JOSÉ BALZA

Ahora estamos en la venta “espanto y asombro” de Sancho, donde se iniciara su infortunio en manos de aquellos bárbaros que lo lanzaron mil veces desde una manta al aire, como una pelota. Pero esta vez Don Quijote regresa, bajo la palabra de la falsa reina Micomicona, con su escudero, y con el barbero, el cura, Cardenio y Dorotea. Los personajes que narraron su fábula personal en ausencia del caballero y de Sancho, ingresan ahora a la historia particular del Quijote durante este viaje. El capítulo se centra, inesperadamente, sobre libros. Ya habíamos visto la quema de la biblioteca del Quijote, suerte de selección —alabanza y condena— para muchas obras famosas de la época; y ahora el ventero discute con el cura la verosimilitud tanto de libros caballerescos como de publicaciones con otros temas. Él y sus inestables huéspedes gustan de las ficciones; “les han contentado mucho”. Así, para sosegar el espíritu, antes de dormir, los viajeros y la gente de la venta escuchan al cura leer la Novela del curioso impertinente.

Anselmo posee un amigo del alma, Lotario; y se casa con Camila. La perfección de su amor le despierta un extraño sentimiento, que sólo puede confiar a su amigo: necesita que Camila sea tentada por Anselmo, aunque todo en ella obedece a profunda honestidad y lealtad. Nada más alejado de la ideal encarnación que Don Quijote ha cumplido en sí mismo —hacer justicia, no mentir, elevarse sobre los conflictos— que la retorcida pretensión de Anselmo. Freud o Lacan hubiesen hallado un extraordinario material de análisis en ese temperamento oblicuo y ansioso, realista y fantasioso; en esa extraña sexualidad que abarca a la esposa fiel y al amigo honrado, hasta destruir en ellos la sinceridad, hasta conducirse a sí mismo a un paroxismo de ansioso placer, y de muerte.

La historia de estos tres personajes seduce por su ambigua exigencia: la lealtad y el engaño simultáneos. Pero recordemos que no se nos está contando algo (una experiencia, un recuerdo, una aventura): estamos leyendo algo que leen los personajes del Quijote.

Tan agible para el autor era diseñar la oscura pureza quijotesca como tocar otros fondos de la realidad. Aquello le permitía el movimiento de ascenso: un espíritu que tiene como modelo la caballería, las aspiraciones nobles (aunque a veces sea cruel, como los demás con él), y cuyo complemento, Sancho, le ayuda a introducir la ingenuidad, el humor, cierta frescura carnal al cuadro. Pero la coherencia interna de estos dos personajes no hubiese permitido al autor tocar otros oleajes. Y es ahora cuando la salida del Quijote por la puerta falsa del corral y cuando la intuitiva conducción del caballo adquieren plenitud total: en este mar narrativo a nada puede ser ajena la novela. Una corriente escondida en las formas de la fabulación, una corriente que venía desde la muerte de Grisóstomo, sacude las aguas: ahora estamos lejos de la obsesiva generosidad del Quijote y de la risa a lo Sancho: giramos dentro de abismos psíquicos, hemos sido lanzados por los “celos imaginados” a pasiones terminantes y sutiles, a conflictos que son, totalmente, literatura: en tanto narrar es una duda y un conocimiento. A las acciones e ironías naturales —que Cervantes maneja con la conducta de Sancho y del Quijote: el hambre, la sed, los gases intestinales, el orinar o defecar— el novelista añade los frutos sombríos del carácter humano, su morbidez y su esplendor. Todo esto deriva de las narraciones (antes amorosas, pastoriles) que lentamente se independizan de sus testigos mayores hasta imponerse como una modalidad de la ficción sobre la ficción. Y es que, al mismo tiempo, la novela esconde, al madurar, una profunda nostalgia por sus orígenes. Siendo ella perfecta en Don Quijote (o en Doktor Faustus, etc.), tiene el derecho a desprender algo de sí misma que evoque sus formas primarias. Toda novela, entonces, sería autónoma por su forma acabada y novedosa, pero también toda novela ansía, rememora sus contornos iniciales: por ello desarrolla en su discurso, abierta o indirectamente, aquellas figuras arquetípicas que le dieron vida: las fábulas, los romances, los cuentos. Secretamente dispersos en su organización, ellos constituyen arterias y vasos comunicantes de la memoria novelesca.

Del mismo modo como esa novela que surge y cristaliza en Don Quijote, deambula en su propio pasado a través de las narraciones intercaladas, asimismo la sustancia (o el espíritu) novelescos contienen en dichas narraciones maneras y estructuras que la novela del futuro habría de desarrollar. Un simple vistazo acerca orgánicamente a Grisóstomo y Marcela, a Cardenio y Luscinda con los procedimientos que aíslan, relacionan o refractan los destinos expuestos por Huxley en Contrapunto. ¿Y acaso no construye Faulkner sus Palmeras salvajes con historias paralelas —o ajenas una a otra— como había hecho Cervantes con El curioso impertinente y la vida del Quijote?

CAPÍTULO XXXIII

Donde se cuenta la novela del Curioso Impertinente

—En Florencia, ciudad rica y famosa de Italia, en la provincia que llaman Toscana, vivían Anselmo y Lotario, dos caballeros ricos y principales, y tan amigos, que, por excelencia y antonomasia, de todos los que los conocían los dos amigos eran llamados. Eran solteros, mozos de una misma edad y de unas mismas costumbres, todo lo cual era bastante causa a que los dos con recíproca amistad se correspondiesen. Bien es verdad que el Anselmo era algo más inclinado a los pasatiempos amorosos que el Lotario, al cual llevaban tras sí los de la caza; pero cuando se ofrecía, dejaba Anselmo de acudir a sus gustos por seguir los de Lotario, y Lotario dejaba los suyos por acudir a los de Anselmo; y desta manera, andaban tan a una sus voluntades, que no había concertado reloj que así lo anduviese.

Andaba Anselmo perdido de amores de una doncella principal y hermosa de la misma ciudad, hija de tan buenos padres y tan buena ella por sí, que se determinó, con el parecer de su amigo Lotario, sin el cual ninguna cosa hacía, de pedilla por esposa a sus padres, y así lo puso en ejecución; y el que llevó la embajada fue Lotario, y el que concluyó el negocio, tan a gusto de su amigo, que en breve tiempo se vio puesto en la posesión que deseaba, y Camila tan contenta de haber alcanzado a Anselmo por esposo, que no cesaba de dar gracias al cielo, y a Lotario, por cuyo medio tanto bien le había venido. Los primeros días, como todos los de boda suelen ser alegres, continuó Lotario frecuentando como solía la casa de su amigo Anselmo, procurando honralle, festejalle y regocijalle con todo aquello que a él le fue posible; pero acabadas las bodas y sosegada ya la frecuencia de las visitas y parabienes, comenzó Lotario a descuidarse con cuidado de las idas en casa de Anselmo, por parecerle a él (como es razón que parezca a todos los que fueren discretos) que no se han de visitar ni continuar las casas de los amigos casados de la misma manera que cuando eran solteros; porque aunque la buena y verdadera amistad no puede ni debe ser sospechosa en nada, con todo esto, es tan delicada la honra del casado, que parece que se puede ofender aun de los mesmos hermanos, cuanto más de los amigos.

Notó Anselmo la remisión de Lotario, y formó dél quejas grandes, diciéndole que si él supiera que el casarse había de ser parte para no comunicalle como solía, que jamás lo hubiera hecho; y que si, por la buena correspondencia que los dos tenían mientras él fue soltero, habían alcanzado tan dulce nombre como el de ser llamados los dos amigos, que no permitiese, por querer hacer del circunspecto, sin otra ocasión alguna, que tan famoso y tan agradable nombre se perdiese; y que así, le suplicaba, si era lícito que tal término de hablar se usase entre ellos, que volviese a ser señor de su casa, y a entrar y salir en ella como de antes, asegurándole que su esposa Camila no tenía otro gusto ni otra voluntad que la que él quería que tuviese, y que por haber sabido ella con cuántas veras los dos se amaban, estaba confusa de ver en él tanta esquiveza.

A todas éstas y otras muchas razones que Anselmo dijo a Lotario para persuadille volviese como solía a su casa, respondió Lotario con tanta prudencia, discreción y aviso, que Anselmo quedó satisfecho de la buena intención de su amigo y quedaron de concierto que dos días en la semana y las fiestas fuese Lotario a comer con él; y aunque esto quedó así concertado entre los dos, propuso Lotario de no hacer más de aquello que viese que más convenía a la honra de su amigo, cuyo crédito estimaba en más