El juego de la seducción - Emma Darcy - E-Book

El juego de la seducción E-Book

Emma Darcy

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Beschreibung

Samantha Connelly sabía por fin lo que era sentirse atractiva, elegante y deseable. Tommy King, el rompecorazones, el hombre al que ella había amado en secreto durante años, se quedó atónito con la transformación. Hasta aquel momento, Samantha y Tommy no habían dejado de pelearse, pero, de repente, aquel antagonismo se transformó en una apasionada atracción sexual. ¿Sería simplemente otro juego más de Tommy o conseguiría Samantha ser la mujer que lo llevara al altar?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Emma Darcy

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El juego de la seducción, n.º 1158- abril 2021

Título original: The Playboy King’s Wife

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1375-567-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

UNA boda en la familia King… pero no sería, como Samantha Connelly había soñado en muchas ocasiones, la suya con Tommy.

A pesar de que sabía que no estaba bien sentir envidia de personas a las que apreciaba y deseaba todo lo mejor, le resultaba imposible cambiar sus sentimientos. Al cabo de una hora aproximadamente, cuando Miranda Wade intercambiara sus votos matrimoniales con Nathan King y los rostros de ambos se iluminaran llenos de felicidad, Samantha se pondría verde de envidia.

Lo peor era que le sería imposible disfrutar de la boda desde un lugar discreto. Como única dama de honor de la novia, no podría pasar desapercibida entre el resto de los invitados. Tendría que estar a mano, ayudando a Miranda en todo lo que fuera necesario. Además, su sufrimiento sería mayor al tener que actuar de pareja de Tommy King, el hermano de Nathan. Actuaba de padrino en una ceremonia en la que Samantha hubiera deseado verse de novia y a él de novio.

Tommy seguía tratándola como si fuera su hermana pequeña, alguien a quien podía acariciar, gastar bromas y tomarla como parte del decorado de su vida.

Tommy, que probablemente se fijaría en todas las mujeres atractivas que acudiesen a la boda menos en ella. Nunca se fijaba en ella. Samantha terminaría diciéndole algo desagradable por puro despecho cuando lo que de verdad deseaba era…

De repente, alguien llamó a la puerta.

—¿Estás vestida, Sam? —preguntó Elizabeth King—. ¿Puedo entrar?

—Sí, estoy lista —respondió Samantha, cambiando la expresión sombría del rostro para prepararse para el escrutinio de la madre de Tommy.

Elizabeth entró en la habitación. Aquel cuarto se le había asignado a Sam años atrás, cuando llegó al rancho de los King por primera vez para trabajar. Había pasado mucho desde entonces pero, no por eso había dejado de sentirse en casa, con Elizabeth ejerciendo el papel de madre. El afecto que las dos mujeres sentían se reflejó en las sonrisas que esbozaron al verse engalanadas para la boda.

—Estás maravillosa, Elizabeth —dijo Susan, contemplando con admiración la camisola gris plateada y la larga falda que la mujer llevaba con distinción.

El conjunto estaba realizado en un punto muy fino, con los ribetes adornados con una cinta de raso. Las hermosas perlas que Elizabeth llevaba siempre completaban el atuendo. A pesar de tener más de sesenta años, era una mujer muy atractiva, alta, de pelo blanco y los hermosos y brillantes ojos que su hijo Tommy había heredado de ella.

—Y tú también, Sam —respondió la mujer, con afecto—. Más hermosa que nunca.

—Los cosméticos hacen milagros —replicó ella, quitándose importancia—. Casi no me reconozco. Las pecas no se me ven, el pelo bien peinado… Es como mirar a una extraña —añadió, mirándose al espejo.

—Eso es porque nunca te has molestado en sacarte partido —comentó Elizabeth, acercándose a Samantha. Sus miradas se cruzaron en el espejo—. Algunas veces, al corazón de una mujer le sienta estupendamente verse bien arreglada.

¿Pensaría también Tommy que estaba muy hermosa y sexy? Efectivamente, el vestido de raso color lila realzaba todas las curvas de su cuerpo. No es que resultara tan exuberante como Miranda pero Samantha se encontraba bastante satisfecha con su figura, muy proporcionada para su altura. La sencilla línea del vestido le daba un aspecto elegante que ella nunca había presentado antes. Pero de ahí a que resultara sexy…

—Bueno, con este vestido, al menos no me podrán decir que soy un marimacho —comentó Samantha, intentando olvidarse del peso que sentía encima del pecho.

—Y tampoco deberías sentirte como tal. ¿Por qué no intentas disfrutar hoy sintiéndote una mujer? No te resistas. Simplemente deja que la imagen que se refleja en el espejo se adueñe de ti.

—Pero no soy yo realmente. Todo este maquillaje…

—Resalta el precioso color azul de tus ojos y los finos rasgos de tu rostro.

—Nunca he llevado el pelo de este modo.

Sam se tocó los rizos pelirrojos que le habían recogido en lo alto de la cabeza. Habitualmente los llevaba sueltos sobre el rostro, de manera que le ocultaban las orejas y los sentimientos cuando lo necesitaba. Aquel peinado la dejaba sin protección alguna.

Tampoco estaba convencida de que hubiera sido muy buena idea lo de la rosa artificial a juego con el vestido que le habían prendido en el pelo. Sospechaba que, tarde o temprano, las horquillas se soltarían y le dejarían el cabello suelto. Sin embargo, aquel era el aspecto que Miranda había escogido para ella por lo que Samantha no había podido hacer otra cosa que cerrar la boca y dejar que la peluquera le peinara del modo que la novia le había indicado.

—¿Es que no ves lo elegante que estás? —preguntó Elizabeth—. Por una vez no tienes el rostro oculto por un montón de rizos rebeldes. Además, llevar el pelo recogido te resalta la línea del cuello y de los hombros y la suavidad de tu piel.

Samantha se sentía muy al descubierto, especialmente por el hecho de que el vestido no tenía tirantes. Además, no estaba acostumbrada a estar elegante, y se sentía algo nerviosa por tener que simular que así era. ¿Y si la rosa se le caía? Ya se imaginaba a Tommy, muriéndose de risa mientras aquel simulacro de elegancia se derrumbaba.

—No soy yo —insistió Samantha con aprensión.

Estaba segura de que se iba a olvidar de que llevaba los ojos maquillados. Probablemente, acabaría por correrse todo el rímel y terminaría por parecer un payaso, especialmente si lloraba durante la ceremonia.

—Claro que eres tú —insistió Elizabeth, tomándola por los hombros—. Eres la que podrías haber sido si no te hubieras criado en una ganadería del desierto australiano, siempre compitiendo con los hombres e intentando demostrar que eres tan buena como ellos, si no mejor, en las todas las tareas, desde domar caballos hasta juntar el ganado con un helicóptero.

—Yo no estaba intentando ser un hombre, Elizabeth —dijo Samantha, sonrojándose—. Solo quería ganarme su respeto.

—Bueno, tal vez te concentraste tanto en ganarte su respeto que te olvidaste de que los hombres también quieren esto. Estabas tan empeñada en ganarles en su propio terreno, incluso cuando domaste a ese semental sin marcar del que Tommy quería ocuparse personalmente.

Samantha frunció el ceño al oír aquella pequeña crítica. Recordaba el incidente de un modo bien distinto. Tenía dieciocho años y estaba desesperada por ganarse la admiración de Tommy y convertir su relación en algo más cálido y personal.

—Él lo estaba haciendo de un modo equivocado —dijo ella, intentando explicar sus actos sin revelar los motivos—. Ese caballo no quería que le dominaran.

—Y tú te encargaste de demostrárselo a Tommy.

—Yo no estaba intentando dejarle en evidencia —afirmó Samantha, sonrojándose al recordar la furiosa reacción de Tommy cuando le entregó el caballo domado—. Yo quería que se lo tomara como un regalo. Pensé que se alegraría.

—Tommy lleva toda su vida compitiendo con Nathan —le explicó Elizabeth, sacudiendo la cabeza—. Por eso creó su propia empresa de aviación, para convertirse en su propio jefe. Ese gesto provocó la admiración y el reconocimiento de Nathan cuando pidió que una parte de Edén se convirtiera en un complejo turístico en las tierras salvajes. A Tommy no le gusta que una mujer compita con él, Sam, quiere una mujer que sea su compañera. Una mujer…

Samantha se mordió los labios y se tragó la réplica que se le había venido a la boca, que podría hacer pedazos la visión de Elizabeth sobre lo que su hijo quería. Las mujeres que le gustaban a Tommy no podían ser otra cosa que las que inflan el ego de los hombres por su aspecto físico. No buscaba compañeras. Si así hubiera sido, no hubiera encontrado otra más capaz para ayudarle y apoyarle que Samantha. Y era un estúpido si no se daba cuenta de eso.

Aquellos pensamientos dejaron la habitación sumida en un incómodo silencio. Samantha no sabía si Elizabeth estaba esperando que ella comentara algo, pero lo que se le venía a la cabeza no era nada de lo que una madre quisiera escuchar sobre su hijo.

—Te he traído el regalo de Nathan por ser la dama de honor de Miranda —dijo al fin Elizabeth.

Entonces, dejó una pequeña caja de terciopelo morado encima de la cómoda. Samantha miró fijamente el estuche. Nunca nadie le había regalado joyas. Un caballo nuevo, una silla de montar, una moto, lecciones para pilotar un helicóptero… Todos sus regalos de cumpleaños habían estado siempre relacionados con lo que quería hacer con su vida, no a embellecer su feminidad.

—Yo no esperaba nada.

—Es una tradición que el novio le dé las gracias a la dama de honor de esta manera —explicó Elizabeth.

—Bueno, como nunca he sido dama de honor… —comentó ella, abriendo la cajita. Al ver el colgante de perlas y la fina cadena de oro con pendientes a juego se quedó atónita—. ¡No puedo aceptar este regalo!

—¡Tonterías! Es el complemento perfecto para el vestido —replicó Elizabeth, sacando el colgante de la caja para ponérselo a Samantha.

—No tengo agujeros en las orejas —confesó Samantha, recordando cómo se le habían infectado cuando se los hizo para competir con el desfile de muñecas Barbie que solía acompañar a Tommy.

—Son de clip. Se han hecho especialmente para ti. Póntelos, Samantha. Quiero ver el efecto completo.

Dándose cuenta de que sería inútil discutir con Elizabeth, dado que probablemente había elegido las joyas ella misma, Samantha se colocó los pendientes e intentó no pensar en lo que aquellas perlas tan bonitas habrían costado a un comprador cualquiera. Para la familia King no sería tanto ya que eran los propietarios de la fábrica de perlas de Broome, por no mencionar su participación en minas de oro y diamantes. Eso aparte del ganado y de las empresas de Tommy.

Su riqueza nunca había intimidado a Samantha… hasta entonces. Siempre se había ganado su manutención en Edén trabajando en la ganadería y, recientemente, en el complejo turístico de Tommy.

Sin embargo, si aquella era la idea que Nathan tenía de un regalo para ella, un recuerdo de su boda y del papel que Samantha iba a tener en la ceremonia, no había más remedio que aceptarlo.

—¡Perfecto! —exclamó Elizabeth, con sus ojos oscuros brillando de satisfacción—. Tienes unas orejas tan bonitas. Deberías enseñarlas más a menudo.

—Son orejas de duende —replicó Samantha, recordando las bromas que había tenido que soportar en el colegio—. Con estos pendientes las tendré doloridas para cuando acabe el día.

—¡Ah! Pero mientras tanto realzan tu rostro y tu cuello de una manera bellísima. Déjatelos puestos. Ahora estás perfecta. Luminosa y atractiva…

Samantha nunca hubiera pensado que aquellas palabras fueran con ella, sin embargo, tuvo que admitir que las perlas marcaban una gran diferencia y añadían un brillo que parecía sacar aún más lustre al raso y a su rojizo cabello.

—Creo que Miranda terminará con la peluquera dentro de diez minutos —dijo Elizabeth, mirando el reloj—. Es mejor que vaya a ayudarla a ponerse el vestido y el velo. Y también tengo que asegurarme de que Nathan y Tommy van bien de tiempo.

—Gracias por… todo, Elizabeth —musitó Samantha.

—Prométeme… Supongo que es mucho pedir.

—Díme, por favor.

—No me lo tomes a mal. Te lo digo con todo el cariño del mundo, créeme. No creo que nadie disfrute con las pequeñas riñas que se producen entre Tommy y tú. Él te pone el cebo y tú lo muerdes y a la inversa. ¿No te parece que hoy os podríais dejar de tonterías? Es el día de la boda de Nathan. Sé que es un hábito que tenéis pero resulta algo infantil y me gustaría… La elegante mujer que veo delante de mí no tiene que competir con nadie —añadió, mirándola con intensidad—. No dejes de pensar en eso, Sam. Gánate el respeto… por ser una mujer.

Infantil… Aquella acusación seguía escociéndole a Samantha incluso minutos después de que Elizabeth se hubiera marchado. Lo peor de todo era que aquellos jueguecitos habían comenzado cuando ambos eran adolescentes. Probablemente había sido un modo algo infantil de ganarse la atención de Tommy pero al menos, en aquellos días, había sido divertido. Sin embargo, la diversión se había transformado en amargura después del incidente del caballo. El profundo resentimiento que él pareció sentir en aquellos instantes se le había contagiado a ella. Por no hablar de la desilusión…

Desde entonces, habían sido diez años de riñas constantes. Samantha no sabía si podría cambiarlo en un día. Con el corazón lleno de angustia, Sam volvió a mirar a la mujer que había reflejada en el espejo. En aquella mujer, no había ni rastro de una niña enojadiza e infantil. Elegante, luminosa, atractiva… ¿podría Samantha comportarse aquel día como lo haría aquella mujer? ¿La trataría Tommy de un modo diferente, vería en ella una mujer a la que desear, a la que hacer el amor en vez de la guerra?

Sam respiró profundamente y tomó una fiera resolución. Aquel día, por mucho que le costara, sería aquella mujer, por dentro y por fuera. Mantendría aquella imagen presente y se comportaría de acuerdo con ella, no solo porque fuera la boda de Nathan. De repente, había visto que aquella sería la única manera de cambiar la relación que había entre Tommy y ella. Si no funcionaba… tal vez nada lo conseguiría nunca.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

HABRÍA sido demasiado dura? Elizabeth no dejaba de pensar en aquello mientras se dirigía a las habitaciones de Nathan. Siempre había considerado que Samantha era una luchadora, una superviviente, siempre chocando contra los mismos obstáculos con la determinación de que, finalmente, conseguiría salirse con la suya. Pero con Tommy estaba llevando a cabo aquella lucha de un modo equivocado. Y, algunas veces, hay que hacer llorar a los que más se quiere.

A pesar de todo, le preocupaba el hecho de que Sam se hubiera mostrado tan… vulnerable. De algún modo, le parecía que había llegado un momento crucial para ambos, para el hijo que siempre sabía cómo hacer reír a Samantha y para la niña-mujer que se había convertido en una molestia para Tommy en vez de ser la alegría de su corazón.

Lo que debía haber tomado un camino satisfactorio para ambos, se había torcido. Elizabeth no estaba segura de que todo fuera a mejorar si ella intervenía.

Después de observarlos a los dos durante años, había llegado a la conclusión de que el orgullo no les permitiría cambiar de actitud.

Tal vez era demasiado tarde y las regañinas constantes habían terminado con lo que podría haber sido. Había intentado advertirles, hablarles de las oportunidades perdidas, del tiempo que pasaba y que nunca se podía recuperar pero no le había servido de nada. Si aquella boda no les hacía cambiar de opinión… bueno, al menos, Elizabeth podría sentir que lo había intentado.

En realidad, los dos eran los responsables de su propia felicidad. El problema era que no confiaba en que ellos la pudieran conseguir por sí mismos. Elizabeth tampoco podría hacerlo pero, al menos, podría empujar…

Nathan no estaba en su habitación. La de Tommy también estaba vacía. Por fin, encontró a sus tres hijos sentados en la barra de bar que había en la sala de billar. Jared, el más joven, estaba sirviendo champán. Con sus trajes de boda, todos ellos estaban tremendamente atractivos, aunque el aspecto físico de cada uno era bastante diferente. Nathan, tan grande y tan fuerte, tan masculino, con unos ojos de un color azul intenso y el pelo negro y liso, era la viva imagen de su padre. Tommy, con aquellos rizos indomables y aquellos ojos marrones llenos de encanto, con la picardía de un pequeño diablo. Y Jared, menos fuerte que sus hermanos, con un encanto menos evidente, los ojos, oscuros y serios, siempre receptivos, y el pelo ligeramente ondulado. Él proporcionaba un ligero equilibrio entre sus dos hermanos.

Durante unos minutos, Elizabeth se quedó de pie, en silencio, contemplándolos con orgullo. Lachlan, su marido, también estaría orgulloso de ellos en un día como aquel, celebrando la boda de su primogénito. Sus hijos eran ya unos hombres y empezaban a seguir sus propios caminos. A Elizabeth le alegraba verlos a todos tan felices y tan relajados los unos con los otros, disfrutando de una cercanía que muy pocas veces podían compartir.

—Pensé que ya habríais bebido todos bastante en la despedida de soltero de anoche —dijo Elizabeth por fin, llamando la atención de sus hijos.

—Es solo un último brindis para terminar mi soltería —se excusó Nathan, con una sonrisa.

—Para calmar los nervios —bromeó Jared.

—Yo, por una vez, necesito fuerzas —declaró Tommy—. Cualquier hombre que haga de pareja de Sam tiene que estar bien en forma, y ya que he sido yo el elegido…

—Creo que podrías dejarlo por un día, Tommy —sugirió Nathan—. Trata a Sam como una dama en vez de como a un sparring de boxeo. Así no le darás motivos para empezar una riña.

Elizabeth miró a su hijo mayor, agradecida de tener un aliado.

—¿Sam una dama? —se burló Tommy—. Primero, no sabría cómo reaccionar. Segundo, me acusaría de tomarle el pelo o sospecharía que tengo un motivo oculto y vería todo lo que yo hiciera o dijera como una trampa en la que le haría caer cuando a ella más le molestara. Ahí es donde yo veo a una dama —añadió, refiriéndose a su madre—. Y, permíteme que te diga que estás maravillosa, mamá. Harás que Nathan se sienta muy orgulloso hoy.

—Gracias, Tommy. Y me parece que Samantha también hará que te sientas orgulloso de ella… si tú se lo permites.

—¿Samantha? —preguntó Tommy, sorprendido—. ¿Desde cuándo es Sam, Samantha?

—Ya lo verás —replicó ella, provocándole cierta curiosidad.

—¿Te apetece una copa de champán, mamá? —preguntó Jared.

—No, gracias. Solo he venido a comprobar que estáis todos listos y que no falta nada.

—¿Pasamos la inspección? —preguntó Nathan, con una sonrisa. Elizabeth, asintió.

—¿Y qué es lo que voy a ver? —quiso saber Tommy, sin poder aguantarse la curiosidad—. ¿Le ha pasado Miranda una varita mágica por encima a Sam?

—¿Podría hablar contigo en privado, Tommy? —sugirió Elizabeth.

—Tengo el anillo —respondió él, dándose un golpecito en el bolsillo de los pantalones—. Conozco todos los deberes de un padrino. Puedes confiar en que los llevaré a cabo. Y, por muchas observaciones incisivas que Sam me haga, mi discurso para darle las gracias a la dama de honor será lo que quieres que sea. ¿Te parece bien?

—No del todo. Por favor… Solo te pido unos cuantos minutos de tu tiempo —insistió Elizabeth, señalándole una habitación contigua.

Haciendo un gesto de protesta con los ojos, Tommy se bajó del taburete y empezó a cantar y bailar.

—Oh, vamos a la ca-a-apilla, vamos a casa-a-arnos…

Entonces, para regocijo de sus hermanos, tomó a su madre entre sus brazos y se puso a bailar con ella, llevándosela entre vueltas y vueltas a la habitación de al lado, desplegando la imagen del playboy que de él se tenía.

Elizabeth se había preguntado muchas veces qué significaba aquello. No creía que su hijo Tommy sintiera el deseo de tener muchas mujeres. Para ella, era más bien la búsqueda de alguien que respondiera a las necesidades que Sam no sabía, o tal vez no podía, responder. Tal vez fuera una cuestión de orgullo, demostrando que a otras muchas mujeres sí les parecía deseable. Sin embargo, aquella actitud no le estaba dando lo que él verdaderamente quería. Y Elizabeth estaba completamente segura de eso.

—Bueno… —dijo Tommy, deteniéndose cuando sus hermanos ya no podían oírles—. ¿Qué es lo que quieres?

—Es el día de la boda de Nathan.

—Eso ya lo sé —replicó él, con un gesto burlón.

—Sí, bueno… me gustaría que fuera un día muy feliz. No quiero ni riñas ni comentarios sarcásticos.

—Pero si yo soy un ángel —replicó él, con aire de inocencia.

—Entonces, demuéstraselo a Samantha por una vez, Tommy. Ya has oído a Nathan. Él no te lo pedirá directamente pero yo sí voy a hacerlo. Déjate de regañinas hoy. Sé amable, generoso… —sugirió Elizabeth. El rostro de Tommy adquirió una expresión hermética—. Tommy, lo único que te estoy pidiendo es que la trates como tratarías a cualquier otra mujer. No lo estropees.

—¿Qué voy a estropear?

—Este día. Tú eres mayor que ella. Y Dios sabe que ya tienes bastante experiencia con las mujeres como para manejar esta situación con delicadeza. Ella está nerviosa, tiene miedo…

—¿Miedo? Sam nunca ha tenido miedo de nada.

—¿Es que crees que soy tonta, Tommy? ¿Acaso crees que estoy hablando para oír mi voz únicamente? Te estoy diciendo que hoy no lleva puesta su habitual coraza. Te estoy diciendo que hoy es muy vulnerable. Y si le haces daño, Tommy, estaría mal, muy mal.

—No tengo intención de hacerle daño a Sam.

—Espero que tengas mucho cuidado de no hacerlo —añadió Elizabeth, extendiendo la mano para apretarle el brazo—. Por tu bien. Y el de ella.

—¿Crees que yo tengo la culpa de todo?

La pasión que Tommy puso en aquellas palabras le dijo a Elizabeth más de lo que Tommy podría haberle confesado nunca… la frustración que sentía por su relación con Samantha Connelly. Sin embargo, rápidamente se dio cuenta de que no serviría de nada remover el pasado. Tenía que apelar al hombre que era entonces, al hombre que todavía deseaba lo que podría ocurrir… si el terreno se le preparaba convenientemente.

—No —respondió ella—. Simplemente confío en que te comportes con la suficiente madurez, y creo que así será, para hacer que todo sea un éxito en el día de hoy. Darte a ti mismo sin esperar nada a cambio. Simplemente darte…