El lado oscuro - Sally Green - E-Book

El lado oscuro E-Book

Sally Green

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Beschreibung

Magia, suspenso, violencia y un héroe sorprendente que se lanza contra viento y marea en busca de su verdadera identidad. Inglaterra, época actual. Nathan Byrn sabe que no es como los demás. Aunque su madre era una respetada Bruja Blanca, su padre pertenece al linaje de los temibles Brujos Negros, lo cual hace de él un ser dividido que se debate entre la luz y las tinieblas. Este origen no le permite integrarse plenamente a la comunidad Blanca, la cual lo trata con desprecio y recelo. El hecho de que Nathan sea, además, hijo de Marcus, el más temido y odiado de los Brujos Negros, sólo sirve para empeorar su situación. El Consejo de los Brujos Blancos ha decidido someterlo a un control brutal para evitar que su lado sombrío se imponga. No obstante, llega el momento en el que Nathan decide convertirse en el dueño de su destino: será él y nadie más quien determine su camino. En la línea de Patrick Ness y Markus Zusak, El lado oscuro es una novela apasionante sobre la alienación y el indomable deseo de supervivencia.

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Para mi madre

No existe nada bueno ni malo, es el pensamiento humano el que lo hace parecer así.

Hamlet, WILLIAM SHAKESPEARE

EL TRUCO

Hay dos niños, muchachos, sentados bien juntitos, apretujados por los grandes brazos de un viejo sillón. Tú eres el de la izquierda.

Sientes el calor del otro chico cuando te acercas a él, y él lleva su mirada de la tele hacia ti, en una especie de cámara lenta.

—¿Te está gustando? —pregunta.

Asientes con la cabeza. Te rodea con un brazo y vuelve a la pantalla.

Después, los dos quieren emular la escena que han visto en la película. A escondidas sacan la caja grande de cerillos del cajón de la cocina y salen corriendo hacia el bosque.

Te toca a ti primero. Enciendes el cerillo y lo sostienes entre tus dedos pulgar e índice, dejando que se queme hasta abajo y se apague solo. Te quemas los dedos pero sostienes el cerillo ennegrecido.

El truco funciona.

El otro niño también lo intenta. Pero no lo consigue y deja caer el cerillo.

Después despiertas y recuerdas dónde estás.

LA JAULA

El truco es que no te importe. Que no te importe que te duela, que no te importe nada.

El truco de que no te importe es clave; es el único truco posible. Aquí no hay nada, sólo una jaula junto a una cabaña, rodeada de un montón de montañas y árboles y cielo.

Es una jaula de un solo truco.

FLEXIONES

La rutina está bien.

Despertarse al aire libre está bien. Despertarse en la jaula y con los grilletes es lo que es. No puedes dejar que la jaula te afecte. Los grilletes te laceran pero sanarse es rápido y fácil, así que ¿qué tiene de malo?

La jaula ha mejorado mucho desde que pusieron los vellones. Incluso cuando están húmedos, están calientitos. El toldo del lado norte fue una gran mejora también. Tienes refugio contra el viento más recio y contra la lluvia. Y un poco de sombra si hace calor y sol. ¡Es una broma! También hay que conservar el sentido del humor.

Así que la rutina consiste en despertarse mientras el cielo se aclara antes del amanecer. No tienes que mover un solo músculo, ni siquiera tienes que abrir los ojos para saber que está amaneciendo; puedes quedarte ahí acostado y absorberlo todo.

Esta es la mejor parte del día.

No hay muchos pájaros alrededor, unos pocos, no demasiados. Estaría bien conocer todos sus nombres, sin embargo conoces sus distintos reclamos. No hay gaviotas, lo que te da qué pensar, y tampoco hay estelas de humo. Normalmente el viento es silencioso en la tranquilidad antes del alba, y de alguna manera el aire ya se siente más tibio cuando comienza a amanecer.

Ahora puedes abrir los ojos y disfrutar durante unos minutos de la aurora, que hoy es una delgada línea rosa que se extiende a lo largo de la cima de una estrecha franja de nubes situada sobre las borrosas colinas verdes. Y todavía tienes un minuto, quizá hasta dos, para poner en orden tus ideas antes de que ella aparezca.

Sin embargo, tienes un plan, y la mejor idea es dejarlo todo calculado la noche anterior para que lo puedas ejecutar sin pensarlo. Generalmente el plan es hacer lo que te digan, pero no todos los días, y desde luego hoy no.

Esperas hasta que ella aparece y te arroja las llaves. Atrapas las llaves, liberas tus tobillos, los frotas para enfatizar el dolor que ella te está infligiendo, abres el grillete izquierdo, abres el derecho, te pones de pie, abres la puerta de la jaula, le vuelves a arrojar las llaves, empujas la puerta de la jaula, sales—siempre con la cabeza agachada, nunca la mires a los ojos, a menos que sea parte de algún otro plan—, te masajeas la espalda y quizá gimes un poco, caminas hasta el lecho de hierbas, orinas.

A veces ella trata de confundirte, claro, cambiándote la rutina. A veces quiere que hagas las tareas antes de los ejercicios pero la mayoría de los días lo primero son las flexiones. Sabrás cuántas tienes que hacer mientras todavía te estés subiendo el cierre.

—Cincuenta.

Lo dice bajito. Sabe que la estás escuchando.

Te tomas tu tiempo como de costumbre. Es siempre parte del plan. Hacerla esperar.

Te frotas el brazo derecho. La pulsera de metal te lo lastima cuando tienes puesto el grillete. Lo sanas y sientes un ligero zumbido. Ladeas la cabeza, los hombros, la cabeza otra vez y luego te paras ahí, sólo te paras ahí durante uno o dos segundos más, empujándola hasta el límite, antes de tirarte al suelo.

UnaEl truco esDosque no te importe.TresEl únicoCuatrotruco.CincoPero haySeisun montón deSietetácticas.OchoMontones.NueveEstar alertaDieztodo el tiempo.OnceTodo el tiempo.DoceY esTrecefácil.CatorcePorque no hayQuincenada másDieciséisque hacer.Diecisiete¿Alerta de qué?DieciochoDe algo.DiecinueveLo que sea.VeinteLoVeintiunaqueVeintidóssea.VeintitrésUn error.VeinticuatroUna oportunidad.VeinticincoUn desliz.VeintiséisElVeintisietemás diminutoVeintiochoerrorVeintinuevede laTreintaBrujaTreinta y unaBlancaTreinta y dosdelTreinta y tresinfierno.Treinta y cuatroPorque ella cometeTreinta y cincoerrores.Treinta y seisYa lo creo.Treinta y sieteY si ese errorTreinta y ochono llegaTreinta y nuevea nada,CuarentaesperasCuarenta y unaal siguiente,Cuarenta y dosy al siguiente,Cuarenta y tresy al siguiente.Cuarenta y cuatroHastaCuarenta y cincoqueCuarenta y seislo logres.Cuarenta y sieteHastaCuarenta y ochoque seasCuarenta y nuevelibre.

Te levantas. Habrá contado pero su otra táctica es no dejártelo notar.

No dice nada pero da un paso hacia ti y te golpea la cara con el dorso de la mano.

Cincuenta“Cincuenta”

Después de las flexiones sólo hay que ponerse de pie y esperar. Mejor mirar al suelo. Estás junto a la jaula en el sendero. El sendero está lodoso, pero no lo vas a barrer, hoy no, con este plan no. Ha llovido mucho durante los últimos días. El otoño está llegando rápidamente. Aun así, hoy no llueve; y eso es una buena noticia.

—Haz el circuito exterior —de nuevo habla bajito. No hay necesidad de alzar la voz.

Y te vas al trote… pero todavía no. Tienes que hacerle pensar que estás siendo el mismo difícil-pero-básicamente-dócil de siempre, de forma que golpeas tus botas para quitarles el lodo; el tacón de la bota izquierda sobre la punta derecha, seguido del tacón de la bota derecha sobre la punta izquierda. Alzas una mano, levantas la vista y miras a tu alrededor como si evaluaras la dirección del viento, escupes sobre las plantas de papa, miras a la izquierda y a la derecha como si esperaras un hueco entre los coches para cruzar la calle y… dejas que pase el autobús… y entonces arrancas.

Saltas sobre el muro de piedra seca hasta el otro lado, después cruzas el páramo, dirigiéndote hacia los árboles.

Libertad.

¡Cómo no!

Pero tienes un plan y has aprendido mucho en estos cuatro meses. La mayor velocidad con la que has completado el circuito exterior para ella son cuarenta y cinco minutos. Lo puedes hacer en menos de eso, en cuarenta quizá, porque te detienes junto al riachuelo en el extremo más apartado y descansas, y bebes, y escuchas, y miras, y una vez lograste llegar a la cresta y mirar por encima para ver otras colinas, otros árboles y un loch1 —podría ser un lago pero algo tienen el brezo y la duración de los días de verano que te dicen que se trata de un loch—.

Hoy el plan es acelerar cuando no esté a la vista. Es fácil. Fácil. La dieta que te da es estupenda. Tienes que concederle algo de crédito, porque estás muy sano, en perfecta forma. Carne, verdura, más carne, más verdura y, no lo olvides, mucho aire fresco. ¡Ah, esto sí que es vida!

Lo estás haciendo bien. Mantienes un buen ritmo. Tu mejor ritmo.

Y estás zumbando, sanándote a ti mismo de su pequeña bofetada; te está provocando un ligero zumbido, zumbido, zumbido.

Ya estás en el extremo más lejano, desde donde podrías atajar de vuelta al circuito interior, que en realidad es la mitad del circuito exterior. Pero ella no quería que hicieras el circuito interior, y en cualquier caso tú ibas a hacer el exterior, da igual qué dijera.

Este debe ser el más rápido que has hecho hasta ahora.

Después hasta la cresta.

Y dejas que la gravedad te lleve hacia abajo dando zancadas largas hasta el arroyo que lleva al loch.

Pero ahora se complican las cosas. Estás justo fuera del área del circuito y pronto estarás lejos de él. Ella no sabrá que te has ido hasta que se te haga tarde. Eso te da veinticinco minutos desde que dejes el circuito —quizá treinta, o treinta y cinco, pero pongamos que habrán pasado veinticinco minutos antes de que vaya por ti—. Pero ella no es el problema; el problema es la pulsera. Se partirá cuando te hayas alejado demasiado. Si funciona con brujería o con ciencia, o con las dos cosas, no lo sabes, pero se partirá. Ella te lo dijo el Primer Día, y te dijo que la pulsera contiene un líquido, un ácido. El líquido brotará si te alejas demasiado y te quemará hasta atravesarte la muñeca.

“Te arrancará la mano”, fue lo que dijo.

Ahora estás yendo hacia abajo. Se escucha un clic… y comienza a arder.

Pero tú tienes un plan.

Te detienes y sumerges la muñeca en el arroyo. El arroyo silba. El agua ayuda, aunque es una poción extraña, viscosa y pegajosa que no se quita fácilmente al lavarla. Y saldrá más. Pero tienes que seguir adelante.

Acolchas bien la pulsera con musgo mojado y turba. La vuelves a hundir. Le metes más relleno. Estás tardando demasiado. Sigue adelante.

Hacia abajo.

Sigue el arroyo.

El truco es que tu muñeca no importe. Tus piernas marchan bien. Estás cubriendo mucho terreno.

Y de todos modos perder una mano no es algo tan terrible. La puedes reemplazar por algo útil… por un gancho… o por una zarpa de cuatro garras como la del tipo de Operación Dragón… o quizá por algo que tenga navajas retráctiles que cuando luchas, salgan, ker-ching2… o incluso por llamas… pero de ninguna manera te vas a poner una mano ortopédica, eso lo tienes claro… de ninguna manera. Sientes un mareo en la cabeza. Y también un zumbido. Tu cuerpo está tratando de sanar tu muñeca. Nunca se sabe, quizá logres salir de esta con las dos manos. Aun así, el truco es que no te importe. De cualquier manera, ya has salido.

Tienes que parar. Empápala en el arroyo otra vez, ponle un poco de turba fresca y sigue adelante.

Casi has llegado hasta el loch.

Casi.

¡Oh sí! Maldito frío.

Eres demasiado lento. Caminar por el agua es lento pero es bueno mantener tu brazo en el agua.

Sólo tienes que seguir adelante.

Sigue adelante.

Es un loch endemoniadamente grande. Pero eso está bien. Cuanto más grande mejor. Significa que tu mano estará más tiempo en el agua.

Te sientes mal… ¡Ahhh!

Mierda, esa mano tiene muy mal aspecto. Pero el ácido ha dejado de brotar de la pulsera. Vas a lograrlo. Le has ganado. Podrás encontrar a Mercury. Recibirás tres regalos.

Pero tienes que seguir adelante.

En un momento llegarás al final del loch.

Vas bien. Vas bien.

No falta mucho.

Pronto podrás ver por encima hacia el valle, y…

1 Mientras que en inglés se utiliza lake, en escocés se emplea la palabra loch para denominar un lago.

2 Onomatopeya que reproduce el sonido de una caja registradora o de una máquina tragamonedas al pagar.

PLANCHAR

—Casi pierdes la mano.

Está sobre la mesa de la cocina, unida todavía a tu brazo a través de hueso, músculo y tendón, visibles en la carne viva y abierta que rodea tu muñeca. La piel que solía estar ahí ha formado riachuelos como de lava, que bajan chorreando hasta tus dedos como si se hubieran derretido y vuelto a endurecer. Toda tu mano se está hinchando de lo lindo y duele como… bueno, como una quemadura de ácido. Tus dedos tiemblan pero tu pulgar no responde.

—Es posible que puedas volver a usar los dedos. O no.

Te quitó la pulsera de la muñeca en el loch y esparció un ungüento sobre la herida para atenuar el dolor.

Iba preparada. Siempre está preparada.

¿Y cómo llegó ahí tan rápido? ¿Corrió? ¿Voló en una maldita escoba?

No importa cómo llegara al loch, de todos modos tuviste que volver caminando con ella. Y fue una caminata dura.

—¿Por qué no me hablas?

La tienes delante de tus narices.

—Estoy aquí para enseñarte, Nathan. Pero tienes que dejar de tratar de escapar.

Es tan fea que tienes que apartar la cara.

Hay una tabla para planchar colocada al otro lado de la mesa de la cocina.

¿Estaba planchando? ¿Planchaba sus pantalones de camuflaje?

—Nathan. Mírame.

Mantienes los ojos fijos en la plancha.

—Te quiero ayudar, Nathan.

Arrancas un gargajo enorme, te das la vuelta y le escupes. Pero ella es veloz, y da un paso atrás para que caiga en su camisa y no en su cara.

No te golpea, lo cual te sorprende.

—Tienes que comer. Te calentaré un poco de estofado.

También eso te sorprende. Casi siempre tienes que cocinar, limpiar y barrer tú.

Pero nunca has tenido que planchar.

Ella va a la despensa. No hay refrigerador. No hay electricidad. Sólo hay una estufa para quemar leña. Acomodar la fogata y limpiarla también son tus tareas.

Mientras está en la despensa le echas un vistazo a la plancha. Sientes las piernas débiles, inestables, pero tienes la cabeza despejada. Lo suficientemente despejada. Un trago de agua podría ayudar, pero quieres echarle un vistazo a la plancha. Sólo es un viejo trozo de metal con forma de plancha y con una manija de metal. Está pesada y fría. Hay que calentarla en la estufa para que funcione. Debe tardar siglos. Ella se encuentra a kilómetros de cualquier lugar y cosa, ¡pero plancha sus pantalones y camisas!

Cuando regresa unos segundos después, ya has rodeado la puerta de la despensa y lanzas la plancha con la punta hacia abajo, fuertemente contra su cabeza.

Pero ella es malditamente alta y malditamente rápida. La plancha le roza el borde del cuero cabelludo y se hunde en su hombro.

Estás en el suelo tapándote los oídos, mirando sus botas antes de desmayarte.

EL TRUCO NO FUNCIONA

Ella está hablando pero no le encuentras sentido a lo que dice.

Estás sentado a la mesa de la cocina otra vez, sudando y temblando un poco, y por tu cuello cae un chorro de sangre de tu oído izquierdo. Ese oído no sana. No consigues oír nada por ese lado. Y tu nariz está hecha un desastre. Debes haber caído sobre ella cuando te desplomaste. Está rota, tapada y sangrienta, y tampoco se sana.

Tu mano descansa sobre la mesa y ahora está tan hinchada que los dedos no se mueven en absoluto.

Ella se encuentra sentada a tu lado en la silla y está esparciendo el ungüento otra vez sobre tu muñeca. Es refrescante. Adormecedor.

Y estaría tan bien estar adormecido así por todos lados, insensible a todo. Pero eso no va a pasar. Lo que pasará es que te volverá a encerrar con llave en la jaula, te encadenará, y así seguirá y seguirá y seguirá…

Y de esta forma el truco no funciona. No funciona y sí te importa; te importa mucho. No quieres volver a estar en esa jaula y tampoco quieres volver a usar el truco. Ya no quieres nada de eso.

La cortada en su cuero cabelludo ha sanado pero descubres la ancha rugosidad de una costra negra-rojiza bajo su pelo rubio, y hay sangre en su hombro. Ella todavía está hablando de algo, sus gordos labios babosos se mueven sin parar.

Miras alrededor del cuarto: el fregadero de la cocina, la ventana que da hacia el huerto y la jaula, la estufa, la tabla para planchar, la puerta de la despensa y de nuevo miras a la fea mujer con pantalones bien planchaditos. Y con sus botas limpias. Y en su bota está su pequeño cuchillo. A veces lo guarda ahí. Lo viste cuando estabas en el suelo.

Estás mareado así que es fácil desvanecerse y caer de rodillas. Te toma por las axilas pero tu mano izquierda no está herida, y encuentra el mango y desliza el cuchillo fuera de su bota mientras ella lidia con tu peso muerto, y mientras dejas que tu cuerpo se hunda más, llevas la navaja a tu yugular. Con fuerza y rapidez.

Pero es tan malditamente rápida, y pateas y peleas, y peleas y pateas, pero ella logra quitarte el cuchillo y ya no puedes ni patear ni pelear.

De nuevo en la jaula. Engrilletado. Te estuviste despertando a cada rato anoche… sudando… el oído todavía no responde… respiras por la boca porque tienes la nariz tapada. Incluso encadenó tu muñeca herida, y todo tu brazo está tan hinchado que el grillete te aprieta.

Es tarde por la mañana pero todavía no ha venido por ti. Está haciendo algo en la cabaña. Golpeteando. Sale humo de la chimenea.

Hoy hace calor y sopla una brisa del suroeste, las nubes atraviesan el firmamento en silencio, y los rayos del sol se cuelan a ratos, acariciando tu mejilla y arrojando las sombras de los barrotes sobre tus piernas. Pero ya lo has visto todo antes, así que cierras los ojos y recuerdas cosas. A veces está bien hacer eso.

MI MADRE

Estoy parado de puntitas. La foto está en la mesa del pasillo pero no consigo alcanzarla. Me estiro y estiro y le doy un empujoncito al marco con las puntas de mis dedos. Está pesado y golpea el piso con estrépito.

Aguanto la respiración. No viene nadie.

Levanto el marco con cuidado. El vidrio no se ha roto. Me siento bajo la mesa con la espalda contra la pared.

Mi madre es hermosa. La fotografía la tomaron el día de su boda. Está entornando los ojos hacia el sol con la luz dándole en el pelo; lleva un vestido blanco y en la mano flores blancas. Su marido está junto a ella. Él está guapo y sonriente. Cubro su rostro con mi mano.

No sé cuánto tiempo llevo sentado ahí. Me gusta mirar a mi madre.

Jessica aparece de repente. Había olvidado estar atento a su llegada.

Trata de arrebatarme el marco.

No lo suelto. Me aferro a él. Con ganas.

Pero tengo las manos sudadas.

Y Jessica es mucho más grande que yo. Tira hacia arriba, levantándome hasta ponerme de pie, y el marco se me resbala de las manos. Ella lo sostiene en lo alto a su izquierda y lo baja rápidamente en diagonal, cortando mi pómulo con el borde del marco.

—No vuelvas a tocar esta foto jamás.

JESSICA Y LA PRIMERA NOTIFICACIÓN

Estoy sentado en mi cama. Jessica también está sentada en mi cama, contándome un cuento.

—Mamá pregunta: “¿Vino para llevárselo?”

La joven a la entrada dice: “No. De ningún modo. Nunca haríamos eso”. La joven es sincera y está ansiosa por hacer un buen trabajo pero es verdaderamente ingenua.

—¿Qué quiere decir ingenua? —interrumpo.

—Sin luces. Tonta. Densa. Como tú. ¿Entiendes?

Asiento.

—Bien, ahora escucha. La mujer ingenua dice: “Estamos visitando a todos los Brujos Blancos de Inglaterra para notificarles estas nuevas reglas y ayudarles a rellenar los formularios”.

La mujer sonríe. El Cazador que está de pie detrás de ella no tiene sonrisa alguna. Está vestido de negro como todos los demás. Es impresionante, alto, fuerte.

—¿Mamá sonríe?

—No. Después de que tú naces, mamá nunca vuelve a sonreír. Cuando mamá no contesta, la mujer del Consejo parece preocupada. Dice: “Recibió la Notificación, ¿no es así? Es muy importante”.

La mujer hojea rápidamente su portapapeles y saca una carta.

Jessica despliega el pergamino que sostiene en sus manos. Es un trozo grueso, grande, y los dobleces forman una profunda cruz. Lo sostiene con delicadeza, como si fuera algo precioso. Lee a continuación:

Notificación de la Resolución del Consejo de Brujos Blancos de Inglaterra, Escocia y Gales.

Se ha acordado que para facilitar una mayor protección de todos los Brujos Blancos deberá hacerse y mantenerse un censo de todos los brujos de Gran Bretaña.

Se utilizará un sencillo sistema de códigos para todos los brujos y whets —brujos menores de diecisiete años— que no sean de linaje puro de Brujos Blancos, por medio de las siguientes referencias: Blanco (B); Negro (N); Fain/No Brujo (F). Así, los Códigos Medios serán registrados como (B 0.5/N 0.5) y los Mestizos se registrarán como (B 0.5/F 0.5) o (N 0.5/F 0.5). El primer código será el de la madre; el segundo el del padre. Los códigos 0.5 se mantendrán durante el menor tiempo posible —y no más allá de los dieciséis años— hasta que se le pueda designar a la persona un código absoluto (B, N o F).

—¿Sabes lo que quiere decir eso? —pregunta Jessica.

Niego con la cabeza.

—Significa que eres un Código Medio. Un Código Negro. No Blanco.

—Abuela dice que soy un Brujo Blanco.

—No, no dice eso.

—Dice que tengo un lado Blanco.

—Tienes un lado Oscuro.

—Después de que la mujer termina de leer la Notificación en voz alta, mamá sigue sin decir nada pero vuelve a entrar a la casa, dejando abierta la puerta principal. La mujer y el Cazador la siguen adentro.

Todos estamos en la sala. Mamá está sentada en el sillón junto a la fogata. Pero la fogata no está encendida. Deborah y Arran estaban jugando en el suelo pero ahora se sientan uno a cada lado de ella en los reposabrazos del sillón.

—¿Dónde estás tú?

—Parada junto a ella.

Me imagino a Jessica parada ahí con los brazos cruzados y las rodillas bien bloqueadas.

—El Cazador se posiciona en la entrada.

La mujer con el portapapeles se posa en el borde de la otra silla, mantiene su portapapeles sobre sus rodillas bien apretadas y la pluma en mano. Le dice a mamá: “Probablemente sea más rápido y fácil si yo relleno el formulario y usted únicamente lo firma”.

—La mujer pregunta: “¿Quién es el jefe de familia?”

—Mamá logra decir: “Soy yo”.

—La mujer le pregunta su nombre a mamá.

—Mamá dice que es Cora Byrn. Bruja Blanca. Hija de Elsie Ashworth y David Ashworth. Brujos Blancos.

—La mujer le pregunta quiénes son sus hijos.

—Mamá dice: “Jessica de ocho años, Deborah de cinco y Arran de dos”.

—La mujer pregunta: “¿Quién es su padre?”

—Mamá responde: “Dean Byrn. Brujo Blanco. Miembro del Consejo”.

—La mujer pregunta: “¿Dónde está él?”

—Mamá responde: “Está muerto. Asesinado”.

—La mujer dice: “Lo siento”.

—Luego la mujer pregunta: “¿Y el bebé? ¿Dónde está el bebé?”

—Mamá dice: “Está ahí, en ese cajón”.

Jessica se gira hacia mí y me explica:

—Después de que naciera Arran, mamá y papá no querían tener más hijos. Se deshicieron de la cuna, la carriola y todas las cosas de bebé. Nadie quiere a este bebé y tiene que dormir sobre una almohada en un cajón, con un mameluco viejo y sucio que era de Arran. Nadie le compra juguetes ni regalos porque todos saben que es un bebé no deseado. Nadie le da regalos ni flores ni chocolates a mamá porque todos saben que ella no quería a ese bebé. Nadie quiere a un bebé como ese. Mamá sólo recibe una tarjeta pero no dice “Felicidades”.

Silencio.

—¿Quieres saber lo que dice?

Niego con la cabeza.

—Dice: “Mátalo”.

Me mordisqueo los nudillos pero no lloro.

—La mujer se acerca al bebé del cajón y el Cazador la acompaña porque quiere ver a esa cosa extraña e indeseada.

Incluso dormido el bebé es abominable, con su cuerpecito enclenque, su piel que parece mugrienta, y el pelo negro y erizado.

—La mujer pregunta: “¿Ya tiene nombre?”

—”Nathan”.

Jessica ha hallado una manera de decir mi nombre como si fuera algo asqueroso.

—La joven pregunta: “¿Y su padre…?”

Mamá no contesta. No puede porque es demasiado horrible; no lo soporta. Pero con sólo mirar al bebé todos saben que su padre es un asesino.

—La mujer dice: “Quizá pueda escribir el nombre del padre”.

Le da su portapapeles a mamá. Y ahora mamá está llorando y no puede ni escribir el nombre. Porque es el nombre del Brujo Negro más malvado que jamás haya existido.

Quiero decir “Marcus”. Él es mi padre y quiero pronunciar su nombre, pero tengo demasiado miedo. Siempre tengo demasiado miedo de decir su nombre.

—La mujer regresa para mirar al bebé dormido y estira el brazo para tocarlo…

—”¡Cuidado!” advierte el Cazador, porque aunque los Cazadores nunca tienen miedo, siempre son cautelosos cuando están cerca de la brujería Negra.

—La mujer dice: “Sólo es un bebé”. Y le acaricia el brazo desnudo con el dorso de sus dedos.

El bebé despierta y después abre los ojos.

—La mujer dice: “¡Ay, Dios mío!” y da un paso atrás.

Se da cuenta de que no debería haber tocado a una cosa tan repugnante y se apresura al baño para lavarse las manos.

Jessica estira el brazo como si me fuera a tocar pero después retira la mano, diciendo:

—Jamás podría tocar algo tan malo como tú.

MI PADRE

Estoy parado frente al espejo del baño, mirando mi rostro fijamente. No me parezco en nada a mi madre, no como Arran. Mi piel es ligeramente más oscura que la de ellos, más aceitunada, y mi pelo es color negro azabache, pero la gran diferencia está en la negrura de mis ojos.

Jamás conocí a mi padre, ni siquiera lo he llegado a ver. Pero sé que mis ojos son sus ojos.

EL SUICIDIO DE MI MADRE

Jessica sostiene la fotografía en lo alto a su izquierda y la baja rápidamente en diagonal, cortando mi pómulo con el borde del marco.

—No vuelvas a tocar esta foto jamás.

No me muevo.

—¿Me oyes?

Hay sangre en la esquina del marco.

—Por tu culpa está muerta.

Me reclino contra la pared.

Jessica me grita:

—¡Se mató por tu culpa!

LA SEGUNDA NOTIFICACIÓN

Recuerdo que no para de llover. Días y días, hasta que incluso yo mismo me harto de estar solo en el bosque. Así que aquí estoy, sentado a la mesa de la cocina, dibujando. Abu está en la cocina también. Abu siempre está en la cocina. Está vieja y huesuda, con esa piel diáfana que tienen los viejos, pero también es delgada y de espalda recta. Viste faldas de tartán plisado, y botas para caminar o para la lluvia. Siempre está en la cocina, y el piso de la cocina siempre está lleno de lodo. Incluso con la lluvia, la puerta de atrás está abierta. Una gallina entra en busca de refugio pero Abu no lo tolera, la echa afuera suavemente con el borde de su bota, y cierra la puerta.

La olla burbujea sobre la estufa, expulsando una columna de vapor que se levanta rápida y estrecha, y luego se ensancha para unirse a la nube de arriba. Los colores verde, gris, azul y rojo de las hierbas, flores, raíces y bulbos que cuelgan del techo con hilos, en redes y en canastas, se desdibujan en la bruma que los rodea. Sobre las repisas, ordenados en fila, hay tarros de vidrio rellenos de líquidos, hojas, granos, aceites, pociones e incluso algunas mermeladas. La retorcida superficie de trabajo de madera de roble está atestada de cucharas de todo tipo —metálicas, de madera, de hueso; tan largas como mi brazo, tan pequeñas como mi meñique—; así como de cuchillos colocados dentro de un cubilete, cuchillos sucios cubiertos de algo pastoso y tirados sobre la tabla para picar, un mortero de granito, dos cestos redondos y más tarros. En la parte de atrás de la puerta está colgado un sombrero de apicultor, una colección de delantales y un paraguas negro tan encorvado como un plátano.

Lo dibujo todo.

Estoy sentado con Arran, viendo una película antigua en la tele. A Arran le gusta ver películas antiguas, cuanto más viejas mejor, y me gusta sentarme con él, cuanto más cerca mejor. Los dos llevamos pantalones cortos y los dos tenemos las piernas flaquísimas, sólo que las suyas son más pálidas que las mías y cuelgan más abajo, sobre el borde del viejo y cómodo sillón. Tiene una pequeña cicatriz en su rodilla izquierda y una larga que sube por su espinilla derecha. Su pelo es color café claro y ondulado, pero por alguna razón siempre se queda bien peinado dejándole libre el rostro. Mi pelo es largo y lacio y negro, y cuelga sobre mis ojos.

Arran lleva puesto un suéter azul encima de una camiseta blanca. Yo llevo la camiseta roja que él me dio. Siento calorcito cuando me acerco a él, y cuando volteo hacia arriba para mirarlo, lleva su mirada de la tele hacia mí, como en cámara lenta. Sus ojos son claros, de un color azul grisáceo con destellos de plata, y hasta parpadea lentamente. Todo en él es dulzura. Sería estupendo ser como él.

—¿Te está gustando? —pregunta, sin prisa por recibir una respuesta.

Asiento.

Me rodea con su brazo y mira de nuevo a la pantalla.

Lawrence de Arabia hace el truco con el cerillo. Después quedamos en probarlo nosotros. Tomo la caja grande de cerillos del cajón de la cocina y salimos corriendo con ellos al bosque.

Me toca a mí primero.

Tomo el cerillo y lo sostengo entre mis dedos pulgar e índice, dejando que se queme hasta abajo y se apague. Mis dedos pequeños y delgados con las uñas completamente mordidas se queman, pero sostienen el cerillo ennegrecido.

Arran también intenta el truco. Pero no lo logra. Es como el otro hombre de la película. Deja caer el cerillo.

Después de que él regresa a casa intento hacer el truco otra vez. Es fácil.

Arran y yo entramos a hurtadillas en el cuarto de Abu. Huele extrañamente medicinal. Bajo la ventana hay un cofre de roble donde Abu guarda las Notificaciones del Consejo. Nos sentamos en la alfombra. Arran abre la tapa del cofre y saca la segunda Notificación. Está escrita en pergamino grueso y amarillo con caligrafía gris que se arremolina de un lado al otro de la página. Arran me la lee, lento y en voz baja como siempre.

Notificación de la Resolución del Consejo de Brujos Blancos de Inglaterra, Escocia y Gales.

Para garantizar la tranquilidad y seguridad de todos los Brujos Blancos, el Consejo seguirá con su política de Captura y Castigo para todos los Brujos Negros y Whets Negros.

Para garantizar la tranquilidad y seguridad de todos los Brujos Blancos, se hará una Evaluación anual de brujos y whets de linaje mixto: Brujo Blanco y Brujo Negro (B 0.5/N 0.5). La Evaluación contribuirá a la designación del brujo/whet como Blanco (B) o Negro/No-Blanco (N).

No le pregunto a Arran si cree que seré un B o un N. Sé que tratará de ser amable.

Cumplo ocho años. Tengo que ir a Londres a que me evalúen.

El edificio del Consejo tiene muchos pasillos fríos de piedra gris. Abu y yo esperamos en uno de ellos, sentados en una banca de madera. Ya estoy temblando cuando aparece un joven con bata de laboratorio que me indica que pasea un pequeño cuarto a la izquierda de la banca. A Abu no le permiten venir.

En el cuarto hay una mujer que también lleva una bata de laboratorio. Ella llama al joven Tom y él la llama Señorita Lloyd. A mí me llaman Código Medio.

Me dicen que me desnude.

—Quítate la ropa, Código Medio.

Y lo hago.

—Súbete a la báscula.

Y lo hago.

—Párate junto a la pared. Tenemos que medirte.

Lo hacen. Luego me toman fotos.

—Ponte de lado.

—Más.

—Y mira a la pared.

Me dejan ahí con la mirada puesta sobre los brochazos en la brillante pintura color crema de la pared mientras ellos hablan y guardan sus cosas.

Entonces me dicen que me ponga mi ropa y lo hago.

Me llevan al otro lado de la puerta y me indican una banca en el pasillo. Me vuelvo a sentar y no miro el rostro de Abu.

La puerta que hay frente a la banca tiene paneles de roble oscuro y finalmente la abre un hombre. Es enorme, un guardia. Me señala y luego señala la sala que hay detrás de él. Cuando Abu comienza a levantarse dice:

—Usted no.

La sala de Evaluaciones es larga y alta, con desnudos muros de piedra y ventanas arqueadas al nivel de la cabeza que recorren cada lado. El techo también está arqueado. Los muebles son de madera. Una enorme mesa de roble se extiende casi a todo lo ancho de la habitación, y sitúa a los tres Miembros del Consejo en su extremo más apartado. Se sientan en sillas grandes de madera tallada, como si pertenecieran a una realeza ancestral.

La mujer del centro es vieja, enjuta y de pelo y piel gris, como si le hubieran chupado toda la sangre. La mujer de la derecha es de mediana edad, regordeta, y tiene la piel profundamente negra y el pelo bien estirado hacia atrás. El hombre de la izquierda es un poco más joven, delgado, y tiene un tupido pelo rubio platino. Todos llevan sotanas blancas hechas de un material toscamente tejido, que tiene un extraño lustre cuando le caen los rayos de sol.

Hay un guardia parado a mi izquierda y el que abrió la puerta está detrás de mí.

La mujer del centro dice:

—Soy la Líder del Consejo. Te vamos a hacer unas preguntas sencillas.

Pero ella no las formula; es la otra mujer la que hace las preguntas.

La otra mujer es lenta y metódica. Tiene una lista, y comienza a leer hacia abajo. Algunas de las preguntas son fáciles: “¿Cómo te llamas?”; y otras más difíciles: “¿Conoces las hierbas que extraen el veneno de una herida?”

Pienso en cada pregunta, y decido no responder a ninguna de ellas. También yo soy metódico.

Después de que la mujer termina con sus preguntas, la Líder del Consejo hace un intento. Formula preguntas distintas, preguntas sobre mi padre, como: “¿Tu padre ha intentado ponerse en contacto contigo alguna vez?” y “¿Sabes dónde está tu padre?”

Prueba incluso con: “¿Consideras que tu padre es un gran brujo?” y con “¿Amas a tu padre?”

Sé las respuestas a sus preguntas, pero no le digo cuáles son.

Después de eso juntan sus cabezas y murmuran un rato. El hombre de pelo rubio platino le dice al guardia que traiga a Abu. La Líder del Consejo la llama con un gesto, como si estuviera enrollando un sedal para atraer a Abu con su mano enjuta y macilenta.

Abu se pone a mi lado. No hemos comido ni bebido nada desde la mañana temprano, así que quizá sea por eso por lo que se ve tan agotada. Su aspecto ahora es como el de la Líder del Consejo.

La Líder del Consejo le dice: “Hemos hecho nuestra Evaluación”.

La mujer ha estado escribiendo en un trozo de pergamino y ahora lo empuja hacia nosotros, mientras dice: “Por favor firme para confirmar que está de acuerdo con ella”.

Abu se dirige a la mesa, levanta el trozo de papel, y regresa para colocarse a mi lado. Lee la Evaluación en voz alta para que yo la escuche. Eso me gusta de Abu.

Sujeto:Nathan ByrnCódigo de nacimiento:B 0.5/N 0.5Sexo:MasculinoEdad actual:Ocho añosDon (si tiene más de 17 años):No es relevanteInteligencia general:No determinadaHabilidades especiales:No determinadasHabilidad de sanación:No determinadaIdiomas:No determinadosComentarios especiales:El Sujeto no es cooperativoCódigo designado:No determinado

Luzco una amplia sonrisa por primera vez ese día.

Abu camina hacia la mesa otra vez, levanta la pluma estilográfica de la Consejera y rubrica el formulario.

La Líder del Consejo habla otra vez: “Ya que usted es el tutor del niño, señora Ashword, es su responsabilidad asegurarse de que coopere con la Evaluación”.

Abu levanta la mirada.

“Regresen mañana y repetiremos la Evaluación”.

Podría seguir todo el año por el camino No determinado, pero al día siguiente Abu dice que debería de contestar algunas preguntas, aunque jamás las que tengan que ver con mi padre. Así que contesto algunas preguntas.

Modifican el formulario para mostrar mi Inteligencia General como Baja, como Idioma ponen Inglés y en Comentarios Especiales que soy Poco cooperativo y No parece poder leer. Pero mi Código Designado sigue siendo No determinado. No obstante, Abu está complacida.

LA ENTREGA DE JESSICA

Jessica cumple diecisiete años. Es media mañana y parece todavía más llena de sí misma de lo habitual. No puede quedarse quieta ni un momento. Ansía recibir sus tres regalos y volverse una bruja adulta de verdad. Abu dirigirá la Ceremonia de Entrega a mediodía, así que mientras tanto tenemos que soportar a Jessica que se pasea de un lado al otro de la cocina, agarra cosas y luego las vuelve a poner en su sitio.

Levanta un cuchillo, se pasea con él y luego se detiene a mi lado, diciendo:

—Me pregunto qué pasará en el cumpleaños de Nathan.

Toca la punta de la navaja.

—Si le toca ir a una Evaluación quizá no pueda hacerse su Entrega.

Me está provocando. Sólo tengo que ignorarla. Recibiré mis tres regalos. Todo brujo los recibe.

Abu dice:

—Nathan recibirá los tres regalos en su cumpleaños. Así es para todos los brujos. Y así será para Nathan.

—Quiero decir que es duro para un whet Blanco cuando algo sale mal y no recibe sus tres regalos.

—Nada saldrá mal, Jessica —Abu la voltea a ver, mientras dice—: Le daré a Nathan sus tres regalos así como te los daré a ti, a Deborah y a Arran.

Arran se sienta a mi lado. Me pone la mano en el brazo y me dice en voz bajita sólo a mí:

—Cómo anhelo que tu Entrega sea ya. Tú vendrás a la mía y yo iré a la tuya.

—Kieran me contó de un whet de York que no recibió sus tres regalos —dice Jessica—. Al final se casó con una fain y ahora trabaja en un banco.

—¿Cómo se llama ese chico? —pregunta Deborah.

—No importa. Ya no es un brujo y nunca lo será.

—Pues yo nunca he oído hablar de ese chico —dice Abu.

—Es cierto, me lo dijo Kieran —dice Jessica—. Pero Kieran dijo que es distinto para los Brujos Negros. No sólo pierden sus habilidades. Si a los Negros no les dan sus tres regalos, se mueren.

Jessica coloca la punta del cuchillo en la mesa frente a mí y lo sostiene, balanceándolo sobre la punta con su dedo índice.

—No se mueren de inmediato. Se enferman, quizá duran un año o dos si tienen suerte, pero no sanan, sólo van volviéndose más débiles, y más y más enfermos, y más débiles, y entonces —deja caer el cuchillo—, un Brujo Negro menos.

Debería cerrar los ojos.

Arran envuelve sus dedos con suavidad alrededor del mango del cuchillo y lo hace a un lado mientras pregunta:

—¿De verdad se mueren, Abu?

—No conozco a ningún Brujo Negro, Arran, así que no te lo puedo decir. Pero Nathan es mitad Blanco y recibirá sus tres regalos de cumpleaños. Y, Jessica, ya puedes dejar esta conversación sobre Brujos Negros.

Jessica se inclina hacia Arran y murmura:

—De todos modos sería interesante ver qué pasa. Me imagino que moriría como un Brujo Negro.

Tengo que salir de ahí. Voy arriba. No rompo nada, sólo le doy unas cuantas patadas a la pared.

Sorprendentemente, Jessica no ha querido tener una gran Ceremonia de Entrega, sino una pequeña y privada. Menos sorprendente es que ha optado por hacerla tan pequeña y privada que aunque Deborah y Arran están invitados, yo no lo estoy. Oí a Abu algunas noches atrás tratando de convencer a Jessica de que me invitara, pero no funcionó y de todos modos, tampoco quería ir. No tengo amigos con quienes jugar así que me quedo solo en casa mientras Abu, Jessica, Deborah y un mustio Arran, encaminan su ardua marcha hacia el bosque.

Normalmente me iría al bosque, pero me tengo que quedar en casa si es que no quiero recibir una de las pócimas de Abu como castigo. No quiero pasar veinticuatro horas supurando pus amarilla a través de furúnculos del tamaño de una bola de caramelo gigante por culpa de Jessica.

Me siento a la mesa y dibujo. Mi bosquejo es de Abu presidiendo la ceremonia y entregándole los tres regalos a Jessica. Apenas le pasan los regalos a Jessica, se le caen de las manos, señal de mala suerte como ninguna. La sangre de la mano de Abu, la sangre de sus ancestros que Jessica debe tomar, cae en gotas rojo brillante sobre el suelo del bosque, sin ser tomada, y Jessica permanece en la imagen horrorizada, incapaz de acceder a su Don, su único poder mágico especial.

Me gusta el dibujo.

El grupo ceremonial vuelve a casa demasiado pronto y queda claro que a Jessica no se le ha caído nada. Entra caminando por la puerta trasera, diciendo:

—Ahora que ya no soy una whet, tengo que descubrir cuál es mi Don.

Se queda mirando el dibujo fijamente y después me mira a mí.

—Tendré que practicar con algo.

Lo único que puedo hacer es quedarme ahí sentado y esperar que nunca encuentre su Don. Y desear que si lo encuentra, sea algo corriente, como preparar pociones, que es el Don de Abu. O que tenga un Don débil como la mayoría de los hombres. Pero sé que no tiene sentido esperar algo así. Sé que tendrá un Don poderoso, como la mayoría de las mujeres, y que lo encontrará, lo pulirá y lo practicará. Y lo usará contra mí.

Estoy acostado en el césped del patio trasero mirando a las hormigas construir un hormiguero en el suelo. Las hormigas parecen grandes. Puedo ver los detalles de sus cuerpos, cómo se mueven sus patas, marchan y escalan.

Arran viene a sentarse junto a mí. Me pregunta cómo estoy y cómo me va con la escuela, ese tipo de cosas que le interesan a Arran. Le hablo de las hormigas, adónde van y qué están haciendo.

Me pregunta de improviso:

—¿Estás orgulloso de que Marcus sea tu padre, Nathan?

Las hormigas prosiguen con su trabajo, pero ya no me importa.

—¿Nathan?

Me vuelvo hacia Arran que sostiene mi mirada con esa manera tan abierta y honesta que tiene.

—Es un brujo tan poderoso, el más poderoso de todos. ¿Deberías estar orgulloso de eso?

Arran nunca me había preguntado sobre mi padre.

Nunca.

Y aunque confío en él más que en ninguna otra persona, aunque confío en él por completo, tengo miedo de contestar. Abu me ha dejado muy claro que nunca debo hablar sobre mi padre.

Nunca.

Nunca debo responder preguntas sobre él.

Cualquier pregunta puede ser usada o malinterpretada por el Consejo. Cualquier indicio de que un Brujo Blanco simpatice con un Brujo Negro se considera traición. Todos los Brujos Negros son rastreados por Cazadores bajo las indicaciones del Consejo. Si los capturan vivos sufren un Castigo. Cualquier Brujo Blanco que ayude a uno Negro es ejecutado. Tengo que demostrarles a todos, siempre, que soy un Brujo Blanco, que mis lealtades están con los Blancos y que mis pensamientos son de color Blanco puro.

Abu me ha dicho que si alguien me pregunta qué siento por Marcus debo decir que lo odio. Si no puedo afirmar eso, entonces la única respuesta segura es no decir nada.

Pero este es Arran.

Quiero ser honesto con él.

—¿Lo admiras? —insiste Arran.

Conozco a Arran mejor que nadie y hablamos de casi todo pero nunca hemos hablado sobre Marcus. Ni siquiera hemos hablado alguna vez sobre el padre de Arran. Mi padre mató a su padre. ¿Qué se puede decir al respecto?

Y aun así… Quiero confiar en alguien, y Arran es la única y la mejor persona a quien puedo confiarle mis sentimientos.

Y me está mirando con esa forma que tiene de hacerlo, con puro cariño y preocupación.

Pero qué pasaría si le dijera: “Sí, admiro al hombre que mató a tu padre” o “Sí, estoy orgulloso de que Marcus sea mi padre. Es el Brujo Negro más poderoso y su sangre corre por mis venas”. ¿Qué pasaría?

—¿Es así? ¿Admiras a Marcus? —Arran continúa insistiendo.

Sus ojos son tan pálidos y tan sinceros, me ruegan que comparta mis sentimientos.

Tengo que esquivar su mirada. Las hormigas todavía están ocupadas, como refugiados que cargan enormes fardos a un nuevo hogar.

Le respondo a Arran lo más calladamente posible.

—¿Qué has dicho? —pregunta Arran.

Sigo sin levantar la cabeza, pero lo digo un poco más fuerte.

—Lo odio.

En ese momento aparecen un par de pies descalzos junto al hormiguero. Los pies de Arran.

Arran está de pie frente a mí y al mismo tiempo está sentado junto a mí. Dos Arrans. El que está sentado frunce el ceño y se transforma ante mis ojos en Jessica, que viste los pantalones cortos y la camiseta de Arran, los cuales le quedan visiblemente apretados.

Jessica se inclina hacia mí y sisea:

—Lo sabías. Supiste todo el tiempo que era yo, ¿no es así?

Arran y yo la vemos marcharse furiosa.

Él me pregunta:

—¿Cómo pudiste saber que no era yo?

—No lo sabía.

Por lo menos no al mirarla. Su Don es impresionante.

Tras ese primer intento de usar su Don para engañarme, Jessica no se da por vencida. Sus disfraces son impecables, y su determinación y persistencia los igualan. Pero su principal problema, que es incapaz de entender, es que Arran jamás trataría de hacerme hablar sobre mi padre.

Aun así, Jessica lo sigue intentando. Y cada vez que empiezo a sospechar que Arran es en realidad Jessica, estiro la mano para tocarlo, para acariciar el dorso de su mano o agarrar su brazo. Si es él, sonríe y toma mi mano entre las suyas. Si es Jessica, se echa para atrás. Nunca logra controlar eso.

Una tarde Deborah entra en nuestro cuarto, se sienta en la cama de Arran y lee su libro. Es justo lo que Deborah suele hacer; cruza las piernas como lo hace Deborah, ladea su cabeza como lo hace Deborah, pero aun así siento recelo. Nos escucha hablar a Arran y a mí durante uno o dos minutos. Parece estar leyendo el libro; le da la vuelta a la página.

Arran va a cepillarse los dientes.

Me siento junto a Deborah, no demasiado cerca. Pero el olor de su pelo no es el de siempre.

Me inclino hacia ella, diciendo:

—Déjame contarte un secreto.

Ella me sonríe.

Le digo:

—Tu olor es tan asqueroso, Jessica. Voy a vomitar si no te vas…

Me escupe en la cara y sale caminando antes de que Arran vuelva a entrar.

Pero sí que tengo un secreto. Un secreto tan oscuro, tan desesperanzado, tan absurdo que nunca lo podré compartir con nadie. Es una historia secreta que me cuento cuando por la noche estoy en la cama. Mi padre no es malvado en absoluto; es poderoso y fuerte. Y le importo… él me ama. Y me quiere criar como su hijo verdadero, para enseñarme brujería, para mostrarme el mundo. Pero los Brujos Blancos lo persiguen sin descanso, sin darle la menor oportunidad de explicarse. Lo acosan y lo cazan pero él sólo los ataca cuando no le queda otra opción, cuando lo amenazan. Es demasiado peligroso para él arriesgarse a que yo esté a su lado. Quiere que yo esté sano y salvo, por eso debo criarme lejos de él. Pero está esperando el momento adecuado para venir por mí y llevarme consigo. Cuando cumpla diecisiete años querrá darme mis tres regalos y entregarme su sangre, la sangre de nuestros ancestros. Y me acuesto en la cama e imagino que un día vendrá por mí y nos iremos juntos volando en mitad de la noche.

UN LARGO CAMINO HASTA LOS DIECISIETE

Estamos en el bosque cerca de la casa de Abu. El aire está quieto y húmedo; las hojas otoñales yacen espesas sobre el suelo suave y lodoso. El cielo es monótono y gris como una sábana vieja puesta a secar sobre las ramas negras de los árboles. Jessica sostiene una daga pequeña, con sus manos estiradas frente a ella. La hoja es filosa y brillante. Exhibe una sonrisita de superioridad y trata de atraer mi mirada.

Deborah se levanta ligeramente encorvada, pero está sonriente y calmada, tiene sus manos vacías y ahuecadas colocadas frente a ella. En las manos de Abu hay un broche que fue de su Abuela, el anillo de compromiso de mi madre y unas mancuernillas que pertenecieron al padre de Deborah. Abu coloca sus manos lentamente sobre las de Deborah. Sus manos se tocan. Abu le entrega los regalos con cuidado, diciendo: “Deborah, te entrego tres cosas para que puedas recibir tu Don”. Después Abu toma el cuchillo, se corta la palma de la mano en la carnosa almohadilla que hay bajo su pulgar izquierdo. La sangre escurre por su muñeca, unas cuantas gotas caen al suelo. Extiende su mano y Deborah se inclina hacia delante, coloca su mano alrededor de la cortada, con sus labios bien apretados sobre la piel de Abu. Abu se inclina hacia ella y susurra las palabras secretas al oído de Deborah, y la garganta de Deborah se mueve mientras traga la sangre. Me esfuerzo por escuchar el hechizo, pero las palabras son como el sonido del viento que hace crujir las hojas.

Termina el hechizo. Deborah tiene los ojos cerrados y traga una última vez antes de soltar la mano de Abu e incorporarse.

Y eso es todo. Deborah ya no es una whet; es una verdadera Bruja Blanca.

Le echo un vistazo a Arran. Luce solemne pero me sonríe antes de darse la vuelta para abrazar a Deborah. Me espero para dirigirle mis felicitaciones.

Le digo: “Estoy contento por ti”. Y lo estoy. Abrazo a Deborah, pero no hay nada más que pueda decirle, así que me voy caminando hacia el bosque.

Esa mañana, antes de la Entrega de Deborah, ha llegado otra Notificación.

Notificación de la Resolución del Consejo de Brujos Blancos de Inglaterra, Escocia y Gales.

Está prohibido celebrar una Ceremonia de Entrega para un whet de linaje mixto Brujo Blanco y Brujo Negro—Código Medio: B 0.5/N 0.5— o linaje mixto Brujo Blanco y Fain —Mestizo: B 0.5/F 0.5— sin el permiso del Consejo de Brujos Blancos. Se considerará que cualquier brujo que desobedezca esta Notificación está contra el Consejo. Se considerará que cualquier Código Medio que acepte regalos o sangre sin el permiso del Consejo está desafiando al Consejo y corrompiendo a los Brujos Blancos. La penalización para todos los involucrados será cadena perpetua.

Abu leyó la Notificación y entonces Jessica comenzó a hablar, pero para entonces yo ya estaba saliendo por la puerta trasera. Arran trató de agarrarme el brazo, mientras decía: “Conseguiremos permiso, Nathan. Lo haremos”.

No quise discutir con él y lo hice a un lado. Había un hacha junto a la pila de madera del jardín y di hachazos y hachazos y hachazos hasta que ya no pude levantar más el hacha.

Deborah vino a sentarse conmigo entre todos los pedacitos rotos de madera. Recostó su cabeza en mi hombro, descansando su mejilla sobre él. Siempre me ha gustado que lo hiciera.

—Encontrarás una manera, Nathan. Abu te ayudará, y yo también, y Arran también— me dijo ella.

Empecé a arrancarme las ampollas de la mano.

—¿Cómo?

—Aún no lo sé.

—No deberías ayudarme. Estarías trabajando contra el Consejo. Te encerrarán…

—Pero…

Sacudí mi hombro para apartarla y me levanté.

—No quiero tu ayuda, Deborah. ¿No lo entiendes? Eres tan malditamente inteligente, pero aun así no lo entiendes, ¿verdad?

Y la dejé ahí.

Ahora Deborah ha recibido sus tres regalos y la sangre de Abu, y dentro de tres años Arran pasará por la misma ceremonia, pero para mí… Sé que el Consejo no lo permitirá. Tienen miedo de lo que seré. Pero si no me convierto en brujo, moriré. Lo sé.

Tienen que entregarme mis tres regalos y debo beber la sangre de mis ancestros, la sangre de mis padres o abuelos. Pero aparte de Abu sólo hay una persona que me puede dar los tres regalos, sólo una persona que puede desafiar al Consejo, la única persona cuya sangre me transformaría de whet en brujo.

El bosque está en silencio. Siento como si esperara y observara. Y de repente sé que mi padre me quiere ayudar. Conozco tan bien la verdad de todo ello. Mi padre me quiere entregar los tres regalos y dejarme tomar su sangre. Lo sé como sé cómo respirar.

Sé que vendrá a mí.

Espero y espero.

El silencio del bosque sigue y sigue.

No viene.

Pero me doy cuenta de que es demasiado peligroso para él venir por mí y llevarme. Soy yo quien debe ir a su encuentro.

Debo hallar a mi padre.

Tengo once años. Once está muy lejos de diecisiete. No tengo la menor idea de cómo encontrar a Marcus. No tengo idea de cómo empezar a buscarlo. Pero por lo menos, ahora sé qué es lo que tengo que hacer.

INSTITUTO THOMAS DAWES

Notificación de la Resolución del Consejo de Brujos Blancos de Inglaterra, Escocia y Gales.

Cualquier contacto entre Códigos Medios (B 0.5/N 0.5) y Whets Blancos y Brujos Blancos, deberá ser reportado al Consejo por parte de todos los implicados. El hecho de que el Código Medio no notifique este contacto al Consejo se penará por medio de la remoción definitiva de todo contacto.

Se considerará que ha habido contacto si el Código Medio está en la misma habitación que un Whet Blanco o Brujo Blanco o a distancia tal que se puedan dirigir la palabra.

—¿Me encierro de una vez en el sótano? —pregunto.

Deborah toma el pergamino y lo vuelve a leer.

—¿Remoción de todo contacto? ¿Qué quiere decir eso?

Abu no parece estar segura.

—No pueden estar hablando de la remoción de contacto entre nosotros