El lado salvaje - Sally Green - E-Book

El lado salvaje E-Book

Sally Green

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Beschreibung

La esperada segunda parte de Una vida oculta. Una novela de magia y suspenso concebida para jóvenes, pero que atrapa a lectores de todas las edades. Regresa Nathan, protagonista de El lado oscuro, el extraordinario thriller de terror, suspenso y magia que ha atrapado a miles de lectores. En esta secuela volvemos a encontrarnos con Nathan, un chico que fue criado en el seno de una familia de benevolentes brujas blancas, pero es rechazado por los demás brujos blancos debido a que su padre fue Marcus, el brujo negro más temido de todos los tiempos. En esta ocasión el protagonista debe seguir huyendo, sólo que ahora es más consciente de los poderes que posee y de la forma de utilizarlos para sobrevivir. A lo largo de estas páginas lo vemos tratando de encontrar a su amigo Gabriel y rescatar a Annalise, quienes son sus únicos aliados.

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Para Indy

Sentirás mi pesado espíritu enfriar tu pecho, y escalar por tu garganta entre sollozos.

Wild with all Regrets [Furioso de tanto arrepentimiento].

WILFRED OWEN

Rojo

UN NUEVO DÍA

un piquituerto canta

otro pájaro, que no es un piquituerto, responde

el primer pájaro retoma su canto otra vez

y otra vez

el piquituerto…

mierda, ya amaneció

me quedé dormido

ya amaneció, es muy temprano

mierda, mierda, mierda

me tengo que levantar !!!!!!!!me tengo que levantar

no puedo creer que me haya quedado dorm…

chchchchchchchhchchchcchhhhhchchchhchcchchchhhchchchchchchchhchchch

chchchchchchchhchchchcchhhhhchchchhchcchchchhhchchchchchchchhchchch

chchchchchchchhchchchcchhhhhchchchhchcchchchhhchchchchchchchhchchch

chchchchchchchhchchchcchhhhhchchchhchcchchchhhchchchchchchchhchchch

chchchchchchchhchchchcchhhhhchchchhchcchchchhhchchchchchchchhchchch

¡MIERDA!

el sonido viene de aquí. ¡DE AQUÍ!

chchchchchchchhchchchcchhhhhchchchhchcchchchhhchchchchchchchhchchch

chchchchchchchhchchchcchhhhhchchchhchcchchchhhchchchchchchchhchchch

chchchchchchchhchchchcchhhhhchchchhchcchchchhhchchchchchchchhchchch

chchchchchchchhchchchcchhhhhchchchhchcchchchhhchchchchchchchhchchch

chchchchchchchhchchchcchhhhhchchchhchcchchchhhchchchchchchchhchchch

chchchchchchchhchchchcchhhhhchchchhchcchchchhhchchchchchchchhchchch

chchchchchchchhchchchcchhhhhchchchhchcchchchhhchchchchchchchhchchch

ese nivel de ruido significa, ah, mierda, que hay alguien con un celular, cerca, muy cerca. no puedo creer que me haya quedado dormido con cazadores tras mis pasos. y ella. la más veloz. anoche estuvo cerca.

chchchchchchchhchchchcchhhhhchchchhchcchchchhhchchchchchchchhchchch

chchchchchchchhchchchcchhhhhchchchhchcchchchhhchchchchchchchhchchch

¡PIENSA! ¡PIENSA!

chchchchchchchhchchchcchhhhhchchchhchcch

chchchchchchchhchchchcchhhhhchchchhchcch

es un teléfono celular, definitivamente es un celular. el ruido está en mi cabeza, no en mis oídos, está en el lado superior derecho, adentro, constante, como una interferencia eléctrica, puro siseo, siseo de celular, fuerte, fuerte como si estuviera a tres o cuatro metros de distancia.

chchchchchchchhchchchcchhhhhchchchhchcchchchhhchchchchchchchhchchch

chchchchchchchhchchchcchhhhhchchchhchcchchchhhchchchchchchchhchchch

está bien, mucha gente tiene celulares. si fuera una cazadora, esa cazadora, y pudiera verme, ya estaría muerto.

no estoy muerto.

ella no puede verme.

chchchchchchchhchchchcchhhhhchchchhchcchchchhhchchchchchchchhchchch

chchchchchchchhchchchcchhhhhchchchhchcchchchhhchchchchchchchhchchch

el ruido no es más fuerte. ella no se está acercando. pero tampoco se está alejando.

¿estaré tapado por algo?

estoy acostado de lado, con el rostro apretado contra el suelo. completamente quieto. no consigo ver nada más que tierra. tengo que moverme un poco.

pero todavía no. piensa primero.

serénate y soluciónalo.

chchchchchchchhchchchcchhhhhchchchhchcchchchhhchchchchchchchhchchch

chchchchchchchhchchchcchhhhhchchchhchcchchchhhchchchchchchchhchchch

no hay brisa, no hay sol, sólo una luz ligera. es temprano. el sol todavía debe estar detrás de la montaña. el suelo está frío pero seco, sin rocío. huele a tierra y pinos y… hay otro olor.

¿qué olor es ése?

y saboreo algo.

un sabor desagradable.

sabe a… oh, no—

no lo pienses,

no lo pienses,

no lo pienses,

no lo pienses,

piensa en otra cosa.

Piensa en dónde estás.

chchchchchchchhchchchcchhhhhchchchhchcchchchhhchchchchchchchhchchch

chchchchchchchhchchchcchhhhhchchchhchcchchchhhchchchchchchchhchchch

chchchchchchchhchchchcchhhhhchchchhchcchchchhhchchchchchchchhchchch

Estás acostado en el suelo, es por la mañana temprano, y el aire es fresco. Tienes frío. Tienes frío porque… estás desnudo. Estás desnudo y tu mitad superior está mojada. Tu pecho, tus brazos… y tu rostro están mojados.

Y mueves los dedos de la mano izquierda, un movimiento minúsculo, y están pegajosos. Están pegados. Como si estuvieran cubiertos de un jugo azucarado que se está secando. Pero no es jugo… no lo pienses, no lo pienses, no lo pienses, no lo pienses.

¡PIENSA EN OTRA COSA!

¡PIENSA EN SEGUIR VIVO!

chchhchhhchchchccchchchhchchcchchccchchchchhchchhchchchhchhchchchchhhch

Tienes que moverte. Los Cazadores te pisan los talones. La Cazadora veloz estaba cerca. Anoche estaba muy cerca. ¿Qué pasó anoche?

¿Qué pasó?

¡NO! OLVÍDALO.

chchchchhchchhchchchcchchhchhchchchchhhchchch

PIENSA EN SEGUIR VIVO.

AVERIGUA QUÉ DEBES HACER.

Puedes mirar, mover tu cabeza una fracción para ver más. El suelo junto a tu rostro está cubierto de agujas de pino. Agujas de pino de color marrón. Pero el marrón no es por el pino. Es el color de la sangre seca. Tu mano izquierda está extendida. Está manchada de ella. Una costra marrón y seca. Pero tu mano no está manchada; está cubierta de ella.

Roja.

chchchchchchchhchchchcchhhhhchchchhchcchchchh

Puedes buscar un arroyo y lavarte. Lavártelo por completo.

hchchhchchchchchhchchchchhchhhchchchchccchchc

Tienes que irte. Por tu propio bien tienes que salir de ahí. Tienes que empezar a moverte. Escapar.

chchchchchchchhchhhchchccchchchchhchchchhhchh

El celular está cerca, no cambia. No se está acercando más.

Pero tienes que mirar. Tienes que asegurarte.

Mueve la cabeza para el otro lado.

Puedes hacerlo.

Parece algo así como un tronco. Por favor, sé un tronco, por favor, sé un tronco, por favor, sé un tronco, por favor.

No es un tronco… Es negro y rojo. Botas negras. Pantalones negros. Una pierna doblada, otra recta. Una chamarra negra. Su rostro está girado.

Tiene pelo corto, de color castaño claro.

Está empapada de sangre.

Está inmóvil como un tronco.

Todavía mojada.

Todavía supurando.

Ya no es veloz.

El teléfono celular es suyo.

chchchchchchchhchchchcchhhhhchchchhchcchchchhhchchchchchchchhchchch

chchchchchchchhchchchcchhhhhchchchhchcchchchhhchchchchchchchhchchch

Y mientras levantas la cabeza, ves la herida que es su garganta, y está serrada y ensangrentada y profunda y

roja.

LA ESPERA

Estoy de vuelta en Suiza, en la cima de un valle remoto… no donde está la cabaña de Mercury, pero cerca de allí, como a medio día de caminata.

Ya llevo varias semanas aquí y he regresado un par de veces al valle de Mercury. La primera vez volví sobre mis pasos en busca del arroyo donde perdí el Fairborn, el cuchillo mágico que les robé a los Cazadores. Que Rose robó. Encontré el arroyo con bastante facilidad, y no fue muy difícil hallar sangre y unas manchas amarillas en el suelo. Pero ni rastro del Fairborn. Subí y bajé por el arroyo y alrededor de esa área central manchada: me asomé entre los arbustos, busqué bajo las rocas. Se estaba volviendo algo ridículo… digo, ¡buscar bajo las rocas! Tuve que dejarlo después de dos días de búsqueda. Comenzaba a preguntarme si en efecto alguna vez tuve el Fairborn; si un animal pudo haberse escapado con él; si había desaparecido mágicamente. Me estaba empezando a afectar. Desde entonces no lo he vuelto a buscar.

Ahora estoy esperando aquí, en este otro valle, en la cueva. Eso fue lo que acordamos Gabriel y yo, así que es lo que estoy haciendo: espero a Gabriel. Me trajo aquí un día y escondió su lata con las cartas en la cueva: son las cartas de amor de sus padres, su única posesión. La lata ya está en mi mochila. Y yo estoy aquí. Y me digo a mí mismo que por lo menos tenemos un plan. Y que eso es bueno.

Pero no es un gran plan que digamos: “Si las cosas salen mal, espérame en la cueva.”

Y las cosas salieron mal… tremendamente mal.

No pensé que alguna vez necesitaríamos tener un plan. Nunca pensé que las cosas saldrían así de mal sin que yo estuviera muerto. Pero estoy vivo. Soy un brujo hecho y derecho, de diecisiete años y con los tres regalos recibidos. Pero no sé quién más está vivo. Rose… Rose sí está muerta… de eso estoy seguro; le dispararon los Cazadores. Annalise está sumida en un sueño parecido a la muerte, prisionera de Mercury, y sé que no hay que dejarla en ese estado por mucho tiempo, o parecido a la muerte simplemente se convertirá en muerte. Y Gabriel está desaparecido, todavía, semanas después de que robáramos el Fairborn… cuatro semanas y cuatro días después. Si estuviera vivo, estaría aquí, y si los Cazadores han atrapado a Gabriel, lo torturarán y…

Pero ésa es una de las cosas en las que no me permito pensar. Ésa es una de mis reglas mientras espero: no pienses en lo negativo; apégate a lo positivo. El problema es que lo único que puedo hacer es sentarme aquí, esperar y pensar. Así que todos los días me obligo a repasar todos mis pensamientos optimistas y me digo que cuando los haya terminado, Gabriel regresará. Y tengo que repetirme que eso todavía es posible. Que todavía podría lograrlo. Sólo tengo que seguir pensando positivamente.

Está bien, así que vamos a tener pensamientos optimistas, una vez más…

Antes que nada, percibir las cosas que me rodean. Hay cosas positivas por todos lados, y percibo las mismas cosas positivas cada maldito día positivo:

Los árboles. Los árboles son cosas positivas. La mayoría son altos y están bastante derechos y gruesos, pero algunos están caídos y cubiertos de musgo. La mayoría de los árboles tiene agujas, y no hojas, y los tonos verdes van desde el casi negro hasta el limón, según la luz del sol y la edad de la aguja. Conozco tan bien los árboles de aquí que puedo cerrar los ojos y ver cada uno de ellos, pero trato de no cerrar los ojos demasiado… es más fácil ser optimista con los ojos abiertos.

De los árboles me muevo al cielo, que es positivo también, normalmente de un azul brillante durante el día y de un negro claro por la noche. Me gusta el cielo de ese color. A veces hay nubes, y por lo que puedo ver de ellas, son grandes y blancas, no suelen ser grises, no suelen ser nubes de lluvia. En general se mueven hacia el este. No hay viento aquí: nunca llega al suelo del bosque.

¿Qué más? Ah sí, los pájaros. Los pájaros son positivos y glotones y ruidosos; siempre están parloteando o comiendo. Algunos comen semillas y otros comen insectos. Hay cuervos que vuelan en lo alto sobre el bosque pero no entran, por lo menos no hasta mi nivel. Son negros. De un negro afilado. Como si los hubieran recortado con tijeras a partir de un trozo de papel negro. Constantemente espero ver un águila, pero nunca he visto una por aquí, y me pregunto por mi padre y si de verdad se disfrazó como una de ellas y me siguió, y eso parece que pasó hace tanto tiempo…

¡Alto!

Aquí no corresponde pensar en mi padre. Debo tener cuidado cuando pienso en él. Tengo que ser estricto conmigo mismo. Si no, es demasiado fácil volverse negativo.

Así que… de vuelta a las cosas que me rodean. ¿Hasta dónde llegué? Ya he repasado los árboles, el cielo, las nubes, los pájaros. Ah sí, tenemos silencios… muchos de ellos. Silencios enormes. Los silencios de la noche podrían llenar el Océano Pacífico. Amo los silencios. No hay siseos aquí, ni interferencias eléctricas. Nada. Tengo la cabeza despejada. Creo que podría escuchar el río al fondo del valle, pero no puedo; los árboles tapan el sonido.

Así que ya he contado también los silencios y luego vienen los movimientos. Las cosas que se han movido hasta ahora: venados pequeños, he visto varios; son silenciosos y marrones y más o menos delicados y un poco nerviosos. Conejos también, que son silenciosos y de color pardo. Y luego los ratones de campo, pardos, y las marmotas, que son grises y silenciosas. Luego hay arañas, negras y silenciosas; moscas, negras, silenciosas hasta que se acercan, luego increíblemente, graciosamente ruidosas; una mariposa perdida, azul aciano, silenciosa; piñas de pino que caen, marrones, no silenciosas, pero que forman una palabra suave cuando aterrizan en el suelo del bosque: “du”; agujas de pino que caen, marrones, tan ruidosas como la nieve.

Así que eso es lo positivo: mariposas, árboles y cosas.

También me fijo en mí mismo. Llevo mis botas viejas. Con suelas pesadas y flexibles porque están muy desgastadas. La piel marrón está arañada y el agua se mete en la de la derecha por la costura rota. Mis jeans son holgados, cómodos, desgastados hasta los hilos, rotos en la rodilla izquierda, raídos en los dobladillos, alguna vez fueron azules, ahora son grises, están manchados de tierra, tienen algunas manchas verdes por subirme a los árboles. El cinturón: de cuero negro grueso y con hebilla de latón. Es un buen cinturón. Mi camiseta: alguna vez fue blanca, ahora es gris, tiene un agujero en el lado derecho y agujeritos en la manga, como si unas pulgas la hubieran mordisqueado. No tengo pulgas, no creo. No tengo comezón. Estoy un poco sucio. Pero algunos días me lavo, y cuando me despierto con sangre encima, lo hago siempre. Mi ropa no tiene sangre, que ya es algo. Siempre me despierto desnudo si…

¡Vuelve a pensar en la ropa!

¿Hasta dónde había llegado? La camiseta. Y sobre mi camiseta está mi camisa, que es calientita y gruesa, de lana, el estampado a cuadros verdes, negros y marrones aún es visible. Todavía le quedan tres botones negros. Agujero en el lado derecho. Rasgadura en la manga izquierda. No tengo pantalones ni calcetines. Alguna vez tuve calcetines; no sé qué les pasó. Y tenía guantes. Mi bufanda está en mi mochila, creo. No he mirado adentro desde hace siglos. Debería hacerlo. Eso me daría algo que hacer. Creo que mis guantes están ahí adentro, quizá.

¿Y ahora qué?

Busquemos algo más sobre mí.

Mis manos son un desastre. Un verdadero desastre. Están quemadas por el sol, marcadas, ásperas; las cicatrices de mi muñeca derecha son espeluznantes, como si fueran piel derretida; mis uñas están negras y mordisqueadas hasta el hueso, y también están los tatuajes. Tres tatuajes en mi meñique derecho y el tatuaje grande en la parte de atrás de mi mano izquierda: N 0.5. Un tatuaje de Código Medio. Sólo para que todos sepan qué soy: mitad Brujo Negro. Y en caso de que se pierdan esos tatuajes, tengo uno en el tobillo y uno en el cuello (mi favorito entre todos ellos).

Pero son mucho más que tatuajes, mucho más que marcas: también son algún tipo de conjuro. Si los Cazadores me atrapan, si el señor Wallend me atrapa, me cortarán el dedo y lo pondrán en una botella de brujos y luego estaré en su poder. Podrían usarla para torturarme o matarme en cualquier momento si quemaran la botella. Creo que eso es lo que harían. Los tatuajes son su manera de tener control sobre mí. Los usarían para tratar de obligarme a matar a mi padre.

Sólo que nunca mataré a mi padre. No podría aunque quisiera, porque mi padre sigue siendo el Brujo Negro más poderoso del que haya oído hablar y no soy nada comparado con él. Me refiero a que puedo luchar bien y puedo correr bien, pero eso nunca será suficiente contra Marcus.

¡Mierda! Estoy pensando de nuevo en él.

Debería volver a pensar en mi cuerpo.

A veces, mi cuerpo hace cosas extrañas. Cambia. Tengo que pensar más en eso. Tengo que entender cómo cambia, por qué cambia y en qué carajo se transforma.

Nunca lo recuerdo, pero sé que ocurre porque me despierto desnudo y un poco menos hambriento. Aunque a veces me enfermo y vomito la comida de la noche, y luego tengo arcadas una y otra vez. No sé si es porque mi cuerpo no puede tolerar lo que comí. Como principalmente animales pequeños, aunque no recuerdo haberlos atrapado. Pero sé que ocurre porque hay huesitos en mi vómito y jirones de piel peluda y sangre. Una vez me encontré una cola. Una cola de rata, creo. Sé que me convierto en algún tipo de animal. Es la única explicación. Tengo el mismo Don que mi padre. Pero no recuerdo nada de ello: ni de transformarme, ni de ser animal, ni de transformarme de vuelta en mí. Nada de nada hasta que me despierto después de todo eso. Siempre me quedo dormido, así que supongo que debe dejarme agotado.

Atrapé a un venadito anoche. Me desperté junto a su cuerpo a medio comer. Eso no lo he vomitado. Creo que mi estómago se está acostumbrando. Estaba hambriento, muerto de hambre, pero ya no lo estoy. Así que eso demuestra que uno puede acostumbrarse a lo que sea, incluso a la carne cruda. Aun así, mataría por una comida de verdad. Una hamburguesa, papas fritas, estofado, puré de papas, rosbif y pudín de Yorkshire. Cosas de humanos. Un pastel. ¡Unas natillas!

¡Cuidado!

Mejor no pensar en lo que no tengo: así todo cae en picado. Debo tener cuidado con mis pensamientos. No debo dejarme llevar hacia lo negativo. Y hoy me he esforzado para ser optimista, para premiarme por pensar en otra gente, incluso en mi padre, pero tengo que ser extremadamente cuidadoso al pensar en él.

Lo conocí. Conocí a Marcus. No me mató, cosa que nunca pensé que haría realmente, pero dada su reputación, se podría haber desenvuelto en cualquier sentido.

Pasé la mayor parte de mi niñez creyendo que yo no le importaba a Marcus, pero resulta que pensaba en mí todo el tiempo, así como yo pensaba en él. Y siempre planeó ayudarme. Me buscó. Y luego detuvo el tiempo por mí, lo cual me imagino que no debe ser una cosa sencilla de hacer, ni siquiera para él. Él dirigió mi Ceremonia de Entrega: dejó que tomara su sangre y me dio tres regalos. Y el anillo de oro que me dio, su anillo, lo tengo puesto en mi dedo, y le doy vueltas y lo levanto contra mis labios y siento su peso y pruebo el metal. La bala que mi padre me sacó, la bala mágica de los Cazadores, está en mi bolsillo. A veces la palpo también, aun que no estoy seguro de que siquiera me guste tenerla, ya que es algo que pertenece a los Cazadores. Y el tercer regalo que me dio, mi vida, sigue conmigo. No sé si realmente cuenta, porque nunca antes había oído de un regalo que no fuera una cosa física, pero lo hizo Marcus y supongo que sabe lo que hace.

Estoy vivo por mi padre. Tengo mi Don por mi padre, y ese Don es el mismo que el suyo. La mayoría de los brujos sufre para encontrar su Don, y tarda quizás un año o más en descubrir qué es, pero yo no tuve siquiera que buscar el mío. Me encontró a mí. Y no sé si eso es algo bueno. Es mejor pensar en otra cosa…

Mi familia me da algo positivo en qué pensar. No es frecuente que me ponga negativo cuando pienso en mi familia. Todavía extraño a Arran, pero ni punto de comparación como cuando era prisionero de Celia. Esas primeras semanas en mi jaula extrañé tanto a mi hermano. Pero eso fue hace años… hace dos años, creo. El Consejo me llevó justo antes de que cumpliera quince años, justo antes de la Entrega de Arran. Sí, han pasado más de dos años desde entonces, pero sé que está bien y Deborah también. Ellen, mi amiga Mestiza, se puso en contacto con Arran, le mostró una foto mía, y vi un video de él, escuché el mensaje que le dio para mí. Pero sé que están mejor sin mí. Nunca podré volver a verlos, pero no me importa porque saben que estoy vivo, que escapé y estoy libre. Ser optimista es lo mío, y eso es positivo, porque cuanto más tiempo me aleje de ellos, mejor es para la gente que me importa.

A veces me siento a la entrada de la cueva, quizá me acuesto y duermo ahí un rato, pero no estoy durmiendo muy bien y en general me siento más cómodo aquí arriba, esperando en mi árbol donde tengo una buena vista. Aquí la ladera está empinada; no va a pasar nadie que haya salido a pasear por impulso. Pero nunca se sabe. Y los Cazadores son buenos para cazar. Trato de no pensar demasiado en los Cazadores, aunque no es razonable fingir que no existen. Así que, en fin, me siento en mi árbol y cuando está oscuro, como ahora, me concedo el permiso de recordar los viejos tiempos, antes de que me llevara el Consejo, antes de Celia, antes de que me encerraran en mi jaula.

Mi recuerdo favorito es de mí y de Arran jugando en el bosque cerca de casa de Abu. Estaba escondido en un árbol y cuando Arran finalmente me vio, lo escaló para alcanzarme, pero me alejé más y más sobre una rama delgada. Me rogó que parara, así que regresé para sentarme con él, algo así como estoy ahora, yo recargado contra él, sentados sobre la rama a horcajadas. Y daría tanto por sentarme con él así otra vez, sentir el calor de su cuerpo contra el mío. Saber que sonríe por el movimiento de su pecho, sentir su aliento, su brazo que me rodea.

Pero es mejor no pensar así demasiado. Mejor no pensar en lo que no puedo tener.

También recuerdo a Abu, con sus abejas, sus botas y sus gallinas, y el suelo lodoso de la cocina. La última vez que vi a Abu fue cuando me llevaron. Estaba en el edificio del Consejo cuando me dijeron que Celia sería mi “tutora y maestra”. Ésa fue la primera vez que vi a Celia, la primera vez que escuché su sonido, ese Don que me puede dejar aturdido. Parece que ha pasado una vida. Celia me derribó con su ruido y me llevaron en brazos y tuve un último vistazo de Abu, que se veía vieja y asustada, parada sola en medio del cuarto donde pasé mis Evaluaciones. Ahora que miro al pasado, creo que Abu sabía que nunca me volvería a ver. Celia me dijo que había muerto, y sé que presionaron a Abu para que se matara, como lo hicieron con mi madre.

Ahora lo sé…

¿Qué es eso?

¡Pisadas! ¡De noche!

Mi adrenalina se dispara.

¡Contrólate! ¡Escucha!

Pisadas ligeras. Lo suficientemente ligeras como para ser un Cazador.

Giro la cabeza lentamente. No veo nada. La capa de nubes es espesa, y la luz de la luna no alcanza a iluminar el bosque.

Más pisadas. Más adrenalina.

¡Mierda! Esto es más que adrenalina… es el animal que se agita en mí.

Y entonces lo veo. Un ciervo pequeño. Nervioso.

Y la adrenalina animal está lista para estallar, el animal que hay en mí quiere tomar el control.

¡Tranquilo! ¡Tranquilo! Respira lentamente. Cuenta las respiraciones.

Inhala y exhala.

Inhala —y aguanta— y exhala lentamente.

Inhala —y lo puedo sentir en mi sangre, la hace arder— y expira lentamente.

El ciervo se aleja y se pierde rápidamente en la penumbra. Pero aquí estoy, aún en mi forma humana, y el venadito no está muerto. Puedo controlar mi Don. Detenerlo a pesar de todo. Y, si lo puedo detener, quizá también lo pueda permitir.

Estoy sonriendo de oreja a oreja. Por primera vez en semanas, me siento realmente optimista por algo.

Hoy lo hice bien, me aferré a las listas, no me fui demasiado por lo negativo. Me puedo premiar con algunos buenos pensamientos, cosas que reservo para ocasiones especiales. Mis favoritos son de Annalise. Y esto es lo que recuerdo…

ANNALISE Y YO

Los dos estamos sentados en el afloramiento de arenisca, con los pies colgados sobre el borde. Annalise tiene quince años; yo apenas tengo catorce. Mi pierna está cerca de la suya pero no exactamente tocándola. Es el final del otoño. Nos hemos encontrado aquí una vez por semana durante los últimos dos meses. Desde que comenzamos a vernos sólo nos hemos tocado una vez, la segunda vez que estuvimos aquí. Le tomé la mano y se la besé. Todavía no puedo creer que lo hiciera. Me dejé llevar, creo. Ahora pienso en eso todo el tiempo, y me refiero a todo el tiempo, pero parece que no puedo hacerlo otra vez. Annalise y yo hablamos y escalamos y corremos por ahí, pero incluso cuando nos estamos persiguiendo, nunca la atrapo. Me acerco y luego no lo puedo hacer. Tampoco dejo que ella me atrape nunca.

Está columpiando las piernas. Su falda gris de la escuela está limpia y planchada y muy cuidada. La piel de sus piernas es suave y está ligeramente bronceada, y arriba de las rodillas, los vellos de sus piernas son finos y rubios. Y mi pierna está a milímetros de la suya, pero sé que no puedo hacer que se acerque más. Me obligo a girar la cabeza para mirar otra cosa.

El afloramiento está empinado y la caída es larga pero realizable, ya que se cae sobre tierra arenosa. Las copas de los árboles se agitan y murmuran, casi como si hablaran los unos con los otros, chismorreando, y las hojas caen en pequeñas hordas. Un racimo desciende hasta nosotros e incluso antes de que ella se mueva, sé que Annalise tratará de agarrar una hoja. Estira su mano, su brazo y luego su cuerpo sobre el borde del risco. Está yendo demasiado lejos pero no se lastimará si se cae, aunque quizá debería agarrarla, sostenerla. Pero no me muevo. Se ríe y llega incluso más lejos y atrapa la hoja y agarra mi manga al mismo tiempo, y aun así no la toco. Echo mi brazo hacia atrás para que se ponga a salvo, pero no la toco.

Ella tiene la hoja. Un pequeño triángulo color café de un abedul. La sostiene por el tallo y la gira frente a mi rostro.

—La tengo. ¡No gracias a ti! Casi me caigo.

—Sabía que no te pasaría nada.

—¿Ah, sí? —ella roza la hoja contra mi nariz una vez, con sus dedos cerca de mis labios. Alejo la cabeza de ella.

—Es para ti. Ten, tómala.

Le digo:

—Sólo es una hoja. Hay muchas por ahí.

—Abre la mano. Ésta es una hoja especial. Es una que atrapé poniendo en riesgo mi persona, sólo para ti.

Extiendo mi mano, quiero la hoja.

La suelta sobre mi palma.

—Nunca dices gracias, ¿verdad? —no lo sé. Nunca lo había pensado—. Y nunca me tocas.

Me encojo de hombros. No le puedo decir que pienso en cada milímetro que hay entre nosotros. Le digo:

—Me quedaré con la hoja —y me impulso del afloramiento para caer en el suelo que hay abajo.

Estoy abajo y ahora no sé qué hacer. Esperaba que ella saltara conmigo. Levanto la mirada hacia ella y le digo:

—¿Podemos hablar de otra cosa?

—Si vuelves a subir aquí y me lo pides amablemente.

OSCURECE

Debe ser pasada la medianoche. Así que ya pasó otro día. Otro día de pensar positivamente. Otro día de pensar en Annalise pero sin estar más cerca de ayudarla. Otro día de sentarme en un árbol, a la espera de Gabriel, y que él no llegue. Debería tratar de dormir pero no tengo sueño. Casi nunca tengo sueño de noche. Al contrario, parece que me revivo un poco más, aunque sé que también me vuelvo un poco más oscuro.

Podría confeccionar algunas listas o volver a las cosas que me enseñó Celia: cómo matar con un cuchillo; cómo matar con mis manos. Qué alegre. O quizá pensar en datos. Mi árbol genealógico es interesante. Sólo recito los nombres una y otra vez: Harrow, Titus, Gaunt, Darius, Leo, Castor, Maximilian, Massimo, Axel, Marcus, Nathan. Harrow, Titus, Gaunt, Darius…

Claro que la lista se inclina más hacia lo deprimente, y se supone que no debo hacer cosas deprimentes, pero no es culpa mía si los Cazadores los mataron a todos, o si el Consejo los torturó hasta la muerte. Aunque Marcus no está muerto, o hasta donde sé, está sano y salvo y viviendo nadie sabe dónde. Y estuvo conmigo, me salvó la vida y llevó a cabo mi Ceremonia de Entrega, pero se fue, me dejó solo, otra vez, como durante toda mi vida.

—Lo hiciste lo suficientemente bien solo —me dijo. ¡Clásica manera de esquivar el bulto!

No debo ser negativo. Tengo que ser malditamente optimista.

Mierda, estoy de un humor de perros.

Tengo que probar a hacer más pruebas de memoria. Sí, podría recitar todos los Dones que mi padre robó, uno por cada corazón humano que se ha comido. Y el hombre, ese asesino, ese PSICÓPATA, se sentó frente a mí y habló conmigo y me dio tres regalos. Y no puedo odiarlo y ni siquiera le tengo miedo. Estoy… alucinado con él. Eso es positivo, ¿no? ¿Admirar a tu padre? Tu padre el psicópata. ¿Es un psicópata? No lo sé. Ni siquiera sé cuál es la definición de psicópata. No sé qué tanto haya que viajar por el sendero de comerse a la gente antes de volverse oficialmente un psicópata.

Me estoy mordiendo las uñas otra vez, pero no queda mucho que morder.

Y aquí estoy, sentado en un árbol, mordiéndome las uñas… Nathan, hijo de Marcus, el chico que se supone que debe matar a su padre, el chico que trató de demostrar que no lastimaría a su padre al devolverle el Fairborn pero que metió la pata y perdió el cuchillo. Y sé que no duraría ni un segundo en una lucha contra Marcus, pero todos creen que puedo matarlo; todos quieren que lo mate. Logré escaparme de Wallend y de esos Brujos Blancos que quieren que lo haga, y voy y me topo con Mercury, y ¿adivinen qué? También ella quiere que lo mate.

¡Mierda! Tengo que pensar en algo más positivo.

Tengo que pensar en Annalise otra vez. Solía pensar en ella cuando estaba en la jaula. Fantaseaba con ella, me imaginaba que la tocaba y teníamos relaciones sexuales y cosas así. Realmente no he tenido relaciones sexuales ni cosas por el estilo. Y la última vez que agarré su mano fue cuando me senté junto a ella en el techo de Mercury, y entonces todo se fue a la mierda y el viento me retuvo mientras Mercury atrajo a Annalise hacia la hierba. Recuerdo el cuerpo de Annalise tirado allí, con su pecho jadeante, desesperada por inhalar aire, y ese último suspiro ahogado que dio, que parecía tan lento y tan doloroso, antes de que se quedara quieta, y lo odio. Odio ese último suspiro.

Y, a propósito de odio, puedo hacer una buena lista sobre este tema. Está mi hermana, claro, mi querida Jessica. Me odia hasta la médula desde que nací, y yo le devuelvo el sentimiento con creces. Está su novio, Clay, el líder de los Cazadores, brutal y arrogante. ¿Qué tiene que no se pueda odiar? Y el otro animal, Kieran O’Brien, el hermano mayor de Annalise, que solía estar en la cima de mi lista de odio pero ahora casi todas las veces sólo ronda por el número tres. El número dos de mi lista de odio es Soul O’Brien, miembro del Consejo. Me dijo que quería ser él quien me diera los tres regalos, lo cual es, francamente, más monstruoso que tenerme en una jaula. Bien podría ser algún tipo de psicópata también. Y hablando de psicópatas, el número uno de mi lista es el señor Wallend. El Brujo Blanco que trabajó sobre mí como si fuera una rata de laboratorio. El hombre que me hizo los tatuajes, que son la cosa que más odio.

¡Qué positivo ha sido esto!

Celia no está en la lista. Ya no odio a Celia, lo cual es algo bueno, supongo. Después de todo, no odiar a alguien que te encerró en una jaula casi dos años, es positivo. Sin duda. Por otro lado, quizá muestra que estoy completamente mal de la cabeza por toda esa experiencia. No lo sé. Pero Celia no está en la lista.

Mercury tampoco lo está. Mercury no me inspira odio. Sería como odiar el clima.

Mercury dijo que liberaría a Annalise a cambio de la cabeza de mi padre o de su corazón. No le entregaré ninguno de los dos. Tengo que encontrar la manera de encontrar a Mercury, de encontrar a Annalise, de romper el hechizo en el que cayó y escapar con ella. Suena difícil y peligroso pero tengo un plan, lo cual es otra cosa positiva. Sólo que el plan es una porquería y es estúpido y no funcionará jamás. Y seguro que Mercury me matará.

Aun así, no debería preocuparme por eso. Al fin y al cabo, todos mueren alguna vez.

Y por el momento tengo suficientes problemas con el plan actual. Ya llevo más de un mes aquí y estoy lidiando con imaginar un escenario positivo: un escenario en el que Gabriel no puede llegar aquí, no porque esté muerto o porque lo hayan capturado los Cazadores, sino porque está acostado en una cama de lujo, leyendo un libro y comiendo croissants.

Si lo hubieran capturado, lo habrían torturado y les habría contado todo. Todo sobre él, sobre mí, el Fairborn, Annalise, y definitivamente sobre dónde me podrían encontrar, nuestro punto de encuentro aquí en la cueva. Yo se los habría dicho bajo Castigo y él también. No hay ninguna vergüenza en ello. El Castigo quiebra a todos a la larga y nadie podría aguantarlo durante un mes. Y aun así, los Cazadores no están aquí. Pero tampoco Gabriel. Así que eso quiere decir que está muerto. Los Cazadores le dispararon esa noche que nos llevamos el Fairborn. Lo mataron mientras trataba de salvarme. Y aquí estoy, sentado en un árbol, tratando de ser optimista.

Si lo piensas, el optimismo es bastante enfermizo.

NO ESPERAR

Ya está amaneciendo cuando llego a la cabaña de Mercury. Después de que mi padre me diera mis tres regalos me escapé de aquí, perseguido por los Cazadores. Ésta es la tercera vez que vuelvo desde entonces. Mi oportunidad de observarlos a ellos, para variar.

La primera vez que volví fue hace dos semanas, cuando estaba absolutamente seguro de que no había Cazadores tras mis huellas. Había matado a la más veloz, y perdí a los demás. Estaba bastante seguro de que no estarían esperando a que volviera. Después de todo, no tendría ningún sentido que lo hiciera y sería estúpidamente peligroso. Dada esa lógica, esperaba que no hubiera muchos Cazadores en la cabaña. ¡Error! Había doce. Creo que la estaban usando como base de operaciones para tratar de encontrar a Mercury. Había una fisura mágica en el espacio que usó para viajar a su hogar de verdad. Un pasadizo como el que usamos Gabriel y yo para llegar de la cabaña al apartamento de Ginebra. Mi padre dijo que los Cazadores podían detectar esos pasadizos, así que supongo que para estos momentos Mercury ha destruido el que lleva a su verdadero hogar, o los Cazadores han encontrado la manera de entrar y también Mercury está muerta. Y si Mercury está muerta, entonces no tengo idea de qué le habrá pasado a Annalise. Pero Mercury no es descuidada, ni lenta ni débil. Creo que habrá destruido el pasadizo, y cubierto sus rastros tan bien que este valle será un callejón sin salida para los Cazadores, y también para mí.

Esa primera vez que volví a la cabaña, Clay estaba ahí, de pésimo humor, y gritaba mucho. Jessica estaba con él. Tiene una cicatriz larga que baja desde su frente hasta su nariz y su mejilla, donde la corté, o más bien donde la cortó el Fairborn. Sin embargo, a Clay no parecía molestarle eso; él y Jessica todavía tenían aspecto de ser la pareja del momento. La rodeaba con el brazo y le besaba la punta de la nariz. En cierto momento se acercó al borde del bosque con las manos en las caderas y las piernas separadas. Parecía como si me estuviera mirando directamente. Yo estaba bien escondido y no podía verme, pero era como si me estuviera esperando.

Volví a la cabaña otra vez hace una semana. Sólo quedaban seis Cazadores, y esperaba que Clay fuera uno de ellos: pensé que él sabía que yo volvería, pero no estaba ahí. En su lugar, tuve el placer de ver a Kieran. Y esta vez había otro ambiente. Los Cazadores que quedaban, tomaban el sol, se reían, pasaban el rato. Era casi como un campamento de vacaciones, pero son Cazadores y nunca están de vacaciones. Definitivamente no parecía como si esperaran a que el hijo-de-ya-sabes-quien apareciera.

Examiné a Kieran: estaba desnudo hasta la cintura, con su pelo teñido por el sol, su rostro rojizo y bronceado y su cuerpo enorme y pesado por los músculos. Estaba casi tan fornido como Clay. Habían armado una pista de obstáculos con leña y asideros, sogas y una red para escalar. A pesar de su tamaño, Kieran siempre era el más veloz y se burlaba de los demás por ser lentos. Cuando se trataba de hacer rounds de boxeo, quedaba claro que las chicas eran principiantes; la pareja de Kieran era buena pero Kieran es excelente. Aun así, creo que podría derribarlo en una pelea justa, pero su Don lo complica más porque se puede volver invisible. Una de las chicas parecía tener la capacidad de incendiar cosas y otra podía lanzar rayos, pero ambos eran Dones bastante débiles. No pude detectar qué podía hacer la pareja de Kieran ni las otras chicas.

Casi todos los Cazadores son mujeres, pero hay algunos brujos con habilidades. Sólo reclutan a los más fuertes y aptos, y forman parejas de hombres y parejas de mujeres. Nunca antes había oído hablar de Cazadores que no fueran británicos, pero ahora hay dos chicas que no lo son. Hablaban un poco de inglés, pero hablaban una con la otra y a veces con la pareja de Kieran en lo que creo que era francés. Hasta donde sé, los Consejos de Brujos Blancos de Europa nunca han entrenado Cazadores ni han cazado a los Brujos Negros como lo hacen en Gran Bretaña. Gabriel me dijo que aquí en Europa, los Blancos y Negros se quedan en sus propias áreas y se ignoran los unos a los otros, y a los Cazadores sólo los usan en circunstancias extremas para rastrear a brujos específicos, mi padre entre ellos. Si están reclutando a Brujos Blancos locales, puede ser señal de que los Cazadores estén expandiendo sus operaciones.

Los observé todo el día. Sabía que no debía hacerlo. Sabía que debía estar en la cueva esperando a Gabriel, pero no lograba apartarme. Miré a Kieran gritarle a su pareja y recordé el día en que él y sus hermanos me atraparon, me cortaron, me torturaron. Estoy más estupefacto ahora por lo que hicieron de lo que lo estuve en ese momento. Tenía catorce años; era pequeño, un niño. Kieran tendría veintiún años entonces, e hizo que sus hermanos menores participaran, obligó a Connor a ponerme el polvo en la espalda, hizo bromas al respecto, hizo bromas sobre sus debilidades tanto como sobre las mías. Y no sólo me cortó y me marcó con cicatrices, sino que me herró también: N en el lado izquierdo de mi espalda y B en el derecho. Y eso es lo que soy: un Código Medio, mitad Negro, mitad Blanco, sin pertenecer a ninguno de los dos lados.

Y ahora estoy de vuelta una tercera vez. Me acerqué a la cabaña desde arriba, por el bosque. El sol no ha rebasado los picos de las montañas a mi izquierda pero el cielo está iluminado. No estoy seguro de por qué estoy aquí pero no me quedaré mucho. Sólo quiero echar un vistazo por última vez.

La cabaña está en lo alto sobre una empinada pared del valle, a la orilla del bosque, con una pradera abierta de pasto bajo. La mayor parte del valle está cubierta de bosque, aunque las altas crestas y picos están por encima de la línea de los árboles, y las rocas grises tienen un poco de nieve que se alberga en los huecos, incluso durante el verano. En la cima del valle hay nieves perpetuas y está el glaciar, y de ahí corre el río. El río está mucho más abajo de la cabaña y no se puede ver desde ahí, pero se puede escuchar: su rugido es constante.

Camino suavemente hasta el límite de los árboles. No hay sonidos excepto el siseo que sus teléfonos celulares desatan en mi cabeza. Sin embargo, el siseo es ligero. No hay muchos teléfonos. No son seis. Serán dos, supongo. Ambos en la cabaña. Así que básicamente deben haber abandonado la idea de hallar a Mercury, y deben creer que me fui y que no soy tan tonto como para volver. Pero, ¿adivinen qué? Aquí estoy.

Ya hay mucha luz.

Realmente debería irme.

Pero no me puedo enfrentar a quedarme sentado en la cueva, a la espera de Gabriel, cuando debe estar muerto. Pero quiero ver a Gabriel y le prometí que lo esperaría, como me lo prometió él a mí, y sé que él esperaría más de un mes y…

El pestillo de la puerta de la cabaña gira y sale un Cazador.

Reconozco su silueta de inmediato.

Kieran camina alrededor de la cabaña, se estira y bosteza, gira la cabeza sobre su cuello grueso como si estuviera a punto de comenzar un combate de boxeo. Va al montón de leña, elige un tronco grande y lo coloca con el extremo parado sobre el tronco serruchado que les sirve para cortar la leña. Levanta el hacha y se coloca en posición. La madera no tendrá la menor oportunidad.

Está de espaldas a mí. Deslizo mi cuchillo fuera de su funda.

Kieran se detiene. Se agacha para recoger los trozos de madera, los carga en sus brazos y camina al costado de la cabaña y apila la madera. Un pajarito vuela junto a él, cerca. Un aguzanieves. Desciende junto a la cabaña. Kieran lo mira unos segundos y luego se sube el hacha al hombro y elige otro tronco para cortar. Vuelve a comenzar.

El cuchillo sigue en mi mano. Puedo matarlo ahora. En diez segundos estará muerto.

Lo quiero muerto. Lo sé. Pero nunca he matado a nadie así, cuando podría darme la vuelta e irme. Y si lo mato tendría que escapar del valle definitivamente. Si Gabriel estuviera intentando volver a la cueva, yo estaría atrayendo a más Cazadores. Pero sé qué Gabriel está muerto; sólo que no lo quiero creer. Los Cazadores lo habrán matado: a Gabriel, a una de las personas más especiales, más honestas, más comprensivas que he conocido. Y aquí, vivito y coleando y cortando leña, está una de las personas menos especiales, más crueles que existen. Kieran merece morir. El planeta sería un lugar mejor sin él.

Kieran balancea su hacha hacia atrás mientras camino hacia él. Puedo matarlo antes de que se dé cuenta de nada. Es vulnerable: el hacha es inútil si soy veloz y entierro mi cuchillo directamente en su cuello.

Y lo quiero muerto.

Pero, pero, pero…

No lo puedo matar así. Lo quiero matar pero no rápidamente, no como tendría que hacerlo. Quiero que me vea mientras lo hago, que sepa que soy yo el que le arrebata todo lo que tiene, que le arrebata la vida.

¿O sólo estaré inventando pretextos? ¿O sólo estaré inseguro?

Y el animal que hay en mí, la adrenalina, no surge aquí para nada, como si no quisiera tomar parte alguna de esto.

La puerta de la cabaña vuelve a agitarse y se abre. ¡Mierda! Estoy a plena vista del Cazador, que sale a la hierba. Se está rascando la nuca, desperezándose, y mira hacia abajo.

Me retiro rápidamente. Aguanto la respiración mientras corro por la cuesta de un bosquecillo más espeso de árboles y me detengo bajo su cubierta para escuchar.

Todavía están cortando leña.

El sonido de los hachazos se detiene y escucho voces lejanas: el compañero de Kieran y luego Kieran, pero no puedo distinguir lo que dicen.

Silencio.

Comienza el sonido de los hachazos de nuevo.

Me he librado esta vez.

Corro.

NO ESTÁS MUERTO, ¿O SÍ?

Me voy a ir del valle. Me iré y nunca volveré. Tengo que encontrar a Mercury y elaborar un nuevo plan para ayudar a Annalise, un plan que no involucre a Gabriel. Pero primero me dirijo de vuelta a la cueva. Creo que debería dejar algo mío en caso de que suceda un milagro y Gabriel esté vivo y si, algún día, encuentra su camino hasta aquí.

Mientras regreso, me detengo y me siento en la hierba para tallar un trozo de madera que encontré. Estoy haciendo una talla de un cuchillito de cazador, igual al que estoy usando para tallarlo. Dejaré la figurita en la cueva, en un rincón de atrás donde Gabriel colocó su lata con las cartas, y luego me iré y no volveré jamás.

Mientras tallo, recuerdo a Gabriel cuando me dio el cuchillo…

Llevamos dos días en la cabaña de Mercury. Sólo me he encontrado con ella una vez, el día que llegamos, y desde entonces me dejó nervioso y preocupado de que no me ayudara con mi Entrega. Así que Gabriel y yo dedicamos los días a escalar y nadar. Hoy dejamos la cabaña de Mercury justo antes del amanecer y salimos con fuerza y velocidad. Gabriel va adelante y yo lo sigo. Incluso con su cuerpo de fain es veloz. Sus piernas son largas: una zancada suya cubre una tercera parte más que la mía. Subimos por un sumidero empinado de piedra de roca y logro hacerlo bien. Copio lo que hace y los asideros que utiliza, y consigo mejorar, pero él lo hace sin esfuerzo.

En la cima de un pico menor se detiene y me mira. Su ojo ya ha sanado, aunque tiene una costra en la ceja izquierda y creo que le quedará una cicatriz pequeña, un recordatorio de cómo lo ataqué cuando estábamos en nuestro departamento en Ginebra. Podría haberlo dejado ciego.

Me extiende la mano y la tomo para que me pueda ayudar en el último paso. No hay mucho espacio en la roca y nos colocamos muy cerca el uno del otro.

Los picos lejanos están cubiertos de nieve. El tiempo aquí está fresco, pero tengo calor.

—Estás jadeando —dice Gabriel.

—Estamos más alto. El aire es más escaso.

—Este poquito que estoy respirando no está tan mal.

Le doy un empujoncito con mi hombro.

—No comiences lo que no puedes terminar —dice, dándome un empujoncito de vuelta.

Hay una caída empinada y larga con rocas afiladas detrás de mí, y una caída pequeña que da a una ladera cubierta de hierba detrás de Gabriel. Lo empujo pero no muy fuerte y agarro su chaqueta para que no se caiga.

Se suelta de mi mano, levanta su antebrazo con ímpetu, y me empuja con fuerza hacia atrás con la parte plana de su mano. Agarro su otra manga, lo maldigo y lo empujo hacia arriba para quedar derecho. Tiene una sonrisa de idiota y nos empujamos y agarramos más, cada empujón es un poco más fuerte que el anterior, hasta que logro soltarme de él y le doy en los hombros con las dos manos y cae hacia atrás, tratando de alcanzarme, y ya no sonríe y tiene una expresión de estar preocupado. Lo agarro, pero me inclino demasiado y no puedo sostener el equilibrio y caemos juntos. Lo empujo hacia mí y me giro en el aire para caer de espaldas, con él encima de mí.

—¡Ah!

Estoy sobre la ladera cubierta de hierba, pero hay algunas piedras planas y suaves enterradas ahí que me hacen daño en la espalda.

Gabriel se quita de encima de mí y se ríe.

Le insulto.

—Creo que me rompí una costilla.

—Quejas, quejas, quejas. Ustedes los ingleses se la pasan gimoteando.

—No estoy gimoteando. Sólo estoy expresando un hecho. ¡Que pueda sanar no significa que no me duela!

—No pensaba que fueras tan blando.

—¿Blando? ¿Yo?

—Sí.

Ahora está arrodillado junto a mí y me clava el dedo en el pecho.

—¡Blando!

Ya sané mi costilla y le agarro la mano, la retuerzo y lo tiro al suelo para acabar encima de él.

Le doy un empujón en el pecho.

—No soy blando.

—Lo eres, pero no te preocupes. Es una de las cosas que me gustan de ti.

Le insulto a la vez que me levanto. Le extiendo mi mano, la agarra y lo ayudo a levantarse.

Volvemos a bajar al bosque, cruzamos un arroyo y subimos por una ladera empinada, tan empinada que tenemos que ayudarnos de nuestras manos para subir. A pesar de la inclinación, los árboles son altos, cada uno con una curvatura en la base parecida a la de un palo de hockey. Llegamos a un área pequeña de derrubios bajo la amplia y abierta boca de una cueva. La cueva no es profunda, sólo tiene unos cuatro o cinco metros y lo mismo de ancho, pero está seca y podría dormir en ella, creo, sin sentirme enfermo.

Su olor es ese olor a bosque: de putrefacción y vida.

Gabriel dice:

—He pensado que si sucede algo… si algo sale mal, aquí es donde deberíamos encontrarnos.

—¿Qué piensas que pueda salir mal?

—No estoy seguro, pero los Cazadores vienen por ti; Mercury es peligrosa y poco predecible —titubea y luego agrega—: también tú eres algo peligroso y poco predecible.

Tiene razón, por supuesto.

Saca una lata de su mochila pequeña, y dice:

—Dejaré mis cosas aquí.

Ya me había dicho que la lata contiene recuerdos: cartas de amor que su padre le envió a su madre, así como el objeto que Gabriel le habría dado a Mercury si es que lograba convertirlo de fain a brujo otra vez. Todavía no sé de qué se trata. No se lo voy a preguntar. Si me lo quiere contar, lo hará. Coloca la lata en un rincón de la cueva y luego saca algo más de su mochila.

Me ofrece un paquete.

—Es para ti… Pensé que te gustaría.

No sé qué hacer.

Dice:

—Tómalo. Es un regalo.

Puedo notar por la voz de Gabriel, por la manera en que titubea, por su mano menos firme de lo que es normalmente, que quiere que me guste. Yo quiero que me guste, por él.

El paquete es largo y plano. Por el peso podría ser un libro pero sé que no lo es… sería demasiado difícil que me gustara eso. Está envuelto en la bolsa de la tienda, de color verde pálido con algo escrito encima, doblada y arrugada de estar en la mochila. El papel de la bolsa es grueso y encerado.

Me pongo de cuclillas y abro un extremo con suavidad. Adentro hay papel de seda, blanco, en dobleces gruesos, nuevos, sin arrugar. Saco el paquete con cuidado y dejo caer la bolsa. Parece flotar hasta llegar al suelo. Todo parece especial. El regalo tiene un cierto peso en mi palma, y un equilibrio y un grosor.

—¿Cuándo fue la última vez que te dieron un regalo?— pregunta, bromeando, nervioso.

No lo sé. Hace mucho tiempo.

Coloco el paquete frente a mí en el suelo espeso de agujas de pino, blanco brillante sobre verde y marrón.

Despliego el papel de seda, con cuidado.

Lo más lentamente que puedo.

Lo más suavemente que puedo.

Todavía falta un doblez más.

—Más vale que te guste después de todo esto.

Ya me gusta. Y espero, disfrutando el papel sobre el suelo, con el regalo casi abierto.

Echo hacia atrás el papel otra vez con las puntas de mis dedos. El cuchillo está ahí, negro sobre el papel blanco. Está protegido por una funda de grueso cuero negro. Hay un broche para atarlo a mi cinturón. El mango del cuchillo cabe bien en mi mano, no es ni muy grande ni muy pequeño. Ni muy pesado ni muy ligero. Se desliza de su cubierta protectora con suavidad. Es un cuchillo de cazador, con la navaja curvada de forma espectacular. El metal atrapa la tenue luz del cielo y la refleja hacia el bosque.

Levanto la mirada hacia Gabriel. Está tratando de sonreír.

—Me gusta.

Nunca me disculpé por lo de su ojo.

Terminé la talla del cuchillo. Me encantaría que Gabriel la viera, pero sé que eso nunca sucederá. Me levanto y miro hacia atrás, a la cabaña, y quiero gritar por la frustración de la injusticia de todo esto. Nadie podrá ser un amigo para mí como lo era Gabriel, y me lo quitaron, como me lo quitan todo, y quiero matar a Kieran y a todos ellos. Pero sé que si mato a Kieran ahora, los Cazadores irían tras de mí y me podrían atrapar, y entonces no habría nadie que ayudara a Annalise. Por el bien de ella, debo ser cuidadoso.

Regreso a la cueva.

Está oscuro y ya casi llego y me acerco desde la falda de la colina, cuando veo una llama titilante. Una pequeña fogata.

¿Podría ser…?

Me detengo. Luego sigo adelante. Lentamente. En silencio. Me mantengo escondido en los árboles.

La fogata está en la boca de la cueva. Hay un pequeño círculo de piedras con ramas encendidas adentro y una cafetera apoyada en una de las piedras.

¿Pero quién ha hecho la fogata? No ha podido ser Gabriel, ¿o sí? ¿Quizás hayan sido unos excursionistas? ¿Seguro que no son Cazadores? No tendrían una fogata ni una cafetera. No hay siseos, no hay teléfonos celulares. No son fains. Probablemente tampoco sean Cazadores.

¿Puede ser Gabriel?

Le encanta el café.

Vislumbro un movimiento en la cueva. La forma oscura de un hombre.

¿Gabriel?

Pero esta silueta parece más baja, fornida.

No puede ser un Cazador, ¿o sí? No hay siseos y habría dos de ellos… o veinte…

¡Mierda! ¿Quién es?

El hombre sale y pasa por delante de la fogata. Mira hacia mí. Está oscuro. Estoy bien oculto entre los árboles. Sé que no puede verme.

—Maldita sea, amigo —dice—. Tiene acento australiano.

Me pregunto si hay dos de ellos y si está hablando con un amigo que sigue en la cueva.

Pero camina lentamente hacia mí… titubeando pero directamente hacia mí.

Estoy congelado, sin respirar.

Se acerca un paso más. Luego otro. Y se me queda mirando. Está a cuatro o cinco metros de distancia, una silueta contra el brillo del fuego. No puedo ver su rostro, pero sé que no es Gabriel.

—Maldita sea —vuelve a decir—. Pensaba que estabas muerto.

Definitivamente está hablando conmigo. Debe ser que puede ver en la oscuridad. No me muevo, sólo le devuelvo la mirada fijamente.

Luego, con un sonido de voz más nervioso, pregunta:

—No estás muerto, ¿o sí?

NESBITT

Tengo el cuchillo en la mano mientras doy un paso hacia el hombre, agarro su chamarra, uso mi impulso para empujarlo al suelo y me arrodillo sobre su pecho, con la navaja en su garganta.

—Está bien, amigo, está bien —dice. Suena más irritado que asustado.

—¡Cállate! —le ordeno.

La navaja de mi cuchillo presiona su cuello, pero únicamente el lado romo, para no cortarlo. Examino a mi alrededor para ver si está solo. Creo que lo está pero podría tener un compinche. No veo nada más que las formas oscuras de los árboles, la fogata y la cafetera.

—¿Quién eres? ¿Qué estás haciendo aquí? —reclamo.

—¿Supongo que no me creerías si te dijera que simplemente me gusta estar al aire libre?

—¿Supongo que no te importaría que te arrancara la lengua con el cuchillo si no puedes decir la verdad?

—Caramba, amigo. Sólo era una bromita, un poco de humor ligero.

Presiono el cuchillo contra su cuello hasta que le sale un poco de sangre.

—Creo que te la puedo cortar desde aquí.

—Nesbitt, me llamo Nesbitt. Y tú eres Nathan, ¿verdad?

No logro decidir si confirmándolo habría alguna diferencia, pero no creo que ayude, así que le digo:

—¿Y qué estás haciendo aquí, Nesbitt?

—Me mandó mi jefa.

—¿Te mandó a hacer qué?

—Para hacer un mandado.

—¿Y el mandado es…?

—Un asunto privado.

—¿Un asunto privado que estás dispuesto a no llevar a cabo porque te arrancarán la lengua, tus entrañas se desparramarán hacia afuera, tus…?

Voltea su cuerpo, sacude mi brazo a un lado y me agarra. Es más grande que yo, mucho más pesado y fuerte también, pero logro soltarme y me alejo rodando hasta ponerme de pie. Él también está de pie ahora: es más rápido de lo que parece.

Dice:

—Eres rápido.

—Y tú serías más rápido si te pusieras en forma.

Frunce el ceño.

—No estoy tan mal para mi edad —se golpea la panza—. Y tú no estás tan mal para ser un chico muerto.

Me enderezo más, fingiendo estar relajado.

—¿Dónde escuchaste que había muerto?

Me sonríe entre dientes.

—No escuché que hubieras muerto. Lo vi.

—¿Me viste? ¿Muerto? ¿Qué? ¿En una visión o algo así?

—¡Visión! Nada de eso. No te acuerdas, ¿eh? Bueno, supongo que no estabas en muy buen estado. Sin embargo, sí me viste, pero… me llamaste Rose, lo cual yo…

—¿Cómo? ¿Me viste cuando estaba herido? ¿Estabas en el bosque también?