El libro de Balieri - Carlos Candiani - E-Book

El libro de Balieri E-Book

Carlos Candiani

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Beschreibung

¿Quién es Balieri? ¿Es un hombre, un niño, un trabajador, un padre de familia, un aventurero, un soñador, un loco? ¿Está vivo Balieri o ya murió? Balieri es uno y somos todos. Reside en el mundo perfecto de lo imaginado, de la metamorfosis, de la magia. Puede hablarnos de cualquier cosa, participar en la peripecia más extraordinaria, intoxicarnos con su universo hasta que los prodigios se nos figuren costumbre. Balieri lo cuestiona todo, de todo se sorprende y a todo alcanza con su singular discernimiento. En estos microrrelatos, que se saborean como adictivas pastillas de menta, Carlos Candiani refresca la tradición del realismo mágico a través de un personaje lleno de aristas, que recorre las emociones humanas en un brinco continuo entre la extrañeza y la ironía. Tenga cuidado con Balieri; cuando lo conozca todo su mundo quedará contagiado por la mirada polícroma de este indescriptible protagonista.

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El libro de Balieri

Carlos Candiani

 

 

 

Baile del Sol

PRÓLOGO Ramón Ortega (tres) R.III

Me parece una exagerada manía de ortodoxos y puristas el querer encasillar un libro dentro de un género. Mucho menos cuando se trata de una obra como El libro de Balieri, que se compone de una pluralidad de perspectivas que llevan al lector por distintos estados de ánimo. Sin embargo, su esencia surrealista sobresale dentro de esta diversidad y se expresa en cada una de las historias que nos acercan a Balieri. Quizá se debe a que la mirada de Carlos Candiani se sumerge en un lago onírico, con la intención de traer a la superficie a su querido personaje, configurando así una nueva realidad. Hay que andarse con cuidado, al avanzar a través de los relatos es preciso empaparse de esas aguas de ensueño. De no ser así, se corre el riesgo de extraviarse y pasar por alto esas pinceladas que hacen de este compendio de microrrelatos, todo un volumen poético. La belleza se esconde en distintos rincones del libro. Todo aquel que se deje llevar, sentirá sus punzadas y manifestaciones, la nostalgia y la alegría, el idilio y el dolor, la pasión y el desencanto. Emociones todas tan intensas que no pueden deberse solo a su contenido, sino a la capacidad narrativa de su autor.

La metaliteratura es ese otro elemento que emerge de las profundidades de la ensoñación. Lleva tiempo haciendo acto de aparición, aunque lo hace de forma cada vez más reiterada en la obra de Candiani (no solo en el libro que el lector tiene en sus manos). La obsesión que guarda Candiani por las historias de los grandes de la literatura, le hacen contagiar su propio trabajo con constantes referencias al mundo del escritor. Su pasión por las letras es el detonante y la trama en muchos de sus relatos. No puede desligarse de esa tendencia a mostrarnos el material con el que se construye la literatura, y, con ello, incitarnos a la aventura por el universo de las letras.

El libro de Balieri es una excelente carta de presentación. Es un honor para mí escribir este prólogo que tan solo pretende preparar al lector para lo que le espera. Este libro se puede leer por partes, en orden o en desorden o todo de corridito. Pero a medida que se va avanzando, uno se da cuenta que Balieri comienza a acompañarte incluso cuando no estás sumergido en la lectura. De pronto te sorprendes a ti mismo recordando esa aventura, esas palabras que pronunció algún personaje, esa extraña situación en la que se vio envuelto nuestro protagonista. Y cuando sobrevienen esas líneas que quizá se leyeron aquella mañana, es inevitable comprender que ese ser ya te acompaña ahí a donde vayas.

Aunque lo parezca, este no es solo un libro de microrrelatos. Casi podríamos darle el apelativo, tan en boga en los últimos años, de novela fragmentada, pero uno de los aciertos del autor es que el personaje principal no permite este tipo de encasillamientos. En este libro conoceremos a Balieri, pero lo haremos a través de su propia deconstrucción. Balieri es uno y cientos de personajes a la vez. Lo veremos en situaciones reales e inverosímiles, en compañía de personas cercanas y de desconocidos, en la vida y en la muerte. Su presencia será tan sólida como fantasmagórica. Y frente a esta infinitud ontológica, seguiremos su rastro y construiremos a este entrañable personaje, a ese Balieri del que jamás podremos regresar.

 

Leí mucho a Juan Ramón Jiménez los tres años que viví en Madrid. La que fue su casa estaba a solo unas calles de la mía: me gusta decir que fuimos vecinos. He querido y he vuelto a querer a su poesía. Regreso a su obra como un acto reflejo, pero son sus “libros de Madrid”, esas pequeñas narraciones y anotaciones, más cercanas al juego y a la memoria que a la literatura, mis textos preferidos. Me llama uno en particular, pues, para mí, el gran poeta español escribe sobre Balieri. Aunque hable sobre alguien más, no puedo dejar de pensar que Juan Ramón se refería a Balieri en el siguiente fragmento:

 

«Un día esta carta: […] Fue la última vez que supe directamente de él. No lo volví a encontrar en estos 20 años que han pasado. Estos últimos años, cuando he ido a Málaga, he querido verlo y nadie me ha dado razón cierta de él. Me dijo […] que a veces viene a Madrid en los carros de los carboneros».

Juan Ramón JiménezLibros de Madrid, I

CRÓNICAS PARA DESPERTAR

Balieri leyó casi sin detenerse. Al terminar el libro, salió de casa y comenzó a correr. Era de noche. Huyó sin saber qué hora era o hacia dónde se debía dirigir. El librero tuvo razón al advertirle: «Usted parece ser de las personas que tienen más días buenos que malos. Si le gusta el mundo, quizá estas crónicas no sean para usted».

SILENCIO

La neblina llegó con música. A Balieri no le importó quién la tocaba o de dónde venía. Sonó toda la noche y Balieri se quedó dormido. Silencio. En la mañana, Balieri quiso saber la hora y tomó el reloj despertador que tenía a un lado de la cama: sus manos vibraron con la alarma de las ocho de la mañana, pero Balieri no percibía ningún sonido, se había quedado sordo.

MENSAJE

Balieri recibió una carta anónima, sin fecha. «Pienso en ti, me gustaría que conocieras este lugar. Se escucha música folclórica todo el tiempo y nace el amor hacia donde quiera que mires», decía el texto, con meticulosa caligrafía. Cuando Balieri terminó de leer el mensaje, el papel se hizo arena y cayó al suelo entre sus dedos.

LA LENGUA DE LOS CAMARONES

Balieri quiere saber cuál es la lengua de los camarones. Un niño le dijo que los camarones hablan francés, pero una mujer le había contado que los camarones son italianos. Al hacer una encuesta, nadie se puso de acuerdo. Unos dijeron que escuchan, cantan y bailan tango, así que hablan un español rioplatense. Otros juraron que el cantonés es todo lo que saben. Alguien aseguró que no hablan ninguno de los idiomas que conocemos, pues los camarones no han estudiado el griego, el latín o las lenguas sino-tibetanas.

 

Un entrevistado le habló sobre un hombre que vivió muchos años en el mar, en sus profundidades. «Incluso, por error entendible, lo pescaron varias veces», afirmó el entrevistado, y continuó: «Pero ahora vive entre nosotros. Yo lo conozco, te puede recibir».

 

Balieri fue a visitarlo. El hombre confirmó que tuvo una pequeña casa en el fondo del mar. «Es cierto que me pescaron varias veces. Siempre con red, a las redes no las veía venir», confesó el hombre. Sobre los camarones, dijo que son temerosos. Así que cada vez que se acercó a ellos, los camarones huían gritando algo que él no entendía. «Y como yo no identifico todos los idiomas…», sentenció. El hombre le confió que pasará el verano con sus amigos del fondo del mar. Balieri le preguntó si podía acompañarlo y así recolectar material que sirva para la investigación. Creyó que el hombre que vivió en el fondo del mar se negaría, pero este lo miró con atención y le respondió con un gesto serio: «Deberás tener mucho cuidado con las redes de los pescadores».

LA GUERRA

Balieri confesó su idea sobre escribir un tratado de paz para cada uno de los países que están en guerra y firmarlo con el nombre de sus respectivos enemigos. «Eso siempre me ha funcionado cuando estoy en guerra», pronunció Balieri. Quienes lo escucharon, comenzaron a reír. Le advirtieron que no funcionaría, pues esos países no están enamorados.

MOVIMIENTO

Balieri encontró la fotografía sobre una montaña de periódicos: la imagen mostraba a un niño de unos cinco o seis años de edad. Nadie tuvo que decirle que ese niño era su padre. Balieri la sostuvo con ambas manos y quiso memorizar cada detalle, pero su padre comenzó a correr hasta desaparecer.

RETORNO A CASA

Balieri decidió regresar a casa, pero no encontró boletos de avión, barco, tren, autobús o cualquier otro tipo de transporte, privado o comercial, que se dirigiera a su destino. Lo que es peor, parecía que nadie había escuchado sobre su lugar de nacimiento. Su pasaporte no aparecía por ningún lado. La gente hablaba su idioma, pero desconocía su acento. Cuando decía el nombre del país, lo miraban con esa ternura piadosa que declara estar en presencia de un loco. Balieri compró un mapa para mostrarlo a quien se dejara, pero en el mapa del mundo no pudo encontrar el espacio que buscaba. No estaban los ríos, las montañas, las ciudades, los barrios, las calles, las prefecturas, los ministerios, los distritos, los edificios, los animales, las personas. Su país no existía: se lo había bebido el mar o se lo había comido la tierra. Balieri no tenía una embajada para pedir auxilio. No había compatriotas a los que pudiera suplicar una explicación. Llamó a muchos teléfonos: combinaciones de números que no existen. Balieri se había convertido en un hombre sin país, sin tierra, sin nación. No pasó mucho tiempo para que terminara en un manicomio. Al nuevo personal de ese lugar se le indica lo siguiente: «Él es muy tranquilo, es el que más imaginación tiene».

ARCOÍRIS

La mujer gritó y comenzaron los avisos de lluvia. La partera había noticiado un embarazo múltiple, pero nadie esperaba lo que ocurrió. Nació una niña roja. Sin sangre o residuos del cuerpo de la madre. Limpia, sin cabello. No hubo mucho tiempo para interpretar el silencio que provocó esa piel de fuego, pues se preparaban para el siguiente nacimiento. Otra niña, otro color: naranja. No hay nada en el cuerpo humano que explique o que justifique una recién nacida con uñas, dedos, cabellos, ojos o lengua de color naranja. Nada tenía que ver con la interpretación personal: la madre, la partera, la hija de la partera y Balieri, el padre de las niñas, observaron los mismos colores. Envolvieron a las niñas en mantas. La partera se secaba la frente y miraba la lluvia estrellarse en la ventana, como si solo lloviera en esa ventana. Esperaba que el siguiente ser humano que recibiera en sus brazos, la siguiente cabeza que se asomara, fuera de un color distinto al de las dos anteriores: azulada, casi morada, como todas las que había visto, cubierta de pedacitos de placenta, menos limpia que sus hermanas y con un cordón umbilical. Pero fue amarilla y nació libre. Fueron siete hijas. La cuarta fue verde, las siguientes azul y añil. Cuando nació la última niña, la violeta, dejó de llover.

LUZ

El anciano temía a los focos y al clic que hacen los interruptores. Cuando no tenía cerillos, encendía las velas con un canto zapoteca que le enseñó su madre.

LA PRIMERA CITA

Balieri le regaló un poema envuelto como si fuera un chocolate. Al comerlo, a ella se le empezó a cerrar la garganta, le lloraron los ojos y brotó en su piel una coloración rojiza. Balieri jamás volvió a verla, no podría ser feliz con alguien alérgica a la poesía.

POLÍTICA

—¿Por qué le dijiste al periodista que ya no tienes fe en nadie?

—Porque ni yo voté por mí.

LA CURANDERA

Balieri había llevado su país a médicos certificados y a practicantes de medicina alternativa, pero nadie lo ayudaba, pues el país parecía tener síntomas de todas las enfermedades conocidas. «Es un milagro que siga vivo», le dijo el último, un chino que practica la acupuntura.

 

Balieri llegó con la curandera y puso al enfermo sobre una mesa. Al ver el país, la curandera acarició el Norte con las dos manos y después lo abrazó de Este a Oeste. Tuvo un instinto casi maternal con él. «Este también es mi país, hacía mucho tiempo que no lo veía, gracias por traerlo», le dijo la curandera a Balieri. «¿Se salvará, se pondrá bien?», preguntó Balieri. La curandera preparó pócimas muy elaboradas, pero los ríos del país no se inundaron y sus costas siguieron sufriendo espasmos cada siete u ocho minutos. «Nunca lo había visto así. No sé si tenga salvación», dijo la curandera, mientras pasaba hinojo por las cordilleras.

OLVIDO

Salió de la casa con el mejor humor posible. Caminó por las calles, daba un salto cada dos o tres pasos. Contempló el cielo: puntas de los dedos de la mano derecha sobre los labios, beso tronado. Se sentía ligero. Le deseaba un buen día a todos los que cruzaban su camino, pero nadie respondía porque nadie lo podía ver o escuchar. Al pasar frente al aparador de una agencia de viajes, el espíritu notó que había olvidado ponerse el cuerpo.

VENDEDOR AMBULANTE

Balieri puso todo sobre el suelo: cartas de amor; fotografías; rollos fotográficos; cuadernos cuadriculados con poesía de distintos autores; catorce camisetas, todas de color negro; un tubito con crema para tratar el acné; y un montón de discos y libros. El letrero que colocó ofertaba lo siguiente: «Pedazos de mi adolescencia en buen estado».

ANÓNIMOS

La mujer, después de guardar el dinero en un pequeño bolso, comenzó a quitarse la ropa. Balieri le preguntó su nombre. «Dime como quieras», contestó ella, quitándose el sostén. Pero él insistió: «Por favor, me gustaría saber cómo te llamas. Tu verdadero nombre». La mujer, ya sentada sobre la cama, adivinó que sería la primera vez que Balieri probaría la intimidad: «Te voy a decir un secreto, para lo que vamos a hacer, y que esto no se te olvide nunca, no necesitas tener un nombre».

EL DESEO

Al soplar las velas del pastel, Balieri deseó dejar de envejecer: quedó viudo años después, a pesar de ser mayor que su esposa; no perdió más cabello; no aparecieron más arrugas y dejó de encorvarse. Siguió siendo viejo, pero eran leves los malestares de la edad. Todos sus amigos fueron alcanzados por la muerte. Sus hijos se hicieron mayores que él y después sus nietos. Discutía de política y actualidad con sus bisnietos y ayudaba a sus tataranietos a escoger nombres para sus hijos. Balieri nunca se había arrepentido de aquel deseo, hasta que uno de sus choznos arrojó cien años sobre sus hombros: «¿Cómo era mi tatarabuela?», preguntó el chozno. Balieri no se acordaba de ella.