El libro de la selva - Rudyard Kipling - E-Book

El libro de la selva E-Book

Rudyard Kipling

0,0

Beschreibung

Mowgli, un niño acogido por una manada de lobos tras perderse en la selva, se criará y vivirá muchas aventuras con ellos y con otros animales, como el oso Baloo o la pantera Bagheera. Además de su historia, también conoceremos la de Rikki-tikki-tavi, una mangosta muy valiente, o la de Toomai, el niño que sueña con ser un domador de elefantes. Una adaptación en la que se conserva toda la belleza de este clásico juvenil de la literatura universal.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 169

Veröffentlichungsjahr: 2017

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Índice

Introducción

El libro de la selva

Los hermanos de Mowgli

Rikki-tikki-tavi

La caza de Kaa

Toomai de los Elefantes

¡Tigre! ¡Tigre!

La escapada de primavera

Apéndice

Créditos

El libro de la selva o Libro de las tierras vírgenes de Rudyard Kipling fue publicado en 1894, y alcanzó tanto éxito que al año siguiente, 1895, salía El segundo libro de la selva. Ambos se presentan como una serie de cuentos que nos ofrecen la vida de un niño hasta llegar a su madurez. Todo el argumento puede resumirse así: un niño perdido en la selva de Seoni, en la India, es recogido y criado por una manada de lobos. Entre los animales de la selva y también entre los hombres que conocerá, Mowgli encontrará cariño, protección, amistad; pero también envidia y odio.

Una realidad hecha mito: el hombre-lobo

El relato de un niño perdido en la selva o bosque y criado por lobos no es original, pues desde la Antigüedad encontramos casos similares tanto reales como imaginarios, algunos de tanta trascendencia histórica como la creación del imperio romano por dos hermanos, Rómulo y Remo, amamantados por una loba, cuya escultura podemos ver en el Capitolio de Roma. En nuestro caso, parece que Kipling se basó en un relato anterior de otro escritor inglés, sir William Henry Sleeman, que en 1831 dio a conocer el suceso real de un niño salvaje criado entre lobos en la selva del estado de Madhya Pradesh, en el centro de la India.

¿Qué hay de verdad y de fantasía en este tipo de historias?

La definición objetiva de un niño salvaje es muy simple: se trata de una persona que ha vivido fuera de la sociedad durante un largo período de su infancia y no ha tenido contacto con seres humanos, bien porque los padres lo han abandonado o encerrado por diversas razones en un lugar aislado, bien porque se ha perdido de ellos. La mayoría de estos últimos fueron criados por lobos, o también por osos, monos, etc.

Quizá, el caso más conocido por la comunidad científica es el del niño criado por lobos Victor de Aveyron, hallado en esta zona de Francia en 1799 e intentado reeducar por un médico y pedagogo, Jean Marc Gaspard Itard, con nulos resultados. Este ser jamás aprendió a hablar, ni a portarse de manera sociable, no desarrolló ningún afecto hacia sus cuidadores, pues mordía al que se le acercaba. Murió en 1828.

Otro caso, de final muy diferente al del niño francés, ocurrió en España: un hombre, Marcos Rodríguez Pantoja, fue encontrado en Sierra Morena, en 1965; abandonado por su padre y criado por un pastor en la montaña, cuando este murió, vivió desde los siete a los diecisiete años entre lobos. Logró recuperarse parcialmente; no había perdido el habla y obtuvo un trabajo como pastor, pero fue engañado y timado muchas veces, porque desconocía las normas de la sociedad y el valor del dinero. Actualmente parece que vive en Galicia.

En la ficción el caso más conocido, además de nuestro Mowgli, es Tarzán, personaje de Edgar Rice Burroughs, que en 1912 creó a Tarzán de los monos, niño también perdido en la selva, esta vez africana, a finales del siglo XIX, por un matrimonio de aristócratas escoceses y criado por monos. Tarzán de adulto vuelve a la civilización, pero la rechaza y regresa a la selva. El cine se encargó de proyectarlo a la fama y darle docenas de variantes.

Ambos personajes literarios están muy lejos de la realidad, porque estas personas nunca llegan a recuperar su estado humano. Cuanto más temprano es su aislamiento de la sociedad y más tardío su hallazgo, más difícil es su reinserción.

Un tema tópico: naturaleza frente a civilización

El estudio del caso Aveyron permitió a los científicos plantearse algunas teorías expuestas por los filósofos de su época, como la de las ideas innatas y la del buen salvaje. Nos detenemos en esta segunda, porque ilustra uno de los tópicos más repetidos en la historia del hombre. Desde la Biblia y los clásicos —Horacio, Virgilio— a nuestros días, todos ellos defienden el apartamiento del mundo (beatus ille) y la búsqueda de la felicidad en un lugar ideal al que llaman Edén, Arcadia o locus amoenus.

Con el descubrimiento de América esta idea se afianzó, pues las nuevas tierras fueron vistas especialmente por los misioneros como el paraíso terrenal y a los naturales, es decir, a los indígenas, se les atribuyeron todo tipo de virtudes: ingenuos, confiados, amables, frente a los conquistadores que representaban la civilización y eran considerados ambiciosos, viciosos, degenerados, torturadores, fanáticos…

De aquí se pasa a las utopías de los siglos XVI —Erasmo, Tomás Moro— y XVII —Thomas Hobbes—, hasta llegar al siglo XVIII, en que Jean Jacques Rousseau propugna la vuelta a la naturaleza y a la vida sencilla en sus libros, en especial en su tratado sobre la educación Emilio (1762), donde expone su famosa idea de que el hombre es bueno por naturaleza y es la sociedad la que lo corrompe.

Kipling recoge esta polémica y la plantea en El libro de la selva, haciendo una crítica velada a las reglas sociales, que contrapone a la ley de la selva. Pero no creamos por eso que en la selva todo es bueno. En este sentido, la obra puede interpretarse como una gran alegoría de lo mejor y lo peor del ser humano en esta jungla que es la sociedad en la que nos ha tocado vivir. Sea como sea, Mowgli tendrá que elegir entre ambas.

Hoy día, el tópico sigue en vigor y en discusión por científicos y antropólogos.

La selva, la gran protagonista

La selva en la que se localizan los hechos que narra El libro de la selva existe realmente: es el pulmón verde del gran continente que es la India. Se trata de una selva húmeda, propia de las zonas tropicales, que se caracteriza por un bosque denso de altas precipitaciones y una temperatura media de 25 °C. El clima está marcado por los vientos monzones, dando lugar a prácticamente dos estaciones, la húmeda y la seca, dependiendo de hacia dónde soplen los vientos, de mar a tierra o de tierra a mar.

En este ecosistema hay una gran variedad de especies tanto animales —mamíferos, aves, reptiles, insectos—, como vegetales —miles de plantas y flores, y árboles de hasta cincuenta metros de altura—. Cabe destacar la adaptación de los animales al entorno mediante un sistema de camuflaje que los protege de los depredadores. El suelo es rico en nutrientes, aunque está sujeto a un proceso de descomposición muy rápido. El hombre que habita en estas zonas aprovecha todos los recursos que la selva le ofrece, ya sean alimentos o vivienda, vestido, combustible, armas, medicamentos…

En la época de Kipling todavía la selva no estaba siendo explotada a gran escala por el hombre, de modo que no se sufrían las consecuencias de la deforestación, como la sequía o el calentamiento global. Era, por tanto, una selva exuberante de vida y color.

Hoy día, en el estado de Madhya Pradesh hay cuatro parques nacionales, muy probablemente el de Pench fue el que inspiró a nuestro autor. El tigre de Bengala sigue siendo todavía el rey de la jungla y se considera que deben de quedar unos cincuenta ejemplares en libertad. La influencia de El libro de la selva fue tal que en la actualidad se organizan safaris fotográficos para ir en busca del tigre; los turistas han cambiado el rifle por la cámara, pero aún se utiliza el elefante para adentrarse en la jungla. La obra de Kipling sigue siendo un reclamo turístico para todos los lectores jóvenes y mayores que acuden allí con su maleta llena de sueños. Y es que el sitio bien vale el viaje.

Valores que nos enseña la obra

Los animales de los cuentos de la selva se comportan como personas, y como ellos tienen sus virtudes y sus defectos. Kipling se suma así a toda una larga tradición de relatos cultos y populares, que partiendo de las Fábulas de Esopo llegan a Caperucita.

Kipling también extrae de los suyos una moraleja o enseñanza moral, al tiempo que hace una crítica social. A ellos lleva todas las lecciones que él había aprendido en su infancia, en las cuales creía y defendía a ultranza. Aquí es el oso Baloo, el maestro, el que enseña a Mowgli la ley de la selva y otras normas para sobrevivir en ella, pero también las aprende de su familia de lobos y de su líder Akela, de la pantera Bagheera, de la serpiente Kaa, del tigre Shere Khan, de los monos Bandar-log, del chacal Tabaqui, del milano Chil, etcétera. Y, por supuesto, de los hombres.

Estas son, entre otras, las siguientes: la familia como célula de amor y protección, la importancia del aprendizaje y de la educación para saberse desenvolver y triunfar en el grupo o sociedad a la que uno pertenece, el cumplimiento de la ley, la amistad, el valor del trabajo en equipo, la solidaridad, la valentía, el agradecimiento, el honor que es patrimonio del que obedece las normas, en fin, la toma de decisiones en los momentos cruciales de la vida. En realidad, estos eran los valores que Kipling creía que el imperio británico transmitía a sus súbditos de las colonias, con el fin de que obtuvieran la felicidad y evitar el caos de la sociedad: la ley, el orden, el trabajo, la obediencia.

A su vez, se denuncian aquellas sociedades o grupos sociales que no tienen leyes, ni obedecen reglas, ni tienen líderes, como es el caso de los monos Bandar-log, cuyo final será terrible. Lo mismo que lo es el del personaje egoísta, cruel, envidioso y cobarde, que es Shere Khan. Mientras que los falsos amigos y aduladores, como Tabaqui, son marginados a los que nadie quiere.

Kipling confesó en una carta escrita en 1895, y subastada en 2013, que estas reglas que incluye en su libro las había tomado en su mayoría de un volumen de cuentos esquimales que leyó. No daba más detalles. Pero estas normas morales tampoco difieren en nada de las que incluye en muchos otros de sus libros, como Capitanes intrépidos.

Esta fue también la razón por la que El libro de la selva se convirtió en referente del movimiento juvenilScout, fundado por lord Robert Baden-Powell, buen amigo de Kipling, en 1907, con el propósito de fomentar las actividades al aire libre, buscando el desarrollo tanto físico como mental y espiritual de sus miembros, para convertirlos en buenos ciudadanos, educados, responsables, solidarios y comprometidos en la búsqueda del bien común. Hasta algunos de sus nombres propios los tomaron del libro, así los «lobatos» son los niños de ocho a once años y «Hermano Gris» o «Akela» pasó a ser el encargado de cada patrulla o equipo de lobatos.

La pretensión moral y educativa de El libro de la selva ha permanecido a través de los años y generación tras generación sigue despertando el interés y la admiración de niños y mayores.

Esta edición

Como es habitual en esta colección de Clásicos a Medida, la obra que aquí presentamos es una traducción y adaptación del original inglés, sin que se haya suprimido en ningún momento la base de su argumento ni la intención de su autor.

El criterio de selección de cuentos que hemos seguido ha sido ante todo el de dar prioridad a aquellos relatos del primer volumen de El libro de la selva más conocidos y variados del autor, así como los que nos han parecido más adecuados a la edad de los lectores a los que va dirigida especialmente esta colección. A esto responden los cinco primeros de nuestra adaptación. Del segundo volumen de Rudyard Kipling hemos escogido el último, «La escapada de primavera» que, sin duda, cierra y pone broche a la historia de Mowgli desarrollada a lo largo de los cuentos anteriores. En total, nuestro libro consta de seis cuentos en los que no es Mowgli el único protagonista, sino también animales tan típicos de la India como la cobra y el elefante.

Los hermanos de Mowgli

Eran las siete de una calurosa tarde en las colinas de Seoni1 cuando Padre Lobo despertó de su larga siesta, se rascó, bostezó y estiró las patas para sacudirse el sueño que lo aletargaba. Madre Loba estaba echada, acurrucando a sus cuatro traviesos cachorros. La luna asomó por la boca de la cueva donde vivían.

—¡Auh! —dijo Padre Lobo—. Es la hora de ir de caza.

Iba a dejarse caer por la pendiente, cuando una pequeña silueta, con una robusta cola, cruzó el umbral y gimoteó:

—¡Buena suerte, jefe de los lobos! No olvides a los que pasan hambre en este mundo.

Era el chacal Tabaqui, el lameplatos2. Los lobos de la India lo desprecian porque es malicioso y embustero. Va por ahí comiendo en los vertederos de basura y la gente lo teme porque de vez en cuando le da un ataque de locura y corre por la jungla, mordiendo todo lo que encuentra en su camino. Incluso el tigre se esconde de él, pues lo peor que les puede pasar a las criaturas de la selva es volverse locas.

—Pasa y echa una mirada, aunque aquí no hay comida —dijo Padre Lobo con antipatía.

—Para un lobo, no —dijo Tabaqui—; pero para un ser tan insignificante como yo, cualquier hueso seco será un banquete. Los chacales no rechazamos nada.

Se metió hasta el fondo de la cueva, encontró un hueso de ciervo con un poco de carne y se sentó a devorarlo lleno de alegría. Al rato comentó:

—Shere Khan3, el Grande, se ha cambiado de territorio de caza. Desde la próxima luna cazará por estas colinas, según me ha dicho.

Se refería al tigre que vivía cerca del río Waingunga, a veinte millas4 de allí.

—No tiene derecho —gritó quejoso Padre Lobo—. La Ley de la Selva establece que antes de cambiar de zona de caza hay que avisar. Asustará a todos los animales en diez millas a la redonda y huirán. Y yo tendré que trabajar el doble para cazar.

—Su madre lo llama el Cojo —explicó Madre Loba—, porque lo es de nacimiento, y por eso mata solamente ganado. Los aldeanos del Waingunga están furiosos con él y ahora viene a atemorizar también a nuestros campesinos; lo perseguirán por la selva, quemando la hierba, y nosotros tendremos que irnos de aquí. ¡Le estamos muy agradecidos a Shere Khan!

Desde el valle que descendía al arroyo, Padre Lobo pudo escuchar el gruñido seco de un tigre que no había logrado cazar nada y al que no le importaba que toda la selva se enterase.

—¡Está loco! —exclamó Padre Lobo—. Empezar así la tarea de la noche. ¿Se piensa que nuestros ciervos son como los bueyes gordos del Waingunga?

—¡Chsss! No son ciervos ni bueyes los que quiere cazar esta noche. Es al hombre —dijo Madre Loba.

—¿Al hombre? —comentó Padre Lobo, enseñando sus blancos colmillos—. ¿Es que no hay bastantes escarabajos ni ranas en nuestras charcas que tiene que comerse a un hombre, y en nuestro territorio? La Ley de la Selva, que nunca dispone nada sin un motivo, prohíbe a las fieras que maten al hombre excepto cuando están enseñando a sus cachorros las tácticas de caza, y eso siempre ha de hacerse fuera de los límites de las áreas que corresponden a nuestras manadas. La razón es que la matanza de un hombre supone, tarde o temprano, la llegada de más hombres blancos con rifles y sobre elefantes, y cientos de hombres morenos con tambores, antorchas y cohetes. Entonces todos los habitantes de la selva sufren las consecuencias. Además el hombre es el ser más débil e indefenso de todas las criaturas vivientes y no es digno de ser cazado. Por añadidura, a los comedores de hombres se les caen los dientes y se vuelven sarnosos.

El gruñido se hizo más sonoro y se convirtió en el fuerte rugido que lanza el tigre al atacar. Después se oyó un aullido.

—¡Ha fallado! —gritó Madre Loba—. ¿Qué habrá pasado?

Padre Lobo salió unos pasos fuera de la madriguera, mientras oía a Shere Khan refunfuñar saltando los arbustos.

—¡Será imbécil! —explicó—. Pues no se le ha ocurrido entrar en un campamento y saltar sobre la hoguera. Se ha quemado las patas. Tabaqui está con él.

—Algo se acerca —dijo Madre Loba, moviendo nerviosa una oreja—. Estad preparados.

La maleza crujía en la oscuridad y Padre Lobo dobló sus patas, listo para saltar. En ese instante, si hubieseis estado allí, habríais visto la cosa más sorprendente del mundo: un lobo suspendido en el aire, en mitad de un salto, a cinco pies5 del suelo, cayendo al mismo sitio en el que se encontraba, al tiempo que un niño desnudo y moreno, que se agarraba a una rama, caía dentro de la cueva; miró a Padre Lobo y sonrió.

—¡Es un hombre! —dijo Padre Lobo—. Un cachorro de hombre. ¡Mirad!

—¿Un cachorro de hombre? —preguntó Madre Loba—. Nunca he visto ninguno. Tráelo.

Un lobo acostumbrado a trasladar a sus cachorros puede, si es necesario, llevar un hueso en la boca sin romperlo. Así cerró Padre Lobo sus mandíbulas sobre la suave espalda del niño sin hacerle ni un rasguño, y lo dejó tendido entre sus lobeznos.

—¡Qué pequeño es y qué valiente! —dijo Madre Loba, mientras que el niño buscaba sitio entre los lobitos para calentarse—. ¡Ajá! Ahora está mamando como los otros. Así que esto es un hombre. ¿Ha habido alguna vez una loba que pueda alardear de haber criado a un cachorro de hombre entre los suyos?

—He oído contar historias parecidas, pero no en estos tiempos —dijo Padre Lobo—. Mira, no tiene pelo y es tan frágil que lo podría matar de un zarpazo; pero nos mira sin miedo.

Entonces la cabeza y los hombros de Shere Khan bloquearon la entrada de la cueva, impidiendo que entrase la luz de la luna. Tabaqui, detrás de él, gritaba:

—¡Señor, señor, ha entrado aquí!

—Shere Khan nos hace un gran honor —dijo Padre Lobo sin poder ocultar la cólera en sus ojos—. ¿Qué se le ofrece?

—Mi presa. Un cachorro de hombre ha entrado aquí. Sus padres han huido. Dádmelo.

Shere Khan estaba irritado por el dolor que las quemaduras le producían en sus patas y por no poder penetrar en la cueva, cuya abertura era demasiado pequeña para él.

—Los lobos forman un pueblo libre —dijo Padre Lobo—. Ellos obedecen las órdenes del jefe de su manada, pero no de cualquier destripador de ganado a rayas. El cachorro de hombre es nuestro y si queremos matarlo, nosotros lo haremos.

—Por el toro que maté, ¿es que tendré que mantener mi nariz en tu perrera hasta que me des lo que me pertenece? ¿Con quién te crees que estás hablando? Soy Shere Khan. —Y dio un rugido que atronó la cueva.

—Y yo soy Raksha, el Diablo, quien te contesta —dijo Madre Loba, dando un paso adelante y mirando fijamente al tigre, con sus ojos verdes como dos lunas en la oscuridad—. El cachorro de hombre es mío y no va a ser devorado. Vivirá para correr y cazar con nuestra manada. Y al final, oye lo que te digo, asesino de crías, de ranas y de peces, él te cazará a ti. Y ahora, lárgate, o por el ciervo que yo maté, y yo no cazo ganado hambriento, que te mando con tu madre aún más cojo que cuando viniste al mundo.

Padre Lobo la miró asombrado, recordando los viejos días en que se había enfrentado a cinco lobos, por lo que en la manada no la llamaban el Diablo por hacerle un cumplido. Shere Khan tampoco se atrevería a enfrentarse a ella, porque sabía que en su posición llevaba las de perder. Así que se apartó de la boca de la cueva y a cierta distancia gritó:

—Cada perro ladra en su propio cubil. Ya veremos lo que la manada dirá sobre adoptar cachorros de hombres. Este es mío y en mis fauces acabará, ladrones de cola de sebo.

Madre Loba se dejó caer jadeante entre sus lobatos y Padre Lobo le dijo muy serio:

—Shere Khan tiene razón. El cachorro tiene que ser llevado ante la manada. ¿Todavía quieres quedártelo, Madre?