El libro de las tierras vírgenes - Rudyard Kipling - E-Book

El libro de las tierras vírgenes E-Book

Rudyard Kipling

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Beschreibung

En El libro de las tierras vírgenes, Rudyard Kipling dota a los animales de palabra y hace que sean ellos los maestros de Mowgli en el modo de comportarse en la vida y en las actitudes que debe tomar frente al mundo. Así van surgiendo figuras que se ganan la devoción del lector hasta el punto de no poder separarlas de la persona de Mowgli, nuestro protagonista. El oso Baloo, la pantera negra Bagheera, la serpiente Kaa y el elefante Hathi, se convierten poco a poco en entrañables amigos en los que se ven representadas diversas cualidades y que servirán de guía del muchacho-lobo en sus peligrosos peregrinajes e incursiones por la selva. Ningún animal deja de tener su bondad, dentro del más límpido y genuino estilo franciscano. Únicamente Shere Khan, el ávido tigre que ya ha probado sangre humana, constituye el símbolo de la maldad. La fiera salvaje que tantas calamidades había perpetrado en los poblados indios continúa siendo en la ficción el prototipo inevitable del odio incontenible y de las intenciones perversas. Las historias de Mowgli no carecen de propósitos didácticos y morales, aunque el encanto poético y literario llegue a superar con mucho esta intrínseca finalidad. La simplicidad y el amor a la naturaleza, bellamente cantados y practicados por Francisco de Asís, penetran honda y suavemente toda la obra, creando un clima de bondad humana y de sincera comprensión con respecto a todos aquellos que se debaten bajo el dolor y el sufrimiento.

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El libro de las tierras virgenes
Rudyard Kipling
Century Carroggio
Derechos de autor © 2023 Century Publishers s.l.
Reservados todos los derechos.Introducción: Juan Leita.Traducción: Jorge Beltran
Contenido
Página del título
Derechos de autor
Introducción al autor y su obra
Prefacio
EL LIBRO DE LAS TIERRAS VIRGENES
Los hermanos de Mowgli
Canción de caza de la Manada de Seeonee
La cacería de Kaa
Canción de viaje de los Bandar-Log
¡El Tigre! ¡El Tigre!
La canción de Mowgli
La Foca Blanca
Lukannon
Rikki-Tikki-Tavi
Canción de Darzee
Toomai de los Elefantes
Shiva y el Saltamontes
Los sirvientes de Su Majestad
Canción de los animales del campamento durante la revista
EL SEGUNDO LIBRO DE LAS TIERRAS VÍRGENES
De cómo llegó el miedo
La Ley de la Jungla
El milagro de Purun Bhagat
Una canción de Kabir
La invasión de la Jungla
La canción de Mowgli contra la Gente
Los enterradores
Canción de la onda
El Ankus del Rey
La canción del pequeño cazador
Quiquern
«Agutivaun Taina»
Perro rojo
La canción de Chil
Correrías de primavera
Canción de despedida
Introducción al autor y su obra
Rudyard Kipling nació en Bombay (India) el 30 de diciembre de 1865. Su padre, Lockwood Kipling, trabajaba al servicio del Estado en la India inglesa, lo cual había de influir notoriamente en la educación y en la mentalidad de un niño que pronto se encontraría inmerso en la poderosa fuerza y la alta calidad de la cultura británica. Desde muy temprana edad, en efecto, fue enviado a Inglaterra para cursar sus primeros estudios. Entre los seis y los diecisiete años, el futuro autor del incomparable Libro de las tierras vírgenes no conoció otro ambiente ni otra manera de pensar que los que estaban en boga por entonces en Gran Bretaña: el espíritu imperialista. No obstante, el enorme bagaje de conocimientos, de técnica literaria y de vastísima cultura, le proporcionaría la posibilidad de adquirir un rápido auge como periodista y como autor de notables relatos cortos, llenos de imaginación y de sentido humanismo.
En 1882 regresó a la India y en seguida entró a formar parte como colaborador en la Civil and military gazette,de Lahore. Mientras cursaba la carrera de leyes civiles en Allahabad, no solo se destacó por su buen hacer en el campo periodístico, sino también por la pronta publicación de una serie de brillantes narraciones, recopiladas bajo el título de Plain tales from the hills (Cuentos de las colinas, 1887).
Para completar sus estudios legislativos, se dedicó a recorrer durante cierto tiempo varios países, lo cual le otorgaría también la oportunidad de ampliar su visión universalista y conocer nuevas tierras aptas para la creación de relatos en parte imaginativos y en parte basados en la realidad. Sabemos que estuvo en Bengala, Birmania, China, Japón, América del Norte, así como en otros países colindantes a la India.
El éxito de sus publicaciones, sin embargo, había sido hasta ahora reducido, ya que no había sobrepasado las fronteras de su tierra natal. Había que esperar el año 1889, fecha en que se trasladó nuevamente a Gran Bretaña, para que su nombre adquiriera fama y prestigio dentro del mundo de las letras.
Por primera vez abordó el campo de la novela y de la poesía, convirtiéndose principalmente con dos obras en el entusiasta cantor del imperialismo británico. Tanto la novela The ligth that failed (La luz que se apaga, 1891) como el poema Barrack room balladas (Baladas de cuartel, 1892) representaron la consagración de Rudyard Kipling no solamente cromo hábil y espléndido escritor, sino también como defensor prototípico de unas ideas que en aquella época gozaban de la mayor aceptación. La doctrina humanista de Kipling del «white man's burden» («la responsabilidad del hombre blanco»), del deber de las "naciones blancas" de trasmitir a los pueblos en vías de desarrollo las conquistas de la civilización europea, significaba una base muy apta para la justificación de la expansión dominadora y económica de Inglaterra en los territorios de ultramar.
En poco tiempo, Kipling pasó a ser el autor imperialista por excelencia, llegándose a ofrecerle el título de «poeta laureado», en sustitución de Alfred Tennyson, el gran cantor de las glorias nacionales fallecido en 1892. No obstante, aquel que podría haber sido el sucesor en tan honrosa y digna distinción de poetas tan relevantes como Wordsworth y Tennyson declinó humildemente este honor.
La actividad literaria de Kipling se acrecentó sobremanera a partir de 1895, cuando se dedicó más plenamente al género que le había de otorgar una justa fama mundial: la narración juvenil. En el breve espacio de seis años aparecieron las obras capitales que encumbrarían su nombre a las más altas cimas de la literatura especializada para muchachos. En primer lugar, el Libro de las tierras vírgenes y el Segundo libro de las tierras vírgenes,con su originalísima trama del niño educado entre los lobos, lograrían ejercer un auténtico hechizo en las mentes extasiadas de los jóvenes de todo el mundo. Poco tiempo después, en 1897, una novela de aventuras alcanzaría una popularidad internacional semejante: Capitanes intrépidos, mientras que ya iniciado nuestro siglo, en 1901, aparecía una de sus mejores producciones: Kim, en el marco intrigante y fantástico de las revueltas indias contra la dominación inglesa.
La fantasía de Rudyard Kipling parecía inagotable, a la vez que se manifestaba siempre de nuevo con evidente sorpresa. Una serie de cuentos, repletos de gracia y de imaginación, se convertiría en 1902 no solamente en agradable pasatiempo para miles de jóvenes, sino que llegaría incluso a incorporarse en las escuelas como libro de texto para el aprendizaje de lectura: Just so. Stories for Children (Precisamente así. Historias para chicos). En este libro se narran con humor desbordante cosas tan curiosas como la invención prehistórica del alfabeto, la razón por la cual el camello tiene una joroba y por qué la ballena tiene unos dientes como una reja. El autor ilustró graciosamente la obra, aunque hay que reconocer que el dibujo no era su fuerte. Ilustre precedente de Saint-Exupéry en Elpequeño príncipe,Kipling demostró su inmenso interés por el mundo extremadamente imaginativo de los jóvenes.
Los prestigiosos e innegables méritos del célebre autor angloindio fueron reconocidos oficialmente a partir de 1907, cuando le fue concedido el máximo galardón de las letras: el premio Nobel de Literatura. Desde entonces fue colmado de honores y en 1926 se llevó a cabo la fundación Kipling Society,a fin de promover las ideas y directrices principales del gran escritor.
La última etapa de la vida de Rudyard Kipling se caracterizó por una tranquila y pausada actividad de la que, sin embargo, surgieron obras maduras como Letters of travel (Cartas de viaje), Land and sea tales (Cuentos de mar y de tierra) yla autobiografía inacabada Something of myself (Algo sobre mí mismo) que vio la luz un año después de su muerte.
Como un símbolo eminente de lo que había significado dentro de su ámbito nacional y político, Kipling falleció en 1936, dos días antes que muriera su rey: Jorge V, el hombre que había ayudado decisivamente a superar las numerosas dificultades de la primera Guerra Mundial y los problemas de adaptación del imperio británico. De este modo se terminaba una época de la cual Rudyard Kipling fue uno de los intelectuales más sobresalientes y representativos.
La poderosa originalidad y la tremenda fuerza de los relatos y narraciones que, a lo largo de su vida, produjo con pasmosa facilidad el creador de Kim se reflejan indudablemente con la máxima garantía en el uso constante que ha hecho el cine de sus peripecias y argumentos. Como veremos puntualmente, todas sus obras capitales, fueron llevadas triunfalmente a la pantalla. No obstante, han sido innumerables los guiones cinematográficos que se han basado en las variadas y sumamente entretenidas creaciones de Kipling. Ya en 1939, Hollywood realizaba un film que se convertiría en una de las películas más celebradas por su prodigioso ritmo alegre y aventurero: Gunga Din. Sacado de su obra Soldiers Three (Tres soldados), suspersonajes serían encarnados por nombres tan famosos dentro del mundo del cine como Douglas Fairbanks (Jr.), Cary Grant y Victor McLaglen. La constante vigencia de sus argumentos se sigue haciendo patente en otras apariciones en las pantallas, como la película Elhombre que pudo reinar,adaptación de John Huston de un relato de Kipling, protagonizada por Sean Connery y Michael Caine, dentro del género más puro de la «aventura por la aventura» que el séptimo arte necesita y sabe agradecer en su momento.
Quien sepa valorar en su justa medida lo que significa el cine en nuestro siglo, comprenderá que este dato constituye una prueba casi incontestable de la impresionante vitalidad y de la original creación de las obras de Rudyard Kipling.
Un niño entre lobos
Es indudable que, si Kipling no hubiera escrito nada más que el Libro de las tierras vírgenes y el Segundo libro de las tierras vírgenes, sunombre habría sido igualmente inolvidable en el mundo de la literatura juvenil y dentro de las letras en general. El original hallazgo de la trama y el simpar humanismo que implican las historias de Mowgli, el niño encontrado en plena selva por una familia de lobos y criado por ellos con mayor afecto incluso que a sus propios pequeños, representan unos elementos casi únicos e inigualables dentro del ámbito de la creación literaria.
En efecto, hay que remontarse a antiquísimas leyendas y a corrientes artísticas de la Edad Media, para encontrar cierto paralelo con la singular narración de Rudyard Kipling que alcanzó un éxito sin precedentes en todos los países de lengua culta. En nuestra tradición occidental, es célebre la historia de Rómulo y Remo que, abandonados en el Tíber por su madre Rea, fueron hallados bajo una higuera por una loba y amamantados por ella. Gracias a este hecho extraordinario, sería posible la fundación de Roma y, en consecuencia, el nacimiento y desarrollo del poderoso imperio romano. En la tradición oriental, aparecen también leyendas semejantes, siendo quizá la historia de Rama la que estaría más presente en la mente de Kipling, al concebir su Libro de las tierras vírgenes. El Ramayana,el famoso poema épico escrito en lengua sánscrita y atribuido a Valmiki, se refiere igualmente al abandono en la selva de un hijo de reyes (Rama) que se hace amigo de los monos y que gracias a su colaboración consigue recuperar el trono perdido. En todas estas tradiciones antiquísimas puede observarse cierta reminiscencia, perfectamente clásica, de un tema que parece haber fundado las más espléndidas civilizaciones de la humanidad.
De manera análoga, el bestiario medieval contiene formas y tendencias tanto en el arte como en la literatura que preludian o anticipan en cierto modo la línea fundamental de los cuentos de Mowgli. El numeroso repertorio animalístico de la Edad Media, con elefantes, grifos, leones y otras muchas especies que aparecen en baptisterios, columnas y rosetones de las mejores catedrales de Europa, procedía de una antigua tradición iniciada en Alejandría en el siglo II después de Cristo y que se encontraba también en China. Las representaciones de animales reales o quiméricos obedecía al intento de expresar simbólicamente los vicios, las virtudes o los estados anímicos del hombre. En literatura, la moda de los bestiarios se extendió a múltiples países. Eran obras didáctico-morales que se basaban en las propiedades características de cada animal para hacer una aplicación alegórica a la naturaleza humana. La tendencia fue recogida incluso desde un punto de vista más científico, hallándose explicaciones de este género en las Etimologías de Isidoro de Sevilla y en obras enciclopédicas de los siglos XIII y XIV.
En el Libro de las tierras vírgenes,Rudyard Kipling dota a los animales de palabra y hace que sean ellos los maestros de Mowgli en el modo de comportarse en la vida y en las actitudes que debe tomar frente al mundo. Así van surgiendo figuras curiosas y enormemente simpáticas que giran alrededor del protagonista, pero que se ganan la devoción del lector hasta el punto de no poder separarlas de la persona de Mowgli. El oso Baloo, la pantera negra Bagheera, la serpiente Kaa y el elefanteHati se convierten poco a poco en entrañables amigos en los que se ven representadas diversas cualidades y que servirán de constante guía del muchacho-lobo en sus peligrosos peregrinajes e incursiones por la selva. Ningún animal deja de tener su bondad, dentro del más límpido y genuino estilo franciscano. Únicamente Shere Khan, el ávido tigre que ya ha probado sangre humana, constituye el símbolo de la maldad. La fiera salvaje que tantas calamidades había perpetrado en la realidad a los poblados indios continúa siendo en la ficción el prototipo inevitable del odio incontenible y de las intenciones perversas.
Las historias de Mowgli no carecen, ciertamente, de propósitos didácticos y morales, aunque el encanto poético y literario llegue a superar con mucho esta intrínseca finalidad. Kipling se preocupa siempre en todas sus obras por el hombre en formación, por el joven que pugna por abrirse paso en la vida y hace frente a sus inmensas dificultades. El tema, tan predilecto del autor de Kim y de Capitanes intrépidos, proviene en parte de Robert L. Stevenson y en parte de la propia experiencia de Kipling, al estar en contacto desde muy temprana edad con pueblos tan castigados por la penuria y las estrecheces sociales como los de la India.
El profundo y sentido humanismo que respiran todos los cuentos de Mowgli, sin embargo, es lo que priva con toda su fuerza en el ánimo del lector y ensalza notablemente las narraciones, hasta el punto de aproximarlas a la mística amable de aquel que hablaba también de su «hermano lobo». La simplicidad y el amor a la naturaleza, bellamente cantados y practicados por Francisco de Asís, penetran honda y suavemente toda la obra, creando un clima de bondad humana y de sincera comprensión con respecto a todos aquellos que se debaten bajo el dolor y el sufrimiento. Uno de los pasajes más reveladores de este humanismo es aquel en que Mowgli experimenta por primera vez la inusitada sensación del llanto y la tristeza, al tener que abandonar la selva y a sus amigos los animales:
«Entonces a Mowgli empezó a dolerle algo en las entrañas, con un dolor como jamás había conocido en su vida, y, conteniendo el aliento, prorrumpió en sollozos, al tiempo que las lágrimas surcaban sus mejillas.
—¿Qué es? ¿Qué es? —dijo. No deseo abandonar la jungla y no sé qué es lo qué me pasa. ¿Es que estoy muriendo, Bagheera?
—No, hermanito. Eso no son más que lágrimas, como las que derraman los hombres —dijo Bagheera. Ahora sé que eres un hombre, que ya has dejado de ser un cachorro de hombre. En verdad que a partir de ahora la jungla te está vedada. Déjalas caer, Mowgli. Son lágrimas solamente.
La sorprendente perspectiva de la bestia que comprende el dolor humano, en contraposición a algunos hombres que parecen insensibles a la miseria y a la desventura de la humanidad, tiene la extraña virtud de sublimar y hacer más profundos los sentimientos de compasión y de afecto íntimo.
El Libro de las tierras vírgenes fue adaptado al cine en una magnífica versión en color que protagonizó con gran aceptación por parte del público un muchacho indio llamado Sabú, convertido durante los años cuarenta en el actor preferido de las películas de aventuras. Varios años más tarde, el equipo de técnicos que había trabajado eficazmente con Walt Disney realizó una cinta de dibujos animados sobre el mismo tema, titulada El libro de la selva, que haría las delicias de pequeños y mayores por la simpática inserción de los personajes en el ritmo alegre y sugerente de la música moderna.
«No creo que haya otro escritor capaz de comprender y hacer comprender al lector la eterna crueldad de la vida, de la naturaleza y del destino. Es un profesor de energía que es enérgico por temperamento. Excitando el terror, la compasión y saturándolos de ironía, este autor escribe páginas admirables, humedecidas por las lágrimas y repletas de gracejo.» Estas palabras de Maurice Muret, referidas a Rudyard Kipling, nos sintetizan de alguna manera las principales características del gran escritor angloindio. No solamente la vitalidad constituye el elemento básico de las emocionantes tramas que creó, sino que existen también en Kipling unos contenidos fundamentales de ternura humana y de humor exento de toda maldad. Impresionado por las fuerzas a menudo implacables de la vida y de la naturaleza, no renunció sin embargo a la visión propia de la humanidad que consiste precisamente en la compasión y en la ironía. Al contrario, quizá como nadie supo compendiar de una manera extraordinaria valores aparentemente tan antagónicos como la suprema energía y la inmensa comprensión de la debilidad, la admiración de la fuerza y la relativización sutil de la inteligencia. Por esto, durante mucho tiempo las novelas y narraciones de Kipling gozaron de la máxima popularidad.
Juan Leita
Prefacio
La preparación de una obra como la presente exige recurrir en numerosas ocasiones a la generosidad de los especialistas. Así, pues, el encargado de recopilar las diversas narraciones que en la obra se incluyen pecaría de desagradecido si no hiciera cuanto estuviese en su mano para reconocer, en la medida de lo posible, la inmensa deuda contraída con motivo del generoso tratamiento que le ha sido dispensado.
En primer lugar, debe dar las gracias al docto y distinguido Bahadur Shah, elefante portaequipajes número 174 del Registro de la India, quien, conjuntamente con su amable hermana Pudmini, tuvo la gentileza de aportar la narración titulada «Toomai de los Elefantes», así como gran parte de la información que contiene «Los sirvientes de Su Majestad». Las aventuras de Mowgli fueron recogidas en diversos momentos y lugares de boca de numerosos informadores, la mayor parte de los cuales desean permanecer en el más riguroso anonimato. Sin embargo, dado que ya ha transcurrido cierto tiempo, el recopilador se toma la libertad de expresar su agradecimiento a cierto caballero hindú, apreciado residente en las altas laderas de Jakko, por sus convincentes, si bien algo cáusticas, opiniones sobre las características nacionales de su casta: los présbites. Sahi, erudito de laboriosidad y recursos infinitos, miembro de la Manada de Seeonee, disuelta recientemente, y artista muy conocido en la mayoría de las ferias locales del sur de la India, donde, con el bozal puesto, ejecuta una danza con su amo que consigue atraer a la juventud, belleza y cultura de muchos pueblos, y que ha aportado datos sumamente valiosos sobre la gente, las costumbres y las tradiciones. Tales datos han sido de gran utilidad para la preparación de las narraciones tituladas «¡El tigre! ¡El tigre!», «La Cacería de Kaa» y «Los Hermanos de Mowgli». Por las líneas generales del cuento «Rikiki-tikki-tavi» el recopilador está en deuda con uno de los principales herpetólogos de la Alta India, investigador independiente e intrépido que, «decidido a no vivir sin conocer», recientemente sacrificó su vida a causa de su excesiva aplicación al estudio de nuestras serpientes venenosas. Una feliz coincidencia hizo que el recopilador, que viajaba a bordo del Empress ofIndia,pudiera prestar cierta ayuda a uno de los otros pasajeros. De cómo le fueron devueltos con creces sus pobres servicios el lector se dará cuenta por sí mismo en la narración titulada «La Foca Blanca».
EL LIBRO DE LAS TIERRAS VIRGENES
Los hermanos de Mowgli
Ya Chil, el milano, nos trae la noche que Mang, el murciélago, ha soltado.
Ya en corrales y establos han encerrado los rebaños, pues hasta el alba merodeamos.
La hora ha sonado del orgullo y el poder, de garras, colmillos y zarpas.
¡Oíd la llamada! ¡Buena caza a todos vosotros, defensores de la Ley de la Jungla!
(Canción nocturna de la jungla).
Eran las siete de una tarde muy calurosa, en las colinas de Seeonee, cuando Padre Lobo despertó tras dormir todo el día. Se rascó, bostezó y una tras otra fue estirando sus zarpas para librarse del entumecimiento que sentía en las puntas. Madre Loba yacía con su enorme hocico gris sobre sus cuatro cachorros, revoltosos y chillones, y la luz de la luna penetraba por la entrada de la cueva donde vivían todos ellos.
—¡Augr! —dijo Padre Lobo. Ya vuelve a ser hora de cazar.
Y se disponía a bajar brincando por la ladera cuando una pequeña sombra de frondosa cola cruzó el umbral de la cueva y con voz lastimera dijo:
—¡La suerte sea contigo, oh Jefe de los Lobos! ¡Sea también con tus hijos y les dé dientes blancos y fuertes! ¡Que jamás se olviden de los que en este mundo pasan hambre!
Era Tabaqui el Lameplatos, el chacal. Los lobos de la India desprecian a Tabaqui porque corre de un lado a otro, haciendo diabluras, contando historias y comiéndose los trapos y trozos de cuero que encuentra en los vertederos de basura de los pueblos. Pero también lo temen, ya que Tabaqui, más que cualquier otro habitante de la Jungla, tiende a volverse loco y entonces, olvidándose de que alguna vez haya temido a alguien, cruza el bosque como una exhalación, mordiendo todo lo que halla a su paso. Hasta el tigre corre a esconderse cuando al pequeño Tabaqui le da un ataque de locura, pues la locura es la peor desgracia que pueda caer sobre una criatura. Nosotros la llamamos hidrofobia, pero ellos la llaman dewanee (la locura) y huyen corriendo.
—Entra y echa un vistazo, pues —dijo Padre Lobo severamente—, pero aquí no hay comida.
—No la habrá para un lobo —dijo Tabaqui—, pero para una persona tan insignificante como yo un hueso seco es todo un festín. ¿Quiénes somos nosotros, los Gidurlog(el Pueblo Chacal) para andarnos con remilgos?
Se metió corriendo hasta el fondo de la cueva, donde encontró un hueso de gamo en el que quedaba un poco de carne, y se sentó a roerlo tranquilamente.
—Muchísimas gracias por tan deliciosa comida —dijo, lamiéndose los labios. ¡Qué hermosos son tus nobles hijos! ¡Qué ojos más grandes tienen! ¡Son tan jóvenes! En verdad, en verdad que podría haber recordado que los hijos de los Reyes son ya hombres cuando nacen.
Ahora bien, Tabaqui sabía tan bien como cualquier otro animal que no hay nada peor que dedicar cumplidos a los pequeños estando ellos delante y le gustó ver cómo Madre Loba y Padre Lobo se sentían molestos.
Tabaqui siguió sentado, gozando de la diablura que acababa de cometer y luego, con tono desdeñoso, dijo:
—Shere Khan, el Grande, ha cambiado de cazadero. Según él mismo me ha dicho, cuando cambie la luna cazará en estas colinas.
Shere Khan era el tigre que vivía cerca del río Waingunga, a veinte millas de la cueva.
—¡No tiene ningún derecho! —dijo Padre Lobo con enojo. Bajo la Ley de la Jungla no tiene ningún derecho a mudar de guarida sin advertirlo con antelación. Asustará a toda la caza que hay en diez millas a la redonda y yo… yo tengo que cazar por dos hoy en día.
—Su madre no le puso por nombre Lungri (el Cojo) por nada —dijo tranquilamente Madre Loba. Desde que nació ha cojeado de una pata. Por lo que solamente mata reses. Como la gente de los pueblos que hay en las márgenes del Waingunga está furiosa con él, ahora viene a hacer lo mismo en nuestra región. Cuando él no esté, rastrearán la Jungla para atraparlo y nosotros y nuestros pequeños tendremos que huir cuando peguen fuego a la hierba. ¡Le estamos muy agradecidos a Shere Khan! ¡Vaya si lo estamos!
—¿Queréis que le hable de vuestra gratitud? —preguntó Tabaqui.
—¡Fuera de aquí! —dijo secamente Padre Lobo. Vete a cazar con tu amo. Por esta noche ya has hecho bastante daño.
—Me voy —dijo Tabaqui tranquilamente. Vosotros mismos podéis oír a Shere Khan allá abajo, en la espesura. Podría haberme ahorrado el viaje.
Padre Lobo aguzó los oídos. Abajo en el valle que se extendía hasta un riachuelo se oía la voz seca, enojada y gruñona de un tigre que no ha logrado cazar nada y le importa un rábano que toda la Jungla lo sepa.
—¡El muy imbécil! —dijo Padre Lobo. ¡Mira que empezar la caza armando tanto ruido! ¿Se cree que nuestros gamos son como sus gordinflones bueyes del Waingunga?
—¡Chitón! No son bueyes ni gamos lo que caza esta noche —dijo Madre Loba. Es el Hombre.
La voz quejosa del tigre dejó paso a un ronroneo zumbador que parecía venir de los cuatro puntos cardinales. Era el ruido que turba a los leñadores y gitanos que duermen al raso y que, a veces, los hace huir hasta caer en las mismas fauces del tigre.
—¡El Hombre! —exclamó Padre Lobo, mostrando todos sus blancos dientes. ¡Puf! ¿Es que no hay suficientes escarabajos y ranas en los estanques, que tiene que comerse al Hombre, y además en nuestra tierra?
La Ley de la Jungla, que jamás da una orden sin motivo, prohíbe a todas las bestias comerse al Hombre, excepto cuando maten para enseñar a sus cachorros a matar, e incluso entonces han de cazar fuera del territorio de caza de su manada o tribu. La verdadera razón de semejante prohibición es que la muerte de un ser humano significa que antes o después aparecerán hombres blancos montados en elefantes, armados con fusiles y acompañados por centenares de hombres morenos provistos de gongs, cohetes y antorchas. Entonces son todos los habitantes de la Jungla los que sufren. La razón que las bestias aducen al hablar entre ellas es que el Hombre es el más débil e indefenso de todos los seres vivos y, por tanto, es poco deportivo meterse con él. Dicen también, y con razón, que los devoradores de hombres se vuelven sarnosos y pierden la dentadura.
El ronroneo fue creciendo en intensidad hasta culminar en el «¡Aaar!» sonoro del tigre al lanzarse al ataque.
Seguidamente se oyó un aullido, un aullido que nada tenía de tigre pese a haber sido proferido por Shere Khan.
—Ha fallado —dijo Madre Loba. ¿Qué será?
Padre Lobo avanzó corriendo unos cuantos pasos y con las ancas pegadas al suelo, dispuesto a saltar. Luego, oyó que Shere Khan musitaba y farfullaba salvajemente, al tiempo que se revolcaba entre los matorrales.
—Al muy necio no se le ha ocurrido otra cosa que saltar sobre la hoguera del campamento de un leñador y, claro, se ha quemado las patas —dijo Padre Lobo con un gruñido. Tabaqui está con él.
—Algo está subiendo la ladera —dijo Madre Loba, moviendo convulsivamente una de sus orejas. Prepárate. Crujió un poco el follaje y Padre Lobo se agachó. De haberos fijado, habríais visto la cosa más maravillosa del mundo: el lobo se detuvo a medio salto. Se lanzó sobre su presa antes de haber visto cuál era esta y luego intentó detenerse. El resultado fue que salió disparado en línea recta hacia arriba y, tras remontarse un metro o metro y medio, volvió a caer casi en el mismo sitio de antes.
—¡El Hombre! —exclamó. ¡Un cachorro de Hombre! ¡Mira!
Directamente ante él, asiéndose a una rama baja para no caerse, se hallaba un pequeñuelo moreno y desnudo que apenas sabría caminar todavía: la criaturita más suave y de más graciosos hoyuelos que jamás se haya presentado de noche en la guarida de un lobo. Alzó la vista hacia el rostro de Padre Lobo y se echó a reír.
—¿Eso es un cachorro de Hombre? —dijo Madre Loba. Es la primera vez que veo uno. Tráelo aquí.
Un lobo acostumbrado a trasladar de un sitio a otro sus lobeznos sabe, si hace falta, transportar con la boca un huevo sin que este se rompa y, aunque las mandíbulas de Padre Lobo se cerraron con firmeza sobre las espaldas del niño, este no sufrió ni siquiera una rozadura al depositarlo el lobo entre sus cachorros.
—¡Qué pequeño! ¡Qué desnudo y… qué atrevido! —dijo dulcemente Madre Loba.
El pequeño trataba de apartar a los cachorros para disfrutar del calor de la piel de la loba.
—¡Ajá! Ahora come con los otros. Conque esto es un cachorro de Hombre… ¿Ha habido jamás algún lobo que pudiera alardear de tener un cachorro de Hombre entre sus hijos?
—He oído hablar de ello algunas veces, pero nunca refiriéndose a nuestra manada ni a mi época —dijo Padre Lobo. No tiene nada de pelo y podría matarlo con un simple golpecito. Pero mira: nos observa sin miedo.
Algo impidió que los rayos de luna penetrasen en el interior de la cueva. La enorme y cuadrada mole que formaban la cabeza y los hombros de Shere Khan tapaba la entrada. Detrás suyo, Tabaqui chillaba:
—¡Mi señor, mi señor! ¡Se ha metido ahí dentro!
—Shere Khan nos hace un gran honor —dijo Padre Lobo, aunque en sus ojos se reflejaba un gran enojo. ¿Qué necesita Shere Khan de nosotros?
—Mi presa. Un cachorro de Hombre que se metió por aquí —dijo Shere Khan. Sus padres han huido. Entrégamelo.
Como había dicho Padre Lobo, Shere Khan había saltado sobre la hoguera de un leñador y se sentía furioso a causa del dolor que sufría debido a las quemaduras de sus patas. Pero Padre Lobo sabía que la entrada de la cueva era demasiado angosta para que por ella pudiera colarse un tigre. Incluso donde estaba ahora Shere Khan el espacio era tan reducido que apenas podía mover los hombros y las patas delanteras. Se encontraba en la misma situación que un hombre que intentase luchar hallándose metido en un barril.
—Los Lobos somos un pueblo libre —dijo Padre Lobo. Recibimos órdenes del Jefe de la Manada y no de un matavacas de piel a rayas. El cachorro de Hombre es nuestro y podemos matarlo si nos da la gana.
—¡Que si os da o no os da la gana! ¿Con qué derecho me habláis de esta forma? ¡Por el buey que maté! ¿Debo quedarme así, con la nariz metida en vuestra guarida de perros, en espera de que se me conceda lo que por derecho es mío? ¡Soy yo, Shere Khan, el que os habla!
El rugido del tigre atronó toda la cueva. Madre Loba se sacudió los cachorros de encima, dio un salto hacia adelante, mientras le brillaban los ojos cual dos lunas verdes en la oscuridad, y cayó a poca distancia de los llameantes ojos de Shere Khar.
—¡Y soy yo, Raksha (el Demonio), quien te responde! El cachorro de Hombre es mío, Lungri. ¡Mío y de nadie más! Nadie le dará muerte. Vivirá para correr y cazar con la Manada y al final, óyeme bien, cazador de cachorro desnudos, comedor de ranas, matapeces, al final ¡te cazará a ti! Ahora vete de aquí o por el Sambhur1 que maté (yo no como reses famélicas) que regresarás al lado de tu madre más cojo de lo que eras al nacer. ¡Vete ya, fiera chamuscada! ¡Fuera!
Padre Lobo contemplaba la escena lleno de asombro. Ya casi había olvidado los días en que había ganado para él a Madre Loba tras noble y reñida lucha con otros cinco lobos, cuando ella corría con el resto de la Manada y no era un simple cumplido que la llamasen el Demonio. Puede que Shere Khan hubiese plantado cara a Padre Lobo, pero no era capaz de vérselas con Madre Loba, pues sabía que tal como estaba ella le llevaba todas las ventajas y estaba dispuesta a luchar a muerte. Así que retrocedió para salir de la entrada de la cueva, no sin gruñir mientras lo hacía, y cuando se hubo librado de su prisión, gritó:
—¡Cada perro ladra en su propio patio! Ya veremos qué dice la Manada sobre criar cachorros de Hombre. El cachorro es mío y acabará entre mis colmillos. ¡No lo olvidéis, ladrones de cola peluda!
Madre Loba se dejó caer jadeando entre sus pequeñuelos y Padre Lobo le dijo con tono grave:
—En esto tiene razón Shere Khan. Hay que mostrar el cachorro a la Manada. ¿Aún deseas conservarlo, Madre?
—¡Conservarlo! —exclamó ella. Vino de noche, desnudo, solo y muy hambriento. ¡Y pese a todo no tenía miedo! Fíjate, ya ha echado a un lado a uno de mis pequeños. ¡Y pensar que ese carnicero cojo lo habría matado! ¡Que luego se habría fugado al Waingunga, mientras las gentes de los alrededores acosaban nuestras guaridas para vengarse! ¿Si quiero conservarlo? Ten la seguridad de que sí quiero. Acuéstate y quédate quietecita, ranita. Te lo digo a ti, Mowgli, pues Mowgli la Rana te llamaré. Llegará un día en que tú perseguirás a Shere Khan del mismo modo que él te ha perseguido.
—¿Pero qué dirá nuestra Manada? —dijo Padre Lobo.
La Ley de la Jungla establece muy claramente que todo lobo, al casarse, puede retirarse de la Manada a la que pertenece, pero que, tan pronto como sus cachorros hayan alcanzado la edad en que puedan tenerse en pie, debe presentarlos al Consejo de la Manada, que generalmente se celebra una vez al mes cuando hay luna llena, con el fin de que los demás lobos puedan identificarlos. Después de esa inspección, los cachorros son libres de correr adonde les plazca y, en tanto no hayan matado su primer gamo, no se acepta excusa alguna si alguno de los lobos crecidos que integran la Manada da muerte a uno de los cachorros. El castigo que se aplica es la muerte allí mismo donde se localice al asesino y, si pensáis un poco en ello, veréis que así debe ser.
Padre Lobo esperó hasta que sus cachorros supieron correr un poco y entonces, la noche en que se celebraba la Reunión de la Manada, se los llevó, junto con Madre Loba y Mowgli, a la Roca del Consejo, que era la cima de una colina cubierta de piedras y peñascos entre los que podían esconderse un centenar de lobos. Akela, el gran Lobo Solitario de pelo gris que gobernaba a toda la Manada gracias a su fuerza y astucia, yacía cuan largo era sobre su roca y a sus pies se hallaban sentados cuarenta o más lobos de todos los tamaños y colores, desde veteranos color tejón, capaces de vérselas solos con un gamo, hasta lobitos de piel negra que a sus tres años se creían capaces de hacer lo mismo. Hacía ya un año que el Lobo Solitario era el jefe. En su juventud había caído dos veces en una trampa para lobos y en otra ocasión le habían propinado una paliza, dejándolo luego por muerto. Así, pues, conocía muy bien las costumbres y usos de los hombres. Poco se hablaba en la Roca. Los cachorros jugueteaban en medio del círculo formado por sus madres y padres y de vez en cuando un lobo de mayor edad se acercaba calladamente a un cachorro, lo miraba detenidamente y lo devolvía a su lugar sin hacer el menor ruido al caminar. A veces una madre empujaba a su cachorro hasta que la luz de la luna caía de lleno sobre él, para cerciorarse de que no lo hubiesen pasado por alto. Desde lo alto de su roca, Akela exclamaba:
—¡Ya conocéis la Ley! ¡Ya la conocéis! ¡Fijaos bien, oh Lobos!
Y las madres, angustiadas, repetían el grito:
—¡Fijaos! ¡Fijaos bien, oh Lobos!
Por fin (y en aquel momento a Madre Loba se le erizaron los pelos del cuello) Padre Lobo empujó a «Mowgli la Rana», como solían llamarlo, hacia el centro del círculo, donde se quedó sentado, riéndose y jugando con unos cuantos guijarros que relucían a la luz de la luna.
Akela no alzó en ningún momento la cabeza, sino que siguió con su monótono grito:
—¡Fijaos bien!
De detrás de las rocas surgió un rugido sofocado: la voz de Shere Khan exclamando:
—¡El cachorro es mío! ¡Dámelo! ¿Qué tiene que ver el Pueblo Libre con un cachorro de Hombre?
Akela ni siquiera movió las orejas y se limitó a decir:
—¡Fijaos bien, oh Lobos! ¿Qué tiene que ver el Pueblo Libre con unas órdenes que no emanen de su propio seno? ¡Fijaos bien!
Se alzó un coro de graves gruñidos y un lobezno de cuatro años recogió la pregunta de Shere Khan y se la lanzó a Akela:
—¿Qué tiene que ver el Pueblo Libre con un cachorro de Hombre?
Ahora bien, la Ley de la Jungla establece que si se produce alguna disputa sobre el derecho de un cachorro a ser aceptado por la Manada, en favor de dicho cachorro deben hablar por lo menos dos miembros de la Manada que no sean ni su padre ni su madre.
—¿Quién hablará en nombre de este cachorro? —preguntó Akela. ¿Quién hablará entre los que formáis el Pueblo Libre?
No hubo respuesta, por lo que Madre Loba se aprestó para lo que sabía que iba a ser su última batalla, si es que las cosas iban a peores.
Entonces el único animal de otra especie al que se permite asistir a los Consejos de la Manada, Baloo, el oso pardo y dormilón que enseña la Ley de la Jungla a los cachorros de lobo, el viejo Baloo, que puede ir y venir a su antojo, porque solo come nueces, raíces y miel, se levantó sobre los cuartos traseros y gruñó.
—¿El cachorro de Hombre? ¿El cachorro de Hombre? —dijo. Yo hablo por el cachorro de Hombre. No tiene nada de malo un cachorro de Hombre. No poseo el don de la oratoria, pero digo siempre la verdad. Dejad que corra con la Manada y sea aceptado con los demás. Yo mismo me encargaré de enseñarle.
—Aún necesitamos otro que hable en su nombre —dijo Akela. Baloo ya ha hablado y él es el profesor de los cachorros jóvenes. ¿Quién más habla aparte de Baloo?
Una sombra negra cayó en el interior del círculo. Se trataba de Bagheera la Pantera Negra. Todo su cuerpo era del color de la tinta china, pero, según la luz que la bañaba, las marcas propias de la pantera se veían como las aguas de ciertas clases de seda. Todo el mundo conocía a Bagheera y a nadie le hacía gracia cruzarse en su camino, pues era astuta como Tabaqui, atrevida como un búfalo salvaje y temeraria como un elefante herido. Pero su voz era dulce como la miel silvestre que mana gotita a gotita del tronco de un árbol y su piel era más suave que la pelusa.
—Oh, Akela y vosotros, el Pueblo Libre —ronroneó. No tengo ningún derecho en vuestra asamblea, pero la Ley de la Jungla dice que si surge alguna duda que no sea cuestión de vida o muerte en relación con algún cachorro nuevo, la vida de ese cachorro puede comprarse por un precio y la Ley no dice quién puede o quién no puede pagar ese precio. ¿Tengo razón?
—¡Viva, viva! —gritaron los lobos jóvenes, que siempre tienen hambre. Escuchad a Bagheera. Se puede comprar el cachorro por un precio. Es la Ley.
—Sabiendo que no tengo ningún derecho a hablar aquí, os pido permiso para hacerlo.
—¡Habla pues! —exclamaron veinte voces.
—Matar a un cachorro desnudo es una vergüenza. Además, puede que cuando sea mayor os resulte útil. Baloo ya ha hablado por él. Pues bien, a la palabra de Baloo añadiré yo un buey, bien gordo por cierto, que acabo de matar a menos de media milla de aquí, si estáis dispuestos a aceptar al cachorro de Hombre conforme marca la Ley. ¿Os parece difícil?
Se alzó un clamor de voces, veintenas de voces, que decían:
—¿Qué más da? Morirá cuando vengan las lluvias del invierno. Se abrasará bajo el sol. ¿Qué daño nos puede hacer una rana desnuda? Dejémosle correr con la Manada. ¿Dónde está el buey, Bagheera? Aceptémoslo.
Y seguidamente se oyó el ladrido de Akela exclamando:
—¡Fijaos bien! ¡Fijaos bien, oh Lobos!
Mowgli seguía profundamente interesado por los guijarros, por lo que no se dio cuenta de que los lobos se acercaban para mirarlo de uno en uno. Finalmente bajaron todos por la colina en busca del buey muerto dejando solo a Akela, Bagheera, Baloo y los lobos de Mowgli. En el silencio de la noche seguían oyéndose los rugidos de Shere Khan, que estaba muy enfadado porque no le habían entregado a Mowgli.
—Haces bien en rugir ahora —dijo Bagheera—, pues, o no conozco al Hombre, o llegará un día en que ese animalito desnudo te hará rugir de otro modo.
—Hemos hecho bien —dijo Akela. Los hombres y sus cachorros son muy sabios. Puede que con el tiempo nos resulte útil.
—En verdad que os será útil en la necesidad, pues nadie puede confiar en ser eternamente el Jefe de la Manada —dijo Bagheera.
Akela permaneció callado. Pensaba en el momento que inevitablemente llega para todo jefe de manada cuando sus fuerzas lo abandonan y se va sintiendo más y más débil, hasta que finalmente los lobos le dan muerte y surge un nuevo jefe, que a su vez es muerto cuando llega su hora.
—Lleváoslo —le dijo a Padre Lobo— y adiestradlo como corresponde a un miembro del Pueblo Libre.
Y así es cómo Mowgli ingresó en la Manada de Lobos de Seeonee por el precio de un buey y las buenas palabras de Baloo.
* * *
Me permitiréis ahora que dé un salto de diez u once años y os contentaréis con imaginar únicamente la maravillosa vida que Mowgli llevó entre los lobos, ya que, si tuviera que escribirla detalladamente, llenaría un sinfín de libros. Creció con los cachorros, aunque ellos, por supuesto, eran ya lobos crecidos antes de que él fuese niño. Padre Lobo le enseñó el oficio y el significado de las cosas de la Jungla, hasta que cada crujido de la hierba, cada soplo del cálido aire de la noche, cada nota que los búhos cantaban en lo alto de los árboles, los rasguños de las garras de los murciélagos al posarse en la rama de un árbol, el chapoteo de los pececillos en un estanque, tenían para él tanto significado como el trabajo de la oficina lo tiene para el hombre de negocios. Cuando no estaba aprendiendo algo, se sentaba al sol y echaba un sueñecito, luego despertaba para comer algo y volvía a conciliar el sueño. Cuando se sentía sucio o tenía calor nadaba en los estanques de la selva. Y cuando quería miel (Baloo le había dicho que la miel con nueces era un bocado tan apetecible como la carne cruda) se encaramaba a un árbol para cogerla. Bagheera le había enseñado a hacerlo. Bagheera se tendía en una rama y le llamaba: «Ven aquí, Hermanito». Al principio Mowgli se pegaba al tronco como el perezoso, pero después aprendió a saltar de rama en rama casi con la misma osadía que el mono gris. También ocupaba su lugar en la Roca del Consejo cuando la Manada se reunía y fue allí donde descubrió que, si miraba con insistencia a alguno de los lobos, este se veía obligado a bajar los ojos, de manera que Mowgli solía hacerlo para divertirse. Otras veces extraía las largas espinas que a sus amigos se les clavaban en las patas, pues los lobos sufren horriblemente cuando se les clava una espina o una esquirla puntiaguda en la piel. De noche bajaba la ladera de la colina y se metía en las tierras cultivadas y miraba con mucha curiosidad a los campesinos que dormían en sus chozas, aunque desconfiaba de los hombres, porque Bagheera le había mostrado una caja cuadrada con una puerta que se cerraba de golpe, tan astutamente oculta en la Jungla que Mowgli estuvo a punto de meterse dentro. Bagheera le explicó que aquello era una trampa. Lo que más le gustaba era adentrarse con Bagheera en el cálido y oscuro corazón de la selva, pasarse durmiendo el bochornoso día y, al hacerse de noche, ver cómo Bagheera se dedicaba a matar. Bagheera mataba a diestra y siniestra cuando tenía hambre, y lo mismo hacía Mowgli, aunque con una excepción. En cuanto fue lo suficientemente mayor para comprender las cosas, Bagheera le explicó que jamás debía tocar las reses, ya que le habían admitido en la Manada por el precio de la vida de un buey.
—Toda la Jungla es tuya —decía Bagheera— y puedes matar todo lo que tus fuerzas te permitan. Pero, por respeto al buey que sirvió para comprarte, jamás debes matar o comer reses, ya sean jóvenes o viejas. Así lo ordena la Ley de la Jungla.
Mowgli obedeció fielmente.
Y creció y creció fuerte como un mozalbete debe crecer cuando no sabe que está aprendiendo sus lecciones y no tiene que preocuparse de otra cosa que de encontrar comida.
Madre Loba le dijo una o dos veces que Shere Khan no era una criatura digna de confianza y que algún día él, Mowgli, tendría que matar a Shere Khan. Pero, aunque un lobo joven habría tenido siempre presente el consejo, Mowgli se olvidó del mismo porque él no era más que un niño, aunque habría dicho que era un lobo si hubiese sabido hablar como un hombre.
En la Jungla, Shere Khan siempre se cruzaba en su camino, pues, a medida que Akela se iba haciendo más viejo y débil, el tigre cojo se hizo muy amigo de los lobos jóvenes de la Manada, que iban tras él en busca de las sobras de sus comidas, cosa que Akela jamás habría permitido si se hubiese atrevido a imponer su autoridad. Shere Khan aprovechaba la ocasión para adularlos diciendo que le extrañaba que tan consumados y jóvenes cazadores se dejasen guiar por un lobo moribundo y un cachorro de Hombre.
—Me han dicho —solía comentar Shere Khan— que en el Consejo no os atrevéis a mirarlo a los ojos.
Los lobos jóvenes contestaban con gruñidos amenazadores.
Bagheera, que tenía ojos y oídos en todas partes, estaba enterada de esto y en una o. dos ocasiones le dijo a Mowgli que Shere Khan lo mataría algún día. Mowgli se reía de la pantera y contestaba:
—Tengo la Manada y te tengo a ti, y Baloo, aunque sea tan perezoso, sería capaz de pegar unos cuantos mamporros por mí. ¿Por qué he de tener miedo, pues?
Fue un día muy caluroso cuando a Bagheera se le ocurrió otra idea, fruto de algo que había oído decir. Puede que se lo hubiese dicho Ikki, el Puerco Espín, pero lo cierto es que, estando con Mowgli en el corazón de la Jungla, tendido el pequeño en el suelo, con la cabeza recostada en la hermosa piel negra de Bagheera, esta le dijo:
—Hermanito, ¿cuántas veces te he dicho que Shere Khan es tu enemigo?
—Tantas como frutos hay en aquella palmera —dijo Mowgli, que, naturalmente, no sabía contar. ¿Y qué? Tengo sueño, Bagheera, y Shere Khan no tiene más que mucha cola y muchas ganas de hablar, igual que Mao, el Pavo Real.
—Pues este no es momento para dormir. Baloo lo sabe, yo lo sé, la Manada lo sabe, incluso lo saben los ciervos, esos tontos entre todos los tontos. También Tabaqui te lo ha dicho.
—¡Ja, ja! —exclamó Mowgli. No hace mucho Tabaqui me vino con no sé qué groserías sobre si yo era un cachorro de hombre desnudo que no servía ni para coger raíces de esas que comen los cerdos. Pero yo cogí a Tabaqui por la cola y lo golpeé un par de veces contra el tronco de una palmera, para que aprendiese mejores modales.
—Eso fue una tontería, pues, aunque Tabaqui sea un cizañero, te habría dicho algo que te concernía mucho. Abre los ojos, Hermanito. Shere Khan no se atreve a matarte en la Jungla, pero recuerda que Akela es muy viejo y pronto llegará el día en que no podrá matar un gamo y entonces dejará de ser el jefe. Muchos de los lobos que te examinaron cuando fuiste presentado al Consejo son también muy viejos y los lobos jóvenes creen, como les ha enseñado Shere Khan, que un cachorro de hombre no tiene cabida en la Manada. Dentro de muy poco serás hombre.
—¿Y qué tiene un hombre que le impida correr con sus hermanos? —dijo Mowgli. Nací en la Jungla. He obedecido la Ley de la Jungla y no hay ningún lobo entre nosotros al que no le haya extraído una espina. ¡Seguro que son mis hermanos!
Bagheera se tendió cuán larga era y entornó los ojos.
—Hermanito —dijo—, pon tu mano debajo de mi mandíbula.
Mowgli alzó su mano fuerte y morena y justo debajo del sedoso mentón de Bagheera, donde sus poderosos músculos quedaban ocultos por el pelo lustroso, notó que había una pequeña zona pelada.
—No hay nadie en la Jungla que sepa que yo, Bagheera, llevo esta señal: la señal de un collar. Pero yo, Hermanito, nací entre los hombres y fue entre ellos donde murió mi madre: en las jaulas del palacio real de Oodeypore. Fue por esta razón que pagué el precio que pedían por ti en el Consejo, cuando tú no eras más que un cachorro pequeño y desnudo. Sí, también yo nací entre los hombres. Jamás había visto la Jungla. Me servían la comida entre rejas, en un recipiente de hierro, hasta que una noche se me ocurrió pensar que yo era Bagheera, la Pantera, y no un juguete de los hombres, así que de un solo zarpazo partí el estúpido candado y me escapé. Y si en la Jungla llegué a ser más terrible que Shere Khan fue porque había aprendido las costumbres de los hombres. ¿No es así?
—Sí —dijo Mowgli. La Jungla toda teme a Bagheera… toda menos Mowgli.
—Oh, pero es que tú eres un cachorro de Hombre —dijo la Pantera Negra con mucha ternura— y, del mismo modo que yo regresé a mi Jungla, tú deberás volver con los hombres, con los hombres que son tus hermanos, si antes no te matan en el Consejo.
—¿Pero por qué? ¿Por qué iba alguien a desear mi muerte? —dijo Mowgli.
—Mírame —dijo Bagheera.
Mowgli la miró fijamente a los ojos. La enorme pantera volvió la cabeza a los pocos instantes.
—He aquí el porqué —dijo, moviendo las zarpas sobre las hojas que cubrían el suelo. Ni siquiera yo puedo sostener tu mirada, y eso que nací entre los hombres y te quiero, Hermanito. Los otros te odian porque no son capaces de mirarte cara a cara, porque eres sabio, porque les has sacado las espinas que se les clavaban en las garras, porque tú eres Hombre.
—No sabía nada de todo esto —dijo Mowgli, entristecido y frunciendo sus pobladas cejas negras.
—¿Qué dice la Ley de la Jungla? Primero pega y después ladra. Por tu propio descuido saben que eres hombre. Pero sé prudente. Me dice el corazón que cuando Akela pierda la próxima presa, y cada vez le cuesta más atraparlas, la Manada se volverá contra él y en contra de ti. Celebrarán un Consejo de Jungla en la Roca y luego… luego… ¡Ya lo tengo! —exclamó (Bagheera, levantándose de un salto. Baja corriendo a las chozas que los hombres tienen en el valle y coge un poco de la Flor Roja que allí cultivan. Así, cuando llegue el momento, contarás con un amigo más fuerte que yo o que Baloo o los miembros de la Manada que te quieren bien. Ve por la Flor Roja.
Al decir «Flor Roja», Bagheera se refería al fuego, solo que ninguna de las criaturas de la Jungla llama al fuego por su verdadero nombre. Todas las bestias viven en constante temor del fuego, un temor mortal que las mueve a inventar un centenar de formas de llamarlo.
—¿La Flor Roja? —dijo Mowgli. Ah, sí, eso que crece ante sus chozas al caer la noche. Cogeré un poco.
—Ha hablado el cachorro de Hombre —dijo Bagheera con acento de orgullo. Recuerda que crece en unas macetas pequeñas. Coge una rápidamente y guárdala siempre junto a ti para cuando la necesites.
—¡Muy bien! —dijo Mowgli. Allá voy. ¿Pero estás segura, Bagheera mía? —dijo, rodeando con su brazo el espléndido cuello de Bagheera y clavando la mirada en sus ojazos. ¿Estás segura de que todo esto es obra de Shere Khan?
—¡Lo juro por el Candado Roto que me libró del encierro! ¡Tenlo por seguro, Hermanito!
—Entonces, ¡por el Buey que me compró, juro que le daré a Shere Khan todo lo que se merece! ¡Hasta puede que un poco más! —dijo Mowgli, echando ya a correr.
—¡Eso es un hombre! ¡Un hombre hecho y derecho! —exclamó Bagheera para sí, volviendo a tumbarse en el suelo. ¡Ay de ti, Shere Khan! ¡Jamás te has metido en más negra aventura que la cacería de ranas que emprendiste hace diez años!
Mowgli corría a través de la espesura, alejándose más y más, con el corazón desbocado. Llegó a la cueva justo cuando empezaba a alzarse la neblina vespertina. Se detuvo para recobrar el aliento y miró al valle que se extendía a los pies de la colina. Los cachorros habían salido, pero Madre Loba, que estaba en el fondo de la cueva, adivinó que algo le pasaba a su ranita al oír su respiración.
—¿Qué te ocurre, hijo? —preguntó.
—Habladurías de Shere Khan, que dice cosas propias de murciélago —respondió Mowgli desde donde estaba. Esta noche voy a cazar en los campos de labranza.
Y, así diciendo, empezó a bajar por la ladera entre los arbustos, hasta llegar al río que corría por el valle. Allí se detuvo, pues se oían los aullidos de la Manada, que estaba cazando. Se oyó también el mugido dé un sambhur acosado por los lobos y luego su resoplido al hacer frente a sus perseguidores. Entonces se oyeron los aullidos malintencionados de los jóvenes lobos que gritaban:
—¡Akela! ¡Akela! ¡Que el Lobo Solitario demuestre su fuerza! ¡Dejad sitio para el Jefe de la Manada! ¡Salta, Akela!
El Lobo Solitario debió de saltar sobre su presa sin conseguir alcanzarla, pues Mowgli oyó el chasquido de sus colmillos y luego un ladrido de dolor al ser derribado por las patas delanteras del sambhur.
Sin esperar a oír más, reanudó su veloz carrera. Los aullidos fueron quedando atrás, cada vez más débiles, a medida que corría por los labrantíos donde vivían los campesinos.
—Bagheera tenía razón —dijo entre jadeos al acomodarse en un montón de forraje que había junto a la ventana de una choza. Mañana será un día importante tanto para Akela como para mí.
Acercó el rostro a la ventana y contempló el fuego que ardía en el hogar. Vio que la esposa del labrador se levantaba y alimentaba el fuego con unos terrones negros para que no se apagase durante la noche. Cuando llegó la mañana con sus neblinas blancas y frías, vio que el hijo del campesino cogía un recipiente de mimbre, recubierto de tierra por dentro, lo llenaba de terrones de carbón vegetal al rojo vivo, lo envolvía con su manta y salía a cuidar de las vacas en el establo.
—¿Eso es todo? —se dijo Mowgli. Si un cachorro es capaz de hacerlo, nada hay que temer entonces.
Así que dobló la esquina de la choza, se plantó ante el chiquillo, le arrebató el recipiente y desapareció entre la neblina, dejando al pequeño aullando de pavor.
—Se parecen mucho a mí —dijo Mowgli, soplando sobre lo que había dentro del recipiente, como había visto hacer a la mujer de la choza. Esto se morirá si no le doy de comer.
Echó ramitas y cortezas sobre la masa roja. A medio camino colina arriba se encontró con Bagheera, sobre cuya piel el rocío matutino brillaba como las piedras preciosas.
—Akela ha fallado —dijo la Pantera. Lo habrían matado anoche mismo, pero te necesitaban también a ti. Te estaban buscando por la colina.
—Estaba abajo, en los campos de cultivo. ¡Mira! ¡Ya estoy preparado! —dijo Mowgli, alzando el recipiente del fuego.
—¡Muy bien! Vamos a ver: he visto que los hombres a veces meten una rama seca en esa materia y al poco la Flor Roja se abre en la punta de la rama. ¿No tienes miedo?
—No. ¿Por qué iba a tenerlo? Ahora recuerdo, si es que no se trata de un sueño, recuerdo que, antes de ser Lobo, solía acostarme al lado de la Flor Roja, que era cálida y agradable.
Aquel día se lo pasó todo Mowgli sentado en la cueva cuidando de su recipiente del fuego, dentro del cual introducía ramas secas para ver qué pasaba. Encontró una rama que lo dejó satisfecho y por la tarde, cuando Tabaqui se presentó en la cueva y, con muy malos modales, le dijo que reclamaban su presencia en la Roca del Consejo, Mowgli se echó a reír hasta que Tabaqui huyó despavorido. Entonces Mowgli se encaminó hacia el Consejo, sin dejar de reírse.
Akela, el Lobo Solitario, yacía en el suelo junto a su roca, en señal de que el liderazgo de la Manada estaba vacante, mientras Shere Khan, con su cortejo de lobos alimentados de sobras, paseaba abiertamente de un lado a otro, recibiendo halagos. Bagheera se tendió cerca de Mowgli, que tenía el recipiente del fuego entre sus rodillas. Una vez estuvieron todos reunidos, Shere Khan empezó a hablar, cosa que jamás habría osado hacer cuando Akela se hallaba en la flor de la vida.
—No tiene ningún derecho —susurró Bagheera. Díselo a los demás. Es hijo de un perro y se asustará.
De un brinco Mowgli se levantó y exclamó:
—¡Oídme, los del Pueblo Libre! ¿Acaso Shere Khan es el Jefe de la Manada? ¿Qué tiene que ver un tigre con nuestro liderazgo?
—Viendo que este sigue vacante y habiéndoseme pedido que hablase… —empezó a decir Shere Khan.
—¿Quién te lo ha pedido? —preguntó Mowgli. ¿Es que somos todos unos chacales deseosos de adular a este matavacas? El liderazgo de la Manada es cosa que concierne solamente a la Manada.
Se oyeron gritos de:
—¡Silencio, cachorro de Hombre!
—Dejad que hable, pues ha respetado nuestra Ley.
Y finalmente los ancianos de la Manada clamaron con sus vozarrones:
—¡Dejad que hable Lobo Muerto!
Cuando el cabecilla de una Manada fracasa al tratar de coger una presa lo llaman Lobo Muerto mientras vive, que por lo general no suele ser mucho tiempo.
Akela alzó cansinamente su anciana cabeza:
—Pueblo Libre, y vosotros también, chacales de Shere Khan. Durante mucho tiempo os he conducido donde estaba la caza y luego al regresar a casa, y jamás ninguno de nosotros ha caído en una trampa o resultado herido. Ahora no he logrado dar muerte a mi presa. Vosotros sabéis cómo se ha tramado este complot. Sabéis que se me hizo perseguir un gamo al que no habían acosado los demás, para que de esta formar mi flaqueza resultase más evidente. Ha sido una jugada maestra. Tenéis derecho a matarme aquí mismo, en la Roca del Consejo. Así, pues, os pregunto esto: ¿Quién quiere poner fin a la vida de Lobo Solitario? Pues estoy en mi derecho, según la Ley de la Jungla, al pediros que os acerquéis de uno en uno.
Se produjo un largo silencio, ya que ni uno solo de los lobos tenía ganas de entablar una lucha a muerte con Akela. Luego Shere Khan rugió:
—¡Bah! ¿Qué nos importa este imbécil desdentado? ¡Está condenado a morir! Es el cachorro de Hombre el que ha vivido demasiado tiempo. Pueblo Libre, su carne me pertenece de buen principio. Dádmelo a mí. Estoy cansado de tanta tontería sobre el hombre-lobo. Lleva diez años causando molestias en la Jungla. Entregadme el cachorro de Hombre y cazaré siempre en esta región, sin daros un solo hueso a vosotros. Es un Hombre, el hijo de un Hombre ¡y lo odio hasta la médula!
Más de la mitad de la Manada se puso a chillar:
—¡Un Hombre! ¡Un Hombre! ¿Qué hace un Hombre entre nosotros? Que se vaya donde esté su lugar.
—¿Y que ponga en contra nuestra a toda la gente de los pueblos? —rugió Shere Khan. ¡No! Entregádmelo a mí. Es un Hombre y ninguno de nosotros puede mirarlo a los ojos.
Akela volvió a levantar la cabeza y dijo:
—Ha comido nuestros alimentos. Ha dormido con nosotros. Ha ojeado la caza para nosotros. No ha quebrantado la Ley de la Jungla.
—Además, pagué por él con un buey cuando lo aceptasteis. El valor de un buey es poca cosa, pero el honor de Bagheera es algo por lo que quizá luchará —dijo Bagheera con toda la gentileza de que era capaz.
—¡Un buey pagado hace diez años! —gruñó la Manada, enseñando los colmillos. ¿Qué nos importan los huesos de hace diez años?
—¿Y las promesas? —dijo Bagheera, mostrándoles sus blancos colmillos. ¡Ya hacen bien en llamaros el Pueblo Libre!
—¡Ningún cachorro de hombre puede correr con el pueblo de la Jungla! —aulló Shere Khan. ¡Dádmelo a mí!
—Es nuestro hermano en todo salvo la sangre —prosiguió Akela— ¡y pese a ello lo mataríais aquí mismo! En verdad que he vivido demasiado. Algunos de vosotros sois devoradores de reses y de otros he oído decir que, siguiendo las enseñanzas de Shere Khan, al amparo de la noche os acercáis a las cabañas y os lleváis a los niños. Así, pues, sé que sois unos cobardes y que con cobardes estoy hablando. Es cierto que debo morir y que mi vida no vale nada, pues de lo contrario os la ofrecería a cambio de la del cachorro de Hombre. Pero, por el honor de la Manada, que es una cosilla de la que os habéis olvidado al no tener Jefe, os prometo que, si dejáis que el cachorro de hombre regrese con los suyos, yo, cuando llegue la hora de mi muerte, no alzaré un solo colmillo contra vosotros. Moriré sin luchar. Eso, cuando menos, le ahorrará tres vidas a la Manada. Más no puedo hacer; pero, si queréis, os puedo ahorrar la vergüenza de matar a un hermano contra el que no se tiene nada, un hermano que, conforme la Ley de la Jungla, ingresó en la Manada después de que dos de sus miembros hablasen por él y, asimismo, se pagase el correspondiente precio.