El logro de la plenitud personal - Alfonso Quintás Lopez - E-Book

El logro de la plenitud personal E-Book

Alfonso Quintás Lopez

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Beschreibung

En El logro de la plenitud personal el profesor López Quintás nos ofrece una exposición del método formativo que ha ido elaborando a lo largo de una serie de obras que, aun dedicadas a temas diversos, persiguen un mismo fin: mostrar de manera sugestiva y convincente las grandes posibilidades que tenemos de crecer como personas y conseguir el ideal de una vida lograda y, por tanto, feliz. Cada uno de los capítulos forma un cuerpo compacto, condensa libros enteros —que se indican a pie de página— y sirve, a la par, de eslabón en la trama articulada de su método. Esta obra intenta revalorizar la vida cotidiana y, para ello, se propone, apoyándose en la creatividad, la educación, la belleza, la literatura, el cine, le música, etc., abrir nuevas perspectivas, ofrecer posibilidades de pensamiento y acción y mostrar que toda persona —incluso la que sufre por considerar su vida como anodina— puede sorprendernos con su poder creativo y su alta calidad humana.

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Colección: Digital

Director: Francisco J. Bueno Pimenta

Comité científico asesor: Javier Barraca Mairal

Mauro Jiménez Martínez

Belén Mainer Blanco

Wilfredo Rincón García

David Torrijos Castillejo

© 2024 Alfonso López Quintás

© 2024 Editorial UFVUniversidad Francisco de VitoriaCtra. Pozuelo-Majadahonda, km 1,80028223 Pozuelo de Alarcón (Madrid)Tel.: (+34) 91 351 03 [email protected]

Diseño de cubierta: Cruz más Cruz

Segunda edición: marzo de 2024

ISBN edición impresa: 978-84-10083-38-7

ISBN edición digital: 978-84-10083-39-4

ISBN Epub: 978-84-10083-40-0

Depósito legal: M-7629-2024

Preimpresión: MCF Textos, S.A.

Impresión: ServicePoint

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

Esta editorial es miembro de UNE, lo que garantiza la difusión y comercialización de sus publicaciones a nivel nacional e internacional.

Este libro puede incluir enlaces a sitios web, gestionados por terceros y ajenos a Editorial UFV, que se incluyen solo con finalidad informativa. Las referencias se proporcionan en el estado en que se encuentran en el momento de la consulta de los autores, sin garantías ni responsabilidad alguna, expresas o implícitas, sobre la información que se proporcione en ellas.

Impreso en España – Printed in Spain

CONTENIDO

PRÓLOGO

 1. La sorprendente fecundidad del pensamiento riguroso. Un nuevo método formativo

 2. Los ocho niveles de realidad y de conducta

 3. Los procesos de vértigo, o fascinación, y los de éxtasis, o creatividad

 4. La conquista de la verdadera libertad

 5. El conocimiento de los valores

 6. Conocimiento de algunos valores relevantes

 7. La creatividad en la vida cotidiana

 8. La elevación de los profesores al rango de «formadores»

 9. El enigma de la belleza

10. La literatura de calidad, fuente de formación humana

11. El poder formativo del cine de calidad

12. El poder formativo de la música

13. El papel promotor del cristianismo en la cultura occidental

14. Un método para humanizar la empresa

15. La manipulación del hombre a través del lenguaje

PRÓLOGO

En esta obra ofrezco una exposición muy accesible del método formativo que he ido elaborando a lo largo de una serie de obras que, aun dedicadas a temas diversos, persiguen un mismo fin: mostrar de manera sugestiva y convincente las grandes posibilidades que tenemos de crecer como personas y conseguir el ideal de una vida lograda y, por tanto, feliz.

Creo firmemente en la perennidad de los grandes valores, pero estoy asimismo seguro de que los métodos para transmitirlos a los jóvenes han de remozarse de tal modo que cada día vean estos más claro que los valores son imponentes pero no se imponen, más bien atraen, nos invitan a que los asumamos activamente y seamos, así, más creativos en nuestra vida cotidiana.

Para conseguir esto, hemos de enseñar descubriendo, compartiendo con los demás el proceso de asumir los valores para realizarlos en la propia vida. Al realizar esta fecunda experiencia bidireccional, descubrimos que, para desarrollarnos personalmente, debemos enriquecer las realidades de nuestro entorno vital y transformar nuestra actitud respecto a esas realidades una vez enriquecidas. Es una tarea apasionante que supera la obsoleta tendencia a reducir la ética a un rimero de normas. A las normas les daremos la importancia que tienen en nuestro ascenso a la verdadera libertad, pues descubriremos pronto que, lejos de achicar nuestro horizonte de creatividad, lo amplían indefinidamente.

Esta ampliación prometedora y gozosa la analizaremos en el primer capítulo, y, a partir de él, descubriremos las inmensas posibilidades creativas que se nos abren a cada paso en la vida. Con ello, realizaremos uno de los cometidos más urgentes de la cultura actual: revalorizar la vida cotidiana. Actualmente, innumerables personas viven frustradas por estimar que su vida es anodina, demasiado sencilla para dar sentido a la propia existencia.

Esta frustración solo podemos superarla si descubrimos que tener sentido equivale a estar bien orientado, y la vida la orientamos bien si actuamos inspirados por el ideal de la unidad, que va unido de raíz con el ideal de la bondad, la verdad, la justicia, la belleza. Cuando una persona puede decir, con la firmeza de las decisiones fuertes, que «el bien hay que hacerlo siempre, el mal nunca; lo justo siempre, lo injusto nunca…» y actúa en consecuencia, sube a la cota más alta de la vida ética —la que denomino nivel 3— y en ella alcanza su plenitud de valor y de sentido.

Qué significan los niveles de realidad y qué perspectivas nos abren para comprender lo que somos y lo que estamos llamados a ser lo veremos en el capítulo 2. Y lo expuesto en él nos dará luz suficiente para abordar una serie de temas, a cada cual más sugestivo e interesante, para descubrir la vía recta hacia la felicidad.

La historia de tantos jóvenes que buscaron la felicidad febrilmente y se entregaron a la insufrible amargura de una vida sin sentido quedará al trasluz cuando, en el capítulo 3, analicemos los dos grandes procesos que podemos seguir en la vida: el de vértigo y el de éxtasis. En el capítulo 4 descubriremos que la libertad verdadera —es decir, la libertad creativa o libertad interior— solo podemos alcanzarla si seguimos el proceso de éxtasis —o de encuentro—, que al principio nos exige todo, nos lo promete todo y, al final, nos lo concede todo con creces.

Lo antedicho solo conseguiremos entenderlo a fondo cuando, en los capítulos 5 y 6, advirtamos que los valores son fuente de posibilidades para crear modos de encuentro, y solo se nos revelan si estamos dispuestos a oír su llamada, su invitación a realizarlos en nuestra vida.

Si respondemos positivamente, creamos relaciones de encuentro y experimentamos los espléndidos frutos del mismo. Al reflexionar sobre el hecho de que, en una vida penosa como la nuestra, nos basta encontrarnos —en sentido estricto— para sentir alegría, entusiasmo, plenitud y felicidad, descubrimos que no hay en el mundo un valor más alto que el del encuentro (nivel 2), o, dicho más en general, la creación de los modos más elevados de unidad (nivel 3). Acabamos de descubrir que el ideal de nuestra vida, la meta a la que debemos tender, es el ideal de la unidad.

Al optar por este ideal (nivel 3), nos disponemos para comprender —en los capítulos 9, 10, 11 y 12— cómo surge nuestra capacidad creadora, cuál es el papel de la belleza en nuestra vida y de qué modo podemos convertir en fuente de formación ética la literatura y el cine de calidad, el arte plástico y la música.

Una vez elevados a este nivel 3 —en el que muestra el ideal de la unidad todo su poder transformante—, nos resulta fácil averiguar de qué forma podemos humanizar la empresa —capítulo 13— y descubrir el papel promotor que jugó el cristianismo en la cultura occidental (capítulo 14). El ideal no se reduce a una mera idea; es una idea motriz, dinamizadora, capaz de transformarlo todo.

La destreza que hemos adquirido en los capítulos anteriores nos permite —en el capítulo final— hallar un antídoto eficaz contra las tácticas manipuladoras de dominio del hombre a través del lenguaje y la imagen. Es urgente poner en juego tal antídoto si queremos conservar la libertad creativa en un mundo ansioso de dominar las conciencias de forma artera.

Cada uno de los capítulos forma un cuerpo compacto, condensa libros enteros —que indico a pie de página para orientación del lector— y sirve, a la par, de eslabón en la trama articulada de mi método formativo. Los aspectos más técnicos de este método puede verlos el lector interesado en los libros citados en los distintos capítulos.

Esta obra intenta revalorizar la vida cotidiana y, para ello, se propone abrir nuevas perspectivas, ofrecer posibilidades de pensamiento y acción, mostrar que toda persona —incluso la que sufre por considerar su vida como anodina— puede sorprendernos con su poder creativo y su alta calidad humana. A medida que recorremos este camino ascendente, descubrimos que nuestro crecimiento ético implica una firme decisión de ser creativos, pues cada paso hacia la meta implica una transfiguración de nuestra actitud ante las realidades que vamos tratando. Al adoptar una nueva actitud, subimos de nivel de realidad y abrimos nuevas y fecundas posibilidades de desarrollo.

Alfonso López QuintásMadrid, 2024

1

LA SORPRENDENTE FECUNDIDAD DEL PENSAMIENTO RIGUROSO. UN NUEVO MÉTODO FORMATIVO

Existe actualmente gran preocupación en numerosos países por el estado de «emergencia educativa» en que se hallan. De ordinario, esta expresión alude a la falta de los conocimientos debidos por parte de las nuevas generaciones. Más grave, a mi entender, es la situación de emergencia o de colapso en cuanto al modo de pensar.

I. SITUACIÓN DE DESCONCIERTO

Si en un examen de filosofía contemporánea, un alumno ignora que Max Scheler y Nicolai Hartmann escribieron sendos tratados de ética, carece de los conocimientos necesarios. Si piensa que la libertad y las normas se oponen siempre, no sabe pensar con la necesaria precisión. Este no es un fallo meramente académico; afecta a la vida personal del alumno, la bloquea.

• Un joven centroeuropeo escribió, desconcertado, al renombrado teólogo Karl Rahner: «Mis amigos y yo nos lanzamos febrilmente en busca de la felicidad, y ahora nos vemos convertidos en carne de hospital. ¿Podría usted decirme qué es eso de la felicidad?». Rahner se limitó a decirle que no debía pretender una felicidad demasiado grande. Haría bien en contentarse con la felicidad sencilla que anhelaron sus padres y sus abuelos.1 No consiguió desbloquear al pobre chico.

• Un joven de diecisiete años confesó en un programa televisivo lo siguiente: «Hasta hace poco, yo era totalmente feliz: amaba a mi madre —con la que vivo—, adoraba a mi novia, me encantaba mi carrera. Pero un mal día me entregué al juego de azar y me convertí en un adicto, un ludópata. Desde entonces ya no me interesa mi madre, ni mi novia ni mi carrera. Solo me interesa seguir jugando. Y lo que más rabia me da es que todo esto lo hice libremente. Y ahora me veo convertido en un esclavo». Aunque su tono fue de inmensa tristeza, el director del programa no le dijo una palabra de orientación; renunció a ser guía.

Numerosas anécdotas afines nos permiten concluir que hoy reina el desconcierto en muchas mentes y faltan líderes que, con una palabra acertada, las iluminen y articulen. La desmotivación en los profesores crece a diario y les lleva a confesar, con frecuencia, que «no saben qué hacer con los jóvenes». ¿Es posible superar este pesimismo destructor? Largos años de estudio, cursos y conferencias me llevaron a la convicción de que sí lo es, pero no mediante el simple cambio de planes de estudio sino con un método adecuado. Por mi parte ofrezco el siguiente, tras comprobar largamente su eficacia.

II. EL MÉTODO DEL DESCUBRIMIENTO

Debemos comenzar por una experiencia básica: la necesidad de crecer. Crecer es ley de vida. Para crecer no me basta ejercitar mis potencias: moverme libremente, andar, hablar, manejar objetos… Necesito recibir posibilidades del entorno —al que me hallo vinculado de raíz— a fin de actuar con eficacia y con sentido. El sentido lo adquiero jugando. Jugar —entendido en sentido filosófico preciso— significa recibir posibilidades para crear con ellas algo nuevo valioso: jugadas, en los juegos de mesa y en el deporte —cuya meta es dominar el campo adversario—; formas, en el arte, para «engendrar obras en la belleza» (como indicaba Platón); escenas, en el teatro, destinadas a mostrar la «intrahistoria» de unos personajes.2

Paso del nivel 1 al nivel 2. Uno de los juegos que podemos realizar es, por ejemplo, el ajedrez. Para jugar, necesito un tablero. Tomo una tabla cuadrada. Es mía, puedo hacer con ella lo que quiero. A este nivel de mi vida en el que dispongo de objetos y los pongo a mi servicio vamos a llamarle nivel 1. Ese dominio no me satisface, pues para crecer como persona necesito actuar de forma creativa. La creatividad comienza cuando asumo activamente posibilidades para generar algo nuevo dotado de cierto valor.

Para actuar creativamente pinto, en la tabla, unos cuadraditos en blanco y negro, y la convierto en tablero. He transformado la tabla, y ahora debo transformar mi conducta respecto al tablero. En vez de poseerlo y dominarlo, debo obedecerle, por ser el cauce del juego que voy a realizar conforme al reglamento. Justo cuando renuncio a mi libertad primera —la libertad de maniobra—, adquiero un tipo superior de libertad, la libertad para crear una forma de juego. Al moverme con esta libertad creativa entre realidades abiertas —que, como el tablero, me ofrecen posibilidades para crecer—, me hallo en el nivel 2. Subir del nivel 1 al nivel 2 es decisivo en la vida humana.

La experiencia del poema. Dentro del nivel 2, puedo elevarme a un plano todavía superior al del ajedrez. Alguien me regala un folio en el que se ha escrito un poema. Con el papel puedo hacer lo que quiera. Con el poema, no. He de asumir activamente las posibilidades que me ofrece para declamarlo y darle vida. Mi declamación es libre, pero con libertad creativa, vinculada a las condiciones del poema. El poema me inspira, guía e impulsa; yo lo configuro a él. Me siento llevado por él, pero soy yo quien le da un cuerpo sonoro. Los dos colaboramos por igual. De aquí se deduce que, si deseamos crecer, debemos renunciar a la libertad de maniobra —capacidad de actuar conforme a nuestra voluntad— y adquirir un modo de libertad creativa o libertad interior que nos permite ser creativos precisamente cuando obedecemos a las realidades valiosas que nos otorgan posibilidades.

Las experiencias reversibles. Acabamos de descubrir, por nosotros mismos, un tipo superior de experiencias: las experiencias reversibles o bidireccionales. De ellas depende nuestro crecimiento personal, pues en ellas aprendemos a ser creativos, al aceptar el hecho de que debemos ser receptivos y activos a la vez. Gracias a esta doble condición, podemos dar vida a obras literarias y musicales y unirnos a ellas con un modo de unión superior a las formas tangenciales de unión propias del nivel 1. De nuevo observamos que solo al obedecer a algo valioso crecemos como personas. Vislumbramos ya el secreto de la vida personal, lo que podemos llamar la «lógica de la vida creativa»: obedecemos a lo que nos perfecciona sin ser coaccionados, sino movidos por la necesidad de crecer y perfeccionarnos.

El descubrimiento del encuentro y el ideal de la vida. Al entrar en el campo de estas experiencias reversibles, descubro rápidamente la forma más alta: el encuentro, la unión estrecha de dos personas deseosas de crear un estado de enriquecimiento mutuo. La experiencia me dice que también aquí tengo que obedecer si quiero crecer. Efectivamente, el encuentro me pone como condición para darse que sea generoso, veraz, fiel, cordial, comunicativo, participativo… Si cumplo estas condiciones, y tengo la suerte de que otra persona adopte esta misma actitud, tiene lugar el encuentro. Y con él vienen sus frutos: nos da energía interior, luz para conocer, alegría, entusiasmo, plenitud, felicidad.

En este momento tiene lugar la experiencia decisiva de mi vida. Al darme cuenta de que, incluso en momentos penosos, me basta encontrarme de verdad para tener alegría y ser feliz, concluyo que el mayor valor de mi vida —o sea, la fuente más copiosa de posibilidades de crecer— es el encuentro. Acabo de descubrir el ideal de mi vida, que es el ideal de la unidad, o del amor auténtico. Estoy en el momento decisivo de mi desarrollo personal, pues del ideal depende todo en mi existencia.

La asombrosa capacidad transformadora del ideal de la unidad. Este ideal no es una mera idea; es una idea motriz, dinamizadora. Si elegimos siempre en virtud del ideal de la unidad —no de nuestras apetencias—, este ideal orienta nuestras acciones y nos impulsa hacia la plenitud personal. Tal plenitud queda de manifiesto cuando alguien es capaz de afirmar, con la seriedad de las decisiones fuertes, que «el bien hay que hacerlo siempre; el mal, nunca», «lo justo, siempre; lo injusto, nunca». Al convertir el ideal de la unidad —y, con él, el de la bondad, la verdad, la justicia, la belleza— en un principio interno de acción, nos situamos en el nivel 3, que es la cumbre de la vida ética. Entonces experimentamos varias transformaciones, que cambian nuestro modo de pensar y de actuar, y nos dan un toque de excelencia:

• La «libertad de maniobra» se transforma en «libertad creativa» o «libertad interior».

• La vida anodina se colma de sentido. Tener sentido equivale a estar bien orientado. La persona se orienta bien al actuar en virtud del ideal de la unidad.

• De modo semejante, la vida pasiva se vuelve creativa.

• La vida cerrada se torna abierta, creadora de relaciones.

• El lenguaje pasa de ser mero medio de comunicación a ser vehículo viviente del encuentro.

• La vida temeraria —entregada al vértigo— se torna prudente, inspirada por el ideal de la unidad.

• La entrega al frenesí de la pasión se trueca en amor personal.

III. LA EFICACIA DE ESTE MÉTODO

Esta múltiple transfiguración que experimentamos al descubrir el ideal y optar por él nos dispone para realizar dos tareas decisivas: 1) anular las causas que bloquean el proceso de crecimiento personal; 2) superar los malentendidos provocados por la falta de un pensamiento riguroso. Si se demuestra esta eficacia, queda patente que el método empleado es el adecuado para la situación actual.

1. SUPERACIÓN DE FALLOS

• Superamos la emergencia cualitativa en cuanto, al descubrir las experiencias reversibles, el encuentro y el ideal de la unidad, descubrimos la lógica propia de los niveles 1, 2 y 3, y aprendemos a pensar de forma adecuada a los diversos modos de realidad. Al pensar de forma precisa, podemos superar mil prejuicios y malentendidos, y neutralizar el poder destructivo de la manipulación y las diversas adicciones patológicas.3

• Nos preparamos, con ello, para «dar la batalla de las ideas» en el sentido más positivo y eficaz de la expresión. Para mi proyecto formativo, el contrincante que hay que batir es la confusión de ideas, la tergiversación del lenguaje, la manipulación de los razonamientos. Por eso debemos conceder primacía al arte de pensar y expresarse con la máxima precisión. Es la única forma segura de superar la situación de emergencia provocada por la voluntad de dominar las mentes a todo precio.

• Evitamos el «reduccionismo», pues, al ir subiendo de nivel, sentimos que se enriquece nuestra vida —sus conceptos, su capacidad creativa, su sentido…—; no buscamos el goce sino el gozo; no nos contentamos con la vecindad, sino que buscamos el encuentro; no pretendemos solo nuestro bien, sino que procuramos la felicidad de los demás. Descubrimos, por propia experiencia, que el encuentro es el valor supremo, por ser un estado de enriquecimiento mutuo, y empezamos a entrever la grandeza asombrosa de la unidad en la vida humana. Al adentrarnos en la ciencia actual, nos vemos impactados por la importancia de esa unidad —vinculada de raíz a la enigmática categoría de relación— en todo el universo. Ya vemos que, al subir de nivel, ascendemos a lo mejor de nosotros mismos, lo más exigente y gratificante. ¿Cómo vamos a querer reducir todo aquello que nos lleva al pleno logro? Nos vacunamos de raíz contra el reduccionismo y nos abrimos, ansiosos y confiados, a las inmensas posibilidades que nos ofrece la vida.

• Neutralizamos la tendencia al subjetivismo relativista, ya que, al desarrollarnos mediante el ascenso de nivel, descubrimos que lo equilibrado es pensar de modo relacional. Al hacerlo, vinculamos en una experiencia reversible el sujeto y el objeto; el sujeto, visto como realidad abierta a cuanto le rodea, y el objeto, realidad que el sujeto puede convertir en realidad abierta cuando lo asume en un proyecto propio y lo descubre como fuente de posibilidades. En la vida estética, por ejemplo, asumo las posibilidades que me otorga una realidad artística —que es más que un mero objeto— y le doy mi capacidad de configurarla, dándole vida al otorgarle un cuerpo sonoro. Por ello, lo importante no es el sujeto solo ni el objeto solo, sino ambos unidos y enriquecidos mutuamente. Lo importante no eres tú, lo importante no soy yo; lo decisivo es lo que sucede «entre» tú y yo: he aquí el inspirado lema de la mejor filosofía dialógica.4

• A medida que perfeccionamos nuestra vida, la llenamos de sentido y superamos la tentación del nihilismo. Al elegir en virtud del ideal de la unidad y confirmar en todo momento su fecundidad, sentimos que en él radica nuestra verdad como personas, y no tenemos otro empeño que vivir en ella, de ella y para ella. Al crear más y más interrelaciones valiosas, notamos que nuestra vida adquiere una densidad inquebrantable, capaz de hacer frente a las vacilaciones intelectuales y espirituales de un pensamiento débil. Nuestra seguridad interior crece a medida que ganamos en capacidad de crear relaciones valiosas, que dan lugar a realidades de alto rango ontológico.

•Vinculamos en su raíz la razón y la fe, por cuanto el pensamiento relacional descubre que nuestra capacidad de conocer se acrecienta a medida que transfiguramos nuestras actitudes. De este modo, penetramos más y más en las realidades que Gabriel Marcel denomina «misteriosas», realidades que solo podemos conocer cuando ellas se nos revelan y nosotros acogemos activamente esa revelación. Esta forma de valioso conocimiento reversible recibe, en la filosofía actual, la denominación de «conocimiento en fe». Es un conocimiento por vía de encuentro, cada día más valorado en antropología y en estética. La fe humana, profundamente comprendida y vivida, nos prepara para vivir la fe sobrenatural y dar razón —en buena medida— de ella y valorarla inmensamente. Estamos en la alta cota del nivel 4.

• El lector avisado habrá advertido que son justamente los cuatro fallos antedichos los que dan origen —según Benedicto XVI— a la quiebra cultural de nuestra época.

2. DESBLOQUEO DE LAS MENTES Y DE LA CAPACIDAD CREATIVA

Superados estos fallos radicales, logramos desbloquear las mentes y abrirlas a la creatividad en todos los órdenes. Lo confirma la experiencia:

• Si alguien me dice que la libertad y las normas se oponen, le respondo a la luz de lo antedicho: «En el nivel 1, sí; en el nivel 2 sucede todo lo contrario: se complementan y enriquecen». Con ello nos abrimos al mundo de la creatividad, propio del nivel 2, y al de los valores, que llegan a su plenitud en el nivel 3.

• Para defender una ley abortista, un ministro de justicia escribió: «La mujer tiene un cuerpo y hay que darle libertad para disponer de cuanto en él acontezca». Para neutralizar esta afirmación basta decir que confunde los niveles 1 y 2. Lo que afirma es cierto en el nivel 1, pero falso en el nivel 2. Según la antropología filosófica actual más cualificada, la mujer y el varón no tenemos cuerpo; somos corpóreos; el verbo tener solo puede usarse en el nivel 1; el ser humano —cuerpo, psique y espíritu— integra los niveles 1 y 2. Por eso no cabe hablar de la libertad, en general, porque es obvio que existen varias formas de libertad. El ministro se refería a la libertad de maniobra, que es la más elemental, por ser propia del nivel 1. Y dejaba de lado, injustamente, la libertad creativa, que surge en el nivel 2.

• En un telediario se comunicó lo siguiente: « Janis Joplin murió de una sobredosis; fue una joven absolutamente libre». El joven que haya seguido el método del descubrimiento no se deja seducir por el tipo de manipulación que late en esta forma de dar la noticia. Sabe que la adicción a la droga —como al juego, el alcohol, la velocidad…— constituye un vértigo que nos seduce y fascina, por tanto nos arrastra y nos despoja de la libertad creativa. Considerar que es absolutamente libre quien se entrega a un proceso que promete todo al principio, no exige nada y lo quita todo al final es un contrasentido.

• En su Diario íntimo, Unamuno confiesa su condición egoísta y añade: «Solo me queda en la vida la tristeza; lo preveo, nunca más estaré alegre».5 El joven bien formado sabe que el egoísmo provoca la entrega al proceso de vértigo, cuya tercera fase es la tristeza.6 Ello le permite descubrir la relación entre egoísmo y tristeza, y explicar mil fenómenos de la vida diaria.

Por falta de espacio para exponer múltiples casos que muestran la eficacia del método propuesto, me limitaré a indicar una regla de oro que de él se deriva: antes de enseñar a niños y jóvenes lo que es la ética, la estética y la religión hemos de procurar que se eleven, al menos, al nivel 2, que es donde aprendemos a realizar las transformaciones que dan todo su valor a las experiencias ética, estética y religiosa. Si están instalados en el nivel 1, no pueden entender cuanto se les diga de tales áreas de conocimiento, pues desde un nivel de realidad inferior no se conoce lo que sucede en los niveles superiores.

Este método permite descubrir las tácticas arteras de la manipulación y conservar la libertad interior en una sociedad manipuladora. Una exposición amplia y pedagógica de este sugerente tema y, en general, del método de descubrimiento se halla en los tres cursos online que son impartidos por los colaboradores de la Escuela de Pensamiento y Creatividad y otorgan el título de «Experto universitario en creatividad y valores». Se puede consultar la información en la web www.fundacionlopezquintas.org.

A pesar de su extrema brevedad, esta exposición permite colegir que el método ofrecido es sencillamente analítico —no «dogmático», en sentido de autoritario— y, a la par, contundente, en sentido de claro, preciso y decidido. Su fuerza no procede de la voluntad de imponerse sino de la fidelidad a la realidad y la coherencia, cualidades que generan una gran fecundidad.7

2

LOS OCHO NIVELES DE REALIDAD Y DE CONDUCTA8

A un niño le gustó el postre que había preparado su madre y le preguntó, muy interesado: «¿Con qué hiciste el bizcocho, mamá?». Ella respondió: «Con mucho cariño, hijo». Él agregó: «Sí, ¡pero le habrás puesto también algo de harina, huevos, azúcar…!». ¿En qué nivel de realidad respondió la madre, y en cuál rearguyó el hijo?

Don Juan, protagonista de la obra de Tirso de Molina El burlador de Sevilla y convidado de piedra —precedente de la ópera de Wolfgang Amadeus Mozart Don Giovanni—, sostuvo una conversación con don Gonzalo, el comendador. Al despedirse, ya de noche, don Juan le dijo: «Aguarda, iréte alumbrando». Don Gonzalo le contesta: «No alumbres, que en gracia estoy» (vs. 2456-2458). ¿En qué nivel de realidad se movió don Juan y en cuál le respondió don Gonzalo? Para contestar con precisión, vamos a analizar los ocho niveles de realidad y de conducta en que podemos movernos.

I. LOS CUATRO NIVELES POSITIVOS

Nivel 1. Un papel es un mero objeto: una realidad delimitable que puedo comprar, poseer y manejar para mis fines. Soy muy libre de hacer con ella lo que quiera. Dispongo de libertad de maniobra para ello. Vamos a convenir que este tipo de realidades y esta forma de tratarlas constituye el nivel 1 de realidad y de conducta.

Nivel 2. Si en un papel escribo una obra musical, la convierto en partitura de música. He transformado una realidad, e inmediatamente debo transformar mi actitud frente a ella. En cuanto papel, puedo hacer con ella lo que quiera; en cuanto partitura, si quiero interpretarla, debo respetarla —tratarla como realidad abierta, expresiva—, estimarla —por revelarme una obra musical— y colaborar con ella, siguiendo sus pautas, es decir, obedeciéndole. Renuncio, con ello, a mi libertad de maniobra, pero gano una libertad superior: la libertad creativa, libertad para crear una obra, darle cuerpo sonoro, hacerla existir en verdad. Interpretar una obra musical es una actividad creativa reversible, es decir, de doble dirección, pues la obra influye sobre mí y yo sobre ella. Al adoptar esta actitud, asciendo al nivel 2, el nivel de la creatividad.

La experiencia reversible más enriquecedora de este nivel es la del encuentro entre personas, y entre personas y toda suerte de realidades abiertas o ámbitos. Si quiero dominar y manejar a otra persona para lograr mis fines, la trato como si fuera un objeto, la bajo injustamente al nivel 1 y la rebajo. No podré encontrarme con ella. Si renuncio a dominarla y la trato con generosidad, veracidad, fidelidad, cordialidad…, creo con ella ese estado de enriquecimiento que llamamos encuentro. Es el estadio más alto del nivel 2.

Para ser perseverante en el cumplimiento de esas condiciones del encuentro, debo optar por los grandes valores: la unidad, la bondad, la justicia, la verdad, la belleza. Si, con la firmeza de las convicciones fuertes, afirmo que «el bien hay que hacerlo siempre, el mal nunca», «lo justo, siempre; lo injusto, nunca…», estaré incondicionalmente dispuesto a ser contigo generoso, fiel, cordial… Me sitúo, con ello, en el nivel 3.

Nivel 3. Para adoptar de manera estable la actitud de generosidad y colaboración que nos exigen las realidades que no son objetos sino ámbitos (nivel 2), necesitamos estar vinculados de raíz no solo a las personas e instituciones sino a ciertas sutiles realidades que parecen meras ideas, pero son decisivas para vivir plenamente como personas. Me refiero a la bondad, la verdad, la justicia, la belleza, la unidad. El animal, por tener «instintos seguros» —que ajustan su actividad a las condiciones de supervivencia—, no necesita inspirar su modo de actuación en esos grandes valores. Actúa bien —es decir, garantiza su existencia y la de la especie— con solo dejarse llevar de sus pulsiones instintivas. En cambio, el ser humano necesita orientar dichas pulsiones hacia la realización del ideal auténtico de su vida. Tal ideal consiste en crear formas elevadas de unidad con espíritu de amor incondicional a la bondad, la verdad, la justicia, la belleza.

Este vínculo profundo a tan altos valores solo es posible cuando renunciamos a la voluntad de dominio, posesión, manejo arbitrario e interesado y nos hacemos sensibles a lo más noble y valioso. Esa fina sensibilidad para lo elevado nos hace presentir la insospechada fecundidad de unos valores que no se nos imponen coactivamente, pero muestran un poder imponente para colmar nuestra vida de sentido, creatividad y libertad interior. Por eso presentan para nosotros un valor excelso y nos atraen poderosamente, sin arrastrarnos. Cuando sabemos responder positivamente a la llamada de estos valores, experimentamos su fuerza transfiguradora. Esa energía interior la adquirimos en el nivel 3.

Nos convencemos de que tales valores son reales y principios de vida en plenitud cuando participamos de ellos al vivir experiencias valiosas. Antoine de Saint-Exupéry nos cuenta en su obra Tierra de los hombres que dos pilotos jóvenes se hallan extenuados en el desierto. Su vida pende del hecho azaroso de que un beduino, el hombre más humilde del desierto, los descubra al pasar, se apiade de ellos y les ayude. Cuando la situación es ya desesperada, uno lo hace, renunciando a buena parte de la reserva de agua que le quedaba para su larga travesía. ¿Cómo se explica este gesto heroico de generosidad? Sin duda porque, en lo hondo de su ser, se hallaba vinculado a la bondad de tal forma que consideraba el ser generoso como la meta de su vida.

Al vivir enraizados en la bondad, la justicia, la belleza, la verdad y la unidad, nuestra persona se transfigura, adquiere su máxima dignidad y logra un poder insospechado de transfigurar a los demás. No es extraño que los pilotos se reconcilien, en la persona del beduino, con todos sus enemigos y deseen retornar a la unidad con los suyos:

En cuanto a ti que nos salvas, beduino de Libia —le dice uno de los pilotos—, tú te borrarás sin embargo para siempre de mi memoria. No me acordaré más de tu rostro. Tú eres el Hombre y te me apareces con el rostro de todos los hombres a la vez. No nos has visto nunca y ya nos has reconocido. Eres el hermano bienamado. Y, a mi vez, yo te reconoceré en todos los hombres […]. Tú me apareces bañado de nobleza y de bondad, gran Señor que tienes el poder de dar de beber. Todos mis amigos, todos mis enemigos en ti marchan hacia mí, y yo no tengo ya un solo enemigo en el mundo.9

Los jóvenes pilotos, tal vez hasta entonces sensibles a la amistad pero no enraizados incondicionalmente en el bien, la verdad, la belleza, la unidad y la justicia, hicieron, en su encuentro con el beduino, la experiencia de estos fecundísimos valores e intuyeron de súbito la grandeza que adquiere la vida humana cuando se eleva a ese nivel. De ahí su inmediata conversión a la amistad incondicional, la que se sitúa por encima de los sentimientos inspirados por el egoísmo.

Nivel 4. Para lograr que nuestra vinculación radical al bien, la verdad, la justicia, la belleza y la unidad sea incondicional, de modo que se mantenga por encima de cualquier vicisitud, debemos sentirnos religados por nuestra misma realidad personal a un Ser que no cambia y constituye la encarnación perfecta de tales valores. Dios, por amor, crea a las personas a su imagen y semejanza. Este acto creador las dota de una dignidad suma e inquebrantable, que las hace acreedoras a un respeto absoluto, es decir, absuelto o desligado de cualquier condición. Puede hallarse alguien, por su culpa, en un estado de desvalimiento total, e incluso de envilecimiento e indignidad. No es digno de alabanza por ello, pero, como persona, merece ser tratado con respeto y bondad compasiva, porque su origen es el Señor absolutamente bueno. Al sentirnos religados, en el núcleo de nuestra persona, a quien es la bondad, la verdad, la justicia, la belleza y la unidad por excelencia, situamos nuestra vida en el nivel 4, que es un nivel religioso.

II. LOS CUATRO NIVELES NEGATIVOS

Hemos visto anteriormente el proceso ascensional que seguimos cuando orientamos nuestra vida hacia la realización del ideal de la unidad. Esta orientación está impulsada por una actitud generosa. Si adoptamos, por principio, una actitud de egoísmo y tomamos como nuestro ideal de vida no el servir a los demás, sino servirnos de ellos para nuestros fines, podemos tener una primera impresión eufórica de plenitud, pero pronto nos sentimos decepcionados, porque con ello no seguimos una vía de plenitud sino de envilecimiento progresivo. Veámoslo en pormenor, pues nos conviene analizar este proceso de forma bien articulada, porque nos ayudará a prever y a prevenir.

Nivel –1. Si, debido a nuestra actitud egoísta, se debilita nuestra relación con el ideal de la unidad, carecemos de energía interna para ascender a los niveles 2, 3 y 4, y nos movemos exclusivamente en el nivel 1. En consecuencia, damos primacía a nuestro bienestar, consideramos a los demás como un medio para nuestros fines, intentamos poseer y dominar cuanto nos rodea para incrementar nuestras gratificaciones de todo orden. Al no estar compensada esta tendencia al propio bienestar (nivel 1) con la voluntad de hacer felices a los demás (nivel 2), corremos riesgo de tornarnos egocéntricos e insensibles, poco o nada preocupados por ser bondadosos, justos y veraces con ellos, así como por unirnos a ellos y procurarles una vida bella (nivel 3). Al unirse esta insensibilidad con la propensión a supeditar el bien de los demás a nuestros intereses, no tenemos mayor dificultad en hacérselo ver y sentir abiertamente, con lo cual herimos su sensibilidad y quebrantamos su autoestima. Iniciamos, con ello, el proceso de vértigo y bajamos al nivel –1.

Dos jóvenes se unieron en matrimonio, y tanto su posición social como su porte hacían presagiar un buen futuro. Tal presagio pareció cumplirse durante varios años. Pero un día, tras una larga y azarosa estancia en el hospital, a la joven esposa se le diagnosticó una enfermedad crónica, que no era mortal, pero amenguaba la vitalidad notablemente. Cuando regresó a casa, las primeras palabras que oyó a su marido fueron estas: «Lo siento, pero ahora ya no me sirves como mujer. Tengo que irme». Y la dejó sola con su hija. Esta frase dio un vuelco a su vida, porque le reveló de un golpe que su marido la había reducido a un medio para saciar sus apetencias (nivel 1), y, al perder calidad ese medio, resultaba para él «inservible», término que implica una descalificación total en el nivel 1. Tal vez le había dicho mil veces que la «amaba» con toda el alma. A juzgar por su actitud actual, nunca la amó de verdad (nivel 2). La apeteció (nivel 1) cuando ella tenía sus potencias en estado de florecimiento. Ahora la ve inútil, como un utensilio estropeado (nivel 1), y se apresura a canjearla por otro nuevo. Las operaciones de canje son típicas del trato con meros utensilios. Realizarlas con personas supone un rebajamiento de estas al nivel 1. Es, por eso, un acto de violencia. Decirlo abiertamente a la persona interesada supone un ultraje e implica un descenso al nivel –1.

Nivel –2. Si alguien considera a otra persona solo como un medio para sus fines —por tanto, como una posesión—, y no ve satisfechas sus pretensiones, puede llegar a desahogar su frustración con insultos e incluso con malos tratos, psíquicos y físicos. Se trata de una ofensa de mayor gravedad que la anterior y supone la caída en el nivel –2.

Actualmente, la sociedad se halla confusa e indignada ante el fenómeno de los malos tratos entre cónyuges. Se reclaman, para evitarlo, toda clase de medidas policiales y judiciales, pero apenas se investigan las fuentes de tamaña calamidad social. El análisis de los niveles de realidad y de conducta nos permite radiografiar este fenómeno degenerativo y poner al descubierto algunas de las causas que lo provocan.

Nivel –3. Una vez entregados al poder seductor del vértigo del dominio, podemos vernos tentados a realizar el acto supremo de posesión que es matar al cónyuge —cuando desea evadirse de nuestra área de dominio— y decidir de un golpe todo su futuro. Al hacerlo, nos precipitamos hacia el nivel –3. No pocas personas manifiestan su estupor ante el hecho de que alguien mate a quien comparte con él la vida. Visto aisladamente, es un hecho que parece inverosímil. Si lo situamos en su verdadero contexto (que es el nivel –3) y lo vemos como continuación del nivel –2, con cuanto implica, advertimos que estamos ante una caída por el tobogán del vértigo. Todo ello es injustificable, pero resulta perfectamente comprensible cuando conocemos las fases de la vía de envilecimiento que es el proceso de vértigo.

Nivel –4. En esta caída hacia el envilecimiento personal cabe la posibilidad de llevar el afán dominador al extremo de ultrajar la memoria de los seres a quienes se ha quitado la vida. No pocos terroristas mancillaron las lápidas que guardan los restos de sus víctimas. Esta vileza los hundió en el abismo del nivel –4. La burla y la mofa son formas prepotentes de dominio, propias de quien disfruta altaneramente al presenciar el espectáculo del ídolo caído. En el fondo, las actitudes propias de los niveles negativos son formas cada vez más agresivas de dominio. Son inspiradas por el ideal egoísta de dominar, poseer y disfrutar, así como las actitudes características de los niveles positivos responden al ideal generoso de la unidad y el servicio.

El conocimiento de los ocho niveles nos permite dar razón de múltiples sucesos de nuestra vida y, derivadamente, de las obras culturales que la reflejan. La película de Bruce Beresford Camino al paraíso nos muestra a un grupo de mujeres sensibles que, en el horror de un campo de concentración, forman clandestinamente un coro. Un día, a punto de iniciar un concierto no autorizado, los guardianes son alertados y acuden precipitadamente a la carpa en que se hallan las cantoras y sus compañeras de infortunio. Se teme una represión brutal. Pero, justo en el momento de irrumpir en la improvisada sala, suena el primer acorde del adagio de la Novena Sinfonía («Del nuevo mundo») de Antolin Dvorak. El encanto de la armonía retiene a los guardianes y los adentra en un mundo de belleza, opuesto a la sordidez extrema de la vida carcelaria. Sobrecoge observar que la aparición de lo bello en estado puro pueda transformar la actitud de personas de corazón al parecer endurecido. Se explica por la conmoción que produce verse elevado súbitamente de los niveles –2 y –3, en que se movían, al nivel 3, el de la pura bondad y pura belleza. Este transporte supone un descubrimiento salvador.

Acontecimientos afines —ascendentes como este o descendentes— podemos contemplarlos en numerosas obras literarias y cinematográficas.10

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LOS PROCESOS DE VÉRTIGO, O FASCINACIÓN, Y LOS DE ÉXTASIS, O CREATIVIDAD11

Al descubrir, por experiencia propia, las doce fases de nuestro desarrollo personal, advertimos que nuestra posibilidad de encontrarnos de veras con realidades que nos ofrecen posibilidades de crecimiento depende de nuestra actitud de generosidad. Esta experiencia es la que inspira los procesos de éxtasis. Si nos encerramos, por egoísmo, en nosotros mismos, bloqueamos nuestro desarrollo y anulamos nuestra personalidad. Esa cerrazón destructora da lugar a las temibles experiencias de vértigo. Ha llegado el momento de analizar cuidadosamente estos dos procesos opuestos: el de vértigo y el de éxtasis.

I. EL PROCESO DE VÉRTIGO O FASCINACIÓN

En la extraordinaria película de Carl Theodor Dreyer Dies irae, un joven y una joven, vinculados por un amor imposible, se acercan a un lago y saltan a un pequeño bote. «¿A dónde vamos a ir?», pregunta el joven. Su amada responde, resignada: «A donde nos lleve la corriente». En este plácido lago no había corrientes de agua que pudieran arrastrar una barca impulsada por un remero fornido. Obviamente, el sentido de esta respuesta va más allá de su significado cotidiano. ¿Cuál es exactamente ese sentido? Al responder la joven que irán a donde les lleve la corriente, se refiere a un tipo de corriente espiritual que arrastra sin mostrar la meta, porque la meta de la seducción es el vacío, y este no ofrece rostro. Esa corriente que arrastra a las personas —a menudo, contra su voluntad— es el vértigo.

Esta imagen de unos jóvenes perplejos ante su incierto destino, al verse dominados interiormente por una pasión, nos lleva a preguntarnos en qué consiste el proceso de vértigo y cómo se desarrolla.

• Supongamos que me hallo ante una persona que me resulta atractiva debido a las dotes que ostenta. Si soy egoísta y me muevo solo en el nivel 1, tiendo a tomarla como un medio para mis fines; no la considero como un ser dotado de personalidad propia, deseosa de realizar sus proyectos de vida, crecer en madurez, establecer relaciones enriquecedoras para todos en condiciones de igualdad. La rebajo a condición de mera fuente de sensaciones placenteras y procuro dominarla para ponerla a mi servicio. En el nivel ético, el dominio se logra a través de la seducción y la fascinación. Fascinar y seducir a una persona equivale a arrastrarla, a doblegar su libertad interior y rebajarla al nivel 1.

• Cuando logro ese dominio, siento euforia, exaltación interior (notémoslo bien: no digo exultación, gozo, sino exaltación, euforia. Es decisivo matizar bien el lenguaje si queremos evitar la corrupción de la mente y, con ella, la de la vida personal y comunitaria).

• Esa forma de exaltación es tan llamativa como efímera, porque se trueca rápidamente en decepción al advertir que no puedo encontrarme con la realidad apetecida por haberla reducido a mero objeto de complacencia. (Recordemos que con los objetos no podemos encontrarnos porque son realidades cerradas.)

• Al no encontrarme con ella, no desarrollo mi personalidad, pues soy un «ser de encuentro». Ese bloqueo de mi crecimiento se traduce en tristeza, un sentimiento de vacío, de alejamiento de la plenitud personal a la que tiendo por naturaleza.

• Si no cambio mi actitud básica de egoísmo, tal vacío crece de día en día hasta hacerse muy profundo. Al asomarme a él, siento esa forma de vértigo espiritual que llamamos angustia. Tengo la sensación de que no hago pie, que me falla el fundamento de mi vida —que es el encuentro— y estoy a punto de destruirme como persona, pero no puedo volver atrás.

• Es el sentimiento de desesperación, la conciencia amarga de haber cerrado todas las puertas hacia mi realización personal.

• El presentimiento angustioso de estar bordeando el abismo desemboca, finalmente, en una soledad asfixiante, frontalmente opuesta a la vida de comunidad que me veía llamado a fundar por mi condición de persona.

Sobrevolemos esta breve descripción. El proceso de vértigo es falaz y traidor: nos promete, al principio, una vida intensa y cumplida, y nos lanza súbitamente por una pendiente de excitaciones crecientes que no hacen sino apegarnos al mundo fascinante de las sensaciones (nivel 1) y alejarnos irremediablemente de la vida creativa y del ideal de la unidad (niveles 2 y 3). El vértigo nos aleja del encuentro y, en consecuencia, amengua al máximo nuestra capacidad de unirnos a las realidades del entorno y nos enceguece para los grandes valores. Nos entrega, temerariamente, a todo tipo de riesgos por ser radicalmente imprudente, es decir, por rehuir la inspiración del ideal de la unidad. Certeramente subraya dicha temeridad una de las obras cumbre de la literatura española:

¡Oh amor, amor! —exclama Pleberio, cuando llora la muerte de su hija Melibea—. […] ¿Quién te dio tanto poder? ¿Quién te puso nombre que no te conviene? […] Dulce nombre te dieron; amargos hechos haces. […] ¿Por qué te riges sin orden ni concierto?

Y apostrofa así al mundo, por incitarnos falazmente al vértigo:

Cébasnos, mundo falso, con el manjar de tus deleites, y al mejor sabor nos descubres el anzuelo. No lo podemos huir, que nos tienes cazadas las voluntades. Prometes mucho, nada cumples; échasnos de ti porque no te podamos pedir que mantengas tus vanos prometimientos. Corremos por los prados de tus viciosos vicios, muy descuidados, a rienda suelta; descúbresnos la celada cuando ya no hay lugar de volver.12

Al hacernos cargo de esta condición siniestra del vértigo, comprendemos por dentro el desvalimiento que sienten las personas entregadas a algún tipo de vértigo: de ambición o de poder, de evasión a través de la embriaguez producida por el alcohol o la droga, de cultivo de la sexualidad desgajada del amor, de entrega descontrolada al juego de azar… La caída en el abismo que provoca el proceso de vértigo puede visualizarse en una línea descendente:

El vértigo es un proceso espiritual que al principio no te exige nada, te promete todo y, al final, te lo quita todo. Te impide crear relaciones de encuentro, con lo cual te priva de libertad creativa; te impide establecer modo elevados de unidad con los seres del entorno y te enceguece para los valores.

II. EL PROCESO DE ÉXTASIS O CREATIVIDAD

Este proceso sigue el camino opuesto al de vértigo. No va de arriba abajo, sino de abajo arriba.

• Si soy generoso y desinteresado, al ver una realidad atractiva —por ejemplo, una persona— no tomo esa atracción como un motivo para querer dominarla, es decir, seducirla y fascinarla (nivel 1), sino como una invitación a respetarla, estimarla y colaborar con ella, intercambiando posibilidades de todo orden. Ese intercambio da lugar a una relación personal de encuentro (nivel 2).

• Al encontrarme, siento exultación, alegría y gozo por partida doble, pues con ello perfecciono mi persona y colaboro a enriquecer a quien se encuentra conmigo.

• Si me encuentro con una realidad muy valiosa, porque me facilita grandes posibilidades de desarrollo y me eleva a un nivel de excelencia personal, siento entusiasmo, un gozo desbordante que supone la medida colmada de la alegría, es decir, de la conciencia feliz de estar desarrollando plenamente mi personalidad.

• Al adentrarme en un estado de plenitud personal, siento felicidad, veo que he llegado a una cumbre. Al encontrarnos por primera vez con obras geniales, como El Moisés de Miguel Ángel o La Pasión según san Mateo de Bach, pensamos que ha valido la pena vivir hasta ese momento para poder realizar tal experiencia. Ciertamente, la felicidad se da en lo alto, en el nivel 2, no en el nivel 1. Ese ascenso hacia lo elevado, lo «perfecto», lo bien logrado, fue denominado por los griegos éxtasis. Lo bien logrado en cuanto al desarrollo personal viene dado por la vida auténtica de comunidad, que se configura mediante una trama de relaciones de encuentro.

• Al vivir en estado de encuentro, sentimos que hemos realizado plenamente nuestra vocación y nuestra misión como personas, y ello nos procura paz interior, amparo y gozo festivo, es decir júbilo. La fiesta es la corona luminosa y jubilosa del encuentro. Por eso rebosa simbolismo y marca el momento culminante de la vida de todos los pueblos.

• En síntesis, el éxtasis es un proceso de auténtico y verdadero desarrollo personal. Por ser creativo, es exigente: pide generosidad, apertura veraz, fidelidad, cordialidad, participación en tareas relevantes… Si cumplimos estas exigencias, nos lo da todo porque nos facilita el encuentro, que es un espacio de realización personal festiva, en el cual recibimos luz para ahondar en los valores, energía para incrementar nuestra capacidad creativa, poder de discernimiento para elegir en cada instante lo que da sentido a nuestra existencia.

Este proceso extático podemos visualizarlo en una línea ascendente:

El éxtasis es un proceso espiritual que empieza exigiéndotelo todo —pues te pide generosidad—, te lo promete todo y, al final, te da una conmovedora plenitud. Favorece la creación de toda suerte de encuentros, promueve tu capacidad creadora y afina tu sensibilidad para los valores.

III. OPOSICIÓN ENTRE LAS EXPERIENCIAS DE VÉRTIGO Y LAS DE ÉXTASIS

El vértigo nos seduce y arrastra; el éxtasis nos entusiasma y libera. El vértigo nos desorienta porque no se deja inspirar por el ideal de la unidad. El éxtasis nos centra porque se mueve, agradecido, a la luz del ideal del encuentro.

El proceso de fascinación o vértigo no nos plantea exigencias, responde a una actitud de entrega Nos invita simplemente a dejarnos arrastrar; nos exalta y enardece; nos da una primera impresión eufórica de poder, parece prometernos una rápida plenitud, pero, al instante, nos pone fuera de juego y nos asfixia en el aspecto lúdico-creador.

El éxtasis, en cambio, se muestra muy exigente; nos introduce en una noche de largas y pacientes purificaciones que parecen vaciarnos interiormente. Al perder el apoyo de cuanto solemos considerar en la vida cotidiana como fundamental e indispensable (nivel 1), sentimos una sensación difusa de desvalimiento. Pero este sentimiento de inestabilidad se trueca pronto en una impresión exultante de seguridad eminente cuando, tras superar los modos fusionales de unidad, creamos con las realidades valiosas que nos apelan modos auténticos de encuentro (nivel 2).

El vértigo es la consecuencia de la fascinación que nos produce el halago de las ganancias inmediatas, sean de tipo intelectual o sensible.

El éxtasis es fruto de la atracción que ejerce sobre nosotros lo valioso cuando no queremos dominarlo, sino respetarlo, estimarlo y colaborar con él.

El vértigo es alienante por entregarnos a una realidad distinta, distante, externa y extraña. En la misma medida, nos deja fuera de nosotros mismos, dispersos, faltos de la unidad que nos otorga la vinculación creadora a lo valioso. Recuérdese la teoría pascaliana del divertissement (la diversión, en sentido de pérdida de sí). El divertirse superficial, entendido como mero salir de sí, es una actitud propia del nivel 1.

Hay programas en los medios de comunicación —advierte Ernesto Sábato— donde divertirse es degradar, o donde todo se banaliza… Esta desesperación por divertirse tiene sabor a decadencia. […] La búsqueda de una vida más humana debe empezar por la educación. Por eso es grave que los niños pasen horas atontados delante de la televisión, asimilando todo tipo de violencias; o dedicados a esos juegos que premian la destrucción. El niño puede aprender a valorar lo que es bueno y no caer en lo que le es inducido por el ambiente y los medios de comunicación.13

El éxtasis, por su parte, pide recogimiento para despertar sobrecogimiento ante lo que encierra valor. En la medida en que crea vínculos entre nosotros y las realidades relevantes, el éxtasis configura nuestra identidad personal.

Las experiencias de vértigo son momentos degenerativos que bloquean el despliegue de la personalidad.

Las experiencias de éxtasis constituyen los jalones de nuestro proceso de desarrollo.

El vértigo, tras la exaltación del primer instante, nos deja en situación de desamparo espiritual.

El éxtasis nos ampara, al abrirnos a formas auténticas de encuentro, tan arriesgadas como fecundas

El éxtasis provoca en nuestro ánimo una sana in-quietud, una interna tensión hacia aquello que nos ofrece posibilidades que impulsan nuestra actividad y hacen viable nuestro cabal despliegue como personas. Esta inquietud no engendra desasosiego, sino paz, la paz del que tiene conciencia lúcida de estar en todo momento nutrido por la realidad que busca esforzadamente.

La apasionada entrega a las experiencias de vértigo, por el contrario, provoca una ineludible desazón en cuanto nos arrastra, nos succiona y nos sitúa fuera del juego de la vida auténticamente personal. El vértigo, contra lo que puede parecer a una mirada superficial, no engendra dinamismo, sino simple agitación. El hombre entregado al frenesí del vértigo, en cualquiera de sus modalidades, no hace sino girar sobre su propio eje sin avanzar. Al tomar conciencia de que su agitación ha sido mero desgaste baldío de energías, el hombre fascinado por la exaltación del vértigo siente ineludiblemente una amarga decepción.

El éxtasis suscita gozo desbordante, por lo que implica de plenitud, e inspira sentimientos de optimismo realista al abrir ante nosotros horizontes de sentido, cuajados de valores. Valor y sentido, profundamente entendidos, penden de la creatividad, y, en concreto, de los acontecimientos de juego y encuentro.

El vértigo engendra decepción y pesimismo debido al desnivel que media entre la magnitud de las expectativas que despierta en quien se rinde a su hechizo y la condición catastrófica del resultado a que aboca.

El éxtasis aviva en nuestro interior la melancolía, sentimiento profundo de añoranza por realidades valiosas, todavía no del todo alcanzadas, tan solo entrevistas. El hombre extático vive en esperanza.

El vértigo despierta pasión por cuanto embriaga con el halago efímero del momento presente. El hombre del vértigo es un obseso de las ganancias inmediatas. Vive a la espera del instante gozoso, se atiene hedonísticamente al Carpe diem horaciano y exclama con el poeta Alphonse de Lamartine: «Ô temps, suspends ton vol» (‘Oh tiempo, suspende tu vuelo’).

El éxtasis suscita agradecimiento, pues el hombre que responde creadoramente a la apelación de las realidades que producen entusiasmo tiende a interpretarlas como un don.

El vértigo, por el contrario, fomenta actitudes de resentimiento frente a las realidades que, por no ser fácilmente reducibles a objeto de posesión, no provocan actitudes de entrega fascinada, antes apelan a la libertad creadora. Piénsese en el amor humano bien entendido, en las realidades religiosas, en el gran arte de todos los tiempos.

El éxtasis fomenta la actitud de generosidad y respeto. El hombre extático se abre a los demás para ofrecerles, en un campo de juego común, sus posibilidades creadoras. Esta ofrenda significa, en el fondo, un obsequio al poder creador de los otros, que uno reconoce y acoge.

El vértigo, en cambio, es fuente a la par de sadismo y masoquismo porque arrastra al hombre que lo sufre como si fuera un mero objeto, y lo impulsa a no ver en los demás seres sino su condición de objetos manipulables. El vértigo no es respetuoso ni generoso. El hombre que es presa del vértigo tiende por igual a dominar y a dejarse dominar, a absorber en sí las realidades del entorno, negándoles toda independencia, y a perderse en ellas, anulando de raíz su capacidad personal de iniciativa. El vértigo convierte al hombre en un ser dominador e indolente a la vez.

De ahí que el vértigo del totalitarismo y el del gregarismo sean, en rigor, dos vertientes de un mismo error básico: la adopción de una actitud reduccionista. Sentirse a resguardo e, incluso, en posición de dominio porque se está al día y «todos piensan igual que uno» constituye la ingenuidad radical del hombre gregario, que interpreta como energía personal la fuerza de arrastre que ejerce sobre su ánimo el vértigo del gregarismo.

Al reduccionismo se debe que en tantas obras literarias y cinematográficas puedan seguirse sin solución de continuidad escenas de erotismo y de violencia, vinculando así la aparente ternura con la crueldad vesánica. Decimos aparente, porque de hecho el erotismo implica la reducción de una persona a mero objeto de complacencia fugaz, carente de la debida creatividad, y, en la misma medida, constituye un modo violento de interrelación. Por el contrario, el hombre que realiza experiencias de éxtasis se muestra siempre respetuoso con la condición de cada realidad. Lo hace fundamentalmente porque se asienta en la convicción de que la vida personal es vida creadora, y la creatividad solo es posible entre realidades que no son meros objetos, sino centros de iniciativa que ofrecen determinadas posibilidades de juego a quien pueda asumirlas. Las realidades personales, si son reducidas a objetos, dejan de ser posibles compañeros de juego.

Al ser reduccionista y no fundar auténticas relaciones de encuentro y de juego creador, la experiencia de vértigo no alumbra sentido, provoca la ceguera para los valores, orienta al hombre hacia la actitud existencial del absurdo. Con ello, desplaza al hombre de su verdadero lugar, lo sume en tinieblas y lo adentra en el reino de fealdad que engendra el desorden. Realmente, como bien escribió Ernesto Sábato, «lo peor es el vértigo».14

Por su talante creador de formas auténticas de juego y encuentro, la experiencia de éxtasis alumbra luz, pone al hombre en verdad y es fuente de la más honda belleza. Desde antiguo se define la belleza como el esplendor del orden, entendido este positivamente como ordenación, entreveramiento de diversas vertientes de la realidad.

Es obvio que las experiencias de vértigo y de éxtasis se oponen por su origen, su desarrollo y sus consecuencias, pero actualmente se los confunde con frecuencia. Es una cuestión de máxima transcendencia que urge precisar.

IV. CONFUSIÓN DE LOS PROCESOS DE VÉRTIGO Y LOS DE ÉXTASIS

Como acabamos de ver, vértigo y éxtasis son procesos opuestos por su origen, su desarrollo y sus consecuencias.

• El vértigo es impulsado por el egoísmo; el éxtasis, por la generosidad.

• El vértigo provoca tristeza, angustia y desesperación; el éxtasis suscita alegría, entusiasmo, felicidad.

• El vértigo aboca a la desolación de la soledad que sigue a la destrucción del encuentro; el éxtasis culmina en la paz y el gozo de una convivencia amorosa.

A pesar de esta triple oposición, hoy día se tiende a confundir los procesos de vértigo y de éxtasis para rodear a los primeros del aura de prestigio que orla de antiguo a los segundos. Esta confusión nos impide discernir qué conductas edifican nuestra personalidad y qué otras la disuelven. Cuando nos entregamos a la fascinación del vértigo, podemos pensar ilusamente que nos elevamos a lo mejor de nosotros mismos. Cuando nos damos cuenta de que somos unos ilusos, es, a menudo, demasiado tarde porque ya hemos caído por el tobogán del vértigo y apenas podemos, de hecho, cambiar la experiencia básica del egoísmo por una de generosidad y renunciar al uso indiscriminado de la libertad de maniobra para adquirir esforzadamente una verdadera libertad creativa.

Es sobremanera importante para nuestra vida personal distinguir netamente las experiencias de vértigo y las de éxtasis. Esta labor se halla dificultada en extremo por la semejanza que una mirada desprevenida cree descubrir entre ciertos fenómenos humanos:

• El arrastre y la atracción.

• La fascinación y la admiración.

• La exaltación y la exultación.

• La entrega desmadrada y la entrega entusiasta.

• La unidad fusional y la unidad-de-integración.

A menudo se afirma, en la conversación diaria, que algo nos fascina para indicar que nos atrae poderosamente