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La sed de venganza de Joshua contra Kim y Björn, y su ambición por convertirse en una luz divina podría desencadenar un desastre de proporciones astronómicas. Es el inevitable momento de conformar alianzas para sobrevivir. Los equilibristas de realidades han regresado para su última aventura y esta vez no existen las fronteras: un castillo en lo alto de un acantilado que funciona como hospital psiquiátrico; el planeta Piersus con su atmósfera rojiza y su núcleo de almas ancestrales, o una base militar subterránea en territorio estadounidense… Esta vez, el cosmos infinito será el escenario de la historia.
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Seitenzahl: 354
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Frank Hidalgo-Gato Durán
Saga
El lugar donde los equilibristas descansan III: Historias del firmamento
Copyright © 0, 2021 Frank Hidalgo-Gato Durán and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726975499
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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A ti, Lorena. Gracias por estar siempre ahí, a mi lado.
La verdad no es para todos, sino para los que la buscan.
Ayn Rand.
Hola. Soy yo. El que siempre os ha acompañado a lo largo de esta historia. Sé que ahora estáis preparados para conocer la verdad y saber hacia dónde os conducirá este viaje.
Soy un haz de luz viajera, siempre lo fui. Soy una de esas energías eternas que, cuando os fijáis con detenimiento, alcanzáis a ver pasar por el cielo hasta perderse en la infinitud del cosmos. Ya os lo dije cuando comenzamos este largo viaje. Solo tengo que acercarme a escuchar los ecos vibracionales de mis propias palabras contándoos que los seres humanos habíais tenido la oportunidad de situaros en una escala, desde el punto de vista intelectual, muy superior a la que ocupaban otros seres menos dotados biológicamente y que convivían con vosotros dentro de la eternidad.
Me escucháis en vuestras consciencias, ¿verdad? Seguro recordaréis cuando os dije que insistíais tozudamente en no razonar sobre vuestras verdaderas necesidades espirituales y que habíais optado siempre por no recapacitar sobre las causas y los efectos que vuestras acciones sociales acarreaban dentro de la arquitectura universal. ¿Os acordáis que os dije que era por lo que os habían condenado?
También os dije que sentía mucho daros la noticia de vuestra venidera extinción y que particularmente yo había invertido mucha energía mientras cuidé de vuestra historia… Lo sé, sé que al final lo aceptasteis y me disteis la razón. Y, apenas se extinguió la vida en la Tierra dentro de aquella realidad, me marché, continué mi camino.
No os desaniméis. No, por favor, no es esta mi intención. He regresado para daros la buena noticia de que cinco de vosotros sí lograsteis sobrevivir genómicamente a aquel exterminio y que gracias a ello se volvió a recrear la vida de vuestra especie en un planeta llamado Piersus. Aquel mundo os dio la oportunidad de volver a nacer, y los humanos que lo han repoblado ahora cuentan con la capacidad de actuar con verdadera conciencia de su entorno y su futuro. Allí comenzasteis de una vez a hacer las cosas bien. Y hacia el cosmos emanó la energía más pura y armónica que jamás concebisteis en ninguna de vuestras anteriores existencias.
Sí, no me he equivocado, y tampoco habéis escuchado mal. Fueron solo cinco los que lograron emigrar genéticamente hacia otra galaxia hasta llegar a este planeta. Tranquilos, ya os enteraréis de todo. Mi cometido, ahora que he regresado, es contaros cuándo, de qué manera y con qué objetivo se construyó esta historia. Los que habéis logrado llegar hasta aquí con vida, conoceréis la verdad.
No me voy a extender más. Sabréis de mí muy pronto, y esta vez será solo para contaros el final y abandonar este recuerdo para siempre.
¡Buen viaje!
A imagen y semejanza
―Hola, Paul.
―¿Tú?
Paul me miró estupefacto. Había dado por hecho que no me volvería a ver, a menos que hubiese sido él quien fuese a buscarme.
―Ha pasado ya lo que se dice “tiempo”, desde la última vez, ¿verdad? ―Sonreí, manteniendo los labios cerrados.
Comencé a acercármele lentamente y no tardó en levantar su brazo derecho, mostrándome la palma de su mano y señalándome que debía detener de inmediato mi avance. Paul se encontraba sobre la cama, en la habitación que compartía en esta realidad con Roxanne. En cuestión de segundos, este ya había mirado dentro sus futuros inmediatos. Quizá había analizado las posibilidades reales que tenía de salir ileso de nuestro encuentro. Fue cuando, al perder el brillo en sus ojos, me di cuenta de que, efectivamente, este solo había alcanzado a ver muerte dentro de cada uno de los escenarios que pudo atisbar. Supo que en esta ocasión no podría escapar y que todo lo que había constituido su historia hasta este momento desaparecería para siempre.
―Ah, Joshua ―suspiró, mostrando agotamiento―. ¿Y tú qué haces aquí? ¿Quién es ese joven a tu lado? Te han enviado ellos, ¿verdad? ―Aun después de resignarse, se le notaba ansioso―. Al final para los Arcontes no somos más que eso… esclavos ―dijo―. Aun cumpliendo con todos su designios, para ellos no dejamos de ser nunca códigos endebles y sustituibles. ¿Y sabes qué? Al final… lo mismo harán contigo. ―Me sonrió―. Contigo harán lo mismo.
Paul pensó que yo venía a matarlo, obedeciendo órdenes de los Arcontes, pero nada más lejos de la realidad.
―Los Arcontes me prometieron vida eterna y el respeto de todos; un alto grado y una responsabilidad intrínseca que me hizo creer que era eso: insustituible. A ti te harán creer cualquier farsa con tal de que te pienses un igual. Pero, Joshua, un día, cuando menos te lo esperes, tal y como supongo que lo están haciendo ahora contigo, te enviarán a alguno de tus propios discípulos para matarte. ―Lo iba a dejar reflexionar todo lo que quisiese―. Para los Arcontes no dejaremos de ser más que peones, fichas canjeables de un infinito tablero… y es debido a que jamás dejaremos de representar para ellos lo que más aborrecen, la especie humana.
―Paul, te equivocas. ―Volví a avanzar unos pasos hacia delante―. No vengo de parte de ningún Arconte. Y si de algo te sirve, para tu tranquilidad, tampoco seré yo el que apague tu luz por siempre ―dije mirándole a los ojos con frialdad―. En esta ocasión solo he venido a presenciar tu muerte… Digamos que a asegurarme de que el trabajo se haga bien. Aunque te parezca quizás demasiado morboso, le he cogido el gustillo a este tipo de acontecimientos. ―Paul me miró con asco.
Me creía un psicópata. Pude leer en su mente, cuando se repetía tal pensamiento, que jamás hubiese imaginado que fuese yo el que vendría a matarlo.
―¡Ah, Paul! Perdona mi mala educación. ―Me giré inmediatamente―. Este es Erich, el encargado de realizar la tarea. ―Erich le guiñó uno ojo, mientras dejaba entrever una media sonrisa.
―Ya sabes, Paul. No es nada personal ―dijo el chico.
Paul rio alto, sarcásticamente, y me miró con fijeza a los ojos, tal y como si me considerase aún su aprendiz de antaño.
―Vale, Joshua. ―Se sentó en la cama, se destapó con ánimo de mostrar su entera desnudez y cruzó los brazos―. Acabemos de una vez con esta puta mierda de juego infantil.
Roxanne había cerrado la puerta del aseo que se encontraba dentro de la misma habitación. Había permanecido ajena a la escena, mientras a viva voz hablaba por teléfono. Cuando acabé con la realidad número doce, Paul se las agenció para trasladarla hacia esta nueva realidad, borrarle la memoria y convertirla en su pareja. En esos instantes Roxanne permanecía dentro del aseo arreglándose para salir con él y reunirse con sus mejores amigos, Björn y Kim. Dentro del contexto de esta realidad, los cuatro se profesaban una gran amistad. Yo, por mi parte, aquí era gay y ese día les iba a presentar a mi supuesta nueva pareja, Ralf.
Desde la habitación escuchábamos la conversación que Roxanne sostenía con mi versión mortal. Previendo la posibilidad de que nos descubriera, nos aislé a Paul, Erich y a mí dentro de una burbuja temporal artificial; lo que significaba que, aun estando los cuatro dentro de un mismo espacio y tiempo, ella sería incapaz de escuchar nada de lo que sucedía fuera de las paredes donde se encontraba. Los tres nos encontrábamos dentro de una especie de micro realidad con su tiempo y su historia completamente aparte de la de ella. Si le hubiese dado por abrir la puerta, no hubiese podido ver más que una escena artificial donde Paul continuaba durmiendo.
―Así que finalmente serás tú, uno de mis propios alumnos, el que me asesinará ―dijo.
Le costaba creérselo, pero también lo repetía intentando ganar tiempo. Pensé que sí debía concederle algo más de tiempo, y sería solo por el respeto hacia el maestro que había representado para mí en su momento. Después de todo, él había sido uno muy bueno, además de un gran equilibrista. Paul había vivido y visto muchas cosas, y nos había guiado y mostrado a miles de inmortales cómo utilizar correctamente las técnicas de emanación de poderes desde nuestra consciencia. Así que, ciertamente, le debía cierta condescendencia al que, en su momento, me había escogido y convertido en un inmortal equilibrista de realidades.
―Paul, ya te dije que el trabajo lo hará Erich ―le repetí y me senté sobre la cama, a sus pies.
―Joshua, ¿y si nos olvidamos de nuestras diferencias y rencores? ―Comenzó, con el intento de salvar su vida―. ¿Y si te olvidases de mí, de Roxanne y de esta realidad y me…? ¡Perdón! Y nos permites vivir aquí para siempre. Aunque sea como simples mortales… Después de todo, ya no importaría en lo absoluto si tuviese que morir como un mortal más. ―Intentó agarrarme la mano.
―Paul, venga, déjalo ya. ―Me había provocado algo de lástima―. Sabes que no lo haré, que tu fin ha llegado.
―¡Pero, coño, podrías olvidarte de mí y perdonarme la vida! ―Sus ojos delataban el temor que estaba sintiendo―. ¿Acaso no he sido un gran maestro para ti? ¿No es, en gran medida, gracias a mí, que has logrado convertirte en el equilibrista que hoy eres? ―Se reclinó hacia delante e intentó agarrarme la mano otra vez.
Paul no me creía consciente de sus propósitos. Con solo tocarme la mano, un maestro equilibrista de su calibre, lograría cambiar el transcurso de la historia artificial en la que nos encontrábamos dentro de la burbuja, logrando escapar inmediatamente hacia otra realidad alternativa. Me incomodó que me subestimase tanto. Paul no solo intentaba ganar tiempo, sino también burlar mis propósitos a través de una performance que cualquier otro inexperto se hubiese creído, pero yo no. Tal situación, además de parecerme patética, me encolerizaba.
―Por favor, no intentes volver a tocarme para escapar… ¡No me subestimes más!
Inmediatamente me levanté de la cama y me alejé de él. Perdí la calma y los pocos deseos que me habían quedado de concederle algo de tiempo, así que, como último acto de respeto hacia él, le di la oportunidad de conocer pinceladas de los motivos por los cuales deseaba acabar con su vida.
―¡No es a mí al que tienes que matar! ―me gritó con enfado, agarrando las sábanas y tirándolas hacia un costado. Su cuerpo desnudo se puso de rodillas sobre el colchón―. Tus problemas son realmente con Kim y Björn, y lo sabes. No conmigo. ¡Idiota! ¿Por qué coño tienes que matarme a mí? Ya te dije que, si lo deseas, me puedes dejar aquí en esta realidad. Sí. ¡Tirado como un miserable humano más! Total, también estoy harto de este trabajo de mierda, de los Arcontes y su esclavitud… También tengo derecho a descansar. ¡De una puta vez y para siempre!
Me causó mucha gracia escucharle decir “descansar”, una acción totalmente imposible de llevar a cabo por parte de cualquier inmortal con nuestras responsabilidades.
―No vas a morir por un capricho de índole personal ―le dije―. ¡De hecho, tienes mucha razón! Como bien has dicho, mi gran objetivo es Björn y Kim, pero a esos dos los estoy dejando para el postre. Sus muertes ocurrirán, digamos, a lo grande… con más dolor. Para poder disfrutar del néctar del odio, el rencor y el sufrimiento que proyectarán hacia mí en sus miradas.
»Paul, tú vas a morir ahora no solo por ser un testigo más de nuestra historia pasada, sino también por haber pertenecido al elenco principal de esta. Nos conoces a todos, tal y como si de tus hijos nos tratásemos, por lo que tu capacidad de deducción y poder emocional sobre nuestras consciencias es demasiado grande. Podrías afectar mis futuros planes en el caso de que intentases detenerme. Tú has sido un buen maestro; aunque bastante rudo y cruel, pero tus traumáticas y enfermizas enseñanzas también me ayudaron a liberar mi alma de cualquier resto de debilidad emocional y psicológica que pudiese entorpecer mis objetivos.
»Lo que haré es comenzar de cero. Reinaré sobre una nueva era donde los equilibristas de realidades harán lo que yo les diga, actuarán de la manera que yo considere correcta, y esto debe suceder sin correr el riesgo de que alguno de ellos mire hacia atrás, rebusque entre mis vidas y sus historias pasadas, y encuentre la manera de manejar mis emociones, en un intento de desafiarme y arrebatarme el poder que ostentaré.
»Paul, maestro. Me voy a convertir en un Dios tal y como lo son los Arcontes, y ni tú ni nadie lo podrán impedir. Así que, como sé que ya has supuesto, me encuentro en la primera fase: acabar con las vidas de los principales testigos de mi historia, en este caso, vosotros.
Rápidamente, miré hacia Erich y le hice la señal que este había estado esperando para proceder con su cometido.
―¡Espera! ―gritó Paul―. ¡No lo hagas, por favor!
―¡Venga ya, Paul! ¡No seas patético! Tú sabías que esto podría pasarte, no me digas que no lo visualizaste en algún momento. Además, ¿de qué te quejas? Al final eres de los que más ha gozado de la inmortalidad y sus privilegios. ―Paul me miraba con estupor, mientras negaba con la cabeza―. ¿No es acaso la muerte tu mejor opción para descansar de una vez?
―¡Vale, Joshua, sí! Pero supongo que también sabes que, aun después de mi desaparición, no se va a extinguir la posibilidad de que venga tu otro yo a arrebatarte el poder que logres agenciarte. Joshua, tu otra versión podría venir a matarte y yo podría servirte de mucha ayuda.
«Paul no deja de ser un veterano equilibrista, el maestro. Ahora ha comenzado a utilizar su poder persuasivo para salvarse el pellejo, inventándose tal absurda fantasía sobre otros yos», pensé en un instante.
―Tienes mucha razón, maestro. ―Le concedí el mérito que tal capacidad creativa se merecía.
―Además, Joshua ―continúo luchando por su vida―, ¿quién te dice a ti que, una vez muerto yo y el resto, no existen ya otros miles de equilibristas que conozcan nuestra historia y la tuya en especial? Podrían ser cientos de miles los testigos. ¿Qué te hace pensar que en este preciso instante no nos están observando otros?
Paul creía que atiborrándome de energías de índole emocional podría lograr que cambiase mi opinión.
―A ver, Joshua, te repito: ¿no crees que te merezca más la pena tenerme como aliado, cuidándote las espaldas? ¡Vamos, es que sería de tontos desaprovechar esta oportunidad!
Reía, mientras observaba al gran maestro de todas las ratas tratando de influenciar mi decisión.
―¿Sabes qué, Paul? ―lo interrumpí, me había agotado su verbosidad―. Tal vez tengas razón. Después de todo quizás sí merezca la pena conservarte con vida y tenerte como aliado.
Me acaricié la barbilla y actué pensativo. Avancé unos pasos en dirección contraria, acercándome a Erich, que me esperaba recostado a la pared. Le puse mi mano izquierda sobre el hombro y lo miré sonriendo. Erich no entendía si finalmente le estaba dando la orden de matar a Paul o si con este gesto le comunicaba que había desistido de llevar a cabo tal empresa. Me giré y volví a mirar a Paul, que se encontraba alegre y expectante, creyendo que sus persuasiones me habían seducido y le perdonaría la vida. De manera algo brusca, aparté a Erich hacia un costado y produciendo un haz de luz de energía, tan pura y blanca como mortífera, comencé a atravesar el cuerpo de Paul, partiendo desde la parte posterior de su cabeza hacia abajo y dividiéndolo en dos mitades.
Su rostro manifestaba la gran sorpresa que se había llevado en sus últimos segundos de vida, y justo antes de que las dos mitades de su cuerpo empezasen a separarse, alcanzó a mirarse a sí mismo, desde abajo hasta llegar a su pecho. Observó la fina grieta que le había cortado y que aún quemaba su carne. Nervioso y desesperado, extendiendo sus brazos hacia ambos costados, lo último que hizo fue mirarme con gran desilusión.
Recogí hacia el interior de mis manos la energía y me acerqué a sus restos. Me volví a sentar sobre la cama y miré en el interior de ambas mitades. Olía a carne quemada y el hedor emanaba del corte de la piel, de los músculos y de los órganos seccionados a la perfección. Inmediatamente, miré hacia arriba y observé su alma de equilibrista elevarse y traspasar el límite superior de la burbuja temporal, a la vez que perdía su coloración azul y se tornaba blanca, dejando al descubierto la simple alma humana que había sido al nacer.
―Gracias por tu última advertencia, Paul ―le dije con el pensamiento―. Es una lástima, pero ya no me podrás acompañar. En esta nueva era que se abre no hay cabida para los que compartimos una historia pasada… No me lo puedo permitir. Todo deberá construirse a partir de cero. ¿Has visto, Erich? Así se hacen las cosas ―le dije al chico, infringiéndole temor con mi mirada.
En la cara del chico se reflejaba su respeto hacia mí. Había sido la primera vez que me veía matar, y fue a un maestro equilibrista.
─No me mires más a mí, sino detrás de ti ―le dije con la vista sobre su hombro izquierdo.
Disolví la burbuja, desintegrando tanto sus paredes como su historia virtual. Nos encontramos en medio de la inmensidad del cosmos, a dos mil kilómetros de distancia de dos equilibristas que con recelo nos habían estado observando.
─ ¿Ves aquellos dos que nos miran?
―Sí.
―Son testigos: activar a Erich. Es momento de matar―le susurré al oído.
Los dos equilibristas se habían detenido a mirar y a juzgarme en el momento en que Paul había fallecido y su alma ascendía. Yo sabía que estos habían comenzado a hurgar entre las historias de su pasado inmediato y pronto darían con el momento justo en que aparecí, hasta el instante en que lo maté. La única opción que me quedaba era acabar con sus vidas y, de paso, aprovechar el momento para que Erich se estrenara en su nuevo oficio: matar.
Apenas llegó hasta los dos, tal y como le había instruido, sin decir una palabra o mostrar signo alguno que delatase sus intenciones, los miró a ambos a los ojos y, rápidamente, comenzó a producir un haz de luz lo suficientemente potente, con el que, sin darles tiempo a protegerse y de una única sentada, los cortó a ambos de forma transversal, primero por las caderas y luego por ambas yugulares. «Buen trabajo», le comuniqué desde el lugar donde permanecía observando el transcurso del evento. Erich estaba listo para continuar matando a los que se interpusieran en mi camino.
―Muy buenos días, Joshua. ¿Qué tal has dormido? ―Me saludó Ralf, que aquí volvía inconscientemente a jugar el papel de doctor, tal y como lo había hecho en la extinta realidad número doce. Este había entrado con prisas a mi habitación, seguido de Roxanne, que igualmente volvía a ejercer su papel de enfermera y se dirigía hacia la ventana de mi habitación con ánimo de abrir sus cortinas, como solía hacer siempre en la mañana. Los rayos del sol encandilaron mis ojos. Estaba en aquel hospital donde los equilibristas descansaban. ¿O no?
―Hola, Doc. ―le devolví el saludo con una sonrisa de lado a lado―. He dormido bastante bien y, para variar, sin pesadillas.
Como de costumbre, le volví a mentir. Esa noche me había desvelado.
―Pues eso está muy bien y me alegro mucho ―dijo mientras me tomaba el pulso―. Sabes qué día es hoy, ¿verdad? ―Me miró escéptico.
―¡Pues claro que lo sabe! ―exclamó Roxanne desde la ventana―. Joshua, dile al pesado del doctor qué día es hoy, a ver si se marcha ya de una vez y nos deja tranquilos.
De sus labios nació su hermosa y amplia sonrisa.
―Hoy es viernes, ¿verdad? ―les respondí a ambos pretendiendo no estar del todo seguro.
―Efectivamente ―confirmó Ralf―. Hoy es viernes y tenemos nuestra sesión de psicoanálisis en mi despacho. Así que, cuando acabes con esta alegre y simpática enfermera, no vemos allí, ¿te parece?
No, no habíamos regresado a la realidad número doce. Aquí estábamos dentro de una fiel copia de lo que fue aquella realidad antes de extinguirla. Hacia aquí me había traído a Ralf y a Roxanne del pasado alternativo en el que fueron reclutados por Paul, y formarían parte de mi historia. En esta simulación los iba a instruir yo, por lo que de esta manera, e incondicionalmente, formarían parte de mi equipo en la consecución de mis objetivos.
A lo que representó aquel castillo, en su momento, le tenía yo mucho apego y respeto. Era el sitio a donde solíamos ir todos supuestamente a descansar por separado, disfrutando de la naturaleza y la ubicación de la que gozaba aquel recinto. Por lo que reconstruí aquella realidad hasta el mínimo detalle. También había sido el lugar donde escogí a Hans, el esquizofrénico que utilicé y al que le reconstruí una historia de multiplicidad de personalidades para hacerme con la mejor y más lógica de todas las justificaciones ante los Arcontes, cuando tuve que explicar la orden que di de exterminio de aquella realidad número doce. Tenía que sofocar tanto el caos humano que esta padecía en su siglo veintiuno, como el que habíamos ocasionado Kim, Paul, yo y el resto, cada uno en su afán de conseguir sus propios objetivos.
Ahora, esta era solo una reconstrucción del micro mundo del hospital y sus alrededores, incluyendo la ciudad más cercana a este y la virtualidad tanto de los enfermos, como de todos los actores dentro de la ciudad. Ralf y Roxanne vivían en aquella ciudad, pero jamás se preguntaban qué había más allá, como lo solían hacer antes. A esta virtualidad acudía a visitarlos ahora y, aunque en su momento este lugar representó un gran tormento para mí, venir a ver a Roxanne y caminar y asomarme a mirar el mar sobre los acantilados, no solo me compensaba, sino que reafirmaba que no podía haber construido mejor lugar para instruir a estos dos.
En aquellos momentos no sabía con exactitud qué haría con ellos. Por un lado estaba Roxanne, la que definitivamente tenía que continuar a mi lado, fuese como fuese, y por el otro estaba Ralf, a quien tendría que convencer de seguirme incondicionalmente. Todavía no había comenzado con las instrucciones de ambos y sabía que no podía darme el lujo de perder más el tiempo. No solo se trataba de instruirlos y de justificar su inmortalización ante los Arcontes ─sin ostentar yo aún el grado de maestro─, sino también de despertar sus conciencias bajo una nueva condición inmortal y enseñarles la manera correcta de utilizar su nuevas capacidades y poderes.
Ralf había sido siempre buena persona; un mortal de corazón noble. Era bastante alto y delgado, sus ojos tenían un bonito color verde y, aunque por lo demás no fuese muy atractivo, sus cualidades personales lo hacían un ejemplar humano muy competitivo socialmente. Así había sido en la realidad a la que había pertenecido. Aquí continuaría teniendo los mismos recuerdos que conformaban su historia, lo que quería decir que seguiría siendo el mismo ciudadano, cuyos padres fueron fusilados por luchar contra el régimen denominado “comunista” que imperó durante un tiempo en una de las regiones del país al que llamaban los humanos, Alemania.
Una vez muertos sus padres, el gobierno lo dejó a cargo de su tía, una mujer rancia y fanatizada con las ideas de aquel régimen. Pero de nada les valieron todos sus esfuerzos por dogmatizar a Ralf en sus ideas. Apenas este cumplió dieciocho años de edad humana, la abandonó para escapar junto con dos amigos hacia la otra mitad del mismo país, a lo largo de un túnel subterráneo medio acabado que habían abierto otros también para lo mismo, huir. Ralf creció en la otra mitad “capitalista” del mismo país, y dentro de ese nuevo juego y contexto social logró estudiar la carrera de medicina y convertirse en el gran profesional que fue.
Estuvo casado una vez y de este matrimonio nació Frank, su único hijo, el cual dejó de ver para siempre cuándo su exmujer, sin avisarle, retornó a su país de origen, Cuba, para luego emigrar hacia los Estados Unidos. Ralf se llegó a enterar de que a su hijo le habían despojado incluso de su apellido, poniéndole el de su madre: Hidalgo-Gato. Había perdido al niño para siempre. En ocasiones, cuando venía a visitarme, recordaba su versión equilibrista alternativa. En una oportunidad, en un ataque de desesperación, decidió viajar al pasado de la vida de Björn ─quien aún era mortal y no se enteraba de nada─ e intentó hacerle consciente de su venidero futuro inmortal y de la situación que en este se estaba dando. El pobre de Ralf viajó a revelarle aquella información a Björn, creyendo que podría impedir que Paul materializara su conversión como equilibrista, algo que ya le estaba sucediendo.
―No tenemos mucho tiempo, Björn. Todo está fuera de contexto. Ya ves que Joshua no te ha escuchado. Se ha disparado en la cabeza. A mí me desean convertir y me tienes que ayudar a escapar, por favor… ¡Yo no quiero ser un equilibrista!
―A ver, espera, espera... Primero, ¿quién demonios eres tú? ¿Y de dónde me conoces?
―Soy Ralf y ya lo sabes. Soy tu amigo, tu doctor… ¡Haz un esfuerzo y recuerda, por favor! ¡Recuerda! ¡Ayúdame! No somos reales. Somos una sola persona.
Había visualizado aquel momento y tal conversación cientos de veces, y era porque tal escenario me causaba bastante lástima. Me parecía muy lamentable la manera en la que intentaba hacer partícipe a Björn de vivencias futuras e incluso alternativas, que en aquel momento eran totalmente incomprensibles para un mortal. Por ejemplo, cuando le comentó que yo me había disparado en la sien. Novato.
A este otro Ralf, el que aun siendo mortal había traído desde un pasado alternativo hacia esta simulación, lo tenía que instruir y convertir, lo antes posible, en equilibrista de realidades. Paul posiblemente estaría a punto de comenzar a hacerlo en uno de sus pasados alternativos, algo que le daría la entrada a este a la misma historia que ya habíamos compartido todos, y entonces de nada me serviría. Yo no estaba del todo seguro de que habiendo matado a Paul el viaje de su vida en retrospectiva ya hubiese alcanzado el presente donde, siendo un equilibrista, hubiera convertido a Ralf en uno de ellos. Y es que, cuando muere un equilibrista de realidades, su historia pasada no desaparece al instante, tal y como lo hacen los ciclos de las vidas mortales.
Una vez se marchó el doctor Ralf de mi habitación, nos quedamos finalmente la pelirroja Roxanne y yo solos. De inmediato, aprovechamos para conversar y disfrutar de nuestra mutua compañía y en especial de los “cuentos” que de antemano sabía que ella estaría deseosa de contarme.
―Bueno, Rox, ¿y tú que tal estás? Hace días que no te veo por aquí.
Me levanté de la cama y aproveché para estirar un poco las piernas, dirigiéndome hacia la ventana. Me moría de ganas de llenar mis pulmones con el aire del mar que envolvía todo el hospital. Roxanne aprovechó para correr hacia la puerta y cerciorarse de que no hubiera nadie detrás que nos pudiese escuchar. Volvió a cerrarla, pasó el pestillo y se giró hacia mí mostrándome su sonrisa más cómplice. «Prepárate, Joshua», pensé, porque la conocía muy bien. Sabía que cuando Roxanne me sonreía de aquella manera era porque estaba deseosa de contarme alguna de sus alocadas y extremas anécdotas. Y por ser de aquella manera era que le profesaba tanto cariño.
Solía recordar aún aquel pasado alternativo en el que era un simple vendedor de seguros y no me enteraba del verdadero significado de la vida. Incluso también me reconstruí una versión de aquella alternancia, a la que solía ir hasta no hacía mucho para sentarme en mi sofá, tomar mi whisky y mirar hacia afuera mientras comenzaba a caer la lluvia artificial. Me gustaba visualizar el momento en que Roxanne se había aparecido con aquel pene sintético implantado al costado de su pubis para, según pretendía, agenciarse a sí misma y sin ayuda de nadie, los mejores y más grandes orgasmos. Vaya tía… si es que es única. En aquella historia jamás me devolvió el crédito que le había prestado. Si le hubiese contado tales historias a la Roxanne que tenía enfrente, me hubiese tomado por el más desequilibrado mental de todo el hospital.
Apenas tomé profundamente el aire, regresé a la cama y me volví a acostar. Me puse cómodo, y esta, arrastrando una silla hasta alcanzar una distancia bastante cercana a mi cara, se sentó a mi costado derecho y comenzó a contarme con un tono bastante secretista.
―A saber qué has hecho tú esta vez ―le dije mientras me acomodaba la almohada.
Rio la muy pícara.
―Hace tres días conocí a un chico. ―Se le notaba ansiosa por contarlo, pero al mismo tiempo intentaba darle un ritmo pausado a la conversación.
―Ya. Y te lo follaste, ¿no? ―Fui directo y le guiñé un ojo.
Con Roxanne, ni aquí ni en ningún lado, tuve la necesidad nunca de darle tantas vueltas a las cosas, por ejemplo, utilizando términos socialmente adecuados para no ser burdo. Cuando estábamos juntos podíamos ser del todo libres y lo naturales que deseásemos. Le llamábamos a todo por su nombre.
―¡Noooo! ―exclamó―. ¡Pero qué dices! Bueno, sí… pero esta vez pasados unos días. ¡Que conste en acta! ―Luego rio con picardía―. Y ahora déjame contarte. ¡Tío, no seas aguafiestas!
Si era que, tratándose de ella, tampoco había sido difícil imaginarme tal historia de principio a fin. Además, en esta había intervenido yo sin que lo supiese.
Me fascinaba su desquicie, sus ocurrencias y su manera de no parecerse a nadie. Había sido siempre la persona más alegre y la que más me envolvía en la magia de la despreocupación… mi mejor amiga. Así que sin importar el contexto y la realidad, la versión de ella que me agenciase tenía que ser la de siempre.
―Se llama Erich y es cinco años menor que yo… Además de ser extremadamente guapo. ―Me pellizcó el brazo.
―Vaya, mis felicitaciones ―dije sarcástico.
―¡Imbécil! ―Me asestó un leve cachetazo.
Roxanne me conocía lo suficiente.
─A ver, Joshua, si no lo deseas, lo dejamos y ya está, ¿ok? ―Se cruzó de brazos y pretendió venderme algún tipo de seriedad en su semblante, tal y como la niña que en muchas ocasiones nunca había dejado de ser.
―Vale, lo siento. Venga, ¡cuéntame de una vez!
Roxanne había llegado a conocer a Erich, a quien yo había introducido aquí también y al que momentánea y estratégicamente le había dormido tanto sus poderes de equilibrista, como la capacidad de recordar su verdadera historia. También le recreé aquí una trama con el objetivo de mantenerlos ocupados a él y a Roxanne. Que se conociesen y llegasen a más me permitiría continuar con el acelerado proceso de conversión que debía llevar a cabo con Ralf.
En un principio, Roxanne había quedado ese día con otro potencial amante, el que “repentinamente” tuvo un contratiempo y no pudo llegar a la cita a la hora y en el lugar acordado. Hice que el chico, a punto de salir de casa, comenzase a padecer los peores dolores de estómago de su vida, que no le dieron ni siquiera la oportunidad de llegar hasta el móvil, que casualmente se le había caído bajo la cama, para llamarla y avisarle de que tendrían que postergar el encuentro para otra ocasión. Alteré el ciclo histórico del resto de los eventos que habían estado predestinados a suceder ese día y todo para condicionar su encuentro con Erich. También había dividido en dos las realidades en las que estaba viviendo este en esos instantes. Hice una copia exacta de su alma y las inserté a las dos en dos cuerpos diferentes dentro de dos realidades también distintas.
En una realidad vivía aquí, en esta ciudad, estaba a punto de conocer a Roxanne y en algún momento llegaría a conocer a Ralf, y en la otra ejercía como un capitán dentro de la organización bélica llamada OTAN, dentro del siglo XXI y en un país llamado Estados Unidos.
Erich era un chico muy apuesto. Tenía la tez algo morena, el color de su pelo era castaño y había heredado el color azul de los ojos de su verdadera madre, Kim. De la mezcla del cóctel genético de Björn y Kim, se había reconstruido un físico muy atractivo y exótico, algo que le hacía destacar entre la multitud sin tener que hacer mucho más que un acto de presencia. Apenas entró este por la puerta del bar, donde se encontraba la también muy atractiva y seductora Roxanne en la barra, a la que habían dejado recientemente tirada en su cita, le fue imposible no fijarse en ella. También esta, apenas se dio cuenta de su presencia, le correspondió con la mirada, sin poder evitar que cualquier cantidad de mariposas comenzasen a revolotear en su estómago.
Erich se acercó y se posicionó a su lado, pretendiendo estar esperando a alguien. Se pidió un trago de vodka y después de veinte minutos, en los que, de forma magistral, actuó al no dejar de mirar el paso del cansino tiempo en su reloj, al final se decidió a mirarla directamente y sonreírle.
―Hola. Déjame ver si adivino ―le dijo Roxanne abriendo el diálogo, no sin antes darle un sorbo a su copa de vino―. También te han dejado tirado.
Este le sonrió, mirándole con resignación y asintiendo con la cabeza.
―Sí. Pero, ahora que lo pienso, quizás haya sido una jugada estratégica del destino. ¡A tu salud! ―dijo levantando el vaso y bebiéndose el último sorbo que le quedaba―. ¿Cómo te llamas?
De la barra se mudaron hacia una mesa, en una esquina donde la intensidad de la luz era perfecta y tenue. Conversaron durante un rato, disfrutaron mucho de la compañía de ambos y congeniaron lo suficiente como para no tener porqué excederse en el consumo de alcohol. Después de dos horas de bienestar químico, Roxanne estuvo a punto de invitarle a su piso, algo a lo que Erich hubiese asentido encantado. No obstante, de repente, a este le surgieron cuestiones importantes que lo obligaban a marcharse inmediatamente. «No me digas… la típica excusa de los tímidos», pensó la diablesca Roxanne apenas escuchó la disculpa.
Se intercambiaron los números y quedaron para verse dos días más tarde en el mismo sitio. Ambos se mintieron alegando falsas excusas que les impedían reencontrarse al siguiente día. Apenas se volvieron a reunir, no sé de qué manera lograron contener sus deseos para no salir directos en busca del primer colchón sobre el que tirarse encima. Muy por el contrario, se comportaron civilizadamente. Atravesaron una vez más por la ardua tarea del preámbulo conversacional y el intercambio de códigos químico-simpatizantes. La procrastinación duró solo hasta que, de repente, en medio de un tenso silencio Rox rompió el hielo con un: «Venga Erich, vámonos de una vez a follar, ¿no?».Lo que le provocó a este no solo un ataque de risa, sino también la respuesta:«Vale… ¡vamos al lío!». Y se marcharon entre risas, de una vez y por todas, a jugar y experimentar con sus cuerpos.
―Y tal y como te lo cuento sucedió, Joshua ―continuaba Roxanne―. Y no acabamos en el piso de ninguno de los dos, sino que nos fuimos directamente a un club swingers al que yo había ido alguna vez.
Roxanne no se pudo aguantar la risa y comenzó a hacerlo en voz alta. Inmediatamente, se levantó de la silla y volvió a mirar detrás de la puerta, en el pasillo. Cuando se volvió a percatar de que nadie nos escuchaba, regresó con las manos en la boca y riendo, esta vez en voz baja y con picardía. Ella no era una chica de medias tintas y todo lo tenía que hacer a lo grande. El hecho de que Erich fuese el chico más atractivo y encantador que había conocido hasta el momento, no iba a cambiar su manera de echársele encima a sus experiencias, y menos las de índole sexual.
Así que, tal y como me lo esperaba, continuó actuando como la misma mujer libre de prejuicios, espontánea, alegre y segura de sí misma que había sido siempre. La misma chica con la que en su momento, en una realidad y pasado alternativo, había yo no solo experimentado todo tipo de chifladuras y placeres extremos, sino también con la que había realizado los viajes más excitantes de toda mi existencia antes de convertirme en el Joshua que era hoy.
En ocasiones extraño mucho mi verdadero hogar y ser algo tan sencillo como un humano común y corriente. Esta, en gran medida, es la razón por la que reconstruí la virtualidad de este hospital. Aquí conseguía olvidar todo tipo de historias sobre equilibristas, Arcontes, Luces divinas, realidades alternativas y viajes en el tiempo. Pero ahora me persiguen los recuerdos de Kim y Björn, los que siempre consiguen derribar los muros entre los que intento proteger mi felicidad y mi calma.
―Esta vez sí que lo hemos logrado, ¿no crees? ―le pregunté a Kim.
―No lo sé. Ya sabes que nunca lograré dormir del todo tranquila. Siempre me imagino que cualquier día aparecerán o los Arcontes o el mismo Joshua y nos obligarán a separarnos en el mejor de los casos, si es que no nos destripan directamente. ―Kim miraba hacia el cielo, dibujando con su dedo índice la silueta de un corazón―. Creo que sí hemos hecho mucho daño a otros, Björn… en especial, ya sabes a quién. ―Giró su rostro hacia mí y me miró juiciosa.
―Te entiendo… ¿Temes acaso a una represalia por parte de Paul?
Me incorporé, sentándome sobre el césped donde había permanecido tirado boca arriba mirando también al cielo.
―No ―respondió ella con determinación mientras me acariciaba el rostro―. Estoy convencida de que Paul se habrá cansado de nosotros y de nuestras historias. Además, tengo la sensación… no sé… de que quizá se las habrá agenciado para que los Arcontes le perdonasen sus errores, entre ellos, nuestra desaparición.
»Björn, Paul es una rata escurridiza e inteligente. En estos momentos me lo puedo imaginar acostado sobre alguna cama enorme de esas y rodeado de dos o tres mujeres haciendo lo que mejor se le da… el vicio. ―Kim rio y aprovechó para incorporarse también―. ¿A que te puedes imaginar qué podría estar haciendo Paul ahora mismo, sin esforzarte en lo más mínimo? ―Kim sonrió con fuerza y me tocó la punta de la nariz.
―Sí, es verdad. ―A mí me costaba más sonreír―. En todo caso, tendría que ser Joshua el que viniera a por nosotros… pero este ya se fue para siempre. Así que ya nadie más nos logrará encontrar aquí. Estoy convencido de ello.
Me dejé caer hacia atrás. Coloqué ambas manos bajo mi cabeza y volví a disfrutar de las vistas del cielo de nuestro pequeño planeta, Piersus, el que desde hacía ya un tiempo nos había acostumbrado a vivir bajo un eterno, nublado y oscuro cielo rojizo.
―Björn. ―Kim se levantó y dio unos pasos hacia adelante, dándome la espalda para mirar hacia el horizonte―. ¿No te sientes a veces extremadamente solo? Quiero decir…
―Sí. ―la interrumpí, y esta se giró rápidamente, mirándome extrañada―. También lo he pensado en muchas ocasiones y, aunque nunca te lo he dicho, creo que nuestra nueva vida se me ha quedado bastante vacía… aburrida.
Aunque intentase expresarme con delicadeza, era algo que no podía lograr nunca.
―¡Vaya, hombre! No me esperaba una respuesta así de rápida y directa.
Y sí, aunque quizá fui demasiado directo expresando lo que sentía, tampoco Kim se había esperado del todo que yo compartiera la misma sensación. Inmediatamente, me levanté y me acerqué a ella, colocándome a su lado para mirar juntos hacia el horizonte. Tal conversación no la debimos haber postergado durante tanto tiempo.
Ninguno de los dos se había atrevido hasta ese día a romper con el silencio en el que cada uno se había condenado, con tal de no herir al otro con la verdad. La armonía y la felicidad con las que el amor nos había recompensado, incluso después de haber tenido que superar tantos obstáculos, habían perdido el furor con el que hasta no hace mucho resplandecían. Y no se trataba del amor que nos profesábamos, sino del tipo de vida rutinaria, mortal y aburrida que habíamos comenzado a experimentar una vez perdimos a nuestro hijo Erich.
―Björn, no es que no haya llegado a ser una mujer plenamente feliz a tu lado, y más habiendo encontrado la paz junto a ti en este rojo paraíso donde vivimos. ―Kim comenzó a mirarlo todo a su alrededor―. Pero, ¿no estás tú acaso de acuerdo en que ya nos hace falta realmente algo más que esta simple y rutinaria vida? ―Calló por unos segundos, circunspecta, antes de continuar―. ¿No te hace falta, ahora más que nunca, la acción, la aventura, continuar conociendo y equilibrando otros mundos y realidades? ¿No extrañas las galaxias y los destellos de sus colisiones? Björn, ¿no se ha convertido este lugar en una especie de triste prisión psíquica para ambos?
Me agarró la mano y me miró con los ojos empapados de lágrimas. En ellos vi su gran necesidad de volver a volar por el cosmos y ser libre.
―Por supuesto, Kim. ―Respiré profundo antes de continuar―. Solo de amor no vive el alma.