El manantial de la vida - Nicolás Jouvé de la Barreda - E-Book

El manantial de la vida E-Book

Nicolás Jouve de la Barreda

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Beschreibung

¿Qué concepto tenemos del ser humano como ente biológico? ¿Cómo pudo la evolución generar un ser consciente y ético a partir de unas bestias instintivas y egoístas? ¿Por qué le atribuimos al ser humano el mayor valor y dignidad entre los seres de la naturaleza? ¿Es esta dignidad diferente a lo largo de la vida, desde la concepción hasta la muerte? ¿Qué son realmente los embriones? ¿Cuándo empieza la vida? ¿Es ético producir embriones en el laboratorio y utilizarlos con fines distintos a la reproducción? ¿Existen razones para controlar la fertilidad y la natalidad? ¿A quién beneficia el aborto? ¿Hay algo más progresista que la defensa de la vida humana? ¿Por qué no es ético utilizar los embriones para investigar o producir patentes? Estas son algunas de las preguntas que a lo largo de sus diez capítulos trata de resolver este libro y cuyas respuestas se presentan de forma sencilla, documentada, divulgativa y asequible, basadas en la objetividad y rigor propios de la ciencia y desde una perspectiva bioética personalista y de defensa de la vida humana en todas sus etapas, con el convencimiento de que el bien más preciado que tenemos y el derecho por encima de todos los derechos es el derecho a la vida.

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Ensayos

NICOLÁS JOUVE

El manantial de la vidaGenes y bioética

ISBN DIGITAL: 978-84-9920-803-9

© 2012 Nicolás Jouve y Ediciones Encuentro

Diseño de la cubierta: o3, s.l. - www.o3com.com

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a: Redacción de Ediciones Encuentro Ramírez de Arellano, 17-10.ª - 28043 Madrid Tel. 902 999 689www.ediciones-encuentro.es

ÍNDICE

PRESENTACIÓN

1. VISIÓN GLOBAL DE LA BIOÉTICA. ORIGEN, FUNDAMENTO Y ORIENTACIÓN

Los riesgos de una ciencia desnaturalizada

La objetividad de las normas éticas

El resurgir de la Bioética

De la bioética a la biojurídica

Resumen:

Visión global de la Bioética. Origen, fundamento y orientación

2.

HOMO SAPIENS

. UNA ESPECIE MUY SINGULAR

El lugar del hombre en la Naturaleza

La singularidad biológica de la especie humana

Las diferencias genéticas entre el hombre y otras especies próximas

La extraordinaria evolución del cerebro humano

Del

Homo sapiens

al

Homo moralis

Resumen:

El

Homo sapiens

. Una especie muy singular

3. BIOÉTICA Y PERSONA. DIGNIDAD DE LA VIDA HUMANA

¿Qué entendemos por persona? Una aproximación biológica y filosófica

El concepto de persona es propio de la especie

Homo sapiens

Bioética personalista versus Bioética utilitarista

La Bioética personalista

La Bioética relativista-utilitarista

Resumen:

Bioética y persona. La dignidad de la vida humana

4. EL FENÓMENO DE LA VIDA

En defensa de la vida humana naciente

¿Qué decimos los biólogos de la vida?

Resumen:

El fenómeno de la vida

5. EL INICIO DE LA VIDA Y EL SIGNIFICADO BIOLÓGICO DEL EMBRIÓN

¿Qué es un «embrión»?

La diferencia entre un embrión y un conglomerado de células

Embriones producidos

in vitro

El factor tiempo. El desarrollo embrionario-fetal es continuo

¿Un embrión humano es un ser humano?

¿Un embrión humano es un ser individual?

¿Tiene o no autonomía genética el cigoto humano?

Resumen:

El inicio de la vida y el significado biológico del embrión

6. LA INSTRUMENTALIZACIÓN DE LA VIDA HUMANA

Las agresiones a la vida humana

La buena práctica médica

Resumen:

La instrumentalización de la vida humana

7. EL CONTROL DE LA NATALIDAD

¿Existen razones para la regulación de la natalidad?

¿Regulación de la fertilidad o regulación de la natalidad?

Los Métodos anticonceptivos del Control de la Natalidad

Los métodos naturales

Los métodos contraceptivos no naturales

La contracepción de emergencia. La Píldora del Día Después

La salud sexual y reproductiva

Resumen:

El control de la natalidad

8. LOS MÉTODOS DE REPRODUCCIÓN ARTIFICIAL Y SUS CONSECUENCIAS

¿Cuando surgieron las técnicas de Reproducción Humana Asistida?

Las Técnicas de Reproducción Humana Asistida

El «síndrome de hiperestimulación ovárica»

La «criopreservación» de los embriones

Los «embarazos múltiples»

La «reducción embrionaria»

Las «alteraciones congénitas epigenéticas»

El «diagnóstico genético preimplantatorio» y la «selección de embriones»

La «clonación» y sus variantes

La utilización de los embriones para investigación

Resumen:

Los métodos de reproducción artificial y sus consecuencias

9. EL ABORTO. EL NEGOCIO DE LA MUERTE

La irrupción e incremento del aborto en España

La Declaración de Madrid a favor de la vida humana naciente

¿Contra-manifiesto o manifiesto contra de la vida humana naciente?

El aborto en España 25 años después

Resumen:

El aborto. El negocio de la muerte

10. LA DIGNIDAD DE LA VIDA Y LA «MUERTE DIGNA»

Definición y tipos de eutanasia

¿Quién decide sobre el valor de la vida humana?

Un caso muy especial. El aborto eutanásico o eugenésico

El encarnizamiento terapéutico

Los cuidados paliativos

La eutanasia y el suicidio asistido en las legislaciones de otros países

La eutanasia y el suicidio asistido en España

El testamento vital

Resumen:

La dignidad de la vida frente a la «muerte digna»

PRESENTACIÓN

Cuando miramos atrás y observamos cómo ha evolucionado el mundo de la ciencia y sus aplicaciones en el corto tiempo de nuestra propia existencia nos asaltan diferentes sensaciones. Por un lado podemos sentirnos satisfechos por la enorme capacidad de descubrir muchos entresijos de la naturaleza hace apenas unas décadas ignorados. Pasamos de un sentimiento de asombro ante lo desconocido, a veces considerado como inabordable o mágico, a una impresión de dominio o poder. Este sentimiento de capacidad aparentemente ilimitada tiene un efecto secundario inherente a la naturaleza humana. Nos invade un sentido de responsabilidad, fruto de nuestra capacidad de razonamiento y de nuestro modo ético de ser y estar en el mundo. Los seres humanos formamos parte de una especie muy singular, una especie a la vez ética, inteligente y autoconsciente. Propiedades únicas en el contexto de la naturaleza que se resume señalando que somos la única especie que vive su vida conscientemente gracias a la unión indisoluble del espíritu y del cuerpo.

La conciencia y el sentido ético de nuestra vida nos conducen a hacernos preguntas tales como ¿conocemos bien las etapas de nuestra vida?, ¿sabemos que cada vida humana es además singular por su identidad genética?, ¿sabemos cuando surge esta identidad?, ¿qué estamos haciendo con el conocimiento adquirido?, ¿somos conscientes de nuestra dignidad?, ¿valoramos cada vida humana de acuerdo con su singularidad y dignidad? Es necesario dar respuesta a todas estas preguntas para a continuación adoptar medidas que delimiten nuestro campo de actuación. Es necesario tener un concepto antropológico adecuado y valorar cada vida humana como un tesoro precioso propio de cada persona y sobre el que nadie tiene derecho sobre otro. En los años setenta, en los albores de la creación de la tecnología de la «ingeniería genética» surgió una pregunta inquietante: ¿todo lo que se puede hacer se debe hacer? Esta pregunta parece interpelarnos cada vez con más insistencia. Fue de hecho, unido a los avances de la Biomedicina y las consecuencias de los desastrosos incidentes de falta de respeto a la vida humana derivada de la actuación de los médicos de la Alemania nazi, lo que impulsó el nacimiento de la Bioética, una disciplina nueva e interactiva entre la filosofía y la ciencia, —la ética y la biología—. Un foro para la reflexión, joven e innovador, que emergió con fuerza en la segunda mitad del siglo pasado.

Hay científicos que piensan que la ciencia es imparable y que debe defenderse la investigación científica sin establecer límite ninguno. Otros piensan que la ciencia es necesaria siempre, para elevar el bienestar del hombre y satisfacer sus necesidades vitales, entre las que se sitúa la del propio conocimiento. Todo esto está muy bien y además es verdad, pero tampoco está de más añadir un mínimo de cordura y pensar en los riesgos. Si el hombre es un ser singular por su inteligencia y su sentido ético de la vida, parece lógico que el avance científico sin limitaciones, presiones o directrices ideológicas, debe ir en paralelo con el reconocimiento de una responsabilidad y trascendencia de lo que se deduce del conocimiento adquirido y, en virtud de la autonomía moral y la libertad de conciencia, pensar también en las consecuencias. Sin embargo no parece que esto sea siempre así por lo que cabe preguntarse si existe un avance paralelo del conocimiento científico y el progreso moral. El Profesor Jerome Lejeune (1926-1994), médico y genetista francés, denunciaba una situación alarmante de nuestro tiempo al significar el «desequilibrio cada vez más inquietante entre su poder que aumenta y su sabiduría, que disminuye».

De este modo ¿por qué no añadir a la ciencia un mínimo de conciencia?, ¿es que todo da igual con tal de obtener un beneficio?, ¿quién decide y en qué se funda lo que se ha de considerar bueno o malo?, ¿es que no hay principios objetivos para decidir sobre ello?, ¿no es cierto que el beneficio de unos puede afectar negativamente a otros? La ciencia es enormemente útil precisamente por su objetividad en la aportación de los datos necesarios para responder a muchas de estas preguntas, pero ha de ser contemplada en su justa medida, como la actividad que proporciona los datos, las explicaciones de los fenómenos de la naturaleza, el conocimiento de los hechos que nos permiten saber más y aprovechar mejor el entorno. Las aportaciones de la ciencia tienen además la ventaja de su enorme objetividad, precisamente por la integridad del propio método científico. Que dos mas tres son cinco es tan cierto como que la radiación gamma puede provocar mutaciones al alterar las moléculas del ADN, o que la vida de un ser vivo se inicia cuando se constituye la información genética por la fusión de los gametos materno y paterno y en la que está inscrito a qué especie se pertenece o cuáles van a ser sus características biológicas.

Sin embargo, vivimos tiempos de injerencia de la ideología y su imposición sobre la ciencia, como consecuencia de corrientes culturales o políticas que invaden la vida cotidiana. Los datos científicos no son producto de una actividad de lujo, motivados sólo por el ansia de saber. Hay que aceptarlos, tenerlos en cuenta, valorar su trascendencia y calibrar bien los límites de las aplicaciones que de ellos se deriven. En las relaciones de ciencia, filosofía y derecho el modo de proceder debe estar presidido por el respeto al conocimiento y la verdad de los hechos. La ciencia aporta los datos y el conocimiento de los fenómenos naturales, la filosofía racionaliza el conocimiento y lo ha de integrar en el contexto de una antropología adecuada, la ética ha de valorar las consecuencias del uso o abuso de los hechos conocidos y finalmente el derecho ha de defender los principios morales que la ética haya establecido y instituir normas para la protección.

Desgraciadamente hoy vivimos situaciones que van a la inversa. Se establecen normas incluso injustas, desoyendo los datos aportados por la ciencia o la racionalidad que emana del conocimiento filosófico, antropológico y ético, y una vez instituidas, son las propias normas aprobadas democráticamente, las que se tratan de imponer como de obligado cumplimiento, incluso por encima de cualquier análisis ético. Es justo lo contrario de lo que debe ser. La ética debe preceder a las normas si queremos que estas sean justas. No vale decir que la Ley está por encima de todo simplemente porque es una Ley aprobada democráticamente. Si una Ley no ha tenido en cuenta la verdad o no ha contemplado los principios morales que se deriven de su aplicación, carecerá de legitimidad. Decía el humanista, teólogo, político y escritor inglés Tomás Moro (1478-1536) en el juicio al que fue sometido por orden del rey Enrique VIII, acusado de alta traición por no prestar el juramento antipapista frente al surgimiento de la Iglesia Anglicana: «En cuanto a lo que decís que todos los buenos vasallos están obligados a responder, yo os digo que esto no es cosa que concierna a la conciencia del fiel vasallo. Porque más obligado está a su conciencia y a su alma que a cosa de este mundo».

En este manual he tratado de reunir los datos que deben conocerse de la realidad del ser humano en el contexto de la naturaleza. Planteo el papel de la ciencia como generadora de una visión realista del mundo y el de la Bioética, como orientadora de las acciones humanas en su relación con la naturaleza, sin perder de vista el respeto a la realidad del ser humano y el vínculo ciencia y conciencia, como la referencia obligada en el establecimiento de normas de actuación. Implícitamente he incluido en este contexto los temas más polémicos de las últimas décadas: la Bioética, origen, fundamento y orientación; el Homo sapiens una especie singular; bioética y persona; el inicio de la vida y el significado biológico del embrión; la instrumentalización de la vida humana; el control de la natalidad; los métodos de reproducción artificial y sus consecuencias; el aborto; la dignidad de la vida frente a la «muerte digna». En la presentación de los distintos temas he tratado de ser fiel a los tres elementos básicos de mi forma de pensar, el conocimiento científico, mi visión cristiana de la vida y la bioética personalista, convencido de que es perfectamente compatible la ciencia con una religión que nos habla de la dignidad y el respeto a la vida humana, por su singularidad en la obra del Creador y en el conjunto de la naturaleza. Fiel a mi manera de enfocar los temas científicos y de hacerlos asequibles al gran público, he tratado de exponerlos de forma divulgativa, objetiva y rigurosa, para lo que he sacrificado explicaciones demasiado técnicas, que quien lo desee puede consultar en las referencias bibliográficas o manuales científicos que acompañan a los textos.

Es mi deseo expresar un agradecimiento muy especial a la Dra. María Dolores Vila-Coro, fallecida a las pocas horas del inicio del 2010. Ella, me enseñó Bioética y confió en mí como colaborador en temas de ciencia en el programa de Bioética de la Cátedra UNESCO que dirigía. Desde ella atendió a una multitud de destacados alumnos durante muchos años. María Dolores solía decir que ser persona significa estar dotado de dignidad, y añadía que el hombre, por estar dotado de una dignidad especial es acreedor de respeto a sus derechos, siendo la vida el primero y el principal de todos ellos. Mi agradecimiento a María Dolores por todo lo que me enseñó, por su contagioso entusiasmo, su actitud siempre positiva a favor de unas convicciones y unos valores morales que defendía de forma clara y persuasiva. De su ilusionada lucha en favor de una Bioética basada en el respeto a la persona humana, nos ha dejado un gran legado, su libro La vida Humana en la Encrucijada. Pensar la Bioética, [Encuentro, Madrid 2010]. Un libro que reúne las mejores contribuciones de María Dolores a esta compleja y actual disciplina. En ella destaca la permanente atención de la autora a la centralidad de la persona y a la defensa de la vida humana, como fundamento de toda su reflexión.

Este libro va dedicado también a todas las personas y a las múltiples organizaciones que persiguen la defensa de la vida de los más indefensos, los concebidos no nacidos, los discapacitados y las personas dependientes. Un agradecimiento muy especial y la dedicatoria de este libro a Maria Consuelo Soler, mi querida esposa, con la que he compartido mi vida durante más de cuarenta años, un regalo como persona y un ejemplo de una vida llena de ilusión y cariño hacia el autor y nuestros tres hijos Pablo, Javier y Carlos. Este libro es fruto también de su visión de la ciencia, de la biología y de la vida y un homenaje al verdadero matrimonio y a la familia.

Alcalá de Henares, 2 de noviembre de 2011

VISIÓN GLOBAL DE LA BIOÉTICA. ORIGEN, FUNDAMENTO Y ORIENTACIÓN

La Bioética es una disciplina joven e innovadora que ha surgido con fuerza en la segunda mitad del siglo pasado, como consecuencia del avance de las ciencias y ciertas experiencias negativas en relación con la práctica de la medicina y el respeto de la vida humana. Yendo un poco más al fondo tiene que ver con las situaciones de riesgo para la humanidad y el equilibrio de la naturaleza, ocasionadas por las aplicaciones derivadas de los conocimientos científicos. Se trata de un foro de discusión y atención que trata de dar orientaciones sobre los límites de la ciencia y la tecnología, sobre lo que se debe o no hacer, en los temas que se refieren a la vida humana y la naturaleza. Dada su trascendencia parece necesario explicar sus orígenes, motivaciones y fundamentos en un manual dedicado al análisis de lo que se ha dado en llamar la cultura de la vida.

Los riesgos de una ciencia desnaturalizada

En los tiempos actuales los investigadores que desarrollan su actividad en los campos más dinámicos de la ciencia, como la física, la biología y sus aplicaciones tecnológicas, asumen unos riesgos y una responsabilidad moral especialmente elevada. Decía el Dr. Severo Ochoa (1905-1993), Premio Nobel de Medicina de 1959, que la ciencia es imparable, lo cual como intención de avanzar en el conocimiento está bien, ya que partimos de la base de que el ser humano es un ser inteligente que tiene la necesidad vital de comprender la realidad que le circunda. Por otra parte, en las sociedades occidentales de tradición judío-cristiana se añade el reconocimiento de que el ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, que nos ha hecho dueños de la naturaleza, con la misión de «dominar los peces del mar, las aves del cielo y todo animal que serpentea sobre la Tierra», según reza en el Capítulo 1 del relato bíblico del Génesis1. Somos seres libres, conscientes y dotados de la prodigiosa cualidad de pensar, lo que nos obliga a plantearnos nuestro origen, nuestro destino y el por qué de todo cuanto nos rodea. El propio avance científico nos ha llevado al convencimiento de que no somos unos meros espectadores pasivos del mundo que nos circunda sino que tratamos de explicar todo cuanto sucede a nuestro alrededor y de aprovecharlo en nuestro propio beneficio. El hombre es la única especie dotada de la extraordinaria capacidad de contemplar la naturaleza, desentrañar sus secretos y llegar a establecer la relación entre la causa y el efecto de los fenómenos naturales.

Según esto, el conocimiento es una necesidad y su búsqueda por medio de la razón y la experimentación científica un imperativo natural del hombre. Es lo que justifica los avances de las ciencias positivas, lo que llamamos «ciencia básica». Pero, con todo lo que supone el compromiso de dominar y conocer la naturaleza, es evidente que, si bien en el aspecto de la observación y comprensión racional de la naturaleza puede no haber límites, en su vertiente aplicada la situación es distinta, por cuanto de nuestros actos pueden derivarse influencias negativas para el entorno natural o sobre nosotros mismos. Es en la vertiente de la «ciencia aplicada» o la «tecnología» donde ha de extremarse el cuidado y calcular el riesgo y el alcance o las consecuencias de las acciones que se emprendan a partir del conocimiento adquirido. Sí somos capaces de crear una máquina, ésta ha de utilizarse como herramienta para obtener un beneficio, no como un arma para matar o destruir. Sí por medio de la investigación llegamos a conocer la causa de una enfermedad, habremos de utilizar los datos de la ciencia para poner remedio y curar a quienes la padecen, no para hacer uso de este conocimiento en el sentido contrario.

Esto significa que en el quehacer científico hay dos aspectos que deben ser contemplados: la búsqueda de la verdad para el avance del conocimiento y la reflexión ética de las consecuencias derivadas del hecho conocido. Ha de haber un código deontológico, unas normas de conducta que necesariamente deben contemplar el aspecto moral, lo que está bien y lo que está mal, de acuerdo con una determinada escala de valores que atienda a la realidad del hombre en el contexto de la naturaleza. Más adelante veremos que esta escala existe como un elemento propio de nuestra naturaleza humana, como una ley natural, y es el marco de referencia que debería guiar nuestras acciones.

Se puede considerar el siglo XX como el más fructífero en el progreso del conocimiento científico, especialmente por los espectaculares avances de las ciencias físicas en la primera mitad y de las ciencias biológicas en la segunda. De la trascendencia de los conocimientos adquiridos dan fe los progresos en la salud y el bienestar social. Sin embargo, la propia evolución cultural derivada de estos avances ha situado al hombre en la tesitura de reflexionar sobre las consecuencias de determinadas acciones y ante la necesidad de analizar sus decisiones desde una perspectiva ética y de establecer leyes justas a la luz de este análisis.

El primer ejemplo lo tenemos en el campo de la física, en relación con lo que ocurrió con las investigaciones sobre la energía nuclear para usos militares en los años cuarenta. Tal vez nos podríamos preguntar qué pasaba por la cabeza del «padre de la bomba atómica», Robert Oppenheimer (1904-1967) y sus colaboradores del Laboratorio de Física Nuclear de los Álamos en Nuevo México (EE.UU.), cuando diseñaban las primeras armas nucleares. Lo cierto es que aquellas investigaciones derivaron hacia el terrible hecho del fatídico lanzamiento de las bombas de Hiroshima y Nagashaki, el 6 de agosto de 1945, que provocaron la muerte de más de 145.000 seres humanos y dejaron una secuela de efectos negativos para la salud. Estas se revelan aun hoy a través de las malformaciones congénitas de los descendientes de los supervivientes de aquel pavoroso acto de guerra como consecuencia de las alteraciones genéticas provocadas por la radiación.

Son también notables los efectos de un avance incontrolado de la ciencia aplicada en las industrias químicas, de las que han surgido los negativos efectos de la contaminación de la atmósfera o de los acuíferos en muchos lugares del planeta, cuyas consecuencias se están traduciendo en extinción de especies, deforestación, efectos sobre la salud, desequilibrio ambiental y cambio climático.

Ante los avances de la ciencia y de la técnica cabe preguntarse si es lícito investigar a cualquier precio. La respuesta parece obvia. No parece inteligente ni ético investigar sin calibrar antes las consecuencias de lo que se investiga. El trabajo científico es un trabajo individual, noble y creativo y las personas que investigan tienen un margen de libertad cuyos límites deben marcarse y someterse al respeto de los derechos de las demás personas y de la naturaleza de la que dependemos y dependen nuestros descendientes y el resto de las criaturas vivientes.

En abril de 1957, un grupo de científicos alemanes, cuyo país había contribuido tanto al desarrollo de la energía nuclear, reunieron sus voluntades en un documento denominado la Declaración de Göttingen, en la que disentían de la valoración del entonces canciller alemán, Konrad Adenauer, que propugnaba que las armas nucleares y la soberanía nacional estaban estrechamente ligadas. Un importante físico nuclear, Carl Friedrich von Weizsäcker (1912-2007), había reunido a los más destacados científicos alemanes en su campo de estudio. Entre ellos Otto Hahn (1879-1968) y Werner Heisenberg (1901-1976), Premios Nobel de Química en 1944 y Física en 1932, por sus contribuciones a las investigaciones sobre la radioactividad y la física nuclear, respectivamente. Hasta dieciocho personalidades de la ciencia respaldaron con su firma la Declaración de Göttingen, difundida por los medios de comunicación alemanes. El texto manifestaba públicamente la inquietud de los científicos, hasta entonces investigadores callados, ante los planes armamentísticos del Gobierno alemán. Entre otros puntos declaraban que lo mejor sería «asumir la responsabilidad sobre las posibles consecuencias de nuestra actividad y renunciar, clara y libremente, a la posesión de cualquier tipo de arma nuclear». Aunque fueron calificados de traidores e incompetentes, el espíritu de Göttingen hizo mella en otros países y avivó las protestas contra el armamento nuclear en los siguientes años. En 1957 se fundaba la organización CND (Campaing for Nuclear Disarmament) en Gran Bretaña y tras ello siguieron otros ejemplos en otros países. Se había despertado una preocupación por los dilemas morales derivados de las aplicaciones del conocimiento científico.

Algo semejante estaba ocurriendo en relación con las ciencias biomédicas. Entre 1932 y 1972 se llevó a cabo en el estado de Alabama, en Estados Unidos, el experimento Tuskegee. Se trataba de una experiencia desarrollada con 399 aparceros varones, de color y afectados de sífilis, a los que se les engañaba y se les ocultaba que no estaban siendo tratados con antibióticos y tratamientos adecuados para curar su padecimiento, con la única finalidad de conocer el proceso natural de la enfermedad. Las consecuencias de este experimento fue la muerte de la mayoría de estos enfermos. El experimento Tuskegee se cita como la más infame investigación biomédica de la historia de los Estados Unidos2.

Otro triste episodio de lo que no debe hacerse en aras de la ciencia es lo que practicaron los médicos del régimen nazi durante la segunda guerra mundial, que utilizaron a los presos de los campos de concentración para practicar todo tipo de atrocidades y vejaciones con el fin de conocer los límites de la resistencia humana y lograr supuestos avances científicos de utilidad para mejorar la «raza aria». Los médicos del tercer Reich, Josef Mengele (1911-1979), Sigmund Rascher (1909-1945) y Karl Clauberg (1898-1957), entre otros, llevaron a cabo experimentos crueles desde septiembre de 1939 a abril de 1945, utilizando la vida de prisioneros que no habían concedido su permiso para ello. En el transcurso de dichos experimentos cometieron múltiples acciones inhumanas: mutilaciones, esterilizaciones, actos de violencia, homicidios, torturas, etc. Destaca por su crueldad la llamada Acción T4, un esfuerzo nazi de eliminación de las personas con discapacidades físicas o mentales. Las denuncias de los familiares de las víctimas y las enérgicas protestas de varios miembros del clero alemán hicieron que Adolf Hitler detuviera la operación. Es de recordar la heroica lucha del Obispo de Muenster, Monseñor Clemens August Graf von Galen que denunció al régimen nazi y en sus sermones le dijo al pueblo alemán que, «si los discapacitados podían ser matados con impunidad el camino estará abierto para el asesinato de todos nosotros, cuando estemos viejos y débiles, y por tanto, improductivos». A pesar de ello, según el Tribunal de Nüremberg (Alemania), habían sido sacrificadas unas 275.000 personas.

El juicio de Nüremberg, que dio comienzo el 9 de diciembre de 1946 y puso a los veinticuatro acusados ante un tribunal militar estadounidense, constituyó un punto de inflexión en el respeto a la vida y la base de lo que luego supondría la Declaración de los Derechos Humanos de 1949. La adopción de los principios éticos para la investigación médica, quedó plasmado en la llamada Declaración de Helsinki de 1964, de la Asociación Médica Mundial.

Como veremos más adelante, a principios de la década de los setenta se produjo el nacimiento de la Bioética, como un foro de debate y de reflexión sobre los límites de la ciencia y de sus aplicaciones. Abusos médicos como los indicados habían despertado una inquietud sobre los límites a los que deben llegar los experimentos con pacientes humanos en las ciencias de la salud. Como una reacción surgió en Estados Unidos el denominado «informe Belmont», bajo la iniciativa del Departamento de Salud, Educación y Bienestar. Una iniciativa denominada «Principios éticos y pautas para la protección de los seres humanos en la investigación». Se trata de un documento histórico en el campo de la ética médica. El informe fue aprobado el 18 de abril de 1979, y en el mismo se asentaron los principios básicos orientadores que deberían tenerse en cuenta en la práctica médica: la «autonomía» del paciente, la «beneficencia», la «no maleficencia» y la «justicia».

Sobre la autolimitación de las investigaciones científicas hay un buen ejemplo a mediados de los años setenta, en los comienzos de la experimentación de lo que luego se ha dado en llamar «ingeniería genética», conducente a la obtención de los organismos modificados genéticamente, también denominados «transgénicos». En febrero de 1975 se reunieron en el centro de conferencias de la ciudad californiana de Asilomar, más de cien científicos, la mayoría biólogos moleculares, pero también químicos, físicos y juristas, pertenecientes a diecisiete países. Entre ellos se encontraba el americano Paul Berg, Premio Nobel de Química en 1980, y otros laureados con el premio Nobel, como los descubridores de la doble hélice del ADN, James Watson y Francis Crick, y los más importantes contribuyentes a los avances de la tecnología del ADN recombinante, Sydney Brenner, Maxine Singer, David Baltimore, etc. Aquellas investigaciones promovieron una especial polémica porque se suponía que los investigadores se lanzaban a la aventura de «jugar a dios» y por los riesgos biológicos potenciales que podían plantear los microorganismos recombinantes. En la reunión de Asilomar se decidió el establecimiento de una serie de pautas de precaución, a las que se obligaban todos los científicos que habían iniciado experimentos de ingeniería genética con bacterias. Se estudiaron los diferentes tipos de ensayos en marcha y se les asignó un nivel del riesgo: mínimo, bajo, moderado o alto. Para cada nivel, se estableció un compromiso de menor o mayor grado de contención de los experimentos, de tal modo que se evitase la posibilidad de que las bacterias manipuladas genéticamente y portadoras de ADN recombinante se pudiesen escapar de un ambiente controlado. Se trataba de evitar el daño a los seres humanos o de crear problemas en los ecosistemas. Esta moratoria fue respetada y cumplida rigurosamente durante años, hasta que fueron apareciendo nuevos procedimientos de obtención de ADN recombinante y sistemas más seguros y mejor controlados de transformación bacteriana.

Lo que se reconoció en la reunión de Asilomar es algo que se ha venido repitiendo desde entonces en muchos campos de la ciencia que bordean riesgos impredecibles en la manipulación de los seres vivos y que se ha dado en llamar el grito de Asilomar: «no todo lo científicamente posible es éticamente aceptable».

Lo que pone de manifiesto este hecho es que en el ánimo de los buenos científicos existe la conciencia del riesgo potencial de las prácticas que realizan y que, al menos en este caso, primó la voluntad de llegar hasta el límite de lo razonable. Esto no demuestra que no esté justificado un cierto recelo hacia todo tipo de investigaciones, o las tecnologías derivadas, ya que por diversos motivos, entre ellos los económicos o de prestigio personal, hay investigadores o tecnólogos que no se plantean de forma tan escrupulosa las consecuencias de su trabajo. Es lógico pensar que para evitar situaciones de riesgo, la sociedad ha de conocer la trascendencia de ciertas investigaciones y, en su caso, establecer normas de obligado cumplimiento, basadas en las ventajas del conocimiento y la seguridad de las nuevas tecnologías que se deriven, que deberían ser los científicos los primeros en notificar e implantar.

Nos podríamos preguntar si un comportamiento como el de los científicos de Asilomar es una excepción en la historia de la ciencia o es algo que se puede volver a producir en situaciones futuras similares. A esto se refería el Profesor Jerome Lejeune (1926-1994), médico y genetista francés, cuando se preguntaba «¿posee nuestra generación la sabiduría suficiente para utilizar con prudencia una biología desnaturalizada?»3.

La ciencia y su extensión al campo de la tecnología dirigida a la trasformación del mundo, se justifica por el servicio que presta a la humanidad. Lejeune era un convencido de la importancia de los beneficios que los avances de la ciencia pueden aportar a la vida humana, pero denunciaba una situación alarmante en nuestro tiempo al significar el «desequilibrio cada vez más inquietante entre su poder que aumenta y su sabiduría, que disminuye».

Del mismo modo, el Nobel de Física de 1921 Albert Einstein (1879-1955), ante la enorme potencialidad de la tecnología, apelaba a la responsabilidad de los científicos al indicar que: «la preocupación por el hombre y su destino debe constituir siempre el interés especial de todos los esfuerzos técnicos. No lo olvidéis nunca en medio de vuestros gráficos y vuestras ecuaciones»4.

El desequilibrio al que se refería Lejeune se concreta en un crecimiento desigual entre el conocimiento y la ética. Algo a lo que también se refiere el Papa Benedicto XVI, en «Luz del Mundo»5 al responder a una pregunta sobre los riesgos de las acciones del hombre sobre la naturaleza en los siguientes términos: «El conocimiento ha traído consigo poder, pero de una forma en la que, ahora, con nuestro propio poder somos capaces al mismo tiempo de destruir el mundo que creemos haber descubierto por completo (...) ¿Qué es realmente progreso? ¿Es progreso si puedo destruir? ¿Es progreso si puedo hacer seleccionar y eliminar seres humanos por mí mismo? ¿Cómo puede lograrse un dominio ético y humano del progreso? (...) Aparte del conocimiento y del progreso se trata también del concepto fundamental de la Edad Moderna: la libertad (...) Vemos cómo el poder del hombre ha crecido de forma tremenda. Pero lo que no creció con ese poder es su potencial ético. Este desequilibrio se refleja hoy en los frutos de un progreso que no fue pensado en clave moral. La gran pregunta es, ahora, ¿cómo puede corregirse el concepto de progreso y su realidad, y cómo puede dominarse después positivamente desde dentro? Hace falta aquí una reflexión global sobre las bases fundamentales».

Es en este sentido como deben interpretarse las acertadas observaciones de los grandes hombres de ciencia, Albert Einstein, Jerome Lejeune y muchos otros. Las palabras del Papa, aciertan en la necesidad de un equilibrio entre lo racional y lo moral en el avance científico y sus derivaciones. El auténtico progreso social humano debe atender de forma armónica y equilibrada la doble vertiente, la científico-tecnológica y la moral, pero caminando en la misma dirección. Los descubrimientos científicos y sus potenciales aplicaciones han de entenderse a favor del hombre, y no en contra del hombre.

El avance de la ciencia es un deber continuo del hombre. Sin embargo, las aplicaciones de los conocimientos científicos imponen la necesidad de un diálogo entre investigadores y comités de expertos de diversas áreas de conocimiento, trabajando juntos para dirigir las nuevas investigaciones dentro de unos cauces que no supongan abusos que lesionen los derechos individuales de las personas o pongan en riesgo el equilibrio de la naturaleza.

La objetividad de las normas éticas

Antes de entrar a definir la Bioética y establecer su ámbito de aplicación conviene precisar que el ser humano, además de ser el Homo sapiens, el hombre sabio e inteligente, es un ser ético.

En la línea evolutiva que se ha seguido desde los primeros homínidos hasta el hombre moderno, se evidencia una serie de transformaciones que afectan no sólo a aspectos visibles morfológicos, además de la inteligencia y el lenguaje, sino también en el comportamiento individual y colectivo de la especie. Aunque todos los tipos de modificaciones que configuran lo que se ha llamado la humanización revelan la singularidad de la especie humana, sin ninguna duda las de mayor trascendencia se refieren a la adquisición de una mente pensante y una conciencia de la existencia, que llevan a plantearse a los miembros de nuestra especie un sentimiento de trascendencia único en el conjunto de la naturaleza. En el contexto de la evolución biológica de la especie humana hay un momento, que no es posible concretar cronológicamente, pero que bien podríamos relacionar con el «Adán biológico», en que se situaría el nacimiento del sentido moral. Aunque no podamos precisar temporalmente ese momento, es lógico pensar que es algo que debió emerger gradualmente ya en el seno de la especie Homo sapiens, cuando el hombre se pregunta por el sentido de la vida, se plantea su destino, piensa en el más allá, reconoce la existencia de un Creador a quien da culto y ofrece el descanso de sus muertos por medio del enterramiento. A partir de esta fase decisiva de la evolución humana daría comienzo la «humanización».

El hombre como ente biológico está sometido a las mismas leyes fisicoquímicas y biológicas de la naturaleza que rigen para el resto de los seres vivos. Pero siendo esto así, inmediatamente hay que reconocer que la especie humana posee unas características muy especiales que la diferencian de todos los demás seres vivos y que atañe a nuevas propiedades que marcan un nuevo orden en el ámbito de la conducta. A diferencia del resto de las criaturas vivientes el ser humano se caracteriza por estar dotado de una «realidad indisoluble de cuerpo y alma». Con la humanización aparecen dos nuevas cualidades del hombre, exclusivas en la Naturaleza: la racionalidad y la libertad, que son expresiones de la dignidad humana. Además de un cuerpo material con diferencias y semejanzas a los de los demás seres, el hombre posee un espíritu inmaterial que dirige nuestros actos y nos sitúa por encima de cualquier otra especie, ya que nos dota a cada uno de las facultades de raciocinio, autoconciencia y autodominio, lo que nos capacita para hacer frente a nuestra vida de forma personal. Es importante reconocer que «la vida humana es una vida personal» y distinguir esta posición privilegiada del ser humano en el contexto de la creación.

Señala María Dolores Vila-Coro6 en su obra póstuma La vida humana en la Encrucijada. Pensar la Bioética7 que: «durante el proceso de humanización los pueblos incorporan, descubren o crean, según los casos, una serie de normas de índole diversa. Por eso es conveniente delimitar las múltiples áreas normativas para no confundir lo que son simples usos sociales con las leyes morales, ni ambas con las jurídicas». Algunos filósofos afirman que existen distintas morales según los pueblos y las épocas históricas cuando lo que sucede, en realidad, es que hay diferentes culturas en las que puede variar la sensibilidad y aceptación de las normas morales. Pero toda la humanidad comparte unos principios éticos propios de nuestra especie e impresos en nuestros genes.

Dicho lo anterior, la evolución cultural humana, que se sobreañade a la evolución biológica, implica una organización y un comportamiento sociales, lo que conduce al establecimiento de unos códigos de conducta, unas normas morales. Éstas no deben confundirse con las normas religiosas, ni ambas con las sociales ni con las culturales. Las normas morales son inherentes al ser humano, afectan a toda la humanidad, con independencia de las creencias religiosas o las costumbres en una región, un país, un grupo social o profesional. Deben por tanto reconocerse unas normas objetivas y universales, que se convierten en lo que se llama «ley natural» que se fundamenta en la naturaleza racional del hombre. El hombre promulga leyes para regular los comportamientos y las conductas humanas, pero la ley natural precede a todo el desarrollo filosófico, cultural o religioso en que se basara cualquier desarrollo jurídico. De acuerdo con Ana Marta González, profesora de ética de la Universidad de Navarra: «La ley natural no está escrita en un código, aunque por sí misma está llamada a inspirar las legislaciones positivas. Tanto la referencia a una ley natural como la referencia a los derechos humanos recogen una idea fundamental: hay criterios morales que preceden a nuestros acuerdos convencionales, incluso a nuestras diferencias de credo, cultura o nación. Hablar de ley natural es hablar de unos principios morales básicos, cuya vigencia no depende de ninguna autoridad política o eclesiástica, pues precede a una y a otra. Podríamos decir que la ley natural la llevamos puesta, por el solo hecho de ser humanos»8. Santo Tomás señalaba que: «toda ley humana tiene razón de ley en tanto en cuanto se deriva de la ley natural. Si en algo se separa de la ley natural no será ley, sino corrupción de ley».

El resurgir de la Bioética

Los acontecimientos que señalábamos anteriormente en relación con los abusos médicos en Estados Unidos y los experimentos con pacientes en la Alemania nazi, junto con el desarrollo de la biotecnología y de las técnicas de reproducción asistida, los métodos anticonceptivos, los de control de la natalidad, los avances en el trasplante de órganos y más recientemente la instrumentaliza-ción de los embriones, la clonación, la ingeniería genética, el Proyecto Genoma Humano, la síntesis de genomas artificiales y las previsibles derivaciones que de todas estas innovaciones científico-tecnológicas pudieran emerger, suscitaron una preocupación a los investigadores y la sociedad: ¿qué estamos haciendo y cuáles son sus previsibles consecuencias?

Se trata sin duda de una preocupación antigua, que ya estaba presente en el código de comportamiento médico de la medicina de la antigua Grecia, plasmado en el llamado Juramento Hipocrático del siglo IV al V antes de Cristo. De acuerdo con Mónica López Barahona y José Carlos Abellán aquél fue el primer código deontológico, que «resume los principios morales de la profesión médica, base de los códigos éticos de las profesiones sanitarias. Con este origen, se debe reconocer que la primera bioética fue la de los médicos»9. Esta fórmula fue adoptada por el mundo romano, que consagró el derecho a la vida, la libertad y la propiedad. El juramento hipocrático constituyó el marco de referencia de la ética médica de inspiración cristiana, bajo el principio del amor al prójimo.

Ya en el siglo XX, tras la pérdida del respeto a la vida, plasmado en los tristes episodios de la esclavitud y los abusos médicos ya reseñados, renació una conciencia ética en relación con el ejercicio de la profesión médica y el delicado poder de una ciencia desnaturalizada. De este modo, aparecieron sucesivamente unas iniciativas que trataban de enmendar las situaciones que podían escaparse del marco ético propio de las acciones humanas. La Declaración de los Derechos Humanos de 1949, la Declaración de Göttingen de 1957, la Declaración de Helsinki de 1964, el grito de Asilomar —«no todo lo que técnicamente es posible ha de ser éticamente aceptable»— de 1975 y el informe Belmont de 1979, son algunas de las manifestaciones de la necesidad de restablecer un marco de referencia moral en la práctica médica, la investigación científica y el respeto a la vida humana, en general.

Todo esto motivó la aparición de un área de conocimiento nueva a la que se daría el nombre de «Bioética». El origen del término se le ha atribuido al pastor protestante, teólogo, filósofo y educador alemán Fritz Jahr, que usó el término Bio-Ethik en un artículo sobre la relación ética del ser humano con las plantas y los animales ya en 1927. En su sentido más actual el término Bioética se le atribuye al bioquímico, médico oncólogo y humanista americano de origen holandés Van Rensselaer Potter10 de la Universidad de Wisconsin-Madison, que lo utilizó por primera vez en 1970. La propia palabra es el resultado de la contracción de los términos que definen dos disciplinas claramente distintas, una científica, la biología (bios) y otra relacionada con la filosofía y los valores humanos, la ética (ethos). Bioética significa etimológicamente «ética de la vida», lo que revela claramente que su campo de actuación es multidisciplinar. La Bioética se convertiría en una plataforma común sobre la cual expertos de diversas disciplinas como la medicina, la biología, la filosofía, el derecho, la teología y las ciencias sociales colaboran para resolver problemas comunes en los ámbitos de la salud pública, las aplicaciones biotecnológicas y proponen el desarrollo de un marco legislativo aceptado por todos.

De este modo, la Bioética moderna ha nacido en el ámbito de la Medicina, y desde un principio ha adquirido una carta de naturaleza de gran relevancia en las ciencias biomédicas. Su papel inicial fue orientado como el estudio interdisciplinar del conjunto de condiciones que exige una gestión responsable de la vida humana. Según esta concepción la bioética trataría de analizar las implicaciones que para la salud humana tienen los descubrimientos biológicos, a cuyas aplicaciones trata de dar un sentido moral, mediante un discernimiento entre lo que se debe y lo que no se debe hacer. Su papel sería el de dar solución a los conflictos de valores en relación con un comportamiento humano aceptable en el dominio de la vida y de la muerte. En este mismo sentido se pronunció el Dr. Warren T. Reich, profesor de Ética y Religión de la Universidad de Georgetown (EE.UU.), que definió la Bioética como «el estudio sistemático de la conducta humana en el ámbito de las ciencias de la vida y del cuidado de la salud, en cuanto que esta conducta es examinada a la luz de los valores y principios morales»11.

Monseñor Elio Sgreccia, Presidente de honor de la Academia Pontificia para la Vida, concreta más el papel de la bioética al definirla como «la reflexión sistemática sobre cualquier intervención del hombre sobre los seres vivos. Una reflexión destinada a un arduo y específico fin: identificar los valores y las reglas que guíen las acciones humanas y la intervención de la ciencia y de la tecnología sobre la vida misma y la biosfera»12. Como vemos, es ésta una definición que se escapa de las actividades científicas aplicadas a la medicina y se dirige a un ámbito más amplio, haciendo alusión al conjunto de los seres y de la biosfera.

Otro importante autor, Roberto Andorno13, jurista de origen argentino y Profesor de Ética Biomédica en la Universidad de Zurich, extiende el ámbito de actuación de la bioética al de todos los seres vivos al señalar que: «la experimentación con animales... la creación de especies vegetales y animales genéticamente modificadas, dan lugar a interrogantes morales propios que merecen ser encarados y no sólo porque puedan incidir en la salud o condiciones de vida de los seres humanos. Por este motivo, la noción de «bioética», tomada en sentido amplio, como la ética de nuestro trato con todos los seres vivos puede incluir también estos temas».

La inclusión de los animales y plantas en un contexto bioético no altera el hecho de que su actividad fundamental se dedique al hombre. No porque las demás especies sean tan dignas de ser atendidas como el hombre, sino por el hecho de que el hombre inmerso en el mismo mundo eleva su dignidad al cumplir el encargo de hacer un uso racional de cuanto le rodea, como señala el libro de la Sabiduría: «Dios de mis antepasados, Señor de misericordia, que [...] con tu sabiduría formaste al hombre, para que dominase sobre tus criaturas, gobernase el mundo con santidad y justicia, y juzgase con rectitud de espíritu»14.

En resumen, la bioética es una nueva rama del saber que trata de encontrar normas basadas en principios y valores morales, como el respeto a la persona y la dignidad humana y el uso racional de los demás seres de la naturaleza, para orientar sus actividades en el campo de la ciencia, y en particular de las aplicaciones de la biología. La bioética tiene como metodología la reflexión con el fin de adoptar decisiones prudentes. La bioética no trata de imponer nada, sino de ayudar a reflexionar para que las personas adopten unas decisiones de modo responsable. Dicho esto es necesario añadir que la base necesaria para la reflexión, antes de tomar decisiones que pudieran afectar a la vida humana o a otros seres vivientes, es el conocimiento científico, la realidad de la situación o del sujeto sobre el que se va a actuar. Esta es una concepción más moderna y acorde con la ciencia aplicada que es posible en el umbral del siglo XXI desde la perspectiva de la biología y con el conocimiento que hoy tenemos de las propiedades de los seres vivos. Es imperativo reflexionar sobre el conocimiento del fenómeno de la vida y la capacidad de influir y modificar los sistemas biológicos naturales, antes de actuar sobre ellos, por medio del manejo de genes y células, que puede llevarnos incluso a producir grandes modificaciones en los organismos sobre los que se actúa, incluso saltando las barreras de la reproducción natural, con posibles consecuencias que no siempre son fáciles de prever.

De la bioética a la biojurídica

De acuerdo con lo indicado, el campo de la Bioética debería iluminar las acciones de los responsables de las investigaciones sobre los seres vivos y debería influir en la implantación de un marco normativo que delimitase dichas actividades. En esta dirección nació la Biojurídica, que se puede considerar una respuesta desde el mundo del derecho al surgimiento de la Bioética. El profesor Francesco D’Agostino, catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Roma, opina que: «como disciplina que mira a elaborar una respuesta social a las nuevas posibilidades de la biomedicina, la bioética no puede limitarse a legitimar a priori lo que es factible gracias a la innovación tecnológica, en virtud del principio comúnmente compartido, y sobre el que reposa la ética como disciplina normativa, según el cual no todo lo factible es por eso mismo lícito»15.

Del mismo modo se pronunciaba la doctora María Dolores Vila-Coro, en su obra La bioética en la encrucijada, en la que señalaba que «los avances científicos han dado lugar a nuevas realidades sobre las que hay que tomar posiciones: ¿qué hacer con los embriones congelados?, ¿es lícito el aborto?, ¿lo es la eutanasia?, ¿qué implicaciones morales tiene la clonación?, ¿se debe permitir la adopción de niños a parejas de homosexuales? Para la doctora Vila-Coro, la Biojurídica es una nueva rama del derecho que tiene que ver directamente con la aplicación de los avances científicos a los seres humanos, y en su opinión esta nueva disciplina del derecho está obligada a recuperar la realidad, porque «la ciencia jurídica, a diferencia de la filosofía, no se puede permitir el vuelo impune del pensamiento por los espacios siderales»16 .

Siendo esto lógico, existe sin embargo un riesgo, y es el de la inducción de la opinión pública a creer y desear como bueno, humanitario o necesario, lo que no son más que posibilidades no suficientemente maduras, o cuyas consecuencias deben medirse en relación con el respeto a la vida humana en su conjunto, lo que es más grave en una sociedad interdependiente como la que vivimos. Hay ejemplos que demuestran el riesgo de imponer el interés individual sobre el social, que incluso, como en el caso de la utilización de los embriones, el aborto, la eutanasia, la eugenesia o la mal llamada clonación terapéutica, ocultan intereses de dudosa moralidad.

Finalmente, también señala María Dolores Vila-Coro en su obra «La vida humana en la Encrucijada. Pensar la Bioética» que: «la Bioética, en su sentido de “ética de la vida”, a partir de un sólido fundamento antropológico nos propone una reflexión sobre el sentido profundo del valor y la dignidad de la persona, desde presupuestos racionales a la luz de los valores morales. En la determinación bioética están involucradas, independientemente de las ciencias biológicas, el derecho, la sociología, la antropología y las restantes disciplinas comprendidas en la cultura humanística. Pero no podemos olvidar que en su verdadero sentido la bioética se refiere a la actividad biotecnológica y médica sobre el hombre [...] A la ética sólo le conciernen los ataques a las otras especies vivas y al medio ambiente cuando ocasionan, o de ellos se deriva, un daño directo o indirecto para el hombre»17.

Las normas jurídicas deben ser consecuencia de una necesidad social, y su implantación debe obedecer a la demanda de un sistema justo para regular cualquier actividad humana que suponga una novedad o un avance para el orden social. Siendo esto lógico, existe sin embargo un riesgo, y es el de la inducción de la opinión pública a creer y desear como bueno, humanitario o necesario, lo que no son más que posibilidades bajo el señuelo de las nuevas conquistas de bienestar. Pero muchas de las potenciales aplicaciones derivadas del avance de la ciencia no están en condiciones de pasar a convertirse en algo útil y seguro, o simplemente ponen en riesgo valores tan importantes como la vida humana. Este es el caso de la utilización de los embriones, o de la mal llamada clonación terapéutica, el trasplante nuclear y otra serie de tecnologías emergentes. Sólo una sociedad bien informada podría juzgar con criterio esta situación. Es evidente que en el mundo actual existe la tendencia a ignorar cualquier referencia a la persona humana, como consecuencia de un decaimiento progresivo de los valores éticos tradicionales, en la era del postmodernismo que lo invade todo. A propósito de esta situación Angelo Scola18 sentencia «...vivimos en una sociedad insaciable, en la que en aras de nuestra libertad tenemos la propensión de convertir en un derecho todo lo que deseamos».

Resumen Visión global de la Bioética. Origen, fundamento y orientación

• No es ético investigar a cualquier precio ni hacer abstracción de las consecuencias de lo que se investiga: «No todo lo científicamente posible es éticamente aceptable».

• El avance de la ciencia es un deber continuo del hombre. Sin embargo, las aplicaciones de los conocimientos científicos imponen la necesidad de un diálogo entre investigadores y comités de expertos de diversas áreas de conocimiento, trabajando juntos para dirigir las nuevas investigaciones dentro de unos cauces que no supongan abusos que lesionen los derechos individuales de las personas o pongan en riesgo el equilibrio de la naturaleza.

• Es importante distinguir una posición privilegiada del ser humano en el contexto de la creación, ya que, de modo singular, la vida humana es una vida personal.

• La evolución cultural humana, que se sobreañade a la evolución biológica, implica una organización y un comportamiento sociales, lo que conduce al establecimiento de unos códigos de conducta, unas normas morales y universales que se convierten en lo que se llama «ley natural» que se fundamenta en la naturaleza racional del hombre.

• La Bioética es una nueva rama del saber que trata de encontrar unas normas basadas en principios y valores morales como es el respeto a la persona y la dignidad humana y a los demás seres de la naturaleza. Su din es el orientar las actividades en el campo de la biología y en particular de la biotecnología.

• La Biojurídica es una disciplina que mira a elaborar una respuesta social a las nuevas posibilidades de la biomedicina desde los principios emanados por la Bioética.