El mandamiento prohibido - Karen González - E-Book

El mandamiento prohibido E-Book

Karen González

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Beschreibung

María vive su adolescencia a través de los mandatos de la iglesia evangélica. Es lo único que conoce desde que nació. Sus dudas e interrogantes sobre la biblia se incrementan cuando sus padres no la dejan asistir al cumpleaños de su mejor amiga. Conforme pasa el tiempo, conocerá nuevas amistades y amores que la harán reflexionar sobre la idea del matrimonio, la familia, la sexualidad y Dios. ¿Qué pasa cuando el deseo se enfrenta con la espiritualidad?

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Karen González

El mandamiento prohibido

González, Karen El mandamiento prohibido / Karen González. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-3927-4

1. Novelas. I. Título.N CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Diseño de Portada: Diego G. Medina.

Índice

Capítulo 1:1 - Génesis

Capítulo 1:2 - No quiero estar aquí

Capítulo 1:3 - Blanco como hisopo

Capítulo 2:1 - “Hola Cupido”

Capítulo 2:2 - “Pie de Princesa”

Capítulo 3:1 - Modo Lunes

Capítulo 3:2 - Centro

Capítulo 3:3 - “Hola bebé”

Capítulo 4:1 - Los jóvenes de hoy en día

Capítulo 4:2 - XXL

Capítulo 4:3 - Juntada

Capítulo 4:4 - Fiaca

Capítulo 5:1 - Mejores amigas

Capítulo 5:2 - Perfecto plan

Capítulo 5:3 - Nos vemos

Capítulo 5:4 - El beso angelical

Capítulo 5:5 - Decisión de último momento

Capítulo 6:1 - Austeros

Capítulo 6:2 - Empanadas Árabes

Capítulo 6:3 - Soprano

Capítulo 6:4 - Death

Capítulo 7:1 - Mensaje Subliminal

Capítulo 7:2 - Lengua

Capítulo 7:3 - El día después

Capítulo 7:4 - La invitación

Capítulo 7:5 - La Fiesta

Capítulo 8:1 - El amor

Capítulo 8:2 - Santa Cena

Capítulo 8:3 - Preparativos de los 15

Capítulo 9:1 - El CD de la verdad

Capítulo 9:2 - Un día en su presencia

Capítulo 9:3 - Sal de ahí chivita chivita

Capítulo 9:4 - Gloria en lo Alto

Capítulo 10:1 - Los juegos del hambre

Capítulo 10:2 - Escenografía

Capítulo 10:3 - Cuenta regresiva

Capítulo 10:4 - ¿Cita?

Capítulo 10:5 - Los 15 de Lola

Capítulo 10:6 - Sentada para recibir

Capítulo 10:7 - El lunes más lunes de todos los siglos

Capítulo 10:8 - “Y… ¡Acción!”

Capítulo 10:9 - ¿Cómo se llama la obra?

AGRADECIMIENTOS

Capítulo 1:1

Génesis

La iglesia a donde asisto se encuentra a diez cuadras de donde vivo. Cuenta con una asistencia de doscientas personas por culto. Hay muchas áreas donde se puede participar. Los pastores lo llaman “servir al señor”, yo lo denomino trabajo ad honorem. Hay quienes se paran en la puerta para recibir a las personas y dan un cálido saludo, eso no me gusta. Después están los encargados de recoger las ofrendas y los diezmos, eso tampoco me gusta. También están los músicos. Tampoco me convence mucho. Tal vez sea que no lo he probado. Están los que anotan a las personas nuevas y luego se contactan con ellos nuevamente para que asistan a otro culto, eso tampoco me gusta. También está el área de danzas donde las chicas tocan el pandero. Eso tampoco me gusta pero es el área donde estoy por obligación. No sé lo que me gusta, pero definitivamente esto no es lo que deseo para mi vida. Alegría, nuestra coordinadora de grupo es muy exigente. Parece que se proyecta en nosotras como bailarinas profesionales. Lo que más admiro de ella es su pasión. Desde las palabras que utiliza, hasta sus movimientos, hacen que quiera enamorarme del baile aun detestándolo profundamente. Es un contraste bastante difícil de explicar. Es el contacto más profesional que he tenido con el arte. O por lo menos así lo creo. Tengo 14 años y siempre pongo mi atención donde encuentro pasión. El grupo de pandero nunca me ha gustado realmente pero mi madre quiere que esté aquí porque tengo que “servir en el templo”. Las chicas de mi edad que asisten a la iglesia anhelan estar en el grupo de pandero. No sé qué le encuentran de divertido, realmente respeto mucho a mi madre y no quiero causarle problemas por eso estoy aquí. No me toca ahora ser la hija que “se rebela de la iglesia”. No aún.

Estamos sentadas en círculo en medio del templo. Alegría nos saluda, saca un cuaderno y una lapicera. La clase se divide en dos: por un lado, una parte teórica que consiste en leer el antiguo testamento donde nos enseña que los artistas eran contratados por los reyes para que trabajaran en el templo. Y lo más importante que queda grabado en mi memoria es la recompensa económica que recibían por su trabajo. Sin embargo, las enseñanzas de Alegría siempre concluyen diciéndonos que tenemos que hacer las coreografías excelentes porque son para Dios y él se merece lo mejor. Pero nunca habla de que nos va a pagar para hacerlo. ¡Ahí sí estaría feliz de danzar! Nuestro servicio es ad honorem porque amamos a Dios y él nos liberó del infierno eterno. No entiendo muy bien cuáles son los requisitos para cobrar un sueldo en la iglesia. Amo a Dios y si bien mi devoción es genuina, no niego que me gustaría tener un sueldo. Ha pasado una hora y mi mente se encuentra saturada de nombres hebreos y pasajes bíblicos. Alegría nos ordena sacar nuestros panderos para poder ensayar. A estos instrumentos le agregamos cintas de colores que lo hacen más cool. Alegría nos dice que estas cintas simbolizan azotes para que castiguemos a los demonios cuando se presentan en las reuniones de la iglesia. Me causa un poco de gracia combatir las fuerzas del mal con un instrumento musical de madera, chapas y tiras de colores. Por lo menos esto me hace imaginar que soy una guerrera y no una “princesa del señor” como suelen llamarnos.

Los pasos de las coreografías que nos arma Alegría son imitaciones a los de la danza clásica, con giros y destrezas que lógicamente no poseo porque me cuesta controlar mi cuerpo. Soy muy flaca y mis extremidades parecen más largas. Por eso cuando hago giros, Alegría siempre me reta porque dice que encojo mis brazos y debo extenderlos en plenitud. Pero si le hago caso golpeo a mis compañeras que tengo al lado. Además, transpiro mucho y mis axilas marcan el sudor rápidamente en cualquier remera. A diferencia de mis compañeras, carezco de sensualidad y magia. No sé por cuánto tiempo tendré que estar en este grupo. O cuándo debería irme. Alegría está muy contenta porque con la cantidad de chicas que somos formamos el número par. No sé si seré bien vista si me voy porque sólo hay dos formas de irse del grupo de danza: la primera es que te vayas como fruto de un embarazo no deseado y la segunda, si estás de novia. Estas son las razones generales por las que las chicas se van de esta área. Así que me asusta un poco el hecho de huir. La clase ha llegado a su fin y estamos hablando sobre el peinado que nos vamos a hacer para el sábado. Macarena y Sofi interrumpen amablemente el instante para sacar de unas bolsas plateadas unos trajes de danza que usaban en su antigua iglesia. Ellas mismas han confeccionado estas baratijas con lentejuelas y brillos. Tengo que disimular mi cara de desagrado porque parece que estuviera oliendo caca. Mi sentido de la moda no está tal vez en su apogeo, pero sé distinguir perfectamente cuando algo hace sangrar mis ojos. Muy entusiasmada, Macarena le acerca a Alegría uno de los vestidos que parece una túnica de color uva con una estrella Judaica en el centro, cuello redondeado y mangas largas. La sonrisa de Alegría es tan amplia que temo por el futuro estético del grupo. Eva está con su celular, mira de reojo y sonríe por compromiso mirando el traje y sonriendo a la vez. Luego vuelve su atención a sus mensajes. Yami agarra el otro modelo de vestido mojigata que es de color rosa bebé, princesa, nena, barbie, chicle, que llega hasta la planta del pie. Ideal para que no vean nuestras tangas cuando damos giros. Sofi me anima a que me pruebe uno que es el talle más chico. Voy al baño de la iglesia que es extremadamente pequeño y no tiene ventilación. Mientras dejo el traje colgado en un clavito, comienzo a transpirar por la falta de aire. El sólo hecho de tocar esa tela me ha generado calor. Me saco suavemente la ropa veraniega que llevo puesta para no generar más calor y me coloco el disfraz color uva. Es como si una bolsa de plástico rozara mi huesudo cuerpo. Me miro en el espejo y observo que mis pechos quedan aplanados. Tiene un cierre en la espalda que aún no he subido y me cuesta respirar. Sofi me golpea la puerta para saber si está todo bien. Abro y le pido ayuda con el cierre. Le cuesta bastante y en el camino, su mano roza mi espalda transpirada. Me da mucha vergüenza, pero no puedo negar lo que soy. Soy agua, soy mar, soy sudor, soy transpiración. Me observo nuevamente en el espejo y contemplo mi imagen. Parezco una pasa de uva. Me golpea la puerta Eva, la hago pasar. Me ayuda a sacar el traje. Le manifiesto mi disgusto evidente y me dice que Alegría ya ha dado la orden para que los usemos en la reunión general. Cuando me enrollo el vestido para devolverlo a Sofi, me doy cuenta que tiene dos aureolas en la parte de las axilas. Bueno, dejo mi huella a donde voy. ¿Eso me hace trascendente? Obviamente no digo nada. Será una sorpresa. Damos por finalizada la reunión y yo me voy rápido porque mañana comienzo el colegio. ¡Se acabaron las vacaciones qué horror! Pero, por otro lado, estoy un paso más cerca de ser una profesional. Mi meta es estudiar, recibirme y tener mucho dinero para no tener que usar nunca más vestidos color uva como estos.

Capítulo 1:2

No quiero estar aquí

Levantarme a las 6 a. m. de la mañana para ir al colegio me enoja. No sé si el colegio en sí, sino madrugar. Ya lo he hecho durante mis primeros años de secundaria. Este es el comienzo de otro “gran año”, o por lo menos es lo que me he dicho anoche antes de acostarme. Me desperezo, hago una oración rápida, y desayuno como flash. Me apena que no tenga tiempo de leer la biblia, pero Dios conoce mi corazón. Voy a empezar tercer año y me asusta un poco el hecho de que no conozco a mis compañeros. Muchos pasaron al turno tarde, otros se cambiaron de colegio, algunos repitieron el año y dos de los chicos que van conmigo desde el primer año, nunca me han dirigido la palabra. Por suerte estará conmigo Lola, mi mejor amiga desde que empecé el colegio. Salgo de casa y observo la tenebrosidad del ambiente. Tengo varias cuadras hasta la parada del colectivo y mi calle no se caracteriza por una buena iluminación. Por lo que siempre es un alivio llegar a la parada del colectivo “sana y salva”. Mi mamá solía acompañarme durante los dos primeros años, pero ahora me estoy convirtiendo en una mujer y tengo que ser más independiente. Además, no quiero molestarla.

He llegado y observo unas colegialas adelante mío. Sus impecables uniformes y peinados opacan mi remera colegial estatal. Las observo con detenimiento y me parecen un tanto huecas. Tal vez yo también lo sea, pero el sólo hecho de observarlas me hace sentir en un lugar superior. Menean su cabeza y dejan impregnado su perfume de importación. ¿Cómo alguien puede tener aires de superioridad en un barrio marginal como el mío? Que feo cuando crees vivir en country, pero no te da la talla y terminas viviendo en una cooperativa con la chusma. ¿Por qué toman el transporte público? Mi campera azul marino de talla XL se encoge de depresión. Mi pantalón de jean gastado por los innumerables usos parece más gastado aún y mis zapatillas negras parecen diseñadas para los hombres que trabajan en la construcción. No había nada de malo en mi uniforme, estaba vestida conforme lo establecía el reglamento de mi institución pública. Las polleras tableadas marcan seximente las piernas de esas colegialas. En este mismo instante me pregunto cómo sería mi vida si hubiera nacido en una clase social alta. Siempre he sido de “clase turista” y como viene la cosa, si no tomo cartas en el asunto, puedo morir en la misma circunstancia. El colectivo llega justo para detener mis reflexiones filosóficas. Cuando ingreso al colectivo me alejo lo más que puedo de este par de jovencitas burguesas, por lo menos de su presencia, porque su aroma llena el ambiente. En el camino, el colectivo recoge personas en cada parada. Las personas se amontonan y por lo tanto mi espacio personal comienza a ser invadido. A esta hora de la mañana suben muchos hombres que se dirigen a trabajar. ¿Cómo lo sé? Fácil: su vestimenta es bastante sucia, con salpicaduras de cal, pintura seca y bolsos viejos de tela. Viajar en colectivo me resulta cada vez una tortura de asfixia. Estamos en verano y la mañana es fresca. Pero las personas adultas tienen una temperatura muy baja al parecer ya que suben con camperas gruesas de invierno. El calor humano que se genera a medida que aumenta la cantidad de pasajeros, hace que las ventanas se empañen. ¡Encima nadie las abre! ¡Me desespero porque tengo un olfato de sabueso! Aunque también poseo mucha concentración mental. Después de todo ¿qué voy a hacer? ¿Aguantar la respiración veinte minutos? Mientras lucho con el tráfico de oxígeno, se me suma otro desafío de incomodidad. Este me atormenta aún más. Estoy sentada y un hombre pelado que está parado me apoya con su bulto en mi hombro. Lo veo de reojo para que note mi incomodidad y me sonríe. Vuelvo la mirada hacia la ventana con mucho fastidio. Muevo mi hombro y me reclino hacia adelante con la esperanza de que deje de hacerlo, pero parece no entender. Si no viera con mis propios ojos el tumulto de gente podría pensar que sólo estamos los dos en este colectivo. ¿Acaso nadie está viendo lo que hace el infeliz? ¡Por Dios! ¡Quiero cortarle su miembro viril en este maldito instante y tirarlo a la calle! ¡No entiendo por qué lo hace, no soy atractiva, soy una adolescente viajando a una rutina institucional! Me siento desgraciada y el viaje se me hace eterno. En ese momento me arrepiento de ir sentada. Pero si hubiera ido parada no hubiera variado en absoluto. No es la primera vez que me pasa. Los hombres se quedan atrás mío y tal vez el roce que se produce es mayor debido a los movimientos bruscos del colectivo. Finalmente, bajo del transporte y me dirijo a la escuela tratando de pensar positivamente. Me voy a encontrar con Lola para hablar sobre nuestras vacaciones. Ella seguramente me va a contar algún lugar nuevo que ha conocido, y yo le contaré novedades de la iglesia. Me pone nerviosa comenzar, tengo todo este año para poder decidir qué especialidad hacer. Muchos no lo toman en serio, pero para mí es un gran paso porque es el primero de una futura carrera profesional. O me quedo en el turno mañana para especializarme en humanidades o me paso a la tarde para elegir administración de empresas. Desde que tengo seis años detesto los números, así que mi decisión está clara. El timbre nos indica que es momento de hacer la formación para el saludo a la bandera. Mis ojos buscan a Lola por todos lados, pero ella no aparece. Me impaciento un poco, pero luego recuerdo que a veces llega unos minutos tarde. Mientras me coloco última en la fila de mujeres con mis nuevos compañeros, la incertidumbre de que mi amiga no llegue se apodera de mí. ¡¿Con quién me voy a sentar?! Hay gran alboroto en el SUM del colegio. De reojo me miran un par de chicas, pero no se acercan a preguntarme el nombre. Sé que mi bienestar no debería depender de estas actitudes, pero me hacen sentir mal sus miradas despectivas como si fuera una intrusa. La directora nos saluda y nos desea un buen comienzo de año. Luego entonamos un himno y finalmente la bandera izada por dos chicos cara de nerd queda flameando. Ingresando al curso, observo 3 filas con bancos dobles. Están impecables. Levanto mi cabeza hacia el techo y descubro dos ventiladores tan viejos como la misma escuela. Están tapados de tierra, pero por lo menos nos aseguran respiro en estos días de verano. El techo es de cielorraso, así que transpiraré bastante mis axilas. Mientras todos se van acomodando, visualizo un lugar vacío en la última fila mano izquierda justo al lado de la ventana. Estoy triste porque el día no está marchando como imaginé. Saco de la mochila mi carpeta forrada con papel rosa, mi cartuchera de tela y luego mi estuche con los anteojos de lectura. Mientras me coloco mis nuevos lentes siento el peso de una mirada. Al voltear a mi lado derecho, observo a Francisco. Parece alto, es de contextura delgada, pero con suficiente musculatura, piel morena, ojos pequeños de color miel y una gran sonrisa. Sus dientes se encuentran perfectamente alineados y blancos. Habla con su compañero de banco mientras me observa. Yo sonrío tímidamente y volteo hacia el frente. Mientras escucho a la profesora darnos otra bienvenida hipócrita y fría, sigo sintiendo el peso de su mirada. – Te quedan muy bien esos anteojos, pareces intelectual. – Mi cara es de indiferencia porque me resulta una distracción. No lo conozco, ¿por qué me dice esto? No puedo escuchar con atención los contenidos que va a dar la profesora ese año. ¡Encima es la profesora de matemáticas! ¡Dios sabe que detesto las ciencias duras! Sin embargo, algo en esos ojos de miel parecen atraerme. En ese mismo instante de contemplación, Francisco realiza una carcajada tan fuerte que interrumpe la clase. La profesora lo fulmina con una mirada de rigor para que se dé cuenta de su error, pero éste, lejos de permanecer callado y quieto, continúa riéndose. De su ser emana una extraña energía que me atrae. ¿Por qué se ríe tan feo? A partir de este lapso de espacio y tiempo voy a ignorarlo. No importa qué diga o haga, no voy a voltear y me dedicaré a escuchar la materia. El clima en el curso está siendo cálido, todos se conocen y eso genera un ambiente familiar. Es la primera vez que me siento cómoda dentro de un aula. No hay tantos gritos como en mis años anteriores. Suena el timbre para recreo y guardo mis anteojos dentro del estuche, acomodo mis cosas y espero que salgan todos al patio para luego salir yo. No me gusta salir primero porque todos te miran y me da un poco de vergüenza cómo visto. Elena y Ana se acercan a mí. – ¡Hola! Vos sos la nueva, ¿cómo te llamas? – . Tímidamente respondo: – María. – Luego se acerca Fátima a nuestra ronda de chicas y ya somos un grupo. Me siento muy a gusto con ellas. Elena tiene el cabello negro azabache, un poco seco debido a las tinturas que usa, es de estatura pequeña, su cuerpo tiene el diseño de un reloj de arena, posee buenas caderas y un trasero que hace fantasear a cualquiera. Sus jeans apretados la estilizan, y su remera de uniforme se encuentra súper entallada. Me confiesa que ha encogido la remera del uniforme con la máquina de coser para poder lucir su cintura. Para cubrir sus pequeños pies utiliza zapatillas deportivas. Tienen un diseño muy delicado que le aumenta su femineidad. Ana ha vuelto del kiosco con un vaso de café con leche, observo que es de estatura pequeña también, muy delgada y con buenas caderas, su busto es bastante plano al igual que su trasero, pero se viste muy bien y su rostro es angelical. Su cabello castaño claro y sus ojos marrones claros hacen que las personas queden embelesadas al mirarla. Fátima es la chica de los pechos grandes. Nosotras apenas alimentamos nuestros corpiños y en ella los suyos rebalsan. Es rubia, de tez blanca, piel suave como la de un bebé recién nacido, ojos verdes, estatura baja, peso normal y una sonrisa como de publicidad de pasta dental. Con estas chicas a mi lado la tristeza por la ausencia de Lola ha desaparecido. Me estoy dirigiendo para la parada del colectivo y Elena me hace una seña con la mano para que vaya hacia ella. Cuando me acerco me dice: – estamos por tomar una gaseosa, ¿venís con nosotras? – Mi primer pensamiento ha sido de resistencia y mientras invento una excusa adecuada que no sea “mi mamá me está esperando para almorzar”, Ana y Fátima me sujetan de los brazos con cariño para doblegarme. Sonrío aceptando su propuesta. Mientras caminamos me pongo nerviosa porque recuerdo que no tengo dinero en mi billetera. Espero que no paguemos de manera colectiva porque si no estoy perdida. ¡Cómo odio la pobreza! Elena pide una coca cola grande y unas papas Lays. ¡Esas papas son las más caras! Lo sé, porque nunca las he probado. De sólo pensar en su sabor se me junta saliva en la boca. Pero tengo que disimular mi hambre. No he comido en los dos recreos y mi estómago está comenzando a dar señales. Salimos del kiosco y nos sentamos al frente de una casa que tiene una verja. Elena abre la bolsa de papas, y el aroma me hace llorar de felicidad. Estoy un poco incómoda porque mi mamá me está esperando para comer y no le he avisado que llegaré más tarde. – ¿Tenes novio? – Me pregunta Fátima. ¡Odio esta pregunta! ¿Por qué cada persona que conozco comienza con esta interrogación? Niego con la cabeza y una sonrisa mal fingida. – Pero… ¿has besado a alguien, ¿verdad? – Me pregunta Elena. ¿Es enserio? ¿Por qué siempre me hacen la misma segunda pregunta? –Aún no– Le respondo con una actitud firme. – ¿Te dejan salir a bailar los fines de semana? – Me dice Ana. La miro con un poco de pudor y le respondo: – No salgo a bailar porque voy a la iglesia–. Silencio. Todo va casi bien hasta el punto de que me interrogan sobre la iglesia. Me siento un poco incómoda porque no quiero parecer aburrida. – Además no me gustan los bailes– Digo en voz alta como para suavizar el silencio. –¿Creen en la virgen? Porque yo soy muy católica pero sí puedo salir a bailar. – Voy a elegir cuidadosamente mis palabras. –Sí, creemos, pero luego de concebir a Jesús, no fue más virgen –le respondo. Silencio de nuevo. Creo que he sido un poco brusca. No quiero estar en esta conversación. Para cambiar de tema, Elena me comenta que sus padres venden ropa y puedo pasar cualquier día para ver algo si deseo. ¡Ya no tengo forma de ocultar mi mal gusto! En realidad, no deseo vestir así, me encantaría tener una campera nueva, pero no puedo comprarla. Es algo con lo que estoy empezando a lidiar demasiado seguido: mis deseos y mi poder de concretarlos.

De camino a casa medito qué bien me he sentido con estas chicas. Es la primera vez que disfruto un tiempo con chicas que no van a la iglesia. Esto es nuevo para mí porque en la iglesia me enseñan que la amistad con el mundo es enemistad contra Dios. Me perturba un poco el hecho de estar infringiendo las normas de mi religión. Al abrir la puerta, mi madre me recibe con un fuerte abrazo, como si me hubiera graduado de algo importante. Huelo milanesas y suspiro de amor. Ella aún no ha comido para esperarme. Dialogamos sobre lo acogedora que ha sido la clase y lo bien que me ha hecho compartir con mis nuevas amigas. Mi madre me escucha atenta y feliz de que mi comienzo lectivo sea tan positivo. Me pregunta si luego de comer quiero acompañarla a limpiar la iglesia. Yo le respondo que sí lógicamente, pero eso es antes de saber la temperatura que hace.

Capítulo 1:3

Blanco como hisopo

Hace 38°C y salimos con mi mamá a la calle con la mejor predisposición que podemos para ir a limpiar el templo. Llevo puestas unas zapatillas de tela muy viejas, una musculosa roja y un short de jeans de un pantalón que reciclé. En realidad, mi nombre no aparece en el cronograma, pero el templo es grande para que lo limpie una sola persona. Magdalena le ha mandado un mensaje a mi mamá excusándose de que no tiene con quién dejar a sus hijos y por esta razón no podrá participar de la limpieza. En el camino al templo mi mamá me compra un helado de agua. Me agradece que la acompañe y yo disfruto de su compañía. Lo que no disfruto es caminar bajo el sol infernal. Me estoy derritiendo lentamente con cada paso que doy en este Sahara infinito. Llegamos. Mi mamá abre la puerta con una copia de llaves que tiene. Al ingresar, observamos decenas de sillas apiladas sobre las paredes. Preparo agua en un balde con detergente y busco un trapo para empezar. Mi mamá comienza limpiando la sala de niños. Es muy rápida haciendo su trabajo así que tengo que igualarla para no quedarme atrás. Limpio estas sillas como cuando limpio mi alma de cualquier impureza que me aleja del paraíso. Trato de no quejarme, pero mis pensamientos son rebeldes y me hacen preguntar por qué mierda estoy trabajando gratis el día más caluroso del año. Hace tanto calor que puedo hacer huevos revueltos en el asfalto. Mi mamá canta mientras echa agua en el piso. Trabaja con pasión y no reniega como yo. Me gustaría llegar a ese nivel de espiritualidad alguna vez. Ha terminado de limpiar la sala de niños y ahora se pone a mi par para terminar con las montañas de sillas. Es demasiado rápida. – No me gustan los trajes que vamos a usar en la reunión con las chicas de danza. Encima me aplana las tetas. – Me mira, sonríe y me responde: – muchas veces por amor, hay que hacer cosas que no nos agradan tanto. – No me convence su respuesta y prefiero no darle más dramatismo a la situación. Hemos terminado de desempolvar las sillas y ahora me dirijo a los sanitarios. Limpiar los baños es un ritual filosófico para mí. Desde temprana edad escucho que “los grandes” empezaron limpiando baños y luego Dios los ha llevado a “posiciones de autoridad” a causa de este sacrificio. El hecho de limpiar el baño me resulta un poco humillante. No entiendo cómo puede ser agradable limpiar salpicaduras de caca seca. O inhalar el aroma a anchoas de los tachos con toallitas femeninas. El baño es el lugar de nuestros desechos humanos. Si allí se encuentra la escalera al éxito, realmente no la veo. Mientras echo litros de desinfectante al agua, me da la impresión de que hay gente que cuando ingresa al baño es la primera vez que se tropieza con un inodoro. Coloco rollos de papel higiénico y deseo que no se los roben. Limpio los vidrios salpicados y observo mi reflejo en el espejo. Soy Cenicienta.

El templo ha quedado tan perfumado y brilloso que estoy sorprendida. De camino a casa sólo pienso en el baño que me voy a dar cuando llegue. Tengo tarea que la haré después de cenar. El sol se ha ocultado desde hace un par de horas. Sopla un viento fresco que nos acompaña en nuestro regreso. Volteo para observar a mi madre y tiene los pelos duros por la tierra que hemos sacado. Espero que Dios tenga un lugar muy especial reservado para ella en el cielo.

Mientras continuó observándola, disimulo mi fascinación por su ser. Detecto su cansancio sin que me lo diga. Tengo ganas de abrazarla fuerte, pero ambas estamos muy transpiradas y si lo hacemos vamos a quedar pegadas como stickers. Llego a casa y el baño está ocupado por mi papá. Mis hermanos han llegado del colegio. Ellos van a la primaria y generalmente un vecino los trae de regreso a casa porque tiene que recoger a su hijo que es compañero de mi hermano. Ellos están merendando.

Cuando mi papá sale del baño, entra mi madre a bañarse porque luego tiene que hacer compras en el súper y la verdulería. Me pide perdón por ganarme el baño, pero los negocios en el barrio cierran temprano generalmente. Yo le digo que no se preocupe y voy a la pieza. Me acuesto en el suelo para no manchar la cama con mi suciedad. Agarro el celu y veo un mensaje de Lola. Me dice que ha estado enferma y por eso no ha asistido a clases. Puedo detectar en su mensaje la tristeza de no haber podido compartir este día conmigo. Realmente Lola es el ser más amoroso que alguien puede llegar a conocer. Es un poco más alta que yo, su cuerpo le desagrada bastante, siempre está haciendo estrictas dietas que luego abandona. Su cabello lacio siempre brilla y su sonrisa es permanente. Expresa su amor de manera verbal, física y anímica. Compartimos muchas cosas a excepción de la religión. Su familia es muy católica, y a veces tenemos diálogos en los que ponemos de manifiesto nuestros conocimientos y dudas. Igualmente, en el fondo me aterra cuando tengo que mencionar que asisto a una iglesia protestante. No lo oculto, sólo que la gente tiene el mismo concepto de los protestantes evangélicos: “no te dejan fumar, ni salir a bailar, ni tomar alcohol ni tener relaciones sexuales antes del matrimonio”. Las personas lo enumeran de un modo que hasta a mí me hace dudar de que no sea una secta, pero la forma en que el pastor anuncia estas prohibiciones desde el púlpito resulta atractiva y convincente. Por eso tengo que inventar mejores argumentos cuando me hacen planteos eclesiásticos. Pero lo mejor es que no me pregunten sobre la iglesia, es un poco aburrido. Si Lola me llega a preguntar ahora qué he hecho en la tarde le responderé: “he estado limpiando el templo el día de más calor por placer y amor al señor que me tiene en su gloria para que cuando vaya al cielo sea recompensada y pueda caminar en las calles de oro que tiene preparadas para mí”. Creo que su respuesta más cercana sería que tengo que ir al neuropsiquiatra.

Capítulo 2:1

“Hola Cupido”

Me preparo para ir a la reunión de jóvenes. Esta reunión se hace en la casa de Rebeca. Ella es del norte y se ha mudado a este barrio a causa de su trabajo. Vivir en un barrio marginal como el mío tiene sus ventajas en lo económico. La comida es a bajo costo, el alquiler es accesible y si no te molestan los vecinos curiosos cualquier persona se adapta. Me he puesto un pantalón de jean tiro bajo con un cinturón marrón, una musculosa blanca con estampado de corazones rojos y sandalias marrones. Estoy afuera de la casa de Rebeca. Yo le digo casa, pero en realidad es una pensión que tiene como dueño a un hombre viejo y ofuscado que le molestan nuestras reuniones. Se pone de mal humor cuando nos ve y en varias ocasiones no nos saluda. Su falta de cordialidad puede deberse a su sordera. Cuando cantamos alabanzas a veces golpea la puerta para decirnos que bajemos el volumen de nuestra voz y nuestros aplausos ya que los vecinos se quejan. Por cosas así no comprendo su sordera. Los vecinos de Rebeca tienen hijos chicos que se largan a llorar y los escuchamos desde acá, además tienen perros que ladran muchas veces cuando estamos leyendo la biblia. En otras ocasiones, otros ponen música alta, pero las quejas siempre son hacia lo que nosotros hacemos. La pensión cuenta con un gran jardín verde, y muchas rosas de colores. En la entrada hay una planta de jazmín. Yo estoy al lado porque despide una fragancia riquísima. Veo de lejos a Eva y a Yami y me acerco para saludarlas. Nos damos un fuerte abrazo y entramos a la casa. Eva nos cuenta que se está mensajeando con un chico de la escuela que le gusta mucho. Yami tiene un novio por ahí con el cual se ve a escondidas, pero aún no sabemos quién es. Yo sigo virgen completamente. Como no salgo más allá de mi casa al colegio, y del colegio a la iglesia, estar en esta reunión (que también es una actividad de la iglesia) me dispersa un poco porque veo a mis amigas y nos actualizamos los chismes. Paso por el umbral de la puerta para observar si están los chicos. Hago un panorama de izquierda a derecha y ¡zas! mi atención cae sobre un joven que no he visto nunca en mi vida. Mi corazón comienza a latir rápidamente mientras sube un calor infernal hasta mi cabeza. Eva observa mi reacción y me empuja hacia adentro de la casa. Me agarra de la mano y nos sentamos cerca de este desconocido. Mis piernas están temblorosas, me sudan las manos y el corazón galopa como un caballo de carreras. Me detengo a observarlo. Es alto, de tez oscura, ojos achinados, corpulento, cabello color negro azabache y lacio. Tiene una remera blanca bien apretada que marca sus pectorales, pantalón de jean chupín y zapatillas blancas de tela. Mis cachetes parecen dos semáforos que se han detenido en rojo. De mis manos brota un incesante sudor frío que seco rápidamente en mis jeans. Estoy muy nerviosa. En ese instante llegan Elías y Eliseo, se sientan al lado del chico nuevo. Rebeca nos presenta a su hermano Filemón. Lo saludamos a coro como en una reunión de alcohólicos anónimos. Rebeca hace una pequeña oración pidiéndole a Dios que nos guíe en esta reunión y que nos hable con la palabra que se va a compartir. En este tipo de reuniones nos tomamos de la mano para orar y cerramos los ojos mientras alguien considerado el portavoz del Señor ora en voz alta. Estamos amontonados porque la casa es chica. Eva me mira y se ríe. Yo la miro y sonrío también. Es de mala educación abrir los ojos mientras alguien está orando. No sé quién inventó esta regla, pero no me gusta cerrar los ojos por mucho tiempo porque me aburro y empiezo a bostezar. Me señala a Filemón y le sonrío. Suelta sus manos de la ronda de oración y me dibuja en el aire un corazón con sus dos manos. ¿Qué hace? ¡La van a retar! Sonreímos y Rebeca termina su oración con un –Amén. Todos decimos amén a coro. Filemón observa a todos, pero aún no ha dicho ninguna palabra, parece tímido. Mientras tanto aprovecho para acosarlo con miradas penetrantes. Sus labios son finos, tiene algunas pelusitas en su mentón que simulan una tímida barba. No tiene vellos en sus brazos. – ¿Cómo ha ido tu semana en la escuela María? – me pregunta Rebeca. Abro los ojos grandes porque me agarra infraganti deseando a su hermano. Mientras hablo siento el fuego de mis cachetes que me advierte que estoy al rojo vivo. Les comento a los chicos las grandes expectativas que tengo para este año en la escuela de poder ser la mejor alumna y sacar buenas calificaciones. Como si estuviera en un interrogatorio Rebeca me sigue preguntando: –¡Qué bueno María! Y además del colegio, ¿Qué otras metas tenés para este año? –me dice en un tono de desprecio. ¿Es en serio? ¿qué otras metas puedo llegar a tener? Tengo 14 años, voy a la escuela, mis metas son estudiar y no llevarme materias para no tener que rendir en el verano. Otra de mis metas es poder besar a su hermano, pero no puedo decirlo en público. Otra meta podría ser dejar de ser pobre, pero más que meta sería un milagro. Tanto que se nos predica sobre milagros ¡No quiero ver un muerto resucitar, quiero ver la billetera de mi padre revivir! Quiero comprarme ropa, quiero que mis padres tengan dinero para arreglar la casa. Quiero que nos vayamos de vacaciones, etc., etc., etc. –No sé, no se me ocurre otra cosa –le digo. No conforme con mi respuesta, Rebeca se dirige a Elías: –¿Cómo sigue tu papá ya que la semana pasada hemos estado orando por él? –le pregunta con un tono de dramatismo insuperable. Y sí, yo comprendo que las metas o pedidos de oración de mis amigos sean más importantes que los míos a simple vista. Pero mi objetivo no es egoísta. Quiero que me vaya bien en la escuela para en un futuro ser profesional, ganar dinero y salir de la pobreza. Comparado con el problema de Elías, puede que haya similitudes entre lo que deseamos. La empresa en la que trabajaba su papá lo ha despedido luego de 10 años de trabajo. Elías nos cuenta que la situación en su casa es crítica y que a su padre no le quieren pagar. Rebeca lo alienta para que siga creyendo en Dios de que le abrirá una puerta mejor. El rostro de Elías irradia tristeza y pocas esperanzas. Yo sigo embelesada con el rostro rígido de Filemón. Finalmente, éste habla cuando su hermana le dice que se presente y que les diga a los chicos por qué razón está ahí. –Bueno chicos, hola, yo me llamo Filemón y me vine a vivir con mi hermana para terminar de cursar el último año de escuela en esta ciudad. Siempre quise conocer Córdoba así que aproveché que mi hermana está viviendo acá para quedarme. –¡Carajo! ¡No puede tener ese timbre de voz! Estoy atónita, levanto mi ceja izquierda mientras lo escucho en señal despectiva. ¡Tiene la voz muy aguda! ¡Incluso más que la mía! Nunca lo hubiera imaginado. Su voz no está a su altura. Sus palabras emiten un sonido disfónico que me da gracia. Sólo un poco de mi fascinación inicial ha mermado ante tanta exposición de realidad. Mientras habla me mira un instante, pero no quiero ilusionarme, apoya su mirada en mí como lo haría con cualquier integrante de una charla grupal. ¿Me considerará atractiva? Sólo pienso en una cosa: quiero besar a Filemón.

Capítulo 2:2

“Pie de Princesa”

Con las chicas del grupo de danza, hemos acordado usar (para la reunión de la iglesia de esta noche) unas zapatillas denominadas guillerminas. Este calzado es de tela y vienen de varios colores, pero nosotras hemos decidido usar el color blanco virgen. En realidad, yo nunca estoy de acuerdo con las decisiones estéticas que se toman en el grupo, sólo recibo órdenes que luego tengo que cumplir. Obviamente no cuento con estas zapatillas porque no son de mi gusto, así que me dirijo ahora mismo a la única zapatería de mi barrio pueblerino para comprarlas. Estoy con mi mamá porque ella es la que tiene el dinero (lógicamente), y la tarjeta por si el costo excede el efectivo con el que contamos. Una vez dentro del local le explico a la vendedora lo que estoy buscando. Se nota que es una vendedora nueva, así que está muy nerviosa porque no entiende lo que le digo. –Son unas zapatillas de tela que están de moda actualmente –le vuelvo a explicar a la vendedora. Hace mucho calor en el templo debido al cielo raso y la falta de ventilación. Por eso necesitamos un calzado fresco y que sea accesible al bolsillo de todas, pero mi bolsillo siempre está flaco como mi cuerpo. Estoy sentada esperando desde hace 10 minutos a la chica que está en el depósito revolviendo todo. Me he sacado la zapatilla derecha para ganar tiempo cuando venga. Comprar calzado es una de las actividades que más detesto porque tengo los pies muy flacos y raros y nada me queda bien. Tengo que fingir que algo me gusta porque si fuera por mí me volvería sin nada a mi casa. Cuando tengo que comprarme sandalias sufro porque el modelo que me gusta es demasiado caro o no tiene mi número. Finalmente aparece la vendedora con la caja y cara de melancolía. –¡No quedan más guillerminas! –me dice. –Sólo tengo estas zapatillas que son parecidas, pero tienen cordones. –La ira se apodera de mí, pero trato de filtrar este mal momento simulando mi cara y tragando mucha saliva amarga. Me pruebo la horrible zapatilla blanca acordonada y camino dos pasos. Sí, es mi número, pero no me gusta cómo me queda. Más bien, me desagrada cómo se ve en mí. Mi imagen mental era con las guillerminas puestas, no con estas alpargatas con cordones. –¿Y cómo te quedan hija? ¿Te gustan? –Me dice mi mamá –¡Las voy a llevar! –le respondo enojada. –¿Pero te gustan? ¿Estás segura? –Me vuelve a preguntar porque ya me conoce. Es muy difícil disimular mi enojo. La vendedora se lamenta por la falta de stock. Yo no quiero ni mirarla, ¡es su culpa! Porque la culpa tiene que ser de alguien. Las necesito, aunque me desagradan. –¡No me gustan, pero las tengo que llevar! –le respondo de mal humor, aunque no quiero hacerlo, pero estoy muy enojada con la situación. ¡Ojalá pudiera morderme la lengua antes de contestar mal, pero no me sale! Me siento como una víbora que tiene que inyectar todo su veneno. Y luego de que me enojo y digo mi repertorio de palabras me arrepiento, pero ya es tarde. Mi mamá no dice nada, pero hay tristeza en su rostro. Yo estoy enojada conmigo misma por la mala suerte que tengo de vivir en este barrio que sólo tiene un lugar para poder elegir. Mi mamá le pregunta por el precio y excede de lo que habíamos calculado. Así que saca su tarjeta y me mira sonriendo. Yo trato de sonreír, pero apenas esbozo una sonrisa. Me gustaría ser una hija agradecida y darle un fuerte abrazo a mi madre por el sacrificio que hace al hacer esta compra. ¡Pero no me sale carajo! Es como si la rebeldía adolescente se hubiera apoderado de mí por completo. No puedo controlar este enojo. Es una mezcla de impotencia, ira y desesperación por tener que hacer la voluntad de lo que me dicen en el grupo de danza. Por lo menos estas zapatillas harán juego con esos ridículos vestidos de disfraces. ¿Qué más puedo hacer? De regreso a casa mi madre no dice ninguna palabra. Me conoce. Además, el enojo me dura bastante últimamente. ¡Si no me obligara a estar en este estúpido grupo nada de esto estaría pasando! Como si lo estuviera adivinando, pasamos por una panadería e ingresamos al local. El aroma a criollitos calentitos y a medialunas hace que merme de a poco mi mal humor. Me pregunta qué quiero. Yo le digo que unas medialunas con dulce de leche. Además de eso compra pan, una caja de leche, queso cremoso, unos criollitos, mermelada y algunos huevos. Mi madre es clienta de la vendedora y se llevan muy bien. Cuando la vendedora le dice el total del costo de los productos mi mamá le responde: –Ahh muy bien, te voy a pedir por favor que me lo puedas anotar hasta el fin de semana que cobra mi marido. –Realmente el gasto de las zapatillas ha generado un desequilibrio en la administración de mi madre. Aunque no me lo va a decir, me es inevitable sentirme culpable. ¡Mierda! ¡Si sólo fuera más amable! Me cuesta tanto y no sé por qué los cambios en mis sentimientos son tan intensos. Luego vamos a la verdulería y compra mucha papa y algunas frutas. Como somos varios, mi mamá nos dice que comamos una fruta por día. Ella y mi papá no comen para que podamos comer más nosotros. ¡Estas son las cosas que me enojan! Pero tengo que recordarlo para que en algún momento de mi vida cuando sea exitosa y tenga mucho dinero pueda comprar cientos de kilos de fruta y hagamos las más diversas comidas. Casi llegando a casa le hablo a mi mamá para romper el hielo. No me gusta estar enojada y menos con ella. Llegamos a casa y mi mamá pone el agua para tomar unos mates. Yo preparo las chocolatadas para mis hermanos que acaban de llegar del colegio. Ponemos todas las delicias en la mesa y comemos. Yo estoy feliz mientras disfruto mis medialunas con dulce de leche, pero no puedo dejar de pensar en el gasto que les he ocasionado a mis padres por estas zapatillas horrorosas.

***

En la noche, durante la reunión, he tenido que soportar las miradas de desprecio de Macarena y Sofi hacia mis zapatillas acordonadas. Las he visto mirándome los pies cuando cantábamos las alabanzas y sonriendo entre ellas con una actitud despectiva. ¡Malditas arpías! Pero cuando nos juntamos a orar me decían que me quedaban bien. Por otro lado, mis verdaderas amigas Eva y Yami me han preguntado por qué he traído estas zapatillas tan horrendas. ¡Esta es la clase de personas que deseo a mi lado! Porque sé que estas zapatillas son feas pero no tenía otra opción. Alegría es quien decide qué peinado vamos a hacernos, qué ropa usar y qué calzado. Pero Macarena y Sofi la han manipulado para que usemos las guillerminas porque ellas las usan todo el tiempo y tienen de varios colores. No me he podido concentrar en la palabra que ha dado el pastor porque estoy muy enojada por estar obligada a usar este calzado del diablo. ¡Carajo, ni el diablo debe usar algo tan feo como estas zapatillas con cordones! Y como frutillita para el postre, hace un rato me dirigía al baño y un niño de cuatro años me pisó el pie derecho. El blanco purísimo virgen ha desaparecido y tengo la huella de este infante impresa en la tela. ¡Hoy ha sido el culto más largo de la historia! Cuando por fin termina la reunión se acerca Alegría a mi lado y me dice. –María, tengo que decirte una cosa, pero me gustaría hablarlo en privado. –Por su tono de voz intuyo que algo no va bien. Yo soy muy dramática, entonces cuando me dicen “tenemos que hablar” siempre imagino varios escenarios catastróficos. Nos dirigimos a un rincón de la iglesia, suspira y me dice: –Tus zapatillas no son parte del uniforme porque habíamos quedado en usar las guillerminas. Todas estaban iguales excepto vos, y no está bueno que haya diferencias en el grupo, así que te pido por favor que para la próxima reunión puedas traer las adecuadas. –Me dice en tono autoritario y delicadamente policial. ¡Yo no puedo creerlo! –Mira Ale, yo quise comprarme las zapatillas correspondientes, pero no había más stock, por eso mi mamá me compró estas con la tarjeta de crédito. –Trato de que mi relato la conmueva hasta las lágrimas y que luego me pida perdón por ser tan exigente en algo tan banal como unas zapatillas, no obstante, me mira a los ojos fríamente como si no hubiera escuchado mi relato y me dice: –La verdad es que me gustaría que la próxima reunión traigas las guillerminas, por favor. Nos vemos. –Me saluda con un beso frío como el que Judas le dio a Jesús cuando lo traicionó en el Getsemaní y se va a hablar con la pastora. ¡¿Acaso cree que estoy tan loca como para comprar otras zapatillas con la tarjeta de crédito?! ¡Y tan sólo por un capricho! ¿Me voy a ir al infierno si no me compro esas zapatillas? Lo que más bronca me da es que no le puedo decir nada de lo que pienso porque si no, va a tomarlo como que estoy deshonrando a su autoridad. ¡Pero le diría tantas cosas! ¿Cómo es que no entiende que no tengo plata para comprarme otras zapatillas? ¿Por qué no me las regala ella si tanto quiere hacer una obra de bien? ¡Estoy tan enojada que me podría convertir en el increíble Hulk! Agarro mi bolso y corro con Eva y Yami al baño de mujeres. Corremos rápido como si escapáramos de un asesino serial. Es nuestra rutina de velocidad porque el baño de mujeres siempre colapsa debido al número de damas que tiene la congregación. El baño no es de otro mundo, ni lujoso, sólo tiene un inodoro, bidet, un lavatorio para manos y un gran espejo que seduce apenas te ves reflejada en él. También hay una ducha que nunca se usa. Ingresamos las tres juntas y cerramos la puerta con el pasador. Mientras les cuento lo que Alegría me ha dicho sobre mis zapatillas, Eva me responde: –No le hagas caso, si todo lo que ella hace es hacer la voluntad de la pastora. Seguro que la pastora le dice tirate un pedo y ella va y se tira dos por las dudas, para quedar bien. – Nos reímos. –Sí es cierto, pero me da bronca que no valore el esfuerzo que hice para ir a comprar este calzado de gaucho. –Mientras nos sacamos nuestras ropas celestiales e inmaculadas, desdoblamos de nuestros bolsos los pantalones de jean con nuestras atractivas remeras. Yo me saco el calzado y noto que he transpirado mis pies más de lo normal. Dejo el calzado en el suelo y nos invade un olor a queso rancio que es imposible de ignorar. Yami me mira y luego mira las zapatillas. Se tapa la nariz y comienza a reírse. Luego Eva reacciona: –Amigaaaaaaaa, ¿se te murieron los pies? –Nos reímos. Para solucionar el problema saco de mi bolso el perfume y comienzo a rociar. Esto es aún peor, se han mezclado los olores. Yami me dice que nunca más me ponga las zapatillas sin medias. Le asiento con la cabeza mientras me río. Salimos del baño rápido, más rápido de lo que entramos. Atrás nuestro hay una fila interminable de mujeres enojadas que nos miran con desprecio a causa de nuestra juventud y de nuestras risas desquiciadas. ¡Pobre la mujer del señor que ingrese ahora!

Capítulo 3:1

Modo Lunes

Suena la alarma del celular. Miro la hora y marca las 6 de la mañana. Apago el sonido mortífero y pego un salto de la cama. Esta es la forma en que me levanto durante los cinco días a la semana para cursar el colegio. Tomo un té con lo que encuentro en la caja del pan: hoy hay galletitas de agua, pero a veces es sólo pan, o sólo té. Esta mañana estoy con ánimos y me maquillo los ojos con rímel y delineador. Además, agrego un poco de rubor a mis mejillas y me hago una pequeña trenza que sujeto con una prensa de color amarillo flúor. Voy a un colegio público así que prácticamente puedo ir como quiera. La regla es sólo llevar la remera y/o campera del uniforme, un pantalón de jeans sin importar el color y zapatillas de cualquier marca. Tengo una sola campera azul de algodón que es abrigada y por lo tanto no es sexy. Mis zapatillas son negras, tienen cordones blancos con brillos y una estrella al costado que imitan a una marca de zapatillas muy conocida mundialmente. Tomo el colectivo en el horario habitual y me bajo para caminar las cuadras cotidianas. Este trayecto es el más complejo antes de llegar a la escuela porque tengo mucho sueño. Se me cierran los ojos. Todo lo que deseo en este instante es dormir profundamente sin que nadie me moleste. En lo único que pienso es en la siesta que me voy a dormir cuando llegue a mi casa.

Me dirijo a la puerta de entrada y veo a Lola bajar del increíble auto de su padre. Parece de colección. Todos la observan con atención. Mientras su pie toca el suelo, desciende del carruaje moderno. Su rostro está encendido de la vergüenza. Nos damos un fuerte abrazo mientras le digo cuanto la he extrañado. Estamos en el SUM del colegio para iniciar el saludo a la bandera. Aprovecho ese momento para hacer la presentación oficial de mis nuevas amigas. Luego del saludo exprés nos ubicamos últimas en la fila. Extiende su mano y me entrega una bolsa de golosinas y una carta. ¡El corazón se me derrite de amor! Guardo la carta y la bolsa de caramelos en el bolsillo de mi campera. Despacio, sin hacer mucho ruido saco un caramelo de dulce de leche relleno con chocolate. La directora pide silencio y nos acomodamos firmes para cantar a la bandera. En realidad, nadie canta, sólo la directora y los profesores que se encuentran allí. Me fijo nuevamente en la bolsita con golosinas para saber qué más hay y encuentro un chupetín sabor a frambuesa, un chocolate aireado, más caramelos de dulce de leche, caramelos gomitas de colores, y caramelos de menta rellenos con chocolate. ¡Amo a Lola y más cuando me regala estas golosinas! La razón es muy simple: yo no puedo compararlas. ¿Y por qué? Porque son golosinas caras que yo misma no puedo adquirir. La única forma de que pudiera obtenerlas sería robando. Pero eso es imposible, ni siquiera puedo robar un caramelo. ¡Nunca he robado nada! Simplemente no puedo. Mi mamá me da algo de dinero para la merienda, pero lo ahorro generalmente. No quiero gastarlo, tengo que pensar en mi futuro. No sé por qué ahorro sinceramente. Las chicas de primer grado izan la bandera con una lentitud que podría durar toda la mañana. Por mí es mejor, así perdemos horas de clases. Saco de mi bolsillo la carta. Abro apenas un extremo. Es una hoja impresa completamente de color azul marino. Mi sorpresa es grande porque ha gastado mucha tinta. El otro día me mandó un mensaje para avisarme que su padre le compró una impresora para que haga los trabajos prácticos advirtiéndome que es muy celoso de usarla para cualquier cosa que no sea exclusivamente del colegio. En parte lo entiendo, cada impresión full color gasta mucha tinta y es un hombre ahorrador, como yo. Por eso, más allá de lo que Lola me exprese con sus palabras en este papel, considero a ésta, una carta de mucho valor. Literalmente.

Ingresamos al curso y Lola se sienta a mi lado. Estoy contenta de que estemos juntas otro año. A las dos nos gusta estudiar en los exámenes, así que, si la profesora realiza un examen con el compañero de banco, ambas estamos aseguradas. Mi objetivo es aprobar todas las materias para no rendir en las vacaciones de verano. Nunca he pasado por esta experiencia, y tampoco me gustaría hacerlo. Lola me cuenta lo mal que se ha sentido a causa de su alergia. Es un tema serio, porque se queda sin oxígeno y tienen que llevarla de inmediato al médico. Mientras la escucho con atención, miro hacia mi derecha y noto la ausencia de Francisco.

La profesora nos ordena que abramos nuestras carpetas. Con una gran sonrisa nos sugiere que le pongamos onda a su materia porque entiende que empezar la mañana con matemáticas no es nada sencillo. Me agrada bastante su realismo porque esta materia es mi pesadilla. Odio los números desde siempre porque mi cerebro funciona lento para los cálculos rápidos, o lógicos, o fáciles, comprensibles para todos. La profesora hace ecuaciones en el pizarrón para recordar temas del año pasado. Anota al final de cada ejercicio el resultado. Luego nos dice que tiene que ir a la dirección para hacer unos papeles. Sale del aula y nos quedamos en silencio. Tenemos tanto sueño que ni ganas de gritar hay. Mientras copiamos los ejercicios de manera muy obediente como ovejitas, le comento a Lola que he conocido a Filemón. Ella se ríe de su nombre y me pregunta si tiene 80 años. –¿Por qué me preguntas eso? –le digo con intriga y sonriendo. –¿Entonces por qué le han puesto ese nombre tan viejo y tan extranjero? –me dice riendo. Yo también me río. Suena gracioso como lo dice ella y le explico que las personas eclesiásticas les ponen nombres bíblicos a sus hijos con la idea de que cuando crezcan sean exitosos y buenas personas. Pero yo creo que el nombre no tiene nada que ver en esto. Yo me llamo María Belén y siempre tengo pensamientos pecaminosos. Debería ser como la virgen María, santa de mente y pura de corazón, pero soy esto. Entonces, basada en mi propia experiencia y en mis amigos que también tienen nombres bíblicos y no le hacen “honor” a su nombre pienso que cada persona establece su destino más allá de cómo la llamen. Se me ilumina el rostro cuando hablo de él. Me intriga mucho lo que ella piense porque es muy perceptiva con la gente. Se alegra al escuchar que me gusta alguien y me aconseja que lo conozca antes de darle mi primer beso. Espero que mis hormonas hayan escuchado esta opinión. –¿Y qué tal tus vacaciones? –le pregunto. Sonríe y me dice despacio y con emoción: –¡Ya no soy más virgen! – La puerta se abre violentamente e ingresa Francisco discutiendo con la preceptora. Ésta le dice imperativamente que no va a tolerar llegadas tarde este año. Francisco sonríe y le acaricia el pelo rizado como si estuviera coqueteando con ella. La preceptora le sonríe y le da una cachetada de cariño. Se acomoda en su lugar, abre su carpeta, saluda a Mario, su compañero y amigo de banco y luego se levanta. Se va hasta la fila de adelante y comienza a saludar. Somos 34 y con cada compañero que saluda se queda hablando, riendo, y divirtiéndose. Este tipo de actitudes me parecen bastante pedantes y me irritan un poco. ¡Es un cliché de rebelde! Lo que no me irrita para nada, y no puedo dejar de admirar es su campera roja de algodón. Es mágica. O tal vez él hace que se vea de esa manera. Tiene un pantalón de jean oscuro que marca sus musculosas pantorrillas. Tiene piernas largas. Sus zapatillas rojas son del mismo tono que su buzo. Lola me mira en el instante cuando estoy escaneando a Francisco: – ¿Te gusta verdad? – Yo sonrío: – ¡Estás loca! Somos incompatibles –. Ella es muy romántica y ve amor en todos lados. Hasta podría ayudar a una pareja de cactus a enamorarse. No sé si me gusta. Ahora me hace dudar. ¿Está mal que me gusten dos chicos a la vez? No me pienso casar con ninguno de ellos (ni con nadie), así que tengo mi conciencia eclesiástica tranquila. Veo a Francisco acercarse hacia mi lugar y me sudan las manos. ¡Ya hormonas! ¡Quédense quietas! Me mira y luego mira a Lola. Se dirige hacia ella con una gran sonrisa. –¡Hola querida, bienvenida! ¿Cómo te llamas? –Lola –le responde mi amiga con toda la dulzura del mundo. Luego se acerca a mi lado, me da un beso cerca de la boca, y se sienta en la misma silla donde está mi pequeño culo. –¡Qué rápido que agarras vuelo vos! –le digo un poco seria, aunque me cuesta contener la risa. No sé si mi sorpresa ha sido su atrevimiento, o que me haya agarrado desprevenida. –Yo soy muy cariñoso, por eso, demuestro mi afecto. –Me dice sonriendo y mirando mis labios. Yo sonrío sin responder porque generalmente odio el contacto físico, pero tener su cuerpo rozando el mío, es mágico. Sonrío nerviosamente mientras imagino sus labios en los míos. El calor de este momento me produce un éxtasis hormonal. Es una sensación muy agradable de la cual no estoy acostumbrada. No sé si es afectiva, lo único que sé, es que definitivamente me atrae físicamente. Mis emociones son muy confusas últimamente, no puedo confiar en ellas. Llega la profesora, ve a Francisco sentado en mi lugar: –¡Franciscooooooooo sentate en tu lugar carajo! –le grita con todo su aliento que me hace sobresaltar de mi asiento. Mientras éste se levanta despacio, roza parte de mi cuerpo y yo siento miles de estrellitas en mi zona íntima. –¡No perdés la costumbre de sentarte en el lugar de tus compañeras Francisco! –le grita la profesora. En ese instante se corta mi ebullición hormonal. ¿Significa que Francisco tiene esta costumbre? ¿O sea que no soy la primera chica que siente esto? Me ha quedado una sensación extraña. ¿Acaso tengo celos? ¡Qué carajo! Tal vez les coquetee a muchas chicas. De ser así, yo soy su carnada. Tengo que ser fuerte y no caer en sus encantos.