El mantel de Tabby - Louisa May Alcott - E-Book

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Louisa May Alcott

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Beschreibung

Escritora estadounidense, cuyos libros juveniles se caracterizan por su descripción intimista de la vida y la lealtad familiar. Hija del educador y filosofo Bronson Alcott, nació en Germantown, Pensilvania.

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El Mantel de Tabby

Louisa M. Alcott

1

El vigésimo día de marzo de mil setecientos setenta y cinco, una niña recorría un camino rural con una cesta de huevos al brazo. Parecía tener mucha prisa y miraba ansiosa a su alrededor a medida que avanzaba, pues aquellas eran épocas de revuelta, y Tabitha Tarbell vivía en un pueblo que tuvo famosa participación en la Revolución. Era una muchacha de catorce años, sonrosada, de mirada vivaz, plena de vigor, coraje y patriotismo, y muy excitada en ese entonces por los frecuentes rumores que llegaban a Concord según los cuales los ingleses llegarían para destruir las provisiones guardadas allí durante la ocupación enemiga de Boston. Al pensar en esa posibilidad, Tabby ardía de cólera y metafóricamente amenazaba con un puño al augusto rey Jorge pues era una pequeña y leal revolucionaria dispuesta a pelear y morir por su patria antes que someterse a una tiranía de cualquier especie.

En casi todas las casas se ocultaba algo de valor. El coronel Barret tenía seis barriles de pólvora; Ebenezer Hubbard, sesenta y ocho barriles de harina; en casa de Daniel Cray había hachas, carpas y zapas; el capitán David Brown guardaba fusiles, cartuchos y balas para mosquetes. En los bosques se ocultaban cañones; en el taller de Barret se fabricaban armas de fuego; en el de Reuben Brown, cajas para cartuchos, cinturones y pistoleras, salitre en el de Joshia Melvin, y se preparaba harina de avena en cantidad en casa del capitán Timothy Wheeler. Por la mañana se disparaba un cañón; de noche una guardia de diez hombres patrullaba el pueblo, y los bravos granjeros se preparaban para lo que vendría.

En el pueblo vivían realistas que proporcionaban al enemigo cuanta información lograban reunir; por lo tanto, hacía falta suma cautela al trazar planes, para evitar que esos enemigos los traicionaran. Se adoptaban contraseñas, se utilizaban señales secretas, y se enviaban mensajes de casa en casa de las maneras más extrañas. Uno de esos mensajes iba en el fondo de la cesta de Tabby, bajo los huevos, y la valerosa niña cumplía un importante encargo de su tío, el capitán Brown, para el diácono Cyrus Hosmer, quien habitaba en el otro extremo del pueblo, junto al Puente del Sur. Ya había sido empleada varias veces de idéntica manera, demostrando que tenía una inteligencia vivaz, un corazón fuerte y unos pies ágiles. Al avanzar con su capa, y capucha rojas, deseaba poder distinguirse más aún mediante algún gran acto de heroísmo pues al enterarse de cómo había corrido de noche a la casa del capitán Barret, para, avisarle que el doctor Lee, un realista, acababa de ser descubierto enviando información de ciertos planes secretos al enemigo, el buen párroco Emerson le había palmeado la cabeza diciendo:

-¡Bien hecho, hija mía!

"Haría más que eso, pese a que tuve miedo al cruzar el bosque a oscuras. A esos les gustaría saber todo lo que yo sé acerca de los depósitos. Pero no se lo diría ni aunque me atravesaran con una bayoneta... No les tengo miedo", se dijo la niña, y alzó la cabeza desafiante, al detenerse para pasar la cesta de un brazo al otro.

Pero es evidente que algún temor sentía, porque sus mejillas rubicundas palidecieron y el corazón le dio un vuelco al ver aparecer a dos hombres que se detuvieron bruscamente. Eran forasteros y, pese a que sus vestimentas no lo indicaban así, ella advirtió en seguida que eran soldados; su paso y su actitud los delataban. Además la manera en que tan marciales caballeros se transformaron en inofensivos caballeros avivó en seguida sus sospechas. Después de cambiar algunas palabras en voz baja, los dos se adelantaron balanceando sus bastones; uno silbaba y el otro miraba con atención a uno y otro lado del camino solitario.

-Linda señorita, ¿ puedes decirnos dónde vive el señor Daniel Bliss? -inquirió el más joven, con una sonrisa y una venia.

Tabby se sintió segura de que eran ingleses, pues la voz del desconocido era profunda y plena su cara rubicunda, y el hombre a quien buscaban era un realista bien conocido. Pero sin dar otra señal de alarma que el leve rubor de sus mejillas, repuso cortésmente

-Sí, señor; en aquella dirección.

-Gracias, y te daré un beso de premio - anunció el joven, inclinándose para cumplir lo prometido.