El manuscrito - Juan Carlos Olivas - E-Book

El manuscrito E-Book

Juan Carlos Olivas

0,0

Beschreibung

El manuscrito es una original obra, escrita con un lenguaje altamente elaborado, que es resultado de una investigación amplia de quien lo escribe. El libro muestra una sólida estructura, que incluye una secuencia epistolar contenida entre poemas, que apuntan a imágenes hermosas de tinte surrealista. El mundo poético desarrollado refleja un gran dominio del tema y mucha destreza al mezclar referencias pictóricas, musicales, poéticas y de personajes históricos. Julieta Dobles, Paola Valverde, Alí Víquez Jurado Premio Eunice Odio 2016

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 52

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Juan Carlos Olivas

EL MANUSCRITO

Premio Eunice Odio 2016

Prólogo: Un trozo de azul en la memoria

Waldo Leyva

Hace algunos meses, cuando formaba parte de los invitados al Festival Internacional de Poesía de Costa Rica, tuve el privilegio de conocer a Juan Carlos Olivas, poeta costarricense con quien tuve el placer de compartir lectura en Casapalabra, sitio dotado de una atmósfera muy especial. En esa ocasión, y frente a amigos comunes, Juan Carlos leyó unos poemas donde la ausencia definitiva y el mar resultaban una presencia constante. Recuerdo que oí con especial atención cada verso y me sentí inmediatamente identificado con su voz, con esa lacerante ausencia que a ratos era desterrada por la memoria permitiéndome percibir, sin yo mismo saber cómo, una presencia de belleza entrañable, muy cara para el poeta. Le elogié aquellos versos y otros que tuve la suerte de conocer en esos días de experiencias inolvidables.

En un mensaje reciente, Juan Carlos me dio la noticia de que aquellos poemas formaban parte de un libro al que había puesto por título El manuscrito, con el cual acababa de ganar el Premio Nacional de Poesía Eunice Odio y me pidió unas palabras para que acompañaran la edición de ese libro, solicitud que agradezco y trataré de honrar.

Después de una cuidadosa lectura del poemario en su conjunto (está compuesto por cuatro partes), me resultó muy grato descubrir que estaba frente a un poeta que domina a la perfección su oficio, para quien la poesía es eso que no se ve pero anda, como nos dice Lezama, sobre su propia obra manuscrita. Ya tenía noticias de esa voz que escuché aquella noche memorable en San José, pero una cosa es oír los versos dichos por su autor, marcados por el ritmo de su respiración, impulsados por los distintos estados de ánimo que tomaron cuerpo en las imágenes y las metáforas que le ayudan a dialogar consigo mismo, y otra muy distinta es leerlo, asumir la tarea del lector, encontrar mi propia respiración, mis particulares estados de ánimo en esos versos; descubrir que para mí también el silencio puede ser una ola agreste golpeando contra el muro, o encontrar en la piedra la dureza del azar, al tiempo que puedo entrar, como hace el poeta, pero a mi modo y sin medir las consecuencias, en ese vórtice que divide dos realidades; una, la palpable, en la que podemos estar caminando rumbo al mar, o la otra, no menos real, donde el azul solo es memoria, sueño, referencia del dolor y la ausencia más lacerante.

Cuando se lee un poema no estamos buscando solamente lo que nos dice, bien o mal, el autor; buscamos en primer lugar un disfrute estético y además le exigimos, consciente o inconscientemente al texto, que diga lo que nosotros necesitamos decir, que responda lo que queremos que nos responda, y es en ese momento donde podemos aquilatar la real valía de un poema o de un libro. El Manuscrito, de Olivas, satisface con creces esas exigencias. Estamos ante un libro bien escrito, donde el poeta por momentos nos entrega su dolor más íntimo y se nos muestra solo ante una puerta que oficia de espejo y que no se sabe si le permite salir para el encuentro con el ser querido, ese que ya no corre por la arena, no ríe, no tiembla al contacto más leve, o lo conmina a entrar en sí mismo, a buscar en lo más hondo el cuerpo de esa ausencia que se niega a aceptar como definitiva. Esto es evidente en la primera parte del libro, donde están los poemas del mar que tanto me impresionaron. Allí se toca el dolor que señala esa distancia inaceptable, cierta nostalgia herida y una suerte de pesimismo que duele pero resulta necesario para que los ojos puedan cumplir el rito de abrirse cada mañana dispuestos a comenzar la vida, aunque el poeta, a veces, nos repita Ya no estoy despierto/ni en un sueño, porque ha descubierto el arte de ser aire/, espejo que arde y calcina la lengua, y entonces, en un supremo esfuerzo por salvarse, por salvar la memoria de quien ha provocado esa herida con la que vive y muere en el poema, se repite a sí mismo, frente a ese espejo que se incendia al más leve roce:

Será mejor así, amor, que no te ame,

para dejarte intacta una vez más,

en la pureza de las cosas

que no han estado vivas nunca.

Cuando la intensidad de esa angustia se hace insoportable, el poeta da un giro y recurre al diálogo con sus autores más queridos, busca su apoyo para salir a flote, para tomar un respiro, para encontrar en los versos que le han acompañado, en la música imprescindible, alguna respuesta. Y entonces vuelve Lezama y le recuerda que hay puentes que existen aunque no se les vea, puentes que a veces uno no puede definir si están ahí para marcar las dos orillas o para evitar que se encuentren; José Emilio Pacheco se acerca a su oído para recordarle que El tiempo que destruye todas las cosas/ya nada puede contra su hermosura[…] y Alfonso Cortés le advierte que Un trozo azul tiene mayor/intensidad que todo el cielo. Puede parecer, al lector menos avisado, que esta búsqueda de refugio en otras voces es una estrategia del autor para salvarse, para detener el golpe de las olas que nacen de su propio pecho y lo rompen. Pensando en la inutilidad de ese gesto del poeta, me viene a la memoria aquel verso del trovador cubano Noel Nicola que dice: Quise esconder mi alma pero se me ve.

El manuscrito