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La revolución astronómica copernicana fue el núcleo en torno al cual cristalizó la Revolución Científica del siglo XVII y exigió un cambio radical en la comprensión física del cosmos. En "El Mundo o el Tratado de la luz" René Descartes (1596-1650) realizó a partir de la filosofía corpuscular de los atomistas un serio intento de levantar un edificio filosófico global que pudiera enfrentarse de tú a tú a la filosofía aristotélica que respaldaba la tradicional concepción del mundo y en el que todos los fenómenos del universo se pueden explicar mediante los ilustrados principios de materia y movimiento sin recurso a fuerzas ocultas. Esta obra de Descartes que sólo pudo verse publicada póstumamente en 1664 representa un hito no sólo por lo que supone como monumental reto filosófico, sino también en el desarrollo de la historia de la ciencia. Traducción e introducción de Ana Rioja Nieto
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Seitenzahl: 335
Veröffentlichungsjahr: 2019
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René Descartes
El Mundo o el Tratado de la luz
Introducción, traducción y notas de Ana Rioja Nieto
Prólogo a la presente edición
Introducción, por Ana Rioja Nieto
I. «El Mundo» no fue dado a conocer al mundo
1. La primavera de 1629
2. Escritos anteriores a 1629
3. 1629-1633
4. El Mundo y el Hombre
II. Análisis de la obra
1. Un nuevo sistema físico
2. Las leyes de la Naturaleza
3. ¿Eternidad o historia del universo?
4. Estructura del mundo visible
5. La gravedad
6. La luz
III. Características de la traducción
El Mundo o el Tratado de la luz
Cap. 1.º [De la diferencia existente entre nuestras sensaciones y las cosas que las producen]
Cap. 2.º [En qué consisten el calor y la luz]
Cap. 3.º [De la dureza y de la liquidez]
Cap. 4.º [Del vacío; y a qué se debe que nuestros sentidos no perciban ciertos cuerpos]
Cap. 5.º [Del número de los elementos y de sus cualidades]
Cap. 6.º [Descripción de un mundo nuevo y de las cualidades de la materia de la que está compuesto]
Cap. 7.º [De las leyes de la Naturaleza de este mundo nuevo]
Cap. 8.º [De la formación del Sol y de las estrellas de este mundo nuevo]
Cap. 9.º [Del origen y del curso de los planetas y de los cometas en general; y de los cometas en particular]
Cap. 10.º [De los planetas en general; y en particular de la Tierra y de la Luna]
Cap. 11. [De la pesantez]
Cap. 12.º [Del flujo y reflujo del mar]
Cap. 13.º [De la luz]
Cap. 14.º [De las propiedades de la luz]
Cap. 15.º [Que la faz del cielo de este mundo nuevo debe parecer a sus habitantes totalmente semejante a la del nuestro]
Créditos
Casi tres décadas después de que se publicara en Alianza Editorial nuestra edición de El Mundo o el Tratado de la luz de Descartes, presentamos aquí una reedición de la misma en la que se han introducido algunos cambios, en todo caso menores, con respecto a la de 1991, en el sentido siguiente. En lo referente a la traducción, más allá de la corrección de alguna errata, se mantiene en los mismos términos a excepción de lo que se indica en la nota 2. Por otro lado, se suprimen total o parcialmente algunas notas de la traductora a fin de agilizar la lectura del texto cartesiano. Finalmente, se reproduce la Introducción, lo que significa que las referencias bibliográficas contenidas en las notas obviamente no superan la fecha de la anterior edición. De ahí que incluyamos a continuación una actualización de la bibliografía limitada a obras relacionadas únicamente con la filosofía natural cartesiana, con su concepción mecanicista de la naturaleza o también con su modo de entender la ciencia.
Comenzando por Gaukroger, S.: Descartes. An Intellectual Biography, Clarendon Press, Oxford, 1995, destacamos en especial el cap. 7.º dedicado a «Un nuevo sistema del mundo», tal como se articula en El Mundo o el Tratado de la luz. Con posterioridad, este autor ha publicado Descartes’ System of Natural Philosophy, Cambridge/N.Y., Cambridge University Press, 2002, que constituye un estudio de Losprincipios de la filosofía de Descartes, la obra mecánica de madurez del filósofo francés, en la que se recogen y amplían notablemente los temas abordados en El Mundo. También cabe mencionar la obra de Kobayashi, M.: La philosophie naturelle de Descartes, Librairie Philosophique J. Vrin, Paris, 1993, cuyos capítulos 4.º y 5.º nos hablan de la contribución de la física cartesiana a la formación de la mecánica clásica, por un lado, y de los límites y problemas de su física, por otro. En cuanto a Shea, W. R.: La magia de los números y el movimiento. La carrera científica de Descartes, Alianza Editorial, Madrid, 1993, aborda en el capítulo 11.º la nueva concepción de la materia y del movimiento en el contexto del estudio de las contribuciones científicas de este filósofo. Asimismo, la obra de Garber, D.: Descartes’ Metaphysical Physics, The University of Chicago Press, Chicago and London, 1992, da cuenta de los principales temas de la física cartesiana, tales como el movimiento y sus leyes o el rechazo de los átomos y el vacío. Posteriormente Garber ha publicado Descartes Embodied: Reading Cartesian Philosophy through Cartesian Science, Cambridge University Press, New York, 2001, en el que se integran diversos ensayos ya publicados con anterioridad en torno a la interconexión entre los intereses científicos y filosóficos de Descartes a propósito de cuestiones como el método cartesiano, la exigencia de certeza en la ciencia, la relación entre alma y cuerpo o la actividad de Dios sobre el mundo. Cuestiones diversas de filosofía natural cartesiana se contienen en Schuster, J. S. y Sutton J. (eds.): Descartes Natural Philosophy, Routledge, 2000.
Una reivindicación de la física cartesiana en este siglo la encontramos en Slowik, E.: Cartesian Spacetime: Descartes’ Physics and the Relational Theory of Space and Motion, Kluwer, Dordrecht, 2002, mientras que Schouls, P. A.: Descartes and the Possibility of Science, Ithaca/London, Cornell University Press, 2000, se plantea cómo concebir la mente (ámbito de la libertad) y la naturaleza (ámbito de la determinación causal) de modo tal que la ciencia sea posible. Por otro lado, en Des Chene, D.: Spirits and Clocks: Machine and Organism in Descartes, Cornell U. P., 2001, es analizada la concepción mecanicista cartesiana especialmente aplicada a los organismos vivos. En la compilación de escritos ya publicados sobre filosofía, religión y cosmología por Miguel Ángel Granada, El umbral de la modernidad. Estudios sobre filosofía, religión y ciencia entre Petrarca y Descartes, Herder, Barcelona, 2000, cabe destacar la parte segunda dedicada a cosmología. Asimismo, pese a limitarse al ámbito francés (Lyon), resulta de interés el estudio del debate entre cartesianos y newtonianos que hallamos en el siglo XVIII en Crepel, P. y Schmit, C.: Autour de Descartes et Newton, Hermann, Paris, 2017.
Finalmente, en González Recio, J. L. (ed.): La correspondencia R. Descartes-Henry More, Antígona, Madrid, 2011, se contiene la sugerente correspondencia mantenida entre estos dos autores entre diciembre de 1648 y agosto de 1649, en la que Descartes defiende la suficiencia de la causalidad mecánica para explicar el comportamiento del mundo inerte, mientras que More considera necesario introducir principios activos incorpóreos. Por nuestra parte hemos llevado a cabo un estudio de la filosofía mecanicista cartesiana en Rioja, A. y Ordóñez, J., Teorías del universo, Síntesis, Madrid, 1999, Volumen II, concretamente en el capítulo 3.º dedicado a «La gran maquinaria del mundo», en el que, por un lado, analizamos la relación entre heliocentrismo, mecanicismo y atomismo y, por otro, la filosofía mecánica de Descartes desde El Mundo o el Tratado de la luz a Los principios de la filosofía en temas como las leyes de la naturaleza, la «fábrica del mundo» o el problema del movimiento de la Tierra.
Ana Rioja Nieto
Universidad Complutense, 2019
En 1664 aparecía en París una obra que llevaba por título LE MONDE DE M. DESCARTES, où LE TRAITÉ DE LA LUMIÈRE, et des autres principaux objets des Sens. Avec un Discours du Mouvement Local, et un autre des Fiévres, composezselon les principes du même Auteur. El librero Jacques Le Gras era el responsable de la publicación por vez primera de esta obra todavía inédita de Descartes, seguida de dos discursos que no eran de este último. Catorce años habían transcurrido desde su muerte en la lejana Suecia, y más de treinta desde que fuera concebida en Holanda por el ilustre filósofo francés. Pese al estímulo e interés que mostraron diversos contemporáneos en ver esta obra física publicada, hay que decir, tomando prestadas las palabras de Huygens, que Descartes nunca se decidió «a poner El Mundo en el mundo», a permitir que «este Mundo viera el mundo» antes de su muerte, a evitar que «su Mundo fuera inútil al mundo»1. Un breve recorrido por las circunstancias que concurrieron en su redacción tal vez permita arrojar alguna luz al respecto.
Retrocedamos a los años en los que esta obra fue escrita, 1629-1633. Para acercarnos a ellos, disponemos de dos fuentes de gran valor: las cartas que Descartes dirigió a su condiscípulo y amigo en el Colegio de la Flèche, el P. Mersenne, y la narración ofrecida por el gran biógrafo A. Baillet en su conocida obra de 1691, La vie de Monsieur Descartes2.
Nos encontramos a finales del mes de marzo de 1629 ante un Descartes que, coincidiendo con su trigesimotercer aniversario, se dispone a emprender un camino de libertad, tranquilidad interior y estudio, o mejor, de libertad y tranquilidad para dedicarse al estudio y al cultivo de las ciencias. Y este camino tiene un nombre propio: Holanda. Abandona así la capital de Francia y se traslada a este país, en el que ya había vivido anteriormente y en donde permanecerá por espacio de veinte años residiendo en diferentes ciudades. Atrás quedan sus años de estudiante en Francia, en el Colegio de La Flèche (1606-1612) o en la Facultad de Poitiers en la que obtiene en 1616 la licenciatura en Derecho; sus años de joven soldado en busca de acción y de gloria, primero en el ejército de Mauricio de Nassau (1617-1619), y posteriormente en el ejército del príncipe elector Maximiliano de Baviera (1619-1621), lo que le da la ocasión de vivir en Holanda y en Alemania y de viajar por gran parte de Centroeuropa; sus años de viajes, especialmente por Italia, no perteneciendo ya a ejército alguno (1623-1625), o sus años de nuevo en París, salpicados de estancias temporales en el campo (1625-1628).
«No habiéndose despedido más que de sus amigos más íntimos –nos cuenta Baillet–, salió de la ciudad hacia el comienzo de Adviento del año 1628. No consideró adecuado dirigirse directamente a Holanda para no exponer su salud a los rigores de la estación, sino que se retiró a un lugar del campo que nos es enteramente desconocido. Solamente sabemos que no se encontraba fuera de Francia, y que pasó el invierno en este lugar de retiro lejos de las comodidades urbanas, para acostumbrarse al frío y a la soledad, y para iniciar el aprendizaje de la vida que debía llevar en Holanda»3.
¿Qué le llevó a Descartes a abandonar su país, exiliándose voluntariamente durante veinte años? Él mismo dará la respuesta años más tarde en una carta a Mersenne: «Por lo demás, hablando entre nosotros, [os diré que] nada hay que sea más contrario a mis deseos que el aire de París, a causa de una infinidad de divertimentos que allí son inevitables y [que], mientras me esté permitido vivir a mi modo, permaneceré siempre en el campo, en algún país en el que no pueda ser importunado por las visitas de mis vecinos, como hago ahora aquí en un rincón del norte de Holanda, pues ésta es la única razón que me ha llevado a preferir este país al mío, y en la actualidad estoy tan acostumbrado a él, que no tengo el menor deseo de cambiarlo»4.
Descartes busca, pues, reposo y sosiego, y ello en razón de un objetivo muy concreto: dedicar su vida a la investigación de la verdad, sin ser importunado por el mundo. La expresión puede parecer grandilocuente, y sin embargo refleja bien el talante de este filósofo, quien ya a los 19 años, o mejor, con sólo 19 años, decide emprender su primer «retiro». Así, Baillet nos narra cómo tras su reencuentro en París con M. Mersenne y su posterior separación, «en vez de pensar en volver a sus divertimentos y su ociosidad, [esta separación] le hizo entrar en sí mismo aún más que la presencia de su virtuoso amigo, y le inspiró la resolución de retirarse del gran mundo y de renunciar incluso a sus compañías ordinarias para dedicarse al estudio que había abandonado. Eligió el lugar de retiro en el «fauxbourg Saint-Germain», en el que alquiló una casa apartada del ruido y se encerró en ella únicamente con una o dos personas de servicio, sin advertir a sus amigos ni a sus padres»5. Sabemos que este alejamiento de cuanto le rodea no será desde luego definitivo; Descartes volverá al mundo, y de nuevo sentirá la necesidad de salir de él, para volver una vez más a él, lo que le obligará a alejarse de él...
Conviene renunciar a los amigos que inducen a la diversión y a la holganza, a la sociedad y sus compromisos, pero también a las discusiones públicas, a las polémicas que inquietan el alma y roban la paz. En consecuencia, no sólo habrá que renunciar al mundo, sino también habrá que medir con cuidado qué «se pone en el mundo» ante la vista de todos, qué pensamientos se dan a conocer y en qué circunstancias. Gilson destaca como único motivo para abandonar Francia precisamente este deseo de huir de las polémicas, y no el temor a la persecución escolástica en París6. No estamos tan seguros de que en la Francia de esta época no hubiera persecución que temer; lo que sí es claro es el deseo de silencio y tranquilidad que Descartes sólo cree posible realizar fuera de su tierra, y ello con el único objetivo de poder satisfacer su devoradora curiosidad y aspiración de saber. Como veremos, la firme decisión de no publicar El Mundo no es ajena a esta actitud que, siquiera superficialmente, tratamos de describir7.
Así pues, nos hallamos frente a un Descartes de 33 años, que en la primavera de 1629 se dispone a dejar atrás su mundo francés para instalarse en uno nuevo, en el que se habla otra lengua, rigen otras costumbres y se practica otra religión. Pocos meses después de su llegada a Holanda se iniciará la lenta y trabajosa redacción de la presente obra, redacción que se prolongará desde 1629 hasta 1633. Pero antes de pasar a considerar esta etapa, tal vez no sería inútil conocer cuál ha sido la posición de Descartes hasta este momento con respecto a la divulgación y publicación de sus escritos. El mero recuento de éstos sin entrar en el análisis de su contenido bastará para nuestros propósitos.
El primer escrito cartesiano (o quizá habría que decir el segundo, si tenemos en cuenta un pequeño tratado sobre esgrima que debió escribir con 16 años) data de finales de 1618, momento en que su autor se halla viviendo en Breda como soldado a las órdenes de M. de Nassau. Se trata de un texto redactado para Isaac Beeckman –con quien Descartes había entrado en conocimiento meses antes– y que ha llegado a nosotros gracias a que fue recogido por este último en el diario o registro de sus pensamientos conocido como Journal de Beeckman. Consta de dos partes distintas, una referida a la presión de los líquidos y otra a la caída de los cuerpos, y apareció en el mencionado Journal con un pequeño resumen en el margen del propio Beeckman, resumen que en la edición de Adam y Tannery se reproduce a modo de título: Aquae comprimentis in vase ratio reddita y Lapis in vacuo versus terrae centrum cadens quantum singulis momentis motu crescat9. En ese mismo año de 1618 redacta un tratado de música en latín, Compendium Musicae10, dirigido igualmente con toda seguridad a Beeckman, aunque Descartes no nos lo haga saber de modo expreso. En este caso el escrito se publicó en Holanda el mismo año de la muerte de su autor, no respetándose su deseo de que nunca fuera publicado.
De estos años de juventud (1619-1621) parece ser una serie de páginas contenidas en un pequeño registro en pergamino y que figuran en el inventario de los papeles que Descartes había llevado consigo a Suecia, inventario que fue realizado tres días después de su muerte, o sea, el 14 de febrero de 1650, por el embajador de Francia en Suecia, M. Chanut, y por el barón de Kronenberg en cumplimiento del encargo hecho en este sentido por la reina de Suecia. El tomo X de la edición de Adam-Tannery reproduce dicho inventario con sus 23 artículos encabezados por las letras del alfabeto de la A a la Z (I y J cuentan por uno, y lo mismo U y V), correspondiendo al artículo C los escritos a los que nos referimos11. Transcribiendo este artículo C casi literalmente, podemos mencionar los siguientes: hay en primer lugar dieciocho hojas de consideraciones matemáticas tituladas PARNASSUS, a las que suceden seis hojas en blanco y otras seis hojas escritas; abriendo el cuaderno por el otro lado nos encontramos con el discurso titulado OLYMPICA, y reabriéndolo en su sentido correcto aparecen dos hojas escritas con consideraciones sobre las ciencias, seguidas de media página de álgebra; tras doce páginas vacías vienen siete u ocho líneas con el título DEMOCRITICA; de nuevo, tras ocho o diez hojas en blanco y abriéndolo por el final, se contienen cinco hojas y media bajo el título EXPERIMENTA; por último, después de doce hojas en blanco, hay cuatro páginas escritas y tituladas PRAEMBULA. INITIUM SAPIENTIAE TIMOR DOMINI.
Los textos originales de estos fragmentos se han perdido en su totalidad; únicamente poseemos referencias indirectas de ellos12, siendo lo más conocido el relato hecho por Baillet de los sueños de Descartes acaecidos en la noche del 10 de noviembre de 1619 y contenidos en los OLYMPICA, en relación con su famoso hallazgo de los fundamentos de una «ciencia admirable». Pero lo que no hay que olvidar, como bien señala Gouhier, es que los títulos recogidos en este inventario no son títulos de obras, sino meras rúbricas o rótulos en las que se encabezan un conjunto de notas13. No es que nuestro filósofo hubiera escrito diferentes tratados que han llegado a nosotros fragmentaria e indirectamente, sino que no había pasado de redactar notas sueltas intercalando hojas en blanco para irlas llenando a medida que las ideas fueran aflorando. No hay ni puede haber en consecuencia la menor intención de publicación. Como bien expresa el título dado por Foucher de Careil, se trata de Cogitationes Privatae.
Entre 1620 y 1621 –no lo sabemos con exactitud– Descartes escribió una obra en latín, su Studium Bonae Mentis, que no figura en el inventario de Estocolmo. Tampoco en este caso se ha conservado nada de ella, a no ser las referencias ofrecidas por Baillet y reproducidas por Adam y Tannery14. Ahora ya no se trata de escritos de carácter físico-matemático, ni tampoco de escritos con cierto carácter esotérico, sino de «consideraciones sobre el deseo que tenemos de saber, sobre las ciencias, sobre las disposiciones del espíritu para aprender, sobre el orden que debe guardarse para adquirir la sabiduría, es decir la ciencia junto con la virtud, uniendo las filosofías de la voluntad con las del entendimiento». No cabe duda de que nos acercamos al tema de las Regulae. Y a continuación nos indica Baillet: «su deseo era abrir un camino nuevo, pero pretendía no trabajar más que para sí mismo y para el amigo al que dirigía su tratado bajo el nombre de «Museus», al que unos han tomado por el señor I. Beeckman, Principal del Colegio de Dordrecht, otros por M. Mydorge o por el P. Mersenne»15. Queda claro de nuevo la ausencia de intención de publicar un tratado que, por otro lado, no parece que hubiera terminado, puesto que la referencia del Baillet nos habla de «una obra latina que M. Descartes había llevado bastante lejos y de la que nos queda un amplio fragmento». A diferencia de las páginas anteriormente mencionadas, se trata de un escrito avanzado en su redacción, pero no terminado y, por supuesto, no publicado.
Hacia finales de 1627 o comienzos de 1628 Descartes redacta la obra más conocida de este período de juventud: las Regulae ad Directionem Ingenii16, o también Traité des règles utiles et claires pour la direction de l’Esprit en la recherche de la Verité, según figura en el artículo F del inventario de Estocolmo. Recordemos que se trata de un escrito en latín que tampoco en esta ocasión fue terminado ni publicado en vida de su autor. Más de treinta años tuvieron que pasar para que viera la luz una primera edición debida a Glazermaker en una traducción holandesa (1684), y más de cincuenta para la edición de Ámsterdam (1701) incluida en los Opuscula Posthuma, habiéndose realizado ambas ediciones cuando el original que poseía Clerselier ya se había perdido.
Las Regulae fueron escritas durante el período de tres años y medio que pasó en París, entre el regreso de su viaje por Italia (1625) y su partida hacia Holanda (1629). Baillet nos pinta un Descartes deseoso de poder centrarse en el estudio –en especial en el estudio del hombre, de su naturaleza y de su estado– y también de encontrar gentes con quienes compartir su motivación, «pero hay todavía menos gente que estudie al Hombre que [gente que estudie] Geometría»17. Hacia 1628 nuestro filósofo, siempre según el relato de Baillet, decide limitarse a un reducido número de amigos y prescindir de las grandes relaciones sociales. Pero tal decisión no resulta sencilla de llevar a la práctica. «Sus compañías comienzan a hacerle onerosa su estancia en París, y a hacerle sentir su propia reputación como un peso insoportable»18. Ello le hizo abandonar la casa de M. le Vasseur en donde vivía, para alojarse en un barrio cuya ubicación trató de ocultar a casi todo el mundo, cosa que consiguió sólo durante mes y medio. Fue en esta época, concretamente en verano de 1628, cuando al parecer Descartes comenzó a escribir un Traite de la Divinité, que abandonó sin terminar y del que nada ha llegado hasta nosotros. Se acerca el otoño de 1628 y su decisión de emprender su retiro en algún lugar desconocido del campo francés hasta la primavera del año siguiente, momento en que se ponga en camino hacia Holanda. Su pequeña escapatoria dentro de la ciudad de París ha servido sólo como entrenamiento de las habilidades que hay que poner en juego cuando se quiere desaparecer del mundo sin dejar rastro.
De este breve recorrido por los escritos cartesianos anteriores a 1629, podemos extraer la conclusión siguiente: hasta este momento Descartes no ha escrito para ser leído, sino para sí mismo o, en el mejor de los supuestos, para algún amigo íntimo al cual suele exigir no dar a conocer su contenido. En la mayoría de los casos no ha tratado siquiera de terminar lo que ha iniciado, porque son reflexiones personales no destinadas a su publicación. Su interés prioritario reside en su propia instrucción y adquisición de conocimientos, lo que demanda un clima externo e interno de sosiego y paz. Difícilmente podemos esperar que cuatro años después este pensador católico esté dispuesto a afrontar la polémica, la desaprobación, el escándalo por oponerse públicamente a las posiciones de la Iglesia en lo que respecta al movimiento de la Tierra. ¿Qué compensación podía tener para él sacrificar su retirada y tranquila vida a cambio de dar a conocer su pensamiento? Un verdadero giro copernicano tendría que haberse producido en sus motivaciones e intereses prioritarios, en cuanto que el deseo de proyección pública de sus ideas hubiera vencido al individualismo de esta primera época. Así, en el apartado siguiente trataremos de decidir si de hecho este cambio se había dado.
En abril de 1629 Descartes llega a Ámsterdam, decidiendo a los pocos días trasladarse a Frise, cerca de Franeker, «con el fin de estar aún más alejado del gran mundo»19. Allí se aloja en una parte de un pequeño castillo separado de la ciudad por una fosa, permaneciendo en este lugar por espacio de cinco o seis meses. Transcurrido este tiempo regresa a Ámsterdam, en donde residirá durante buena parte del año siguiente. En la primavera de 1630 desea emprender un viaje a Inglaterra, cosa que probablemente hizo un año después, o sea, en la primavera o el verano de 1631, retornando a Ámsterdam antes de finalizar el año. Baillet manifiesta desconocer dónde pasó el año 1632, pero lo que sí sabemos es que se traslada a Deventer en la primavera de 1633, para instalarse de nuevo en Ámsterdam en diciembre de ese año20. La época que nos interesa analizar desde el punto de vista de su biografía intelectual transcurre por tanto entre las ciudades holandesas de Frise, Ámsterdam y Deventer.
El Descartes que llega a Holanda, según hemos visto, no ha publicado nada, casi ni siquiera ha escrito nada hasta el final. Y sin embargo es ya un consagrado estudioso, un cultivador de la aritmética, la geometría, la música, la óptica, la acústica...; o sea, es un apasionado investigador de lo que podríamos llamar las matemáticas puras (aritmética, geometría, álgebra) y las matemáticas aplicadas, o mejor, la física-matemática, destacando en especial su dedicación a la óptica. Junto a ello, desde el famoso descubrimiento de los fundamentos de una «ciencia admirable» en noviembre de 1619, nuestro filósofo se interesa por la posibilidad de universalizar el método matemático aplicándolo a cuantas cosas puedan ser conocidas por la mente humana; fruto de ello son su Studium Bonae Mentis y las Regulae ad directionem ingenii. Por último, se ocupa de reflexiones de orden metafísico abordadas en su Traité de la Divinité de 1628.
En 1629, tras instalarse en Frise, Descartes emprenderá tres investigaciones paralelas. Por un lado, en el mes de julio inicia un Traité de Métaphysique, que tampoco en este caso ha llegado hasta nosotros y que, como en ocasiones anteriores, se trata de un escrito iniciado y no terminado. «No digo –afirma en una carta a Mersenne más de un año después– que algún día no acabe un pequeño Tratado de Metafísica que he comenzado estando en Frise, y cuyos principales puntos son probar la existencia de Dios y la de nuestras almas, en tanto que separadas del cuerpo, de lo que se sigue su inmortalidad»21. (En realidad estas reflexiones metafísicas no se retomarán hasta sus Meditationes de prima philosophia de 1641.) Ha sido cuestión debatida entre los numerosos estudiosos de Descartes si ya en esta obra se establece una de las tesis básicas de las Meditationes, la distinción alma-cuerpo, y por consiguiente si puede hablarse tanto en el orden cronológico como en el orden lógico de un fundamento metafísico de la física. Faltan pocos meses para que se inicie la redacción del gran tratado de física, El Mundo. ¿Puede decirse que este desconocido Tratado de Metafísica proporcionaba al Mundo un soporte metafísico similar al que las Meditaciones prestarán a la obra física de madurez, los Principios de Filosofía? Pese a los numerosos adeptos de que goza la tesis de un fundamento metafísico de la física ya desde esta época, no podemos sino estar de acuerdo con la posición contraria de Alquié, para quien es mucho más prudente abstenerse de inventar aquellos escritos que hemos perdido, y no retrotraer las ideas expresadas en las Meditaciones de 1641 a las cinco o seis hojas escritas en 1629. Parece cuanto menos precipitado concluir, como hace Lefevre, que en esta metafísica de 1629 Descartes ha establecido racionalmente alma y cuerpo como ideas verdaderamente distintas, Dios como garante de las ideas verdaderas o la dualidad de substancias deducida de la veracidad divina22. Posteriormente volveremos a referirnos a esta cuestión.
Pero vayamos a los dos otros temas que mantendrán ocupado a nuestro filósofo en 1629, junto con el del conocimiento de Dios. Se trata de cuestiones vinculadas a la óptica y al estudio de los meteoros, o sea, temas de física aplicada a campos concretos. En principio se propone continuar sus estudios sobre dióptrica, a los que ya se ha dedicado con intensidad en Francia, para lo cual desea hacer venir de allí a M. Ferrier, gran experto en la talla de lentes. Esta es su actividad científica fundamental, hasta que una importante novedad le distrae de ella. En julio, Descartes tiene conocimiento del fenómeno de los parhelios o cuatro falsos soles alrededor del Sol que en marzo de ese mismo año de 1629 se habían observado en Italia. Según él mismo expone a Mersenne algún tiempo después, ello le ha llevado a dirigir su atención al estudio de todos los meteoros, de los cuales «ahora pienso que puedo dar alguna razón, y estoy resuelto a hacer un pequeño Tratado, que contendrá la razón de los colores del arco-iris»23. El Tratado del que aquí nos habla se convertirá años más tarde en los Meteoros, editados en 1637 como parte de uno de los tres ensayos que siguen al Discurso del Método. En concreto, sus estudios sobre el arco iris y sobre la aparición de varios soles constituirán el Discurso 8.º y 10.º respectivamente de la mencionada obra.
Vemos así a Descartes en el otoño de 1629 ocupado en temas que posteriormente darán lugar a la Dióptrica y a los Meteoros, escritos que fueron terminados con anterioridad a los otros dos, la Geometría y el Discurso del Método. Pero este proyecto de una obra compuesta por cuatro tratados no será concebido hasta 163624. De momento nuestro autor manifiesta tener otros proyectos, que sólo un mes más tarde a la carta anteriormente citada, o sea en noviembre de 1629, ya no serán la redacción de un pequeño Tratado sobre los Meteoros; ahora «en vez de explicar solamente un fenómeno, he decidido explicar todos los fenómenos de la Naturaleza, es decir, toda la física»25. Esta es la primera declaración de intenciones respecto de la posibilidad de escribir una obra a la que posteriormente denominará El Mundo o el Tratado de la Luz, que habrá de convertirse en una nueva física alternativa a la de Aristóteles, en una descripción de toda la Naturaleza desde nuevas bases. La ejecución del proyecto, sin embargo, no será fácil. Las cartas que a lo largo de estos años dirija a Mersenne dan buena cuenta de ello.
En abril del año siguiente, es decir, cinco meses después de su decisión de «explicar todos los fenómenos de la Naturaleza», parece como si tal decisión flaqueara y sólo una cierta obligación impuesta a sí mismo le lleva a seguir adelante, e incluso a ponerse un plazo para terminar la obra: comienzos de 1633.
«La reputación –dice Descartes–, más la temo que la deseo, estimando que disminuye siempre de algún modo la libertad y el ocio de aquellos que la adquieren, cosas ambas que poseo tan perfectamente y estimo de tal modo, que no hay monarca en el mundo que sea lo bastante rico para comprármelas. Ello no impedirá que termine el pequeño Tratado que he comenzado, pero no deseo que se sepa a fin de tener siempre la posibilidad de desaprobarlo; además trabajo en él muy lentamente porque obtengo mucho más placer instruyéndome yo mismo que poniendo por escrito lo poco que sé. En la actualidad estudio química y anatomía, y cada día aprendo algo que no encuentro en los libros. [...] Por lo demás, paso tan dulcemente el tiempo instruyéndome yo mismo, que no me pongo nunca a escribir en mi Tratado más que por obligación y para cumplir con la resolución que he tomado consistente en que esté en situación de enviároslo a comienzos del año 1633.»26
Constatamos en esta carta su ya conocido recelo a que se dé a conocer a nadie, que no sea al propio Mersenne, el contenido de lo que escribe, así como su deseo individualista de instruirse, sin que haya comenzado a ser para él una fuente de estímulo la posibilidad de contribuir al desarrollo del saber mediante la puesta por escrito de sus reflexiones y su posterior publicación. Por otro lado, sus estudios conjuntamente de anatomía y química, iniciados en diciembre de 1629, parecen absorberle por completo; las horas que pasa junto a un carnicero, al que visita casi a diario, para asistir al sacrificio de los animales, tienen un mayor atractivo que las hojas en blanco sobre la mesa de su escritorio.
Su desgana con respecto a la obra anunciada, El Mundo, se pone de manifiesto de nuevo en noviembre de ese mismo año. Pese a afirmar que «la fábula de su Mundo le place demasiado como para dejar de acabarla», sin embargo se excusa por el hecho de ocuparse desde hace seis meses de la Dióptrica, lo que espera sirva para «liberarme de la promesa que os he hecho de haber terminado mi Mundo en tres años»27. Un año después promete a Mersenne enviarle la obra antes de Pascua, o sea, al comienzo de la primavera de 163228, pero una semana antes del Domingo de Pascua escribe excusándose por no cumplir su promesa: afirma tener el Tratado prácticamente terminado, pero desear aún «retenerlo algunos meses para revisarlo y pasarlo a limpio. [...] Si me censuráis por haber faltado ya tantas veces a mi promesa, os diré para excusarme que nada me ha hecho hasta ahora aplazar el escribir lo poco que sabía, sino la esperanza de aprender más y de poder añadir alguna cosa»29. Un mes después confiesa no saber «cuándo podré enviaros mi Mundo»30, y a la semana siguiente escribe de nuevo admitiendo que «desde hace ya dos meses, no he avanzado nada en absoluto en mi Tratado; pero no dejaré de terminarlo antes del plazo fijado»31. Si en mayo ha dicho que respetará el plazo fijado, en junio parece adoptar una actitud más realista: lo referente a los cuerpos inanimados está terminado, renuncia a escribir la generación de los animales para no alargarlo excesivamente, no restando sino añadir algo acerca de la naturaleza del hombre; sin embargo, humildemente afirma: «no oso ya decir cuándo [os lo enviaré], pues he faltado tantas veces a mis promesas, que siento vergüenza»32. La tarea propuesta parece ir haciéndose cada vez más agobiante, no por falta de inspiración, sino por falta de motivación para escribir.
Otro año ha transcurrido. Casi repitiendo lo que ya había dicho en abril de 1632, Descartes insiste en que el Tratado está casi acabado, no restando sino corregirlo; no obstante, confiesa a continuación con gran sinceridad que «tengo tanta dificultad para trabajar en él, que si no os hubiera prometido, hace ya tres años –25 de noviembre de 1630– enviároslo a finales de este año, no creo que fuera capaz de llegar hasta el final; pero voy a tratar de cumplir mi promesa»33. Desde luego no parece que esté en disposición de cumplirla; hay fundadas razones para dudar de que El Mundo estuviera terminado y pudiera ser enviado a Mersenne antes de finalizar el año 1633. Pero, entre tanto, algo de enorme trascendencia ha ocurrido en Italia, con repercusiones en todo el contexto cultural europeo: Galileo ha sido condenado por defender el movimiento de la Tierra. Descartes tiene noticias de esta condena en noviembre, apresurándose a escribir a su siempre paciente amigo: «Me había propuesto enviaros mi Mundo para año nuevo, no haciendo más de quince días que estaba decidido a enviaros al menos una parte, [...] [pero la condena de Galileo] me ha sorprendido de tal modo, que estoy resuelto a quemar todos mis papeles, o al menos a no dejarlos ver a nadie». La razón de la condena no la conoce, pero la supone. «Y confieso –sigue diciendo– que si esto es falso [el movimiento de la Tierra], todos los fundamentos de mi filosofía lo son también, puesto que se demuestra mediante ellos. Y está de tal modo ligado con todas las partes de mi Tratado, que no podría prescindir de ello sin hacer defectuoso todo el resto. Pero como por nada del mundo querría que saliera de mí un discurso en el que se encontrara la menor palabra que fuera desaprobada por la Iglesia, prefiero suprimirlo que hacerlo aparecer mutilado. Jamás tuve el humor orientado a hacer libros, y si no me hubiera comprometido mediante promesas con vos y con otros amigos, de modo que el deseo de mantener mi palabra me obligara tanto más a estudiar, jamás habría llegado hasta el final.»34
A partir de este momento Descartes decidirá de modo irrevocable durante toda su vida no publicar la obra que nos ocupa. Las razones y opiniones que se pueden dar y de hecho se han dado son de muy diverso signo, pero la que menos compartimos es aquella que contempla exclusivamente el sometimiento del ilustre filósofo a la Iglesia. Con todo el riesgo que implica juzgar intenciones ajenas, nos aventuramos a sospechar que hay una cierta dosis de oportunismo cuando se pronuncia en tal sentido, esgrimiendo como único argumento la obediencia debida a la autoridad religiosa. Sirvan las palabras siguientes como nuevo ejemplo de lo que decimos: «He faltado a la promesa que os había hecho, de enviaros algo de mi filosofía. Pero, por otro lado, el conocimiento que tengo de vuestra virtud me hace esperar que tendréis la mejor opinión de mí al ver que he querido suprimir por entero el Tratado que había hecho y perder casi todo mi trabajo de cuatro años, para rendir entera obediencia a la Iglesia, en cuanto que ha prohibido la opinión del movimiento de la Tierra»35. ¿Acaso no parece una excusa la prohibición de la Iglesia para liberarse de una promesa que prefiere no tener que cumplir? Con ello en modo alguno insinuamos que no fuera un sincero creyente; lo que sucede es que no ve oposición o conflicto alguno entre las verdades de la fe y el sistema copernicano. De ahí que en los Principios de Filosofía defienda abiertamente éste, pero con una pequeña estratagema que le permita ponerse a salvo de críticas y polémicas: en sentido vulgar puede decirse que la Tierra se mueve con respecto al Sol, pero en sentido estricto y riguroso hay que decir que la Tierra no se mueve con respecto a la materia que la envuelve, el éter. Con ello Descartes sabe que está desobedeciendo el espíritu de la prohibición, aunque tal vez no la letra. Y sin embargo, no tendrá escrúpulos en publicarlo. Si ahora tiene tantos recelos es porque ve amenazado lo que más le importa defender, aquello por lo que ha abandonado su país: la ausencia de polémicas, la paz, la tranquilidad. En la carta anteriormente citada de febrero de 1634, en la que Descartes justifica su incumplimiento en razón de su obediencia a la Iglesia, dice líneas más abajo: «Para mí no busco sino el reposo y la tranquilidad de espíritu, bienes que no pueden ser poseídos por aquellos que tienen animosidad o ambición; no permanezco sin embargo sin hacer nada, sino que no pienso por ahora sino en instruirme yo mismo»36. Dos meses después manifestará «el deseo de vivir reposadamente y continuar la vida que he comenzado tomando como máxima: bene vixit, bene qui latuit»37. Sin duda la máxima de Ovidio está bien elegida: Descartes se ocultó bien para poder vivir bien. El giro copernicano del que hablábamos al final del apartado anterior no se ha producido; Gouhier tiene razón cuando califica su actitud con respecto a la ciencia como propia de un «curioso», no de un «apóstol». Siendo esto así, nada puede compensarle de las molestias de publicar una obra que promete ser polémica y que, en el fondo, ha escrito a disgusto y bajo la presión del cumplimiento de una promesa. Nada ni nadie podrá convencerle de lo contrario: El Mundo no será dado a conocer al mundo.
El Mundo o el Tratado de la Luz es la obra física de Descartes en la que trata de dar razón de todos los fenómenos del mundo. Pero éste no se acaba en los seres inanimados, sino que además hay animales y hay hombres. Así, la primera intención de nuestro filósofo será escribir un tratado en el que se expliquen, además de los fenómenos físicos, la generación de los animales y la máquina del cuerpo humano. Sin embargo, en 1632, manifiesta haber renunciado a describir «cómo tiene lugar la generación de los animales en mi Mundo, y en fin, he resuelto no hacer nada de esto, debido a que me llevaría mucho tiempo. He acabado todo lo que deseaba incluir referente a los seres inanimados; no me resta ya sino añadir alguna cosa referente a la naturaleza del hombre»38.
Así pues, en este año Descartes dice haber terminado la parte relativa a los seres inertes, no restando sino el estudio del hombre.
El resultado serán dos tratados, o mejor, uno solo con dos partes diferenciadas, que a menudo se han publicado por separado: el Tratado de la Luz y el Tratado del Hombre39. El que aquí ofrecemos consta de 15 capítulos, a los que seguirían dos más, el 16 y el 17, que no han llegado a nosotros (tal vez se perdieron o tal vez el propio Descartes los destruyó, pero en todo caso, por las referencias del Discurso del Método, parece que debían incluir lo fundamental de la 4.ª Parte de los Principios de Filosofía), y el Tratado del Hombre que en el manuscrito original figuraba como capítulo 18. Por otro lado, con frecuencia se ha destacado el hecho de que, al aparecer en la primera línea del texto de este último Tratado, la expresión «estos hombres» alude sin duda a algo ya dicho anteriormente, en concreto a los hombres que habitan el mundo que Descartes ha descrito en el Tratado de la Luz.
Puesto que el Tratado del Hombre no constituye el objeto de la presente edición, atengámonos al Tratado de la Luz, y en primer lugar reparemos en el título. En principio puede sorprender que una obra dirigida a explicar «la naturaleza de las cosas materiales», como dirá en el Discurso del Método, en definitiva todos los fenómenos naturales en su conjunto, se identifique con un estudio sobre la luz. La clave nos la da el propio Descartes en una carta al Padre Vatier, profesor en La Flèche: en el Tratado que contiene su física, la luz es el fenómeno que está explicado con más amplitud y de forma más curiosa, o quizá habría que decir, más sorprendente y novedosa40
