El norte de Jalisco - Paulina Ultreras Villagrana - E-Book

El norte de Jalisco E-Book

Paulina Ultreras Villagrana

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Beschreibung

Este libro se centra en la región norte del estado de Jalisco, ámbito espacial en donde se encuentran una sociedad de rancheros mestizos y el pueblo wixárika. Se busca tender un puente entre el pasado colonial y el presente para comprender la realidad regional actual del norte de Jalisco, por lo que se inscribe dentro de la etnohistoria, disciplina antropológica que conjuga la historia y la antropología. El análisis de la etnografía histórica (que encontraremos en la lectura cuidadosa de los documentos de archivo, las relaciones de viajeros, los informes de párrocos y militares, entre otros) y la etnografía actual aportan los elementos necesarios para entender la dinámica de las regiones, las continuidades y las rupturas. Para visualizar los cambios regionales se realizó un trabajo de campo en cinco de los diez municipios que comprende El norte de Jalisco y los hallazgos se compararon con la descripción del gobierno de las Fronteras de Colotlán, efectuada por Félix María Calleja hacia 1790. Así, el documento de Calleja, en el contexto de las reformas borbónicas, es contrastado con la etnografía de una región ganadera en proceso de transnacionalización en el marco de las reformas neoliberales.

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Colección Monografías del Centro Universitario de Tonalá

Índice

Agradecimientos

Introducción

Capítulo 1. La visita de Calleja

Capítulo 2. Región, frontera y honor

Capítulo 3. El pasado y el presente en la descripción de la región

Capítulo 4. El contexto etnográfico de la ganadería

Consideraciones finales

Referencias

Para Antonio y Ana María

Agradecimientos

El presente libro es el resultado de algunas preguntas interesantes que surgieron durante la defensa de mi tesis de maestría, especialmente aquellas sobre la formación y el cambio de la Región Norte en momentos de las reformas borbónica y neoliberal. A lo largo del camino he descubierto nuevas líneas de trabajo, todas fascinantes, al pensar en la región como herramienta metodológica. La investigación no hubiera sido posible sin el apoyo de dos instituciones y su contribución a través de becas: el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (2005-2006) y El Colegio de San Luis (2007).

Durante el proceso de investigación varias personas me leyeron, escucharon, recomendaron lecturas, ideas y modificaciones al texto, realizaron sugerencias, críticas y preguntas para mejorar este libro. Quiero expresar mi agradecimiento a Andrés Fábregas Puig por compartir sus conocimientos, su amistad y la lectura cuidadosa del texto en diversas ocasiones; sus recomendaciones fueron invaluables. Además, Neyra Patricia Alvarado Solís y Andrew Roth estuvieron dispuestos a discutir conmigo extensamente sobre la región, la frontera y la ecología cultural. Isabel Mora y Javier Maisterrena realizaron observaciones y recomendaron lecturas importantes sobre pastores y sistemas productivos ganaderos. Elizabeth Pérez Márquez, Hugo Cotonieto Santeliz y Diana Sofía Sánchez Hernández leyeron y escucharon varias versiones del manuscrito y aportaron sugerencias valiosas. Los dictaminadores de este libro hicieron recomendaciones importantes para una lectura más grata.

En ciesas Occidente tuve la oportunidad de repensar la región en el Seminario de Región con Pablo Mateos, Julia Preciado y Humberto González; no menos importante fue la reflexión con los alumnos del Doctorado en Ciencias Sociales, generación 2016-2020.

En el norte de Jalisco, en particular en Colotlán, Mezquitic y Villa Guerrero, muchísimas personas tuvieron la confianza de compartirme un trozo de su vida, y con algunos de ellos sostengo una amistad que nos une desde entonces. Espero que este libro contribuya a conocer un poco más esta región, su historia y su gente.

Agradezco a mi familia por su apoyo y afecto. Israel y Andrés me regalaron su tiempo, su aliento y su amor para que yo lo dedicara a la finalización del libro.

Introducción

La presente investigación es sobre la Región Norte del estado de Jalisco, que ha estado marginada del interés académico y del desarrollo económico. Es un ámbito espacial en donde se encuentran una sociedad de rancheros mestizos y el pueblo wixárika. El objetivo consiste en explicar la transformación de una región fronteriza en el periodo colonial, que se consolidó como una sociedad de rancheros en nuestra actualidad. Esta investigación busca tender un puente entre el pasado y el presente para comprender la realidad regional actual del norte de Jalisco. La mirada histórica, de largo alcance, otorga profundidad a los problemas contemporáneos, y por ello este trabajo se inscribe dentro de la etnohistoria, disciplina antropológica que conjuga la historia y la antropología. Se entiende la etnohistoria como la “aplicación de la antropología al examen del pasado”, tomando en cuenta la realización de trabajo de campo, la etnografía y la reflexión antropológica para hacer etnohistoria y explicar el pasado (Fábregas, 2003: 63). El análisis de la etnografía histórica (que se encuentra en la lectura cuidadosa de los documentos de archivo, las relaciones de viajeros, los informes de párrocos y militares, entre otros) y la etnografía actual aportan los elementos necesarios para entender la dinámica de las regiones: las continuidades y las rupturas.1

El hilo conductor es la ganadería, una de las principales actividades económicas en la actualidad, pero que tiene una tradición añeja que se remonta al periodo colonial. Los actores regionales a través de la práctica ganadera han abastecido las exigencias del mercado, gracias al cambio en la tecnología. Para visualizar los cambios regionales realicé trabajo de campo en cinco de los diez municipios que comprenden el norte de Jalisco, y comparé los hallazgos con la descripción del gobierno de las Fronteras de San Luis Colotlán, efectuada por Félix María Calleja hacia 1790.

Por ende, este libro se inscribe en la tradición de los estudios regionales, que en México fueron innovadores en la década de 1970. Los equipos interdisciplinarios de las universidades y centros de investigación hacían posible la tarea, por lo que las investigaciones fueron prolíficas. Sin embargo, la tendencia a realizar este tipo de estudios ha ido en declive. Mi formación en historia, posteriormente en antropología, y la experiencia de trabajo con un grupo interdisciplinario interesado en el análisis de las regiones me llevaron a conocer el norte de Jalisco y a preguntarme por la conformación de la región desde una perspectiva histórica y con preguntas elaboradas en el presente, sin olvidar que las regiones están insertas en dinámicas locales y globales, pero sus características y las respuestas de sus habitantes frente a presiones económicas y políticas externas los llevan a utilizar su experiencia y su pasado para enfrentar los retos que se avecinan. Los estudios regionales invitan a reflexionar sobre fenómenos contemporáneos con la mirada puesta en el pasado.

La Región Norte de Jalisco durante el siglo xix fue el octavo cantón, y en el periodo colonial se denominó gobierno de las Fronteras de San Luis Colotlán. Su colonización y fundación estuvieron ligadas al avance fronterizo de la dominación española; ahí radicaba la importancia de Colotlán como lugar de expansión de la frontera, de seguridad para los viajeros y de protección de los caminos. En el siglo xvi, Colotlán contaba con un presidio, lo cual le otorgaba cierta autonomía de la administración colonial. De igual manera, su erección estuvo vinculada con los descubrimientos de yacimientos mineros en Zacatecas, por lo cual era necesario el control del espacio. La cualidad fronteriza de Colotlán se afianzó al final del siglo xvi con la creación del gobierno de las Fronteras de San Luis Colotlán, una región independiente con respecto a la administración colonial, baluarte del avance colonizador y, posteriormente, región minera.

Una piedra angular en este libro es el informe de Félix Calleja que leí por primera vez en el año 2000. El general Calleja, por órdenes del virrey Revillagigedo, visitó las Fronteras de San Luis Colotlán en 1790. El expediente fue encontrado en el Archivo General de Simancas y es una pieza rica en información cartográfica, estadística, militar y de la vida cotidiana, razón por la cual consideré la posibilidad de contrastar la visita de Calleja con la realidad etnográfica y tratar el tema de la dinámica regional.

El documento de Calleja da pauta, debido a la calidad de la información (cuantitativa y cualitativa), para establecer comparaciones entre el pasado que refleja una situación fronteriza de interacción entre dos sociedades diferentes (colonizados y colonizadores), con ecologías culturales distintas, y que permiten hablar de la formación histórica de una región. Lo que me interesa es analizar la formación de una región y sus transformaciones. Así, el documento de Calleja adquiere sentido al verlo desde el presente.

En congruencia, me planteé comprender la formación histórica de la región a través de la relación sociedad–naturaleza, es decir, de la ecología cultural. El documento de Calleja me indicaba la dirección de los cambios en la ecología cultural, la reorganización espacial y los proyectos de territorialidad. Un enfoque importante del libro son las prácticas de territorialidad de mestizos e indígenas vistas, a través del reporte de Calleja a finales de la Colonia y de la etnografía a principios de siglo xxi. La primera gran transformación en términos de ecología cultural en la región fue la introducción de ganado, así como nuevas técnicas agrícolas. La llegada de los tlaxcaltecas a la región originó un tipo diferente de agricultura y se introdujeron otros rasgos culturales.

La ecología cultural es un método de trabajo que señala la importancia de estudiar el medio ambiente adaptado a las necesidades del ser humano. Además, se puede distinguir la ecología cultural política, la cual trata de los factores económicos y políticos, intereses de poder que mueven a los individuos y a las sociedades a seleccionar una o varias estrategias de adaptación. Dentro de la ecología cultural existen dos grandes corrientes. La primera pone énfasis en medir la energía invertida en la adaptación. Esta corriente fue fundada por Leslie White. Richard Adams es el antropólogo contemporáneo que ha seguido dicha línea, usó las leyes de la termodinámica y la misma fórmula de White, bajo la idea de que la evolución es igual a la eficiencia en la extracción de energía del medio ambiente. La segunda corriente pone énfasis en una dinámica de innovación tecnológica para lograr la adaptación; esa corriente fue fundada por Julian Steward y hace hincapié en la exploración histórica.2 Steward planteó que la ecología cultural estudiaría la interacción entre cultura y medio ambiente, esto es la adaptación de las diferentes culturas al medio ambiente (Boehm, 2005: 73).3 Esta corriente es la que mayores seguidores tiene dentro de la ecología cultural contemporánea. También se encuentran las investigaciones que incluyen el estudio del simbolismo; en estos el símbolo es un elemento adaptativo, es parte de la apropiación del medio ambiente (véase Descola, 1988). Asimismo, las configuraciones de una región están relacionadas con el poder, y este con el control al acceso de los recursos naturales y culturales, es decir, una ecología cultural política.

En la visita de Calleja es posible reconocer dos proyectos de territorialidad: el de los indígenas y el de los españoles. En la etnografía encontré dos subregiones diferenciadas con ecologías culturales distintas: una constituida por los huicholes y otra por los rancheros descendientes de los colonos españoles y tlaxcaltecas, que se especializaron en la cría de ganado mayor. El contraste entre ambos proyectos radica en la organización de la práctica ganadera. Los huicholes tienen una economía regional, mientras que la región ranchera posee una economía nacional y transnacional. Así, el documento de Calleja, en el contexto de las reformas borbónicas, es contrastado con la etnografía de una región ganadera en proceso de transnacionalización en el contexto de reformas neoliberales.

Mi hipótesis es que no estamos ante una región homogénea, sino que convergen dos subregiones, tanto en el documento de Calleja como en la actualidad. La frontera natural es la Sierra Madre Occidental: al oeste están los huicholes y al este los rancheros. Asimismo, existe una frontera cultural (que es histórica) entre ambos. Es decir, estamos ante dos regiones con identidades culturales distintas, siendo la de mi interés la mestiza, la ganadera, la de los rancheros de estirpe española llegados a la región en el siglo xvi. Este estudio se centrará en el análisis de la sociedad ranchera, aunque tendré a la sociedad huichola como referente opuesto de los rancheros; referente que se usa para construir y exaltar una identidad diferenciada.

Por lo tanto, podemos encontrar los límites de las fronteras culturales en la medida en que estudiemos las relaciones sociales de comunidades humanas a lo largo de la historia. Así, la formación de la región está relacionada con la frontera, es decir, los límites que se vayan estableciendo van conformando una región con características propias.

El actual norte de Jalisco, por lo menos desde la perspectiva administrativa estatal, comprende diez municipios: Bolaños, Colotlán, Chimaltitán, Huejúcar, Huejuquilla el Alto, Mezquitic, San Martín de Bolaños, Santa María de los Ángeles, Totatiche y Villa Guerrero. El trabajo de campo fue realizado en Colotlán, Huejúcar, Huejuquilla el Alto, Mezquitic y Villa Guerrero durante dos estancias de campo de tres meses cada una en 2005 y 2006. La selección de los lugares responde a fines representativos: los municipios elegidos tienen población indígena y mestiza, son los sitios con mayor movilidad económica y son característicos de la vida regional, como lo indican los estudios bibliográficos y documentales que se consultaron previo a la elección. Mezquitic y Bolaños son los municipios con mayor población huichola en el estado de Jalisco; por otro lado, Colotlán es el centro regional. En Villa Guerrero se están gestando nuevas dinámicas de asociación entre ganaderos para competir por el mercado que ha dominado Colotlán, por ello constituye un ejemplo atractivo. Huejúcar y Santa María de los Ángeles son municipios pequeños que permiten comprender la dinámica regional en sitios con poca población y su articulación a nivel local y nacional.

El trabajo de campo consistió, en primer lugar, en recorrer los municipios elegidos y observar las actividades económicas, el paisaje y la dinámica cotidiana en las cabeceras municipales. Este acercamiento tenía como objetivo establecer la relación entre paisaje y sociedad, así como contrastar los hallazgos con los datos del informe de Calleja. Posteriormente, me enfoqué en el trabajo como elemento de análisis tanto en el pasado como en el presente etnográfico. En cada municipio me acerqué a las presidencias municipales, las oficinas de la Sagarpa y las asociaciones ganaderas para recoger datos sobre la ganadería y la agricultura. Las asociaciones ganaderas fueron un lugar propicio para encontrar ganaderos de todos los estratos sociales, pero cuestionaban mi presencia y no entendían por qué una mujer se interesaba por asuntos que “atañen sólo a los hombres”, pues la ganadería y la agricultura son actividades eminentemente masculinas. En la etapa inicial, mi relación con los agroganaderos se restringió a las oficinas de las asociaciones ganaderas, en donde una secretaria es la encargada de atender las demandas de los asociados y suele ser hija de alguno de ellos. Gracias a la amistad que entablé con las secretarias pude ganar la confianza de los hombres, además las oficinas de la asociación funcionaban como un lugar neutral para los hombres, en el cual, como mujer, no transgredía su espacio.

Una vez establecido un vínculo cercano con las secretarias, me dieron acceso al mundo ganadero. Tanto ellas como sus mamás me presentaron con rancheros de diversos estratos sociales, con los que realicé entrevistas,4 recorridos en sus ranchos e historias de vida, y participé en algunas fiestas familiares.

Con la etnografía el propósito es identificar aspectos geográficos y culturales de la región, a qué actividades se dedican sus pobladores, señalar si hay agricultura extensiva o sólo para el autoabasto, cuántas tierras se cultivan, en qué estado se encuentra el campo, en qué medida se dedican a la cría de ganado, a dónde van los productos, con qué lugares tienen comercio, o bien, relaciones de parentesco que les permitan otro tipo de nexos. Asimismo, los datos de población son relevantes en la conformación territorial. En general, me interesa observar las continuidades y discontinuidades en la ecología cultural regional. El trabajo etnográfico está concentrado en las cabeceras municipales, las cuales reflejan las dos subregiones que encuentro plasmadas en el informe de Calleja y permiten contrastar dos realidades que comparten un mismo espacio y vínculos ecológicos. Las subregiones encontradas en Calleja son una geográficamente menos accesible, más periférica, más indígena y menos agroganadera; y otra central, agroganadera y ranchera.

A partir de la información obtenida en el trabajo de campo y del análisis del documento de Calleja, llegué a algunas reflexiones sobre la formación de la región, que se encuentran plasmadas en los cuatro capítulos de este libro. En el capítulo 1 presento el contexto histórico de la formación del gobierno de las Fronteras de San Luis Colotlán y de la visita de Calleja. También resalto la subdivisión regional propuesta por Calleja: las Fronteras de San Luis Colotlán y sus pueblos, y la provincia de Nayarit. Finalmente, reviso las propuestas de Calleja para reformar el gobierno de Colotlán, enmarcadas en el contexto de las reformas borbónicas.

En el capítulo 2 siento las bases teóricas del libro, al analizar los conceptos de región, frontera y honor, que son los articuladores de la discusión en el tema de la formación histórica de Colotlán como lugar de frontera y, posteriormente, como región de rancheros, donde el honor es un aspecto primordial en la organización social local y columna vertebral del reconocimiento social.

El capítulo 3 aborda el contrapunto entre el pasado y el presente a través del análisis de la visita de Calleja y su contraste con la etnografía, sin olvidar el contexto en el cual se elaboraron. La información fue sistematizada en dos subregiones: la huichola y la de Colotlán. De cada subregión se presentan elementos geográficos, económicos y sociales. La subregión de Colotlán incluye los cinco municipios en los cuales se realizó trabajo de campo.

El capítulo 4 describe el contexto etnográfico de las actividades de los ganaderos y comprende las labores anuales del ciclo agrícola y ganadero, la organización del trabajo, el tipo de empleados encontrados en las unidades productivas, la tenencia de la tierra y sus implicaciones sociales, el mercado de la venta de ganado, los avances tecnológicos en la cría de ganado asociados con las constricciones del mercado y el juego de relaciones de poder entre rancheros para adquirir reconocimiento social. El argumento etnográfico recae en que estamos en una región ranchera en proceso de transnacionalización.

1En el número 7 de la revista Desacatos (otoño de 2001), dedicado a la etnohistoria, se puede encontrar una serie de artículos relativos a la labor del etnohistoriador, los problemas y desafíos de esta disciplina, así como el encuentro con otras ciencias, especialmente la historia y la antropología. Para mayor referencia, véanse los trabajos de Bernard S. Cohn y María de los Ángeles Romero de la revista aquí mencionada.

2En México, Roberto Varela ha seguido la primera línea de ecología cultural que he mencionado; mientras que la segunda corriente fue desarrollada por Ángel Palerm y consolidada por Eric Wolf, William Sanders, Bárbara Price, Brigitte Boehm y Andrés Fábregas.

3El planteamiento teórico de Steward fue el evolucionismo multilineal y el método de la ecología cultural.

4Con el fin de conservar el anonimato de los entrevistados, he omitido la mención de los nombres, en su lugar se utiliza la primera letra del nombre y la primera letra del apellido cada vez que son citados.

capítulo 1

La visita de Calleja

El informe de Félix María Calleja, escrito en 1790, es una pieza cardinal en la presente investigación, pues me permitió tener un contrapunto para analizar las transformaciones históricas de una región particular: la del gobierno de las Fronteras de San Luis Colotlán. Es indispensable conocer el contexto en el cual el documento fue escrito, ya que es el punto de partida del estudio. Cómo apareció Calleja, quién era, bajo qué circunstancias se generó el documento y cómo se formó el gobierno de las Fronteras de San Luis Colotlán son algunas de las preguntas a responder para conocer la transformación del espacio a través del tiempo. Con el fin de lograr un mejor entendimiento del contexto en el que fue generado el documento, partiré de la biografía de Calleja y de las razones por las cuales se le encomendó la tarea de visitar y dar cuenta del estado de esa región. Posteriormente, analizaré sus recomendaciones y los cambios jurisdiccionales del estado de Jalisco en los siglos xix y xx.

El gobierno de las Fronteras de San Luis Colotlán

En 1550 se dio el choque más violento y prolongado entre españoles e indígenas en el septentrión novohispano, conocido como la Guerra Chichimeca. Philip Powell (1977), en su libro La guerra chichimeca (1550-1600), la enmarca en un periodo de 50 años. Sin embargo, el lapso de esta guerra es más amplio, y así ha sido demostrado por Alberto Carrillo Cázares, quien ubica el inicio de las hostilidades con la entrada de Nuño de Guzmán en la Nueva Galicia, es decir, desde 1533 aproximadamente, fecha que coincide con las primeras fundaciones españolas, y lo cual provocó un continuo enfrentamiento con los pueblos originarios, teniendo uno de los puntos más álgidos en la batalla librada en el cerro del Mixtón (1541-1542). Al respecto, Carrillo señala una “relación de continuidad entre la rebelión del Mixtón y los sucesos de la guerra chichimeca” (Carrillo, 2000: 42), porque los mutuos ataques entre españoles e indígenas se multiplicaron hasta que la guerra chichimeca fue vista desde otra dimensión, cuando los colonizadores encontraron minas que querían explotar y por lo tanto necesitaban transitar por los caminos que unían “Zacatecas, México, Guadalajara y Michoacán” (Carrillo, 2000: 43), y eran continuamente amenazados por los indígenas. La Guerra Chichimeca, como hecho histórico, comúnmente se le ubica de 1550 a 1600; sin embargo, fue una batalla que terminó hasta entrado el siglo xvii. A lo largo de este periodo se emprendieron varias acciones para terminar con la guerra, por ejemplo, la creación de presidios y fuertes para proteger los caminos o la fundación de pueblos.

En Colotlán se estableció un presidio en 1589. Este era una ocupación militar y civil, rodeada de campos de cultivo, por lo tanto, la colonización era de campesinos militarizados. La fundación de los presidios fue iniciativa del virrey Enríquez para proteger y dar albergue a los viajeros.

Los presidios se establecían en puntos estratégicos a lo largo de los caminos principales y cerca de la costa; los primeros aparecieron en la Nueva España y en la Nueva Galicia en la última mitad del siglo xvi y avanzaron rumbo al norte con la línea del dominio español. […] Todos los gobiernos tardíos de la frontera norte, empezando por Colotlán, surgieron a partir de presidios (Gerhard, 1996: 29).

Los presidios eran sitios pequeños, y eventualmente fueron creciendo debido al aumento de campesinos que se inscribían como militares para resguardar dichos fuertes. Los presidios crecieron tanto que llegaron a tener capacidad para resguardar cerca de 200 bestias, por lo que demandaban espacio para almacenar alimento y caballerizas para albergar animales (Calderón, 1988: 208). Según Moorhead, debido a su crecimiento, el presidio se convirtió en el centro de un pueblo con habitantes de distintos contextos étnicos (Moorhead, 1991: 4). Para la Corona española era importante controlar el territorio a medida que la colonización iba avanzando hacia el norte. La línea de dominio debía expandirse con los nuevos descubrimientos de yacimientos mineros, para lo cual era necesaria la “pacificación” de los naturales por los lugares donde iba extendiéndose la frontera; de ahí la necesidad de los presidios.

El carácter de los campesinos militarizados que poblaron los presidios fue característico de dichos lugares a lo largo del periodo colonial; existen referencias a “rancheros” que se dedicaban a resguardar la frontera, cultivar sus tierras y cuidar ganado.

A pesar de la erección de los presidios, las medidas no fueron suficientes y el conflicto continuó.

En realidad el fin de la Guerra Chichimeca no se obtendría sino gradualmente en la última década del siglo XVI y las primeras del siglo XVII en el territorio de la Nueva Galicia y la Nueva España, pero hay que tener en cuenta que la frontera de guerra se iría moviendo hacia el norte y hacia algunas regiones aisladas de la misma Nueva Galicia, como fue el caso de los coras (también grupo semisedentario, cazador-colector y, por tanto, chichimeca). Las últimas rebeliones de “chichimecas” —ya entonces identificados con otros nombres, como seris, ópatas, yaquis, apaches— ocurrieron durante el siglo XIX, incluso en sus décadas finales (Carrillo, 2000: 62).

Una de las medidas que se utilizaron en tiempos de don Luis de Velasco para la pacificación de una franja de terreno fue la creación del gobierno de las Fronteras de San Luis Colotlán y la introducción de familias tlaxcaltecas por un largo corredor, bordeando la ruta de la plata, para que estas llevaran sus costumbres, creencias, agricultura, lengua, etcétera, a la región y de esa manera pacificar a la nación chichimeca, nombre genérico que incluía tepeques, zacatecos, guachichiles, caxcanes, cocas, tecuexes, guamares, macolias, pames, otomíes, entre otros (Carrillo, 2000: 28-31).

[…] de la frontera de Colotlán no hay más noticia en sus archivos que la de estar ya formado el presidio de Colotlán, en el año de mil quinientos noventa y tres, y establecidos algunos yndios [sic] que de Tlaxcala vinieron a poblarla, y servir de barrera a los de la nación Chichimeca, mucha parte de ella en aquel tiempo por conquistar; el capitán Caldera por superior determinación continuó la conquista sirviéndose más de la persuasión y el halago que de las armas de dicho año al de diez y ocho han mandado a estos yndios [sic] capitanes protectores nombrados por los excelentísimos señores Virreyes con la jurisdicción civil y militar, y con solo apelación a ellos; estos pobladores, los nuevos conquistadores y quantos [sic] vecinos se han establecido y establecen en ella, han gozado, y gozan desde entonces el fuero militar, no han pagado tributo y han mantenido y actualmente mantiene cada pueblo otra compañía de yndios [sic] flecheros; […] estas compañías han servido con utilidad en la conquista del Nayarit; y se han opuesto en varias ocasiones a sus sublevaciones (AGS: 7050-1, cuaderno 2, fs. 10f-v).

Para que los tlaxcaltecas aceptaran trasladarse se les otorgaron privilegios contenidos en las capitulaciones; algunas de las prerrogativas eran exención del pago de tributos, derecho de portar armas, permiso para montar a caballo, vestir como hidalgos, etcétera (Martínez, 1998: 159-165). La fundación de barrios tlaxcaltecas también tuvo fines de comercio, pues los españoles necesitaban víveres para continuar con el trabajo en las minas. Después, los asentamientos tlaxcaltecas sirvieron de control estratégico y expansión, ya que orillaron a los pueblos originarios de esta región a lugares más alejados. Alrededor de 50 familias aliadas se establecieron en el valle de Huacasco, quedando Colotlán en el orden espiritual a cargo de un religioso franciscano. El asentamiento de tlaxcaltecas proporcionaba protección en los caminos, aseguraba el abastecimiento de granos en la ruta de la plata a los mineros, además de ayudar a la pacificación y enseñanza de “mejores costumbres” a diversos pueblos indígenas. Los indígenas de esta región, al igual que los tlaxcaltecas, gozaban de ciertos privilegios, por lo cual muchos mestizos y otras castas se refugiaban allí para disfrutar del fuero militar.

Los indígenas de Colotlán y pueblos aledaños, pasada la pacificación y colonización tlaxcalteca, fueron llamados colotecos, nombre genérico que incluía a los indígenas de Huejuquilla, San Nicolás, Soledad, Tenzompa, Mesquitic, Nostic, San Sebastián, Santa Catarina, San Andrés Cohamiata, Nueva Tlaxcala, Chalchihuites, Camotlán, Hostoco, Apozolco, Mamatla y Tepisuaque. Asimismo, se distinguían tres etnias: huichol/cora, tepehuan/tepecano y mexicaneros (Shadow, 1991: 60-61). Además, otorgaban servicio militar en pro de la Corona al formar las compañías de flecheros. Los colotecos estaban a cargo de un capitán protector nombrado por el virrey, que generalmente era un militar con atribuciones de orden civil: “gubernativas, administrativas y aun jurisdiccionales” (Capdequí, 1965: 60).

Para gobernarlos se estableció de inmemorial tiempo una persona con el carácter de capitán protector, a quien reconocían por juez, en sus primeras instancias civiles, y criminales cuyo gobierno era político y militar, siempre sujeto en las apelaciones a esta capitanía general, pues como fronterizos y en continua acción contra los mismos bárbaros insultantes, se les concedió el fuero militar, bajo cuyo sistema se alistaban todos sin excepción como soldados desde sus tierras. Años constituyéndose defensores de la frontera con dirección de su capitán protector; pero era el dolor que no siempre le obedecían, pues cuando algo determinaba contra sus gustos, se le revelaban, y solía ser víctima sacrificada a la insolencia; y al furor de sus flechas. […] El gobierno de los capitanes protectores duró cerca de doscientos años, sin más efecto que desórdenes, y calamidades que notaría a fuerzas para hacerse respetar; ni podía proteger a los curas doctrineros, ni a los oprimidos contra sus opresores (AGS: 7050-1, cuaderno 4, fs. 1v-2f, 4f).

El contexto en el ocaso decimonónico

La puesta en marcha de las reformas borbónicas, la nueva administración territorial y económica en las colonias americanas, y la llegada de Revillagigedo5 en 1789 al virreinato, lo impulsaron a pedir información sobre el gobierno de las Fronteras de San Luis Colotlán, debido a un conflicto jurisdiccional entre Nueva Galicia y Nueva España por el control del gobierno de Colotlán y la falta de recaudación fiscal en dicho territorio. En ese tenor, Revillagigedo decidió enviar a Félix María Calleja del Rey a revisar el “estado de las fronteras”, pues existían informes (BPEJ, ARA: Ramo Civil, 173-2-1932; y AGS: Guerra, legajo 7014, exp. 1) en donde se mencionaba que los pobladores de Colotlán aprovechaban su situación de fronterizos para no pagar las cargas económicas que la burocracia española mandaba a todos los pueblos de indios, y usaban libremente caballos y armas. Además, los habitantes de las Fronteras de Colotlán manifestaban sus desacuerdos por la falta de atención de la Corona, expulsando a sus autoridades e incluso atentando contra la vida de clérigos, misioneros o funcionarios castrenses, a causa de los maltratos que recibían (BPEJ, ARA: Ramo Civil, 238-13-3156, fs. 2f-4f; y Berthe, Calvo y Jiménez, 2000: 338-345).

Las autoridades virreinales señalaban que los indígenas se habían vuelto “turbulentos”, que colindaban con los “serranos nayaritas y […] los taraumares y tepeguanes de la Nueva Vizcaya, estos últimos estaban acusados gravemente de infidelidad y aún de coligación con los apaches y por último que había principios de iguales sospechas contra los referidos colotlanes” (AGS: 7050-1, no. 769, s.f.), por lo tanto, era necesaria una descripción minuciosa que permitiera tener un panorama amplio del gobierno fronterizo y emitir una recomendación para su mejor administración. De ahí que se buscara un militar para hacer el informe del estado de las Fronteras de Colotlán. Debía ser alguien de confianza para el virrey, pues era una tarea delicada; se trataba de un gobierno en donde mantener la calma significaba tener resguardada la ruta comercial de la plata y, asimismo, conservar libre de rebeliones una región en donde las alianzas, incluso con indios alejados de Colotlán, podían materializarse en cualquier momento, y con ello desestabilizar la economía regional: el trabajo en las minas, el intercambio comercial y la producción agroganadera.