Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Escrito en 1920 (cinco años antes de la publicación de El gran Gatsby) "El pagaré" es un relato que estaba inédito hasta que en 2017 The New Yorker lo descubrió y publicó. Parece ser que estaba destinado a ser publicado en Harper's Bazaar, pero Francis Scott Fitzgerald se lo quedó para su y nunca lo envió para su publicación. Este relato narra la historia de un editor que acaba de contratar un exitoso libro, las memorias de un médico convertido en espiritualista, titulado La aristocracia del mundo espiritual. Después de un exitoso lanzamiento de medio millón de copias, el editor decide visitar al autor para firmar su próximo libro…
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 36
Veröffentlichungsjahr: 2021
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Francis Scott Fitzgerald
El pagaré
El de arriba no es mi nombre, pertenece a un tipo que me dio permiso para firmar esta historia con el suyo. No voy a divulgar mi verdadero nombre. Soy editor. Acepto novelas largas sobre jóvenes enamorados escritas por viejas solteronas de Dakota del Sur, historias de detectives protagonizadas por miembros de clubs selectos y mujeres apaches de «profundos ojos oscuros»[1], y ensayos sobre amenazas de aquí y allá o sobre el color de la luna en Tahití, escritos por profesores universitarios y demás desempleados. No acepto novelas de autores menores de quince años. Todos los columnistas y comunistas —nunca he logrado entender ninguna de esas dos palabras con claridad— despotrican de mí porque dicen que lo único que me importa es el dinero. Es verdad, me importa muchísimo. Mi mujer lo necesita y mis hijos no dejan de gastarlo. Si me ofrecieran todo el dinero que hay en Nueva York, no lo rechazaría. Prefiero sacar un libro con una preventa de quinientos mil ejemplares antes que descubrir a un Samuel Butler, un Theodore Dreiser y un James Branch Cabell en el mismo año. A ustedes les pasaría lo mismo si fueran editores.
Hace seis meses contraté un libro que, sin lugar a dudas, era una apuesta segura. Lo había escrito Harden, el investigador de fenómenos paranormales. El primer libro del doctor Harden, que yo mismo publiqué en 1913, se había afianzado en el mercado como un cangrejo en la arena de Long Island, y eso que, por entonces, las investigaciones paranormales en modo alguno estaban tan en boga como hoy en día. En la promoción de su nuevo libro, insistimos en que se trataba de un documento con una gran fuerza emocional. Su sobrino había muerto en la guerra y el doctor Harden había escrito, con notable distinción y grandes reticencias, la comunión psíquica experimentada con su sobrino, Cosgrove Harden, a través de varios médiums.
El doctor Harden no era uno de esos intelectuales engreídos, sino un psicólogo de gran prestigio, doctorado en las universidades de Viena y Oxford y profesor visitante en la Universidad de Ohio al final de su carrera. Su libro no era ni despiadado ni crédulo. En su actitud se adivinaba una seriedad fundamental subyacente. Por ejemplo, el libro mencionaba a un joven llamado Wilkins que había llamado a la puerta del doctor Harden para reclamar una deuda de tres dólares con ochenta centavos al finado, y le había pedido que averiguara las intenciones de este al respecto. El doctor Harden se negó resueltamente a atender la petición, pues consideraba que hacer algo así sería poco menos que rezar a los santos por un paraguas perdido.
Durante noventa días, estuvimos preparando la publicación. Se montaron tres propuestas alternativas para la cubierta del libro, con distintas tipografías y dos ilustraciones encargadas a cinco artistas, cuyos honorarios estaban por las nubes, antes de elegir la opción preeminente. Nada menos que siete correctores profesionales leyeron las últimas pruebas de imprenta, no fuera que el mínimo temblor en la cola de una coma o la más leve sombra en una i mayúscula ofendieran la puntillosa vista del Gran Público Americano.
Cuatro semanas antes del día previsto para el lanzamiento, enormes cajas empezaron a salir rumbo a los miles de puntos que componen la letrada brújula del país. Solo a Chicago llegaron veintisiete mil ejemplares. Siete mil fueron a Galveston, Texas. Cien copias se arrojaron, entre suspiros, a los brazos de Bisbee (Arizona), Red Wing (Minnesota), y Atlanta (Georgia). Una vez abastecidas las grandes ciudades, enviamos lotes sueltos de veinte, treinta y cuarenta libros a toda clase de lugares diseminados por el continente, igual que un artista culmina las últimas pinceladas de su cuadro con pequeños toques a mano aquí y allá.
Finalmente, la primera edición constó de trescientos mil ejemplares.
Mientras tanto, el departamento de publicidad estuvo muy atareado de nueve a cinco, seis días a la semana, poniendo cursivas, subrayando, colocando mayúsculas y dobles mayúsculas; preparando eslóganes, titulares, artículos de opinión y entrevistas; seleccionando fotografías que mostraban al doctor Harden pensando, cavilando y contemplando; recopilando imágenes suyas con una raqueta, un palo de golf, una cuñada, un océano de fondo. Se prepararon reseñas literarias a granel y se apilaron montones de copias para regalar a los críticos de miles de diarios y semanarios.
