El Patagonia - Rubén H. Guzmán - E-Book

El Patagonia E-Book

Rubén H. Guzmán

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Beschreibung

El Patagonia: Una cartografía de lo inasible Más que una novela, El Patagonia es un experimento narrativo, un artefacto perfectamente inconcluso. Ambientado en 1929, el libro parte del vuelo inaugural de un dirigible que busca unir las Américas para luego disolverse en una deriva onírica, donde el tiempo y la percepción se confunden. La épica tecnológica muta en una elegía de lo inasible. El autor, referente del video y cine experimental además de escritor, emplea un lenguaje que oscila entre lo visual y lo literario, creando lo que podría denominarse una "película escrita" à la Robbe-Grillet: un texto que debe proyectarse en la mente del lector, cuadro a cuadro. Entrelazada con archivos sonoros —que el libro invita a escuchar— e imágenes al estilo de W. G. Sebald, la prosa de Guzmán parece emanar de una cámara que alterna primeros planos íntimos con estepas inmensas y cielos infinitos. El dirigible Patagonia ya no es máquina, sino dispositivo filosófico y artefacto literario: un microcosmos que desnuda la fragilidad humana suspendida en lo indescifrable. Esta es una obra para quienes saben que la gran literatura no narra: interroga. ¿Dónde termina el viaje y empieza la alucinación? ¿Es todo relato una deriva controlada? El Patagonia no da respuestas. Ofrece el vértigo perfecto de una pregunta bien planteada. Un logro raro: poema, película y enigma en un solo gesto.

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Seitenzahl: 174

Veröffentlichungsjahr: 2025

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RUBÉN H. GUZMÁN

El Patagonia

Guzmán, Rubén H. El Patagonia / Rubén H. Guzmán. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-6363-7

1. Novelas. I. Título. CDD A860

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Índice

Introducción necesaria y breve

1. Se mueve la palanca de la máquina efímera de sombras

2. La enceguecedora luz de un visionario

3. Invitados a un viaje oscuro

4. Un pez flota en el aire gélido

5. Dos lágrimas congeladas en un mar de sueños

6. De la luz a la oscuridad, suspendidos

7. Todo cruje

8. La palanca del mundo da otro giro

9. La reemplazante

10. La Reina del Plata, prosciuttos y salames italianos

11. Lustmord

12. Tiempos de inocencia y criminalidad

13. Intermezzo

14. Método para esquimales y políticos psicóticos

15. Otro crimen en Elsinor

16. Podría ser peor

17. ¡Al volcán!

18. Breve interludio. El piano volador:el plan llega a un final abrupto

19. En las alturas donde el aire es escaso los peligros se ocultan tras un velo de encanto

20. Grotesca es nuestra frecuente pretensiónde tener razón

21. Cuando nos despojamos del lastre de la existencia, disminuye la pesada carga de nuestro agravio oculto ante la inevitable certeza de la muerte

22. Algo interesante, por fin

23. Pandora era plenamente conscientede que la esperanza se contaba entrelos males más insidiosos

24. La noche, con su dedo, aparta la tristeza

25. El gran cansancio

“Olvidar representa una fuerza, una forma de la salud vigorosa… Sin capacidad de olvido no puede haber ninguna felicidad, ninguna jovialidad, ninguna esperanza, ningún orgullo, ningún presente.”

Friedrich Nietzsche

Introducción necesaria y breve

Winnipeg, crudo invierno, febrero de 2003.1

Desayunaba en un motel suficientemente rancio y pendenciero, tal como acostumbraba hacer antes de ir al rodaje de mi amigo Guy.2 Allí, una delgada servilleta de papel y una lapicera fueron el origen de un guion cinematográfico prontamente titulado El Patagonia. Le siguieron muchas reescrituras y presentaciones, pero nunca despegó. Actores relevantes como Geraldine Chaplin y el olvidado Peter Wyngarde se comprometieron a participar del proyecto, pero los fondos necesarios nunca aparecieron y el proyecto quedó olvidado, herrumbroso, ubicándose así en el gigantesco Hangar de proyectos truncos. Cada realizador o realizadora tiene su propio hangar, un hangar que muchas veces cobija sus mejores proyectos.

El presente experimento, o libro, consiste en una especie de “cinenovela”, cuyo antecedente encontramos en el escrito de Alain Robbe-Grillet (1922-2008) Hace un año en Marienbad,3 si bien con otras características, ya que en el caso de Robbe-Grillet se trata de un guion literario donde aparecen, por ejemplo, detalladas descripciones técnicas y de cámara. Este innovador género literario que llamo aquí “una película escrita”, es el resultado de una hibridez de guion cinematográfico y prosa literaria. A ello se debe su diseño peculiar, que promedia ambos estilos y formatos. Además, se han agregado imágenes pequeñas que apenas sirven de referencia ilustrativa del relato en curso. Esto no es innovador, como ya saben los lectores de W. G. Sebald.

El resto, corre por cuenta de la imaginación de quien lea esta novela. Ciertamente, no será una experiencia audiovisual, ni literaria, en el sentido clásico, pero sí una invitación a imaginar un largo viaje que, como el proyecto del que se desprende, nace en un rincón helado de Canadá.

1 En enero de 2003 la temperatura mínima llegó a los -41C en la ciudad de Winnipeg.

2The Saddest Music in the World (2003), dirigida por Guy Maddin.

3 Alain Robbe-Grillet, L’Année dernière à Marienbad. Ciné-roman. Les Éditions de Minuit, 1961. A partir de este texto Alain Resnais realizaría su renombrada película homónima ese mismo año.

1.

Se mueve la palanca de la máquina efímera de sombras

En una temeraria y helada noche de julio de 1930, una decena de espectadores variopintos, atraídos por el arco voltaico del proyector, como polillas a un farol de keroseno, se refugian en la tibieza melancólica de un sombrío y mohoso cine patagónico.

Cine patagónico

(foto de Helmut Corcoba)

Desde la cabina del proyeccionista se acelera un gramófono, del cual emana como una bofetada la marcha El Capitán de John Philip Sousa.

El desgastado arco voltaico del proyector salta y su incandescencia, que ha visto mejores días, atraviesa el corredor óptico y la cruz de Malta que al girar hace parpadear un cono de luz cómplice del humo de cigarros en la sala perdidamente oscura. El tiempo cinematográfico se pone en marcha, silente y blanco y negro. Trabajadores del petróleo, amantes y esquiladores por igual son testigos tediosos de las primeras imágenes, efímeras y tenues como sus vidas.

—KINOSONIC PICTURES EN MONOTONE NOTICIERO #1313, JULIO DE 1930 ¡MISTERIO EN EL CIELO! El Explorador belga Max Brueguel se lanza en la búsqueda del Patagonia, el zepelín que desapareció misteriosamente sobre el océano atlántico en 1929 con veinte... digamos diecinueve almas a bordo.

Otro intertítulo reza lo siguiente:

—El titán de sueños, oda inacabada en la partitura del progreso, se desvaneció en la vastedad eterna. En la estela de su partida se posa una melancolía transparente, dejando un vacío en el manto estelar. (Max Brueguel)

Fotogramas del noticiero #1313

(foto cortesía de Kinosonic Pictures)

Max sostiene una foto del dirigible Patagonia como posando inmóvil entre un indiferente rebaño de ovejas. Mientras el humo y el aroma agrio en la sala se espesan, comienzan a titilar imágenes amarillentas del bautismo del majestuoso zepelín.

—Sin embargo, la sinfonía intangible de la imaginación teje esperanzas. Un grupo de pastores asegura haber visto al coloso, un poema mecánico de éter y lona, volando en algún lugar de la Patagonia.

El explorador solitario permanece rígido, como si se tratara de la larga exposición de la cámara de Nadar. Una oveja accidentalmente golpea el trípode que sostiene la cámara, que cae sin ton ni son. Pero, como ya sabemos que el cine es magia, esculpe en el tiempo nuestros sueños despiertos y otras cosas más, el tiempo desaparece en un abrir y cerrar de ojos. A continuación, lo sorprendemos a Max mirando lascivamente a la oveja por un breve instante hasta que la cámara vuelve a caer, esta vez junto a su operador, ambos víctimas de los febriles vientos patagónicos.

—En el estadio Centenario de Montevideo...

Como es costumbre en las elementales tierras australes, el opio del fútbol tiene su lugar preferencial en el reporter. En este caso, el seleccionado uruguayo se enfrenta a su archirrival argentino. Como en una película vanguardista francesa, se suceden cabeceos, patadas y corridas sin ninguna contemplación temporal.

—¡Uruguay le gana a Argentina 4 a 2 y obtiene la Copa del Mundo de 1930!

El equipo argentino improvisa una barrera y protege sus genitales ante un posible impacto indeseado, mientras el equipo uruguayo les patea decenas de pelotas en una seguidilla pesadillesca. Como si la acción se desarrollara en otro campo de juego, el astro uruguayo Héctor Castro avanza por la pradera atravesada por caprichosas líneas blancas, que desconcertarían a cualquier extraterrestre que sobrevolara el campo con intenciones de descifrarlas.

—¡Héctor Castro patea y goooooooooooooooool!!!

Acto seguido —ya que me veo en la obligación de relatarles un acontecimiento aparentemente importante en el que veintidós personas que no se ponen de acuerdo patean un mismo esférico para sendos extremos— una multitud de simpatizantes locales agita frenéticamente sus termos, y los mates vuelan por el aire azul tiñendo las gradas de un verde musgo. Esto último no lo podemos apreciar en la viciada sala de cine, ya que el filme es en blanco y negro.

El proyeccionista, hasta aquí arrullado por el ronroneo del proyector, luego de una larga jornada en una lejana y solitaria torre de petróleo, se queda dormido. Sueña con el vaivén de las sartas de perforación de las torres petroleras, que descienden al vientre de la tierra danzando en movimientos sensuales que despiertan una esencia oculta y freudiana del subsuelo.

Siguiente intertítulo:

—En Sudamérica, esa tierra olvidada...

Seguramente debido al exceso de alcohol por parte del proyeccionista-montajista, reconocido habitué del bar Sol de Mayo, del estadio de fútbol saltamos a una nueva escena en la que la milicia argentina lanza un despiadado ataque contra trabajadores rurales amotinados, intercalada con extasiados hinchas uruguayos, en una sucesión de termos y fusiles, mates y granadas. Los medios, como es habitual, asumen su rol: espectáculo y represión, festejo y zozobra, desinformación y dependencia excesiva en el consumo de información cosmética, y el poder de moldear nuestro entendimiento de las complejidades del mundo exterior. ¡La magia del montaje cinematográfico!

Bar Sol de Mayo

(foto de Helmut Corcoba)

Parpadea un nuevo intertítulo, un plato principal cede involuntariamente a un aperitivo trivial desde el vasto banquete mediático:

—... nuevos disturbios de anarquistas han perturbado nuevamente a la colonia de lobos marinos.

Un grupo de lobos marinos retoza en playas de pedregullo, inmune a la espuma de las olas y de los días vianescos.

—¿Y quién es este grandulón? ¡Vamos, que al viejo “Gruñón” no le gusta que estos alborotadores interrumpan su siesta! ¿Acaso le oímos quejarse de su salario? ¡Claro que no!

Otro desliz en la edición intercala los lobos marinos con imágenes de una orquesta de Leningrado que interpreta un tango ruso entonado por la melosa voz de Alexandre Vertinsky. El sueño profundo del proyeccionista-editor nos priva de la melodía, pues no ha colocado el disco de 78 RPM que le corresponde.

El proyector desacelera y la película con emulsión de nitrato solidariamente se detiene, burbujea y se incinera. Las luces se apagan, excepto por la luz que emana del embrionario foco de incendio, que ahora tiene lugar en la cabina del proyeccionista, quien sobresaltado como perro pila agita sus seis brazos de diosa Ganesa, mientras el público acompaña su danza hindú con un abucheo creciente y tales vituperios, que sonrojarían al leñador más tosco del Yukón.

Este sería un buen momento, querido lector, para huir de la incómoda escena y refugiarnos en la aterciopelada voz de Alexandre Vertinsky, antes de embarcarnos en una secuencia de acciones impotentes para accionar la palanca de tan monumental como enigmático mecanismo que rige la vida de los mortales.

3.

Invitados a un viaje oscuro

Se avecina la Navidad de 1928 en Akron, Ohio, donde cientos de obreros culminan la construcción del majestuoso dirigible, comisionado por Hoffmann, gestado dentro de un colosal útero de metal y madera.

Hangar en Akron, Ohio (1927)

En verdad, el dirigible posee dimensiones más bien monstruosas. Su imponente largo de 245 metros, apenas superado por el Titanic, cobija algo más de 2 millones de metros cúbicos de gas y suficientes cabinas como para hospedar hasta 50 pasajeros. Sus amplios y confortables salones al estilo Bauhaus poseen todas las cualidades de un hotel, o bien de un paquebote. Nunca antes algo tan desmedido había volado. Sí, “desmedido”.

Para el empresario húngaro-canadiense, el zepelín es uno de esos sueños que nos mantienen despiertos y ocupados en algo. Es un recurso que, bien aprovechado, permite ahuyentar a la muerte de una ventana imaginaria. Al menos por un tiempo.

Pero hay tantos recursos como individuos en este planeta inquieto y de dudosa reputación.

Lluviosa noche de otoño fuera del Knickerbocker Theatre de Nueva York. Peatones y vehículos se deslizan sobre un lienzo plateado que refleja las luminarias, dándole a la escena un fulgor tan cristalino como artificial. El bullicio húmedo y monocromático de la esquina de Broadway y calle 38 Oeste se desvanece abruptamente al entrar en el lobby del teatro, como una doncella antes de ser mancillada por un voluptuoso dragón.

Knickerbocker Theatre

El camerino, ese aposento individual o colectivo, donde los venerados artistas se visten, maquillan o preparan para actuar, encuentra una nítida resonancia en el camarín, ese espacio sagrado donde se rinde culto a una imagen muy venerada. En cualquier caso, la veneración carece de toda importancia, excepto por la implícita existencia de los veneradores, seres que idolatran existencias, objetos o ideologías al menos cuestionables.

En su camerino, acostada cabeza abajo sobre un arrumbado diván de terciopelo negro, la otrora actriz de vodevil Glenda Gerutha, otro ser fatuo atrapado en el vórtice de la mediocridad, atraviesa uno de sus acostumbrados berrinches.

Glenda Gerutha

(foto gentileza de Le Petit Echo de la Mode)

Golpes en la puerta aumentan su simulado sollozo, sus sacudidas y pataletas. Es su compañero Rodrigo Fengo, un joven mezquino, alto y sin demasiados atributos coronado por una espesa cabellera de barítono al viento.

Ramiro Fengo

(foto gentileza de Le Petit Echo de la Mode)

Ingresa tímidamente y con intenciones promiscuas. Con indicios de vibratto en su voz.

—¡Por favor, mi terroncito! Sé una buena chica, Gigi. Es la noche del estreno. ¡Asta nunca más nos dará trabajo!

Glenda golpea la almohada y hace un mohín que agita su corte carré con flequillo.

—¡Asta! ¡Asta! ¡Asta! ¡Esa víbora sin corazón! ¡Es lo único que te importa!

El resto de sus palabras se pierden en la almohada de modo que nunca las conoceremos. Encogiéndose de hombros con resignación, Rodrigo suspira, se quita el sombrero y extrae su petaca. De reojo, por sobre la almohada, Glenda lo espía. Rodrigo va por otro intento, con la atenuación característica del acostumbramiento.

—Por favor sé razonable, mi caramelito. ¡Así nos llevarás al Ejército de Salvación!

Queriendo compensar un dramatismo desgastado, Glenda retoma su sollozo con más vehemencia. Con voz entrecortada anticipa su rendición:

—¿Piensas que soy linda, no?

Rodrigo se sienta junto a ella, le da palmaditas en la cabeza. Lo habitual cede gradualmente ante instintos paleolíticos.

—Ya, ya, Gigi mi amor... Así, así...

Glenda se seca las lágrimas de cocodrilo, mezcladas con abundante maquillaje, con el dorso de su mano. Exhala un último y prolongado suspiro, como quien pierde el último tren desde el desierto de Gobi, y se arroja como un mapache sobre la camisa blanca de Rodrigo, dejando un rastro fangoso e indeleble de rímel francés.

La mano de Rodrigo, seguida de su antebrazo, baja ofídicamente por la espalda de Glenda.

—Así, así...