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El pastor payaso es un libro biográfico sobre el artista infantil Ricardo Augusto Porrini (Buenos Aires, 1954), conocido como el Payaso Corneta. La obra ha sido escrita por el hijo menor de Ricardo, Marcos David, y aborda aspectos sensibles de la vida familiar, el pensamiento religioso evangélico y la labor artística. La escritura de la obra intercala pasajes narrativos con pasajes poéticos y con otros de tipo reflexivo. Se intenta trascender lo particular del personaje y plantear cuestiones de relevancia para todo lector. Es una obra delicada, franca y profunda, cargada de elementos propios de la cristiandad pero no es específicamente religiosa.
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Seitenzahl: 105
Veröffentlichungsjahr: 2024
Marcos David Porrini
Porrini, Marcos David El payaso pastor : vida de Ricardo Augusto Porrini, el Payaso Corneta / Marcos David Porrini. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-4662-3
1. Biografías. I. Título. CDD 791.33
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Fotos de tapa, contratapa y solapa: Sergio Galasso. Corrección literaria: Kelly Gavinoser.
Prólogo - La presencia del Padre
Introito
El nacimiento
La infancia
Niño anterior a mí (poema epistolar)
El nuevo nacimiento
La apertura al amor
Esa mujer que quiero (poema epistolar)
El emerger de un payaso
La vocación y el propósito
La influencia en los hijos
El trabajo musical
La doctrina Corneta
Hagamos al Hombre (poema epistolar)
Milagros
El sueño televisivo
Habla el payaso pastor
Has hecho vida (poema epistolar)
Apéndice
Agradezco principalmente a mis padres y a mis hermanos.
También agradezco la colaboración de Sergio Galasso en las fotografías, de Néstor Darío Figueiras en el prólogo, de Kelly Gavinoser en la corrección del texto (y la sugerencia para el título) y de Teresa Luján en la financiación del proceso editorial.
El macho engendra, la hembra concibe.
Sí, lo sé: en los tiempos que corren, hacer declaraciones taxativas respecto de cuestiones de género puede irritar a algunos, pero confío en la calidad de lector de quienes hayan sentido curiosidad por estas páginas y estén aventurándose en ellas ahora mismo. O, al menos, apelo a su paciencia: prometo que mi postulado inicial no ensaya diatribas ni busca entablar polémicas. Todo lo contrario.
Decía que el macho, el hombre, engendra, mientras que la mujer concibe, gesta, amamanta. Es indudable que la segunda misión es mucho más grande y dificultosa que la primera, que abarca múltiples y diversos aspectos, los cuales pueden englobarse casi con total precisión bajo el neologismo ‘maternar’. En definitiva, la mujer materna.
Pero me voy a detener en la labor masculina, que a primera vista no presenta desafíos tan bravos como la otra. De alguna manera, este libro —una biografía que va mutando hasta convertirse en autobiografía, una involuntaria, intuyo, y por eso más honesta y transparente aunque también intrigante y misteriosa— trata sobre la paternidad.
He llegado a pensar que, en el caso de los hijos adultos que aún gozan de tener consigo a sus engendradores (gozamos de esa invaluable bendición tanto el autor de este libro como quien lo prologa), la paternidad implica un continuo acto de engendramiento. Esto es, creo, lo que supone estar presente a lo largo del tiempo. Tal cosa, una paternidad presente, no solo es un acto incesante: además tiene algo de proeza, de una gesta que exige persistencia y cuyo mayor desafío aparece en los tramos finales del sendero recorrido, cuando el hijo, crecido, ya no ve a un héroe en la figura de su progenitor, cuando ambos miembros del vínculo se han decepcionado mutuamente (consecuencia casi inevitable de la madurez) y descubren que tienen que aprender a vivir con esa desilusión (y a convivir uno con el otro, incluso cuando alguna de las partes haya optado por el distanciamiento: ninguna presencia más obstinada que la ausencia de aquel con quien no se han hecho las paces).
Dije “continuo acto de engendramiento”, sí. Ese proceso de “dar vida a un nuevo ser” (definición de la RAE para ‘engendrar’) no termina nunca. El padre engendra una y otra vez a su hijo, le insufla vida cada día mientras él transcurre hacia el último aliento. Entonces paternar también tiene sus bemoles (como padre músico de una hija música se me hace irresistible el uso del lugar común). Por otro lado, si el padre consigue de alguna manera vencer la crisis de la media vida (y la de los tres cuartos de vida y todas las que arrecien), si logra sobreponerse a los reveses de la existencia y hacer llevaderas las neurosis modernas para continuar dando vida a pesar de todo, el hijo irá siendo renovado. Pero este esquivo milagro, cuando ocurre, no es percibido de forma consciente la mayoría de las veces.
Presentados estos pensamientos (que, aunque puedan parecer incongruentes, luego revelarán su pertinencia), quiero enfocarme en la obra, como para dar la idea de que este es un prólogo corriente. “El payaso pastor” es la biografía de Ricardo Porrini, hombre de una vida singular, saturada de luminosidades y sombras como cualquier otra historia vital. En su andadura se barajan diversas cuestiones, todas muy interesantes: la búsqueda del fortalecimiento de la fe cristiana y el deseo de una relación cada vez más íntima con Dios, el sueño de cimentar una carrera artística, cuyo eje principal siempre ha sido el viejo y complejo arte del Clown —aunque sospecho que ni el protagonista de estas páginas ni su autor comulgan con esta forma un tanto artificial de definir la tradicional misión del Payaso—, la lucha contra las adversidades económicas —que en el caso de los artistas siempre se ven magnificadas—, el reto de sostener y resignificar los vínculos afectivos (esposa e hijos); pero sobre todo, e incluso trasuntando todas las materias antedichas, está el llamado pastoral. De hecho, el impulso de Ricardo de servir al prójimo se percibe como una vocación, a veces latente, a veces dominante y en plenitud. Esa vocación es el hilo de plata que hilvana cada una de las circunstancias de la vida de Ricardo. Cuando nos centramos en su profunda vocación, vemos que el camino del Payaso Pastor adquiere total sentido y despunta como un tapiz bien urdido, agraciado y significante, cortesía del Creador.
No haría falta mucho más para que el libro fuese atractivo. Sin embargo, contiene un aditamento que hace que su lectura resulte mucho más placentera de lo que uno espera al inicio: el biógrafo de Ricardo es Marcos Porrini, su hijo. Por eso dije que se trata de una biografía que se torna una autobiografía involuntaria o, mejor, semiinconsciente. Marcos, avezado lector y delicado artesano de las palabras, busca conocer a su engendrador, comprenderlo más allá de la superficial experiencia cotidiana, que aun en lo inmediato está tamizada por la memoria y sus caprichos. En esa búsqueda —un salto a la hondura del lazo que entraña no pocos riesgos—, el autor termina descubriendo que el Padre sigue engendrando al Hijo y que el Hijo es un nuevo Ser cada vez que mira al Padre. Se asombra —junto al lector, claro— al discernir que el Hijo también recrea al Padre, que le da su raison d'être. Así lo dice Marcos en uno de los magníficos poemas epistolares que deslumbran entre capítulos:
“Yo tengo un poco de barro, vos un poco de viento. Ambos tenemos un poco de cosas extrañas. Te gusta cocinar y has ganado habilidad en las mezclas; tomá pues mis pocas cosas, únanse al preparado de tus misterios. El horno hará tal vez seres amplios, dorados, sabrosos. Hemos de unirnos para libertad; para conjugar en un solo gesto, en un solo poema o sermón o chiste, lo tuyo y lo mío y hacer al Ser, a imagen y semejanza de sueños nuevos. […] Yo también, oh papi, estoy creándote, también tengo labores secretas. Escribo el libro, avanzo y retrocedo, cambio minucias, miento con la sinceridad de un artista, aboco mi espíritu alzando un templo en que habite la presencia del padre. Porque yo existo para que vos existas; nací para decir lo que podría salvarte. […]”
Sin duda, una manifestación del sagrado templo aludido por Marcos, el fruto sabroso del horno, ese amplio gesto/poema/sermón/chiste —en la fragua edénica todos esos términos alcanzan la sinonimia—, es este libro. Semejante escritura ha requerido, evidentemente, un esfuerzo y un coraje grandes. En cambio, su lectura solo proporciona deleite.
Néstor Darío Figueiras – 14/12/2023
(Escritor, músico, pastor)
Un nombre evoca anécdotas, emociones, incluso formas musicales de encarar la vida. He decidido ir lejos en la evocación de un nombre, el de Ricardo Porrini, con sus derivados de Payaso Corneta y de Papá. Me dejaré guiar por el nombre, no sin cierta esperanza de revelación: de extrañamiento e incomodidad quizás, y de asombro; de lo que fuese que rompa la anclada presunción de ya conocer a alguien y hasta de conocer qué es el Ser Humano.
Me abro a la aventura de este libro no tanto porque quiera edificar a los lectores sino con sed de misterio. Pido a la Gracia poder ver todo con ojos inocentes, llegar a descubrir y expresar quién ha sido de verdad el hombre en ese nombre, qué soy yo en relación con él, qué es la vida en relación con nosotros, qué mensaje portamos como signo liberador para el resto del mundo. Anhelo que este libro sea fiel tanto a lo particular como a lo universal, dando a las palabras la cualidad de puente hacia la sabiduría. Hágase la Luz. Hagamos al Hombre.
Empieza la escritura a fines de agosto de 2022. Llevo treinta y un años bajo el nombre de Marcos David Porrini como hijo de Ricardo Augusto Porrini y Estela Hebe Tomassetti. Escribo ahora en la Ciudad de Buenos Aires, Argentina, donde nací y he vivido casi siempre. Tengo tres hermanos mayores, todos engendrados por Ricardo y Estela, quienes siguen en maridaje desde enero de 1978. Sus nombres: Esteban Daniel y Mariela Noemí (los mellizos), y Melisa Giselle. El que sea yo quien procure crear un libro sobre el padre en común se debe, en parte, a mi obstinada inclinación a escribir literatura; velaré, sin embargo, por la presencia de algunos testimonios de mis hermanos, quienes tienen otra sensibilidad y otras imágenes interiores del padre. Su aporte servirá de mucho.
Aún más servirá, supongo, el aporte de nuestra madre, Estela. Pensar a mi papá es pensar en ella también; el engranaje de ambos es un enigma intenso para mi mente ansiosa de respuestas. Algo en ese vínculo sigue maravillándome.
Por último, el testimonio fundamental será el de él mismo. Su voz será necesaria, como la de alguien convencido de haber encontrado el sendero del Espíritu, de haber manifestado en obras un deseo celestial, que lo vuelve no solo un hombre sino un hombre–mensaje, un signo de lo verdadero.
En relación con el mensaje, he decidido llamar al libro “El payaso pastor”, como una forma de representar cierta rareza hermosa que ha marcado la vida de mi padre. La conjunción de los contrarios, la armonía de los opuestos. El Payaso: lo creador, lo disruptivo, lo fantástico, la risa que amplía y burla fronteras esquemáticas, la ternura de los niños, el arte y su diversidad. El Pastor: lo solemne, lo didáctico, lo celestial, la lealtad a una doctrina y a la potencia de la deidad cristiana encarnándose… Hay un dinamismo único en este choque de fuerzas, y un juego de tensiones y crisis, de incógnitas, de expectativas y aun de temores, por lo que valdrá el esfuerzo de adentrarme.
Evocar el nombre de mi padre es, inevitablemente, evocar la Iglesia Evangélica, la Biblia, la esperanza de conocer lo divino de Jesucristo en el curso del camino propio, el sentido de misión, el sentido de pecado y de obediencia. En suma, la religiosidad y la búsqueda total de ser íntegros y de ayudar a los otros.
Este libro, intuyo, será más que anecdótico e informativo; será algo teológico, algo filosófico, algo mayormente indefinible.
El certificado de nacimiento es inexacto; en múltiples sentidos, podríamos creer. Menciono solamente que, sin bien Ricardo figura como nacido el 25 de diciembre de 1954, la fecha auténtica es la del 21. Siempre hemos celebrado su cumpleaños los 21 de diciembre.
No me atribuyo conocimientos ni especiales intereses en relación con la numerología o la astrología, pero sí admito que me es simpático observar esas fechas, vinculadas tanto al cambio de estación como a la Navidad. Me figuro a Ricardo, entonces, con cierta gracia solar, como de quien viene a expandir el fuego en las almas. Por cierto, puedo asociar ese fuego con otro suceso cercano al nacimiento de mi padre. No apuntaré hacia la debacle social que acaecería luego de unos meses (en septiembre del ‘55), con los bombardeos en el centro político de Buenos Aires y el triunfo de la llamada Revolución Libertadora que depondría al presidente Perón. Apuntaré, más bien, hacia algo previo: la venida a Buenos Aires del predicador evangélico estadounidense Tommy Hicks.