El pequeño y singular universo de Noah - César de las Casas Peinador - E-Book

El pequeño y singular universo de Noah E-Book

César de las Casas Peinador

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Beschreibung

Noah es un adolescente que ha hecho de su habitación un refugio donde esconderse de todo aquello que le causa ansiedad. Allí ha encerrado todos sus miedos y la frustración por no sentirse uno más en la sociedad. Acompañado siempre de la música y de un amigo al que acude cuando todo a su alrededor se desmorona, ha construido ese pequeño universo en el que poder ser feliz. Es entonces cuando, a partir de uno de sus recurrentes sueños, se da cuenta de que huir eternamente de la realidad no es la solución de sus problemas y decide emprender uno de los viajes más difíciles: conocerse a sí mismo.

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© Derechos de edición reservados.

Letrame Editorial.

www.Letrame.com

[email protected]

© César de las Casas Peinador

Ilustradores: © María Villalobos Cervantes.

Diseño de edición: Letrame Editorial.

ISBN: 978-84-17608-67-5

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

Prólogo:Un pequeño y singular universo de miedos

Nunca me he sentido un chico similar a los demás. Mientras mis amigos imaginaban con ansia lo que serían de mayores e iniciaban sus primeras aventuras fuera de casa, yo me quedaba escuchando a los Beatles en mi habitación, ya que la música y la soledad que me ofrecían eran las únicas capaces de conseguir que mi mente viajara a otro mundo, uno que no fuera tan caótico. De hecho, nunca me preguntaba qué era exactamente lo que me ocurría, lo único que sabía es que ese sentimiento me visitaba con frecuencia y se llevaba toda mi energía. Cuando esa sensación desconocida aparecía, apagaba la luz y dejaba paso a la melodía de Dear Prudence. Tenía predilección por el White Album, ya que de alguna forma que no era capaz de explicar me tranquilizaba y, por un instante de tiempo, sentía que el mundo giraba a mi alrededor. Solía describir el sentimiento como un dictador que se apoderaba de mi mente y obligaba a todo mi cuerpo a paralizarse, haciéndome manifestar un profundo miedo por las represalias de no hacer lo que ese tirano deseara. Me lo imaginaba sentado en un trono con un montón de esclavos temerosos haciendo realidad sus deseos sin encontrar fuerzas para combatirle.

No obstante, tenía un mejor amigo al que acudía cuando no veía ninguna salida y todo parecía desmoronarse. Aparecía siempre que lo necesitaba, ayudándome a sentirme integrado en la sociedad. Cuando el sentimiento se manifestaba, un telón de fondo separaba la realidad de mi mundo de la realidad compleja y aparente de mi ser. Enfrente, como si de una sala de teatro se tratase, estaba mi amigo dispuesto a escucharme, como un espectador más de la obra de mi vida:

—Estoy cansado de no ver una salida, de no poder dar una explicación a todas las cosas que me pasan por la cabeza. Me agobia que la vida esté tan estructurada. Por ejemplo, en el instituto estudias y te examinan de esos conocimientos aprendidos. Todos hemos sentido esa satisfacción ante el trabajo bien hecho, pero te aporta una felicidad corta en el tiempo, ya que una vez has superado ese paso sabes que tienes más por recorrer, y es una responsabilidad que no te permite disfrutar mucho del momento. Lo único que me ayuda a no sentirme tan vacío es viajar lejos de un mundo del que no me siento parte.

—Tienes que ser más valiente y tratar de no evadir la realidad del mundo en el que vives. El tiempo es el único juez que es parcial, sin embargo, es el que nos parece más injusto. Estás poniendo muros a lo que se acepta por naturaleza. Tienes que dejar que la ansiedad salga de tu vida para dejar de vivir con esa incertidumbre. La sociedad es el equilibrio al que aspiran todos los seres humanos. Es la única forma en la que se construye un universo dentro del desorden y se puede llegar a vivir potenciando tus capacidades.

—Entonces, ¿por qué siento miedo? No se puede aceptar un orden si dentro del mismo hay cosas que desconocemos y pueden llegar a causar desorden. Solo tenemos la certeza de la muerte, pero desconocemos todo lo demás. ¿Cómo puedo ser capaz de vivir si no sé lo que me puede deparar la vida?

—La sociedad implica aceptar que hay cosas que posiblemente nunca conoceremos, pero te permite que las cosas que están a tu alcance las conozcas. Por ejemplo, el conocimiento físico y matemático te permite explicar el movimiento de los objetos y aproximar leyes que luego se convierten en universales. No se puede conocer el universo caótico si no trabajas desde la construcción de un mundo estable, desde un punto fijo. El miedo surge como estímulo de esas cosas que desconocemos, para darles una explicación, así como para protegernos de lo que puede representar un peligro. Lo peor que puedes hacer es intentar huir de esos sentimientos y sensaciones ya que te ayudan a conocerte a ti mismo.

—Pero si dentro de la sociedad aislamos a una persona y esta nunca experimenta la muerte de cerca, así como las inseguridades e incertidumbres de vivir en este sistema, tendrá una mentalidad diferente y posiblemente nunca llegue a sentir la misma frustración que tengo yo ahora.

—Acabaría desarrollándolos a lo largo de su vida. Como ya te dije antes, es naturaleza humana. El ser humano necesita estructurar su mundo y dar respuesta a determinadas preguntas, y será el camino que tendrás que recorrer en el futuro para empezar a convivir con tus miedos.

El telón de fondo volvió a abrirse como tantas otras veces que necesitaba aislarme, y dio una vez más la bienvenida a la realidad. Me encantaba visitar ese mundo abstracto habitado por mi amigo ya que disfrutaba de la visión particular que tenía de las cosas. Siempre había pensado que era mi versión antagónica. Tenía una gran capacidad para enfrentarse a los miedos, así como para potenciar aquello que le hacía feliz en la sociedad. Por el contrario, yo era desconfiado y me dejaba influir poco por lo que estaba impuesto. Esto era en gran parte debido a que muchas de las cosas que hacían felices a las demás personas las consideraba ilógicas y contrarias a mi forma de pensar. La decisión que tomé de afrontar la vida de esa manera me llevó a experimentar una profunda ansiedad, así como a construir los cimientos de una mentalidad llena de miedos e inseguridades que me habían hecho prisionero dentro de mi pequeño y singular universo.

Acto I:Sueños

Uno de los factores más importantes para evaluar cómo se sentía en ese determinado momento eran los sueños. Antes de pasar esa etapa de ansiedad en la que se hallaba sumido, las noches se concatenaban con visiones difusas llenas de desastres naturales y situaciones inverosímiles, quizás como una advertencia de que algo dentro de su mente estaba destruyéndose y su cuerpo se estaba preparando para huir lo más lejos que pudiera. Uno de los sueños que más se repetía era el del muñeco Charlot que se encontraba en el salón de su casa. Ese muñeco barnizado y detallado al milímetro había cobrado vida gracias a la pasión artística de su madre, que pasó varios meses confeccionando sin saberlo el mayor miedo de su único hijo. Ya era un símbolo presente en la familia, fruto de la admiración de sus padres por las películas de Charles Chaplin, y había capturado la expresión muda y despreocupada de la película The Kid, la favorita de su madre. Ese icono de la ternura y la inocencia infantil se había encarnado en un rostro maligno y perverso que encerraba sus inseguridades y debilidades. Como ocurría siempre al final del día, la noche apagaba las luces de la función, el protagonista de la obra se retiraba a descansar y se sumía en un profundo sueño.

Caminaba por el interminable pasillo de su casa. Intentó buscar el interruptor de la luz a ciegas, ya que la oscuridad de la noche le impedía moverse con la rapidez que deseaba. Cuando por fin dio con él, intentó accionarlo tres veces en vano. «Se habrá ido la luz», se dijo a sí mismo entre susurros. A pesar del contratiempo, su vista se había acostumbrado y podía distinguir algunas cosas del lugar. Estaba decorado a ambos lados con fotos en blanco y negro. Cada una de las fotos eran momentos importantes de su vida. Había fotos suyas de pequeño con sus abuelos, otras solo con su padre montado encima de una Harley Davidson. Siguiendo la línea temporal, a medida que avanzaba por el pasillo, se encontró una foto de su primer día de colegio. Tenía un rostro feliz, pero podía sentir fácilmente con solo mirarla los nervios que le habían invadido ese día.

Se detuvo un instante a observar un detalle que llamó su atención. Muchas de las fotos estaban completamente oscuras. «Puede ser que no se revelaran bien», pensó él inconscientemente. Cogió con cuidado una de las que tenía cercanas y se quedó observándola con curiosidad. «Puede que con un poco de luz consiga ver algo», sopesó instintivamente, mientras se acercaba a la única ventana que había en el largo pasillo. Esa noche había luna llena, pero la más extraña que había visto, puesto que ocupaba más de la mitad del cielo y amenazaba con entrar impasible por la gran ventana. Nunca había visto la luna tan de cerca y lo atribuyó al fenómeno meteorológico que anunciaron el otro día en la televisión, en el cual la luna tendría su máximo acercamiento a la Tierra, un fenómeno que se llamaba «Superluna» y que no ocurría desde hacía 20 años.

Una potente luz blanca que viajaba a gran velocidad desde el cuerpo celeste atravesó la foto, y se pudieron ver pequeños fragmentos de lo que parecía ser un niño sentado en la pierna de un señor con bigote recortado y que vestía con un sombrero bombín negro. Se reconoció rápidamente como el niño de la foto, pero no recordaba cuándo se había hecho una con el muñeco Charlot que tanto odiaba.

De forma repentina, recordó que ese pasillo llevaba a la puerta del salón donde reposaba inmóvil la horrible figura. Levantó y dirigió su mirada a la puerta que les separaba. No sabía que estuviera tan cerca de ella, puesto que otras veces tardaba más en cruzar el pasillo y encontrarla a tientas entre la oscuridad de la noche. Buscaba una explicación lógica que le satisficiera y concluyó que ya llevaba un rato caminando, pero que al entretenerse mirando las fotos no había tenido constancia del paso del tiempo.

Cuando era de noche y llegaba a esa puerta su pensamiento era el mismo: «No voy a abrirla». Sin embargo, una extraña sensación recorría su cuerpo y deseaba comprobar que los ojos del muñeco estuvieran mirando hacia la misma dirección que de costumbre, y que el raído bastón estuviera entrelazado en sus manos. Era la única forma en la que comprobaba que solo se trataba de un ser inanimado y que no tenía forma posible de hacerle ningún daño. Este segundo sentimiento venció al primero y se dispuso a cruzarla.

Un escalofrío subió por todo su cuerpo, mientras su corazón actuaba como un director de orquesta y marcaba las pautas de unos latidos descompasados. Sus piernas estaban congeladas y no podía levantarlas del suelo, pero la curiosidad le dio el empuje definitivo para romper el muro que separaban a su mente y su cuerpo, en medio de ese escenario incierto. Finalmente, dio el paso definitivo y se situó enfrente de ese títere que gobernaba sus emociones. La ventana del salón estaba situada en el lado contrario a la del pasillo, sin embargo, una luz blanca de igual intensidad a la anterior iluminaba en esta ocasión la versión monstruosa del personaje que interpretaba Charles Chaplin.

Tratando de no perder la calma, empezó a realizar la comprobación que hacía siempre que entraba a esa habitación. Los ojos estaban mirando en la misma dirección que de costumbre y las manos estaban sujetando el bastón de madera. Todo estaba bien. No obstante, había algo distinto en sus facciones, ya que en esta ocasión su rostro no era mudo y serio, sino que parecía querer decir algo. El conocimiento de que en ese cuarto donde guardaba tantos temores hubiera algo distinto que se escapaba de su entendimiento, fue el determinante que le llevó a querer escapar lo más rápido posible del lugar.