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Veröffentlichungsjahr: 1912
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El porvenir de España
Miguel de Unamuno
Índice
Cubierta
Portada
Preliminares
El porvenir de España
ACLARACIONES PREVIAS
PRIMERA PARTE
DE MIGUEL DE UNAMUNO A ANGEL GANIVET
I
II
III
DE ANGEL GANIVET A MIGUEL DE UNAMUNO
I
II
III
VI
V
SEGUNDA PARTE
DE MIGUEL DE UNAMUNO A ANGEL GANIVET
I
II
III
IV
V
DE ANGEL GANIVET A MIGUEL DE UNAMUNO
I
II
III
VI
Acerca de esta edición
Enlaces relacionados
A raiz del desastre, dos pensadores de la talla de Angel Ganivet y Miguel de Unamuno, escribieron los capítulos que integran este libro trazando un camino ideal por el que España pudiera llegar á la cicatrización de la herida profunda que acababan de inferirle sus propios errores.
Han pasado desde entonces catorce años y los problemas que en estas páginas se tratan permanecen en igual situación que aquellos días; durante periodo tan largo el país ha dormido; por eso reproducimos esta voz que quiso despertarle.
Se habla aquí de la guerra, de la conquista de África, del socialismo, de los partidos políticos, de la enseñanza, del problema económico, de la religión, de todo, en fin, lo que sigue inquietando á la nación, de todo lo que continúa y continuará siendo de transcendental y cálida actualidad.
Muerto Ganivet, estas son sus últimas palabras sobre el porvenir de España, y si es cierto que el espíritu y el pensamiento del insigne Unamuno han podido evolucionar en parte, no lo es menos que el país sigue padeciendo de los mismos males, y que, por tanto, los remedios, no fracasados, guardan aún toda su eficacia. Por eso se publica este libro.
LOS EDITORES
Conocí á Angel Ganivet en la primavera de 1891 hallándonos ambos en Madrid con el fin de hacer oposiciones á cátedras de griego, yo á esta de Salamanca que profeso, y él á una de Granada. El Tribunal, presidido por mi venerado Maestro D. Marcelino Menéndez y Pelayo, era el mismo para las dos oposiciones, pero los ejercicios eran distintos; primero, los de la cátedra de Salamanca, y después, los de Granada. Ganivet asistió á mis ejercicios todos y yo á los suyos, y todos los días de aquellos alegres y claros de Mayo y Junio, nos reuníamos después de almorzar en el café, y después de haber concluido los ejercicios, á media tarde, nos íbamos á tomar sendos helados—de que, como yo, era guloso—á una horchatería de la Carrera de San Jerónimo y desde allí al Retiro.
Tenía yo entonces veintisiete años aún no cumplidos y era Ganivet algo más que un año más joven que yo. El por aquel tiempo hablaba mucho menos que me han dicho hablaba después, y yo hablaba tanto ó más, que he seguido hablando, y era yo, por lo tanto, quien de ordinario llevaba la palabra. Pero sus observaciones é interrupciones eran agudas y sutiles, aunque creo recordar que no siempre congruentes. De lo que más hago memoria es de las cosas que de los gitanos de Granada me contaba, y él escribió más tarde, recordar unas ranas algo antropomórficas que solía dibujar yo en la mesa del café, pues por aquel tiempo me entró el capricho, sugerido por un dibujo japonés, de ilustrar la Batracomiomaquía, para lo que me había provisto de ranas, á las que con una especie de potro, colocaba en posturas humanas, tomando luego apuntes del natural de ellas.
Después de una compañía cotidiana de más de mes y medio, reuniéndonos y conversando día á día, Ganivet y yo nos separamos, yo para venir á mi cátedra de Salamanca, y él, pues no le dieron la de Granada, que se llevó D. José Alemany, muy excelente helenista hoy, para ir á vivir la vida de Pío Cid y á prepararse á oposiciones al Cuerpo consular. Y pasó el tiempo, y yo, justo es decirlo, llegué casi á olvidar á aquel granadino parco en palabras que durante mes y medio me sirvió á diario de ¡oh, amado Teótimo! para ejercer mi instinto de charla.
Algunos años después de esto, hacia 1896, hallándose en ésta de Catedrático de Derecho civil mi muy querido amigo el granadino D. José María Segura, uno de los hombres más simpáticos y de los conversadores más amenos é ingeniosos que he conocido, me dijo si no me acordaba de un cierto Angel Ganivet á quien en Madrid había conocido y me dió unas correspondencias escritas por éste desde Gante á El Defensor de Granada. Las leí y me encontré con otro hombre que el que en nuestras conversaciones se me había mostrado. Le escribí, me contesto y trabamos una nueva relación, ésta epistolar, que no se interrumpió hasta pocos días antes de su misteriosa y tal vez trágica muerte en que me escribió su última carta de nuestra correspondencia, una carta desolada y trágica. Porque yo no sé bien lo que escribiría á otros, pero en las cartas que á mí me escribió, el trágico problema de ultratumba palpitaba siempre.
De ésta nuestra correspondencia, que duró dos años, nació la idea de cambiar cartas abiertas y públicas en El Defensor de Granada en que expusiéramos los dos nuestros respectivos puntos de vista por entonces referentes al porvenir de España, objeto primordial de la preocupación suya y de la mía.
Tal es el origen de estos escritos que hoy publica la "Biblioteca Renacimiento"...
Como han pasado cerca de catorce años desde que estas cartas abiertas se publicaron y en estos años he cambiado no poco en mi manera de ver y apreciar nuestras cosas yo, por mi parte, habría condenado á no ser jamás reeditada la parte que en este volumen me corresponde, y si he accedido á ello, es sólo para que así resulte más claro y más justificado lo de Ganivet que á lo mío se refiere como lo mío á lo suyo. Quiero, pues, hacer constar que sólo como antecedente ó más bien concomitante de una obra de Ganivet dejo que se publique mi parte.
Ni es cosa tampoco, me parece, de que me ponga ahora aquí á señalar aquellos puntos en que ratificaría y aquellos otros en que rectificaría ó refutaría hoy mis opiniones de entonces. La conducta de todo hombre que de veras vive y no es esclavo de una embrutecedora y tiránica consecuencia, es una continuación, ratificación y rectificación de su pasado. Y en un escritor basta seguirle. Además, no tengo ahora á la vista el material de este volumen y ni recuerdo tampoco lo que escribí entonces.
Aunque aquí trato de Ganivet he de tratar también, por fuerza, de mí mismo, y el lector ha de permitirme un desahogo, desahogo que dejo se achaque á ese egotismo que algunos me reprochan.
