El príncipe indómito - Tara Pammi - E-Book
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El príncipe indómito E-Book

Tara Pammi

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Beschreibung

Reclamaba a su heredero, el producto del desliz de una noche. La había anhelado durante diez años, pero Nikandros Drakos, el príncipe temerario de Drakon, solo se permitiría una noche con Mia Rodriguez. Tenía que asumir las obligaciones que le reclamaba su país y que él le había negado durante tanto tiempo. Sin embargo, cuando su ardiente aventura dio como resultado un embarazo inesperado, Nik decidió no descansar hasta que ese hijo pasase a formar parte de la línea sucesoria de Drakon. Para reclamar a su heredero, Nik tenía que conseguir que la rebelde Mia fuese su esposa... y su princesa.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2017 Tara Pammi

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El príncipe indómito, n.º 155 - agosto 2019

Título original: Crowned for the Drakon Legacy

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales , utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-341-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

UNA TRABAJADORA en un banco de Los Ángeles llamada Melissa…

La conserje de un lujoso club de campo de Manhattan…

Una camarera de una coctelería…

Mia Rodriguez fue hojeando la pantalla de su móvil y la rabia se apoderó de ella. El ronroneo del exclusivo deportivo rojo era como un eco amortiguado mientras se alejaba de la horda de periodistas sedientos de sangre. La conferencia de prensa para anunciar que se retiraba del fútbol se había convertido, de repente, en un circo alrededor de las infidelidades de Brian. Había muerto hacía un año y su fantasma seguía persiguiéndola. Con los dedos tembloroso, pulso un pequeño triángulo parpadeante en un vídeo.

Brian era insaciable en lo relativo al sexo…

Me dejaba exhausta cada vez que nos veíamos…

Seguramente, Mia, su esposa, solo tenía tiempo para el fútbol y, evidentemente, Brian acudía a mí para que le diera lo que no le daba ella…

–Apágalo.

Cerró los ojos. El llanto habría sido un alivio, pero también habría significado que podía dar salida a todo lo que se le amontonaba por dentro. Además, las lágrimas también significarían que sentía algo por el hombre con el que se había casado.

La voz se le iba grabando en la cabeza mientras el videoclip iba repitiéndose una y otra vez.

Mia Rodriguez no era suficiente mujer para su marido…

–Apaga esa maldita cosa.

El frenazo repentino hizo que saliera expulsada hacia delante y el cinturón de seguridad se le clavó en el pecho. El corazón se le subió a la garganta. Unas manos grandes y desconocidas le arrebataron el teléfono y lo tiraron al asiento de atrás. Mia lo siguió con la mirada y vio la pantalla deslizarse por el mullido cuero.

–Mia… mírame.

Los dedos en la barbilla y el tono autoritario hicieron que levantara la mirada. Unos ojos azules y penetrantes la dejaron sin respiración. La nariz aguileña, la boca ancha e indolente… Ese rostro que hacía que las mujeres de todo el mundo suspiraran con arrobo, ese hombre tan cerca…

Y no era un hombre cualquiera, era un príncipe cautivador, de una virilidad devastadora. Era Nikandros Drakos, el temerario príncipe de Drakon, segundo en la línea sucesoria, apasionado por los deportes de riesgo y sexy como un demonio.

Lo agarró de la muñeca para apartarlo. Notó la piel curtida y peluda en las yemas de los dedos, era áspera e hipnótica, completamente distinta la de ella… Una descarga eléctrica le despertó todas neuronas y las células de un sopor muy profundo.

Miró los dedos que agarraban el volante y bajó la mirada por las venas de las manos hasta las muñecas. Vio el ligero destello de la esfera del reloj Patek Philippe que llevaba en la muñeca derecha. Era el reloj de un deportista. A ella también le regalaron uno hacía cuatro años, cuando su equipo ganó el campeonato del mundo, cuando Nikandros todavía era el propietario del equipo.

Siguió subiendo la mirada hasta los hombros, hasta el mentón y los rizos negros y un poco largos…

–Deja de oír esas entrevistas atroces.

Ella parpadeó y miró hacia otro lado. Le parecía enorme y abrumadoramente viril y estaba demasiado cerca en la estrechez oscura del coche. Había sido amigo íntimo de Brian y ella había llegado a detestarlo porque su irresponsable marido lo había venerado como si fuese su vasallo.

Era un hombre que había dejado muy claro lo que opinaba, que ella no le llegaba a la suela de los zapatos a Brian; un hombre adicto a la adrenalina que le producía tentar a la muerte y que no dominaba los impulsos de buscar emociones, que tenía todo lo que ella aborrecía de un hombre.

Ese resentimiento la sacó de la lástima por sí misma, pero nada podía sofocar la sensación de tenerlo tan cerca y mirándola con esos ojos. El silencio se hizo casi palpable, como si revelara la reacción casi incontrolable de su cuerpo hacia él. Se moriría si él la percibía. Hasta esa humillación delante de todo el mundo, ese escarnio de la prensa, sería menos doloroso que ver el desprecio de esos ojos azules y gélidos.

Se puso muy recta solo de pensarlo.

Esa reacción se había debido a la impresión, a la necesidad, muy humana, de contacto ante la adversidad. Habían pasado meses, tres años para ser exactos, desde que no la tocaba un hombre. Una vez aceptado ese dato, sintió algo más de valor, miró por el parabrisas y, por primera vez, se dio cuenta de dónde estaba. Habían salido de Miami y habían llegado a una zona muy lujosa y residencial. El edificio de pisos que podía ver desde el coche hacía que la situación fuese más irreal todavía. Lo miró fugazmente y luego fingió que le interesaba lo que la rodeaba.

–Lo siento, Alteza, debería haberos dado la dirección. Vais a tener que dar unas vueltas, pero os agradecería que me dejarais en mi casa.

Se quedó satisfecha porque había sonado firme y cortés a la vez.

–Si no me equivoco, tu madre y tu hermana viven en Houston, ¿no?

Ella, pasmada de que supiera eso, asintió con la cabeza. Era como si sintiera una descarga cada vez que se miraban a los ojos. No había creído que la antipatía entre dos personas pudiera llegar a ser tan tangible.

–Puedo decirle al piloto que llene el depósito del avión y te lleve.

Brian y ella habían sido famosos entre los aficionados al fútbol, pero ese hombre era de la realeza. Tenía aviones privados, equipos de fútbol y clubs de aventura extrema, y eso cuando la prensa sensacionalista no hablaba de la fortuna que había heredado como vástago de la poderosa casa real de Drakos, el príncipe que había dilapidado su legado…

–No hace falta –consiguió replicar ella.

Cada vez que él decía algo con esa voz grave, se despertaban rincones dentro de ella que se había olvidado que existían.

–Ya habéis hecho bastante –añadió Mia.

–Lo dices como si yo fuese unos de esos chacales de la conferencia de prensa, como si yo también fuese tu enemigo.

Su voz transmitía cierta impaciencia y algo más, como si entre ellos hubiese algo más que aversión desde hacía años.

Él era un príncipe, un privilegiado en todos los sentidos posibles, guapo, temerario, cautivador y sin la más mínima… sustancia.

Ella había trabajado como una mula para conseguir todo lo que tenía, ya no se acordaba de cuándo había sido la última vez que había hecho algo que pudiera llamarse divertido y la profesión de toda su vida había terminado a los veintiséis años.

No se parecían en nada y la conversación era demasiado personal para ella.

–No os conozco lo suficiente como para sentir algo tan fuerte como el odio hacia vos.

–Mia Rodriguez Morgan no muestra sus sentimientos, ¿verdad? Me había olvidado de tu fama.

–No sabéis nada de mí, salvo el personaje que ha creado la prensa, Alteza. Vuestra amistad con Brian no os dice nada de mí.

–Te agradecería que me miraras cuando estoy hablando contigo, Mia. Nos conocemos desde hace diez años.

–Y nos hemos caído mal durante esos malditos diez años, no vamos a fingir ahora lo contrario.

Se hizo una quietud tensa en el coche. Él tenía razón, lo había conocido incluso antes de haber conocido a Brian. Tenía diecisiete años y jugaba en el equipo junior cuando conoció al joven príncipe de Drakon. Ella, como todo el mundo, se había quedado prendada del cautivador príncipe europeo. Había oído historias sobre sus peleas con su familia, sobre sus correrías con mujeres de todo el mundo, sobre sus temerarias carreras de coches y los deportes de riesgo que practicaba. Ella siempre había sido tímida con los hombres y cauta e introvertida con los conquistadores consumados como él.

Aunque eso no quería decir que no se le hubiese caído la baba a distancia. Su energía indómita y su virilidad descarada hacían que Nikandros fuese irresistible. Él, rodeado de actrices de primera fila y modelos espigadas, no se había fijado en ella y eso le había dado cierta libertad para permitirse algunas fantasías con él. Cuando Brian, el firme y fiable Brian, le pidió que saliera con él, ella no volvió a pensar en el inalcanzable príncipe.

El hombre fiable y trabajador del que se había enamorado desapareció casi en el mismo instante en el que su carrera como futbolista despegó. El Brian con el que se había casado desapareció para no volver con cada contrato nuevo y con la amistad con personajes de la alta sociedad como Nikandros.

Sin embargo, Nikandros siempre había estado presente, como un espectro entre bambalinas, siempre con una mujer distinta colgada del brazo, siempre con un proyecto de inversión nuevo.

La amistad de Brian con Nikandros había sido legendaria, pero ella no había conseguido entrar del todo en su exclusivo círculo. Cuanto más se arriesgaba Nikandros, más quería Brian parecerse a él, sin conseguirlo.

Ella siempre había sabido que ningún hombre podría parecerse ni remotamente a Nikandros Drakos, fuera por la genética o por el motivo que fuese, algo que Brian no podía soportar cada vez que ella se lo recordaba.

A lo largo de los años, esa antipatía que habían sentido Nikandros y ella el uno por el otro había ido aumentando.

–Tengo que decir en mi defensa que he tenido un día muy complicado –añadió ella dándose la vuelta muy despacio.

Él la miró pensativamente y con cautela. La prensa se había ensañado con ella, pero parecía como si hubiese sido él quien había recibido la noticia más humillante de su vida. ¿La traición de Brian le sorprendía tanto de verdad?

–No deberías quedarte sola los próximos días. Brian habría querido…

–Al parecer, Brian quería muchas cosas que yo no podía darle, Alteza.

–No me llames eso –replicó él apretando los labios.

–Sin embargo, es la forma correcta de dirigirse al vástago de la familia reinante de Drakon, ¿no? Ahora entiendo el ataque de vuestro asistente cuando me monté en el coche. Lo único que le faltaba era que yo os arrastrase a ese circo mediático.

–Alguien debería ocuparse de ti…

–Llevo mucho tiempo ocupándome de mí misma.

–¿Tu familia no quiere acogerte por todas esas… historias asquerosas que se han inventado los medios de comunicación?

–¿Historias? –ella notó la amargura en la boca–. Si yo pudiera engañarme así, dormiría esta noche.

Él la miró con los labios apretados.

–Podrías concederle a Brian… a su memoria… un mínimo beneficio de la duda, se lo merece. Al menos, ahora.

–Al menos, ahora… –repitió ella inexpresivamente, hasta que, poco a poco, fue entendiéndolo–. ¿Queréis decir ahora y no como cuando estaba vivo? –preguntó ella encontrando un objetivo para su furia–. Explicaos, Alteza.

Algo brilló en aquellos ojos azules como el hielo antes de que la cautela gélida se adueñara de él otra vez.

–No es ni el momento ni el lugar.

–Como no tengo previsto encontrar un momento y un lugar en el que me apetezca volver a veros para tener esta conversación, por favor, concededme el honor de oír vuestras conclusiones sobre nuestro matrimonio. Todo el mundo está dando su veredicto y podríais hacer lo mismo, sobre todo, porque vuestro amigo no está aquí para defenderse.

No le pareció el príncipe cautivador que tenía relaciones más duraderas con sus coches que con sus novias, el hombre al que le importaba un comino su familia, el deterioro de su anciano padre o sus obligaciones con su país, el hombre que solo disfrutaba con la perversión del placer y el deporte. Tenía los dientes apretados y agarraba el volante con fuerza, captaba los mismos sentimientos turbulentos en él que los que sentía ella.

–Estás dolida y enfadada y yo nunca había pretendido mantener esta conversación.

Ella había visto, durante tres años, cómo se marchitaba poco a poco su matrimonio, desde unos meses después de que lo celebraran. Durante un año, había sobrellevado el remordimiento por la muerte de Brian y en ese momento, cuando había empezado a recomponer los pedazos de su vida, se le había hecho añicos otra vez.

–Pues no deberíais haber dado a entender que sí queríais.

Él se giró hacia ella, que sintió como un puñetazo por el impacto de su mirada. La camisa blanca contrastaba con el tono oscuro de la piel, parecía un dios pagano en la penumbra del coche, un dios pagano y muy viril.

–No voy a excusarme por lo que hizo Brian si todo esto es verdad.

–Lealtad incondicional para el hombre amigo y que la culpa recaiga sobre la mujer, qué vulgar sois, Alteza, por mucha sangre azul que tengáis.

Sus ojos azules dejaron escapar un destello de rabia.

–Solo sé que él… él estaba loco por ti, que se volvió loco para intentar arreglar vuestro matrimonio y que tú lo dejaste al margen. Él no era quien quería deshacer el matrimonio. ¿Eso no cuenta?

Entonces, sabía que había sido ella la que había pedido el divorcio. Le espantaba parecer que adoptaba una actitud defensiva, pero, aun así, no pudo evitar decirlo.

–Las palabras de amor y las promesas se las lleva al viento, los actos son lo que importan. Cambió en cuanto su carrera despegó y lo perdí en cuanto entró en vuestro círculo, en cuanto decidió imitaros y correr vuestros riesgos…

Su voz reflejó la confusión que sentía. Durante tres años, mientras entrenaba sin que la contrataran y era pobre, Brian la había perseguido con promesas de amor eterno y palabras cariñosas, que se esfumaron en cuanto le llegó el éxito.

–Decidió distanciarse –siguió Mia–, prefirió sentarse al volante de ese maldito coche vuestro y conducir aunque estuviese bebido.

–Mia, yo…

–Y vos… vos jamás habéis tenido una novia, Alteza. Las modelos y las actrices pasan por vuestros brazos como si fuesen un accesorio. ¿Cómo os atrevéis a juzgarme por haber querido acabar con una relación tóxica? Estoy harta de vos y de vuestras opiniones ridículas.

–Mia…

Ella intentó encontrar el cierre, pero las emociones se habían adueñado de ella. ¡Maldito hombre y maldito coche! Notó la calidez de su piel antes de darse cuenta de que se había inclinado por encima de ella para alcanzar el cierre. La musculatura fibrosa le rozó el pecho.

Cerró los ojos. El susurro de la respiración alterada le retumbaba en los oídos. Notó que se le derretía el vientre, que todo el cuerpo le vibraba por la tensión, y rezó para que se le serenase el cuerpo, para que no le afectara su aliento, su virilidad imponente. Sentía tanta impotencia y remordimiento por ese deseo tan intenso que se le doblaban las rodillas, se sentía dominada por un batiburrillo de emociones.

Por fin oyó el chasquido del cierre y estuvo a punto de caerse a la calle.

Una parte de sí misma le decía que estaba siendo irracional, que no podía alejarse de él en plena noche, que su opinión le importaba mucho aunque hubiese dicho lo contrario, pero no podía dominarse.

¿Le había contado Brian todo a Nikandros? ¿Le había contado que ella había dejado de querer estar cerca de él y lo mucho que le había costado que la tocara después de que se enterara de su primer… desliz? Las piernas temblorosas no la sujetaban casi cuando oyó que él se acercaba a ella en la calle oscura y vio que la amplitud de sus espaldas la cubrían por completo.

–Estás siendo absurda, Mia.

Ella notaba el cierre clavado en la espalda mientras intentaba fundirse con la puerta. Haría lo que fuese para que su olor no la empapara por dentro, para sofocar esas ganas irrefrenables de arrojarse en sus brazos.

–Apartaos.

Él extendió los brazos y un mechón de pelo negro como el carbón le cayó por encima de la frente.

–No debería haber hablado de Brian esta noche, cuando estás sobrellevando…

Mia le golpeó en el pecho con un dedo y vibrando por la intensidad de la furia.

–No tenéis derecho a hablar de nuestra relación ahora ni nunca. Además, si eso ha sido una disculpa, ha sido ridícula.

Nikandros la agarró de las muñecas y la acercó más a su cuerpo alto y delgado. Se le encogieron las entrañas cuando le levantó la barbilla con un dedo para que lo mirara a los ojos.

–Jamás en mi vida me he disculpado con una mujer, excepto con mi maman.

Dijo «maman» con acento francés y le pareció como un toque de caramelo sobre chocolate oscuro.

–Entonces, Alteza, me sorprende la cantidad de mujeres que están dispuestas a aguantaros.

–Móntate en el coche otra vez. Puedes pasarte toda la noche diciéndome lo espantoso que soy.

–¿De repente estáis siendo amable conmigo?

Él palideció como si no se hubiese dado cuenta. El brillo de sus ojos azules era hipnótico a la luz de la luna.

–Suelo ser amable… Me quedé después del desastre de la rueda de prensa porque pensé que podías…. necesitar un amigo –se pasó la mano por el pelo mientras resoplaba–, pero, como otras veces, me desvié de mis intenciones –él hizo una mueca de desprecio de sí mismo y Mia se quedó pasmada–. Quédate en mi ático hasta que se calme esta furia por Brian.

–No –Mia sintió un escalofrío solo de pensar en quedarse a solas con ese hombre cuando tenía las emociones así de alteradas–. Gracias por la oferta, pero necesito paz y tranquilidad, no a don Sentenciador mirándome por encima del hombro cuando no sabe nada de nada sobre las relaciones…

–Tú sí sabes mucho sobre mis relaciones… o sobre mi falta de relaciones.

A ella le abrasó la piel y rezó con todas sus fuerzas para que él no lo notara.

–No os distinguís precisamente por alejaros de la prensa. No me extraña que pareciera como si vuestro pobre asistente tuviera el peor trabajo del mundo –Mia notó el agotamiento y se pasó una mano por la nuca–. Solo quiero irme a casa.

–Estará rodeada por la prensa. Mi piso tiene servicio de seguridad las veinticuatro horas y es una fortaleza contra los medios de comunicación. Allí estarás segura.

Mia se hundió contra el metal frío al pensar en las cámaras apuntando a su cara y en los obscenos detalles sobre las aventuras de Brian… Parecía que ocultarse en la guarida del príncipe temerario era su salvación.

–Reconoce que te tienta. Es una situación que no queremos ninguno de los dos, pero estaba claro que no podía abandonarte allí.

–¿Por qué estabais en la conferencia de prensa?

Después de casi un año, su agente la había convencido de que sus admiradores necesitaban un punto final, que debería anunciar en público su retirada del fútbol. Había roto todos los vínculos contractuales con el equipo de Nick hacía meses cuando se enteró de que la tercera lesión que se había hecho le dañaría irreversiblemente la rodilla si seguía jugando.

Al menos, no le había afectado a la vida cotidiana.

Con ese golpe devastador y el accidente de Brian, su vida se había convertido en un torbellino descendente. El comunicado en la conferencia de prensa debería haber sido como empezar de cero… pero la prensa le había tendido una emboscada con las infidelidades de Brian y Nikandros había estado allí. Notó que le sudaba la frente y que le volvía la nauseabunda sensación.

–¿Sabíais la noticia sobre las infidelidades de Brian? ¿Por qué no me avisasteis? –lo agarró de la camisa al sentirse traicionada otra vez–. ¿Acaso decidisteis que me merecía esa humillación por mis supuestos pecados contra Brian?

Él la agarró de los brazos y la calidez de su cuerpo la despertó en más de un sentido.

–Yo no sabía lo que iba a salir, Mia, no sabía… no sabía lo que estaba haciendo él con todas aquellas mujeres. Como mínimo, le habría dicho que tenía un problema.

–No sé por qué, pero dudo mucho que los votos de matrimonio signifiquen algo para un mujeriego empedernido como vos.

–¿Quién está sacando conclusiones ahora?

Tenía los ojos implacables y la agarraba con fuerza de los brazos. Estaba tenso, hasta que empezó a soltar lentamente el aire que había estado conteniendo.

¿Le había hecho daño?

Era la idea más disparatada en la noche más extraña. Sin embargo, el hombre que había creído que era no le habría ofrecido ayuda esa noche, ni siquiera la habría mirado, sobre todo, cuando, al parecer, había decidido que ella se había desentendido de Brian.

Además, Nikandros nunca había fingido ser su amigo, ni siquiera su conocido. Él, de entre todos los amigos de Brian, siempre había mantenido una distancia cortés y cautelosa con ella, como si acercarse demasiado fuese a contaminar su sangre azul.

–Entonces, ¿por qué estabais allí? Sé que vendisteis el equipo femenino y dijeron que ibais a marcharos de Florida e incluso, a lo mejor, de Estados Unidos. Dejasteis a vuestra última novia –ella soltó todo lo que había leído sobre él en la prensa, una costumbre que mantenía desde que apareció en escena–. Tenías que saberlo… No me mientas más, Nikandros. Por favor, ni una mentira más.

Mia cerró los ojos y tuvo que afrontar lo único que había intentado negarse, que algo había cobrado vida la noche anterior en el coche por culpa del príncipe temerario. La sensación de tenerlo cerca se multiplicó por mil, su olor, denso y delicioso, diametralmente opuesto al de ella, se le aferró a la nariz.

Por eso, cuando él habló, cuando su aliento le acarició la piel, cuando bajó las manos a sus hombros y la estrechó contra su cuerpo, cuando su fuerza y calidez le despertaron un anhelo profundo y ávido, se dejó arrastrar por las sensaciones. Notó que su poderoso cuerpo se estremecía, notó que inhalaba aire mientras introducía la nariz entre su pelo, notó que la necesidad apremiante de pegarse a él le reverberaba por todo el cuerpo.

–Fui porque necesitaba despedirme.

–No te creo –ella dejó escapar una risa–. Nunca me has considerado una amiga. No podías digerir la idea de que Brian se casara conmigo. Tú…

Nikandros la apartó con una violencia contenida mucho más aterradora que la manera que tenía de arremeter contra ella. Se apartó el pelo con brusquedad y esbozó media sonrisa.

–No podía digerir la idea de que estuviese contigo porque… te quería para mí. Te quería para mí desde hace años, desde que apareciste en aquel campo como un rayo de luz, con tu alegría, con tu amor por el juego…

–¿Qué? –preguntó Mia retrocediendo un paso y mirándolo fijamente.

El desastre de su matrimonio, la espantosa verdad de las aventuras de Brian, todo se diluyó mientras él hablaba en un tono desafiante.

–Cuando se casó contigo, pensé que mi encaprichamiento contigo se acabaría, te odié durante todos esos años por haberlo marginado y me decía a mí mismo que era afortunado, pero no sirvió de nada. Fui esta noche porque… no puedo dejarlo ni siquiera ahora, después de que haya muerto. No puedo dejar de pensar en ti, de desearte.

La agarró de los brazos y la acercó hasta que sus caras estuvieron a unos centímetros. Ella jamás había visto algo tan hermoso como el brillo de sus ojos azules.

–Fui porque tenía que despedirme de una obsesión de diez años, de esa locura. ¿He sido suficientemente sincero, Mia?

Capítulo 2

 

 

 

 

 

EL PELO todavía mojado dejaba caer unas gotas sobre la camiseta de algodón que le llegaba hasta los muslos. Mia se estremeció, se frotó el pelo otra vez con la toalla y la tiró a la cesta de la ropa.

Parecía como si no tuviera fuerzas para secarse el pelo, algo curioso porque había estado nadando una hora como alma que llevaba el diablo.

La quería para él…

Se había pasado horas repasando la relación que habían tenido durante todos esos años. Como había dicho él, se conocían desde hacía diez años y tenía muchos recuerdos, muchas situaciones que, en ese momento, veía como nuevas.

Le encantaría poder agarrarse a la incredulidad, a la esperanza disparatada de que lo hubiese dicho porque tenía lástima de ella, pero ese brillo en sus ojos… era como si ella fuese el siguiente objetivo que estaba planteándose.

No tenía ni idea de cómo se había dado media vuelta y había vuelto al coche y tampoco sabía qué había dicho cuando él la llevó allí. Se fue corriendo al dormitorio en cuanto él se lo señaló y luego, como un reloj, a la piscina en cuanto dieron las doce.

El pasillo acababa en la interminable terraza con suelo de mármol y unas vistas increíbles de Biscayne Bay a un lado y Miami Beach al otro. Las palmeras y la playa le indicaban que estaba en Miami y, sin embargo, era un mundo aparte.

Recorrió el ático tensa y nerviosa por el día que había pasado.

Había una bodega de vino, otra terraza, una piscina interior y una piscina infinita exterior, cuatro baños de agua caliente y un solario que daba a Brickell.

Los pies se le hundieron en la mullida moqueta oscura cuando entró en el cuarto de los audiovisuales. Unas imágenes se movían en silencio en una pantalla y proyectaban imágenes de colores sobre el patio de butacas en forma de anfiteatro. Era una grabación de uno de sus partidos, de hacía tres años, de cuando su equipo había ganado el campeonato del mundo.

Sintió un dolor muy intenso.

Con el corazón acelerado, se encontró a Nikandros sentado en un escalón de pasillo. Tenía los brazos apoyados en las rodillas y la camiseta resaltaba la línea de su columna vertebral. El pelo negro y mojado resplandecía cada vez que se movían las imágenes de la pantalla. Una botella medio vacía con un brillante líquido dorado se mantenía en un precario equilibrio sobre la moqueta.

Entonces, como hecho a propósito, se vio su potente disparo desde el lado izquierdo del campo, que entró en la portería sin que la guardameta pudiera evitarlo. Había quitado el sonido, pero ella pudo oír el estruendo de los aplausos como si estuviera en el campo y el sol de España le bañara el rostro. La cámara la enfocó. Estaba sudorosa y loca de júbilo, con una sonrisa de oreja a oreja que la partía la cara en dos.

En ese momento, sintió una descarga de alegría, como si la hubiesen devuelto a la vida. En la pantalla, se la veía dar la vuelta al campo y, de repente, detenerse para hacer esa ridícula danza meneando el trasero…

Esa imagen se quedó congelada en la pantalla.

Nikandros estaba viendo el partido con una intensidad que indicaba locura. Sabía que el príncipe era un aficionado obsesivo a ese deporte, que toda su atención podría estar centrada en el partido… pero no, estaba mirándola a ella. Mia bajó los pocos escalones con el corazón martilleándole el pecho.

–Apaga el partido.

Él se inclinó un poco y miró hacia arriba. Tenía unas pestañas larguísimas, pero no pudieron ocultar cómo la miró desde el pelo mojado hasta la punta de los pies con esa media sonrisa burlona y maliciosa.

–¿No verte jugar es otra de tus manías?

–¿Otra…?

–Bañarte a medianoche… –contestó él con la mirada clavada en los mechones mojados–. El aislamiento antes de un partido importante…

Mia se encogió de hombros porque sabía hasta qué punto conocía él las manías que afectaban a una parte frágil y recóndita de sí misma. Su interés en su carrera futbolística, en ella, era muy adictiva… y le llegaba directamente a la cabeza y a otras partes del cuerpo.

–Hasta hace unos meses no había podido asimilar que no volvería a jugar –Mia volvió a mirar la pantalla y sintió ese dolor profundo que la atenazaba siempre por dentro–, que se ha terminado esa parte de mi vida.

Subió los escalones y salió al pasillo. Algo se le estaba desatando por dentro. Algo había cambiado esa noche, quizá, durante los últimos minutos, había cruzado una línea, la que separaba vivir de existir, como si se hubiese resquebrajado el entumecimiento que la había dominado. La agarraron con fuerza de un brazo y se detuvo.

–No me había dado cuenta de lo que has pasado este último año.