El príncipe sin corazón - Tara Pammi - E-Book
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El príncipe sin corazón E-Book

Tara Pammi

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Beschreibung

¡Había encontrado a la esposa a la que había perdido hacía años! Ariana Sakis abandonó a su marido, el príncipe heredero Andreas Drakos, al saber que sus sentimientos no eran correspondidos. Se ocultó durante diez años convencida de que estaba divorciada y decidida a que la pasión no volviera a hacer que fuese vulnerable. Hasta que el propio Andreas se presentó el día de su segunda boda y le comunicó que seguían casados. Andreas, furioso por su traición, no iba a permitir que Ariana se le escapara otra vez. Se vengaría sentándola a su trono... y metiéndola en su cama. Sin embargo, el apasionado reencuentro estuvo a punto de desarbolar al sombrío Andreas, quien se dio cuenta enseguida de que el deseo era más absorbente todavía que el deber...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2017 Tara Pammi

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El príncipe sin corazón, n.º 157 - octubre 2019

Título original: His Drakon Runaway Bride

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por HarlequinEnterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales,utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la OficinaEspañola de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-710-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ES UN golpe de Estado para destronarme?

El príncipe heredero Andreas Drakos de Drakon bromeó mientras entraba en su despacho y se encontraba a su familia mirándolo con todo tipo de expresiones; preocupación en los ojos de su hermana Eleni, decisión inflexible en los de Mia, algo que no podía definir en los de su hermano Nikandros y una frialdad gélida en los de Gabriel.

–Ninguno de nosotros quiere tu empleo, tu popularidad o tu vida –contestó Nikandros, el genio financiero que había metido a Drakon en la senda de la recuperación después del embrollo que había organizado su padre durante la década pasada.

Nik tenía razón. Su vida le habría producido urticaria en cualquier otro momento; tenía al Consejo de la Corona apremiándole para que anunciara la elección de la próxima reina de Drakon y la prensa se preguntaba cada vez más sobre su salud mental, sobre sus frecuentes desapariciones de Drakon durante el año anterior e, incluso, sobre su sexualidad…

Sin embargo, a él no le quedaba fuerza mental para nada que no fuese lo que llevaba buscando desde hacía dos años, y sabía que estaba acercándose.

Se sentó al lado de Mia y el olor a polvos del talco que despedía le pareció curiosamente tranquilizador.

–¿Qué tal estás, Mia?

Ella le tomó las manos y él intentó no dar un respingo. El contacto físico le ponía nervioso y Mia ya lo sabía, pero su cuñada y él se habían acercado mucho durante los últimos meses.

–No has ido a ver a los gemelos, Andreas. Después de todo el lío que has organizado con los herederos para Drakon, me siento desatendida.

–Acabo de volver a Drakon –replicó él con una sonrisa.

–Y supongo que por eso estamos todos aquí. ¿Qué pasa, Andreas?

–¿Dejas que abandone a Tia y Alexio para que me haga esa pregunta? –Andreas se dirigió a Nik, quien lo miró con rabia–. Tienes un aspecto espantoso –añadió dirigiéndose a Mia, que tenía ojeras.

–Déjalo, Nik. Sabes que está intentando que saltes –ella sonrió y los ojos le brillaron con la misma alegría que había visto últimamente en los de Nik–. Tengo dos buenos motivos para tener este aspecto demacrado, Alteza –siguió Mia mirándolo con detenimiento–. Tú, en cambio no los tienes, y sí tienes un aspecto espantoso. Además, aunque Nik y Gabriel no lo expresarían de la misma manera, todos estamos… muy preocupados por ti.

Él frunció el ceño y, con un nudo en las entrañas, se dio cuenta de que era verdad.

–No hace falta.

–Hay quien dice que el Consejo de la Corona está pidiéndote que renuncies y tu nivel de popularidad está en el punto más bajo –intervino Nik en un tono engañosamente tranquilo–. Algunos analistas políticos han llegado a decir que la enfermedad mental de nuestro padre está empezando a manifestarse en ti. Te marchas de Drakon durante días, tus asistentes no saben qué vas a hacer, te niegas a vernos incluso a Ellie y a mí…

–¿Por eso estáis tan preocupados? –preguntó Andreas entre risas–. ¿Creéis que Theos me ha transmitido su locura con todo lo demás?

–Claro que no –contestó Eleni–, pero sí creemos que has estado portándote de una forma muy rara. Andreas, la Casa de Tharius está esperando que digas algo para comunicar la noticia de vuestro compromiso. La coronación es dentro de dos meses y tú…

Sonó su teléfono y todos los nervios se le pusieron en alerta. Sabía la noticia incluso antes de que encender la pantalla del móvil. La barrió con unos dedos temblorosos.

 

Encontrado el objetivo. Mando detalles de la ubicación

 

Se le acumuló la respiración en el pecho y tuvo que hacer un esfuerzo para soltarla. Le bulló la sangre con una satisfacción incontenible.

–Decidle a la Casa de Tharius que nada de nada.

El asombro fue palpable en la enorme habitación y Nik y Eleni lo miraron con tanta preocupación que, por primera vez desde hacía meses, Andreas sintió remordimientos.

–Siento haberos dejado en la cuneta durante estos meses pasados. Necesitaba…

–¡Andreas! –estalló Nik–. Nos da igual que te tomaras unos meses por primera vez en treinta y seis años.

–No es la primera vez –replicó él automáticamente–. Me tomé un año cuando mejoraste de salud, hace casi diez años.

–¿Cuando Theos intentó convertirme en su marioneta? –preguntó Nik con el ceño fruncido.

–Sí, unos meses antes de eso.

Cuando Andreas, en un ataque de locura, había amenazado a Theos con marcharse de Drakon si no le daba algún tiempo libre.

–Andreas –Eleni le puso la mano en el brazo con la voz temblorosa–, no puedes coronarte sin una esposa. Es una de las leyes más antiguas de Drakon. Ningún miembro del Consejo te dejará saltártela. ¿Vas… a renunciar a la corona?

Andreas le dio unas palmadas en la mano a su hermana.

–No, Eleni, me coronaré como estaba previsto.

–Necesitas una esposa –insistió Nik.

Solo Gabriel permanecía en silencio y lo miraba fijamente con los ojos grises como el acero. Gabriel su cuñado… y que había averiguado la verdad.

–Sea lo que sea lo que estás pensando… –Eleni estaba al borde del llanto– cuéntanoslo, por favor. Nik y yo no te juzgaremos…

–No puedo casarme con Maria Tharius porque ya tengo una esposa. He pasado dos años intentando encontrarla.

«Andreas, eres como yo en todos los sentidos. Por tus venas corre el mismo ansia de poder y control. ¿Por qué crees que se largó tu pequeña esposa?». Esas palabras lo habían perseguido durante dos años, pero le daba igual. Estaba dispuesto a ser un monstruo si así volvía ella a su vida.

–¿Estás casado? ¿Con quién? ¿Cuándo? ¿Por qué no…?

Eleni tembló por la vehemencia de sus preguntas hasta que Gabriel le puso las manos en los hombros y abrazó su menuda figura.

–Era la… pupila de nuestro padre y me casé con ella durante mi año sabático. Fue una ceremonia civil y secreta.

–¿Nuestro padre tuvo una pupila?

Nikandros dejó escapar otro improperio porque sabía que eso significaba que su padre habría jugado con la vida de otra persona.

–No malgastes tu lástima con ella –le aconsejó Andreas–. Resulta que nuestro padre y ella se entendían perfectamente.

–Ariana Sakis.

Eleni pronunció el nombre de la mujer que había formado una parte tan integral de su vida que Andreas no recordaba nada de lo que había hecho antes de que la conociera.

–Le faltaban unos meses para tener dieciocho años –añadió Eleni.

El pasmo se reflejó en la cara de todos. Él había tenido veintiséis años y se había casado con una mujer que era casi menor de edad en una ceremonia secreta… Nadie se habría sorprendido más si le hubiesen salido rabo y cuernos.

–Sus padres… murieron en un accidente de coche. Según los rumores, habían estado discutiendo y su madre se estrelló contra el árbol a propósito –le explicó Eleni a Nik–. Su padre… era un general del ejército, un amigo íntimo de nuestro padre. Se habló mucho de que era un marido maltratador y nuestro padre cortó la relación entre la Casa de Drakos y él. Solo un puñado de personas llegaron a saber que tenía su custodia y la mandó… a nadie sabe dónde. Creo que ni siquiera puso un pie en el palacio.

–A un pueblo para ir de pesca lejos de la costa –aclaró Andreas–. Después de haber estado un par de veces con nuestro padre, se marchó más que contenta.

–¿Allí la conociste? –preguntó Nikandros.

–Sí. Yo… le exigí a mi padre que me diera un año para que hiciera lo que quisiera, para documentarme para un libro que quería escribir. Él accedió después de mucho despotricar. No sabía que ese verano acabaría en el mismo pueblo.

Aire fresco de la montaña, lagunas azules rodeadas de bosques, una cabaña aislada, una sola cafetería…. y una chica de pelo como el bronce y una sonrisa amplia y pícara.

Andreas se tambaleó cuando el pasado lo alcanzó como una garra. Aquellos meses en aquel pueblo con Ariana habían sido los más maravillosos de su vida. En ese momento, se daba cuenta, con una amargura que casi lo asfixiaba, de que fueron demasiado maravillosos para que pudieran durar.

–Si te casaste con ella, ¿cómo es posible que no la hayamos conocido ninguno de nosotros? Ni siquiera lo sabíamos.

–Nuestro padre y yo decidimos esperar a un momento más oportuno para anunciar que me había casado. Durante los tres meses de nuestro matrimonio, ella vivió en un piso a unos quince kilómetros del palacio.

–Has estado buscándole desde que empezó… el declive de nuestro padre –Eleni levantó la barbilla porque todas las piezas empezaban a encajar–. ¿Dónde ha estado todos estos años, Andreas?

–Ese año, cuando volví de la cumbre sobre el petróleo que se celebró en Oriente Próximo, nuestro padre me dijo que había muerto en el accidente de un barco.

–¿Pero…? –preguntó Nik con la tensión reflejada en los hombros.

–Pero había aceptado los diez millones que le había ofrecido él, había fingido su muerte y había desaparecido con una identidad falsa.

–Es… espantoso –Eleni, siempre leal a sus hermanos, se había formado una opinión–. ¿Cómo fue capaz ella de hacerte creer que había muerto?

–Y las has encontrado, ¿verdad? –Mia frunció el ceño con un brillo casi de miedo en la mirada cansada–. Andreas, ¿qué piensas hacer? Evidentemente, esa mujer ya ha elegido. Tendrá encima todas las miradas de Drakon.

Era algo que había estado oyendo incluso antes de que llegara a la pubertad. Theos no había parado de repetirle que la prensa no quitaría los ojos de encima ni de él ni de la mujer que eligiera. Ella tendría que aportar una fortuna incomparable, la hermana de Gabriel había cumplido ese requisito, o ser de un linaje importante, Maria Tharius había cumplido esos dos requisitos, o ser una mujer con relaciones poderosas y que aceptara convertirse en una perfecta reina decorativa.

Ariana no había cumplido ninguno de todos esos requisitos.

–Podrías divorciarte –comentó Gabriel hablando por primera vez.

–Las leyes de Drakon exigen que las parejas esperen dieciocho meses después de haber solicitado el divorcio –explicó Eleni con el ceño fruncido–. Como la coronación es dentro de dos meses, no puede solicitar el divorcio ahora.

Andreas, a quien le daba igual lo que todos vieran en su cara, sonrió.

–Nuestro padre, con sus tejemanejes maquiavélicos, dio por supuesto que, como estaba oficialmente muerta, nuestro matrimonio también estaba rescindido. Sin embargo, está viva y no podría casarme con Maria Tharius aunque quisiera. Ariana será la próxima reina de Drakon.

La declaración retumbó por todo el palacio real y le gustó cómo sonaba. Además, con la ventaja añadida de que su padre estaría revolviéndose en la tumba.

 

 

Ariana miró la preciosa iglesia blanca del centro de Fort Collins y se estremeció de los pies a la cabeza, aunque no tuvo nada que ver que el frío viento de octubre le atravesara el vestido de novia.

El pasado no la dejaría en paz ese día. Daba igual que hubiesen pasado más de diez años desde que se casó con Andreas Drakos, el príncipe heredero de Drakon, en una pequeña capilla de un diminuto pueblo cerca de las montañas. También daba igual que solo faltasen unas horas para que se casara con Magnus.

Una desdicha infinita la atenazaba por dentro noche y día.

Era Anna para sus amigos, para sus colegas de la asesoría legal donde trabajaba y para la pequeña comunidad a la que pertenecía en las Montañas Rocosas de Colorado. Anna no era una mujer impulsiva e irreflexiva que se había destruido en el nombre del amor. Anna no era una mujer que se dejaba arrastrar por la pasión hacia un hombre que no sabía cómo se amaba.

En cambio, Anna debía casarse esa tarde con un hombre agradable y comprensivo. Sus amigos debían estar pensando que había perdido el juicio, pero había tenido que alejarse de la locura que era todo eso. No había probado casi bocado el día anterior y no había comido nada en la cena que sus amigos les habían preparado a Magnus y a ella.

Insensatamente, sacó el móvil del chaquetón y abrió un navegador. La página seguía abierta en el mismo artículo que había estado leyendo durante el mes pasado. Lo leyó con avidez, como si lo esencial fuese a cambiar por leerlo la enésima vez.

El príncipe heredero de Drakon, Andreas Drakos, iba a anunciar quién sería su reina antes de que lo coronaran como rey de Drakon, un pequeño principado del Mediterráneo que estaba dejando huella en el mundo financiero. Sería una mujer majestuosa y formada, una donante a organizaciones benéficas, nacida con fortuna y un linaje impecable. Una mujer femenina y delicada, el complemento perfecto para la virilidad dominante y taciturna de él.

Ella ya había sabido que Andreas tomaría algún día a otra mujer, a una mujer mucho más adecuada que ella para ser su esposa, la reina de Drakon. En realidad, lo asombroso era que hubiese tardado tanto cuando ella sabía la devoción que sentía por Drakon.

Sin embargo, su mundo había dado un vuelco cuando leyó ese pequeño artículo.

¿Era Anna mejor que la exaltada e impulsiva mujer que había sido entonces? ¿Acaso no se había decidido a aceptar la petición de Magnus cuando vio la noticia sobre la coronación de Andreas y su corazón se le había desgarrado un poco más? ¿También iba a destrozarle la vida a Magnus?

Unos nubarrones habían cubierto el sol que había resplandecido esa mañana. El tiempo se parecía mucho a sus pensamientos sombríos. Tenía que romper antes de que le hiciera daño a Magnus, antes…

El susurró de un suave motor la sacó del ensimismamiento.

Levantó la cabeza y se quedó helada. Deseó de verdad que pudiera congelarse, hacerse invisible, mezclarse con los árboles grises y sin hojas que la rodeaban, que pudiera convertirse en alguna de las estatuas que se veían por la preciosa ciudad. Sin embargo, los latidos del corazón que le retumbaban en los oídos le indicaban que estaba muy viva.

Efectivamente, reconocía el banderín negro y dorado que ondeaba sobre el capó del coche europeo de lujo que avanzaba lentamente a unos dos pasos de ella y conocía el símbolo del dragón dorado que expulsaba fuego por las fauces abiertas. También conocía al hombre que iba dentro y a su cuerpo, como él conocía el de ella mejor que ella misma.

Le flaquearon las piernas, se tambaleó junto al muro de piedra que llevaba a los escalones de la iglesia y rodeó un árbol con un brazo para sujetarse.

Todos sus instintos más elementales le gritaban que saliera corriendo, pero ni un solo músculo se movió cuando oyó el chasquido de la puerta, ni cuando vio los lustrosos zapatos que salían del coche, ni cuando se incorporó su figura alta e imponente.

La había encontrado.

La había localizado después de diez años, como ella siempre había sabido que haría en la oscuridad de la noche y cuando no podía contener los recuerdos.

Andreas Drakos, el príncipe heredero que pronto sería el rey de Drakon.

Un abrigo negro y largo se le arremolinó alrededor de los tobillos y el pelo ondulado, de color azabache, se le levantó de la amplia frente. Los pómulos prominentes, la nariz levemente aguileña y los labios finos indicaban poder y todos sus movimientos transmitían arrogancia y seguridad en sí mismo. Sus ojos, negros y duros como el ópalo, unos ojos que no reflejaban nada, que algunas veces daban la sensación de que no tenían nada detrás, recorrieron su tembloroso cuerpo y acabaron deteniéndose en su cara.

–Kalimera, Ariana.

Sus miradas se encontraron y un maremoto se sensaciones se adueñó de su cuerpo. Esos ojos… habían llegado a arrastrarla y ella se había deleitado al hacer que brillaran con humor, al hacer que se velaran por la pasión, al intentar atravesar esa coraza opaca.

Apoyó las manos en la corteza del tronco con la esperanza de despertar algún instinto de conservación, de que algún tipo de racionalidad se impusiera a la conmoción emocional en la que se encontraba. Él, vestido de negro y con las manos en los bolsillos, parecía un ángel sombrío dispuesto a impartir justicia.

–No es un día muy bueno para casarse, ¿verdad, pethi mu?

Entonces, lo sabía… Ariana se pasó la lengua por los labios resecos y se tragó la certeza de que había estado a punto de cancelarlo. Su intuición había acertado…

–¿Qué…? ¿Qué haces aquí?

–¿En este lado del charco, en Colorado, en esta preciosa ciudad donde has estado escondiéndote?

Él no movió ni un músculo de la cara, como si hubiese estado hablando del mal tiempo, como si hubiesen sido unos amigos que hablaban de banalidades. Ni la rabia ni ninguna otra emoción alteraban su expresión fría, solo captaba cierto sarcasmo.

–¿O aquí delante de esta iglesia tan bonita en una tarde nublada mientras esperas al hombre con el que deberías casarte dentro de unas horas? ¿Qué contesto, lo general o lo concreto?

Ariana cerró los ojos, pero no sirvió de nada. Su imponente presencia hacía que vibrara el aire y que algo también vibrara dentro de ella. Tomó una bocanada de aire frío y abrió los ojos. Sus músculos empezaban a sentir otra vez… y también le llegaban los recuerdos acompañados por un pánico incontenible.

¿Cómo había podido olvidarse de que cuanto más suave era la voz de Andreas, mayor era su ira y de que cuanto más sereno parecía, más cerca estaba de perder el dominio de sí mismo? Era su hermetismo, donde no entraría ni la razón ni los ruegos. El viento hizo que a ella se le empañaran los ojos, tenía que ser el viento.

–Yo no tengo la misma magia que tú con las palabras, Andreas.

Él inclinó la cabeza con un gesto regio.

–Pronto seré rey y me ha parecido un buen momento para ocuparnos de ese pequeño asunto que hay entre nosotros. Al fin y al cabo, me dejaste sin decirme ni una palabra y quién sabe cuándo querrías volver.

–Volver a tu preciosa Drakon –ella sintió un escalofrío en la espalda y no pudo evitar el tono de amargura en la voz–. No te preocupes, tú y yo… –a ella se le entrecortó la voz, pero, aun así, él no cambió de expresión– fue un episodio de otra vida. La prensa no se enterará nunca de nuestra fugaz historia y yo tampoco voy ir diciendo que te conozco. Ariana Sakis está muerta a todos los efectos.

Levantó la mirada y tuvo que contener la respiración. De repente, él estaba justo delante de ella y le impedía ver nada más. El olor a sándalo, llevado por la calidez de su cuerpo, le inundó los sentidos, la inundó de sensaciones y recuerdos. Era un olor ardiente para un hombre con hielo en la sangre, aunque su pasión también había contrastado con su despiadada falta de corazón.

–Ariana Drakos –le corrigió él en un ligero tono de advertencia–. No te olvides de que eres mía.

Para la Casa de Drakos no había nada de peor gusto que levantar la voz o dejarse llevar por el genio.

–Es posible que seas el rey de tu maldito palacio, Andreas… –el pánico hizo que ella hablara sin reflexionar– pero no eres mi dueño. Magnus llegará de un momento a otro y yo no…

–Tu prometido se ha enterado de la situación y no va a venir.

Podía causar estragos en su vida sin inmutarse, con una calma que la desquiciaba. Haría cualquier cosa por borrarle esa expresión de placidez de la cara, por alterarlo como él la alteraba a ella. Estar cerca de Andreas era como saltar al vacío, apasionante y aterrador… y hacía mucho tiempo que había dejado de hacerlo.

–¿Puede saberse qué le has dicho a Magnus?

–Que debería olvidarse de este asunto mientras todavía tiene la vida bajo su control.

–¿Tan bajo has caído? ¿Ahuyentas al hombre de mi vida? Has llegado a ser tan rastrero y manipulador como tu padre, Andreas.

–No tuve que ahuyentarlo, Ariana –Andreas apretó los dientes–. Magnus, un hombre sensato, no parecía dispuesto a ser el segundo en un caso de bigamia. En realidad, creo que se enfadó por tu engaño.

–¿Bigamia? –ella se acercó a él con un miedo gélido–. ¿A qué te refieres con bigamia?

Él se relajó y se quedó apoyado en el mismo árbol como si tuviera todo el tiempo del mundo, como si nada le produjera tanto placer como ver que todo se le desmoronaba a ella, como si hubiese planeado y vivido ese momento un millar de veces y no pudiese dejar de disfrutarlo.

Ella lo agarró del abrigo y lo zarandeó, pero él no se inmutó.

–¿A qué te refieres?

–Mi padre y tú os olvidasteis de un pequeño detalle en vuestro plan –contestó él con una sonrisa–. Si no hubiese averiguado que estabas viva, no habría pasado nada, pero lo averigüé.

–¿Qué detalle?

Ella gritó y su voz se perdió en la grisura desoladora que la rodeaba. Todavía no tenía nada claro lo que pasó aquellos días. Había actuado por instinto, sobre todo por miedo, y el mayor de sus errores había sido hacerle caso a rey Theos. Solo había querido escapar de Drakon antes de que Andreas volviera de la cumbre, antes de que quedara atrapada en la tela de araña del amor que sentía por él.

Había sido tan ingenua que había sido una marioneta en manos de Theos, pero Andreas no la creería en ese momento. Abandonarlo había sido una traición para un hombre que no infringía las reglas por nadie, un error imperdonable para un hombre que ponía su palabra por encima de todo.

Ella lo agarró de la barbilla para que la mirara.

–¿Qué detalle, Andreas?

Él siguió sin tocarla y sus ojos volvieron a atraparla hasta que le costó respirar. Esos ojos, además, delataban todo lo que sentía; furia, asombro y el placer que le producía la situación de ella.

–Theos jamás me presentó los documentos de solicitud de divorcio que le firmaste. Tu teórica muerte le daba tiempo y… No sé qué planeasteis los dos, pero yo no vi esos documentos hasta hace unos meses. Ni siquiera se presentaron en un tribunal. Sigues siendo mi esposa.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

LO MIRÓ con el espanto más absoluto reflejado en los ojos.

–¿Tu esposa…? –repitió ella como si no pudiese pensar en nada que no fuesen esas dos palabras.

Andreas la miró con avidez, con un hormigueo en la piel que solo podía producirle Ariana.

Ella tenía los labios secos y estaba temblando. Se había recogido el pelo de color cobre, el esplendor que la coronaba, en ese moño desordenado en el que siempre se lo recogía mientras se quejaba porque era demasiado. Tenía los pómulos salientes y le daban aspecto de estar desnutrida. Su piel todavía tenía cierto tono dorado, aunque, en ese momento, estaba muy pálida.

–Ariana, tú y yo seguimos casados… desde hace diez años. Solo con el pequeño inconveniente de que quieres casarte con otro hombre.

Ella fue soltándose de él con todo el cuerpo temblándole por la tensión.

–Ariana está muerta –repitió ella con los labios blancos.

Unas palabras que lo habían perseguido durante ocho años. Se había imaginado su muerte de un centenar de maneras distintas y más de un millón de veces. Se había odiado a sí mismo por haberla dejado con su padre, se había atormentado de todas las maneras posibles porque creía que no la había protegido. Cerró los puños a los costados para contener las ganas de abrazarla, para dominar el impulso de empujarla contra el árbol y devorarle la boca.

Ver a Ariana era desearla. No recordaba no haberla deseado con ese anhelo devastador… y, sin embargo, ese deseo solo era una leve sombra detrás de la necesidad de cerciorarse de que estaba viva y no era un producto de su imaginación, un espectro de sus pesadillas febriles.

Por fuera, no había cambiado lo más mínimo.

Su cuerpo era anguloso, esbelto y con músculos fibrosos. Sus ojos eran marrones y demasiado grandes para su rostro aniñado. La nariz, larga y recta como la hoja de un cuchillo, acababa en una boca tan carnosa que ningún hombre podía verla sin tener pensamientos obscenos. Era como si esa boca tuviera que compensar la austeridad de su cara. Seguía siendo tan normal y corriente como la había descrito Theos en aquellos tiempos.

Solo habían cambiado los ojos.

Había desaparecido ese resplandor que parecía brotarle de dentro y había dejado paso a la cautela. Quería apartarla de él para que no lo tocara como hacía entonces.

Sin embargo, ya estaba hecho el daño a su organismo.

El cuerpo le entraba en ebullición por el leve contacto con el de ella. Las piernas largas y firmes entrelazadas con las de él; su cuerpo ligeramente tembloroso contra el de él; su olor, a piel y el jabón de lavanda que, al parecer, todavía usaba, le llegaba hasta la corriente sanguínea. Todas y cada una de sus células se alteraban, como el perro de Pavlov. Los recuerdos, las sensaciones de placer y algo más, la sensación de estar vivo, lo acaloraban.

–Esta es tu miserable venganza –susurró ella con la boca a unos centímetros de la de él–, tu manera de jugar conmigo mientras comunicas tu matrimonio al mundo entero. Me tendrás en tus manos con esa ridícula amenaza, y todo porque cometí la temeridad de abandonar al hombre arrogante, controlador y despiadado que eres, Andreas.

–¿Crees que tu traición y tus mentiras hicieron mella en mi orgullo?

–Sí –contestó ella en tono desafiante–. No eres capaz de sentir nada más.

Andreas se estremeció al notar que sus palabras se le clavaban en la piel como un alambre de espinos. Al parecer, incluso en ese momento, cuando era ella quien había actuado rematadamente mal, se atrevía a echarle en cara sus propios errores.

–Podrías haberlo hecho mediante tus abogados, podrías haberme mandado los documentos con uno de tus lacayos, pero no, tenías que hacerlo personalmente porque no podías renunciar al placer de arruinarme la vida antes de volver a gobernar tu maldito reino.

–Te equivocas otra vez, Ariana. No he venido solo para arruinar tu compromiso.

–Entonces, ¿qué haces aquí?

–Llevo esperando este momento desde hace dos años, desde que mi padre dejó caer que estabas viva. Pronto me coronarán como rey de Drakon y necesito tener a mi esposa al lado. He venido para llevarte e Drakon.

Ella lo miró a los ojos como si estuviese quedándose sin fuerzas, como si estuviera desinflándose.

–Tienes que estar tomándome el pelo.

Entonces, él le pasó la yema de un dedo por el delicado borde de su mentón.

–Ya sabes que no tengo sentido del humor…

–No… puedes… hacerme… esto… –replicó ella con la respiración entrecortada.

Su delgado cuerpo fue perdiendo vigor y se desmayó. Le obligó a sujetarla, le obligó a abrazar su frágil cuerpo contra el de él antes de que estuviera preparado para ese contacto, a sentir un miedo, un pánico y un centenar de otras emociones que no habría sentido si no.

El corpiño del vestido estaba tan ceñido que Andreas sacó la navaja del abrigo y le cortó el frente. El tono azulado de su boca fue desapareciendo y su pánico también.

Levantó fácilmente su delgado cuerpo y la llevó al coche que estaba esperándolo. La rabia gélida dejó paso al pasmo. Quizá no hubiese cambiado por fuera, pero sí había algo distinto en ella, algo frágil y quebradizo, casi, como si faltara una pieza…

Había esperado encontrarse con una novia radiante y despreocupada, dispuesta a embarcarse en otra aventura con otro hombre al que había engatusado con su personalidad chispeante, con su vivacidad e ingenio. Había esperado encontrársela viviendo a cuerpo de rey con el dinero que le había sacado a su padre.

No se había esperado esa… esa desamparada mujer con ojeras, que trabajaba a todas horas en una asesoría legal sin ánimo de lucro. No ganaba casi dinero y compartía un apartamento diminuto de un dormitorio con otra mujer. Jamás se habría imaginado que esa chica rebelde y alocada tendría interés por estudiar Derecho y mucho menos por ejercerlo.

Casi sin respiración, la dejó lentamente en el asiento y se sentó a su lado. Todas las promesas furibundas de hacerle sufrir se desvanecieron en cuanto la tuvo pegada a su cuerpo. Una vez más, esa mujer desesperante había tirado por tierra todos sus planes. Como había conseguido hacerle reír, como había conseguido que anhelara algo que entonces no conocía, como había conseguido que perdiera la cabeza por las ganas incontenibles de poseerla.

Ariana lo embrujó de alguna manera durante todo aquel verano.

La chica insensata y risueña se había metido muy dentro de él, le había dado a conocer una alegría que no había conocido nunca. Por eso, había hecho algo inimaginable, se había casado con ella cuando llegó el momento de marcharse. Poseer a Ariana le había parecido lo mismo que tener esa alegría en la palma de la mano. Había significado ser algo más que el príncipe heredero, algo que hasta entonces no se había dado cuenta de que necesitaba ser. Se había olvidado de quién y qué era, se había aferrado a esa sensación, le había parecido que tenerla en su vida era suficiente.

Sin embargo, no había sido suficiente para ella.

Ella había destrozado sus vidas con el mismo alocamiento que le había atraído a él, y esa era la chica que había esperado encontrar, pero tenía razón, no era la Ariana que había conocido aquel verano, la Ariana con la que se había casado.

Sin embargo, no podía dejar que se le escapara.

 

 

Ariana se despertó despacio, con la garganta seca y la mente en blanco. Tomó aire atragantándose.

–Bebe esto.