El Principito - Antoine de Saint-Exupéry - E-Book

El Principito E-Book

Antoine de Saint-Exupéry

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Beschreibung

Un piloto se ve obligado a aterrizar de emergencia en el desierto del Sahara y de repente ve aparecer a un niño, vestido de una manera muy particular, que lo sorprende con sus preguntas y sus modales. Poco a poco el extraño niño le cuenta que viene de un lejano asteroide, en donde vive acompañado por una flor caprichosa y tres volcanes que deshollina cada mañana. Cansado de discutir con su flor, de la que está enamorado, aprovecha una migración de pájaros salvajes para escapar de la orgullosa rosa. Antes de llegar a la Tierra recorre seis planetas y así conoce a un rey que no tiene a quien gobernar, a un vanidoso a quien nadie admira, a un bebedor, a un hombre de negocios que se creía dueño de todas las estrellas del universo, a un farolero cuya consigna era prender y apagar un farol en un planeta que giraba una vez por minuto, y a un geógrafo que nunca había visto una montaña, un río o un océano. Ya en la Tierra, El Principito se encuentra un jardín de rosas que lo hace sentir muy triste, pues hasta ese día creyó que su rosa era única en el universo. Casi al tiempo conoce al zorro que le suplica al niño que lo domestique. Conoce también un guardagujas, un vendedor y una serpiente venenosa que lo ayuda a regresar a su añorado asteroide.

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Saint-Exupéry, Antoine de, 1900-1944.

El principito / Antoine de Saint-Exupéry ; traducción Vallés Lirca. -- Bogotá : Panamericana Editorial, 2019.

112 páginas : ilustraciones ; 26 cm.

ISBN 978-958-30-5989-6

1. Cuentos franceses 2. Amor - Cuentos 3. Amistad - Cuentos I. Vallés Calaña, Lirca V, traductora II. Tít.

843.91 cd 21 ed.

A1653106

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

Primera edición, febrero de 2020

© 2020 Panamericana Editorial Ltda.

Título original: Le Petit Prince

Calle 12 No. 34-30, Tel.: (57 1) 3649000

www.panamericanaeditorial.com

Tienda virtual: www.panamericana.com.co

Bogotá D. C., Colombia

Editor

Panamericana Editorial Ltda.

Ilustraciones

Antoine de Saint-Exupéry

Traducción

Lirca Vallés

Diseño y diagramación

Martha Cadena

ISBN: 978-958-30-5989-6 (impreso)ISBN: 978-958-30-6398-5 (epub)

Prohibida su reproducción total o parcial

por cualquier medio sin permiso del Editor.

Impreso por Panamericana Formas e Impresos S. A.

Calle 65 No. 95-28. Tels.: (57 1) 4302110 - 4300355

Fax: (57 1) 2763008

Bogotá D. C., Colombia

Quien solo actúa como impresor.

Impreso en Colombia - Printed in Colombia

A Leon Werth

Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo un motivo importante para ello: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otro motivo, además: esta persona mayor puede entenderlo todo, hasta los libros para niños. Tengo, aún, un tercer motivo: esta persona mayor vive en Francia, donde padece hambre y frío. Tiene mucha necesidad de ser consolada. Si todos estos motivos no son suficientes, quiero, entonces, dedicar este libro al niño que una vez fue esa persona mayor. Todas las personas mayores han sido, primero, niños. (Pero son pocas, entre ellas, las que lo recuerdan).

Rehago, pues, mi dedicatoria:

A Leon Werth

Cuando era niño

I

Cuando tenía seis años vi, una vez, un magnífico dibujo en un libro sobre la selva virgen que se llamaba Historias vividas. La imagen representaba una serpiente boa tragándose una fiera. Esta es la copia del dibujo.

En el libro decía: “Las serpientes boas tragan sus presas enteras, sin masticarlas. Luego, no pueden moverse y duermen durante los seis meses que tarda su digestión”.

Estuve, entonces, largo tiempo meditando sobre las aventuras de la jungla y logré, a la vez, realizar con un lápiz de color mi pri­mer dibujo. Mi dibujo número 1. Era así:

Mostré mi obra maestra a las personas mayores y les pregunté si no les daba miedo mi dibujo: “¿Por qué ha de dar miedo un sombrero?”.

Mi dibujo no representaba un sombrero. Representaba una serpiente boa que digería un elefante. Entonces dibujé el interior de una serpiente boa, para que las personas mayores pudieran comprender. Las personas mayores siempre necesitan explicaciones. Mi dibujo número 2 era así:

Las personas mayores me aconsejaron que dejara los dibu­jos de serpientes boas abiertas o cerradas, y me interesara más bien en la geografía, en la historia, en el cálculo y en la gramá­tica. Así fue como abandoné, a los seis años de edad, una magnífica carrera de pintor. Me sentía desanimado por el fracaso de mi dibujo número 1 y de mi dibujo número 2. Las personas mayores nunca comprenden nada por sí mismas. Es agotador para los niños darles y volverles a dar, siempre, explicaciones. Tuve entonces que elegir otra ocupación y aprendí a pilotear aviones. Anduve volando un poco por todo el mundo. Y la geografía, exactamente, me sirvió mucho. Podía distinguir a primera vista la China de Arizona. Esta habilidad es muy útil si estamos perdidos durante la noche.

He establecido así, a lo largo de mi vida, muchísimas relaciones con un gran número de personas serias. Viví mucho junto a las personas mayores. Muy de cerca las he observado. Esto no ha mejorado mucho mi opinión.

Cuando encontraba alguna que me parecía un poco más lúcida, repetía con ella la experiencia de mi dibujo número 1, que siempre he conservado. Quería saber si verdaderamente podía comprender. Pero siempre me respondía: “Es un sombrero”. Entonces no les hablaba ni de serpientes boas, ni de selvas vírgenes, ni de estrellas. Me ajustaba a su estilo. Les hablaba de bridge, de golf, de política y de corbatas. Y las personas mayores quedaban muy complacidas por haber conocido a un hombre tan razonable.

II

Así viví, solo, sin nadie con quien hablar verdaderamente, hasta que tuve una avería en el desierto del Sahara, hace seis años. Algo dejó de funcionar en mi motor y como no me acompañaba un mecánico, ni pasajero alguno, decidí intentar solo la complicada reparación. Era para mí una situación de vida o muerte. Me alcanzaría el agua de beber, apenas, para ocho días.

La primera noche me quedé dormido sobre la arena a mil millas de cualquier lugar habitado. Mi aislamiento era mayor que el de un náufrago sobre una balsa en medio del océano. Imagínense entonces mi sorpresa al amanecer, cuando una extraña vocecita me despertó diciendo:

—Por favor… ¡dibújame una oveja!

—¡Eh!

—Dibújame una oveja…

De un salto me puse de pie como si hubiera sido tocado por un rayo. Incrédulo, no dejaba de frotarme los ojos para salir del sueño. Miré y volví a mirar por todas partes. Y descubrí a un hombrecito verdaderamente extraordinario, que me observaba con gran seriedad. Este es el mejor retrato que, más tarde, logré hacer de él. Naturalmente, mi dibujo tiene mucho menos encanto que el modelo. No soy culpable. Fui desalentado en mi carrera de pintor por las personas mayores, a la edad de seis años, y no aprendí más que a dibujar boas cerradas y boas abiertas.

Me quedé, pues, atónito, con los ojos redondos por la sorpresa, contemplando aquella inusitada aparición. No olviden que me encontraba a mil millas de cualquier lugar habitado. Sin embargo, no me parecía que mi hombrecito estuviera extraviado, ni muerto de fatiga, ni muerto de hambre, ni muerto de sed, ni muerto de miedo. No había en su presencia nada de niño perdido en medio del desierto, a mil millas de cualquier lugar habitado. Cuando al fin logré hablar, le pregunté:

—Pero… ¿Qué haces aquí?

Y solo me repitió muy dulcemente, aunque con la seriedad de las cosas que en realidad son importantes:

—Por favor… dibújame una oveja…

Cuando el misterio es demasiado impresionante, nadie osa desobedecer. Así, a pesar de lo absurdo que me resultaban tales acontecimientos a mil millas de cualquier lugar habitado y en peligro de muerte, saqué de mi bolsillo una hoja de papel y una pluma. Entonces recordé que, sobre todo, había estudiado geografía, historia, cálculo y gramática, y le confesé al hombrecito, con un poco de mal humor, que no sabía dibujar. Él me respondió:

—Eso no tiene importancia. Dibújame una oveja.

Como nunca había dibujado una oveja, debí elegir entre mis dos únicas posibilidades y rehíce, para él, la imagen de mi boa cerra­da. Pero quedé estupefacto cuando lo oí decirme:

—¡No! ¡No! No quiero un elefante dentro de una boa. Una boa es demasiado peligrosa y un elefante muy voluminoso. Mi país es pequeñito. Necesito una oveja. Dibújame una oveja.

Entonces lo intenté.

Él se quedó mirando atentamente el dibujo y me dijo:

—¡No! Esta oveja está muy enferma. Hazme otra.

Lo intenté de nuevo.

Mi amigo sonrió amablemente, con indulgencia, y comentó:

—Fíjate bien… esto no es una oveja: es un carnero. Tiene cuernos…

Volví, pues, a rehacer mi dibujo; pero fue también rechazado como los anteriores.

—Esta es demasiado vieja. Quiero una oveja que pueda vivir muchos años.

Entonces, ya sin paciencia, apremiado por comenzar cuanto antes a desarmar mi motor, garabateé este dibujo:

Y le dije:

—¿Ves esta caja? Dentro está la oveja que quieres.

Para mi sorpresa, la cara de mi joven juez se iluminó:

—¡Era exactamente así como la quería! ¿Crees que esta oveja necesite mucha hierba?

—¿Por qué?

—Porque en mi país todo es pequeño…

—Será suficiente. Te he regalado una oveja muy chiquita.

Inclinó la cabeza sobre el dibujo:

—No, no es tan chiquita… ¡Espera! Se ha quedado dormida.

Y así fue como conocí al principito.

III