Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
El Principito es uno de los libros mas publicados del siglo XX, con traducciones a mas de treinta idiomas y con una variedad impresionante de ediciones. De él ha atraído, desde su primera edición, que, semejando un sencillo libro para niños, realmente es una obra profunda que invita a la reflexión. Lo que Antonie de Saint-Exupéry busca expresar en el encuentro de un aviador accidentado en medio del desierto con un pequeño niño decepcionado por el amor en su afán por traspasar la vida cotidiana y encontrar, en lo profundo, el sentido real de la existencia humana: lo relevante, lo que le permite y lo que constituye como ser. El Principito es un libro para niños: es decir, también para ellos, porque, y de acuerdo con las propias palabras de Saint-Exupéry, "todas las personas mayores han sido niños"
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 64
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
El Principito (1943)Antonie de Saint-Exupéry
Editorial CõLeemos Contigo Editorial S.A.S. de [email protected]ón: Octubre 2022
Imagen de portada: ShutterstockProhibida la reproducción parcial o total sin la autorización escrita del editor.
·
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
XXVI
XXVII
A Léon Werth
Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una buena excusa: esa persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra excusa: esa persona mayor puede comprenderlo todo, hasta los libros para niños. Tengo una tercera excusa: esta persona mayor vive en Francia, donde pasa hambre y frío. Tiene necesidad de ser consolada. Si todas esas excusas no son suficientes, voy a dedicar este libro al niño que fue esa persona mayor. Todas las personas mayores fueron niños. (Pero muy pocas de ellas lo recuerdan.) Entonces corrijo mi dedicatoria:
Cuando tenía seis años vi, una vez, una ilustración magnífica en un libro sobre la Selva Virgen que se llamaba Historias Vívidas. Representaba a una boa que tragaba una fiera. Esta es la copia del dibujo.
En el libro decía: «Las boas tragan su presa entera, sin masticarla. Luego no pueden moverse y duermen durante los seis meses que dura la digestión.»
Entonces reflexioné mucho sobre las aventuras de la jungla y, con un lápiz de color, tracé mi primer dibujo. Mi dibujo número 1. Era así:
Le mostré mi obra maestra a las personas mayores y les pregunté si mi dibujo les daba miedo.
Me respondieron: «¿Por qué debe dar miedo un sombrero?»
Mi dibujo no representaba un sombrero. Representaba una boa que digería un elefante. Entonces dibujé el interior de la boa, para que las personas mayores pudieran comprender. Los adultos siempre necesitan explicaciones. Mi dibujo número 2 era así:
Los adultos me aconsejaron que dejara los dibujos de boas, abiertas o cerradas, y que me interesara más en la geografía, la historia, el cálculo y la gramática.
Fue así como abandoné, a los seis años de edad, una magnífica carrera de pintor. Quedé desalentado por el fracaso de mi dibujo número 1 y de mi dibujo número 2. Los grandes nunca comprenden nada por sí mismos y es agotador para los niños tener que darles siempre explicaciones.
Por lo tanto tuve que escoger otro oficio y aprendí a pilotar aviones. Volé un poco por todo el mundo, y la geografía me sirvió mucho. Podía distinguir, de un vistazo, China de Arizona, lo cual es muy útil si uno se pierde durante la noche.
He tenido, a lo largo de mi vida, muchos contactos con gente seria. He vivido mucho con personas mayores. Esto no ha mejorado mi opinión sobre ellas.
Cuando encontraba una que me parecía al menos un poco lúcida, repetía con ella la experiencia de mi dibujo número 1 que siempre conservé. Quería saber si era verdaderamente comprensiva, pero siempre me repetía: «Es un sombrero.» Entonces, yo no le hablaba de boas ni de selvas vírgenes ni de estrellas.
Me ponía a su altura y le hablaba de bridge, de golf, de política y de corbatas. Y esa persona mayor estaba muy contenta de conocer a un hombre tan razonable.
Yo viví solo, sin nadie con quien hablar verdaderamente, hasta que, hace seis años, tuve una avería en el desierto del Sahara. Algo se había estropeado en el motor. Y como no llevaba ni mecánico ni pasajeros, me preparé para intentar, completamente solo, una reparación difícil. Para mí era una cuestión de vida o muerte. Sólo tenía agua para ocho días.
La primera noche me dormí en la arena, a mil millas de cualquier lugar habitado. Estaba más solo que un náufrago en una balsa en medio del océano. Ya pueden imaginarse mi sorpresa cuando una vocecita, al amanecer, me despertó. Decía:
—¡Por favor, dibuja para mí un borreguito!
—¿Qué?
—Dibújame un borreguito.
Me levanté de un salto, como si me hubiera alcanzado un rayo. Me froté los ojos. Miré con atención.
Vi entonces a un hombrecito extraordinario que me estudiaba seriamente. Mira el mejor retrato que, más tarde, pude hacer de él. Mi dibujo, por supuesto, es mucho menos encantador que el modelo. No es mi culpa. Fui desanimado, a los seis años de edad, por los adultos, en mi carrera de pintor, y no había aprendido a dibujar, salvo a las boas abiertas y las boas cerradas.
Miré esa aparición con los ojos redondos de asombro. No olviden que me encontraba a mil millas de cualquier lugar habitado. No me pareció que el pequeño hombrecito estuviera perdido, ni muerto de cansancio o de hambre, ni muerto de sed o de miedo. No tenía en absoluto el aspecto de un niño perdido en medio del desierto, a mil millas de cualquier lugar habitado. Cuando pude hablar, le dije:
—Pero... ¿tú qué haces aquí?
Repitió entonces, dulcemente, como si fuera algo muy serio:
—Por favor, dibuja para mí un borreguito.
Cuando el misterio es muy grande, no se puede desobedecer. A mil millas de todo lugar habitado y en peligro de muerte, aquello me parecía completamente absurdo, pero de cualquier modo saqué de mi bolsillo una hoja y una pluma. Recordé que yo había estudiado geografía, historia, cálculo y gramática y le dije al hombrecito (con un poco de mal humor) que yo no sabía dibujar. Él me respondió:
—No importa. Dibújame un borreguito.
Como yo nunca había dibujado un borreguito, hice para él uno de los únicos dos dibujos que era capaz de hacer: el de la boa cerrada. Quedé estupefacto cuando el hombrecito me dijo:
—¡No! iNo! Yo sólo veo un elefante dentro de una boa. Una boa es muy peligrosa y un elefante demasiado voluminoso. Mi casa es muy pequeña. Necesito un borreguito. Dibuja para mí un borreguito.
Lo dibujé.
Él miraba atentamente, después dijo:
—No. Ése está muy enfermo. Dibuja otro.
Volví a dibujar.
Mi amigo sonrió gentilmente, con indulgencia me dijo:
—Míralo bien... No es un borreguito.
Es un carnero. Tiene cuernos.
Rehice mi dibujo. Pero él lo rechazó, como a los anteriores:
—Este es muy viejo. Necesito uno que viva mucho tiempo.
Se me acabó la paciencia. Tenía necesidad de comenzar la reparación del motor. Entonces le esbocé este dibujo, y le dije:
—Esta es su caja. El borreguito que tú quieres está dentro.
Con qué sorpresa vi cómo se iluminaba el rostro de mi pequeño juez.
—¡Es justo lo que yo deseaba! ¿Tú crees que este borreguito necesite mucha hierba?
—¿Por qué?
—Porque en mi casa todo es muy pequeño.
—Lo que haya será suficiente. El borreguito que te he dado es muy chiquito.
Bueno, no tanto. ¡Mira! Se ha dormido.
Fue así como conocí al Principito.
Necesité mucho tiempo para comprender de dónde venía. El Principito, que me hacía tantas preguntas, parecía no escuchar las mías. Por sus palabras pronunciadas al azar, poco a poco, todo me fue revelado.
Así, cuando divisó por primera vez mi avión (no voy a dibujar mi avión porque es un dibujo demasiado complicado para mi), me preguntó:
—¿Qué es esa cosa que está allí?
—No es una cosa. Vuela. Es un avión. Mi avión.
Me sentí orgulloso de decirle que yo volaba. Entonces exclamó:
—¡Cómo! ¿Te caíste del cielo?
—Sí —respondí con modestia.
—¡Ah! Qué divertido.