El Pueblo del Hielo 13 - La huella del diablo - Margit Sandemo - E-Book

El Pueblo del Hielo 13 - La huella del diablo E-Book

Margit Sandemo

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Beschreibung

Por primera vez en español. La serie La Leyenda del Pueblo del Hielo ya ha cautivado a 40 millones de lectores en todo el mundo. Se descubren unas huellas aterradoras: las de un pie humano y otro grotesco. Las de alguien que recorre el país como un demonio, matando a quien se interpone en su camino. Dominic, Villemo y Niklas, del Pueblo del Hielo, comprenden que se encuentran ante el mal por el que fueron los elegidos para destruirlo. Pero ¿cómo acabarán con un monstruo que parece inmortal?  El Pueblo del Hielo es una conmovedora leyenda de amor y poderes sobrenaturales, un relato de la lucha esencial entre el bien y el mal.

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La huella del diablo

La leyenda del Pueblo del hielo 13 – La huella del diablo

Título original: Satans fotspår

© 1983 Margit Sandemo. Reservados todos los derechos.

© 2021 Jentas A/S. Reservados todos los derechos.

Traducción Daniela Rocío Taboada,

© Traducción, Jentas A/S. Reservados todos los derechos.

ePub: Jentas A/S

ISBN 978-87-428-1024-8

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la autorización escrita de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.

Agradecimientos

La leyenda del Pueblo del hielo está dedicada con amor y gratitud al recuerdo de mi querido esposo fallecido Asbjorn Sandemo, quien convirtió mi vida en un cuento de hadas.

Margit Sandemo

Reseñas del Pueblo del hielo

Margit Sandemo es simplemente maravillosa.

— The Guardian

Una historia llena de personajes convincentes, bien planteada en la línea temporal, y reveladora: hará que los lectores abran los ojos de par en par y que probablemente sientan cierto cosquilleo en la ingle... Es una novela gráfica sin imágenes; no puedo esperar a leer que sucederá a continuación.

— The Times

Una mezcla de mito y leyenda entrelazada con eventos históricos: esta creación imaginativa atrapa al lector desde la primera página hasta la última.

— Historical Novels Review

Aclamada por las masas, la prolífera Margit Sandemo ha escrito más de 172 novelas hasta la fecha y es la autora más leída de Escandinavia...

— Scanorama magazine

La leyenda del Pueblo del hielo

Mucho tiempo atrás, hace cientos de años, Tengel el Maligno, despiadado y codicioso, vagó por el desierto para vender su alma al diablo y así conseguir todo lo que deseara. Con él comenzaba la leyenda del Pueblo del hielo.

Lo invocó con una poción mágica que había preparado en un caldero. Tengel lo consiguió; obtuvo riquezas y poder ilimitado, pero a cambio de maldecir a su propia familia: un descendiente de cada generación serviría al diablo realizando hazañas infames en su nombre. Tendrían ojos de gato amarillos ¬—la marca de la maldición— y poderes mágicos. Y un día nacería alguien que poseyera las mayores habilidades sobrenaturales de las que el mundo había visto. La maldición recaería sobre la estirpe hasta que encontraran el lugar donde Tengel el Maligno enterró el caldero con el que preparó el brebaje que convocó al Príncipe de las Tinieblas.

Eso cuenta la leyenda. Nadie sabe si es verdad, pero en el siglo XVI, nació un niño maldito entre el Pueblo del hielo. Intentó transformar el mal en bondad; por eso lo llamaron Tengel, el Bueno. Esta leyenda trata sobre su familia. De hecho, sobre las mujeres de su familia; las mujeres que tuvieron en sus manos el destino del Pueblo del hielo.

Capítulo uno

La primera aparición de las huellas del diablo ocurrió mucho tiempo atrás, después de que Villemo por fin regresara a casa de sus aventuras y se asentara con Dominic y su hijo recién nacido.

Pero en ese momento, nadie del Pueblo del hielo sabía nada sobre estos sucesos. Nunca habían oído hablar sobre las huellas de diablo, porque los pocos que las habían visto no habían vivido lo suficiente para poder contarlo ellas.

Pasó mucho tiempo antes de que los habitantes de Noruega comenzaran a darse cuenta de que algo inexplicable ocurría en su país.

Cuando llegaron los primeros augurios, estaban tan lejos que ni siquiera su eco llegó a Graastensholm. Provenían de lo alto de un valle montañoso en el interior del país, lejos hacia el norte del Distrito principal de Akershus, donde algo misterioso estaba ocurriendo bajo las montañas...

Esto sucedió en 1684. El hijo de Villemo y sus dos primos habían cumplido siete años.

Apenas nadie percibió aquel extraño acontecimiento. Ni nadie del Pueblo del hielo.

Dos mujeres caminaban por un sendero cubierto de lodo en un valle remoto. El viento susurraba entre el brezo seco; era un día helado y ventoso. Las mujeres apretaron sus chales sobre el cuerpo mientras hablaban a gritos, manteniendo el torso horizontal contra el viento mientras luchaban por llegar a casa.

Luego, una se agazapó al suelo y señaló.

—¿Ves eso? Hace tiempo que tenemos estas huellas en nuestro camino, como si las siguiéramos.

La otra, que había estado hablando sobre su dolor reumático, no había notado nada, así que también se agazapó. Con la voz marcada por cierta incomodidad, dijo:

—Parece como... ¿Crees que pueden ser las huellas de un animal o de un ser humano?

—Diría que de ambos —respondió la otra. Una sensación extraña la invadió.

—Pero, después de todo, ¡solo son un par de huellas!

—Sí, es algo muy raro.

Se volvieron para inspeccionar mejor las pisadas, solo para descubrir que las habían borrado con sus propios pies.

—La primera vez que las vi fue allí donde el sendero desciende de la montaña —dijo una de ellas, con cierto desamparo.

Justo donde estaban, donde el camino era más firme, las huellas desaparecían. Las mujeres solo tenían tres pares de pisadas para inspeccionar. Aun así, eran bastante claras: las huellas de un pie descalzo humano... o algo que no podían precisar.

—¿Descalzo a esta altura del año? —comentó nerviosa la primera mujer.

—Parece... —susurró la otra—. Padre nuestro, creador del cielo y de la Tierra, líbranos del mal.

Luego, las dos comenzaron a correr tan rápido que sus faldas negras flotaban al moverse. Con pasos largos y aterrados, avanzaron hacia la aldea.

Llegaron a la casa de la primera mujer, sin aliento, y arrastraron al esposo de esta hasta el lugar de las huellas. Él era escéptico y estaba bastante enfadado porque lo habían despertado de su siesta.

El hombre empalideció cuando llegó al sendero y vio las huellas. Quebró una rama y borró las pisadas con ella.

—No le mencionéis esto a nadie —susurró él—. No podemos permitir que la gente del pueblo huya durante la siembra de primavera. Pintad cruces con brea en las casas y fuera de ellas, que traben las puertas y que enciendan velas esta noche. ¡Iremos de inmediato a rezar a la iglesia!

Esos fueron los primeros testigos que vieron las huellas y sobrevivieron.

Luego, pasaron los años.

Tiempo después, los habitantes de una pequeña aldea más al sur se dieron cuenta de que se estaban cometiendo atrocidades: en los últimos dos años habían ocurrido muertes extrañas... Debía haber una conexión.

Pero no se podía atribuir a alguien de la aldea. Debía de ser algún extraño que bajaba de la montaña por la noche a robar comida y, si uno de los aldeanos se entrometía con el ladrón, lo asesinaba.

Descubrieron las huellas de un calzado miserable, probablemente confeccionado con corteza; unas huellas peculiares que los asustaba y confundía. Una parecía normal, a pesar de tener un tamaño excepcional. La otra, la correspondiente al pie derecho... pero no podían definir qué era. Era mucho más corta, como si le hubieran cortado una parte...

Así, los hombres fuertes y valientes se quedaron al acecho para capturar al ladrón, al asesino. Pero era como si él —es verdad que era una expresión curiosa, pero era su percepción— ... como si él los hubiera «olido». Ese olfato era una sensación espeluznante que hacía pensar más en el como un animal. Aunque los hombres lo presentían cerca, él desaparecía y nunca más lo volvían a percibir en la aldea.

Sin embargo, por todas partes había huellas de su presencia, la de un ser que se había escondido de los humanos y que de noche robaba sus despensas. Un ser al que ni siquiera le ladraban los perros, sino que se apartaban, gimoteando. Era posible seguir el viaje de la criatura por todo el país. Viajaba hacia el sur, pero no en línea recta, así que se iba dando noticia de la aparición de sus huellas en una aldea tras otra. Las llamaron «las huellas del diablo»: la muerte y la destrucción las seguían.

De vez en cuando, la criatura desaparecía durante un largo tiempo, se esfumaba sin rastros, y los aldeanos volvían a respirar aliviados. Pero de pronto, las huellas reaparecían.

Creían que él era muy fuerte. El modo en que sus muchas víctimas llegaban a su fin variaba mucho. A veces, incluso de una muerte incomprensible, porque también lo culpaban de crímenes que probablemente no había cometido. Un chivo expiatorio era útil cuando, por ejemplo, las ovejas desaparecían mientras pastaban. O también personas se volvían histéricas y gritaban furiosas culpando a un oso o a un lobo. O quizás alguien mataba por accidente a un vecino en una disputa sobre los límites de un terreno: el culpable podía decir que todo ocurrió porque la bestia había merodeado por allí...

Sin embargo, todos sabían que había un ser maligno oculto entre ellos.

Finalmente, los rumores llegaron a Graastensholm. Pero Niklas, quien ahora estaba a cargo de la inmensa propiedad, no les prestó atención. Uno oía tonterías supersticiosas todo el tiempo.

Hubo grandes cambios en las granjas los últimos años.

El padre de Niklas, Andreas, continuaba a cargo de Lindealléen. Pero Eli había muerto y el viejo Brand, tras haber quedado atrapado en una tormenta invernal, había luchado contra la tuberculosis hasta que al final tuvo que rendirse. Mattias, en Graastensholm, también se había quedado viudo. Era lo habitual: el Pueblo del hielo era una raza fuerte y, por lo tanto, estaban condenamos a vivir solos al envejecer. Pero Mattias estaba completamente feliz de que su hija, Irmelin, y su yerno hubieran escogido vivir con él, porque él nunca había estado hecho para trabajar en la granja. Y mientras Andreas se ocupara de Lindealléen, todo andaría bien. Kaleb era una excepción a la regla de que solo los del Pueblo del hielo tenían vidas largas. Él y Gabriella se quedaron solos en Elistrand cuando Villemo se mudó a Suecia con su pequeña familia.

El clan había organizado una reunión formal en la que habían hablado sobre su futuro. No había herederos para dos de las granjas. Así que tomaron la decisión de que Alv, el hijo de Irmelin y Niklas, terminaría siendo un hombre rico. Él se encargaría de Graastensholm y Lindealléen y él se ocuparía de administrar Elistrand en lugar del hijo de Villemo, Tengel, mientras este estuviera en Suecia. Por supuesto, todo esto no sucedería hasta que la generación mayor se retirara definitivamente.

En Suecia, Mikael también se había quedado viudo. Claro que lloraba por su Anette, pero tenía una relación espléndida con su hijo Dominic, con su nuera Villemo y no menos importante, con su nieto, Tengel III. Se habían vuelto una familia muy unida ahora que las amonestaciones de la neurótica Anette habían desaparecido.

Pero la situación era mucho peor en Dinamarca. Mientras Lene era feliz con su Örjan y su hija en Escania, en Gabrielshus, Tristan merodeaba como un alma inquieta, solo por las habitaciones aterradoras y vacías. Cecilie había sucumbido a los noventa años. Para la desesperación de todos, Tancred, quien siempre había sido alegre y sagaz, había perdido la vida en la guerra de Escania y su esposa, Jessica, había fallecido durante una epidemia.

Tristan era el único que quedaba y no parecía tener planes de contraer matrimonio. ¿Qué sentido tendría hacerlo? Él no podía tener hijos y no estaba hecho para el casamiento. Tristan... Su nombre significaba «nacido para la tristeza». ¡Nunca hubo un nombre tan apropiado para él!

Había otra propiedad grande sin heredero, porque la hija de Lene, Cristiana, poseía la casa de su padre en Escania, lo cual era suficiente para ella.

Dos clanes se dirigían a la extinción: el clan Meiden moriría con Mattias y el clan Paladín moriría con Tristan. El hecho de que el nuevo apellido acuñado, Elistrand, también desaparecería con Kaleb y Gabriella quizás era menos trágico. Paladín era el apellido más antiguo y orgulloso y Tristan estaba contento de que el abuelo Alexander no estuviera allí para ver cómo terminaría su antiguo apellido familiar.

Mikael, que ahora era el líder del Pueblo del hielo, estaba extremadamente preocupado por la situación. La nueva generación constaba solo de tres miembros: Alv, Cristiana y Tengel III: esperaba que ellos contrajeran matrimonio y tuvieran muchos hijos. Pero probablemente era pedir demasiado de los descendientes del Pueblo del hielo, quienes nunca tuvieron familias numerosas.

Por eso nadie se preocupaba por los rumores sobre un ser peculiar e invisible que deambulaba por Noruega.

No lo hicieron hasta que algo muy extraño ocurrió. Algo que afectó a toda la estirpe del Pueblo del hielo y los dejó asustados, confundidos e incrédulos.

***

Vieron por primera vez a la criatura en el año del Señor de 1695.

Una noche de luna llena, en alguna parte al norte de Cristiania, un conocido borrachuzo del pueblo volvía a casa desde la posada. A mitad de camino, cayó en una zanja y aterrizó entre margaritas y campanillas, donde se durmió.

Su estado era miserable cuando despertó, aún de noche. Creía que la vida en general era un desastre y que la propia era más horrible que la de cualquier otro.

—A la mierda con todo —refunfuñó arrastrando las palabras—. ¡Que el diablo se lleve todo!

Luego, oyó pasos.

Pasos extraños e irregulares. «Pum, shh, pum, shh...»

El borracho sintió que comenzaba a recobrar la sobriedad. Su corazón comenzó a latir fuerte, pero aún no estaba seguro de qué ocurría. Su intoxicación aún yacía como un velo entre él y el mundo a su alrededor.

«Aquí viene él, el de las pezuñas, a buscarme», pensó, mitad asustado, mitad con humor sombrío.

Invocarlo era peligroso, siempre lo habían dicho en casa.

Hizo un esfuerzo por abrir los ojos. Vio la luna nublada sobre la cadena montañosa donde el sendero desaparecía.

De allí provenían los pasos.

El borracho parpadeó para intentar ver con mayor claridad. Sacudió la cabeza de lado a lado, pero se detuvo de inmediato cuando una oleada de náuseas lo atacó.

Había algo allí. Algo grande, algo inmenso que se aproximaba por la montaña y bajaba hacia él...

Se agazapó en la zanja, intentando hacerse invisible.

«Nunca más tocaré una botella», pensó. «Jesús santo, si me cuidas ahora, prometo seguir el camino recto desde ahora. Lo juro, te lo juro...»

Nadie respondió a sus plegarias. Quizás era demasiado tarde para que él prometiera cambiar de hábitos. La criatura se había detenido en la montaña. Permaneció de pie allí, moviendo despacio la cabeza de lado a lado, como si estuviera olfateando algo cercano. El hombre en la zanja miró atónito a la criatura, sus dientes castañeteaban y un sonido pequeño, asustado y tembloroso brotaba de él.

Los ojos de la criatura comenzaron a brillar. Se quedó absolutamente quieta un instante y, luego, el borracho oyó otra vez pasos irregulares acercándose más cerca y más rápido de lo que parecía posible.

La terrible criatura se agazapó sobre él. Pareció cubrir la luna y el firmamento entero.

El hombre en la zanja grito desamparado.

***

Lo encontraron la mañana siguiente. Solo quedaba un despojo humano. Con unos ojos que miraban hacia arriba, aterrados, petrificados; su respiración agitada y forzosa, balbuceando...

Vivió lo suficiente para ser capaz de hablar sobre lo que había visto. Si es que eso puede llamarse hablar... Tuvieron que sacarle las palabras a la fuerza y entre ellas el borracho gritaba desesperado al recordar el momento terrible en el que la criatura se había inclinado sobre él.

Apenas dio el primer testimonio sobre quién había dejado esas huellas extrañas en el suelo, emitió su último suspiro, aún recostado en la zanja de modo miserable. Entonces, los hombres se levantaron e intercambiaron una en silencio, escéptica y perpleja.

Observaron al borracho, ahora ya cadáver. No era una visión fácil de olvidar. Retorcido, magullado... y con unas marcas horribles en la garganta por algo que parecía una mano inmensa con garras.

¿Qué debían creer?

Pasó un tiempo antes de que pudieran contar lo que habían oído. Temían que se burlaran de ellos.

Pero luego el rumor se propagó como el fuego y dado que la amenaza ya no estaba tan lejos de Graastensholm, no pasó mucho antes de que el clan se reuniera en Lindealléen a debatirlo.

Niklas fue quien había convocado a los hombres del clan para una conversación seria. Mantendrían a las mujeres al margen por ahora.

—Los rumores se distorsionan rápido —objetó pensativo su padre, Andreas, después de que Niklas hubiera hablado sobre sus inquietudes.

—Sí —añadió Mattias—, sin duda empeorará cada vez que lo repitan hasta volverse más grotesco. Incluso dicen que solo muy pocas víctimas tienen rastros de violencia. Que la mayoría simplemente... ¡muere!

—Sin embargo, hay cosas sobre esto que me incomodan —murmuró el viejo Kaleb desde su asiento en el sillón individual grande. Su rostro arrugado parecía pensativo.

—No podría estar más de acuerdo, tío Kaleb —dijo Niklas—. Ciertos aspectos son sin duda alarmantes.

Alv, que tenía dieciocho años, entró a la habitación. Aunque la sangre del Pueblo del hielo fluía en sus venas, no había mucho en él que revelara ese vínculo. Al igual que su abuelo materno, Mattias, era bastante bajo, delgado y rubio. Tenía los ojos rasgados y los pómulos prominentes de su padre Niklas; eso y la expresión similar a un elfo alrededor de su boca levemente arqueada, alegre y llena de picardía, eran sus facciones más características.

—Disculpad el atraso —dijo, jadeando—. Tenía que reparar una herramienta rota. Los peones no sabían qué hacer. Escuché la última parte de lo que decíais. ¿Qué aspecto tenía la criatura?

—No son más que rumores alocados —respondió Andreas—. No queremos creer esas tonterías.

—Está bien, pero igualmente quiero oírlo —insistió Alv—. Todos parecen tan preocupados que sin duda algo está pasando, ¿verdad?

Aunque Niklas vivía en Graastensholm y administraba la granja allí, su hijo Alv prefería estar con su abuelo y los demás lo aceptaron. Pronto, él estaría a cargo de las tres granjas.

Kaleb enderezó la espalda.

—Sí, estamos preocupados. Hay algo alarmante en la historia sobre la que todos hablan. El borracho de la zanja no lo pudo explicar con claridad, pero por lo que entendemos la criatura era inmensa y aterradora.

—¿Es un ser humano? —preguntó Alv rápido.

—Ehem... bueno, sin duda parece compartir características con un ser humano...

—Pues bien, lo llaman el diablo. ¿Era el diablo?

Los demás se incomodaron bajo la mirada directa del joven.

—¿Cómo se supone que sabremos qué aspecto tiene el mismísimo diablo? —preguntó Kaleb—. Escuchadme: el hombre vio una silueta con la luna a sus espaldas, con cabello alborotado que caía en mechones sobre sus hombros. Parece que el monstruo vestía una suerte de armadura con guantes de acero y bandas en los brazos y piernas. Al ebrio le fue difícil de explicar. Pero...

Kaleb se calló.

—¿Qué más quieres decir? —insistió Alv.

—La... criatura tenía unos hombros inmensos que se extendían en punta hacia el frente, como una media luna.

Todos inclinaron la cabeza con incomodidad. Era una descripción que reconocían demasiado bien...

Alv no habló por un rato. Luego, dijo:

—¿Supongo que la forma era así por la armadura?

—Bueno, nosotros también pensamos lo mismo. Pero luego la criatura se acercó más. Cojeaba mucho, pero el borracho no pudo verle los pies desde la zanja.

Cuando Kaleb calló de nuevo, Alv preguntó:

—Y ¿cómo era su rostro? ¿Le vio la cara a sea lo que sea?

—Sí, le vio la cara —respondió Kaleb después de un suspiro profundo—. Vio los ojos. La luna estaba detrás del monstruo así que las sombras le cubrían el rostro. Sin embargo, los ojos le brillaban como fuego amarillo, en palabras del hombre. Como si estuviera lleno de fuego que brillaba desde las cuencas de sus ojos. Y el monstruo —estaba muy furioso cuando agarró al hombre y lo arrastró fuera de la zanja. Después, dijo que no recordaba nada más.

—Pero ¿no vio sus facciones?

—Bueno, ehem... aseguró que los ojos parecían un poco rasgados...

A Alv se le veía lúgubre; sabía demasiado bien que sus propios ojos eran rasgados.

—El hombre también dijo que parecía que la criatura lo había... olfateado —comentó Kaleb, pensativo.

—¿Como un animal?

—Creo que no hace falta aclararlo: ¡seguro que el borracho apestaba a alcohol! —interrumpió Andreas—. Vamos, no exageremos. Debemos recordar que esto es solo un rumor. Debe haberse descontrolado desde el ataque.

—Exacto —dijo Mattias—, no es necesario que las cosas parezcan más negras de lo que son antes de que averigüemos más. Pero ¿a dónde fue la bestia después? ¿Sabemos algo al respecto?

—Parece que se dirigía a Cristiania.

—En ese caso, seguro que lo atraparán allí.

—Solo el tiempo lo dirá —susurró Niklas.

Kaleb, que tenía 77 años, pero aún gozaba de buen juicio, habló con voz sensata:

—De todos modos, no necesitamos prestarles atención a las fantasías de un borracho.

—No lo sé —respondió Andreas—, no me agrada que el tipo provenga, precisamente, de un pequeño valle montañoso del norte...

—Agh —dijo Mattias.

Alv, que sabía que lo querían mucho dado que era la única esperanza de la familia, allí en Noruega, y por lo tanto podía tomarse muchas libertades, espetó:

—Entonces, cielo santo, ¿quién es él?

Nadie habló. No hasta que el abuelo Andreas dijo despacio:

—Creo que no debemos involucrar al cielo en esto. Olvidémonos del asunto.

—No —interrumpió Niklas—. No os he convocado aquí para hablar de supersticiones. He esperado para mostraros esto y creo que sería prudente tratar el asunto con seriedad.

Extrajo un papel del bolsillo.

—¿Qué tienes ahí? —preguntó Andreas.

—Una carta. De Villemo.

—¿De Villemo? —exclamó Kaleb—. ¿Por qué te escribió a ti y no a nosotros?

—La recibí hace unos días y no la comprendí bien. No hasta ahora, después de haber escuchado la historia del borracho.

Después de una pausa breve, Kaleb añadió:

—Pues venga, ¡léela, por dios!

Afuera, el cielo de verano se había vuelto gris. Estaban sentados en la parte antigua de Lindealléen, con la puerta abierta hacia el pasillo, de modo que veían la vidriera de Benedikt y los retratos que Silje había pintado de sus cuatro hijos, biológicos y adoptados. Desde su sitio, Niklas veía la sonrisa torcida de Sol y no sabía cómo debía interpretarla: si era alentadora u ominosa.

Comenzó a leer:

«Querido Niklas:

¿Cómo estáis todos en Graastensholm, Lindealléen y Elistrand? Os tenemos a todos muy presentes en nuestros pensamientos. El miembro de la familia salvaje, la que os escribe, se ha asentado aquí y está muy bien, pero aún así, sueña con ver de nuevo los viejos lugares. ¡Es horrible cuánto hemos envejecido! Tú e Irmelin tendréis 40 este año y yo cumpliré la misma edad el año siguiente. Dominic tiene 43 años, ¡lo creáis o no! Es una locura... ¿Debería fingir que tengo 39 porque me siento muy joven? Por dentro, soy tan alocada como lo era a los 17. Bueno, casi. Y mi hijo, Tengel... ¡tiene 18 años! ¡Seguro que os parece imposible! Deberías verlo ahora, es tan fascinante observarlo. No se parece a nadie más, es un hombre único. Todos están bien aquí. Todos os envían saludos.

Pero no te escribo por esto.

Niklas, ¿qué está pasando con todos vosotros? ¡Dominic está como loco! Sabes que él puede percibir cosas desde muy lejos. De algún modo tiene el don de la clarividencia y los últimos días simplemente no puede parar ni descansar. «Debemos ir a Noruega, Villemo», repite todo el tiempo. «¡Niklas nos necesita!» Luego yo le digo: «¿Niklas? ¿A qué te refieres?». Como sea, ayer, Dominic dijo: «Creo que ha llegado la hora, Villemo. El momento por el que tú, yo y Niklas fuimos escogidos, empieza ahora. ¡Debemos ir a Noruega!» Así que, por favor, escribe de inmediato, querido Niklas, y cuéntanos qué ocurre. Personalmente creo que sería una maravilla absoluta hacerle frente a lo que sea esto. Después de todo, es algo que hemos esperado desde que éramos niños. Y yo, que vi a Tengel el Bueno, en una visión, sé que nos necesitan para algo. Por favor, ¡escribe de inmediato!

Sería agradable alejarnos un tiempo de la vida en la Corte. Quizás suena engreído, pero creo que soy demasiado fuerte para ellos: hay tantos que conspiran e intentan ganarse a cualquier precio el favor de Su Majestad...»

***

Niklas alzó la vista.

—El resto de la carta no está relacionado con el asunto en cuestión. Aún no he respondido porque no asocié estos rumores con el monstruo que viene hacia el sur, derecho hacia nosotros. Pero después de la descripción que hemos oído de boca del borracho...

Kaleb se levantó.

—¡Y después de la carta de esos dos en Suecia! Dominic no tiene el hábito de imaginar cosas. Cuando tiene visiones, o como sea que las llamemos, debemos escucharlo. Escríbeles de inmediato, Niklas, y ¡pídeles que vengan!

—Sí —dijeron los demás al unísono.

—Ahora entendemos la gravedad del asunto —comentó Andreas—. ¿Qué es lo que pasó? Kaleb, tú fuiste al Valle del Pueblo del hielo. ¿Qué puede ser?

Todos tenían la vista clavada en Kaleb. Él permaneció pensativo un momento.

—No era tan viejo por aquel entonces —dijo—, y nadie me dijo nada directamente. Así que solo puedo hablar desde mi percepción.

—Eso bastará —respondió Alv. Tenía un gran respeto por el miembro más anciano del clan.

—No, me temo que no lo hará —dijo Kaleb, con una sonrisa veloz. Kaleb se imaginó de nuevo en aquel ventoso y lejano valle en lo alto de las montañas de Trondelag. Lo acompañaron tres hombres que acababa de conocer: Tarjei, Baard y Bergfinn. Lograron conocerse bien durante la larga caminata en busca de Kolgrim. Recordó su admiración por Tarjei y la angustia inevitable que lo abrumó cuando Kolgrim mató a aquel excelente científico ... Recordó el intercambio de palabras entre los dos, cómo fragmentos de la charla habían viajado en el viento hasta donde él estaba de pie.

Muy despacio, continuó:

—Pero puedo decir con certeza esto: Tarjei y Kolgrim sabían algo. Y Kolgrim le gritó a Tarjei que había visto al diablo en persona y Tarjei dijo que no era así, pero que la descripción encajaba con Tengel el Maligno.

Andreas apretó las manos sobre los apoyabrazos de la silla.

—No, Niklas: no debes ir por ese camino.

Niklas silenció a su padre moviendo la mano y le indicó a Kaleb que continuara la historia.

Mattias Interrumpió. —Niklas, cuando le escribas a Villemo, pídeles que traigan el libro que Mikael escribió sobre el Pueblo del hielo. Él anotó todo.

—Así lo haré. ¿Y bien, tío Kaleb?

—Bueno, ¿qué puedo decir? —suspiró Kaleb—. Son meras suposiciones, pero desde que regresamos del Valle del Pueblo del hielo y supe más sobre esta leyenda, puedo decir con sinceridad que el sitio donde Tengel, el Maligno, conoció al Príncipe de las Tinieblas seguro que está en ese mismo valle. También recuerdo cómo Kolgrim salió corriendo como un rayo, lejos de ese lugar, gritando como un lunático. —Calló. Luego continuó—: Y después enterramos a Kolgrim en ese valle. Y más tarde nos dimos cuenta de que por accidente enterramos la mandrágora junto a él.

Todos sabían lo que era la mandrágora: una reliquia familiar que había estado en manos del Pueblo del hielo durante siglos. La mandrágora era considerada la hierba más prodigiosa de la brujería. Era una raíz también conocida en los países mediterráneos. Tenía forma de humano y la usaban como amuleto protector que también podía eliminar enemigos, acumular riquezas o mejorar la vida amorosa de alguien.

Excepto que la mandrágora del Pueblo del hielo nunca había funcionado como protección para ellos. ¡Al contrario! ¡Y ahora había desaparecido de la faz de la tierra junto a Kolgrim, el Desafortunado!

El rostro de Alv mostraba repulsión.

—¿Una mandrágora? Es imposible que pueda convertirse en un ser humano, ¿verdad?

—Claro que es imposible —dijo rápido Mattias.

—¿Kolgrim? ¿Quizá él podría...? —preguntó Andreas—. Es... No, ¡es una idea horrible!

Se quedaron en silencio. Aquellos presentes que habían visto a Kolgrim se preguntaron si era posible que fuera él. Seguro que él también tenía esos hombros y ojos descritos, pero nunca había tenido problemas en los pies y, además, Kolgrim había sido un muchacho, un niño de 14 años, cuando murió y no era muy alto.

—¿Por qué rayos de pronto iba a volver a la vida? —preguntó Mattias, incómodo.

—¿Quizás la mandrágora tendría el poder de resucitarlo? —sugirió Alv.

La idea era repugnante. Que el chico enterrado junto a la raíz de mandrágora hubiera despertado, crecido y se hubiera convertido en un hombre que buscaba regresar a su lugar de origen... ¿en busca de venganza?

Andreas ordenó sus pensamientos.

—No, no creo en fantasmas. ¡Prefiero creer que es Tengel, el Maligno!

—No —objetó Kaleb con determinación—, no es él porque oí a Tarjei y a Kolgrim. Era obvio que Tengel, el Maligno, era una criatura pequeña y fea con una nariz parecida a un pico.

—Sol mencionó que lo había visto con la misma apariencia en un sueño inducido por las drogas —dijo Mattias, asintiendo.

—Ya veo —respondió Andreas—. Esto nos deja dos alternativas: O es el diablo en persona que ha subido en busca de aire fresco a la Tierra o...

—O es otra rama del Pueblo del hielo. —Niklas completó la oración por él.

Aquel no era un pensamiento alentador. El grupo se sumió en un lúgubre silencio.

—No, ¡es imposible! —espetó Mattias—. Todos murieron. Pero esto me hace pensar en otra cosa, otro modo de obtener una respuesta. Kaleb, a menos que esté muy equivocado, ¿no dijiste que Tarjei y Kolgrim habían subido al ático en Graastensholm justo antes de partir rumbo al Valle del Pueblo del hielo?

—Sí.

—No, un momento —dijo Niklas—, esto es lo que la mayoría de nosotros ya ha intentado hacer: buscar sin encontrar nada. Varias generaciones han hurgado allí arriba. Pero cuando Villemo subió con Irmelin, percibió una resistencia en un lugar del ático. Sintieron que Sol intentaba advertirles. Con sus dones especiales, Villemo quizás hubiera podido encontrar algo... y hacerlo era peligroso para ella. Villemo creía que la necesitarían en algún momento del futuro y yo estoy de acuerdo. Probablemente hubiera sido peor que Dominic subiera al ático porque su intuición es impecable. No tendría sentido que continuáramos buscando. No hallaremos nada. Ya sabemos que será así.

—No me molestaría intentarlo —dijo Alv con el amor por la aventura propio de la juventud.

—No lo haría si fuera tú —le advirtió el abuelo Andreas—. Además, no tienes ninguno de los dones del Pueblo del hielo, gracias al cielo —añadió.

—Sea lo que sea lo que Kolgrim y Tarjei encontraron allí, detrás hay un poder peligroso. Ambos perdieron la vida. Por favor, ¡recordadlo! —dijo Kaleb.

—¿No nos hemos desviado de tema? —preguntó Andreas—. ¿Creéis que ese monstruo puede estar dirigiéndose aquí?

—No hay nada que lo indique —respondió Mattias—. Solo mencionaron Cristiania.

La criada entró y todos se alegraron. Era imposible no hacerlo en presencia de Elisa. Elisa era la hija de Lars y Marit quienes vivían en la granja del bosque. Era la nieta de Jesper y la bisnieta de Klaus y Rosa. Elisa había estado con ellos la noche en que encontraron a Skaktavl golpeado y magullado y le salvaron la vida. En ese entonces, era una pequeña vivaz de un año y ahora, veinte años después, era igual de alegre y animada. Una maraña de rizos rubios enmarcaba su encantador rostro que no parecía consistir en mucho más que unos entusiastas y brillantes ojazos azules y unos hermosísimos dientes blancos. La nariz pequeña y respingada cubierta de pecas completaba la impresión de sus inmensas ansias de vivir. Era extremadamente astuta, era más inteligente que cualquier otro habitante de la granja, pero a su vez nadie le prestaba atención a eso. Ella tenía un modo de pensar alegre, flexible y centrado. Por eso todos en Lindealléen la adoraban. Ella había tomado la responsabilidad de ocuparse de la casa después de la muerte de Eli. La amada Eli, por quien había obtenido su nombre.

Elisa miró a Andreas.

—¿Cuántos seremos para la cena, señor Andreas?

—Todos los presentes.

—Entonces seremos seis —dijo ella sonriendo, después de contar.

—Vaya, Elisa, no eres muy buena con los cálculos, ¿no? Si no somos más de cinco —dijo Kaleb.

La chica rio y la habitación pareció llenarse de sol.

—Siempre cuento al señor Alv como dos, señor Kaleb, porque tiene un apetito voraz.

—No se le nota —dijo Andreas sonriendo; tenía debilidad por su nieto—. Pero coloca dos platos más en la mesa; es probable que Irmelin y Gabriella estén a punto de llegar.

Cuando Elisa salió del cuarto, Kaleb dijo:

—Entonces, ¿esperaremos hasta que Niklas haya recibido respuesta de Villemo y Dominic?

—Exacto —respondió Mattias—. Y Niklas, no debes olvidar enfatizar que todos compartimos el deseo de verlos aquí... ¡Cuánto antes!

—Sí —añadió Kaleb, pensativo—. Creo que ahora es un asunto urgente. Será encantador verlos a todos de nuevo, pero temo por ellos. Hemos esperado esto toda la vida, pero ahora tengo miedo. No sabía que sería algo tan...

Se estremeció. Había estado a punto de decir «letal», pero no pudo pronunciar la palabra.

—Nuestros pobres niños —susurró Andreas.

Ninguno de los presentes sabía qué esperar. ¿Quién del Pueblo del hielo sobreviviría el enfrentamiento y quién no?

Capítulo dos

Una noche, a mediados del verano, la misteriosa criatura llegó a Cristiania.

El dueño de una posada insistió en que había visto un atisbo de algo corriendo afuera, por la calle, pero cuando salió a ver, había desaparecido.

Más tarde les explicó a las autoridades del castillo de Akershus que era algo enorme. Lo afirmaba porque sabía hasta donde llegaba una persona normal al pasar bajo la ventana y, por un instante, la criatura había cubierto la vista de la ventana entera al pasar. No, no pudo ver qué era cuando pasó porque los cristales emplomados eran irregulares y prácticamente opacos. Lo único que el hombre sabía era que lo invadió un terror indescriptible.

Pronto, todos notaron que lo que él había narrado era verdad. Un par de noches más tarde, hallaron a una prostituta en una zanja. Su cadáver no mostraba rastros de violencia: sus ojos solo miraban hacia arriba llenos de horror e incredulidad. O, para ser más precisos, cuando la encontraron estaba mirando hacia la calle principal, que estaba bastante lejos de la zona que frecuentaba. Luego, comenzaron a llegar los informes, cada cual más colorido que el anterior, pero todos con algo en común: habían visto al diablo en persona o al menos a los muertos que seguían sus pasos. Cristiania estaba sumida en un terror paralizante. Lo que sea que se movía entre las personas por la noche seguía el mismo patrón. El extraño buscaba comida y si alguien lo sorprendía, moría. No había rastros de resistencia, o heridas, ni marcas en los cadáveres. Parecía que, simplemente, habían muerto del susto. En otras ocasiones, si otro testigo se había aproximado demasiado acababa con el cuello roto o alguna otra señal de aterradora violencia.

Los ciudadanos le colocaban cebos y los soldados esperaban listos para disparar, pero la bestia siempre lograba esconderse cada vez que el peligro acechaba.

Ya había muchos que habían visto atisbos de la criatura en las calles antes de que huyera. Salía durante la noche, pero nadie sabía dónde estaba su escondite diurno. Era fácil para él moverse por las calles pequeñas, estrechas y sucias. Era fácil esconderse, rápido como un rayo, en los callejones y rincones oscuros de la ciudad.

La descripción de la criatura siempre era la misma: una bestia inmensa cubierta de pelaje. Los pocos que habían visto un atisbo de su rostro decían que aunque era agradable de ver, a la vez poseía una expresión tan aterradora que no querías verlo de nuevo. Su «armadura» parecía hecha de cuero, no de acero, según lo que habían insinuado los primeros informes.

Pero sus pies era lo que acaparaba la atención de todos. Parecía calzar algo que podría llamarse zapato o bota en uno de ellos, pero el otro pie estaba envuelto, quizás con corteza debajo, pero no podían asegurarlo con precisión. Ese pie era demasiado corto y el hecho de que la criatura cojeara tanto asustaba aún más a todos.