El Pueblo del Hielo 3 - La hijastra - Margit Sandemo - E-Book

El Pueblo del Hielo 3 - La hijastra E-Book

Margit Sandemo

0,0

Beschreibung

Sol es una poderosa bruja gobernada por un espíritu de la oscuridad... y una joven que tiene que obedecer a sus padres. Por fin, llega el día en se convierte en toda una mujer y puede desatar todos sus poderes. Su vida y la de todos los que ama, nunca volverán a ser iguales. Mientras Sol viaja por Noruega y Suecia, la caza de brujas la amenaza a cada paso. Pero la emoción de sus poderes y la sensual llamada del Príncipe de las Tinieblas la impulsan. La Leyenda del Pueblo del Hielo toma un giro oscuro y peligroso.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 370

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



La hijastra

La leyenda del Pueblo del hielo 3 – La hijastra

Título original: Avgrunden

© 1982 Margit Sandemo. Reservados todos los derechos.

© 2020 Jentas A/S. Reservados todos los derechos.

Traducción Daniela Rocío Taboada,

© Traducción, Jentas A/S. Reservados todos los derechos.

ePub: Jentas A/S

ISBN 978-87-428-1014-9

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la autorización escrita de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.

Agradecimientos

«La leyenda del Pueblo del Hielo» está dedicado con amor y gratitud al recuerdo de mi querido esposo fallecido Asbjorn Sandemo, quien convirtió mi vida en un cuento de hadas.

Margit Sandemo

La leyenda del Pueblo del hielo

Mucho tiempo atrás, hace cientos de años, Tengel el Maligno, despiadado y codicioso, vagó por el desierto para vender su alma al diablo y así conseguir todo lo que deseara. Con él comenzaba la leyenda del Pueblo del hielo.

Lo invocó con una poción mágica que había preparado en un caldero. Tengel lo consiguió; obtuvo riquezas y poder ilimitado, pero a cambio de maldecir a su propia familia: un descendiente de cada generación serviría al diablo realizando hazañas infames en su nombre. Tendrían ojos de gato amarillos ¬—la marca de la maldición— y poderes mágicos. Y un día nacería alguien que poseyera las mayores habilidades sobrenaturales de las que el mundo había visto. La maldición recaería sobre la estirpe hasta que encontraran el lugar donde Tengel el Maligno enterró el caldero con el que preparó el brebaje que convocó al Príncipe de las Tinieblas.

Eso cuenta la leyenda. Nadie sabe si es verdad, pero en el siglo XVI, nació un niño maldito entre el Pueblo del hielo. Intentó transformar el mal en bondad; por eso lo llamaron Tengel, el Bueno. Esta leyenda trata sobre su familia. De hecho, sobre las mujeres de su familia; las mujeres que tuvieron en sus manos el destino del Pueblo del hielo.

Capítulo 1

El viento aullaba y gemía entre las copas del espeso bosque de pinos. Sonaba como el canto rítmico de unos monjes celebrando una solemne liturgia llena de angustia y pena en una gigantesca catedral. Mientras se esforzaban por que el viento no los derribara, parecía que las ramas se retorcían y gritaban, quejumbrosas. Arriba, la pálida luna llena se asomó entre unos penachos de nubes que jugaban en una persecución frenética por los cielos.

Sol reía mientras corría por el bosque. El embravecido clima despertaba sus pasiones más profundas y le hacían sentir viva y eufórica.

Ahora ya era toda una mujer... Libre como la tormenta que ahora azotaba las copas de los árboles sobre su cabeza. En la mano sostenía el bolso de Hanna, que Tengel le había devuelto aquel mismo día. Lo aferró con fuerza contra su pecho. Poco antes se acababa de despedir de todos en su hogar en Lindealléen.

Todo aquello significaba algo muy importante para ella: ¡Por fin había llegado su momento!

Su hermano menor, Are, la había acompañado parte del camino hacia el puerto de Oslo donde había un barco listo para llevarla a Dinamarca. Habían cabalgado juntos, pero cuando estuvieron a mitad de camino, Sol insistió en tomar un atajo sola a través del bosque. Finalmente, Are cedió y, cargando el baúl pequeño de su hermana y guiando su caballo, decidió que la esperaría al otro lado del bosque. Él quería estar completamente seguro de que ella iba a subir a salvo a ese barco.

Charlotte Meiden había organizado el viaje de Sol a Dinamarca. Sol acompañaría a una anciana de la nobleza que temía hacer un viaje tan largo sola. La familia había decidido que Sol sería buena acompañante porque se había comportado de modo impecable los últimos cinco años. Pero ahora, estaba tan inquieta que sentían que ya no podían retenerla.

Sí, Sol se había comportado bien, pero solo para poder dedicarle su vida a su amado arte... ¡cuando fuera mayor de edad!

No había duda de que a veces había sido difícil. Hubo momento en los que había anhelado con ansias recoger una hierba venenosa o un poco de cicuta junto al camino cuando alguien insultaba a las personas que ella quería. Una vez había creado una muñeca de una mujer noble muy arrogante que había hablado con desprecio sobre Charlotte. Sol había logrado obtener un cabello de la noble y lo había cosido a la muñeca; pero justo antes de atravesar su «corazón» con una aguja, recobró el sentido en el último segundo. Había prometido que dejaría de hacer esa clase de cosas. Era una promesa firme con Tengel. Destruyó la muñeca con la consciencia limpia. Sin embargo, no pudo evitar preocuparse después: se preguntaba si aún tenía el poder.

«Bueno, creo que aún lo tengo», pensó Sol. «¡Y que lo tendré para siempre!» Tengel estaba muy feliz con el trabajo que Sol hacía con los enfermos. Ellos confiaban en Sol tanto como en Tengel. De vez en cuando, ella usaba métodos un poco drásticos para curar a sus pacientes, pero se aseguraba de hacerlo con mucho cuidado para que nadie lo notara.

Además, no había matado a nadie para evitarle una vida de martirio, enfermedad y dolor, excepto quizás un par de veces, pero fueron meras nimiedades que no contaban en su contra. Solo había actuado de ese modo para asegurarse de que sus poderes no se estancaran.

Ahora, por fin, después de tanto tiempo, su castigo había terminado.

No había querido cabalgar por el bosque. Quería sentir el viento en el rostro, la tierra bajo sus pies y saber que todo eso le pertenecía. Quería oír la tormenta mientras la engullía; quería reír con la luna.

—Soy libre, Hanna —susurró—. ¡Soy libre! Ahora, ¡nuestra era comienza!

Los planes de Sol para su viaje a Dinamarca eran absolutamente distintos de los de su familia...

Había investigado mucho y había averiguado que las autoridades estaban cazando brujas sin cesar por toda Dinamarca. Sin embargo, por lo general, esas mujeres eran gente normal sin conocimiento de las artes oscuras cuyos odiosos vecinos las habían marcado como brujas. Sol, en cambio, sabía dónde encontrar a las brujas y los hechiceros de verdad. Una vez Hanna mencionó el nombre del lugar con profundo respeto. Allí es donde quería ir: ¡allí es donde debía ir!

No quedaban muchas brujas de verdad. Era imposible que quedaran muchas si pensaba en la intensidad con la que las autoridades las perseguían. Pero aquellas que habían logrado sobrevivir eran lo bastante reales. Y Sol era una de ellas. Ella y Tengel eran unos de los pocos que habían sobrevivido. Pero Tengel siempre se había negado a ejercer la magia verdadera y desperdiciaba sus poderes haciendo buenas acciones. ¿Por qué se había molestado en hacerlo? ¡Cinco años de bondad y decencia habían sido más que suficientes para Sol!

No pudo evitar detenerse un momento y contemplar sus valiosos objetos, que durante tanto tiempo había echado de menos. Sonrió con alegría y entusiasmo. Estaba la calavera de un pobre niño que encontraron enterrado bajo el suelo de un granero hacía cien años. El corazón de un perro negro. Tierra de un cementerio. Lenguas de serpientes... Y allí estaba el más preciado de todos: la mandrágora, una reliquia familiar descubierta en un país mediterráneo hacía mucho, mucho tiempo, extraída de la tierra bajo el árbol del ahorcado donde un asesino había vertido su semen en el instante de su muerte. Allí había crecido la mandrágora y esa raíz, que se parecía mucho a algo humano, había gritado de modo ensordecedor cuando la extrajeron de la tierra. Como resultado, el maestro hechicero, quien había desenterrado la planta un jueves por la noche bajo la luna llena, había enloquecido. Esa era la historia que Hanna le había contado y sabía que debía cuidar muy bien a la mandrágora: ¡No tenía precio!

Sol sintió el peso de la grotesca raíz seca entre los dedos. Era grande, más larga que su mano, y tenía marcas donde alguien había cortado trocitos de los extremos de la raíz. ¿Habría sido su ancestro tan temido, Tengel, el Maligno, quien lo había hecho? Decían que la mandrágora le había pertenecido a él. No cabía duda de que la habían utilizado para magia negra. Sol conocía muy bien el poder de la mandrágora y sabía que podía usarla de muchas maneras: como poción de amor o tal vez para destruir a un enemigo o incluso para hacer rico a su dueño.

Una delgada tira de cuero amarraba la raíz. Asintió con aprobación. Ahora le pertenecía a ella. Ahora ¡ella podía usarla con el fin para el que fue creada!

Desató la tira de cuero, la colgó de su cuello y la escondió de la vista. Sentía que la raíz era pesada y áspera en contacto con la piel entre sus pechos, como si estuviera amoldándose a su cuerpo. Sol se estremeció como si la raíz estuviera viva. Pero pronto se habituó a ella. Ahora la protegía el amuleto más poderoso de todos, el talismán de buena suerte más famoso de todos los tiempos. Se sentía a salvo... Y para ella, era una ocasión solemne.

Dag ya estaba en Copenhague. Le encantaría volver a verlo. Él había estado estudiando leyes en la universidad de la ciudad y planeaba conseguir un buen empleo cuando regresara a Noruega. Dag había estado en Dinamarca durante un año y medio. La familia confiaba en que él cuidaría a Sol. Quizás algo bueno saldría del viaje: ¿una oferta laboral o contactos útiles? Respecto a contactos sociales, Silje, siempre romántica, naturalmente había pensado en un candidato adecuado para contraer matrimonio. Dag podía presentar a Sol en el círculo de personas más adecuado de la Corte y en otros lugares influyentes. Muchos de los amigos académicos de Dag pertenecían a familias nobles. Así, ellapasaría un mes con Dag y luego regresaría a Noruega.

Sol reía mientras avanzaba rápido por el bosque de árboles mecidos por el viento aullador. Sin duda sería reconfortante tener cerca a su hermanastro. Pero ¿«las personas más adecuadas»? Sol sentía que esas serían las que ella misma escogería. Aun así, reflexionó que uno no debía descartar por completo la Corte. Quizás allí encontraría algunos muchachos apuestos. Sol había permanecido casta y modesta desde que sedujo a Klaus, el chico del establo, a los catorce años. Ahora sentía que estaba más que lista para una nueva aventura. Después de todo, el episodio con Klaus apenas la había satisfecho y no había sido nada más que una conquista. Sabía que aún le quedaban por explorar muchas emociones y más excitantes en las relaciones entre un hombre y una mujer.

Deslizó las manos sobre las curvas de su cuerpo sabiendo cuán hermoso era. Demasiadas personas se lo habían mencionado.

«Pobre Hanna», pensó Sol, con una puntada repentina de arrepentimiento. Hanna nunca tuvo las oportunidades que había tenido Sol. Hanna fue una mujer fea, tan horrenda de hecho, que todos le dieron la espalda. Además, había estado tan sola y aislada en el pequeño valle montañoso...

En cambio, para Sol, ¡el mundo le pertenecía! Y tenía intenciones de usar todos sus talentos al máximo. Todos en casa se habían entristecido cuando partió, pero también comprendían que ella necesitaba tener la libertad de desplegar sus alas porque, de otro modo, su entorno la ahogaría. Los últimos seis meses habían sido bastante difíciles. Sabía muy bien que estaba impaciente e inquieta. Tengel y Silje la abrazaron con fuerza al despedirse, y a su hermanita, Liv, se le llenaron los ojos de lágrimas. Charlotte Meiden fue a despedirla y a enviarle saludos a su amado hijo, Dag.

Y de este modo, ella y Are partieron cabalgando por el sendero de tilos, el adorado paseo de Silje.

Había un hueco entre los árboles que delineaban el paseo, donde el tilo de la baronesa marchitó y murió. La anciana había fallecido y ahora estaba enterrada en el cementerio de Graastensholm.

Tengel había plantado un árbol nuevo en el lugar del viejo. Sol recordaba bien cuando él lo hizo, y el consiguiente estallido de furia de Silje.

—No quiero que hagas más hechizos con los árboles, Tengel —había dicho Silje, temblando sin parar—. No soporto cuidarlos constantemente todo el tiempo.

—Me han ayudado muchas veces —respondió él a la defensiva—. He descubierto enfermedades ocultas en todos vosotros solo mirando los árboles.

—Sí, lo sé, pero aún me asusta mucho. Si veo una hoja amarillenta o una rama en el suelo, entro en pánico.

—Está bien —había dicho Tengel—. Prometo que no hechizaré más árboles. Además, no tenemos más miembros de la familia a quienes dedicarles un tilo nuevo.

—No. Todos nuestros hijos ya son casi adultos, pero en unos años tal vez tengamos nietos.

Tengel sonrió amorosamente y le prometió a Silje que los nuevos árboles serían árboles y nada más.

Sol había llegado a un claro en el bosque, en el camino a un grupo de pequeñas cabañas. El olor a sal en el aire le indicó que estaba más cerca del fiordo. A lo lejos, veía el humo salir de muchas casas. «Allí, al otro lado de la fortaleza Akershus, está Oslo», pensó.

El amanecer apenas comenzaba y el brillo de la luna empezaba a desaparecer mientras una cortina de luz ganaba cada vez más fulgor y fuerza a lo largo del horizonte. Mientras Sol dejaba atrás la oscuridad del bosque, la nueva luz gris parecía resplandecer sobre la aldea dormida y el silencio profundo de los campos circundantes contrastaba abruptamente con el rugido ensordecedor del viento entre los árboles que invadía sus oídos.

Avanzó en silencio junto a las casas de techo bajo donde aún no había rastros de vida. El silbido del viento sobre la hierba era lo único que rompía el inmenso silencio. Cuando llegó al camino que llevaba a una iglesia, Sol se detuvo y apartó los largos rizos de cabello negro que el viento empujaba contra su rostro.

Por un breve instante, permaneció de pie sin hacer movimiento alguno, mirando a su alrededor, y luego giró despacio varias veces. Lo que veía era la picota, el palo de azotes y el lugar donde lapidaban a las personas hasta morir. Un poco más lejos vio el patíbulo, el lugar de ejecución donde los condenados inclinaban la cabeza por última vez para esperar la caída del hacha. Más lejos veía una horca vacía, pero lo bastante cercana para que toda la congregación la pudiera ver.

Esas eran las cosas que Sol veía, pero percibía mucho más. Permaneció de pie quieta, ahora enfrentada al viento para evitar que el cabello cubriera su rostro. Estaba bastante sorprendida por cuánto percibía. Sentía la angustia y el miedo a la muerte de todos aquellos que habían terminado allí sus días, la vergüenza flotando como una niebla invisible alrededor del patíbulo; la pena y la tristeza de los familiares; la curiosidad de los espectadores; el placer malicioso y el deseo ferviente de ver el mejor espectáculo de todos.

Sol no les temía a los muertos. No lo recordaba, pero de pequeña se había reído de un cadáver colgado del patíbulo que oscilaba lento. Silje había creído que era solo debido a la inocencia de la niñez, pero estaba equivocada. El mundo de Sol era la noche, la oscuridad y la muerte. El nombre que le habían dado como protección, Sol, en honor al astro, no ayudaba nada. La luna, no el sol, era la luz que ella seguía de verdad.

La única vez que Sol había sentido verdadero miedo fue cuando Tengel desató su furia sobre ella. Esa ocasión, había asesinado a un despreciable sacristán que pretendía lastimar a su familia. Sol sentía un respeto inmenso por Tengel porque lo quería profundamente. Pero Sol no quería volver a ser la víctima de la furia de Tengel, por lo que aquello había logrado que ella mantuviera la compostura durante tanto tiempo. Más allá de eso, nada más en la Tierra podía asustar a Sol.

Una ráfaga de viento silbó por el bosque a sus espaldas.

Ahora, Sol tenía veinte años. Era el año 1599 y ella estaba a punto de comenzar su vida real.

Are la esperaba al otro lado del bosque, como acordaron. Era el único hijo de Tengel y tenía las facciones inmaduras de un niño de trece años, pómulos amplios y cabello negro azabache. Mientras que los otros tres hijos (adoptivos y biológicos) de Tengel y Silje eran bellas creaciones, Are no era precisamente apuesto. Para compensarlo, poseía un aire de invencibilidad que Sol consideraba que le sería mucho más útil a largo plazo.

La acompañó por el puerto y se aseguró de que ella subiera a bordo a salvo junto a la anciana aristócrata, quien estaba más que agradablemente sorprendida.

—Imagínense, tener de acompañante a una jovencita tan hermosa y talentosa —comentó la mujer. Sol respondió con el estilo que usaba para ser amable con las ancianas. Su modo era suave y respetuoso y era inmensamente colaboradora.

Sol permaneció de pie en cubierta un largo tiempo, saludando a Are con la mano mientras él hacía lo mismo. Ahora, la aventura había comenzado.

El viaje a Dinamarca fue extenuante debido al vendaval que sacudía el barco de lado a lado. Pero Sol había preparado una pócima para combatir el mareo, algo que la anciana le agradeció profundamente. Era probable que se sintiera muy valiente de pie allí alardeando con Sol, porque parecía que eran los únicos pasajeros que no tenían nauseas.

Si Sol había esperado vivir su primera pequeña aventura amorosa durante el viaje, estaría tristemente decepcionada. Todos los pasajeros masculinos colgaban sobre la baranda o yacían ovillados en un rincón; la tripulación estaba compuesta solo de viejos lobos de mar, disecados. sin ningún atractivo sexual. De todos modos, el viaje en sí mismo fue increíblemente emocionante para una joven como Sol, quien anhelaba vivir nuevas aventuras. Salió a la cubierta todas las veces que pudo. Así, cada vez que la salpicaban las olas que rompían contra la proa, ella gritaba de alegría. Cuando el barco avanzaba a toda velocidad entre las olas gigantescas, ella emitía un grito extático y cuando el barco las atravesaba de nuevo, cubierto de agua salada, ella lo celebraba con entusiasmo. Al menos entendía cuán deprimente había sido vivir en Lindealléen todos esos años.

Cuando atracaron en Copenhague, un carruaje esperaba a la anciana, por lo cual la tarea de Sol había terminado. La aristócrata estaba tan complacida con Sol que le entregó una bolsa de monedas tintineantes. Sol tuvo que mantener la compostura para no contar el dinero allí mismo. Hizo una reverencia y saludó con la mano mientras el carruaje partía.

Pero no se quedó sola porque Dag ya estaba allí en el muelle esperando para recibirla. Al verlo, Sol corrió derecha hacia él y se lanzó a sus brazos.

—Cielos, Dag, ¡te has vuelto tan atractivo! ¡Y también estás más alto, hermanito!

Lo apartó de ella, sosteniéndolo a un brazo de distancia, y lo miró de arriba abajo. Ahora sus facciones eran más masculinas. Aunque su rostro aún era largo y recto, todas sus facciones se habían vuelto más proporcionadas y equilibradas. Tenía las cejas castañas claras bien definidas y sus ojos eran de un gris metálico que contrastaba con su cabello rubio. Vestía prendas a la moda. Lejos habían quedado la chaqueta acolchada con frente estampado, el cuello alto y los puños; no había rastro de los pantalones cortos y abultados que siempre vestía en casa.

Ahora Dag vivía en Copenhague y seguía la moda de la época. Usaba un sombrero informal de ala ancha con un lateral en alto sujeto por una pluma. El cuello de la camisa era amplio, doblado y de puntas largas. Los pantalones y la chaqueta eran más ceñidos de lo que ella estaba habituada a verle él en casa y además vestía botas elegantes, lo cual impresionó mucho a Sol. Estaba más atractivo que nunca, «¡De verdad!» Los ojos de Sol comenzaron a inspeccionar a las pocas mujeres que veía en el muelle.

—¿Así visten todos en Copenhague? —exclamó Sol—. Debo parecer muy anticuada. Quiero esconderme, Dag.

Su hermano rio. Ambos sentían admiración mutua a pesar de las prendas noruegas sencillas de Sol.

—No es necesario que lo hagas. Cielos, ¿cómo podré lograrlo?

—¿Lograr qué?

—Mantener a tus admiradores lejos.

—¿Por qué querrías mantenerlos alejados? —respondió Sol riendo y aunque Dag lo interpretó como una broma, ella no lo decía con esa intención.

—Podemos caminar hasta mi casa. No está muy lejos. Permíteme llevar tu baúl. No parece muy pesado... dame, también llevaré tu bolso.

—No. Yo llevaré el bolso.

Dag la miró de lado, pero no insistió.

—Entonces, ¿cómo está todo en casa? —preguntó él con entusiasmo tras abandonar el alborotado muelle e ingresar por una calle llena de tráfico.

A Sol le resultaba prácticamente imposible apartar la mirada de todas las cosas nuevas y extraordinarias que la rodeaban: había personas andando en todas partes e incluso había animales en la calle, el hedor a pescado, algas, basura, frutas y vegetales... Aunque había ido con Tengel a Akershus y Oslo algunas veces, aquello era algo por completo distinto. ¡Ese era el gran mundo que ella anhelaba descubrir!

—¿En casa? Todo está bien. Todos envían saludos, en especial Charlotte, claro. He traído cartas, cientos de ellas... y dinero.

—Maravilloso —susurró Dag.

—Y Are se preguntaba si podías conseguirle uno de esos mosquetes Snaphance modernos. —Dejó de hablar otra vez mientras miraba a su alrededor con excitación—. Mira esa casa... ¡Es enorme!

El entusiasmo no le cabía en el cuerpo.

—Supongo que mi madre, Charlotte, ahora se siente sola, ¿no? —dijo Dag pensativo.

—Sí y está impaciente por que termines tus estudios y regreses a casa. Pero ella y Silje pasan mucho tiempo juntas.

—¿Y los demás? ¿Cómo están?

—Tengel trabaja mucho curando enfermos... Intenta trabajar solo unos días a la semana, pero no es fácil. Algunos vienen desde muy lejos y él nunca ha podido rechazar a nadie. El último invierno hubo un brote horrible de la plaga y él prohibió a los enfermos que vinieran a nuestra casa porque no quería que nos contagiáramos. Pero dio igual: para el horror de Tengel siguió llegando una multitud de enfermos. De todos modos sobrevivimos, casi todos. Los Gélidos somos fuertes, como sabes. La única que falleció fue nuestra abuela, la baronesa.

—Sí, lo sé. La extraño muchísimo.

—Yo también —respondió Sol en voz baja—. Era una anciana adorable. Tengel también estuvo muy triste porque ambos eran muy cercanos. Pero hay algo extraño en él. Es como si el paso del tiempo no lo afectara.

—¿Recuerdas a Hanna? —preguntó Dag—. Ella era increíblemente vieja.

—¿Qué si recuerdo a Hanna? —repitió Sol con un dejo de dolor en la voz. Luego, recobró la compostura y rio fuerte—. ¡Por supuesto! Yo también seré muy vieja. ¡Viviré más que todos vosotros!

—Ya veremos —respondió Dag, extrañamente incómodo—. ¿Y Silje? ¿Cómo está?

—Silje está como siempre. Feliz y contenta... siempre y cuando tenga a Tengel. Pinta y hace muchas otras cosas. Tal vez ha cogido un poco de peso, pero le queda bien. Y... ¡por cierto! No te conté, pero ¡Liv tiene un novio de verdad!

De pronto, Dag se detuvo en la calle de adoquines, lo cual causó que un caballo y un carro frenaran abruptamente detrás de ellos. Se apartaron a un lado de un salto.

—¿Qué? —exclamó él—. Pero, por todos los cielos, ¡es solo una niña!

—Tiene dieciséis, casi diecisiete, y es increíble lo generosa y dulce que es. Silje no era mucho mayor que ella cuando se enamoró de Tengel.

Dag no la escuchaba. Tenía el rostro rígido.

—¿Mi hermanita tiene un novio de verdad? ¿Podrías decirme qué clase de hombre es?

—No te alteres tanto. Bueno, ¿qué puedo decir? Es de una muy buena familia; no son nobles, aunque Liv también es una plebeya. Pero sus padres son muy ricos. Mercaderes. El padre ha muerto y Laurents se encarga del negocio.

—¿Y qué opinas tú de él?

Sol se encogió de hombros.

—No es mi estilo —respondió a modo evasivo.

Continuaron caminando, pero Dag no dijo nada durante un largo rato. Siempre confiaba mucho en lo que Sol opinaba de las personas porque nadie era tan perceptivo como ella.

—¿Y Liv? ¿Qué opina ella? —De pronto, Dag dejó de hablar y alzó la voz—. Sol, no tienes que alzar tanto tu falda. ¡La calle no está tan sucia!

—Bueno, Liv no habla mucho al respecto, así que honestamente no sé qué piensa. También oímos que tú planeas casarte. ¿Será pronto?

—¿Yo? ¿Quién dijo eso?

—Charlotte. Nos dijeron que era con una tal señorita Trolle.

—¿Mi madre dijo eso? ¿Se lo dijo también a Liv?

—A todos nosotros. Estaba feliz.

—Oh, cielos, Oh, cielos —rio Dag, pero un dejo de resignación—. Solo mencioné en unas cartas que ella pertenecía a mi círculo de amigos y que es una chica dulce y agradable. Sí, me interesa, pero no es la única. ¡No la he visto en semanas! Mi madre es tan entrometida...

Eso fue todo lo que dijo, así que Sol continuó la conversación.

—Are es tan bueno. Es tan seguro de sí mismo y amable. Es más centrado que el resto de nosotros. Le irá bien.

—Sin duda. Os echo tanto de menos a todos ¿Qué hay de ti, Sol? ¿Tienes algún pretendiente?

—¿Yo? —rio mientras abandonaban la calle principal y doblaban en una calle elegante—. No. ¿De dónde saldrían?

—Oh, vamos. Estás exagerando. Debes tener una multitud de admiradores, ¿verdad?

Ahora, Sol adoptó una expresión seria.

—Tal vez sí, pero no me interesan. A veces me asusta, Dag, porque parece que no soy capaz de enamorarme de nadie.

Él la miró pensativo sin hablar. Luego, dijo con dulzura:

—Eso es solo porque aún no has encontrado al indicado. Y, además, sé que eres capaz de amar a otras personas.

—Oh, a mi familia, sí. Pero para mí, Tengel supera a todos los demás hombres. No estoy enamorada de él. Por supuesto que no, pero, verás: él es mi ideal. Nadie está a su altura. Comparo a todos los jóvenes con él y ninguno siquiera se acerca.

—Tienes toda la razón. Después de todo, solo hay un Tengel.

—Sí y eso es precisamente lo que lo hace tan frustrante.

Dag estaba sumido en sus pensamientos profundos.

—Siento la tentación de decir que buscas una figura paterna porque no has tenido un padre propio. Pero no es así. Lo que quieres no es un hombre con las virtudes de Tengel, ¡sino alguien con su autoridad y su talento demoníaco!

—Tienes absolutamente razón —respondió Sol decaída.

—Te diré una cosa, querida hermana —prosiguió Dag en voz baja—: El poder de Tengel no proviene de su interior. Lo extrae de Silje.

Sol permaneció callada un rato.

—Sí —dijo por fin—. Pero la fuerza de Silje depende del amor que siente Tengel por ella.

—También es cierto.

—Así que ninguno de los dos está completo sin el otro.

—No. Tú y yo hemos sido muy afortunados de haber crecido en un hogar así. Como sea, ¡llegamos! ¡Es esta puerta!

—Vaya, sin duda es una casa elegante —comentó Sol mientras admiraba las paredes con entramado de madera y la decoración sobre la puerta en forma de abanico pintada en dorado y azul.

—Sí, y las personas con las que vivo son agradables. Tendrás tu propio cuarto mientras estés aquí. Por desgracia, has llegado en un momento difícil. Acaban de perder a su hijo pequeño.

—¿Murió?

—No, está perdido. Desapareció hace tres días.

—Oh, qué terrible —dijo Sol—. Eso es peor que cualquier cosa.

—Sí, la incertidumbre. Su pobre madre está enloqueciendo de preocupación. Han buscado en todas partes, incluso en los canales cercanos, pero no tuvieron éxito. Ahora creen que alguien se ha llevado al niño. No hay rastros de él.

Entraron en la casa y ya no pudieron conversar más sobre el asunto. El hombre y la mujer salieron a recibirlos a la entrada principal. Dag no había exagerado: las manos de la madre joven temblaban de modo palpable y su rostro mostraba que había derramado muchas lágrimas.

Dag los presentó con voz dulce.

—Ella es mi hermanastra, Sol Angélica, y ellos son mis encantadores anfitriones, el conde y la condesa Strahlenhelm.

—Tu hermana es adorable —exclamó el conde y saludó a Sol, quien hizo una reverencia leve—. ¿Has visto esos ojos, Henriette? Nunca he visto un color semejante. ¡Son como el ámbar!

Su esposa no pudo hacer más que ofrecer una sonrisa débil y asentir.

Sol no pudo evitar admirar las prendas de la mujer. Vestía una gorguera del tamaño de la rueda de un molino alrededor del cuello y una capota bordada con perlas y, bajo su vestido de brocado debía vestir un verdugado enorme porque sus caderas eran tan amplias que podía apoyar cómodamente sus brazos en ellas.

El conde le dijo a Dag:

—Podrías mostrarle a Sol su cuarto. Luego serviremos una almuerzo temprano. Pero por favor, disculpen a mi esposa. Tendrá que retirarse porque no puede lidiar con demasiado a la vez en este momento.

—Por supuesto, lo entiendo —dijo Sol en voz baja.

En aquel instante, una sensación fuerte y desconocida se apoderó de ella. Era un sentimiento invisible que la ponía extremadamente nerviosa y la hacía girar con impaciencia.

La condesa abandonó la habitación con un pañuelo apretado contra el rostro.

Cuando salió, Sol miró al conde.

—El cuarto puede esperar. Quizás puedo ayudarlos a encontrar al niño.

—¡Sol! —exclamó Dag con una mirada de advertencia. El conde alzó la mano para pedirle silencio.

—¿A qué se refiere, jovencita?

—Dag, sé que no debería decir nada, pero ¡debes entender que es urgente!

—¿De qué habla? —preguntó el conde—. ¿Acaso tú sabes algo?

Dag intervino.

—Esto es muy peligroso para mi hermana. No dudo ni un instante que ella puede ayudar, pero podría pagarlo con su vida. Todo depende de su discreción.

—¿Podrían ambos explicarme, por favor?

—Ya ha notado los ojos de mi hermana, conde Strahlenhelm. No la bendijeron con ellos por nada. Si Sol dice que el asunto es urgente, significa que puede percibir que el niño está vivo, al menos en este instante. El hecho de que esperara a que su esposa hubiera salido de la habitación demuestra que sabe que ella no sería capaz de guardar silencio.

El conde miró a ambos atónito.

—La vida de mi hijo es más importante que nada.

—¿Jurará que no hablará sobre lo que experimentará ahora? —preguntó Sol. Estaba tan impaciente que apenas podía hacer silencio—. ¿Qué no me denunciará?

—Lo juro.

—Muy bien. Entonces deme algo, un retal de una prenda que el niño haya vestido recientemente que no hayan lavado desde entonces. Pero recuerde: no puedo garantizar que lo encontraré, pero haré lo mejor que pueda.

El hombre alto y delgado emitió un largo suspiro.

—Se lo suplico, señorita Sol. Le agradeceré de rodillas a cambio de la más mínima pista de su paradero.

—¿Puedo confiar en que será discreto?

—Sé perfectamente bien lo que le sucederá si las autoridades se enteran de sus... habilidades. De hecho, mi esposa ya había mencionado que deseaba que yo pudiera encontrar una... de esas llamadas «mujeres sabias». Pero no conocíamos a ninguna y no nos atrevimos a buscarlas. ¡Que mi gratitud sea la garantía de mi silencio!

—¿Y si no tengo éxito rastreando a su hijo?

—Entonces tendrá mi gratitud por haberlo intentado. Pero ¿y si mi esposa o uno de los sirvientes descubre que está involucrada?

Sol hurgó en sus bolsillos.

—¡Dele esta medicina somnífera a su esposa de inmediato! Asegúrese de que la beba toda. Y por favor, ordéneles a sus sirvientes que nos dejen solos.

El conde miró a Dag con curiosidad.

—Te has guardado esto, Dag.

Dag hizo una mueca.

—No es algo sobre lo que uno hable abiertamente, Su Señoría.

—No, sin duda tienes razón.

El conde partió apresurado con el polvo en la mano.

—No deberías haber hecho esto, Sol —murmuró Dag.

—¿Por qué no?

Dag suspiró.

—Si esto sale bien, tendrás un amigo para siempre. Y ¡él es poderoso, Sol! Mucho más poderoso de lo que imaginas.

—¿En serio? ¿Quién es?

—Un juez. Uno de los hombres más poderosos del poder judicial danés.

—Oh, cielos —dijo Sol, cubriendo su boca con la mano—. Si que he complicado las cosas.

—Vaya. ¡No es sorprendente que no conozca a ninguna mujer sabia porque ha sentenciado a todas a muerte! Por ese motivo te pedí que no hablaras.

—Pero Dag, no puedo evitar hacer algo al respecto. Percibí que el niño vive y que sufrió. Lo siento en toda la sala. Es como si todas las paredes me gritaran.

—Entonces, por el bien de todos, espero que encuentres al niño —dijo Dag con preocupación.

Capítulo 2

El conde regresó después de unos minutos.

—Le he dado el somnífero a mi esposa —dijo abruptamente—. También les he indicado a los sirvientes que no queremos interrupciones. Tenías razón: Henriette está tan sensible que hablaría demasiado rápido y demasiado fuerte sobre cosas que es mejor guardar en secreto. Encontré un juguete pequeño que mi hijo siempre abraza al dormir. Han lavado todo lo demás.

Sol tomó la suave muñeca de trapo.

—Está hecha de tela, así que está bien. ¿Puedo sentarme?

—Por supuesto. Por favor, perdone mi falta de cortesía.

Sol tomó asiento y dijo:

—Ahora debo pedirles que guarden absoluto silencio.

La habitación estaba callada como una tumba. Ni siquiera se oían los sonidos de la calle. La sala permaneció sumida en el silencio bastante tiempo. Sol sostuvo la muñeca cerca de su rostro. Estaba sentada con los ojos cerrados.

Finalmente, comenzó a hablar. Su tono era monótono y casi un susurro.

—Oscuridad... frío... Apenas tiene espacio.

El conde estaba a punto de preguntar si el niño estaba vivo, pero se contuvo.

—Él está durmiendo —dijo Sol con voz normal—. O quizás está inconsciente. No lo sé. Percibo angustia, mucho miedo y soledad. Pero esto fue hace un rato. Ahora él no siente nada.

«Oh, Dios», pensó el conde Strahlenhelm. No se atrevía a pensar más. Todo parecía tan irreal para él; y luego, esa mujer, a la que él debería juzgar, le había traído esperanza en medio de su desesperación. ¿Qué debía hacer? No, en aquel instante él era sobre todo un padre. Su profesión era absolutamente irrelevante. En un instante, había dejado de existir. Sin embargo, algo perturbaba su mente y su consciencia. Apenas podía lidiar con la idea de la cual le resultaba difícil escapar: ¿Y todas esas «mujeres sabias» que había sentenciado sin mostrar piedad en nombre de la justicia?

Luego notó que Sol hablaba otra vez, decía más que nada una mezcla de preguntas y palabras de las cuales quería confirmación.

—Él es rubio y tiene cabello delgado y suave. Tiene entre uno y dos años... Más cerca de dos, diría. Viste terciopelo. Terciopelo violeta. Y un cuello amplio de encaje.

El conde miró a Dag con confusión y sorpresa.

—No le he dicho nada —susurró Dag.

Fue como si el desafortunado padre tomara coraje con esas palabras. Enderezó la espalda y una esperanza renovada brilló en sus ojos, que demostraban que no había dormido correctamente durante varios días. Era un hombre bastante apuesto a su modo, mucho mayor que su esposa; delgado y bien vestido, con mirada astuta. Observó con entusiasmo a sus invitados excepcionales.

Sol disfrutaba el momento. Le permitían usar su talento y era el centro de atención. Sin embargo, el destino del niño la frustraba y ponía sus nervios de punta.

—Debemos apresurarnos —dijo Sol con impaciencia—. Debemos actuar rápido, muy rápido.

—Pero ¿dónde está? —gritó el conde.

—No lo sé —siseó Sol. Ya no podía controlar sus modales.

—¿Alguien lo ha secuestrado?

—¡No! No percibo ningún mal. Ahora ¡silencio! Siento algo.

El juez estaba tan absorto que ni siquiera registró el modo en que ella le habló.

Dag sentía un profundo orgullo hacia su hermana, pero también le preocupaba cómo terminaría todo. Había crecido acompañado del talento de Sol y Tengel, pero aun así, nunca se había sentido realmente cómodo con ellos. Estaban demasiado lejos de su propia psiquis. De pronto, notó que apretaba las manos fuerte. ¿En qué se había metido Sol? Lo único que podía hacer era rezar que hubiera un final feliz.

—Veo un pasador —dijo Sol, sus dedos jugueteaban nerviosos con la muñeca—. Un cerrojo echado.

—¿Alguien lo ha encerrado? —preguntó con voz ronca el padre del niño.

—No, el cerrojo está en la oscuridad.

Él quería preguntar cómo era posible que ella viera todo eso si estaba tan oscuro, pero temía que su pregunta fuera demasiado ingenua.

—Se ha encerrado solo en algún lugar y no puede salir.

El conde tenía el corazón en la boca. Sus ojos exhibían su nerviosismo.

—¿Aquí en la casa?

Sol no estaba segura.

—No lo creo. No percibo que esté cerca. Pero no puede haber ido demasiado lejos. Después de todo, es un niño. ¿Cómo desapareció?

—Yo estaba en la habitación contigua, que es mi oficina, junto con Dag, quien estaba estudiando. Mi esposa estaba conversando con una o dos amigas sentadas en la sala de estar. El niño jugaba en el suelo. Su niñera estaba en el cuarto de niños preparando todo para cambiarle el pañal y cuando fue a buscarlo, preguntó dónde estaba. Allí fue cuando descubrieron que había desaparecido.

—¿Cuánto tiempo...?

—Pensaron que había pasado un cuarto de hora desde que lo habían visto por última vez. Es un niño muy silencioso que juega mucho solo. ¡Encuéntrelo, señorita Sol! Se lo ruego... Por favor, haga su mayor esfuerzo.

Ella asintió.

—¿Dónde estaba sentado el niño?

—Allí. —El conde señaló—. En el suelo junto a la chimenea abierta.

Sol se puso de pie y avanzó hasta la chimenea. Se puso de rodillas y tocó los tablones del suelo suavemente con la palma de la mano. Parecía confundida.

—Algo más debe haber ocurrido. Algo que ha olvidado.

—Imposible. Hemos buscado en todas partes miles de veces, en cada rincón de la casa...

—Él no está en esta casa.

El conde suspiró.

—No hay nada que hayamos pasado por alto.

—Bueno, entonces ¿cómo salió? ¿Abrió la puerta solo?

—No, pero como ve, todas las puertas internas de las habitaciones permanecen abiertas. Es imposible que haya abierto la puerta de calle y la puerta del jardín estaba cerrada, por ese motivo pensamos que alguien lo había secuestrado. Pero ¿no cree que sea así?

Sol se puso de pie, temblaba de nervios y fastidio.

—Algo hay aquí.... ¿Tienen un perro?

—Sí —dijo el conde, sorprendido—. Un perro grande y feroz.

—¿Su perro es capaz de abrir puertas?

—Sí, puede abrir la puerta que lleva al jardín. Pero esa puerta se cerró cuando el niño desapareció.

Dag se puso de pie y fue a la habitación contigua. Había una puerta que las damas no habrían visto desde donde estaban sentadas. Sol y el conde lo siguieron.

—Pero el perro no estaba dentro —objetó el conde—. Estaba atado en su sitio, bajo la ventana de la cocina.

—¿Afuera, en el jardín?

—Sí... Es decir, no precisamente. A la vuelta junto a la huerta.

—¿Lo ataron allí?

—No, no sé quién lo hizo. Probablemente uno de los sirvientes.

—Entonces ¿nunca miró allí en ese momento?

—No, el perro nunca estuvo en discusión porque había estado atado en su lugar habitual.

Miraron la puerta que llevaba al jardín. El picaporte estaba demasiado alto para que un niño lo alcanzara. Pero...

Dag colocó las manos en el picaporte como si fueran las patas de un perro grande y luego las retiró.

La cerradura cedió y fue fácil imaginar cómo el gran perro podía haber abierto la puerta. Dag permaneció callado un instante, mirando la abertura. Despacio y en silencio, la puerta regresó sobre sus bisagras y el pestillo se cerró con un «clic». Ahora, la puerta estaba cerrada de nuevo.

—Sí, pero el perro estaba atado en su lugar habitual —insistió el conde.

—La pregunta es: ¿cuándo ataron al perro? —dijo Dag—. Podría haber sido después de la desaparición del niño y antes de que las damas notaran su ausencia.

—Averiguaré de inmediato quién ató al perro y cuándo —respondió el conde—. Todo el tiempo pensamos que alguien había entrado en secreto en la casa a través de la puerta principal y que había secuestrado al niño. Esperen un minuto mientras le pregunto a los sirvientes.

—Ahora no —dijo Sol rápido—. No debemos permitirnos desperdiciar tiempo en cosas de poca importancia. Percibo que el perro estuvo involucrado y eso es suficiente. Vayamos al jardín.

El jardín no era muy grande. Un seto espeso y el muro de una gran casa vecina lo rodeaba por dos laterales mientras que a la derecha había cobertizos viejos que formaban un límite entre el jardín y la propiedad contigua. Caminaron hacia los cobertizos, pasando junto a la huerta a la derecha. El perro estaba allí junto a su caseta. Se levantó cuando pasaron y meneó la cola. Dag se acercó y lo acarició.

Sol ya había pasado junto a todos los cobertizos. Un cacareo constante le indicó que uno era un gallinero; un cerdo resopló desde otro de los cobertizos.

—Por supuesto que hemos revisado los cobertizos —dijo el conde—. Cada uno de ellos.

Sol asintió.

—Él no está aquí. ¿Ha intentado que el perro rastree al niño con su olfato?

—Claro, pero no es un rastreador, y aunque podemos tomar prestado uno de nuestros conocidos, el rastro ya es demasiado viejo. Llovió toda la noche cuando el niño desapareció.

El muro de la casa vecina no tenía grietas, así que solo quedaba el seto.

Sol se apoyó en sus manos y rodillas para arrastrarse, y a veces se recostaba por completo sobre su estómago.

—Sus prendas quedarán completamente arruinadas —exclamó el conde.

—No importa —respondió ella— la vida de un niño es mucho más importante. ¡Empiecen a buscar aquí!

Los dos hombres obedecieron.

—El seto es demasiado espeso —comentó el conde—. Ya hemos buscado todo a lo largo.

—No creería de lo que es capaz un niño —dijo Sol.

Dag había introducido la mano entre las espinas y preguntó:

—¿No crees que este agujero es demasiado estrecho?

Se acercaron a verlo. Sol reptaba sobre su estómago, plana como un panqueque, con la mitad del cuerpo dentro del seto.

—Parece imposible, pero si el niño ha salido del jardín, entonces debe haberlo hecho por aquí —respondió Sol—. Nosotros no pasaríamos, ¿pero quizás un niño de dos años sí? ¿Es pequeño para su edad, su Señoría?

—Sí, supongo que lo es y solo tiene diecinueve meses. Pero no podría haber gateado hasta aquí. ¡Es imposible!

—¡Pues lo hizo! —respondió Sol mientras salía del seto—. ¡Mire lo que había enredado entre las espinas!

Abrió la mano y exhibió unos cabellos delgados y rubios.

—¡Albrekt! —gritó el conde—. Es el primer rastro que tenemos de él.

—Mire allí abajo —indicó Sol—. Allí verá que si él se arrastró contra el lateral derecho de los arbustos, debería haber salido a otra parte.

El conde obedeció.

—Sí, es una posibilidad... ¡Y aun así es increíble!

—Los niños son increíbles. ¿Qué hay al otro lado?

—Tiendas. El patio trasero les pertenece.

—¿Qué día de la semana desapareció?

—Un domingo. También hemos buscado por allí. Todo el vecindario ha buscado al pequeño.

Sol se sentó en el suelo. Estaba sucia y el seto le había raspado el rostro por ... Pero aún se la veía increíblemente hermosa.

—Se arrastró por aquí. Apostaría mi bendita alma a que eso hizo —afirmó ella.

Dag pensó: «Es fácil para ti decirlo, Sol. Hasta donde sé, nunca te importó demasiado la pureza de tu alma.»

—¿Podrías describir su entorno con más detalle? —preguntó el conde Strahlenhelm.

—No. Sin embargo, detecto un aroma... aunque no sé bien qué es. Es un olor familiar, pero no logro discernirlo.

—¿Ves el entorno en tu mente? —dijo Dag en voz baja—. ¿Ves qué hay afuera?

—No. No vi nada fuera y dentro era muy pequeño y estrecho, sin apenas objetos. Había algo grande y negro en un rincón. Al menos eso creo, pero no recuerdo bien y ahora no «veo» nada. Solo estuve allí cuando estuve sentada con la muñeca de trapo.

—Traeré la muñeca —dijo el conde.

—No. Ya he visto todo lo que era posible ver a través del juguete. Pero creo que lo que huelo es un objeto de madera. Oh, sé que suena estúpido, pero la palabra «tornillo» no deja de aparecer en mi mente.

—¿Alguna clase de prensa? —preguntó Dag.

—Bueno, sí, puede ser —respondió Sol, vacilante—. Es posible, pero no estoy segura.