El Pueblo del hielo 6 - El legado del mal - Margit Sandemo - E-Book

El Pueblo del hielo 6 - El legado del mal E-Book

Margit Sandemo

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Beschreibung

Por primera vez en español. La serie La Leyenda del Pueblo del Hielo ya ha cautivado a 40 millones de lectores en todo el mundo. El futuro del Pueblo del Hielo pende de un hilo. Su herencia más poderosa y protegida, las hierbas mágicas de Tengel y la maldita raíz de mandrágora, deben transmitirse a la nueva generación. Pero con la maldición del Pueblo del Hielo, que se muestra solo una vez en cada generación, ¿a quién se le puede confiar el poder incomparable de su herencia mágica? Kolgrim es el heredero legítimo, pero por sus venas corre la sangre de Tengel el Maligno, así que podría perderlo todo por su angelical hermano menor. La batalla entre el bien y el mal continúa, llevando al tormento al Pueblo del Hielo una vez más. El Pueblo del Hielo es una conmovedora leyenda de amor y poderes sobrenaturales, un relato de la lucha esencial entre el bien y el mal.

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El legado del mal

La leyenda del Pueblo del hielo 6 – El legado del mal

Título original: Det onda arvet

© 1982 Margit Sandemo. Reservados todos los derechos.

© 2020 Jentas A/S. Reservados todos los derechos.

Traducción Daniela Rocío Taboada,

© Traducción, Jentas A/S. Reservados todos los derechos.

ePub: Jentas A/S

ISBN 978-87-428-1017-0

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la autorización escrita de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.

Agradecimientos

«La leyenda del Pueblo del Hielo» está dedicado con amor y gratitud al recuerdo de mi querido esposo fallecido Asbjorn Sandemo, quien convirtió mi vida en un cuento de hadas.

Margit Sandemo

Reseñas del Pueblo del Hielo

Margit Sandemo es simplemente maravillosa. —«The Guardian»

Una historia llena de personajes convincentes, bien planteada en la línea temporal, y reveladora: hará que los lectores abran los ojos de par en par y que probablemente sientan cierto cosquilleo en la ingle... Es una novela gráfica sin imágenes; no puedo esperar a leer que sucederá a continuación. —«The Times»

Una mezcla de mito y leyenda entrelazada con eventos históricos: esta creación imaginativa atrapa al lector desde la primera página hasta la última. —«Historical Novels Review»

Aclamada por las masas, la prolífera Margit Sandemo ha escrito más de 172 novelas hasta la fecha y es la autora más leída de Escandinavia... —«Scanorama magazine»

La leyenda del Pueblo del hielo

Mucho tiempo atrás, hace cientos de años, Tengel el Maligno, despiadado y codicioso, vagó por el desierto para vender su alma al diablo y así conseguir todo lo que deseara. Con él comenzaba la leyenda del Pueblo del hielo.

Lo invocó con una poción mágica que había preparado en un caldero. Tengel lo consiguió; obtuvo riquezas y poder ilimitado, pero a cambio de maldecir a su propia familia: un descendiente de cada generación serviría al diablo realizando hazañas infames en su nombre. Tendrían ojos de gato amarillos ¬—la marca de la maldición— y poderes mágicos. Y un día nacería alguien que poseyera las mayores habilidades sobrenaturales de las que el mundo había visto. La maldición recaería sobre la estirpe hasta que encontraran el lugar donde Tengel el Maligno enterró el caldero con el que preparó el brebaje que convocó al Príncipe de las Tinieblas.

Eso cuenta la leyenda. Nadie sabe si es verdad, pero en el siglo XVI, nació un niño maldito entre el Pueblo del hielo. Intentó transformar el mal en bondad; por eso lo llamaron Tengel, el Bueno. Esta leyenda trata sobre su familia. De hecho, sobre las mujeres de su familia; las mujeres que tuvieron en sus manos el destino del Pueblo del hielo.

Primera parte

Kolgrim

Capítulo 1

Cualquiera que oiga el viento escucha muchas cosas entre sus suspiros y susurros. Pero el viento nunca sollozó con tanta amargura como el día en que la tristeza y la angustia llegaron a Graastensholm.

En Lindealléen, el hijo de Silje y Tengel, conocido como Are del Pueblo del Hielo, también oía el gemido monótono del viento mientras soplaba entre las copas de los tilos. Estaba inquieto debido a los cambios relacionados a Kolgrim Meiden, el primogénito del sobrino de Are, Tarald. Kolgrim había llegado al mundo en 1612 en circunstancias horrorosas, cuando su madre Sunniva, la primera esposa de Tarald, murió en su parto. Desde el inicio, el resto de la familia había temido que Kolgrim tal vez cargaba con la temida maldición del Pueblo del Hielo, la cual había heredado de su ancestro, Tengel, el Ruin,. Pero al crecer, la personalidad de Kolgrim pareció cambiar para bien y aquel miedo compartido se había apaciguado.

Sin embargo, bastó un desafortunadp comentario de Tarald para desatar toda la furia de los poderes inherentemente malignos de Kolgrim.

La intención secreta de Kolgrim había sido no aprovecharse de la amabilidad genuina e inocente con la que todos lo trataban en Graastensholm hasta que fuera mayor. Todos los miembros de su familia cercana y allegados habían tenido mucho cuidado en darle solo amor y atención mientras él crecía. Com esto esperaban evitar que cualquier poder maligno se apoderara de Kolgrim. Esto implicaba ocuparse de cubrir la mayoría de sus necesidades, por lo que élse había contentado con esperar. Pero luego, de pronto, todo el torrente de emociones que había reprimido en su interior durante mucho tiempo, se había liberado.

En 1633, Kolgrim cumplió doce años; era un niño atractivo en su particular y propio estilo, pero sus ojos ambarinos, que miraban a cualquier persona con inocencia infantil, cambiaban en cuanto le daban la espalda. Su mirada se tornaba fría y odiosa y, con calculadas miradas oblicuas, él observaba y medía cada movimiento.

«Almas miserables», parecían decir. «Soy fuerte, mucho más fuerte que cualquiera de ustedes; más fuerte que todos. Seré amable siempre y cuando me sea útil. Pero cuando tenga edad suficiente para cuidarme solo, todos tendrán que tener cuidado, ¡cada uno de vosotros!»

Kolgrim, al igual que todos los niños malditos del Pueblo del Hielo, era un ser muy solitario, pero nunca consideraba la soledad como algo negativo. De hecho, todo lo contrario. Buscaba feliz la soledad porque creía que aumentaría sus poderes.

En esa época, habían estado pasando muchas cosas lejos de las pacíficas fronteras de Noruega. Aunque el rey Gustavo II Adolfo de Suecia había guiado a su ejército a una brillante victoria ante Tilly, en Breitenfeld, en 1631. La Guerra de los Treinta Años aún continuaba. El rey Gustavo murió al año siguiente en Lützen, donde el conjunto de sus tropas vencieron con éxito al poder de las fuerzas combinadas de los generales Wallenstein y Pappenheim. Tilly resultó herido de gravedad en la Batalla de Lech, en 1632, y, pocos años después, Wallenstein fue asesinado por sus propias tropas. Sin embargo, la guerra continuó y continuó, ahora con otros generales suecos del bando de los protestantes. Lennart Torstensson, Johann Banér y Hans Christoff von Königsmarck pasarían a la historia por sus hazañas en esta guerra eterna.

Cristian IV por fin se había librado de Kirsten Munk, después de que saliera a la luz que se dudara sobre la paternidadde su última hija, Dorothea. Kirsten Munk también había intentado colocar cierto preparado en la comida del rey; y también era la responsable de que hubieran hecho caricaturas de él como un cornudo. Cristian no soportó más. Le dijo a ella que esperaba que sufriera a manos de miles de demonios y le prohibió que viera a cualquiera de sus hijos en común. Pero eso no pareció preocupar demasiado a Kirsten Munk.

Nadie sabe qué le dijo su madre, Ellen Marsvin, a su hija cuando terminó su lucrativa relación con el rey. De todos modos, continuó enfrentando la adversidad con buena cara.

Ambas mujeres, heridas, también fueron insultadas cuando Cristian IV tuvo una nueva amante: la dama de compañía de Kirsten, Vibeke Kruse, quien era el epítome de la vulgaridad y la simpleza mental. Sin embargo, ella le dio un hijo extraordinario, Ulrik Christian Gyldenloeve, quien al crecer se convirtió en un guerrero mucho mejor de lo que fue su padre. Cuando Leonora Cristina cumplió nueve años, el rey Cristian IV arregló el compromiso entre ella y Corfitz Ulfeldt, un ambicioso joven aristócrata. Hubo un beneficio accidental debido a eso: despidieron a la tiránica ama de llaves real que había dominado con puño de hierro la esfera doméstica en la Corte. Había continuado tratando mal a los niños sin oposición alguna y, una vez, había llegado a golpear tan fuerte a Leonora Cristina que la niña fue incapaz de tomar asiento durante varias semanas. De hecho, las heridas fueron tan graves que continuó sufriendo por ellas el resto de su vida. Inevitablemente, Leonora le contó a Corfitz lo que había sucedido y por fin, después de tanto tiempo, el dominio brutal del ama de llaves sobre los niños llegó a su fin de una vez por todas. Por órdenes del rey, la despidieron y nunca volvió a trabajar en la Corte.

Anna Katrina, la hija mayor que el rey tuvo con Kirsten Munk, no gozó de una vida larga ni feliz. Su prometido, Frans Rantzau, murió en 1632. El joven presumido estaba con el rey en el castillo de Rosenborg, celebrando su puesto de canciller, decidido a igualar el consumo de vino de Cristian, copa a copa. Rantzau estaba tan ebrio que cayó del muro del castillo, golpeó su cabeza contra una roca y se ahogó en el foso. Poco después, Anna Katrina enfermó de gravedad. Algunos dicen que fue debido a la tristeza, otros que fue un caso de viruela. Ella le pidió a la condesa Paladín que estuviera a su lado y Cecilie Meiden del Pueblo del Hielo cumplió con su deber: dejó a sus mellizos de cinco años en Gabrielshus y partió de nuevo hacia la Corte.

Mientras tanto, nubes negras continuaban cerniéndose sobre Graastensholm.

Tarald Meiden, el hermano de Cecilie, nunca había sido considerado alguien astuto. En el verano de 1633, almorzando con su esposa, Yrja, y con sus dos hijos y sus padres pronunció las fatídicas palabras que desatarían el terrible cambio en su hijo Kolgrim.

—Hoy recibí una carta de Tarjei —anunció Tarald en la mesa. Tarjei era el mayor de los tres hijos de Are, quien se había destacado desde muy joven por ser un médico brillante. Hasta ahora, la conversación solo había sido sobre asuntos triviales, pero aquel anuncio hizo que sus padres lo miraran con atención.

—¿Sí? —le dijo Liv a su hijo—. ¿Por qué? Creí que Tarjei se había postulado para un puesto en Erfurt como asistente de un académico. ¿Qué escribió?

—Dijo que está lidiando con un brote terrible de viruela. Y le preocupa contagiarse como muchos otros.

—¡Sí! —dijo Yrja—. He oído que la viruela es muy peligrosa.

—Tarjei es demasiado bueno para que lo venza una epidemia —respondió el padre de Tarald, Dag Meiden—. Pero ¿por qué te escribió para contarte ese asunto?

—Me pidió que cuidara del tesoro secreto de hierbas y pociones del Pueblo del Hielo... Solo en caso de que le suceda algo, por supuesto. Me dijo que enviaría una última carta describiendo el escondite y que quería que Mattias heredara todo cuando lleguara el momento.

Prácticamente antes de que su hijo hubiera terminado de hablar, Liv, horrorizada ante el significado de esas palabras, fingió ser víctima de una tos violenta que alertó de inmediato a Tarald sobre su indiscreción. Kolgrim, que estaba sentado frente a su abuela, miró furioso a los comensales en la mesa, y un resplandor ámbar peligroso apareció brevemente en sus ojos.

—Por supuesto que Tarjei debe llevarse todo esto a Alemania —añadió Tarald, intentando reparar su error—. Estoy seguro.

—¿De qué secretos hablan? —preguntó su hijo menor, Mattias, con los ojos abiertos de par en par y la inocencia de cualquier niño de ocho años—. No entiendo.

—Te lo contaré cuando seas mayor —susurró rápido Tarald—. Ahora no entraremos en detalles.

La respuesta pareció satisfacer al niño. No era curioso. Lo que su padre le decía era ley; esa era la actitud de Mattias. Pero no era el caso de Kolgrim. Lo que él había escuchado le encendió una furia ardiente en su interior. Sus padres y abuelos le ocultaban algo. ¡Los secretos del Pueblo del Hielo! Y ¿por qué a Mattias sí le contarían lo del tesoro de hierbas? Después de todo, ¿acaso no era él, Kolgrim, el mayor de los dos hermanastros?

A lo largo de ese día, la furia ardió más y más profundo en su alma. ¡Había algo que no le habían contado! ¿Acaso el conocimiento secreto solo lo tenía Tarjei? Oh, no... Él acababa de ver a la abuela Liv intentando advertirle de su indiscrección a su padre, Tarald, así que estaba casi seguro de que Tarjei no llevaba el valioso tesoro consigo. No, ¡debía estar escondido en alguna parte de Lindealléen!

Todo el esfuerzo de Tarjei por mantener en secreto la existencia del conocimiento del Pueblo del Hielo y las recetas con hierbas, plantas y pociones acababa de quedar destruido. Tarjei había obedecido la advertencia que Tengel le había hecho cuando Kolgrim, apenas recién nacido, yacía en su cuna. «Nunca, jamás permitas que ese niño tenga siquiera la más mínima hierba. ¡No debe poseer ninguna de ellas!», había dicho Tengel.«¡Y no le enseñes nada!»

Ahora, desesperado y con su vida posiblemente en peligro, Tarjei había recurrido a su primo Tarald, el padre de los hermanastros. Pero en muchos aspectos, Tarald era la peor persona que él podría haber escogido. A pesar de ser un responsable padre de familia, siempre había demostrado gran incapacidad para pensar antes de hablar. Ahora, gracias a Tarald, Kolgrim había oído cosas que se suponía que jamás debería haber escuchado y, a diferencia de su padre, Kolgrim tenía un ingenio en extremo agudo y maligno.

Tenía que averiguar más, pero ¿a quién podía preguntarle? Sin duda no al abuelo o a la abuela porque ellos no eran fáciles de engañar. En cuanto a su padre, Tarald era demasiado débil y nunca iría en contra de sus propios padres. La estúpida de Yrja, su madrastra y la madre de Mattias, no sabría nada al respecto. Kolgrim podría haberlo jurado. Después de mucho pensar, su intuición le indicó que debía acudir al único miembro de la familia que no era ni demasiado astuto, ni demasiado estúpido. Así que la mañana siguiente, Kolgrim avanzó con calma por el patio de Lindealléen.

—¡Hola! —exclamó Are con simpatía al ver a Kolgrim—. Saliste a dar un paseo, ¿no?

—Sí, quiero que Brand repare algo. Es muy fuerte.

—¿Yo no tengo fuerza suficiente para hacerlo?

—No, no como Brand.

Are rio antes de responder.

—¿Oíste eso, Meta? ¡Ya no sirvo para nada!

Meta simplemente sacudió la cabeza de lado a lado. Con el transcurso de los años, ella se había vuelto delgada e irritable y la vejez no le sentaba bien. Se quejaba de dolores de estómago todo el tiempo y nunca había dejado de llorar por Trond, quien había sido su hijo favorito. Cuando Kolgrim salió, Meta lo siguió ansiosa con la mirada.

—No sé por qué, Are, pero ese niño siempre me da escalofríos.

—Oh, ¡vamos! ¡Ha mejorado mucho!

—Eso crees —susurró ella—, pero no estoy tan segura de que así sea.

***

Poco después, Kolgrim encontró a Brand trabajando en un campo de guisantes. Intercambiaron palabras amables unos minutos y luego, sin previo aviso, Kolgrim le preguntó abruptamente:

—¿Alguna vez has visto el tesoro de hierbas, plantas y pociones secretas del Pueblo del Hielo?

Brand dio unos pasos hacia el límite del campo y tomó asiento, sumido en sus pensamientos. Ahora, con veinticuatro años, tenía el tamaño de un oso y caminaba con la misma torpeza. Él y Matilda no habían tenido más hijos desde el nacimiento de su primogénito, Andreas. El niño era idéntico a su padre y a su abuelo, Are, y alguien de quien sentir orgullo.

—No, nunca lo he visto —respondió Brand—. Creo que las tiene mi hermano Tarjei.

Sentado junto al primo más joven de su padre, Kolgrim parecía diminuto como una astuta lagartija.

—¿Qué hay exactamente en ese tesoro? —preguntó Kolgrim.

—¿Nunca has oído la historia?

—Solo partes. No sé por qué todos pueden oírla menos yo.

Todos sabían que la familia había tenido mucho cuidado de no contar demasiado ante Kolgrim sobre el Pueblo del Hielo y después de un instante pensativo, Brand inhaló profundo.

—Trond y yo siempre sentimos que te han tratado injustamente, Kolgrim. Si hay alguien que debería conocer la leyenda del Pueblo del Hielo, ese eres tú.

—Pienso lo mismo —acordó Kolgrim, su labio inferior temblaba. Realmente logró parecer triste y a punto de romper a llorar—. Por supuesto que he oído historias sobre Tengel, el Ruin, y sobre tu abuelo, Tengel, el Bueno, y mi abuela, Sol, que podía hacer magia. Pero no sé más que eso.

Así que en ese preciso momento y lugar, Brand relató todo lo que sabía sobre los miembros malditos de su clan. Mientras escuchaba, Kolgrim abría cada vez más los ojos de par en par. Pero ni por un segundo se consideraba a sí mismo como alguien maldito. A sus ojos, ¡él era uno de los elegidos!

—¿Es verdad que Tengel, el Ruin, fue a buscar a Satanás? —preguntó por fin Kolgrim—. Si es así, ¿a dónde fue?

—Nadie sabe.

—Entonces ¿qué hizo?

—Colocó todas las hierbas, plantas, pociones y objetos que poseía en un gran caldero y los hirvió hasta convertirlos en la poción más terrible que cualquier persona pueda imaginar. ¡Puedes estar seguro de que Tengel, el Ruin, conocía la receta de muchas pociones semejantes!

—¿Y se la bebió?

—¿Quién sabe? Quizás sí, quizás no. De todos modos, se supone que la usó junto a unos hechizos para conjurar a aquel con pies de cabra, entiendes a quién me refiero... Y dicen que tuvo éxito, aunque el abuelo Tengel no lo creía. Él decía que solo era una peculiaridad familiar que algunos de nosotros tengamos ojos felinos y poderes especiales que las personas normales no tienen. Pero, de todos modos, me pregunto.... Siempre me pregunto si...

—¿Qué?

—Si lo que dicen es verdad. Creo que Satanás mismo debe haber sido parte de todo.

—¡Joder!

—No debes hablar así. Lo sabes perfectamente bien —lo reprendió Brand. Brand continuó contando lo que sabía de la historia por un minuto o dos y luego añadió como conclusión—: Por último, dijeron que uno de los herederos de Tengel se convertirá en el mejor hechicero que haya existido.

«Ese soy yo, ¡soy yo!», pensó Kolgrim con entusiasmo. Él debía ser uno de los elegidos como quería que los llamaran. Sentía que lo había sabido hace mucho tiempo.... Un mero vistazo en el espejo se lo había dicho. Y también estaba seguro de que Tengel, el Ruin, debía haber bebido la poción del diablo. Y un día, él haría lo mismo... si tan solo supiera dónde y cómo hacerlo.

—¿Tarjei se llevó las pociones y las hierbas con él? —le preguntó por fin Kolgrim a Brand.

—¿A Erfurt? No, Trond creía que no se las había llevado —respondió Brand—. Y, oh, sí, Trond también era uno de los malditos. ¿Lo sabías?

No, Kolgrim nunca había escuchado eso. Si tan solo lo hubiera sabido cuando Trond estaba vivo... entonces los dos juntos se hubieran vuelto increíblemente poderosos. «Juntos», pensó, «¡habríamos sido invencibles!»

Brand había permanecido en silencio unos minutos. Recordar a su hermano muerto lo entristeció, pero de pronto salió de sus pensamientos y susurró con entusiasmo.

—¡Dicen que entre las hierbas y las plantas hay una mandrágora!

Kolgrim sabía algo sobre esa clase de hierbas mágicas. De hecho, ya sabía mucho más de lo que cualquiera imaginaba y todo esto tenía un interés inmenso para él. Tenía la cabeza llena de cada detalle y siempre pensaba en ellos. Pobre Brand, era demasiado confiado para comprender la gravedad y la importancia de lo que había plantado en el alma negra de Kolgrim.

***

El domingo, después de que Brand le contara la verdad, Kolgrim fingió tener fiebre para poder quedarse en casa mientras todos asistían a la iglesia.

En cuanto todos partieron, Kolgrim fue de inmediato a Lindealléen y buscó rápido por la casa y sus alrededores. No encontró nada en la primera búsqueda, pero no desperdició ni un minuto de la misa larga y continuó buscando por segunda vez. Después de un rato, tuvo que escabullirse cuando oyó a los sirvientes regresar. Se había centrado en la parte antigua de la casa, pero no había encontrado el tesoro en ninguna parte. Decepcionado y en un ataque de furia, regresó a regañadientes a su lecho de enfermo.

La ciudad de Erfurt estaba tan lejos que no tenía idea de dónde estaba; por eso emprender semejante viaje solo para colocar un cuchillo en la garganta del traidor de Tarjei era imposible. Pero había algo que podía hacer: algo que había poner en marcha durante años. Podía librarse de su rival. La única persona que se interponía entre él y tantas cosas ahora lo desafiaba por el premio más preciado de todos: la hechicería práctica del Pueblo del Hielo. Pronto les demostraría a todos lo que ocurriría con aquellos que lo habían ofendido.

Con esas ideas en mente, Kolgrim organizó meticulosamente un plan preciso. Quizás recordó el cuento de hadas que Cecilie solía contarle, donde el Gran Troll se enfadaba cuando los niños lastimaban a sus hermanos menores. Sin importarle los motivos, Kolgrim decidió que no él no cometería ese asesinato. Pensó que había otros modos más sutiles de actuar.

Un día de julio, pidió que le permitieran ir a Cristiania con su abuelo. Llevó todas las monedas que había ahorrado y escondido todos esos años. Eran pequeñas cantidades de dinero que le habían dado familiares y amigos con buenas intenciones, pero ahora por fin tenían una utilidad.

Mientras su abuelo estaba ocupado con varios recados, Kolgrim fue a un puesto fuera del taller de un platero y compró un lindo broche que combinaría muy bien con un vestido tradicional de mujer. Después de comprarlo, no se lo mostró a nadie y durante los siguientes días, realizó otros preparativos. En una ocasión, sin decirle a nadie ni una sola palabra, cabalgó durante varias horas en busca de algunas ubicaciones y de distintas rutas. Mientras andaba, escuchaba el gemido amenazante del viento entre los árboles, sonriendo todo el tiempo con crueldad.

La noche siguiente, satisfecho por tener todo organizado, realizó el siguiente paso. Mientras los dos hermanastros yacían en sus camas en el cuarto que aún compartían, Kolgrim le susurró al pequeño Mattias:

—¿Alguna vez has visto peces bailando?

—No —respondió el joven Mattias—. ¿Los peces pueden bailar?

—Por supuesto. ¿Quieres verlo? —Mattias dijo que sí—. Pero están en un lugar mágico —susurró Kolgrim—. Y solo aparecen a cierta hora. Tendremos que ir a escondidas, pero nadie más puede saberlo.

—¿Ni siquiera mamá? —preguntó Mattias pensativo.

—No, mamá no... ¡Claro que no! Eso arruinaría todo, ¿no lo entiendes?

—Sí, claro —dijo su hermanito asintiendo.

—Entonces te llevaré al lugar donde bailan, pero mañana no porque no estarán allí. Pasado mañana aparecerán. Iré más temprano para asegurarme de que es el día correcto y tú puedes encontrarte conmigo en la linde del bosque, junto al gran roble. A las nueve en punto, ¿de acuerdo? ¿Sabes leer la hora en el reloj?

—No, pero le puedo preguntar a papá.

—No, cielos. ¡No le preguntes nada! Cuando las criadas limpien la mesa después del desayuno es cuando debes escaparte. Pero recuerda: nadie debe verte. No estaremos fuera demasiado tiempo, así que nadie lo sabrá.

—Haré lo que dices —respondió el bueno de Mattias.

Al día siguiente, Kolgrim le mencionó casualmente a su padre:

—¿Me dejarás cabalgar hasta Cristiania mañana, papá? La última vez que fuimos, vi un broche precioso en el escaparate de un platero. Me encantaría comprárselo a la abuela Liv, para que pueda usarlo en la iglesia durante la fiesta de San Olaf.

A Kolgrim no podía importarle menos la iglesia. En general lograba inventarse una excusa más o menos factible para quedarse en casa.

A Tarald lo conmovió el aparente altruismo de su hijo.

—Pero no tienes dinero suficiente para comprar ese broche, ¿o sí, Kolgrim?

—Lo tengo. He ahorrado —respondió el niño sonriendo con orgullo.

—¡Vaya! ¡Bien hecho! Pero no deberías cabalgar solo. Quizás debería acompañarte...

—¡Tengo doce años, papá! Sabes que soy muy buen jinete. Y sé que debo estar atento por si aparecen ladrones o estafadores.

Así que, temprano, al día siguiente, Kolgrim se despedía de sus preocupados padres moviendo la mano, cabalgando rumbo a Cristiania. Pero en cuanto estuvo lejos de las granjas de Graastensholm, tomó unos senderos ocultos y apartados para dar vuelta a la parroquia en un gran semicírculo. Poco después, a lomos de su caballo junto al gran roble, observó una pequeña silueta corriendo por el campo para llegar a tiempo al lugar de la reunión. Mientras esperaba, una calma glacial se apoderó del corazón de Kolgrim.

—Lo logré —jadeó Mattias cuando llegó—. Nadie me vio, pero estaba preocupado porque dijeron que habías ido a Cristiania. Creí que tal vez no estarías aquí. —Luego, con el ceño fruncido, añadió—: Pero no me gustó mentirle a mamá.

—¿Ella te preguntó algo? —respondió Kolgrim con brusquedad.

—No, pero no decir nada es casi igual a mentir.

Kolgrim nunca había sentido el peso de esos escrúpulos así que no comprendía en absoluto los sentimientos de Mattias. Además, no podía importarle menos su madrastra, Yrja, quien siempre había intentado a consciencia darle el mismo amor que ella sentía por su propio hijo.

—Estaremos fuera de casa tan poco tiempo que no notarán nada —dijo Kolgrim con firmeza—. Ahora, monta detrás de mí.

En cuanto Mattias, con un poco de esfuerzo, subió y se aferró a la espalda de su hermanastro, Kolgrim dio media vuelta con el caballo y lo jaleó para avanzar. Al igual que todos los hermanos menores, Mattias adoraba a su hermano mayor. Él era el héroe, el que podía hacer todo y el que sabía todo. Kolgrim solía sentir desprecio por aquella adulación en lugar de orgullo.

Mientras cabalgaban por el bosque, Mattias comentó con alegría:

—¡Esto es tan emocionante que ni siquiera pude dormir anoche!

«Excelente», pensó Kolgrim, con otra sonrisa fea en el rostro. «Eso es exactamente lo que esperaba.»

—He traído comida para los dos —prosiguió Mattias con el mismo tono de entusiasmo—. Podemos comerla más tarde, ¿verdad?

—¿Que hiciste qué? —La voz de Kolgrim fue como un estallido—. ¿Alguien te vio?

—No. Me escabullí en la cocina cuando no había nadie allí.

—¡Bien! —Kolgrim se relajó—. Sí, puede entrarnos hambre.

Durante un buen rato, cabalgaron en silencio a través de las sombras verdes del bosque; dos hermanos pequeños en apariencia idílicamente felices en medio de las maravillas de la naturaleza.

Luego, en un momento dado, Mattias susurró en el oído de Kolgrim:

—Escucha el viento entre las hojas. Suena triste y hermoso a la vez; como el réquiem de una iglesia.

—¿Un réquiem? ¿Qué es eso? —preguntó Kolgrim, quien no estaba familiarizado con las peculiaridades de los rituales religiosos.

—Es una misa para los muertos.

«Muy apropiado», pensó el hermano mayor, sonriendo de nuevo mientras guiaba al caballo con cuidado hacia adelante entre los árboles junto al sendero que había explorado unos días antes con detenimiento.

—Es lejos, ¿no? —dijo Mattias unos minutos después—. ¿Cuánto falta?

—Llegaremos pronto —prometió Kolgrim—. No falta mucho.

Pero se adentraron más y más en el bosque durante un largo tiempo sin ninguna señal que indicara hacia donde se dirigían. Finalmente, Mattias dijo:

—Por favor, no te enfades conmigo, Kolgrim, pero me duele el trasero. ¿Crees que podamos descansar?

Kolgrim ignoró su petición. Su corazón comenzaba a acelerar su pulso por el entusiasmo y obligó al caballo a avanzar un poco más rápido.

—No te preocupes —le dijo a Mattias—. ¡Ya casi llegamos!

Ahora seguían un sendero tan cubierto de césped y hierbas que apenas era posible distinguirlo del suelo del bosque a su alrededor. Era evidente que no muchos pies lo habían tocado aquel verano y si Mattias notó alguna huella de cascos, nunca las relacionó con la misteriosa ausencia de Kolgrim unos días antes. Atravesaron pequeños claros, algunos poseían arbustos de frambuesas y una o dos veces vieron reducidos grupos de cabañas abandonadas hace mucho tiempo.

Por fin, los árboles comenzaron a menguar y el campo abierto apareció de nuevo frente a ellos. Las zonas boscosas estaban formadas sobre todo por robles, pero mientras avanzaban fueron reemplazados por álamos y alisos, que Mattias veía creciendo por los límites de un amplio río.

—¿Aquí es donde veremos a los peces bailarines? —preguntó con entusiasmo.

Kolgrim no respondió; continuó cabalgando en silencio hasta que giró la cabeza del caballo hacia la orilla y lo obligó a cruzar por un sendero angosto que llevaba a un pequeño muelle que sobresalía de la tierra. Allí desmontó y ayudó a su hermano a hacer lo mismo.

—¡Guau! Mira: Es el mar, ¿no? —exclamó entusiasmado Mattias.

A lo lejos, entre salientes rocosas e islas, veía un gran cuerpo de agua azul brillando bajo el sol difuso.

—Por supuesto que es el mar; es el único lugar donde los peces bailan. Se llaman delfines y son muy grandes. Primero necesitamos cruzar el fiordo. ¡Vamos! Tengo un bote.

—¿Sí? —Mattias lo miró con los ojos abiertos de par en par mientras Kolgrim amarraba el caballo a un árbol—. ¿Dónde?

Kolgrim señaló un pequeño bote de remo atracado cerca, prácticamente oculto bajo los árboles colgantes.

—Allí, mira.

Había sido muy puntilloso en su plan: sabía que usaban muy poco ese bote. Guio a Mattias por el muelle y lo ayudó a saltar a bordo. Luego, partieron y comenzó a remar, alejándose de la tierra, sabiendo que la cortina de alisos crecidos a lo largo de la orilla evitaría que el supuesto dueño del bote los viera.

Los remos salpicaban rítmicamente y, al principio, Mattias inclinó el cuerpo sobre uno de los costados del bote para observar los pequeños remolinos que dejaban a su paso. Kolgrim no tenía prisa y continuó moviendo despacio y con calma los remos mientras su hermano menor Mattias se acomodaba en la proa, cansado, sintiendo pesados los párpados.

—¿Por qué no te echas una siesta si te apetece? —dijo Kolgrim en voz baja e hipnótica—. Es un camino largo. Te despertaré cuando haya algo que ver.

Mattias asintió somnoliento, se acomodó más e intentó dormir.

Cuando llegaron al cabo donde el fiordo se ampliaba hacia el mar abierto, Kolgrim alzó los remos en silencio y dejó que el bote se deslizara hacia una playa pequeña. Se aseguró de que Mattias estuviera profundamente dormido. Luego, deslizó con cuidado ambos remos en el agua y observó cómo se hundían . Desembarcó en la orilla sin hacer ruido; rodeó la proa, se posó en ella y la empujó con fuerza para enviar al pequeño bote de nuevo hacia aguas más profundas.

Observó el navío flotando con firmeza hacia el mar, ayudado por la corriente, tal como lo había planeado. Aún no había sonido o señal alguna que indicara movimiento a bordo.

Después de observar el bote unos minutos más, Kolgrim esbozó una sonrisa lúgubre de satisfacción y corrió lo más rápido posible por la playa, por la costa rocosa, hasta llegar de nuevo al muelle donde su caballo esperaba. Para justificar su hazaña malvada, se repitió una y otra vez mientras corría:

—No lo maté. No, no lo maté.

¿Acaso recordaba los cuentos infantiles de Cecilie sobre el Gran Troll que juzgaba las buenas y malas acciones de los niños? Quizás; era poco probable que hubiera otra explicación para la eliminación «humana» que Kolgrim hizo de su problemático hermanito, Mattias.

***

Luego, esa tarde, Kolgrim regresó a casa y encontró a la familia yaa los sirvientes, nerviosos y preocupados. Todos estaban pálidos.

—Kolgrim, ¿has visto a Mattias? —le preguntó Liv con nerviosismo en cuanto lo vio.

Kolgrim desmontó su caballo, con un pequeño paquete en la mano.

—¿Mattias? No, he estado en Cristiania todo el día.

—Pero ¿lo viste temprano esta mañana?

—Estaba dormido cuando me fui —respondió Kolgrim; su rostro era la personificación de la inocencia.

—No, desayunó con nosotros —dijo Tarald—. Desapareció después; Kolgrim ya había partido hacía horas.

Yrja estaba pálida y seria. Su rostro parecía una máscara mortuoria.

—Mattias se llevó algo de comida —comentó ella—,alimento suficiente para dos. ¡Estoy segura!

—¿Cómo lo sabes con tanta certeza?

—Por el modo en que Mattias siempre usa el cuchillo de untar. Y se llevó pan, queso y carne para dos personas como poco.

—¿Dónde está el abuelo? —preguntó Kolgrim.

—Afuera, todavía buscándolo —dijo Liv con gran ansiedad en la mirada—. ¡Todos hemos buscado a Mattias todo el día!

Yrja adoptó una expresión más severa y sujetó a Kolgrim.

—Tú sabes dónde está —gritó ella—. Lo veo en tu rostro. Sabes dónde está, ¿verdad?

Tarald se interpuso entre los dos.

—¡Yrja, cariño! No deberías tratar así a Kolgrim.

Yrja hizo un esfuerzo por contener sus emociones, pero el pánico que había escondido todo el día ahora se había apoderado de ella.

—¡Lo conozco! —gritó ella—. ¡Conozco esa expresión inocente! Le ha hecho algo a Mattias. Lo sé... ¡Simplemente lo SÉ!

Ahora, los ojos de Kolgrim estaban llenos de lágrimas por la injusta acusación.

—Solo he ido a Cristiania —sollozó él—. Fui a comprar un regalo para la abuela. ¡Mira!

Abrió el paquete de papel en su mano para mostrar el broche de plata resplandeciente.

—¡Oh, Kolgrim! —dijo Liv, de pronto llena de emoción—. ¡Qué detalle tan dulce por tu parte! Debes perdonar a Yrja; una madre no siempre puede pensar con claridad cuando algo le ha sucedido a su hijo.

Yrja se ahogaba y lloraba sin control.

—Lo único bueno que hice... en mi vida... fue traer... a mi pequeño Mattias al mundo. ¡No puede estar perdido! No puede... ¡haber desaparecido!

—No está perdido —la consoló Tarald—. Regresará a casa antes del anochecer, ya lo verás.

***

Pero Mattias no regresó a casa esa noche... y tampoco lo hizo el día siguiente o el próximo. Graastensholm parecía agobiado por la tristeza y la angustia y oían a Yrja llamando a Mattias día y noche. Todos perdieron la cuenta de la cantidad de veces que ella corría de un lado a otro por el bosque, buscando y llorando sin parar.

Cuando Yrja lograba dormir, algo no muy frecuente, aún despertaba en medio de la noche presa del pánico gritando: «¡Me necesita! ¡Está solo y me necesita!» Y al amanecer partía de nuevo, caminaba en círculos por el bosque y las arboledas, preguntando en las cabañas, buscando, buscando, siempre buscando.

Liv perdió su actitud serena y feliz ante la vida; la angustia tiñó de gris su cabello en cuestión de días. Dag no había gozado de la mejor salud antes de la desaparición de Mattias, pero ahora era cada vez más frágil. Tarald se comió las uñas rápido. Si bien él no solía permitir que la desesperación que sentía se apoderara de él, cuando estaba solo iba al cuarto de Mattias, caminaba de lado a lado allí, tocando todas sus pertenencias... y llorando hasta que le dolía todo el cuerpo. No había ni una persona en el distrito que no hubiera ayudado en la búsqueda del pequeño de Graastensholm. Todos lo echaban de menos y compartían la tristeza de la familia.

Un día, Kolgrim rio por algo insignificante y eso hizo que Yrja estallara de furia. Ella sujetó al niño y comenzó a sacudirlo con todas sus fuerzas.

—Te pone feliz, ¿verdad? —gritó Yrja, con una voz afilada como un cuchillo—. ¡Estás feliz de haberte librado de tu hermano para poder heredar todo!

Ella no tenía idea cuán cerca estaba de la verdad. Su único error era que no sabía qué era lo que Kolgrim quería heredar. Por su parte, Kolgrim estaba abrumado por un odio ardiente.

—¡Déjame en paz, maldita vieja! —susurró él mientras sus ojos adoptaban un tono amarillo brillante. Luego su voz cambió a un rugido desdeñoso—. ¡Ahora te vemos por lo que eres «realmente»! ¡Nunca te importé! ¡Solo te importaba ese dulce niño que habías parido!

Profundamente atónita, Liv le habló con severidad a su nieto mayor.

—¡Qué absoluta tontería, Kolgrim! Ningún huérfano podría haber recibido más amor que tú. Te hemos dado todo nuestro afecto, todos nosotros: desde tu abuelo, el notario, al más joven de los peones del establo. Te hemos dado amor y cariño siempre y te hemos consentido. Tu abuelo y yo incluso suplicamos por tu vida cuando naciste y creían que no sobrevivirías. Te quisimos y te cuidamos, ¡Yrja también! Dudo que tu pobre y querida madre, Sunniva, pudiera haberte dado más amor que ella. Es algo que no deberías olvidar.

Con su exabrupto terminado, Yrja recobró rápido la compostura.

—Perdóname, Kolgrim —dijo ella—. Estoy tan preocupada que ya no sé qué digo.

—Oh, ¡vete al INFIERNO! —siseó él tan bajo que solo ella lo escuchó y, sin agregar nada más, salió hecho una furia del cuarto.

Liv tenía sus sospechas sobre la verdad del asunto. Así que le escribió una carta a Cecilie donde describía su desesperación profunda y le contaba que aún se aferraban a la esperanza débil de que Mattias estaba vivo; que estaba perdido o herido en alguna parte necesitado de ayuda y que temían no encontrarlo antes de que fuera demasiado tarde. Terminó la carta diciendo:

Querida Cecilie, por favor, ¿puedes regresar a casa lo antes posible? Tenemos grandes dudas sobre Kolgrim y creemos que él sabe algo. Eres la única que ha podido domarlo. Por favor, ven a casa con nosotros. Nuestro amado y pequeño Mattias ha estado perdido durante cinco largas semanas e Yrja empieza a perder la cordura. Tu padre y yo ya no soportamos este tormento.

Cecilie había regresado hace poco a su hogar en Gabrielshus después de asistir en la Corte a Anna Katrina en su lecho de muerte y, más que nada, necesitaba descansar en compañía de su pequeña familia. Pero en seguida decidió pronto que debía viajar con urgencia a Noruega.

—Y no, Alexander —le dijo a su esposo preocupado—. No llevaré a los mellizos conmigo a Graastensholm. Estoy bastante segura de que Kolgrim está detrás de todo esto. ¡Nunca permitiré que Gabriella o Tancred sean víctimas de su mirada depredadora!

—Pero sin duda él nunca intentaría hacerles daño, ¿verdad? —preguntó Alexander alarmado—. ¿De verdad piensas que sería capaz de ello?

—Kolgrim estaba muy encariñado conmigo, como ya sabes; él piensa que lo traicioné cuando tuve mis propios hijos. Siempre he dudado de la sinceridad de su aparente bondad hacia Mattias. Así que te garantizo que sin importar cuánto lo desee, nunca llevaré a mis pequeños a mi hogar. Mamá y papá han venido aquí a visitarlos al igual que Tarjei. Pero el resto de mi familia nunca ha conocido a Tancred y Gabriella, y todo es por Kolgrim.

—Creo que no eres justa con el niño —dijo Alexander—, pero lo conoces mejor que yo. Tendremos que esperar hasta la próxima. Espero sinceramente que encuentres a Mattias. Era un jovencito muy bueno.

Cecilie suspiró con intensidad.

—¡Ojalá estuviera aquí al abuelo Tengel para ayudarnos! O a Sol. Ellos siempre parecieron tener el don de hallar personas perdidas. Aunque Sol quizás hubiera apoyado a Kolgrim porque él es su nieto. Como sea, me quedaré con ellos una semana, pero después tendré que descansar. Quedé exhausta después de acompañar a la princesa en sus últimos días... y ¡ahora el querido Mattias, ha desaparecido!

Cuando Cecilie llegó a Graastensholm una semana después, le horrorizó descubrir en persona cómo la angustia y la ansiedad habían afectado a todos. El día de su llegada, apartó a Kolgrim y habló con calma con él, pero le sorprendió descubrir que ella ya no contaba con la confianza del niño. Además, quedó inmediatamente claro que él estaba más interesado en otra cosa, en algo que él consideraba mucho más importante... Asuntos menores como Mattias no le preocupaban.

—¿Cuándo regresará Tarjei? —Esa fue prácticamente la primera cosa que le preguntó a Cecilie.

—No lo sé —respondió ella—. Pero no ha venido a casa en un largo tiempo así que es probable que venga a visitarnos pronto. ¿Te cae bien Tarjei?

Kolgrim movió los ojos por toda la sala. En su mente, pensaba: «¿Tarjei? ¿Para qué me sirve? Lo que me interesa es lo que tiene.» Pero en voz alta, con entusiasmo fingido, solo dijo:

—Oh, sí, ¡me cae muy bien! ¡Tarjei es muy sabio!

Más tarde ese día, Cecilie buscó a su madre y le pidió hablar en privado. Con expresión muy seria, tomó la mano de Liv.

—El niño sabe algo. Estoy segura. Pero es demasiado difícil de manipular ... y no logro llegar a él. Continuaré intentándolo durante el resto de mi estancia. Pero no puedo prometer nada.

Liv Meiden miró a su hija durante un buen rato mientras permanecía sumida en un silencio aterrador.

—Es como si nuestras peores pesadillas se hubieran hecho realidad —susurró por fin sollozando—. Es como vivir en un sueño horroroso. Continúo esperando despertar y descubrir que no es verdad... pero sé que no pasará.

Cecilie asintió, al borde del llanto.

—Nunca había visto a Kolgrim con una expresión tan inflexible. Hace que esté segura de que sabe más de lo que dice.

Aunque Cecilie permaneció en Graastensholm una semana entera como prometió, fue incapaz de conseguir avanzar con Kolgrim. La constante búsqueda de Mattias también fue en vano. Después de siete días, dejó con cierta reticencia a su angustiada y preocupada familia para regresar a Gabrielshus junto a sus mellizos y Alexander. El verano en Graastensholm y Lindealléen se transformó despacio en el otoño más miserable para todos.

El único miembro de la familia que permaneció en calma y nada afectado por lo sucedido fue Kolgrim. Esperaba tranquilamente a que Tarjei regresara a casa, seguro de que ahora él sería el único y auténtico heredero de todas esas posesiones que para él valían más que todo el oro del mundo.

Capítulo 2

Tarjei no tenía planes de regresar a Lindealléen como Kolgrim esperaba. Al menos, no por ahora.

Por suerte, había sobrevivido a la epidemia de viruela contra la que luchaba y se había graduado con honores de la Universidad de Tübingen. Aquello le dio la posibilidad de escoger entre muchas propuestas de trabajo muy atractivas. Al Pueblo del Hielo nunca le había faltado dinero desde que Tengel el Bueno había usado su talento como curandero y médico. Además, las pinturas al óleo de Silje y sus tapices habían recolectado más dinero del que ella había necesitado en su vida. Así que Tarjei sentía que tenía la libertad de escoger cualquier camino que deseara sin preocuparse por el dinero. Había rechazado una oferta muy tentadora de enseñar medicina en Tübingen y por algún motivo incompresible, prefierió en cambio aceptar un puesto menos lucrativo en Erfurt como asistente de un médico muy sabio que investigaba varias enfermedades.

Durante su estadía en Tübingen, Tarjei había cumplido uno de los sueños de su infancia. Había conocido a Johannes Kepler, el famoso matemático y astrónomo, quien había visitado la universidad a finales de su vida. Él y Tarjei entablaron debates profundos y personales que continuaron hasta altas horas de la noche.

Durante sus últimos años, Kepler, quien para ese entonces padecía una enfermedad y ya se había hartado de la obstinada ignorancia y estupidez de la gente, se había vuelto muy escéptico. Pero la conversación con el joven e idealista Tarjei revivió su espíritu, por lo que los dos debatían sobre ciencia y filosofía hasta que se les cerraban los párpados.

Prácticamente en cuanto comenzaron a conversar descubrieron que tenían algo en común. Resultó que la madre de Kepler había muerto en 1622 después de haber sido denunciada como bruja y había pasado trece meses en prisión. Tarjei le contó al gran hombre cómo su pariente, Sol, había sufrido un destino similar. La charla, que había comenzado con el tema de las cacerías de brujas,concluía con la última afición de Kepler: los logaritmos y la refracción atmosférica.

Tarjei ya había pasado bastante tiempo en Erfurt disfrutando de su trabajo, a pesar de los riesgos,como la última epidemia de viruela, de la que había salido ileso debido al gran cuidado que tuvo con la higiene y a una pizca de buena suerte. Su mentor estaba muy satisfecho con su progreso. Creía que Tarjei tenía un brillante futuro por delante... siempre y cuando los clérigos y los grandes líderes —por su estupidez— no lo quemaran en la hoguera por herejía debido a su gran conocimiento y talento. Después de todo, habían quemado a Jan Hus, un filósofo, teólogo y reformista checo en la Universidad Carolina en Praga. Y habían declarado al astrónomo italiano Galileo culpable de herejía por difundir la teoría de que la Tierra giraba alrededor del Sol, ¿verdad? Debido a todo esto, Kepler le aconsejó a Tarjei que se andara con cuidado.