El Pueblo del Hielo 7 – Némesis - Margit Sandemo - E-Book

El Pueblo del Hielo 7 – Némesis E-Book

Margit Sandemo

0,0

Beschreibung

Por primera vez en español. La serie La Leyenda del Pueblo del Hielo ya ha cautivado a 40 millones de lectores en todo el mundo. Con el clan del Pueblo del Hielo disperso por Noruega y Dinamarca, sus vidas traen nuevas alegrías ­–y nuevos peligros­–. Cuando el joven Tancredo, bisnieto de Tengel el Bueno, emprende su primera aventura, se ve arrastrado a una pesadilla de engaño y un asesinato. ¿Podría ser real? Aquí conoce a Jessica, una joven noble, quuien podría ser su salvación. Pero está obsesionada por la maldad y la locura de la familia que debía protegerla. Mientras ambos van subiendo a los círculos más altos de la Corte, la intriga y la traición los irán rodeando, donde cada uno deberá enfrentarse a su némesis. El Pueblo del Hielo es una conmovedora leyenda de amor y poderes sobrenaturales, un relato de la lucha esencial entre el bien y el mal.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 280

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Némesis

La leyenda del Pueblo del hielo 7 – Némesis

Título original: Spökslottet

© 1982 Margit Sandemo. Reservados todos los derechos.

© 2021 Jentas A/S. Reservados todos los derechos.

Traducción Daniela Rocío Taboada,

© Traducción, Jentas A/S. Reservados todos los derechos.

ePub: Jentas A/S

ISBN 978-87-428-1018-7

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la autorización escrita de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.

Agradecimientos

«La leyenda del Pueblo del hielo» está dedicado con amor y gratitud al recuerdo de mi querido esposo fallecido Asbjorn Sandemo, quien convirtió mi vida en un cuento de hadas.

Margit Sandemo

Reseñas del Pueblo del hielo

Margit Sandemo es simplemente maravillosa.

— «The Guardian»

Una historia llena de personajes convincentes, bien planteada en la línea temporal, y reveladora: hará que los lectores abran los ojos de par en par y que probablemente sientan cierto cosquilleo en la ingle... Es una novela gráfica sin imágenes; no puedo esperar a leer que sucederá a continuación.

— The Times

Una mezcla de mito y leyenda entrelazada con eventos históricos: esta creación imaginativa atrapa al lector desde la primera página hasta la última.

— Historical Novels Review

Aclamada por las masas, la prolífera Margit Sandemo ha escrito más de 172 novelas hasta la fecha y es la autora más leída de Escandinavia...

— Scanorama magazine

La leyenda del Pueblo del hielo

Mucho tiempo atrás, hace cientos de años, Tengel el Maligno, despiadado y codicioso, vagó por el desierto para vender su alma al diablo y así conseguir todo lo que deseara. Con él comenzaba la leyenda del Pueblo del hielo.

Lo invocó con una poción mágica que había preparado en un caldero. Tengel lo consiguió; obtuvo riquezas y poder ilimitado, pero a cambio de maldecir a su propia familia: un descendiente de cada generación serviría al diablo realizando hazañas infames en su nombre. Tendrían ojos de gato amarillos ¬—la marca de la maldición— y poderes mágicos. Y un día nacería alguien que poseyera las mayores habilidades sobrenaturales de las que el mundo había visto. La maldición recaería sobre la estirpe hasta que encontraran el lugar donde Tengel el Maligno enterró el caldero con el que preparó el brebaje que convocó al Príncipe de las Tinieblas.

Eso cuenta la leyenda. Nadie sabe si es verdad, pero en el siglo XVI, nació un niño maldito entre el Pueblo del hielo. Intentó transformar el mal en bondad; por eso lo llamaron Tengel, el Bueno. Esta leyenda trata sobre su familia. De hecho, sobre las mujeres de su familia; las mujeres que tuvieron en sus manos el destino del Pueblo del hielo.

Capítulo 1

Cuando el rey Cristian murió, sus hijos se enfrentaron a tiempos difíciles. En particular los hijos que tuvo con Kirsten Munk, dado que al haber sido un matrimonio «morganático» —entre dos personas de rango social desigual— ellos no podían heredar los privilegios de la realeza.

Sin embargo, el rey había intentado ocuparse del futuro de sus hijas arreglando matrimonios con los hombres en los que había confiado, los peces gordos del reino. Había prometido que su hija mayor, Ana Katrina, se casaría con Frans Rantzau, a quien el rey había ascendido a lord chambelán. Nunca concretaron el matrimonio porque ambos murieron muy jóvenes.

La segunda hija, la desagradable Sofie Elisabeth, contraería matrimonio con Christian von Pentz: gobernador y funcionario. También cumplía el rol de lo que podría llamarse ministro de relaciones exteriores de Dinamarca —si es que ese título hubiera existido en aquella época—.

Leonora Christina quedó en manos del hombre más prestigioso y ambicioso de todos, Corfitz Ulfeldt, quien ahora era lord chambelán y el funcionario de rango más alto del territorio, así que Leonora Christina se convirtió en la primera dama del reino.

Elisabeth Augusta contrajo matrimonio con Hans Lindenov, quien, con el paso del tiempo, resultó ser un simple mediocre.

Christiane fue más afortunada. Su esposo fue Hannibal Sehested, quien se convirtió en un exitoso gobernador de Noruega.

Y Hedvig se casó con Ebbe Ulfeldt, vasallo de la isla de Bornholm.

Todas las hermanas creían que estaban en los mejores círculos de Dinamarca. Pero luego, su medio hermano Frederik III asumió el trono con la reina Sophie Amalie... y Frederik ejecutó una exhaustiva purga. El primero en partir fue Christian von Pentz. El hombre se había enemistado con él cuando Frederik era un joven príncipe y, al convertirse en rey, destituyó a von Pentz y le prohibió la entrada en la Corte.

Luego llegó el turno de Ebbe Ulfeldt. Investigaron cómo había llevado a cabo sus tareas como vasallo. Resultó que maltrataba a los plebeyos así que lo destituyeron de su cargo.

Además de todos estos insultos, ninguna de las hijas de Kirsten Munk tenía permitido continuar usando el título de duquesa. También les negaron el derecho de entrar al patio del castillo en carruaje, porque ese privilegio solo pertenecía a las primeras damas del reino.

Las hijas estaban furiosas y Kirsten Munk también. Probablemente la que sufrió la peor ofensa fue Leonora Christina. Primero la casaron con Corfitz Ulfeldt, quien aún discutía en secreto con el nuevo rey sobre quién era el gobernante «de facto» del reino. Segundo, había una disputa despiadada entre Leonora Christina y la joven reina Sophie Amalie de Brunswick sobre quién era la primera dama del reino. Aquella pelea amarga duró hasta la muerte de ambas.

Hubo muchos cambios durante el reinado del nuevo monarca. El Consejo de Estado quería destituir a Hannibal Sehested de su puesto de gobernador de Noruega. El hombre había amasado una gran fortuna (una decimosexta parte de todos los bienes noruegos) y cuando lo denunciaron por fraude, el rey no tuvo más opción que quitarle su título.

Aquello finalizó por el momento la carrera de Hannibal Sehested.

Pero Corfitz Ulfeldt era la verdadera piedra en el zapato del rey Frederik.

***

Un día de enero en 1649, la esposa de Corfitz, Leonora Christina, hija del fallecido Cristian IV, visitó a Cecilie Paladín. Leonora estaba muy enfadada. Era incapaz de tomar asiento en calma, estaba inquieta todo el tiempo.

—¡Esa alemana! —refunfuñó Leonora, refiriéndose a la reina Sophie Amalie—. Hace todo lo posible para humillarme. Pero mi esposo tiene un as bajo la manga. Partirá a los Países Bajos, y sus planes le demostrarán a toda Dinamarca, incluso al rey y la reina, quién está en sus cabales. ¡Ya veremos quién está mejor preparado para tomar decisiones aquí!

—Ya veo. Entonces ¿el Consejo de Estado ha decidido que él debe marcharse?

—¿El Consejo de Estado? Un lord chambelán del calibre de Corfitz no necesita pedirle a nadie consejos. Por supuesto que yo lo acompañaré y él tendrá un séquito magnífico. Por ese motivo he venido aquí hoy, querida Paladín. Siempre ha sido amable y leal conmigo. Mi esposo necesita un hombre de confianza para servirle en la Corte. Hay tan pocas personas en quien confiar estos días con esa alemana conspirando todo el tiempo. Así que pensamos de inmediato en su hijo, Tancred. Él tuvo una buena crianza, está familiarizado con aspectos del protocolo de la Corte y es «extremadamente» presentable...

Los pensamientos daban vueltas a toda velocidad en la cabeza de Cecilie. No quería que su hijo se involucrara en el conflicto entre el rey y el lord chambelán... o en el conflicto entre sus esposas. Pero, por otra parte, Cecilie había cuidado a Leonora Christina desde su nacimiento...

Cecilie era completamente neutral en la discusión entre Leonora Christina y la reina. Leonora Christina era hermosa, encantadora y culta, mientras que la reina tenía su juventud, gracia y un cargo elevando. Decían que los miembros de la casa de Brunswick-Lüneburg eran inteligentes, enérgicos y apasionados... y Sophie Amalie no era la excepción. Sin embargo, también podía ser odiosa... Y Leonora Christina también tenía una lengua afilada cuando quería. La envidia y los celos entre las dos mujeres ya habían alcanzado un pico considerable.

De haber sido solo una cuestión de lidiar con Leonora Christina, Cecilie probablemente no habría dudado tanto si enviar o no a Tancred a los Países Bajos. Pero él sería siervo de Corfitz Ulfeldt... y Cecilie no soportaba al hombre. Sin duda era presentable y el favorito del pueblo (por ahora), pero también era arrogante y en extremo egocéntrico. Además, no era de fiar. Hacía justicia por mano propia cuando le convenía, y eso podría hacer que Tancred tuviera conflictos con la familia real. Sabía que Alexander jamás lo permitiría.

¡Si tan solo Alexander hubiera estado allí! Pero estaba en alguna otra parte de la propiedad.

Antes de haber tenido tiempo suficiente para pensar con detenimiento en la oferta, respondió rápido y, de modo algo apresurado, dijo:

—Oh, Su Alteza. —A Leonora Christina le encantaba que la llamaran así—. Esto es terrible. Por supuesto que hubiéramos aceptado ese honor, pero Tancred tiene otros planes. Ahora mismo, está camino a Jutlandia para asistir a mi cuñada. Ella vive sola y se ha roto una pierna. Está indefensa y necesita la ayuda de Tancred unos meses. No puede ocuparse sola de la propiedad y no tiene otros familiares a quienes pedirles ayuda. Lo siento, pero no podemos no cumplir nuestra promesa.

Leonora Christina parecía estar levemente amargada y expresó brevemente que lamentaba que Tancred no pudiera acompañarlos.

Cecilie en cambio esperaba que la hija del rey no se topara con Alexander o Tancred al salir.

Cuando Tancred regresó poco después a la casa junto a su padre, estaba en extremo decepcionado.

—Pero ¡mamá! Me niegas la posibilidad de viajar a los Países Bajos y ver un poco del mundo... ¡Y encima en una misión tan prestigiosa!

Cecilie miró a su joven hijo. Era muy atractivo. Tenía veintiún años y el cabello negro resplandeciente peinado a lo paje enmarcando su rostro noble. Las mujeres de la Corte estaban encantadas con él y por esa razón Cecilie quería enviarlo lejos por un tiempo. No deseaba que las mujeres aventureras de la Corte arruinaran a su hijo. Pero por ahora, Tancred parecía ignorar el encanto que poseía. Se había centrado en su sueño de ser como su padre y tener una carrera como oficial.

—Y ahora debo ir con la tía Úrsula —protestó Tancred—. Es muy estricta. Siempre me mandonea y me trata como un niño de doce años.

—Tu madre ha tomado la decisión correcta —dijo Alexander con firmeza—. Ulfeldt viajará sin la aprobación del Consejo de Estado. Sería muy peligroso involucrarte en la lucha por el prestigio entre él y el rey. De todos modos, no tienes que quedarte en Jutlandia mucho tiempo. ¿Qué tal dos meses?

—Son dos meses de mis mejores años de vida, ¿no crees?

—Supongo. —Alexander sonrió—. Pero más adelante tendrás la oportunidad de vivir otras experiencias.

Tancred quería decir que para ese entonces ya sería viejo. Solo que no sabía lo lejos que podía ir antes de que su padre se enfadara. Así que no dijo nada y aceptó su amargo destino.

—¿Es verdad que la tía Úrsula se ha roto una pierna?

—No hasta donde sabemos —respondió Cecilie con alegría—. Pero tenía que inventar algo, ¿no?

—Entonces supongo que tendré que hacerla caer —comentó Tancred—. En caso de que Ulfeldt haya enviado espías.

—Es muy poco probable que eso suceda —dijo Alexander—. No sobreestimes tu importancia.

—Es imposible sobreestimarla —respondió Tancred sonriendo. Tancred sufrió una gripe aguda así que no partió a Jutlandia hasta principios de marzo. El gran séquito para los Países Bajos ya había partido para esa fecha, lo cual implicaba que podía relajarse un poco. Pero solo para estar seguro, Tancred igual debía ir a Jutlandia... en caso de que alguien preguntara. Le hizo muy feliz saber que podía quedarse allí solo quince días en vez de dos meses, como era el plan original.

Úrsula se sorprendió mucho al recibir la visita de su sobrino presentable.

—¡Oh, Tancred! ¡Qué maravilla! Has llegado al momento exacto de nuestra reunión anual con los vecinos. Gracias a Dios que eres tan alto porque eso significa que podrás colgar estas guirnaldas de papel en el techo. Pero ten cuidado con los candelabros. Están un poco sueltos en algunas partes. Ahí tienes una escalera.

Aunque lo tomó algo desprevenido, Tancred empezó a colgar las guirnaldas y las sirvientas reían de satisfacción. Continuaron trabajando con mucha más alegría.

—Qué pena —gritó la tía desde abajo—. Debo irme a Ribe para ocuparme de los negocios de mi bendito fallecido esposo. Resulta que el hombre al que le había pedido que se encargara del asunto me ha engañado por completo.

Tancred no dudó ni un segundo de que el esposo de su tía era un benditoe ... después de haber escapado de las quejas eternas de la mujer.

—Sí, es una lástima que debas irte —respondió él, intentando sonar decepcionado—. Espero que no hayas perdido demasiado dinero.

—No, no perdí demasiado. Aún hay una cantidad suficiente para que tú heredes —dijo ella con ironía. Solo era una broma porque sabía que a Tancred no le interesaba mucho la riqueza. Era la clase de indiferencia que poseen aquellos que no saben qué es ser pobre—. Pero me siento mal por ti, querido, porque has viajado hasta aquí en vano para verme.

—No te preocupes, tía Úrsula. Acabo de pasar una fuerte gripe y me han enviado aquí a recuperarme. Puedo cuidarme solo y ocuparme de mis asuntos aquí. En casa no puedo hacerlo porque siempre hay alguien dándome órdenes.

—Vaya, pues, ¿has pensado en conseguir novia relativamente pronto? —dijo la tía sin notar el engaño en sus palabras.

—No. Muchas personas piensan por mí, así que no necesito ocuparme yo de eso. Esta maldita guirnalda de papel no quiere...

—¡Tancred! —chilló la tía con voz aguda—. ¡No digas groserías en mi casa!

Él la miró desde la escalera, sorprendido, y estuvo a punto de perder el equilibrio.

—¿Lo he hecho?

—Sí, ¡lo has hecho! Dijiste... —Y en un susurro, Úrsula deletreó la terrible palabra «m-a-l-d-i-t-a».

—¿Es una grosería? Solo es una maldita buena palabra para expresarse... Oh, ¡perdón! ¡Lo he dicho otra vez! Intentaré contenerme para no manchar esta casa decente con ese lenguaje vulgar. ¿Cuándo volverás de tu viaje a Ribe?

—No tengo ni idea. Me lleevará un tiempo. Pero me apresuraré para volver antes de que regreses a tu hogar.

—No será necesario. Tómate el tiempo que necesites. Hay que tomar en serio esos asuntos.

—Pero acabo de cambiar a mi personal doméstico.... Los demás ya eran mayores. No sé si los nuevos pueden atenderte del modo adecuado.

—No te preocupes —dijo Tancred, sonriéndoles a las criadas. Ellas rieron de satisfacción.

Úrsula no notó nada.

—¿Y cómo están tus queridos padres, Tancred? Estoy segura de que te han pedido que me enviaras sus saludos.

—Por supuesto que lo hicieron; siempre me olvido de decirlo. En cualquier caso, gracias por preguntar. Mi padre ahora mismo está cultivando un viñedo, pero sin mucho éxito; y mi madre se esfuerza mucho por no ganarle a mi padre al menos una vez por semana en el ajedrez. Mi madre es una jovencita eterna a pesar de sus 47 años. Mi padre tiene 54, ¿verdad?

—Sí, tienes razón. Es mi hermano menor. Siempre lo he cuidado.

Úrsula comenzó a soñar despierta.

—Son muy felices —dijo Tancred—. Espero algún día ser tan feliz como ellos en su matrimonio.

—Sí —respondió su tía, distraída—. Tu madre es una mujer excepcional. Ha hecho más por Alexander de lo que imaginamos.

—¿Mi madre? —dijo él sorprendido y una vez más estuvo a punto de perder el equilibrio—. Creía que había sido mi padre quien mejoró el estatus de mi madre cuando se casaron porque ella solo era medio noble.

—Bueno —suspiró Úrsula—, no sabes toda la historia... Ahora apresúrate, mi niño. Has enganchado dos guirnaldas sin colgarlas de la lámpara y se caerán. ¿Cómo van a decorar el techo de la sala de ese modo?

—Tienes razón —rio Tancred—. ¿Quizás algunas viudas refinadas sientan la necesidad repentina de saltar a la cuerda con las guirnaldas del suelo?

Después del desayuno, Tancred tomó un descanso y salió a cabalgar para ver los alrededores.

Siempre le había gustado el campo que rodeaba la propiedad de la tía Úrsula. Los abedules aún carecían de hojas, pero unos pimpollos pequeños indicaban que la primavera estaba en camino. Mientras Tancred cabalgaba por el inmenso bosque tras la mansión, oía el trino feliz de los herrerillos y el crujir de las anémonas azules doblándose bajo los cascos del caballo.

Pensó que sin duda la primavera comenzaba más temprano allí que en la casa de la abuela en Noruega. Su melliza, Gabriella, se había asentado en ese lugar, algo que, en opinión de Tancred, requería un amor fuerte. Noruega era maravillosa, pero él prefería el clima más cálido danés.

Cabalgó a través del bosque por senderos serpenteantes rodeado de árboles a punto de brotar. Estaba feliz con su vida, pero a la vez poseía la inquietud propia de la juventud en su interior. Tal vez no tendría oportunidad de experimentar algo antes de que fuera demasiado tarde. Y demasiado tarde podía ser cuando él tuviera aproximadamente 30 años. A esa edad ya eras un anciano.

De pronto, se detuvo. Una fugaz sombra parda se había escondido bajo unos arbustos. ¿Un animal? ¿Un ciervo o qué?

Tancred instó a su caballo a avanzar y comenzó la cacería sin armas. Era curioso y ansiaba experimentar algo nuevo sin importar qué fuera. No tenía intenciones de lastimar al animal.

¿Dónde se había metido? No podía estar lejos. Detuvo al caballo y escuchó con atención. Ningún sonido. Probablemente el animal estaba recostado en el suelo. Tancred observó la masa de abetos grises, arbustos y raíces...

Allí. Vio de nuevo un atisbo de aquella criatura parda. Tenía cierto resplandor rojizo. Desmontó y se acercó de puntillas. «Es un poco estúpido», pensó riendo. Él y su caballo llamaban mucho la atención. Tancred vestía una chaqueta púrpura y pantalones de montar. Tenía cortes en las mangas para que asomara la seda dorada del interior y el cuello de encaje cubría sus hombros. Tenía botas de caña alta hechas de piel suave. Y por supuesto todo el mundo veía y oía al caballo.

Cuando estuvo a pocos metros de aquella cosa parduzca, el «animal» saltó de pronto y corrió: era una chica vestida con una capa marrón oscuro y una capucha.

Tancred vaciló un instante y luego la siguió. Ella corría ágilmente delante de él... llevándolo hacia lo más profundo del bosque. Pero la falda de la joven se enganchó en los arbustos y Tancred fue más rápido. Se lanzó sobre ella y la sujetó.

—No, no —gimió ella—. Por favor ¡déjeme ir! — Vestía harapos. Estaba sucia y tenía el cabello desaliñado, lleno de agujas de pino y ramitas. Pero tenía un rostro hermoso. Los ojos azules de la chica miraron atónitos a Tancred—. ¿Quién sois, señor? —dijo ella sorprendida—. ¿Sois uno de ellos?

Él aún la sujetaba en su lugar.

—Soy Tancred Paladín y estoy visitando a la condesa Úrsula en su mansión. Creo que «no» soy uno de «ellos». —No mencionó que era de cuna noble porque ella parecía muy sencilla...

Mientras Tancred hablaba, la chica comenzó a gritar. Logró soltarse, más que nada porque Tancred no quería sujetarla con demasiada fuerza. La joven huyó, alzando la falda para moverse con mayor velocidad.

Pero ahora Tancred sentía curiosidad. Quería saber más sobre aquella criatura en fuga.

El bosque era más espeso de lo que había imaginado y tenía la vaga idea de que sería difícil para él encontrar de nuevo a su caballo. Pero no se rindió.

«Es probable que ella crea que soy un violador», pensó avergonzado.

Finalmente, la chica quedó exhausta. Colapsó sobre las hojas secas emitiendo un gemido suave.

Tancred intentó ayudarla a ponerse de pie, pero ella apenas podía sostener su propio peso.

—No me temas —dijo él con gentileza—. No quiero lastimarte. ¿Quién eres y por qué te escondes?

Ella intentó recobrar la compostura.

—Molly —jadeó—. Soy Molly, señor. Solo soy una criada normal y corriente.

—¿Y quiénes son esos «ellos» que has mencionado?

La chica parecía un poco perturbada.

—Nadie, señor. Solo la clase de hombre que... Bueno, ya sabe lo que les hacen a las chicas.

—Bueno, yo no soy así —dijo él sonriendo—. ¿Puedo llevarte a casa?

—No tengo un hogar, señor.

—Pero acabas de decir que eres una criada.

La joven era muy bonita. Tancred nunca había visto belleza semejante.

—Ya no. Me despidieron.

—Entonces, ¿dónde quieres ir?

—He pensado en buscar empleo en el distrito vecino, señor.

Tancred tomó una moneda de su bolsillo.

—Toma, quédatela. Así no pasarás hambre.

La expresión en el rostro de la muchacha le sorprendió. Por un instante, los ojos de la chica brillaron y movió las aletas de la nariz.

Luego, aceptó el dinero e hizo una reverencia.

—Gracias, señor. Sois muy amable.

Él no quería dejarla ir.

—Molly... Si te topas con dificultades, puedes acudir a mí. Vivo en la casa de la condesa, pero solo por unas semanas. Después regresaré a Selandia y ya no podremos vernos más. Estoy en la habitación de la esquina frente a la iglesia. Prométeme que me buscarás si necesitas algo, ¿de acuerdo?

Ella asintió.

—Lo prometo.

—¿Puedo... verte de nuevo? —Una expresión temerosa atravesó el rostro de la muchacha.

—Preferiría que no, señor. Pero gracias por su amabilidad. Y... —Vaciló un instante—. No le mencione a nadie que se ha topado conmigo.

—No te preocupes, no lo haré —respondió Tancred, un poco sorprendido.

Ella partió a toda prisa hacia el bosque.

Tancred encontró su caballo mucho más rápido de lo que había imaginado y cabalgó de regreso hasta la elegante mansión de su tía, sumido en sus pensamientos. Pasó el resto del día ensimismado en ellos.

No podía apartar a la modesta Molly de su mente.

«Es como si me hubiera transformado», pensó. «Nuestra familia tiene tendencia a enamorarse de personas bajo nuestro rango. Mi padre lo hizo. Mi hermana también... y mi abuelo, Dag Meiden. De todos modos, creo que nunca veré de nuevo a esa chica. Pero era bonita... ¡y tenía ojos amables! Fue tan placentero tenerla entre los brazos...»

—¡Tancred! —La voz aguda de la tía Úrsula interrumpió su ensoñación hermosa—. Los invitados llegarán pronto y aún no te has cambiado.

El joven se apresuró y vistió sus prendas más elegantes: un magnífico traje de terciopelo verdín, con detalles de encaje dorado y una camisa de seda blanca con encaje en el cuello y anchos puños. Cuando estuvo listo y contempló su imagen en el espejo, tuvo que admitir que parecía atractivo. Después de hacer una mueca autocomplaciente, bajó las escaleras para darle la bienvenida a los invitados junto con su tía.

Úrsula Horn no se refería a los agricultores de la hacienda cuando habló de sus «vecinos». No, los únicos que tenían permitido mezclarse con ella era aquellos que vivían en las más elegantes e inmensas mansiones de la zona. Por esa razón no había muchos invitados. Pero los que asistieron eran muy refinados. Solo grandes nobles, por supuesto. ¿Quién más? Condes, barones y descendientes del Consejo de Estado. Lo más importante era que la familia debía haber pertenecido a la nobleza al menos durante 300 años.

Al igual que la mayoría de las damas mayores, a Úrsula le agradaba intentar que los miembros más jóvenes de la familia contrajeran matrimonio. Se había opuesto con fervor a la unión entre Gabriella y «ese tal Kaleb».

—Piensas eso porque no lo has conocido aún —había dicho Alexander con calma.

—No es de cuna noble —protestó Úrsula enfadada—. Que Dios me guarde de conocerlo.

—Dudo que eso suceda —respondió Alexander.

Ahora había hecho planes para Tancred. Uno de los invitados era la joven hija de un conde originario de Holstein, al igual que muchas familias nobles de Jutlandia. La muchacha llegó con sus padres y Úrsula presentó a los jóvenes con una sonrisa inmensa.

La chica se llamaba Stella y era bastante bonita. Tenía el rostro limpio y brillante, y el cabello rubio y lacio. Sus cejas expresaban la sensación de sorpresa constante. Sus padres eran Holzenstern, lo cual estuvo a punto de hacer reír a Tancred. Stella Holzenstern significa «Estrella de madera». Probablemente no habían pensado en ello cuando la bautizaron. Los padres de la jovencita le sonrieron a Tancred y parecía agradarles la idea de tenerlo como yerno. Bueno, eso era porque Úrsula sabía cómo insinuarlo... de maneras muy discretas.

Tancred apretó los dientes mientras entablaba una conversación incómoda con la familia. Pero luego un joven de su misma edad lo rescató. Ya los habían presentado. Como Úrsula había dicho:

—Tancred, él es Dieter, con quien quería casar a tu hermana si ella no hubiera elegido un «minero».

—Oh, allí estás, Tancred —dijo el rubio Dieter—. Te he estado buscando. Discúlpenme, pero ¿puedo hablar con él un momento? Necesito saber algo sobre el entrenamiento para convertirme en oficial. Mis padres amenazan con enviarme al ejército.

—¿Y no quieres hacerlo? —rio el conde Holzenstern.

—No quiero irme de Jutlandia —respondió Dieter sonriendo—. No en esta hermosa época del año.

Tancred estaba agradecido por la interrupción. Dieter rodeó los hombros de Tancred con confianza y lo llevó hasta otro cuarto.

—Cuando hablé de esta hermosa época del año, me refería a que lo es porque he encontrado a un amigo aquí. —Dieter esbozó una sonrisa sincera—. Pero se supone que nadie debe saberlo. ¿Los Holzenstern son parientes tuyos?

—Solo vecinos. Viven en Askinge e intentan emparejarme con Stella. Solo que yo tengo otros intereses. Si tan solo supieran... —Rio con picardía.

—En cuanto a la carrera de oficial: ¿vale la pena enfocarse en ella?

—No lo sé —dijo Tancred, dubitativo—. Es una tradición en la familia de mi padre así que no tuve otra opción. Pero es probable que tenga algo de la sangre salvaje de mi madre porque no me agrada la idea de recibir órdenes todo el tiempo.

—A mí tampoco. ¿Sangre salvaje dices? ¡Suena emocionante!

—Sí, ella es descendientes del Pueblo de Hielo de Noruega. Y ellos son capaces de todo un poco... aunque probablemente yo pertenezco a los tranquilos. En cuanto a la carrera militar, creo que deberías intentarlo...

Tuvieron una conversación animada sobre las ventajas y las desventajas de la vida como oficial.

Por supuesto, Úrsula había organizado que Tancred tomara asiento junto a Stella en la mesa. Tancred intentó entretener a su vecina en la cena, pero o la chica era tímida o era tonta y simplona porque pasaba por alto todas las bromas inocentes de Tancred. La conversación a su alrededor tampoco era muy brillante. Comenzó a aburrirse.

Úrsula le habló a la condesa Holzenstern sentada frente a ella en la mesa:

—Qué pena que tu hermana la duquesa haya tenido que regresar tan pronto. Había esperado con ansias verla.

«Maldita cretina», pensó Tancred. «¡Qué necesidad de mencionar títulos todo el tiempo!» Era más parecido a sus familiares entre el Pueblo del hielo de lo que sabía.

—Solo se quedó una semana —respondió la condesa por encima del ruido creado por las otras voces.

Un comandante algo ebrio le ladró a Tancred:

—Eres un Paladín, ¿cierto jovencito?

—Sí —admitió Tancred.

—Es algo por lo que deberías estar orgulloso —dijo el anciano, dándole una palmada en el hombro pasando por detrás de la espalda de Stella—. El primer Paladín luchó junto a Frederik Barbarossa en Jerusalén.

«Error», pensó Tancred. «Luchó junto a Frederik III en la quinta cruzada.» Pero no tenía energía para discutir en medio de tanto ruido.

Cuando por fin abandonaron la mesa, Tancred paseó con tristeza por los salones con una sonrisa falsa. Un par de viejas intercambiaban rumores en un sofá.

—Por supuesto, se trata de la joven Jessica otra vez —dijo una de ella—. Escuché que había huido.

—Sí y es la tercera vez que lo hace —respondió la otra anciana—. Hacen todo por esa chica y ¿así se lo agradece? Es una vergüenza para ellos. Sabemos bien que a las personas les gusta hablar.

«Aplíquense el cuento », pensó Tancred.

—La insufrible Molly es quien la lleva por el mal camino. Esa criada tiene mucho que contar. ¡Solo Dios Todopoderoso sabe qué traman esas zorras cuando están solas!

El corazón de Tancred se detuvo cuando oyó lo que la vieja dijo. Fingió detenerse a ajustar uno de sus zapatos. Estaba a punto de decir algo sobre Molly, pero no quería darles a las ancianas más motivos para chismorrear. Además, recordaba que la chica le pidió que no mencionara haberla visto, así que no dijo nada.

Pero ¿dónde estaba la joven Jessica, su ama? Probablemente en lo profundo del bosque.

Allí fue cuando Tancred perdió todo el interés por la fiesta. Esperó con impaciencia que los invitados se marcharan, pero se tomaron su tiempo. Sin embargo, en un momento de paz y tranquilidad, Tancred logró hablar con su tía a solas en la despensa del mayordomo.

—¿Quién es Jessica, tía Úrsula?

La tía apartó sus pensamientos del ruido de la fiesta y se concentró en la pregunta de su sobrino.

—¿Jessica? ¿Qué Jessica? Oh, ya lo recuerdo. ¡Esa niña sin remedio! No es para nada de tu estilo.

—Pienso lo mismo. Pero ¿por qué ha huido?

—Por amor a la aventura. La adoptaron cuando quedaron a cargo de la propiedad hace unos años. Los padres de Jessica eran los dueños y cuando ellos murieron por la viruela, les cedieron la hacienda con la condición de que cuidaran de Jessica Cross hasta que ella fuera mayor de edad para encargarse sola de la propiedad. Pero la chica es bastante rebelde porque Molly la incita a serlo. Molly trabajaba allí cuando los padres de Jessica aún vivían y llenaba la cabeza de la chica con las historias más alocadas. Sin embargo, hay mala sangre en la familia de Jessica —dijo la tía en voz baja—. Podría contarte algunas cosas que...

«Demasiadas omisiones», pensó Tancred. No lograba comprender bien lo que la tía Úrsula decía.

—¿Dónde vive Jessica?

—Tancred, ¿es necesario que preguntes tanto cuando tengo la mente ocupada en asuntos más importantes? ¿Has visto la cuchara de la salsera? El cocinero no ha podido hallarla después de la cena. Por cierto: ¿qué opinas de Stella?

«Es una muñeca de cera», pensó él. Pero dijo con mayor cautela:

—Creo que no tiene un buen sentido del humor. No entendió mis bromas sutiles, pero se desternilló de risa cuando el pobre camarero tropezó con la cola del vestido de la baronesa.

—Estoy de acuerdo, fue torpe —murmuró Úrsula, que tenía tanto sentido del humor como un clavo—. Lo siento, de verdad no tengo tiempo para esto. ¿Por qué te interesa tanto Jessica Cross?

«Porque puede llevarme con Molly», pensó Tancred.

—Por nada en particular —respondió encogiéndose de hombros—. Me pareció que sonaba extraño y solo quería saber si era amiga de Stella. Espero que no.

La tía Úrsula sonrió de inmediato, malinterpretando por completo a su sobrino.

—Qué dulce eres. Ahora ve a hablar con Stella...

—No, tía Úrsula, me duele mucho la cabeza así que será mejor que me retire a mi cuarto. No he podido descansar bien desde que llegué esta mañana.

—Oh, qué desconsiderada fui. Por supuesto. Ve a la cama. Pronto visitaremos Askinge, ¿cierto?

—Por supuesto —mintió Tancred.

Capítulo 2

Tancred no se fue a la cama.

Estaba preocupado por la pequeña Molly, «la chica imposible». Tenía que estar atento mientras ella estaba en la zona. Más tarde desaparecería y él ya no podría ayudarla. No había oído nada sobre peligros inminentes que la amenazaran, pero nunca podía estar seguro. Era mejor ser precavido.

Mientras los invitados continuaban hablando alto por los salones Tancred se escabulló por su ventana y corrió hacia el bosque. No quería ir a caballo porque se movería con mayor libertad sin él.

Ya era medianoche cuando él entró al bosque por el mismo sendero que había tomado más temprano ese mismo día. La luna llena prácticamente convertía la noche en día, había sombras azules bajo los árboles y luz plateada en las ramas. Oyó un crujido cuando unas criaturas silenciosas se movieron en la oscuridad. Tancred intentó moverse en silencio, pero las hojas secas del invierno cubrían el suelo con un grueso manto. Se sentía tonto. ¿Por qué rayos creía que encontraría a Molly allí? ¿O a Jessica? Tenía un poco de curiosidad sobre esta última. ¿Por qué una joven se escapaba con tanta frecuencia? ¿Y por qué Molly causaba problemas?

La recordaba tan asustada... ¿Y qué hay de esos «ellos»? Por supuesto que se refería a sus parientes. ¿Tal vez querían quedarse con la herencia de Jessica? No, debía dejar de imaginar cosas.

Tancred se detuvo para observar su entorno. Ahora el bosque estaba en silencio. Maldijo su imprudencia por no haber prestado atención a la ubicación de la luna respecto a la mansión de su tía. Estaba alta, pero ¿de qué lado?

Ahora Tancred ya no sabía dónde estaba. El bosque parecía igual en todas partes. Hechizado, místico, indescifrable.

¿Y los jabalíes salvajes? Había muchos jabalíes en Dinamarca y podían ser temperamentales cuando los molestaban. Y él estaba desarmado. Pero no tenía sentido pintar la situación de negro.

Merodeó sin rumbo por el bosque. No tenía idea lo espeso que podía ser, pero probablemente no era infinito. Si no caminaba en círculos, en algún momento saldría de él. No tenía sentido intentar dar la vuelta en dirección a la casa porque ya no sabía en qué sentido estaba ubicada la mansión. Tancred frunció el ceño, irritado. Era muy impropio de él cometer semejante error.