El Pueblo del hielo 8 - Bajo sospecha - Margit Sandemo - E-Book

El Pueblo del hielo 8 - Bajo sospecha E-Book

Margit Sandemo

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Beschreibung

Por primera vez en español. La serie La Leyenda del Pueblo del Hielo ya ha cautivado a 40 millones de lectores en todo el mundo. Los rumores y las sospechas siguen acechando al Pueblo del Hielo. Cuando se encuentran los cuerpos de cuatro mujeres asesinadas en el bosque, se sospecha inmediatamente de la familia con poderes mágicos. Una joven, Hilde, también se ve involucrada en la investigación y es acusada de ser una bruja. Ha vivido sola con su cruel padre durante años, y ahora se encuentra amenazada de muerte por brujería. Pero el Pueblo del Hielo siempre es amable con los necesitados. La familia acoge a Hilde y la protege. A medida que se desenvuelve el misterio de los asesinatos, surgen nuevas amenazas y nuevas lealtades. El Pueblo del Hielo debe volver a unirse para sobrevivir. El Pueblo del Hielo es una conmovedora leyenda de amor y poderes sobrenaturales, un relato de la lucha esencial entre el bien y el mal.

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Bajo Sospecha

La leyenda del Pueblo del hielo 8 – Bajo Sospecha

Título original: Bödelns dotter

© 1982 Margit Sandemo. Reservados todos los derechos.

© 2021 Jentas A/S. Reservados todos los derechos.

Traducción Daniela Rocío Taboada,

© Traducción, Jentas A/S. Reservados todos los derechos.

ePub: Jentas A/S

ISBN 978-87-428-1019-4

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la autorización escrita de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.

Agradecimientos

La leyenda del Pueblo del hielo está dedicada con amor y gratitud al recuerdo de mi querido esposo fallecido Asbjorn Sandemo, quien convirtió mi vida en un cuento de hadas.

Margit Sandemo

Reseñas del Pueblo del hielo

Margit Sandemo es simplemente maravillosa. —The Guardian

Una historia llena de personajes convincentes, bien planteada en la línea temporal y reveladora: hará que los lectores abran los ojos de par en par y que probablemente sientan tensión en la ingle... Es una novela gráfica sin imágenes; no puedo esperar a leer qué sucederá a continuación. —The Times

Una mezcla de mito y leyenda entrelazada con eventos históricos: esta creación imaginativa atrapa al lector desde la primera página hasta la última. —Historical Novels Review

Aclamada por las masas, la prolífera Margit Sandemo ha escrito más de 172 novelas hasta la fecha y es la autora más leída de Escandinavia... —Scanorama magazine

La leyenda del Pueblo del hielo

Mucho tiempo atrás, hace cientos de años, Tengel el Maligno, despiadado y codicioso, vagó por el desierto para vender su alma al diablo y así conseguir todo lo que deseara. Con él comenzaba la leyenda del Pueblo del hielo.

Lo invocó con una poción mágica que había preparado en un caldero. Tengel lo consiguió; obtuvo riquezas y poder ilimitado, pero a cambio de maldecir a su propia familia: un descendiente de cada generación serviría al diablo realizando hazañas infames en su nombre. Tendrían ojos de gato amarillos ¬—la marca de la maldición— y poderes mágicos. Y un día nacería alguien que poseyera las mayores habilidades sobrenaturales de las que el mundo había visto. La maldición recaería sobre la estirpe hasta que encontraran el lugar donde Tengel el Maligno enterró el caldero con el que preparó el brebaje que convocó al Príncipe de las Tinieblas.

Eso cuenta la leyenda. Nadie sabe si es verdad, pero en el siglo XVI, nació un niño maldito entre el Pueblo del hielo. Intentó transformar el mal en bondad; por eso lo llamaron Tengel, el Bueno. Esta leyenda trata sobre su familia. De hecho, sobre las mujeres de su familia; las mujeres que tuvieron en sus manos el destino del Pueblo del hielo.

Capítulo uno

El asistente del verdugo tenía muchos nombres: el herrero del verdugo, el lacayo del verdugo, el desollador de caballos... y el Hombre nocturno. Sin importar cómo lo llamaran, todos lo detestaban. El verdugo al menos era objeto de cierto respeto mezclado con horror, lo cual no era el caso de su asistente, que era lo peor de lo peor.

En general era un puesto ocupado por alguien perteneciente a la vasta multitud de criminales condenados, y por esa razón en general el asistente no tenía lengua ni orejas; el único requisito para el trabajo era tener manos y pies. Lo obligaban a llevar una existencia turbia y solo salía de noche, de otro modo, las personas le lanzaban piedras y le escupían. Probablemente por eso lo llamaban «el Hombre nocturno».

El asistente del verdugo de la comarca de Grastensholm era igual a los demás. Pero a aquel hombre le habían permitido conservar la lengua y las orejas. Era un hombre jorobado, demacrado y gruñón que merodeaba por su cabaña en las lindes del bosque, lo que condujo a que su hija Hilde fuera quien acabara recibiendo el odio de todo el pueblo.

En algún momento durante su juventud, Joel, el Hombre nocturno, había estado casado. Se volvió un criminal, pero cuando se enfrentó a la ley, quedó horrorizado y suplicó que no lo castigaran. Tuvo que esperar en prisión hasta que el puesto de asistente del verdugo estuvo vacante. Cuando lo liberaron después de haber pasado años tras las rejas, descubrió que su esposa había muerto. Su amargura aumentó con el paso del tiempo para transformarse en el odio desagradable que ahora dirigía hacia su hija.

A veces era posible ver a Hilde, toda una mujer joven, correteando entre la cabaña y el cobertizo en las lindes del bosque o regresando a casa con bayas frescas que había recogido. Sin embargo, nunca se acercaba a otras personas y el grupo reducido de bebedores que antes habían frecuentado la casa del Hombre nocturno, nunca la habían visto. Nadie ya visitaba esa cabaña porque estaban hartos de oír los comentarios maliciosos de Joel. Sus empleadores eran los únicos que iban allí ocasionalmente y Hilde se escondía de ellos.

***

Era un día frío y deprimente de la primavera de 1654. Andreas Lind del Pueblo del hielo había estado arando una parcela de tierra junto al bosque pegada a los otros campos de su granja. Hacía bastantes años que había desarrollado interés por aquel terreno. Pensabaque podría convertirlo en buena tierra fértil. Apenastenía rocas y la maleza sería fácil de de limpiar. Por fin, había comenzado a convertirlo en lo que deseaba.

Ahora, Andreas tenía veintisiete años y aún estaba soltero. No había avanzado mucho. Sin duda miraba a las chicas del pueblo, pero ninguna hacía arder su corazón. Prefería caminar detrás de su caballo, como ahora lo hacía, con las manos en el arado, observando la fértil y negra tierra moviéndose bajo su mirada. Con el tiempo sería un buen terreno. Estaba pensando que quizás sería mejor comenzar cultivando cebada... cuando una roca golpeó la reja de arado. Detuvo el caballo. No era una piedra grande, así que pudo sacarla con facilidad y llevarla fuera del campo.

Andreas decidió tomar un descanso. Subió a la cima de una pendiente para tener una vista panorámica del pueblo. Tomó asiento en una roca con los brazos alrededor de sus rodillas.

Lindealléen se veía bien desde allí. Los edificios estaban bien conservados. Sus padres y su abuelo aún trabajaban en la granja y con honor mantenían todo en el mejor estado posible. Aunque Lindealléen no era una de las granjas más grandes del comarca, de todos modos, la consideraban una hacienda.

Grastensholm se veía igual de bien. De hecho, mejor, claro, porque era más elegante, pero solo sería así mientras Tarald, Yrja y Liv aún pudieran administrar la propiedad. Era difícil saber cómo resultarían las cosas cuando el joven Mattias Meiden tomara el mando. Mattias era médico de profesión y no podía hacer nada más. Pero si conseguía un buen granjero que se ocupara de ello, entonces ¡todo marcharía bien!

Mattias tampoco había contraído matrimonio y ya tenía treinta años. Pensar en Mattias le hacía sonreír a Andreas. Prácticamente parecería un error que Mattias se casara y perteneciera a una sola persona. Parecía pertenecerle a la humanidad entera. El matrimonio tal vez lo limitaría y él no tendría tiempo para cuidar de otros.

Pero eran pensamientos egoístas por parte de Andreas. Después de todo, Mattias también debería tener la oportunidad de experimentar el amor cercano y la devoción de una relación cariñosa, aunque no parecía que le preocupara no estar casado.

Andreas miró de casualidad una pequeña y miserable cabaña en las lindes del bosque no muy lejos de donde estaba sentado. Tembló. Sabía que allí vivía el Hombre nocturno con su hija. En ese instante, atisbó a ver a una mujer camino al cobertizo. Luego, ella desapareció. Debía ser Hilde. Andreas nunca la había visto de cerca. Ella siempre permanecía afuera, ignorada por todos.

Recordó aquellas noches luminosas de verano de hace muchos años, cuando los jóvenes de la comarca se reunían para bailar en el bosque. Hilde era una silueta silenciosa que permanecía cerca de los árboles... lejos de la multitud alegre y ruidosa. La hija del Hombre nocturno era siempre una silueta. Si alguien se acercaba demasiado e intentaba bromear o burlarse de ella, la joven desaparecía de inmediato entre las sombras del bosque y no regresaba durante el resto de esa noche. Aal igual que todos los demás en esa época, Andreas se había reído de aquella chica extraña. Ahora se sentía culpable. Era un adulto y entendía mejor estas cosas.

La aldea entera yacía calma bajo la luz gris a sus pies. La iglesia se veía un poco deteriorada. El párroco había mencionado que la torre de la iglesia necesitaba reparaciones ese año, pero la congregación había hecho oídos sordos porque los granjeros no podían costear algo semejante. Sin embargo, tarde o temprano tendrían que hacer el trabajo si no querían que la torre se derrumbara.

Andreas veía un atisbo del techo de la granja de Gabriella y Kaleb. Ahora ellos y Eli tenían un orfanato allí. Nunca habían tenido más hijos además de su hija que nació muertapero luego adoptaron a Eli: no había padres más devotos a sus hijos que ellos. Ya nadie pensaba en que la niña no era su hija biológica. Eran una pequeña familia feliz. Andreas sonrió. Los tres tenían exactamente diez años de diferencia: Kaleb tenía 36, Gabriella 26 y Eli 16. Si su bebé hubiera sobrevivido, habría tenido 6 años. Pero era bueno que hubiera muerto; no habría sido sencillo para Kaleb y Gabriella criar a una de las criaturas malvadas del Pueblo del hielo.

Andreas estaba seguro de que si ahora tenía hijos, saldrían sanos así que tal vez era hora de tenerlos... Pero para eso necesitaba hallar una esposa. Oh, bueno, después de todo, no tenía tanta prisa.

Andreas respiró profundo y se puso de pie. Todas sus articulaciones crujieron. Era hora de retomar el trabajo si quería terminar para la hora de la cena. Continuó arando un largo tiempo.

«Creo que puedo hacer otro surco», pensó. «Y otro, y uno más...»

Las nubes rebosantes de lluvia que parecían rozar la copa de los abetos se habían teñido de un tono oscuro en el crepúsculo mientras él araba el último tramo de tierra entre unas rocas, removiendo la turba fresca.

El arado se atascó con un obstáculo suave. Intentó de nuevo. No, algo detenía la marcha. No era una piedra, pero tampoco era una raíz. Era más suave. Andreas se agazapó y tomó un puñado de tierra. La aglomeración no opuso resistencia, como si la hubieran colocado allí recientemente. Bajo los pies, Andreas vio algo que parecía un trozo de tela. Era oscura, gruesa y artesanal. Retiró un manojo de césped y un rostro podrido le devolvió la mirada.

Andreas retrocedió sobresaltado. Retiró a toda velocidad el arado del suelo, lo alzó sobre el macabro hallazgo y movió al caballo. Cuando llegaron al límite del terruño, Andreas desenganchó el arado, montó al caballo y cabalgó a casa sin montura.

Sabía a la perfección que lo que sea que había hallado, no estaba en terreno consagrado. Enterraban a los pecadores fuera de los muros del cementerio de la iglesia, pero aquello no había sucedido en mucho tiempo. No podía ser un accidente: era algo secreto.

No quiso pensar más antes de poder hablar con alguien al respecto. ¡Qué pena que el juez Dag Meiden hubiera muerto! Ahora tendría que contactar al alguacil y ese no era el hombre más agradable del mundo. ¿O tal vez Kaleb? ¡Él sabía mucho sobre la ley y el orden! Sí, también hablaría con Kaleb. Fue un pensamiento reconfortante.

En la granja, vieron a Andreas que volvía cabalgando como si el Diablo lo persiguiera y salieron a recibirlo. El abuelo Are, de 68 años, pero erguido como un joven; Brand, su padre, tranquilo de hombros anchos, y con un atisbo de cabello gris; y la dulce Matilda, su madre. Ella siempre había sido baja y fornida, pero había adelgazado con el paso de los años... Todos miraron con curiosidad a Andreas mientras él desmontaba.

—Andreas, se te ve pálido —dijo Brand—. ¿Qué sucede?

—Encontré un cadáver en el terreno, allá arriba. Debemos llamar de inmediato al alguacil para que no nos acuse de guardar el secreto.

—Enviaré ya mismo al peón del establo.

El alguacil vivía en el pueblo vecino, pero no estaba lejos.

—Por favor, llamad también a Kaleb —dijo Andreas.

—Claro.

Pronto, la granja entera estaba al tanto del descubrimiento. Había algunos grupos de personas que iban corriendo por el sendero del bosque, algunos con curiosidad, otros decididos a no mirar... pero ¡de todos modos querían acompañar a los demás! Andreas detuvo a la multitud que atravesaba el bosque.

—¡No podéis atravesar por el terreno arado! ¡Podríais pisar algo y luego tendríais problemas con el alguacil! —gritó Andreas—. Si quieren ver algo, ¡que lo hagan desde esa cumbre!

Brand y Are observaron el cuerpo.

—Puaj —comentó Brand—. Entiendo tu sorpresa, Andreas.

—Mirad los trozos de césped acomodados con cuidado alrededor —dijo Are—. ¡Esto lo hicieron en primavera!

Ahora los criados acababan de llegar y observaron el hallazgo con una horrorosa morbosidad. Algunos salieron de allí rápidamente rápido, muy pálidos.

—¿Quién será? —preguntó el peón.

—Parece una mujer —respondió Andreas—. ¿Ha desaparecido alguien en la comarca?

Nadie había oído nada semejante.

Are aún miraba concentrado la hierba. Paseó con cautela entre los fragmentos.

—Mirad —susurró y todos obedecieron con entusiasmo—. ¿Veis cómo la hierba está divida en tepes? Cada tepe es un trozo de hierba que han colocado, ¿no?

Todos asintieron. Era un concepto sencillo.

—Y es obvio que lo hicieron este año. Pero ¡mirad esto!

Todos miraron en la dirección que Are señaló. Vieron tepes de hierba aún más fresca junto al fallecido.

—¿Alguno de vosotros podríais moverlos? —Nadie mostró interés en hacerlo. Otro hombre, que estaba de pie un poco más cerca del bosque, señaló nervioso.

—¡Parece que aquí también hay tepes!

Are y Brand se aproximaron a él. El hombre tenía razón: había rastros suaves de tepes en una hilera larga por aquí y por allá.

—Será mejor que esperemos al alguacil —decidió Andreas—. ¿Podría alguien ir a buscar a Mattias, por favor?

Todos sabían que Mattias era el doctor Meiden. Dos criadas salieron a buscarle, aliviadas de poder alejarse de esa desagradable escena.

—Por favor, ¡traed también al cura! —gritó Brand—. Debemos bendecir este sitio antes de que algún espíritu nos asalte —le explicó a los demás.

De pronto, varias mujeres recordaron que la cena estaba a punto de quemarse, que era hora de ordeñar a las vacas y otras tareas que no podían esperar. Algunos hombres también se marcharon.

Mattias fue el primero en llegar. Con su empatía habitual y su mirada amable, tenía un efecto tranquilizador en todos. No tocaría nada hasta que el alguacil le hubiera dado permiso para hacerlo, como acordó con el resto que seguía allí. La muerta era una mujer no muy joven a juzgar por los mechones de cabello gris, pero bien vestida con las mejores telas artesanales.

Pero Mattias hizo algo que los demás dudaron en hacer. Retiró un tepe que estaba junto a la cabeza de la mujer. Varias personas cubrieron sus rostros con las manos y luego espiaron entre los dedos.

Tal como temían, era otro cadáver. Una mujer que habían asesinado recientemente. Los insectos huyeron de su rostro casi intacto cuando Mattias retiró el tepe. Esa otra mujer sí que era joven. No había sido atractiva y parecía tener entre treinta y cuarenta años. Su cabello aún caía en ondas ordenadas.

Nadie habló. Solo alzaron los ojos hacia los otros dos lugares donde los tepes eran visibles.

—No —dijo Brand—. Debe quedar algo para que el alguacil haga.

Los habitantes de Grastensholm ya habían llegado. Y en las lindes del bosque, a medio kilómetro de distancia, aquellos de pie en lo alto de la pendientevieron la silueta solitaria de una mujer. Estaba completamente quieta, observando asombrada a la multitud. El asistente del alguacil no llegaba.

—Está oscureciendo —dojo Are, mirando las nubes.

—No suele oscurecer tan pronto en esta época del año —susurró uno de los hombres.

—No, pero está a punto llover.

El alguacil y el sacerdote llegaron. Los aldeanos los siguieron en grupitos dispersos.

—¿Qué ha pasado ahora? —preguntó el alguacil, malhumorado. Como la mayoría de los alguaciles, era alemán y hablaba mal en noruego. Era un hombre robusto, alto y fornido. Tenía un aspecto completamente desagradable: ojos de cerdo pequeños y una boca grande y débil. Era como si solo esperara recibir odio de su entorno... y odio era lo único que emanaba. Decían que su gran pasión era el dinero, las riquezas y el poder. No tenía ningún talento en particular.

Andreas le explicó la situación. El alguacil lo miraba como si aquello fuera lo que uno podía esperar de los aldeanos noruegos. El párroco retorcía las manos, era evidente que estaba incómodo.

—Por favor, padre, ¿podría rezar por las almas de los fallecidosy limpiar el aire de cualquier espíritu vagabundo? —pidió Brand.

—Pero todavía no sabemos quiénes son estas mujeres —protestó el sacerdote—. No puedo decir ni un réquiem por mujeres desviadas.

—Una razón más para rezar por ellas —replicó Are con brusquedad—. Jesús no les dio la espalda a los pecadores.

En esa aldea, nadie discutía con un hijo de Tengel del Pueblo del hielo. Incluso el nuevo párroco lo sabía. Miró rápido a Are y luego rezó por que los espíritus malditos encontraran la paz. Cuando terminó, todos respiraron con más calma.

Pero no duró mucho porque un segundo después el alguacil alzó la cabeza de una de las fallecidas y habló.

—¡Santo Dios! ¿Puede ser...? —Luego, recobró la calma—. ¡No, por supuesto que es imposible!

Pero todos lo habían escuchado. Apareció la silueta calma y confiada de Kaleb y muchos se aproximaron a él por instinto.

—¿De qué habla? —preguntó Brand con brusquedad.

—No, es imposible.

—¡Dígalo!

—En la parte salvaje allí arriba, en los valles pequeños... en los últimos años ha estado corriendo el rumor sobre un humano con aspecto lobuno. Lo que llamaríamos un hombre lobo. Hace un año, desollaron a una mujer y habían visto a un lobo de tres patas en el bosque...

Una niña cubrió su boca con la mano y gritó:

—Oh, ¡mami!

—Un hombre lobo —dijo Are con mirada furiosa—. Tenga cuidado de no asustar a los aldeanos.

—Solo es un rumor.

—De todos modos, parece que aquí hay cuatro tumbas sin bendecir —dijo despacio uno de los hombres—. ¿Todos los cuerpos son de mujeres? Quizás aquí es donde vive el hombre lobo y ataca mujeres solitarias. Durante la luna llena...

Algunas de las chicas gritaron. Otras alzaron la vista para comprobar en qué fase estaba la luna, pero el astro no se veíaOtras miraron por encima del hombro hacia el bosque.

—¿Un lobo de tres patas? —dijo otro hombre—. ¿Por qué tres patas?

—¿Acaso no lo sabe? —vociferó el alguacil—. El hombre lobo es un ser humano que se convierte en lobo con la luna llena... y en otros momentos. No posee cola por ser humano. Eso es vergonzoso para un lobo. Y por esa razón, extiende una de sus piernas hacia atrás a modo de cola... lo que hace que solo queden tres piernas con las que correr.

—Agh —exclamó alguien de la multitud mientras se estremecía.

El alguacil miró con seriedad al grupo de personas.

—¡Vigilen a sus esposos, mujeres! ¡Si ellos salen de noche, deben llamarme! Observen con atención sus dientes. Quizás encuentren un trozo de tela... o rastros de sangre en el rostro de su marido...

Are protestó por lo bajo.

—Las mujeres embarazadas deben permanecer dentro durantes las noches —continuó el alguacil—. Son particularmente atractivas para los hombres lobo.

—Oh, ¡basta ya de tonterías! —replicó Andreas con imprudencia—. Es una historia que trajo desde Alemania. Aquí en Noruega no tenemos hombres lobo.

—Está completamente equivocado —dijo el alguacil, con el rostro muy rojo—. Incluso tienen osos que pueden desollar mujeres y niños hasta matarlos; nosotros no tenemos de esos.

—Sí, Andreas —comentó Are con paciencia—. Incluso los viejos vikingos contaban historias sobre humanos lobunos. Pero no creo que haya motivos para armar un escándalo por eso antes de averiguar más sobre estas víctimas. Y si es cierto que hay un hombre lobo suelto, me gustaría saber por qué arrastró a estasmujeres desconocidas hasta aquí.

—Pero ¿son mujeres desconocidas? —preguntó otro hombre.

—¿Qué hay de Lisen, la hija de Gustav? El año pasado salió de casa a buscar empleo durante la cosecha y prometió escribir. Jamás recibieron cartas de ella y no volvió a casa para Navidad como había prometido.

—¿Salió de casa por la noche? —preguntó el alguacil.

—No lo sé. Debe preguntárselo a Gustav.

—Sí, lo haré —replicó el alguacil.

El bosque detrás de ellos se veía oscuro y silencioso. Nadie quería estar apartado y solo. Todos estaban arracimados en en grupos. Las nubes grises flotaban pesadas sobre los abetos. Era fácil imaginar que había algo oculto entre los árboles.

Are ordenó que encendieran antorchas ya que el día llegaba a su fin. Llegaron hombres de Lindealléen y Grastensholm con palas en mano y luego comenzaron a cavar. Los mirones seguían con entusiasmo todo lo que sucedía en el terruño, pero poco a poco, s iban mirando con más frecuencia hacia la casa solitaria en las lindes del bosque.

Sin embargo, el alguacil tenía interés en una zona más amplia.

—¿Quién vive cerca de este lugar? ¿Qué granjas hay en la zona? —gritó en medio del claro silencioso.

—Lindealléen y Grastensholm —respondió Mattias—. Y también está la cabaña del asistente del verdugo. Y la pequeña granja de Klaus arriba en el bosque.

—Klaus falleció hace mucho tiempo —dijo el pastor—. Y su Rosa también.

—Después de que su hermana contrajera matrimonio, Jesper comenzó a vivir solo allí —aclaró Mattias.

—¿Hay más granjas?

—No, no en este vecindario.

—Mmm. —El alguacil miró con astucia a Are, Brand y Andreas de Lindealléen y luego observó a Mattias y Tarald de Grastensholm. Clavó la mirada en Andreas.

—Es evidente que está familiarizado con este campo —dijo el alguacil, con tono inquisidor.

—Sí, pero si cree que soy lo bastante estúpido como para desenterrar mis propios cadáveres cuidadosamente ocultos, entonces no sé cuál de nosotros dos es más idiota —respondió Andreas con brusquedad.

Parecía que el alguacil entendió la lógica de su respuesta.

—También tienen otra granja en su familia, ¿verdad? ¿Elistrand? Ese tal Kaleb... ¿de dónde vino en realidad?

—No creo que debamos involucrarlo en todo esto —replicó Andreas con frialdad—. Es una gran persona y todos lo respetamos. ¿Por qué no se lo pregunta? Está de pie detrás de usted.

El alguacil se volvió. No conocía personalmente a todos los habitantes de lacomarca y nunca había visto a Kaleb. Retrocedió un poco al ver al gigante rubio.

Andreas continuó hablando con tono malicioso.

—Kaleb es un experto en leyes. Puede ayudarlo con este caso.

El alguacil murmuró algo sobre aficionados.

—No debería llamar aficionado a Kaleb —dijo Andreas—. Kaleb fue el aprendiz del juez Dag Meiden y él fue miembro del parlamento por muchos años.

Eso silenció al alguacil. Después no dijo mucho más durante la excavación. No estaba acostumbrado a casos semejantes y depositó su confianza en Mattias, Kaleb y los residentes de Lindealléen. Su voz autoritaria sonaba como un eco de las otras, repitiendo lo que acaban de decir como si las palabras fueran suyas. A nadie le importaba demasiado el alguacil porque pensaban que era un engreído y que solo estaba interesado en quitarle dinero a los demás.

Desde el lugar más alejado del claro junto al saliente del acantilado, oyeron un grito bajo:

—¡Parece que aquí también hay algo!

Retiraron los tepes con cuidado. En esa área era mucho más difícil ver lo que había ocurrido. El tiempo había pasado y los cadáveres se habían descompuesto.

—Está demasiado oscuro —protestó Mattias.

—Sí, está demasiado oscuro —repitió el alguacil—. Mañana continuaremos investigando los cuerpos.

—Sí —concordó Kaleb—. Pero podemos quitar el resto de los bloques de hierba esta noche. Solo para estar seguros.

Después de una hora, habían retirado toda la hierba del claro. Había cuatro cadáveres de mujer. A pesar de una serie de excavaciones de prueba en otras zonas, no encontraron más cuerpos.

Cuatro fallecidas. Una reciente y una a inicios de la primavera. A las otras dos debían haberlas enterrado durante el invierno. Probablemente enterraron a una de ellas el otoño pasado y a la otra el verano anterior. ¿Quiénes eran esas mujeres? ¿De dónde venían? ¿Quién las había asesinado y cómo lo había hecho?

Mattias y Kaleb estaban de pie junto a Are, Brand y Andreas, conversando sobre los últimos dos descubrimientos cuando el alguacil los llamó en voz baja. Se aproximaron a él. Estaba de pie, inclinado sobre la mujer recientemente asesinada.

—¡Miren allí! —dijo el alguacil—. ¿Qué les parece?

Había retirado un poco de tierra que cubría una mano de la mujer y había extraído un trozo de cuerda sucia.

—Estaba atada a su mano —comentó el alguacil. La cuerda era larga y serpenteaba en el suelo. Are la sostuvo.

—Nudos —dijo.

—Nudos que unen nueve trozos de cuerda —añadió el alguacil con brusquedad—. ¡Esto nos muestra con qué clase de ser estamos lidiando!

Los demás sentían muy incómodos.

—Debe guardar esto en secreto —advirtió Are con tono cauto—. Si se enteran, toda la aldea enloquecerá. Ya hemos tenido suficientes juicios por brujería aquí. ¡Su historia del hombre lobo es mejor!

—Pero esto es unaprueba irrefutable —protestó el alguacil—. Y ayer atrapamos a una bruja en el pueblo vecino. Esto está plagado de brujería.

—Mañana investigaremos el caso en detalle. Esta noche deberíamos evitar generar más miedo; de otro modo, los aldeanos tomarán cartas en el asunto. Aposte un guardia aquí esta noche y envíe a los demás a casa.

El alguacil apretó los dientes y accedió. Ya era entrada la noche cuando la multitud regresó al pueblo. Jesper no estaba con el gentío. Su pequeña granja estaba situada en lo profundo del bosque así que no había notado el alboroto. El Hombre nocturno tampoco había aparecido.

Todos se marcharon a sus casas a dormir. O eso creían. No todos fueron a la cama. Unas pocas siluetas sombrías permanecieron a la espera junto al cruce de caminos hasta que vieron a su víctima: el Hombre nocturno.

Finalmente tenían un buen motivo para atacar al odioso asistente del verdugo. ¿Quién más podría ser el hombre lobo? Después de todo, él era el único que vivía junto al claro.

Cubrieron la boca del Hombre nocturno con las manos para sofocar sus gritos.

***

Más temprano, a la mañana siguiente, cuando Andreas iba camino al herrero con un caballo que había perdido una herradura, encontró un cuerpo miserable tirado en una zanja. Aunque el estado del hombre era terrible, lo reconoció de inmediato como el asistente del verdugo. Andreas se agazapó e intentó alzarlo.

—Corre a casa y trae el carro, y otro caballo —le ordenó al mozo de cuadra que lo acompañaba—. Aún está vivo. Después, llevarás este caballo al herrero y luego buscarás a Mattias. Dile que venga a la cabaña que está en las lindes del bosque. Llevaré a Joel, el Hombre nocturno, a su casa.

Mientras Andreas esperaba el regreso del mozo de cuadra, permaneció sentado junto al camino, mirando al hombre herido. Tenía pensamientos lúgubres. El descubrimiento en la mano de la mujer muerta la noche anterior había impactado a toda la familia de Andreas. Sabía lo vulnerables que eran ante la situación. Por ahora, el alguacil era el único que estaba al tanto, pero si el rumor se divulgaba en el pueblo...

Miró a Joel, el Hombre nocturno. Era evidente que el ataque había ocurrido la noche previa. También era obvio que estaba relacionado con lo sucedido en el claro. Los aldeanos habían encontrado un chivo expiatorio, alguien de quien vengarse. Pero el ánimo popular cambiaba con mucha facilidad. Si encontraban a alguien más a quien atacar, podrían hacer toda clase de cosas terribles. «Esto es solo el comienzo», pensó Andreas. «Apenas el comienzo...»

Capítulo dos

Cuando Hilde Joelsdatter terminó de alimentar a los animales (solo una vaca, tres gallinas y un gato) regresó a la pequeña y oscura cabaña.

Se quitó el vestido y, vestida solo con su enagua, lavó su rostro y sus manos en un cuenco de madera. Sus movimientos eran lentos y automáticos. Luego, ordenó el cuarto que servía de sala de estar, cocina y su habitación. Su padre usaba el único cuarto separado de la casa.

Notó que él aún no había regresado. La aldea vecina lo había convocado el día anterior. Había que enterrar los esqueletos de unas vacas, tarea que estaba entre las diversas obligaciones del Hombre nocturno. Había dicho que regresaría por la noche, pero parecía que se estaba retrasando.

Hilde reemplazó las violetas sobre la mesa con un manojo de trébol.

«Creo que hoy es mi cumpleaños», pensó. «Tal vez debería cocinar un pastel para celebrarlo. No, mejor no.»

Solía hacerlo cuando era más pequeña, pero su padre le dijo que era un desperdicio tirar así los ingredientes. Así que había dejado de hacerlo. De todos modos, veintisiete años no era nada que celebrar, ¿no? Sería mejor olvidarse de ello. Acarició con delicadeza los delicados pétalos de las flores y miró a lo lejos.

Los años habían pasado y no sabía qué había hecho con ellos. Habían desaparecido sin dejar rastro. Una vez había tenido sueños y anhelos y había pasado las noches solitarias llorando. Ahora ya no derramaba lágrimas y sus sueños quedaron en el olvido.

Recordó las palabras que su madre le había dicho en su lecho de muerte:

—¡Quédate con tu padre, Hilde! Ahora eres lo único que tiene. Sé una buena hija.

Y Hilde le prometió que lo haría; y era cierto que se había esforzado todo es tiempo. Solo que a veces era difícil porque su padre nunca estaba satisfecho. Él nunca se daba cuenta cuando ella hacía algo agradable en la casa con lo poco que tenía a disposición, y nunca valoraba sus cuidados diarios. Si no quedaba cerveza o alcohol, él desquitaba su frustración con ella, diciendo que no entendía cómo era posible que fuera tan despistada.

Él despotricaba contra todas las injusticias que debía soportar: lo que habían dicho sobre él o cómo lo menospreciaban. Pero algún día les demostraría a todos que estaban equivocados. ¡De verdad! Recordaba lo insultos recibidos muchos años atrás y continuaba rumiándolos. Siempre las mismas quejas mezcladas con nuevas ofensas. Y Hilde tenía que escucharlo todo. Si decía sí o no en el momento equivocado, él desataba su furia y pasaba varios días malhumorado, criticando todo lo que ella hacía.

Hilde estaba perdida en sus propios pensamientos. La promesa que le había hecho a su madre era sagrada. Nunca soñaría con romperla, pero... Centró sus pensamientos en los años que habían pasado. Funestos, cada uno de ellos. contrajo sus labios en una inconsciente sonrisa amarga.

Una vez, un compañero de Cristiania había visitado a su padre. Era asistente de verdugo como él. Sucio, viejo y horrible a la vista. En esos días, sola como estaba, ¿acaso no había pensado en él por las noches? Solo porque era un ser humano vivo, el único hombre que había visto en muchos años. ¿Cuán miserable y sola puede sentirse una persona?

Hilde no tenía espejo, ni siquiera un cristal en una ventana donde ver su reflejo. Lo único que tenía era el estanque del valle, así que no sabía realmente cuál era su aspecto. A los dieciocho años sentía que no estaba tan mal. Ahora, incluso había dejado de mirar su reflejo en el estanque.

Su cabello era hermoso. Eso lo veía, por supuesto. Era dorado y nunca lo había cortado, así que llegaba hasta la parte posterior de sus rodillas cuando estaba suelto. Era grueso y levemente ondulado en la zona de la frente y la sien, con más movimiento en la parte inferior.

Sus pensamientos avanzaban en un flujo constante. Una vez —oh, tantos años atrás— había visto a todos los jóvenes bailando en el claro del bosque y había sentido un dolor en su pecho. Camino a casa, un joven la había alcanzado y le había pedido que tomara asiento con él en la hierbacubierta de rocío para conversar. Hilde no podía creer lo que oía. ¡Un hombre deseaba hablar con ella! Aquel tipo no tenía un aspecto demasiado encantador: tenía el rostro cubierto de manchas, con dispersos brotes de una incipiente y fea barba .

Ella había hecho lo que le había pedido y tomó asiento para conversar. Pero no podía pensar en ninguna palabra, así que su vocabulario se acabó pronto. Luego, él le pasó un brazo alrededor de su cintura y acercó su rostro al de ella.

—No le cuentes a nadie nada sobre esto, ¿de acuerdo? —le susurró—. Porque si no, toda la aldea se burlará de mí.

Hilde cerró los ojos, respitando profundamente. «Después de todo, no me siento tan sola como para aguantar a este tipo», pensó. Y luego, se levantó antes de salir corriendo con lágrimas de humillación y miseria rodando sobre sus mejillas.

Despertó de su ensoñación. Recordó que algo había sucedido en el claro sobre Lindealléen la última noche. ¡Cuánta gente había ido allí corriendo! Parecía que habían encontrado algo. Y una fogata había ardido toda la noche. Pero ella no tenía por qué ir allí. Era una marginada.