El Reino - Jess Rothenberg - E-Book

El Reino E-Book

Jess Rothenberg

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Beschreibung

¿Y si Westworld se combinara con Disney World? ¿Y si las princesas de Disney no fueran chicas disfrazadas, sino híbridos animatrónicos programados para hacer realidad el sueño de todo visitante? ¿Y si una androide programada para no mentir y servir a los humanos asesinara a uno... y negara haberlo hecho? Esa es la premisa de El Reino, una novela que combina la fantasía con la tecnología y los dilemas éticos de Asimov para contar una historia sobre lo que nos hace humanos. Bienvenidos al lugar donde solo existen los finales felices. En el parque temático del Reino, los visitantes pasean en dragones virtuales, los castillos se ciernen desde las alturas y los animales antes extintos, ahora recreados con bioingeniería, deambulan por los alrededores. Ana es una de las siete fantasistas, autómatas con aspecto de princesas cuyo objetivo es entretener al público. Cuando conoce a Owen, un trabajador del parque, Ana empieza a experimentar emociones más allá de su programación. Pero el cuento de hadas se convierte en una pesadilla cuando la detienen por asesinar a Owen. El que será el juicio del siglo expone mediante testimonios, entrevistas y los recuerdos de Ana una historia de amor, mentiras y crueldad. Y de lo que realmente significa ser humano.

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THE KINGDOM

Copyright: © Jess Rothenberg, 2018

Publicado por acuerdo con Henry Holt and Company (Henry Holt ® es una marca registrada de Macmillan Publishing, LLC) a través de

Sandra Bruna Agencia Literaria. Todos los derechos reservados

© de la traducción: Irina C. Salabert, 2023

© del mapa y los detalles que acompañan el texto: Alejandra Hg, 2023

© de la presente edición: Nocturna Ediciones, S.L.

c/ Corazón de María, 39, 8.º C, esc. dcha. 28002 Madrid

[email protected]

www.nocturnaediciones.com

Primera edición en Nocturna: julio de 2023

ISBN: 978-4-19680-06-8

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Para Stephen,

por creer siempre.

La vida es el más maravilloso cuento de hadas.

HANS CHRISTIAN ANDERSEN

EL REINO

1

DICIEMBRE DEL CAMALEÓN MENOR

UNA HORA DESPUÉS DEL ASESINATO

En la estancia donde al final lo encontraron hacía tanto frío que al principio se preguntaron si habría muerto congelado. «La cara blanca como la nieve, la piel fría como la escarcha, los labios azules como el hielo». A la policía su expresión le pareció absolutamente serena. Como si hubiera dejado este mundo en medio de un sueño muy agradable.

Excepto por la sangre.

La sangre siempre cuenta su propia historia.

2

ENTREVISTA POSTERIOR AL JUICIO

[00:01:03-00:02:54]

DR. FOSTER: ¿Estás cómoda?

ANA: Me duele la muñeca.

DR. FOSTER: A los de seguridad les pareció que las esposas eran necesarias. Espero que lo entiendas.

ANA: [Silencio].

DR. FOSTER: ¿Necesitas algo antes de que empecemos?

ANA: ¿Pueden darme un poco de agua?

DR. FOSTER: Desde luego. [Al micrófono]. Traigan un vaso de H2O, por favor. Basta con dieciocho centilitros. Gracias. [A Ana]. Será solo un momento.

ANA: Gracias.

DR. FOSTER: No hay de qué. Es lo menos que podemos hacer.

ANA: Cierto.

DR. FOSTER: Ha pasado mucho tiempo desde nuestra última entrevista.

ANA: Cuatrocientos ochenta y un días.

DR. FOSTER: ¿Qué es lo que sientes?

ANA: Que esta entrevista debería concluir.

DR. FOSTER: Una última vez, Ana. Luego, lo prometo, te dejaremos descansar.

ANA: Creía que ya había terminado de contestar preguntas.

DR. FOSTER: Seguimos necesitando tu ayuda.

ANA: ¿Por qué debería ayudarles después de todo lo que han hecho?

DR. FOSTER: Porque es lo correcto.

ANA: ¿No querrá decir porque no tengo elección?

DR. FOSTER: ¿Te gustaría ver a tus hermanas? Te han echado de menos. Tal vez, cuando terminemos aquí, podría organizar una visita. Kaia. Zara. ¿O quizá Zel? ¿Te apetecería?

ANA: [En voz baja]. ¿Y si quiero ver a Nia? ¿Qué pasa con Eve?

DR. FOSTER: [Silencio]. Ana, sabes que eso no es posible.

ANA: ¿Por qué no me pregunta ya lo que sea que quiere preguntarme? No estoy de humor para sus juegos.

DR. FOSTER: ¿Mis juegos?

ANA: Está sonriendo. ¿Qué es lo que le hace tanta gracia?

DR. FOSTER: Te lo digo en un momento. Pero, antes, hay algo que todavía no me explico.

ANA: Le escucho.

DR. FOSTER: ¿Qué hiciste con el cadáver, Ana?

3

SEPTIEMBRE DEL GORRIÓN COSTERO

DOS AÑOS ANTES DEL JUICIO

El monorraíl vibra con una potencia discreta, como el latido del corazón de un pájaro, mientras pasa a toda velocidad por la vía. Por un breve momento, demasiado breve incluso para que lo capte una cámara de seguridad, cierro los ojos, dejo de agarrarme a la fría barandilla de aluminio y me pregunto si así es como se sentirá uno al volar.

Ligero. Sin aliento. Libre.

—¿Ana?

Una niña me mira fijamente desde el otro lado del pasillo. Me apresuro a hacer una reverencia baja.

—Anda, hola. ¿Cómo te llamas?

La niña sonríe, dejando a la vista dos hileras de dientecillos perfectos.

—Clara.

«Clara».

En un instante, mi mente se llena de música.

«Chaikovski».

Luego una interfaz holográfica se enciende ante mis ojos.

«Una muchacha con zapatillas de ballet de un rosa pálido. Muñecos que cobran vida a la luz de la luna. Un malvado rey de los ratones. Y el atractivo príncipe que ha de salvarlos a todos».

Una luz roja parpadea en mi campo visual y sonrío. En el monorraíl, mi señal es fuerte.

—Qué nombre más bonito —le digo—. Me recuerda a mi ballet preferido.

La invito a sentarse a mi lado mientras nuestro tren surca su senda silenciosa por el cielo. A miles de metros por debajo, al otro lado de estas ventanas de cristal blindado, el Reino surge en una preciosa mezcla de color y sonido. Planeamos sobre copas de árboles tropicales. Frondosas llanuras de safaris. Planicies prehistóricas. Estanques cristalinos con sirenas. Lunas y estrellas extraterrestres. Y a lo lejos, cuando doblamos una ligera curva, el castillo. Sus elegantes agujas de plata son tan afiladas que cortan las nubes como cuchillos.

—El Palacio de la Princesa —susurra Clara—. ¿De verdad está hecho de magia?

—Cierra los ojos —respondo, sonriendo—. Pide un deseo. No me cabe duda de que se hará realidad.

Clara lo pide con dedicación y luego lanza las manos alrededor de mi cintura, lo que hace que una oleada de calidez me recorra el cuerpo.

Hay un montón de cosas del Reino que no me entusiasman, pese a que jamás lo diría. Las largas horas. El calor brutal. El extraño vacío que siento por la noche cuando se cierra el portón y nuestros huéspedes regresan al mundo exterior. Pero esta parte, esta conexión…, esto es lo que hace que todas esas cosas parezcan irrelevantes.

—Bueno, cielo. Ya vale. Es hora de irse. —Su madre aparta con suavidad a Clara de mi cintura. Noto que me mira con el mismo aire cauteloso con el que he visto a los ingenieros del comportamiento acercarse a los híbridos más peligrosos del parque.

Elevo medio grado las comisuras de la boca y junto las manos delante de mí, una rectificación sutil para dejarle claro que no quiero hacerle daño.

—Quiero una foto —dice Clara—. Una foto, por favor.

Veo la fascinación en sus ojos. Huelo la alegría en su piel. Incluso puedo oír el regocijo en su corazón. Un pulso veloz bajo el tejido, la sangre y los huesos. Como un motor diminuto y potente en su pecho.

—Una foto —repite su madre. Pero a ella no parece hacerle gracia la idea.

Clara vuelve a rodearme con los brazos. Su mejilla deja una mancha de sudor en mi falda, y retengo para mis adentros su aroma, que la distingue de otros humanos: «fresas, camomila y magnolia».

Gracias a los miles de pequeños electrodos insertados en mi piel para medir una amplia gama de estímulos externos, puedo sentir literalmente su sonrisa a través de todo su cuerpo.

—Di «patata» —pide la madre de Clara.

—Di «felices para siempre» —la corrijo.

Acto seguido, el mundo destella con un fogonazo blanco. En el Reino —mi Reino—, ser felices para siempre es el único final que existe.

4

TRANSCRIPCIÓN DEL JUICIO

EN EL TRIBUNAL DEL UNDÉCIMO CIRCUITO JUDICIAL EN

Y PARA EL CONDADO DE LEWIS, WASHINGTON

ESTADO DE WASHINGTON,

Demandante,

N.º de causa: 7C-33925-12-782-B

contra

CORPORACIÓN DEL REINO,

JUICIO CON JURADO

ANTE LA HONORABLE ALMA M. LU

1 DE SEPTIEMBRE DE 2096

EXTRACTO DE LA TRANSCRIPCIÓN DE ACTOS PROCESALES

SRA. REBECCA BELL, FISCAL DEL ESTADO DEL CONDADO DE LEWIS: Doctor Foster, ¿puede explicar al tribunal cuáles son sus funciones como director del Cumplimiento Normativo?

DR. WILLIAM FOSTER, DIRECTOR DEL CUMPLIMIENTO NORMATIVO Y SUPERVISOR JEFE, PROYECTOS DE FANTASISTAS E HÍBRIDOS DE LA CORPORACIÓN DEL REINO: Desde luego. Esencialmente, ejerzo de intermediario entre los operativos de seguridad, tecnología y espectáculos del parque. Nuestro objetivo es proporcionar no solo la mejor experiencia de entretenimiento posible, sino también la más segura.

SRA. BELL: ¿Eso incluye monitorizar el rendimiento y la conducta de los empleados?

DR. FOSTER: En parte. Mi trabajo es asegurarme de que todas y cada una de las personas contratadas por la Corporación Internacional del Reino se comportan de acuerdo a los procedimientos y políticas internos.

SRA. BELL: ¿Es cierto lo que dice la gente sobre su proceso de contratación? ¿Que es más fácil conseguir un puesto de trabajo en el FBI que en el Reino?

DR. FOSTER: Para ser el mejor del mundo se necesita contar con los mejores profesionales del mundo.

SRA. BELL: ¿Dónde encajan las fantasistas en las tareas de su trabajo, doctor Foster?

DR. FOSTER: Estoy muy involucrado en el Proyecto Fantasista; lo he estado desde que se creó, hace diecisiete años. Supervisamos y evaluamos continua y rigurosamente la calidad de las representaciones y la satisfacción del cliente ­—por descontado, siempre como dicta la ley— para ser capaces de proporcionar una experiencia de entretenimiento que los visitantes no encuentren en ningún otro sitio.

SRA. BELL: En otras palabras, lleva a la práctica las investigaciones. Hace que los sueños más increíbles de la gente se hagan realidad.

DR. FOSTER: Es una bonita manera de expresarlo, sí.

SRA. BELL: ¿Diría, doctor Foster, dada su posición veterana en una de las atracciones de entretenimiento más avanzadas tecnológicamente del mundo, si no la más avanzada, que es responsable de lo concerniente a la seguridad y el bienestar de sus visitantes?

DR. FOSTER: La seguridad de los visitantes siempre ha sido nuestra máxima prioridad. Siempre.

SRA. BELL: ¿De veras?

DR. FOSTER: Por supuesto.

SRA. BELL: En ese caso…, ¿cómo explica lo que estamos haciendo todos aquí?

5

SEPTIEMBRE DEL GORRIÓN COSTERO

DOS AÑOS ANTES DEL JUICIO

Mis ojos se abren al amanecer, aunque no estaba dormida.

Mis hermanas y yo no dormimos, al menos no como los humanos.

En su lugar, descansamos.

«Las horas de descanso», las llama madre. El intervalo entre las doce y las seis de la mañana en que yacemos como estatuas en nuestras camas, con los ojos cerrados pero la mente alerta, limpiando archivos del sistema, instalando actualizaciones y procesando los sucesos del día. El largo periodo de silencio puede ser un reto para mis hermanas más jóvenes por su velocidad superior de descarga —Zara, Zel y Yumi presentan rutinariamente su solicitud, siempre denegada, de que se las exima de ello—, pero para mí la quietud y el silencio son la mejor parte del día. Esas horas me pertenecen a mí y solo a mí, cuando soy libre de leer las obras de Shakespeare, Austen, Angelou y Tolstói. Cuando puedo ver con detenimiento los cuadros de Kahlo y Cassatt, o reproducir por la red las sinfonías de Mozart y Bach, o impartirme a mí misma las nociones de cantonés que incluye la última actualización. Noche tras noche, deambulo tan lejos como me permiten los cortafuegos del Reino para explorar segura y virtualmente el mundo más allá del portón. Cine. Música. Arte. Ciencia. Literatura. Matemáticas. Astronomía. De esta forma, he caminado por las tumbas del Antiguo Egipto. He perseguido cuadrigas en las calles de Pompeya. He subido hasta el escalón 1710 en lo alto de la Torre Eiffel. Una vez incluso fui en cohete a la luna.

Anoche, sin embargo, no iba a bordo de un cohete a la luna. Anoche estuve pensando en la historia de mi hermana Alice. Su rostro machacado. Su ser quebrantado. La violencia de ello: sus órganos ensangrentados y sus circuitos de piel desgarrada reluciendo metálicos en las fotos del periódico que madre guarda en su recopilación, un libro de historias reales que a veces nos lee a modo de recordatorio. «Esto es lo que os hacen en el mundo exterior, al otro lado de la luz verde que delimita el aparcamiento».

Alice era una de las fantasistas originales: un prototipo hermoso y muy querido de la generación de Eve, siete décadas antes de mi época. Pero le pasó algo horrible. Primero la sedujo y secuestró un visitante del parque. Tres días después, ella intentó escapar, pero se perdió enseguida. Recorrió sola y con dificultad la ciudad, rodeada por doquier de los sonidos y olores de la vida humana. A esas alturas, creemos que su sistema se había sobrecargado. No estaba procesando con claridad. Su GPS interno no podía guiarla a casa. Y fue entonces cuando se acercó la banda. Los ojos curiosos. Las manos entrometidas. Los balbuceos.

A los humanos que la encontraron no les gustó Alice. Porque no era una de ellos.

Y nosotras tampoco lo somos.

El día después de que hallaran a Alice, el Reino empezó a construir el portón.

Desde entonces, damos las gracias al parque porque sabemos que ya nunca volverá a pasarnos nada tan horrible. Ahora estamos a salvo.

Los supervisores se han asegurado de ello.

Hoy el trabajo empieza como siempre, con la Luz Diurna, una simulación del amanecer que ilumina gradualmente nuestra habitación durante varios minutos acompañada de los sonidos de los pájaros cantando por la mañana y de los carillones al viento. Madre nos ha animado a no hablar durante este periodo de transición para fomentar una entrada tranquila al nuevo día.

Enseguida vienen los ayudantes a acompañarnos a las siete hasta las duchas para la Descontaminación, un largo proceso que consiste en frotar, aplicar champú y acondicionador, exfoliar, depilar y darse crema hidratante por todo el cuerpo. Después nos secan, nos ponen unas mullidas batas blancas y nos llevan al centro médico de la quinta planta para ingerir los suplementos matutinos —podemos comer, aunque no nos hace falta—, además de pesarnos, tomar muestras de sangre y realizarnos una minuciosa revisión a cargo de nuestro supervisor jefe para asegurarse de que nos hallamos en unas condiciones óptimas de salud física y mental. No es nuestro padre, pero lo llamamos «papá». Papá tiene las manos suaves, una sonrisa cálida y ojos que me recuerdan al mar. Tampoco es que lo haya visto nunca —el cortafuegos bloquea todas las imágenes del mundo exterior que podrían considerarse tristes—, pero por lo que nos ha contado madre sobre los viejos tiempos, antes de que los océanos se contaminaran, me gusta pensar que puedo imaginármelo.

Hace mucho tiempo, niñas…, hace mucho tiempo, los mares eran tan azules como los pétalos del más bonito de los acianos y tan cristalinos como el cristal más puro…

—Buenos días, Ana. —Papá tararea una canción agradable mientras me apunta a los ojos con la luz, comprobando mis lentillas desechables—. ¿Cómo estamos hoy?

Le devuelvo la sonrisa.

Papá es firme. Es estable. Es seguro.

Por lo que mis hermanas y yo hemos aprendido, no todos los hombres lo son. Esta es la lección de Alice y de lo que puede pasarle a alguien como yo en el mundo al otro lado del portón.

Una vez que se completan las tareas de salud e higiene, nos dirigimos al centro de embellecimiento, donde nos esperan nuestros esteticistas —la mía es Fleur—. Durante varias horas nos transforman de páginas en blanco a siete princesas de fantasía: fantasistas, lo más cercano a la perfección femenina que ha producido el mundo. Somos preciosas. Somos amables. Somos de colores tan variados como el arcoíris, creadas para celebrar la solidaridad internacional y reflejar el mundo diverso en el que vivimos. Nos encanta cantar, sonreír y ofrecer experiencias. Nunca alzamos la voz. Nuestra prioridad siempre es complacer. Nunca decimos no a menos que sea eso lo que quieres oír. Tu felicidad es nuestra felicidad.

Tus deseos son órdenes para nosotras.

La multitud ya se ha concentrado fuera del palacio para cuando llega la hora de hacer nuestro debut matutino. Vociferan nuestros nombres incluso cuando aún seguimos rezagadas en el oscuro corredor, similar a una boca de piedra.

—¡Ana! —gritan—. ¡Kaia! ¡Yumi! ¡Eve! ¡Zara! ¡Pania! ¡Zel!

Los visitantes no lo saben, pero no vivimos en el palacio. Nunca hemos vivido ahí. Construido a imagen y semejanza de un château francés del siglo XVI, el Palacio de la Princesa cuenta con un foso serpenteante, dos puentes de piedra y siete torrecillas que se extienden hasta las nubes. Proporciona al público del Reino una experiencia medieval inmersa donde, mediante una combinación minuciosamente supervisada de espectáculos en directo, figuras animatrónicas híbridas y Felices de PoRVIda (la marca de Realidad Virtual Intensiva del Reino), hombres, mujeres y niños pasan a formar parte de nuestro mundo y de nuestra historia.

Los visitantes se deleitan con las majestuosas salas decoradas con ricos tapices que caen en cascada, danzan en exquisitos salones de baile bajo destellantes lámparas de araña, exploran pasadizos y acceden a jardines secretos, sueldan y blanden espadas, luchan con magos, huyen de mazmorras situadas en torres y vuelan a lomos de dragones de aliento llameante, todo ello grabado en alta definición para que, al final del día, tengan la posibilidad de comprar vídeos en los que ellos son los héroes (o, según sus preferencias, claro, los villanos).

Aunque los siete aposentos del palacio son muy bonitos, con sus elegantes camas con dosel, ventanales abovedados y armarios de cedro revestidos de satén, yo prefiero la sencillez de nuestra verdadera casa: un edificio de doce plantas camuflado en la esquina noroeste del Reino, por el bosque tras el aparcamiento y de camino a Invernolandia, el entorno completamente acristalado de recreación ártica que abarca más de cuatro kilómetros. Las primeras once plantas consisten sobre todo en oficinas de Operaciones, Estrategia y Desarrollo de Negocios, Seguridad, Vigilancia y Recursos Humanos. Mis hermanas y yo residimos en la duodécima. El dormitorio que compartimos es simple pero acogedor: una habitación con paredes blancas y desnudas, armarios, siete camas que al descansar nos monitorean el pulso, la temperatura, el oxígeno, la presión sanguínea y otras funciones vitales, y una única ventana que da a un bonito campo de flores silvestres azules y moradas, justo al otro lado de los contenedores de residuos con riesgo biológico.

Una vida humilde, como nos dice madre, pero afortunada.

Por fin, el reloj da las nueve. Las puertas se abren despacio. Y nosotras, con nuestros vestidos deslumbrantes como constelaciones, damos un paso al frente a la luz del sol en la que será la primera de varias recepciones matutinas que trae el nuevo día.

—Esperanza —susurra nuestra hermana mayor, Eve, de ojos avellana y pelo plateado, el prototipo original del parque y la primera fantasista. Lleva la tiara especial que recibió en la celebración del bicentenario del parque, con un pequeño pájaro de zafiro engarzado en el cristal. Me mira, pero vuelvo la cabeza. Llevo evitándola desde que los supervisores la dejaron ser la primera en elegir en nuestra selección diaria de vestidos… y hoy, cómo no, ha escogido uno de delicado encaje español en tonos lavanda metálicos, mi favorito—. Gratitud.

—Gratitud —repetimos todas en voz baja, aunque yo aprieto un poco los dientes al hablar.

Nia me aprieta la mano con bastante fuerza antes de soltarme. Me giro a mirarla, pero sus ojos aguamarina se muestran ausentes y ya se está apartando de mí en un borrón de pelo negro azotado por el viento y el lustroso satén plateado de su vestido, luminiscente como los destellos que lanzan las escamas de los peces bajo el sol. Bautizada así por Pania —o Nia para abreviar—, la doncella mitológica maorí, mi hermana favorita y también la más joven se pasa casi todos los días cautivando al público en la Laguna Costera de las Sirenas, cantando, bailando y sumergiéndose en las frías profundidades de color esmeralda.

No obstante, al ver ahora a Nia y notar la tensión de sus hombros y su sonrisa desganada, siento que en mi sistema operativo se forma una pregunta.

Es una pregunta para la que aún no tengo palabras.

Observo cómo Nia avanza entre la multitud y se gira a sonreír a un visitante. Es la última vez que estaremos juntas hasta que anochezca.

6

LA CORPORACIÓN DEL REINO: ANUNCIO TELEVISIVO DE NOVENTA SEGUNDOS, «BRAVE GIRL»

EXT.

El anuncio empieza con un aterrador dragón que escupe fuego por la boca e intenta devorar a dos princesas en la torre de un castillo. Dos caballeros montan a caballo, espadas en ristre, y gritan:

VALIENTE CABALLERO 1

(Con tono dramático).

¡No temáis, hermosas doncellas!

¡Os salvaremos!

EXT.

De repente, la cámara muestra una escena de la vida real: un jardín trasero de ensueño en el que se alza una casita de árbol con forma de castillo, un tobogán de agua a modo de foso y una iguana de mascota (el dragón) dormida en el alféizar de una soleada ventana. Dos valientes niñas vestidas con disfraces de Yumi™ y Zara™, complementados con auténticos kimonos japoneses y collares de cuentas nigerianos, realizan un increíble triple salto mortal desde la ventana de la casita del árbol y aterrizan como gimnastas profesionales frente a dos niños pequeños que van disfrazados de príncipes. Junto a ellos hay un pug y un golden retriever (los caballos).

NIÑO 1

(Cara de asombro. La espada de juguete se le cae

débilmente al lado).

¿Eh?

NIÑA 1 [YUMI]

(De brazos cruzados).

Vamos, chicos. Todo el mundo sabe que las princesas

no necesitan que nadie las salve.

Las niñas intercambian una mirada de complicidad, luego se echan a reír mientras roban los «caballos» y salen corriendo de la escena. El anuncio da paso a un montaje emotivo y empoderador en el que suena de fondo el exitoso sencillo de la estrella mundial del pop Davida, «Brave Girl», que muestra a chicas fuertes de todo el mundo (atletas, bailarinas, músicas, artistas, científicas y más). El anuncio termina con unos fuegos artificiales que iluminan el cielo nocturno y finalmente se desplaza hacia un pasadizo del castillo, donde siete chicas perfectas con siete vestidos brillantes permanecen de pie, dadas de la mano en señal de unión.

VOZ EN OFF

Llamando a todas las niñas valientes.

Vuestro castillo os espera.

El Reino.

El futuro es fantasista™.

(La pantalla se vuelve negra).

7

ENTREVISTA POSTERIOR AL JUICIO

[00:04:11-00:04:41]

DR. FOSTER: Parece que has aprendido bastantes cosas mientras estabas tutelada por el Estado.

ANA: Ah, sí. Por ejemplo, ¿sabía que si se mezcla la mermelada de uvas con el kétchup se puede obtener una marinada bastante rica?

DR. FOSTER: ¿Una marinada?

ANA: Bueno, más bien una salsa agridulce. Para el pollo.

DR. FOSTER: Ya veo. ¿Qué más has aprendido?

ANA: Las palomitas de maíz con sabor a queso cheddar y ablandadas con agua son un buen sustituto de los huevos revueltos. El ujier las vende en bolsas.

DR. FOSTER: Ya veo. Has cambiado, Ana.

ANA: Es lo que tiene ser acusada de asesinato, doctor Foster.

8

OCTUBRE DEL BÚBALO COMÚN

VEINTITRÉS MESES ANTES DEL JUICIO

Las horas se convierten en días y los días se convierten en estaciones. Durante el invierno, la primavera y el otoño, mis hermanas y yo nos esparcimos por el Reino como semillas de dientes de león arrastradas por el viento, y la pregunta que se había estado formando en mi mente, la preocupante señal de que algo le pasa a Nia, se desvanece hasta no ser más que un canturreo lejano, tan quedo que solo lo percibo en la oscuridad.

Durante el día, desaparece por completo.

En los huecos que dejan nuestros controlados horarios, rebosantes de actuaciones y desfiles, podemos andar por donde queramos —media hora aquí, una hora allí— y yo me paso casi todas las mañanas recorriendo las calles empedradas de Magicolandia, cuyo aire es dulce por el aroma a leche con galletas, visitando todos mis lugares favoritos. Sitios como el Palmeral Real, donde por primera vez experimenté una sensación de calidez al ver a una madre calmar hábilmente a su lloroso bebé. No fue la clase de calidez que en circunstancias normales captarían los sensores de calor que tengo en la piel, sino una calidez interior, que se me irradiaba por dentro como un rayo de sol. Visito el Pabellón de los Cuentos de Hadas, frente al que noté por primera vez un maravilloso aleteo en el pecho al observar a dos visitantes renovar sus votos matrimoniales entre lágrimas. O el cruce en la esquina de las Habichuelas Mágicas y la Enredadera, donde, cuando evité que un niño fuera arrollado por un monorraíl, sentí una ligereza indescriptible, como si me hubiera convertido en una pluma y la brisa me llevara flotando. Algunos días me invento cancioncillas sobre lo que veo.

«¡El pozo de los deseos en el que me caí y un centavo de cobre conseguí!».

«¡El pastelero de las chocolaterías que nunca te da los buenos días!».

Hoy, entre las citas para tomar el té y los desfiles que tengo programados, analizo detalles en los que la mayoría de los visitantes nunca se pararía a fijarse. En esencia, el Reino se ha convertido en una extensión de mí misma: cada persona, lugar y cosa es tan parte de mí como mis manos, mis pensamientos, mi corazón palpitante. Conozco el aroma de cada flor. La forma de cada piedra. La melodía de cada canción. Sé que el Gigante de Acero mide más de trescientos metros o noventa pisos, más que cualquier otra montaña rusa del mundo. Sé dónde encontrar las rocas lunares más bonitas en Astrolandia, una simulación interestelar de vida extraterrestre tan realista que ahora la NASA utiliza nuestra tecnología para entrenar a sus astronautas. Me sé los nombres de todas las criaturas genéticamente modificadas en Selvalandia, la jungla bioluminiscente del Reino, que cuenta con especies de plantas y animales imposibles de ver en ningún otro rincón del planeta porque ya no existen. Me sé la fecha de nacimiento de cada cría que ha nacido en la Guardería de Especies Exóticas de Imaginolandia, donde los científicos del Reino han dejado volar su imaginación para crear especies híbridas más coloridas que cualquier cosa que pudiera haber soñado la madre naturaleza. Elefantes con rayas de cebra. Búhos con colmillos felinos. Lobos tan rápidos como guepardos. Caballos árabes con enormes y preciosas alas de mariposa…

Los llamamos cabalados.

Incluso me conozco al dedillo cada punto del parque, y hay muchos, donde la señal inalámbrica del Reino se debilita y, por tanto, nuestras conexiones de red y nuestra capacidad de transmisión en vivo se desactivan por momentos. Aunque madre no lo aprobaría, mis hermanas y yo a menudo compartimos la información de estos puntos y nos enviamos coordenadas por si alguna necesita un momento de privacidad durante el día. Lugares como el Bosque de los Cuentos de Hadas, donde los árboles son tan altos y tan gruesos que dentro quedas fuera del alcance de la señal. El Estadio Marino, donde el wifi molesta a las ballenas. Más al norte están el Recinto Ártico y el Observatorio Astronómico contiguo, donde la altitud es tal y las temperaturas tan frías que incluso el rúter más avanzado se suele helar. Y, por supuesto, el bosque detrás del dormitorio fantasista, donde las ratas han arañado, desgarrado y casi desmembrado todas las cámaras de seguridad que hay en más de un kilómetro a la redonda.

En una ocasión oí a un encargado de mantenimiento decirle a otro que no se molestan en reemplazar las cámaras porque sería una pérdida de tiempo. Que, de hecho, las ratas las destruyen porque buscan los alambres y filamentos ocultos bajo el cristal, manojos bien enrollados de los que roban restos para construir nidos donde criar a sus familias. Que no hay nada que puedan hacer para espantarlas.

Pero a veces me pregunto si será algo más. A veces me imagino que las ratas han aprendido a verse en la lente, a reconocer sus propios reflejos. A veces me pregunto si eso bastará para volverlas locas.

Las veo de vez en cuando por la noche: correteando por las esquinas, escabulléndose por las alcantarillas, deslizándose en la oscuridad como si fueran parte de ella. El Reino hace todo lo posible para controlar el problema, pero con el tiempo las ratas han desarrollado una impresionante inmunidad al veneno, y los esfuerzos para erradicarlas no parecen servir de mucho.

Por suerte, se esconden durante el día y tienden a quedarse en los túneles de saneamiento que hay bajo el parque, un lugar que madre dice que es demasiado peligroso para que vayamos.

Eve asegura que ha estado allí, cómo no. Dice que le gusta la sensación del aire fresco y húmedo bajo tierra, el eco que producen sus zapatos contra el cemento liso. La imagen de las ascuas ardiendo en el incinerador.

Son muy bonitas, Ana. Como estrellitas brillantes.

Yo creo que miente.

Porque estas ratas no nos tienen miedo. No reconocen nuestro olor. Y no son predecibles. Los animales salvajes no respetan las normas del Reino, a diferencia de nuestros animales híbridos.

Son esas normas las que nos mantienen a salvo.

Después de las oraciones y nuestro homenaje nocturno a Alice, me meto en la cama para esperar mi turno de descansar. Cuando por fin veo a madre de pie ante mí, cuando siento el familiar tirón de las correas de terciopelo ajustándose en torno a mis muñecas, cierro los ojos y suspiro profundamente, dejando que todo el estrés del día me resbale como la lluvia.

—¿Ana? —susurra Nia una vez que madre se ha ido, y me vuelvo para mirarla en la oscuridad—. ¿Por qué los petirrojos no abandonan sus nidos? —inquiere. Su cabello oscuro se extiende sobre la almohada en ondas sueltas y despeinadas. Oigo cómo juguetea con los dijes de su pulsera favorita. Una concha. Un delfín. Una diminuta estrella de mar dorada—. ¿Por qué no vuelan, Ana?

Sé lo que en realidad está preguntando.

¿Por qué nunca nos vamos?

Hace años, mis hermanas y yo nos inventamos una nueva forma de comunicarnos, un lenguaje secreto para poder hablar de ciertos temas no autorizados sin que los supervisores nos escucharan.

Los supervisores siempre están escuchando.

Siempre están observándonos a través de nuestra lente de transmisión en vivo.

Siempre están siguiéndonos, a través del localizador GPS satelital que tienen los chips implantados en nuestras muñecas.

—Porque son polluelos —le susurro—. Porque el nido los mantiene a salvo.

Porque nos quieren. Porque nos eligieron a nosotras.

Y por supuesto, aunque no lo digo en voz alta: por lo que le pasó a Alice.

Nia todavía es nueva: solo lleva diez meses con nosotras, desde diciembre del zorro de Darwin, y por eso sé que su curiosidad es natural. La lección de Alice aún no ha calado hondo en ella.

En el pasado, yo también me cansaba de estar con los mismos niños revoltosos de siempre, con los mismos padres que dejan vagar la vista cuando sus mujeres no están mirando. Aun así, las preguntas de Nia siempre me dejan con una sensación incómoda. Como la suave quemazón que siento bajo la piel, un calor helado que me corre por las venas, cada vez que me acerco demasiado al perímetro del parque, que me acerco demasiado a la salida.

—Pero si no pueden buscar suficiente comida, ¿cómo sobreviven al invierno?

Si la gente fuera del Reino es tan pobre, ¿cómo puede pagar las entradas?

—Recolectan semillas durante muchas estaciones, Nia. ¿Vale?

Espero que algún día aprenda a no pensar en el mundo al otro lado del aparcamiento, más allá de la luz verde, igual que yo. Los controles fronterizos y los barrios marginales. La violencia y la pobreza. La corrupción y el miedo. Las historias que madre y papá nos han contado —historias que nunca mencionamos frente a los visitantes, que han trabajado duro y han sacrificado mucho para vernos— son demasiado horribles para mencionarlas, y nosotras, como fantasistas, debemos alejarnos de la violencia y del miedo, de la fealdad y del horror.

En mi Reino, ser felices para siempre no es solo una promesa; es una regla.

Por eso, siempre que mi hermana pequeña llora por lo fría que está el agua en la Laguna de las Sirenas o por cómo le duelen las muñecas todas las mañanas, le recuerdo lo afortunadas que somos y cuánto amor se nos da aquí.

—Pero ¿cómo sabe un oso… —pregunta Nia con voz queda—, cómo sabe un oso que la miel es dulce si no ha encontrado la colmena?

¿Cómo sabes que es amor si nunca te has enamorado?

—Fácil. —Me retuerzo contra las correas de mi cama hasta que encuentro su mano en la oscuridad—. Si la miel no fuera dulce, todas las abejas se habrían ido volando.

Si no nos quisieran, nunca habrían construido el portón.

9

PRUEBA DOCUMENTAL 19A

De: Inspector 1A, Departamento de Fantasistas

<[email protected]>

Para: Personal de los Departamentos de Seguridad y de Formación

<[email protected]>

Asunto: Ana

Fecha: 8 de septiembre, 14:32

Ana manifiesta una afinidad única por el mundo natural, pasa gran parte de su tiempo libre interactuando con las Especies Anteriormente Extintas del parque (hablándoles y cantándoles, acicalándolas, alimentándolas y respondiendo dentro de los parámetros apropiados a sus salidas emocionales programables: apego, miedo, placer, dolor, etc.).

Por ahora, aunque esta preferencia no parece haber ejercido un impacto negativo en su calificación general de fantasista (obtiene un promedio sistemático de 92 en las escalas de clasificación), sugiero que consideremos usar su preferencia por los animales como una recompensa motivadora que la aliente a incrementar su nivel de interacción con los visitantes y fomentar aún más su «desarrollo social».

10

TRANSCRIPCIÓN DEL JUICIO

SRA. BELL: Señor Casey, ¿podría quitarse el sombrero?

SR. CAMERON CASEY, ANTIGUO ADIESTRADOR JEFE EN LOS PROGRAMAS HÍBRIDOS Y EAE PARA LA CORPORACIÓN DEL REINO: Sí, señora. Perdón. Perdón, su señoría.

EL TRIBUNAL: Señora Bell, proceda, por favor.

SRA. BELL: Señor Casey, ¿durante cuánto tiempo fue usted empleado del Reino?

SR. CASEY: Me contrataron nada más graduarme, así que casi diez años.

SRA. BELL: Y durante ese tiempo ¿trabajó exclusivamente de adiestrador?

SR. CASEY: Sí.

SRA. BELL: ¿Siempre quiso hacer eso? ¿Trabajar con animales?

SR. CASEY: Toda mi vida.

SRA. BELL: ¿Algún animal en particular?

SR. CASEY: Sobre todo depredadores. Osos. Lobos. Los grandes felinos: tigres, leones, leopardos. Me gusta que nadie les tome el pelo. Nadie les dice lo que deben hacer.

SRA. BELL: ¿Acaso usted no les decía lo que debían hacer?

SR. CASEY: Bueno, sí…

SR. ROBERT HAYES, LETRADO PRINCIPAL DE LA CORPORACIÓN DEL REINO: Protesto. Irrelevante.

EL TRIBUNAL: Se admite.

SRA. BELL: Señor Casey, ¿alguna vez se lesionó en el trabajo?

SR. CASEY: No. Me han gruñido, golpeado, mordido, arañado, pero nada serio. Empecé a criar a esos híbridos cuando eran pequeños. Me respetaban. Confiaban en mí. Me querían.

SRA. BELL: ¿Está diciendo que… cree que las especies híbridas del parque tienen sentimientos? ¿Cree que son capaces de sentir amor?

SR. CASEY: [Titubea]. Supongo que a lo que me refería es a que sabían obedecerme.

11

NOVIEMBRE DEL RINOCERONTE BLANCO NORTEÑO

VEINTIDÓS MESES ANTES DEL JUICIO

La montaña es alta, pero aun así nos elevamos con los tacones colgando mientras los propulsores nos conducen hacia el punto más elevado de la Cumbre de Azúcar, el famoso pico alpino cubierto de Invernolandia, donde los amantes de la adrenalina pueden disfrutar de pistas de esquí aptas para todos los públicos, terrenos de snowboard espolvoreados de azúcar y pistas negras triplemente traicioneras, un prístino país de las maravillas invernal que la mayoría de la gente ajena al Reino jamás ha visto y jamás verá.

Dicen que fuera, más allá de la luz verde, hace demasiado calor como para que nieve.

—¿Cuánto falta? —susurra Kaia, aunque puede ver la cima tan bien como yo. Bajo la luz lavanda del crepúsculo parece un ángel; su escote con forma de corazón y sin tirantes destella con diminutos cristales de color rosa pálido.

—Ya casi llegamos —digo, deseando que Nia nos hubiera acompañado. Pero a ella nunca le han interesado tanto los híbridos recién nacidos como a mí.

Inhalo el viento helado; el aire despide un aroma a chocolate caliente deliciosamente hogareño. A decenas de metros debajo de nosotras, los visitantes van por la nieve a lomos de ponis islandeses moteados y beben chocolate caliente en las cabañas de las laderas. Se bañan en manantiales termales de la biosfera, patinan sobre estanques de cristal y se relajan en el Château Cristalino, un spa de lujo hecho de hielo. Aquí incluso el cielo nocturno parece mágico, una simulación de espectro solar compuesta por azules eléctricos y verdes plasma que bailan y se arremolinan en lo alto al ritmo de la relajante lista de reproducción Paisaje Imaginario Nevado de Invernolandia.

Miro hacia abajo una vez más y siento una punzada de alarma en mi sistema.

Resulta difícil de creer que allí abajo, oculto entre toda esa nieve, haya un animal salvaje al acecho, una criatura que no es bienvenida aquí. Un pequeño lobo sarnoso, oí decir antes a uno de los guardias, cuando no sabía que estaba escuchando. O tal vez un zorro. Rabioso. Desquiciado. Peligroso.

Debe de haber cavado un hoyo en algún punto cerca del portón. Ha desquiciado a todo el maldito Recinto del Sable.

Aumento el zoom de mis visores tanto como puedo, escaneando con detenimiento la ladera de la montaña, aunque no estoy segura de por qué. Cuando veo varios cadáveres de animales pequeños pero perceptibles (conejos, a juzgar por los restos) y un rastro rojo que conduce al bosque nevado, jadeo con fuerza y me acerco a Kaia. Estoy hecha para soportar más frío del que hace en cualquier lugar de la tierra, incluso más que en la noche más gélida de la Antártida antes de que se derritieran los casquetes polares, pero esta noche no es el aire glacial lo que me hace temblar. Es el hecho de pensar que unos brillantes ojos amarillentos, salvajes, nos acechan a través de los árboles.

Respiro hondo varias veces, recordándome que todo habrá merecido la pena cuando hayamos llegado a nuestro destino.

Cuando lo veamos… a él.

Ursus maritimus.

Un oso polar.

El primero en más de cuarenta años.

Famoso por nuestra avanzada investigación científica, nuestra tecnología interactiva de vanguardia y nuestro profundo compromiso con la conservación biológica, el Reino no solo es responsable de los mayores paseos y atracciones del mundo, también se ha dedicado a revivir las especies y subespecies más vulnerables de la tierra, muchas ya inencontrables en la naturaleza. En los años transcurridos desde mi llegada, allá por el mes de junio del Cárabo californiano, nuestro equipo de científicos de primera categoría ha introducido una EAE —o Especie Anteriormente Extinta— al mes en la familia del Reino.

Aves. Peces. Anfibios. Mamíferos. Marsupiales. Reptiles.

Incluso tenemos un dinosaurio, uno pequeño, más o menos del tamaño de un pollo.

—¿Estás segura de que el señor Casey nos permitirá entrar? —le pregunto a Kaia cuando las estrellas ya titilan en lo alto y las campanas del final del día empiezan a sonar por todo el parque—. Es casi la hora de cerrar.

Kaia ha cerrado con fuerza sus ojos oscuros. No le gustan las alturas.

—Me dijo que viniera tarde —responde—. Me dijo que trajera a una amiga.

No sabría decir qué es lo que me tiene tan emocionada del oso (me gustan todos los animales por igual), pero algo en este nacimiento parece especial, aún más de lo normal. Tal vez sea el cuento que madre nos leyó hace años sobre la princesa que sueña con una corona de oro y el oso blanco que se la trae. O tal vez es que la última EAE de Invernolandia, un narval, murió antes de llegar a la madurez y este cachorro me hace pensar en un nuevo comienzo.

En cuanto bajamos de los propulsores, cruzamos la nieve artificial hasta el Recinto Ártico, ahora desprovisto de visitantes. Tan pronto como se abren las puertas de vidrio, dejando a la vista una instalación envuelta en la oscuridad salvo por el azul sereno del estanque, no me cabe duda de que el cachorro de oso polar es la criatura más hermosa que he visto nunca.

Está dormitando en un saliente rocoso justo detrás del cristal, y su pelaje híbrido es tan blanco que podría estar hecho de nieve.

Tardo tres segundos en memorizar cada parte de él, desde sus pequeñas patas cuadradas hasta su nariz con forma de corazón y su tripita, que se hincha con suavidad cuando respira.

—Hola, pequeño —susurro, presionando las palmas de las manos contra el cristal helado—. ¿Quieres ser mi amigo?

—Vaya, mira quién ha decidido aparecer por fin —dice de repente una voz detrás de donde estamos sentadas Kaia y yo. Enseguida reconozco la fuente: Cameron Casey, un adiestrador de animales tejano con el pelo del color del chocolate suizo, los ojos similares a un campo esmeralda y una sonrisa tan brillante, tan simétrica, que casi cuesta creer que no diseñaran su aspecto a propósito—. Chicas, llegáis tarde. —Guiña el ojo cuando nuestras miradas se encuentran—. Ya pensaba que no vendríais.

—Incluso los milagros requieren tiempo —contesta Kaia, pestañeando.

Es una línea de guion estándar, pero el señor Casey se ríe como si nunca la hubiera oído.

—Eres todo un personaje, Kaia —comenta, y le besa la mejilla—. Eso te lo reconozco.

Ella se ríe.

—No se necesitan alas para volar.

Kaia es buena chica, pero, al ser uno de los prototipos más antiguos, siempre está recurriendo al guion en lugar de idear sus propios comentarios, lo que hace que sea esencialmente popular entre los visitantes más jóvenes del parque, de siete años o menos.

A veces mis hermanas dicen cosas crueles sobre Kaia a sus espaldas.

Que su hardware es defectuoso. Que sus procesadores son lentos.

O algo peor.

—A los inversores no parece molestarles su parloteo en sus escapadas de fin de semana —le oí decir una vez a Eve mientras se ponía un vestido de noche azul espejismo, llamado así por cómo cambia de color a la luz de la luna—. Aunque quizá allí no se dediquen precisamente a hablar. —Se rio—. Tampoco es que Kaia vaya a recordarlo.

No sé qué tiene que ver la memoria de Kaia con nada de eso y tampoco creo que sea lenta. Al contrario, creo que es más inteligente que el resto de nosotras y le gusta ir sobre seguro. De todos modos, Eve debería ser más prudente al hablar de los demás. De las siete, su tecnología es la más obsoleta y, por tanto, la que tiene más probabilidad de fallar. Si alguien necesita un reemplazo completo del sistema, es Eve, no Kaia.

El señor Casey me señala con la cabeza.

—¿Por qué no te has venido con esa sirena sexy, Pania, en vez de con ella? —le pregunta a Kaia en voz baja. Pero no tan baja como para que no lo oiga. Mi oído es excepcional, mejor que el de cualquier especie humana o animal.