El salmo fugitivo - Leopoldo Cervantes Ortiz - E-Book

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Leopoldo Cervantes-Ortiz

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"A la sombra del salmo ha estado viviendo el hombre muchos siglos..." escribe León Felipe, en sus versos de honor al salmo fugitivo, al salmo que huye de la prisión en la que pretenden enclaustrarlo sanedrines, sínodos y consistorios, al salmo que peregrina hacia su matriz original: la poesía. Esta antología, magistralmente compilada por Leopoldo Cervantes-Ortiz, con un título, El salmo fugitivo, que tanto evoca a ese gran poeta del exilio español en América, es un re?ejo de la crucial importancia que la religiosidad, como salmo de fe, esperanza, duda, rebelión y clamor angustiado, reviste en la poesía latinoamericana contemporánea. Desde su primera edición (2004), esta antología ocupa un lugar privilegiado por diversas razones: 1) Provee pistas únicas para seguirle los pasos a los encuentros amorosos, con frecuencia clandestinos, de la poesía y la religiosidad por los senderos de nuestros países latinoamericanos. 2) Es una obra de impresionante y poco común talante ecuménico, libre de las restricciones confesionales que con tanta ansiedad de?enden las instituciones eclesiásticas. 3) Abarca la amplitud de nuestro continente, desde el Río Grande, en el norte, hasta la Tierra del Fuego, en el sur. 4) Nos permite percibir la rica variedad de enfoques, perspectivas y estilos líricos con que la poesía latinoamericana enfrenta la religiosidad y su intrincada red de espiritualidad, símbolos, creencias y ritos. Esas virtudes se acrecientan en esta nueva edición, aún más amplia y abarcadora, de mayor caudal ecuménico y poético. Este es un texto indispensable para quienes, como este agradecido lector, no cesamos de admirar la creatividad poética de nuestros pueblos, ni sabemos poner ?n a nuestro apasionamiento por los enigmas perennes de la existencia humana, la fuente inagotable del sentimiento religioso. En un lugar clave de su obra maestra, Los pasos perdidos, Alejo Carpentier vislumbra cómo en los orígenes de la historicidad humana, al captarse angustiosamente la fragilidad de todo lo que confiere sentido y valor a nuestra existencia, surgen simultáneamente, como clamor de queja, protesta y esperanza, la poesía, el himno y el salmo. Leopoldo Cervantes-Ortiz recorre, como nadie en nuestras letras continentales, los pasos perdidos de ese clamor. Quedamos todos en deuda con este excepcional intelectual, literato y teólogo mexicano, quien en su propio espíritu creador sabe que, para citar nuevamente a León Felipe, "el poema es un grito en la sombra, como el salmo...".

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El Salmo fugitivo

Antología de poesíareligiosa latinoamericana

Selección e introducciónde Leopoldo Cervantes-Ortíz

Prólogode Carlos Monsiváis

Editorial CLIE

C/ Ferrocarril, 8

08232 VILADECAVALLS (Barcelona) ESPAÑA

E-mail: [email protected]

Internet: http://www.clie.es

EL SALMO FUGITIVO:

ANTOLOGÍA DE POESÍA RELIGIOSA LATINOAMERICANA

Copyright © 2009 Leopoldo Cervantes-Ortiz, editor

Copyright © 2009 por Editorial CLIE

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, http://www.cedro.org) Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra».

ISBN: 978-84-8267-549-7

eISBN: 978-84-8267-626-5

Clasifíquese:

0996 POESÍA:

Antología de la poesía

CTC: 02-13-0996-01

Índice

Palabras Preliminares

Prólogo

La luz y la llama: apuntes sobre la poesía de tema religioso en América Latina

Rubén Darío

Amado Nervo

José Juan Tablada

Alfredo R. Placencia

Vicente Mendoza

León Felipe

Azarías H. Pallais

Ramón López Velarde

Gabriela Mistral

Laura Jorquera

César Vallejo

Mário de Andrade

Vicente Huidobro

Fernando Paz Castillo

Salomón de la Selva

Pablo de Rokha

Jorge de Lima

Juana de Ibarbourou

Evaristo Ribera Chevremont

Carlos Pellicer

Luis Palés Matos

Gonzalo Báez-Camargo

Jorge Luis Borges

Juan Burghi

Ángel Martínez Baigorri

Romelia Alarcón Folgar

Francisco Luis Bernárdez

José Gorostiza

Murilo Mendes

Sante Uberto Barbieri

Dulce María Loynaz

Germán Pardo García

Rogelio Sinán

Eugenio Florit

Jorge Carrera Andrade

Luis Cardoza y Aragón

Nicolás Guillén

Pablo Neruda

Clara Silva

José Coronel Urtecho

Francisco E. Estrello

Emilio Ballagas

Sara de Ibáñez

Sergio Manejías

Ángel M. Mergal

Enrique Molina

Concha Urquiza

José Lezama Lima

Óscar Cerruto

Pablo Antonio Cuadra

Braulio Arenas

Vinicius de Moraes

Manuel Ponce

Alaíde Foppa

Octavio Paz

Nicanor Parra

Ángel Gaztelu

Francisco Matos Paoli

Guadalupe Amor

Gonzalo Rojas

Luis D. Salem (Aristómeno Porras)

César Fernández Moreno

Alberto Girri

Mario Benedetti

Eliseo Diego

Olga Orozco

Cintio Vitier

Fina García Marruz

Federico Pagura

Jorge Eduardo Eielson

Ida Gramcko

Lêdo Ivo

Ramón Xirau

Mortimer Arias

Rosario Castellanos

Roberto Juarroz

Miguel Arteche

Ernesto Cardenal

Jaime Sabines

Miguel Yacenko

Pedro Casaldáliga

Enriqueta Ochoa

Enrique Lihn

Julia Esquivel

Juan Gelman

Raúl Macín

María Elena Walsh

Marco Antonio Montes de Oca

Rubem Alves

Héctor Viel Temperley

Gabriel Zaid

Fernando Cazón Vera

Roque Dalton

Osvaldo Pol

Adélia Prado

José Miguel Ibáñez Langlois

Horacio Peña

Alejandra Pizarnik

Hernán Montealegre

Jorge Debravo

Julio Iraheta Santos

José Emilio Pacheco

Gastón Soublette

José Kozer

Roberto Obregón

Hugo Zorrilla

Belkis Cuza Malé

Hugo Mujica

Santiago Kovadloff

Jorge Arbeleche

David Escobar Galindo

Roque Vallejos

César Abreu-Volmar

Alfonso Chase

Alejandro Querejeta Barceló

Raúl Zurita

Roberto Zwetsch

Mario Montalbetti

Carlos Bonilla Avendaño

Edmundo Retana

Javier Sicilia

Milton Zárate

Patricia Gutiérrez-Otero

Ana Istarú

Francisco Magaña

George Reyes

Ángel Darío Carrero

Luis Gerardo Mármol Bosch

Bibliografía

Palabras Preliminares

“A la sombra del salmo ha estado viviendo el hombre muchos siglos…” escribe León Felipe, en sus versos de honor al salmo fugitivo, al salmo que huye de la prisión en la que pretenden enclaustrarlo sanedrines, sínodos y consistorios, al salmo que peregrina hacia su matriz original: la poesía. Esta antología, magistralmente compilada por Leopoldo Cervantes-Ortiz, con un título, El salmo fugitivo, que tanto evoca a ese gran poeta del exilio español en América, es un reflejo de la crucial importancia que la religiosidad, como salmo de fe, esperanza, duda, rebelión y clamor angustiado, reviste en la poesía latinoamericana contemporánea.

Desde su primera edición (2004), esta antología ocupa un lugar privilegiado por diversas razones: 1) Provee pistas únicas para seguirle los pasos a los encuentros amorosos, con frecuencia clandestinos, de la poesía y la religiosidad por lo senderos de nuestros países latinoamericanos. 2) Es una obra de impresionante y poco común talante ecuménico, libre de las restricciones confesionales que con tanta ansiedad defienden las instituciones eclesiásticas. 3) Abarca la amplitud de nuestro continente, desde el Río Grande, en el norte, hasta la Tierra del Fuego, en el sur. 4) Nos permite percibir la rica variedad de enfoques, perspectivas y estilos líricos con que la poesía latinoamericana enfrenta la religiosidad y su intrincada red de espiritualidad, símbolos, creencias y ritos. Esas virtudes se acrecientan en esta nueva edición, aún más amplia y abarcadora, de mayor caudal ecuménico y poético.

Este es un texto indispensable para quienes, como este agradecido lector, no cesamos de admirar la creatividad poética de nuestros pueblos, ni sabemos poner fin a nuestro apasionamiento por los enigmas perennes de la existencia humana, la fuente inagotable del sentimiento religioso. En un lugar clave de su obra maestra, Los pasos perdidos, Alejo Carpentier vislumbra cómo en los orígenes de la historicidad humana, al captarse angustiosamente la fragilidad de todo lo que confiere sentido y valor a nuestra existencia, surgen simultáneamente, como clamor de queja, protesta y esperanza, la poesía, el himno y el salmo. Leopoldo Cervantes-Ortiz recorre, como nadie en nuestras letras continentales, los pasos perdidos de ese clamor. Quedamos todos en deuda con este excepcional intelectual, literato y teólogo mexicano, quien en su propio espíritu creador sabe que, para citar nuevamente a León Felipe, “el poema es un grito en la sombra, como el salmo...”.

Luis N. Rivera-PagánPrinceton Theological SeminaryEnero de 2007

Prólogo

“Así te ves mejor, crucificado…” (Sobre la poesía religiosa)

Carlos Monsiváis

En El libro de Dios, Alfredo R. Placencia (1873-1930), un cura de provincia y de parroquias rurales abandonadas, escribe algunos de los poemas religiosos más extraordinarios de la literatura mexicana. Uno de ellos, “Ciego Dios” es en especial notable:

Así te ves mejor, crucificado,

bien quisieras herir, pero no puedes.

Quien acertó a ponerte en ese estado

no hizo cosa mejor. Que así te quedes.

Si se indaga en la “teología específica” de los poemas de intención mística, en la de Placencia sus criaturas adoptan a Jesucristo, van a fondo y ven en el sacrificio en la cruz el nacimiento doble de la religión y de su convicción personal. En esta tendencia el texto clásico es el soneto de Fray Miguel de Guevara:

No me mueve mi Dios para quererte

el cielo que me tiene prometido,

ni me mueve el infierno tan temido

para dejar por eso de ofenderte.

Muéveme tu Señor, muéveme el verte

clavado en una cruz y escarnecido,

muéveme el ver tu cuerpo tan herido,

muévenme tus angustias y tu muerte.

Muéveme en fin tu amor, de tal manera

que aunque no hubiera cielo yo te amara,

y aunque no hubiera infierno te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,

porque si lo que espero no esperara,

lo mismo que te quiero te quisiera.

Leído como herejía, aceptado como emblema del amor trastornado pero que en su exaltación se justifica, el soneto de Fray Miguel de Guevara prevalece y con los siglos se va convirtiendo en la alternativa a la literatura devocional de las instituciones. Lo usual, sin embargo, es el repertorio de los místicos españoles, San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús (“Vivo sin vivir en mí/ y tan alta vida espero/ que muero porque no muero”), y los textos que la memoria colectiva decanta como el soneto de Lope de Vega:

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras,

qué interés se te sigue, Jesús mío,

que a mis puertas, cubierto de rocío,

pasas las noches del invierno a oscuras?

¡Oh cuántas fueron mis entrañas duras

pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío

si de mi ingratitud el hielo frío

secó las llagas de tus plantas puras!…

El sentimiento de culpa, ubicuo, es un lazo de unión inexorable.

A la poesía religiosa la promueven los rituales de la memoria. En el Catecismo o en los libros para la infancia se enseñan y se reproducen los poemas edificantes como “Marciano”, relato del centurión romano convertido a la Verdadera Fe (“César, si mi delito es ser cristiano…”), o como los incontables de obispos, capellanes y versificadores en busca del inmenso público cautivo, como en México el Cantor del Hogar, Juan de Dios Peza, a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. En El Lector Católico Mexicano (Libro Tercero, de Herrera Hermanos Sucesores, 1910), se reproduce un texto típico de Peza:

A Margot orando

Hija, haces bien en implorar del cielo

la dulce paz que el corazón ansía.

¡Siempre que el corazón levanta el vuelo

se alivia y se conforta el alma mía!

Haces bien en orar: forman tus galas

la piedad y el candor, con ellas subes

como las aves libres; con sus alas

para encontrar a Dios tras de las nubes…

El Credo con ritmo entra. El niño repite sin entender y entiende la suficiente como para creer verdadero lo que se aprende, y lo mismo sucede al adolescente; según a los testimonios de época, es ya difícil que un adulto memorice, y por eso, al desvanecerse las obligaciones de la mnemotecnia el gusto o el culto de la poesía religiosa se confinan en una minoría estricta. Antes, es un lujo de la conversación repetir, por ejemplo las estrofas de San Juan de la Cruz Amado:

No quieras despreciarme

que si color moreno en mí hallaste,

ya bien puedes mirarme

después que me miraste,

que gracia y hermosura en mí dejaste…

La poesía religiosa en lengua española es un género con grandes practicantes, de los poetas medievales y Santa Teresa y San Juan de la Cruz a Francisco González León, Placencia y Pellicer, del ecuatoriano César Dávila Andrade a los nicaragüenses Azarías H. Pallais, Pablo Antonio Cuadra y Ernesto Cardenal, del puertorriqueño Luis Palés Matos al cubano José Lezama Lima. Con el tiempo, en el ámbito de “la posmodernidad” se profese o no una fe específica, se leen, y muy gozosamente, estos testimonios de la trascendencia vividos desde la convicción y la estética. Con puntualidad, los mejores poetas religiosos están al tanto: si no ejercen su fe a través del rigor literario, (esa vigilancia crítica de la inspiración), serán oportunistas de su creencia, como tantos de los escribas guadalupanos incluidos en las antologías-orfanatorios de Joaquín Antonio Peñalosa.

Hay también poetas muy atentos al tema de Dios, sin profesar la fe cristiana o más concretamente católica; son ateos o agnósticos o, si se quiere, personas desinteresadas por el casillero devocional que les corresponde pero muy atentos a la trascendencia. Cito a César Vallejo: “Dios mío, si hubieras sido hombre/ hoy supieras ser Dios”. De este panorama de gran fuerza literaria da cuenta un libro excelente, El salmo fugitivo. Antología de poesía religiosa latinoamericana del siglo XX. Selección y prólogo de Leopoldo Cervantes-Ortiz. En El salmo fugitivo el criterio selectivo es impecable: no se elige a los escritores por su fe desbordada, asunto que es de suponerse analizará Dios en su momento, sino por la originalidad de su registro de lo espiritual, por la belleza formal, por la incorporación de lo divino a lo cotidiano, en seguimiento de la frase (y de la actitud) de Santa Teresa: “Entre los pucheros anda el Señor”. Así, Clara Silva (Uruguay, 1905-1976):

Te pregunto, Señor

Te pregunto, Señor,

¿es ésta la hora

o debo esperar que tu victoria nazca

de mi muerte?

No soy como tus santos,

tus esposas,

Teresa, Clara, Catalina,

que el Ángel sostiene en vilo

sobre la oscuridad de la tierra,

mientras tu aliento

tempranamente los madura.

Silva no es una seguidora humilde, sino un ser humano amparado en la melancolía, la tristeza y “el cuerpo de mi sombra”, y capaz de exclamar:

y el escándalo que hago con tu nombre

para oírme.

y tu amor que revivo en mí cada mañana,

masticando tu cuerpo

como un perro su hueso.

Un ejemplo notable de esta hondura del “nuevo tutearse” con Dios: Carlos Pellicer (1897-1977). Véase uno de sus Sonetos postreros (mayo de 1952):

Haz que tenga piedad de Ti, Dios mío.

Huérfano de mi amor callas y esperas.

En cuántas y andrajosas primaveras

me viste arder buscando un atavío.

Cervantes-Ortiz (Oaxaca, 1962), estudió Letras, Medicina y Teología, ha publicado antologías, entre ellas Lo sagrado y lo divino. Grandes poemas religiosos del siglo XX (2002), poemarios y ensayos de “teología poética”. Es un lector infatigable y agudo y le debo a este libro varios descubrimientos, entre ellos Clara Silva, la venezolana Ida Gramcko, el ecuatoriano Fernando Cazón Vera y el nicaragüense Horacio Peña. Sobre todo, el libro de Cervantes-Ortiz tiene el mérito de integrar en un panorama a poetas diversos y opuestos y resolver la contradicción desplegando “el cuerpo a cuerpo” de los escritores y el Misterio o Lo Sagrado o como se le quiera nombrar a lo inexplicable, al enigma o la revelación que la poesía no resuelve sino consigna. (“Y quédeme no sabiendo/ Toda ciencia trascendiendo”, escribe San Juan de la Cruz). En la búsqueda o la negación o el encuentro con Dios se localiza la antes llamado “inspiración” que ahora es “técnica”, término tan precioso o impreciso como se quiera.

Cervantes-Ortiz establece su mapa autoral: “...las mutaciones que experimentó América Latina a lo largo del siglo XX, manifestadas sobre todo por la creciente descatolización, responden también a las características peculiares que han tenido la modernidad y su influjo. Tal vez el progresivo debilitamiento de la religión mayoritaria comenzó a hacerse palpable antes de imponerse la pluralidad religiosa actual, mediante la expresión literaria de las primeras décadas del siglo, en las que se forjó un conjunto valiosísimo de autores que ignoraron por completo las restricciones clericales”.

La muerte y la resurrección de Dios. La fe no nada más presente en las iglesias. La intuición de otras manifestaciones de lo sagrado. El combate con el ángel la noche entera. El descreer como método de la humildad interpretativa. En alguno de estos temas se ubica el trabajo del brasileño Murilo Mendes (1901-1975) y su “Iglesia mujer”:

La iglesia llena de curvas avanza hacia mí,

Enlazándome con ternura pero quiere asfixiarme.

Con un brazo me indica el seno y el paraíso.

Con otro brazo me convoca al infierno...

O la poesía del cubano José Lezama Lima (1901-1976):

Deípara, paridora de Dios. Suave

la giba del engaño para ser

tuvo que aislar el trago del ave,

el ave de la flor, no el ser del querer.

También hay otra vertiente en esos años, la de la poesía ortodoxas que practican por ejemplo la cubana Dulce María Loynaz o los mexicanos Concha Urquiza (1910-1945) y Manuel Ponce (1913-1994). Urquiza es excepcional en su afán de recuperar la mística en la época de la militancia socialista. Así, en “Sonetos de los Cantares”:

Aunque tan sierva de tu amor me siento

que hasta la muerte anhelo confesarte,

bien sé que como Pedro he de negarte

no tres veces, Señor, tres veces ciento.

Una contradicción aparente: los lectores de la poesía religiosa que importa son una minoría notoria frente a las muchedumbres que usan los versos como expresiones rimadas del rosario. Su bien la legión de sacerdotes-poetas ha disminuido severamente (es más fácil hallar curas-videoastas), por casi dos siglos obscurecen a los poetas de primer orden. A cambio de un alud de textos que narran martirios resplandecientes o enloquecimientos amorosos ante el altar, aparecen de vez en cuando obras maestras como Práctica de vuelo, el libro de sonetos de Carlos Pellicer:

Ninguna soledad como la mía.

Virgen María, dame tu mirada

para que pueda enderezar mi guía.

Ya no tengo en los ojos sino un día

con la vegetación apuñalada.

Ya no me oigo llorar por la llorada

ansiedad en que estoy, Virgen María.

De “Ninguna soledad como la mía”

Las zonas preferidas de la poesía religiosa están a la vista: la relación personalísima con Dios, Jesucristo y la Virgen; el homenaje a las instituciones eclesiásticas; la transmisión de las atmósferas del culto y del fortalecimiento de la fe. Esta última expresión conoce un auge en las primeras décadas del siglo XX. Así, entre otros muchos de su autor, el poema “Mística” de Francisco González León:

Ya la nave se llena de sombras,

la penumbra destiende sus velos,

la capilla en tinieblas se entolda,

y es altar donde oficia el misterio.

Como pléyade de oro, los cirios

en el fondo tremulan sus flamas:

son los faros que prenden su brillo

en el fuego de hoguera cristiana.

El silencio es Señor del recinto,

sólo emerge, “clarín de protesta”,

el monótono canto del grillo

que macabro se oculta en las grietas….

¿Es poesía religiosa la de Ramón López Velarde? En un nivel sí, desde luego, porque López Velarde es un testigo apasionado de su creencia, pero no la rutinaria sino la que incluye el deseo carnal como otra potestad del espíritu:

He oído la rechifla de los demonios sobre

mis bancarrotas chuscas de pecador vulgar,

y he mirado a los ángeles y arcángeles mojar

con sus lágrimas de oro mi vajilla de cobre.

De “El perro de San Roque”.

En América Latina la poesía religiosa proviene de modo casi exclusivo del catolicismo, no hay textos importantes de los protestantes, por razones diversas, entre ellos la ausencia de la formación literaria que importan los seminarios católicos sólo interrumpida en la segunda mitad del siglo XX. Y lo que se da de modo creciente es la poesía que dialoga con el ser que a falta de otro nombre sigue siendo Dios, con o sin instituciones, con o sin el respeto tradicional. Así, Jaime Sabines convierte al tráfago del mundo, que todo lo contiene, en un ser que es y no es Jesucristo.

Para que tú te entregues

se están dando todas estas cosas,

para que dejes tu cuerpo usado

allí en el polvo donde estabas rendido boca abajo y llorabas;

para que te levantes a los treinta y tres años

y juegues con tus hijos y con todas las gentes

en el nombre del padre y del espíritu santo

en el nombre del huérfano y del espíritu herido

y en el nombre de la gloria del juego del hombre.

De “Con tu amargura a cuestas”

En el orden de lo popular, la poesía religiosa persiste en los cantos guadalupanos (algunos maravillosos al registrar las voces del desamparo genuino), en los himnarios protestantes, en versos que se ocultan de la amnesia. Pero, como esta antología ratifica, el género de la poesía religiosa, así carezca de lectores que merece, continúa por ser una necesidad expresiva de un puñado de grandes poetas.

La luz y la llama: apuntes sobre la poesía de tema religioso en América Latina

A la memoria de don Aristómeno Porras (Luis D. Salem),ejemplo de sencillez humana y sensibilidad literaria

y mi padre, judío polvoriento,carga de nuevo las arcas de la ley cuando sale de CubaJOSÉ KOZER, “Diáspora”

1. Poesía moderna y religión

La poesía moderna se ha desentendido de lo sagrado de varias maneras. Ya sea por medio de un ataque soterrado a la religión, a las iglesias instituidas y a todo aquello que suene a sagrado, o por la más absoluta indiferencia. La Iglesia, como imagen institucional y vehículo de lo sagrado, encarnaba la incomprensión que las búsquedas artísticas encontraban en los medios ligados a lo religioso. La necesaria emancipación del arte, fruto de los impulsos de la ideología burguesa triunfante en Occidente, logró, en el caso de la poesía, una mayor independencia que le permitió indagar, a su modo, en las profundidades del ser. El grito nietzscheano sobre “la muerte de Dios”, anticipado por Jean Paul, evocaba el regreso programático de las divinidades paganas, aunque con otro rostro, muy diferente al del Dios cristiano, cuya larga agonía, literal y simbólica, había ayudado a incubar, también, la agonía del ser humano.

Escribir poesía de tono religioso, para los autores modernos, resultaba impensable, a menos que se hiciera con ironía y con una profunda conciencia de lo sucedido en el ámbito estético. Las imágenes y motivos religiosos son usados, escépticamente, para objetivar la negación de lo religioso. Uno de los temores subyacentes a actitudes como ésta consiste en suponer que la literatura nuevamente volverá a ser vocero de la Iglesia y sus corifeos. Los poetas modernos experimentaron el proceso de secularización como una liberación de los lastres religiosos, no solamente para la vida cotidiana, sino, sobre todo, para la práctica del oficio poético. Al usar el lenguaje religioso como un recurso satírico, enriquecen y complementan su lenguaje con un mecanismo que funcionaba de una manera restringida en la religión pero que entró al circuito polisémico de la poesía, al salir de las limitaciones dogmáticas. Por otro lado, la poesía ha suplantado, desde el romanticismo, la visión sagrada del mundo, pero sin las estrecheces del dogmatismo. En este sentido, la modernidad es una continuación de los impulsos surgidos desde el siglo XVIII que se consolidaron en el siglo XIX.

Según explica Jorge Aguilar Mora, durante el romanticismo, los poetas hispanoamericanos experimentaron la posibilidad ya no del silencio de Dios, sino de su definitiva ausencia, algo que no afectaba solamente su tarea estética:

Ante la sospecha de que el Dios cristiano sólo fuera una hipótesis, de que la historia ya no estuviera siguiendo los senderos de la providencia, de que los principios morales del catolicismo fueran relativos y sólo relativos… estos poetas vivieron un doble fracaso: la ficción que les daba terror se volvía más ficticia con su propio miedo y la vida verdadera a la que aspiraban terminaba en otra ficción, en la posición desesperada de renunciar a la vida… en vida, llamándola un sueño, doble tragedia de la ficción: la vida como enfermedad y como herida.1

Además de sentir que sus creencias se derrumbaban, los poetas románticos tuvieron que transformar su expresión literaria para responder a las fuertes dudas que los aquejaban. Los modernistas, receptores de una estética que ya no cargó con este dilema, se expresaron de forma distinta. Según Aguilar Mora, el problema no era tanto estético, sino moral, puesto que para un poeta-puente como Martí, “sólo había una moral: la moral trágica del hombre, y la fuente de sus valores no era el maniqueísmo cristiano, sino el poder del hombre para abarcarlo todo, para demostrar su capacidad visceral, natural, de abarcar el mundo para ser aceptado por ese mismo mundo”.2 En otras palabras, la dualidad vital introducida por el dominio cristiano de las conciencias en Hispanoamérica iba a ser sustituida, en la poesía, por una visión más uniforme de la vida y del mundo. Había que vivir en un mundo unívoco, donde ya no era necesaria la hipótesis de Dios. Podía desaparecer, así, la doble ficción que enfrentaron los románticos.

El tema teológico-filosófico de la muerte de Dios no fue trabajado en la poesía latinoamericana de vanguardia de la misma forma que en Europa. Por las características propias del continente, que no deja de manifestarse en los movimientos literarios, el tratamiento del tema adquirió un tono peculiar. Ejemplo de ello es la poesía de César Vallejo, que ya desde Los heraldos negros se monta sobre algunos episodios de la historia sagrada y, mediante un lenguaje semiblasfemo, transforma los resabios de la expresión modernista en algo muy diferente, a caballo entre dicha corriente y como sin decidirse a ser plenamente vanguardista. Rafael Gutiérrez Girardot ha demostrado cómo Vallejo no fue el poeta sin suficiente conciencia crítica que algunos han querido ver.3 Lo cual importa mucho porque el lenguaje de Vallejo, tan lleno de alusiones religiosas, es una especie de puente entre el modernismo galopante latinoamericano y la irrupción de las vanguardias, pero situado en ese plano conscientemente. La crucifixión de Jesús, uno de sus motivos poéticos en Los heraldos negros, entronca con el romanticismo en su intento por recrear la historia con una mirada infantil y asumir el privilegio (en una especie de blasfema Imitación de Cristo) “de ser Cristo o el mal ladrón, de repartir calvarios y cruces, coronas de espinas y penas, de designar en cada caso a quién toca el papel de María como madre o como amada, de la Magdalena como amada o como hermana, del padre que ausculta, como José, la huida a Egipto y de las otras máscaras en el sombrío Viernesanto, mezclado de Jueves Santo pero sin esperanza de Pascua de Resurrección”.4 Así, Los heraldos negros

no es la expresión de una religiosidad criolla o chola, pero tampoco una manera de rescatar para un trivial dolorismo cualquiera solemnidad de Dios y del Viacrucis de Jesús, el intento de rescatar a Dios de las cadenas con las que lo han atado los filósofos para hacer de él un Dios que también sufre, que se sienta a la mesa con la familia o en el café con los amigos y que comparte con los hombres las penas cotidianas. Vallejo no fue un pobre teólogo existencial de Santiago de Chuco, y si en su poesía hay algo de teología, ésa es, más bien, la que discutió con hondura y con pasión humana Manuel González Prada […] La repetición del Gólgota en Los heraldos negros, ese fúnebre juego de inocencia infantil, está más allá de cualquier preocupación de teología doméstica.5

Gutiérrez Girardot es tajante en este punto, porque, además, aleja a Vallejo de las interpretaciones que, sin dejar de tener razón acerca de las claras influencias vanguardistas de Vallejo (por ejemplo, Mallarmé en “Los dados eternos”), no comprenden bien de qué profundidades brotaron sus expresiones ligadas a lo religioso, y las relacionan muy directa, y casi gratuitamente, con filósofos como Nietzsche. Por ello, afirma:

Como en los poetas y filósofos que lo antecedieron, en Vallejo la experiencia de este acontecimiento, la ‘muerte de Dios’, no constituye un postulado de ateísmo. Vallejo, de quien Thomas Merton ha dicho con certeza que “es un gran poeta escatológico, con un sentido profundo del fin y, además, de los nuevos comienzos (acerca de los que no se expresa)” y quien rechazaba todo lo conceptual, no pretende demostrar la verdad o la falsedad de una fórmula o la existencia o inexistencia de Dios. Sus cuadros de la Crucifixión carecen de teología, porque son la negación de toda teología con sus órdenes lógicos […] Él no las concibe [las escenas de la crucifixión] como una refutación o como un postulado, sino como la desnuda expresión de una experiencia, esto es, la del hecho histórico de la “muerte de Dios” que lloran los “vagos arciprestes” y que acontece “ya lejos para siempre de Belén”.6

El tema de Dios, aunque se desfigura bastante en sus últimos libros, no deja de ser una constante, incluso desde el título de uno de ellos: España, aparta de mí este cáliz. Pero será en Trilce donde llegará a alturas impensables para cualquier otro esfuerzo vanguardista de la época, sobre todo si se toma en cuenta que en Vallejo ninguna de sus expresiones acerca del tema proceden de una pose esnobista o esteticista, algo que sí se puede afirmar acerca de otras propuestas. “Espergesia”, el famoso último poema de Los heraldos... anuncia lo que vendrá en Trilce, que con sus imágenes descoyuntadas representa la “infinita noche sin Dios”. Allí, Vallejo experimentará la libertad lingüística total, de tono vanguardista, pero relacionada también con la libertad de quien vive en el “mundo al revés”, de alguien desamparado que sigue viviendo tras la muerte de Dios. El dislocamiento del lenguaje manifiesta la disonancia y la desfiguración del mundo sumido en la noche infinita de la muerte de Dios.7

Por lo anterior, la respuesta a la pregunta sobre una poesía religiosa en el siglo XX no puede ser más que ambigua, pues en términos estrictos esta poesía dejó de existir, dado que el desarrollo cultural y literario hizo que tuviera un carácter muy distinto al de siglos anteriores. La temática religiosa sigue presente y muy viva, pero con la interrogación producida por la duda y el desgaste de las instituciones. La poesía religiosa militante ha tenido que enfrentar, no siempre con humildad, el hecho de que autores/as abiertamente ateos sean quienes mejor plantean el problema de lo sagrado y sus manifestaciones. Gabriel Zaid ha sido muy sensible a esta situación y ha escrito acerca de lo que denomina “nostalgia del integrismo”, con una mirada crítica sobre las autoridades religiosas.8 Zaid sigue muy de cerca la huella de Eliot, quien no se engañó acerca de la posibilidad del retorno triunfalista de una cultura religiosa.9 Por ello, quizá, cuando un antologador con alguna filiación confesional acomete la tarea de reunir poemas de tema religioso, se ve abrumado por la producción mayoritaria de autores, por lo menos, agnósticos. Lejos están los tiempos en que la situación era al revés. Al predominio de esta cultura católica le siguió, pues, un panorama donde los artistas o escritores se convirtieron en los heterodoxos visibles, en guardianes de la espiritualidad deformada por la religión oficial, pues como advirtió Sartre, “sacado del catolicismo, lo sagrado se posó en las bellas letras y apareció el hombre de pluma, sustituto del cristiano”10 y la religión se convirtió en un “boceto”.

En este terreno, las mutaciones que experimentó América Latina a lo largo del siglo XX, manifestada sobre todo por la creciente descatolización, responden también a las características peculiares que han tenido la modernidad y su influjo. Tal vez el progresivo debilitamiento de la religión mayoritaria comenzó a hacerse palpable, antes de imponerse la pluralidad religiosa actual, mediante la expresión literaria de las primeras décadas del siglo, en las que se forjó un conjunto valiosísimo de autores que ignoraron por completo las restricciones clericales. De ese modo, muchos poetas fueron más allá del manejo simbólico de los modernistas, quienes se adueñaron de las figuras religiosas para darles otro sentido y proyección. Así, la heterodoxia explotó libremente en la literatura como después lo haría en la vida social, pues los sentimientos religiosos, siempre vitales, han encontrado, incluso en la posmodernidad, la manera de manifestarse, como se aprecia en el poema “Auto (remake del Coro V de The Rock de T.S. Eliot)”, del peruano Mario Montalbetti, que concentra el desencanto, la ironía y los aires de blasfemia en un formato de plegaria que se niega a renegar de la tradición.

2. Antecedentes y contextos

Al intentar un panorama de la poesía latinoamericana en busca del elemento religioso, son varias las expectativas, sorpresas y contradicciones que se encuentran en el camino. Primero, porque se da por sentado que lo religioso o lo sagrado está presente en dicha poesía sin lugar a dudas. Y es que, como resultado de la evolución histórica, cultural e ideológica del continente se supondría que el sustrato religioso es uniforme y se vive con la misma intensidad. Sólo que esta idea es obligada a matizarse apenas se observa con cierto detenimiento el trato de los y las poetas latinoamericanos con lo sagrado, la fe o la religión. Segundo, porque la influencia formal e ideológica de las vanguardias en épocas tan tempranas como el modernismo, hizo que esta poesía asumiera un cierto aire de cinismo y nostalgia alcanzando un grado profundo de desencanto, como siempre, en relación con las instituciones religiosas, aunque con una nostalgia del trato con lo sagrado.

Anteriormente proliferaban antologías de poesía religiosa española que ocasionalmente incluían autores hispanoamericanos.11 Una de las más representativas, aunque no dedicada sólo a este continente, es la de Emilio del Río (1964).12Dios en la poesía actual, de Ernestina de Champourcin (1976) documenta algunos de estos esfuerzos y califica a algunos de incompletos.13 Ella misma, al integrar poetas hispanoamericanos, abre con Rubén Darío y Amado Nervo (al lado de los “modernistas” españoles) y culmina con Ernesto Cardenal. No obstante, el panorama que presenta es amplio y su combinación de poetas españoles e hispanoamericanos fue aleccionadora. Las antologías continentales han sido un tanto escasas, y las nacionales no tanto, aunque su énfasis es más bien confesional o ideológico.14

Hombre y Dios. II. Cien años de poesía hispanoamericana, de Pilar Maicas García-Asenjo y María Enriqueta Soriano P.-Villamil (1996),15 incluye más autores. Forma parte de un proyecto en tres volúmenes que abarca la poesía española y europea. Su criterio temático, así como la perspectiva un tanto eclesiástica, impiden apreciar las aportaciones específicas de los poetas incluidos, aun cuando manifiesta interés por los poemas más representativos del continente. Cronológicamente, va de José Martí a Raúl Zurita. Sea por información limitada o falta de atrevimiento, las generaciones recientes aparecen poco representadas. Entre las antologías regionales sobresale Las armas de la luz. Antología de la poesía contemporánea de América Central, de Alfonso Chase (1985),16 minuciosa compilación que rescata obras ubicadas en un espectro ideológico bien determinado, pero que documenta muy bien el tema religioso en una época convulsa de la historia centroamericana.17 Otra recopilación interesante es la de poesía judía latinoamericana llevada a cabo por Santiago Kovadloff.18

La variedad de la presente selección intenta reflejar la multiforme preocupación por lo sagrado que ha estado presente en los poetas latinoamericanos. Ante la modernidad, algunos de ellos opusieron su oficio como una reacción personal a los dilemas planteados (Darío, López Velarde), otros se subieron al novedoso tren y ensayaron búsquedas heterodoxas sin olvidar sus orígenes (Tablada, Vallejo). Otros más, ya plenamente modernos, aplicaron las lecciones del nuevo modo de hacer para interrogar a su tradición críticamente (Borges, Lezama Lima, Paz) y abrieron la senda para los poetas posteriores.

Esta antología rastrea la isotopía religiosa en el corpus poético latinoamericano del siglo XX, de ahí que debe inscribirse, necesariamente, en el espectro o como un derivado de las antologías de la poesía latinoamericana en general, pues revisa, de otra manera, la producción poética del continente. El tratamiento de lo religioso es el eje que estructura la selección, pues a partir de los “fundadores”, es posible articular una nómina que abarque poemas de autores poco favorecidos por las antologías aunque de calidad innegable.

Así, junto a los autores “canónicos” (Darío, López Velarde, Tablada, Mistral, Vallejo, De Andrade, Huidobro, Pellicer, Borges, entre los más antiguos) y de quienes consolidaron la poesía posterior (Gorostiza,19 Villaurrutia, Neruda, Guillén, Lezama Lima, Molina, Paz, Parra, entre otros), se ubican Fernando Paz Castillo, Pablo de Rokha y Evaristo Ribera Chevremont, dentro del primer bloque, y Francisco Luis Bernárdez, Dulce María Loynaz, Germán Pardo García, Jorge Carrera Andrade, Clara Silva, Sara de Ibáñez, Óscar Cerruto, Vinicius de Moraes y Francisco Matos Paoli, en el segundo. Silva le advierte a Dios que su misticismo es diferente al de la antigüedad, pues está anclado en la cotidianidad, y que exige su atención: “No soy como tus santas,/ tus esposas,/ Teresa, Clara, Catalina,/ que el Ángel sostiene en vilo/ sobre la oscuridad de la tierra, mientras tu aliento/ tempranamente las madura [...] Soy como soy/ yo misma,/ la de siempre,/ con esta muerte diaria/ y la experiencia triste/ que guardo en los cajones/ como cartas;/ con mi pelo, mi lengua, mis raíces,/ y el escándalo que hago con tu nombre/ para oírme;/ y tu amor que revivo en mí cada mañana,/ masticando tu cuerpo/ como un perro su hueso”.

León Felipe ocupa un lugar especial, pues el grueso de su obra lo produjo en el exilio. Su voz desgarradora asume el problema religioso y humano con una fe ambigua que se retuerce entre la blasfemia, la ternura y el profetismo de corte bíblico. Es justamente el tema del exilio donde este poeta se manifiesta como un salmista contemporáneo, pues, como escribe Luis N. Rivera-Pagán, “eleva la derrota de la República a cumbres de tragedia metafísica con honduras religiosas. El poeta, sin patria ni hogar, puede mirar, despojado de falsas y superficiales ilusiones, la insondable soledad humana y cantar el salmo de las tristezas y las esperanzas. La desventura española se transmuta en parábola del universal llanto humano, a cuyo canto dedica el poeta su vida de caminante”.20

Los grandes poetas fundadores (para usar la terminología de Saúl Yurkievich) asumieron y trabajaron el tema religioso desde la perspectiva de una superioridad artificiosa, acaso con la excepción, quién lo diría, de Huidobro. Vallejo sería el ejemplo de una voz honda y sincrética que no sólo recicló formalmente la tradición sino que increpó a lo sagrado con una enorme autenticidad. Borges siguió otro camino desde su increencia marcada por la melancolía de una fe infantil que nunca lo dejó en paz. Lezama traduce en sus alucinaciones lingüísticas una fe por momentos lúcida y por momentos atormentada.

Paz encarnó como pocos la figura del poeta moderno y sus poemas sobre Dios muestran que, habiendo abrevado directamente en las vanguardias, el tratamiento de dicho tópico manifiesta su apropiación del asunto. Igual que Cernuda, concebía su obra poética como una biografía espiritual. Prófugo del catolicismo convencional, como Vallejo, no dejó de pensar en la divinidad, ajeno como estaba ya a cualquier marco dogmático o doctrinal. Su poema “El ausente” se centra en el tema de la sangre, remitiendo al sacrificio, simultáneamente prehispánico y cristiano. Dios es insaciable, sediento y vacío, y está ligado, indisolublemente, a la barbarie de los sacrificios. El sacrificio de Dios, la muerte del creador que concentra en sí misma el camino de esas sangres derramadas. Acaso los años terribles de la guerra influyeron en el poeta para expresarse así, queriendo ver en la muerte la negación total de ese Dios heredado. Además, no hay que olvidar sus reflexiones sobre “la revelación poética” en El arco y la lira:

La palabra poética y la religiosa se confunden a lo largo de la historia. Pero la revelación religiosa no constituye —al menos en la medida en que es palabra— el acto original sino su interpretación. En cambio, la poesía es revelación de nuestra condición y, por eso mismo, creación del hombre por la imagen. La revelación es creación. El lenguaje poético revela la condición paradójica del hombre, su “otredad” y así lo lleva a realizar lo que es. No son las sagradas escrituras de las religiones las que fundan al hombre, pues se apoyan en la palabra poética. El acto mediante el cual el hombre se funda y revela a sí mismo es la poesía. […] la religión interpreta, canaliza y sistematiza dentro de una teología la inspiración, al mismo tiempo que las iglesias confiscan sus productos. La poesía nos abre la posibilidad de ser que entraña todo nacer; recrea al hombre y lo hace asumir su condición verdadera […]21

La palabra poética: coincidentemente es el mismo concepto que utilizó el teólogo Karl Rahner para referirse al entrenamiento que requiere el oído humano para captar la palabra divina. Según él, saber oír la palabra poética de los grandes autores capacita, ejercita y otorga la gracia para escuchar adecuadamente el mensaje divino.22

A estas alturas, es posible plantear algunos nombres y escrituras casi paradigmáticas. Pueden mencionarse las escrituras de Pablo Antonio Cuadra, Nicanor Parra y Mario Benedetti. Cuadra es un modelo de poeta-creyente perfectamente consciente de sus responsabilidades como poeta-crítico. La manera en que rescató la religiosidad popular nicaragüense e intentó el diálogo con la espiritualidad ancestral tiene vigencia para quienes deseen explorar esos espacios.23 Algo similar ocurre con el boliviano Óscar Cerruto, cuyo poema “Los dioses oriundos” es una celebración del mundo redivivo de las deidades antiguas. Parra y su antipoesía representan el punto de partida de una poesía escéptica, sarcástica, que ha creado toda una escuela en el continente. Benedetti es el poeta comprometido que voltea su mirada para reclamar a Dios la mala leche con que ha escogido a sus representantes. Roque Dalton, en esa línea, es una figura emblemática, aunque otros nombres, como el guatemalteco Roberto Obregón, encarnan mejor la síntesis que simbolizan estas búsquedas.

Los poetas-sacerdotes, influidos por la teología de la liberación o no, como en el caso de Ernesto Cardenal, constituyen una tradición en sí mismos. Su presencia constante, a veces de origen ibérico, ha aportado a la poesía continental voces nada despreciables. Allí están para constatarlo Ángel Martínez Baigorri, maestro de Cuadra y Cardenal, Ángel Gaztelu en Cuba y, más recientemente, el obispo catalán Pedro Casaldáliga en Brasil. Otros autores importantes son, en Chile, José Miguel Ibáñez Langlois, y en Argentina, Osvaldo Pol.24 La labor de estos poetas pone en práctica algunos postulados del teólogo alemán Karl Rahner.25En esta línea, debe mencionarse a Ángel Darío Carrero, poeta puertorriqueño, franciscano, que en Llama del agua ha plasmado una religiosidad mística atenta a lo que sucede a su alreredor.

3. La poesía de autores protestantes

Otra veta presente en América Latina, que aún espera ser descubierta y explorada es la poesía marginal, esto es, la producida por autores protestantes. En el ambiente evangélico la poesía siempre tuvo buenos cultivadores, pues todas las revistas incluían secciones literarias y el uso que se hacía de la poesía en diversas celebraciones era proverbial. La nómina de autores relevantes incluye, entre otros, a Laura Jorquera, Sante Uberto Barbieri, Gonzalo Báez-Camargo, Ángel Mergal, Francisco Estrello y Luis D. Salem (Aristómeno Porras), entre otros. Sus poemas circulaban con profusión en las iglesias y comunidades de mediados de siglo. Por ejemplo, En comunión con lo eterno, la antología recopilada por Estrello, fue ampliamente utilizada en los campamentos de todo el continente. Algunos, como Barbieri y Báez-Camargo, nunca dejaron de publicar poemas y tuvieron estrecho contacto personal. El caso de Báez-Camargo es muy notable, pues fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Salem llevó a cabo un recuento de los principales escritores protestantes.26 El pastor y teólogo español Claudio Gutiérrez Marín llevó a cabo una importante recopilación temática de poesía cristiana publicada en México, la cual incluye autores españoles de todas las épocas y algunos hispaoamericanos.27

La himnología tampoco ha sido ajena a esta veta, motivo por el cual se han incluido aquí algunos himnos de Vicente Mendoza, metodista mexicano, cuya labor es todavía hoy una referencia obligada; además, aparecen otras muestras de los obispos metodistas Federico Pagura y Mortimer Arias, argentino y uruguayo, respectivamente. En 1979 apareció Poesía y vida, una antología de poemas mayormente publicados en la revista Certeza, reconocida como una iniciativa de diálogo con la cultura latinoamericana. Uno de los autores incluidos, el salvadoreño Julio Iraheta Santos ha evolucionado con los años y actualmente es uno de los poetas con mayor prestigio. En Costa Rica han surgido otros nombres importantes como Eduardo Retana y Carlos Bonilla, y en Ecuador, George Reyes. Lamentablemente, la tradición literaria protestante se ha visto disminuida en los últimos lustros, pues las nuevas generaciones no han recibido el estímulo que se advertía en otras épocas en las iglesias e incluso en los seminarios teológicos. No obstante, en Internet existen algunas páginas que pueden ayudar a subsanar esta carencia.

En los años 70 y 80 hubo varios intentos por acercar la producción poética a los nuevos movimientos teológicos. Son dignos de mencionarse, entre ellos, los trabajos de Sergio Arce (tras las huellas de León Felipe), Raúl Macín y Juan Damián, por citar algunos, quienes en el marco del debate ideológico y eclesial de entonces escribieron poemarios-manifiestos con una tendencia profética militante y ecuménica.28 Cercanos a esa línea, Julia Esquivel y Rubem Alves se orientaron no sólo hacia la denuncia sociopolítica sino a una forma de profundización en realidades poco expresadas en el campo religioso protestante. Así, Esquivel escribió El Padrenuestro desde Guatemala, un gran poema que canta la tragedia de dicho país en los años más difíciles de los gobiernos militares.29 Recientemente ha sido incluida en uno de los volúmenes de la Trilogía poética de las mujeres en Latinoamérica y España. Alves, uno de los pioneros de la teología de la liberación protestante, y que por ello mismo comenzó en el terreno de la lucha ideológica, derivó hacia una poesía dominada por el asombro del mundo.30 La poesía de ambos es testimonio de una visión humana madurada largamente en medio de la amargura y el descubrimiento de nuevas formas de vivir la fe. Alves llegó a la poesía luego de un peregrinaje existencial que lo obligó a expresarse siguiendo la estela de Eliot en relación con la oración: “La palabra que dice nuestra verdad no habita en nuestro saber./ Fue expulsada de la morada de los pensamientos./ Su apariencia era extraña, daba miedo./ Ahora habita en poros,/ pero en el fondo:/ lejos de lo que sabemos,/ allí, donde no pensamos,/ al abrigo de la luz diurna,/ en el lugar de los sueños,/ suspiros sin palabras”.31

Esquivel, después de reescribir el Padrenuestro en una clave distinta desde el exilio, en los peores años del militarismo guatemalteco, escribe ahora una poesía de orientación mística, pero siempre con los ojos puestos en la tragedia humana. Sus palabras son sencillas pero efectivas: “Quiero ser tu pañuelo, Señor,/ limpio, suave, pulcro, fuerte,/ listo siempre/ entre tus manos que sanan […] Y si te crucifican otra vez/ y necesitas mortaja,/ puedes convertirme en sudario…/ o en la bandera blanca de tu resurrección”. Uno de sus libros fue prologado por Luis Cardoza y Aragón.32

4. Palabras últimas

Con lo expuesto hasta aquí puede apreciarse que la temática religiosa sigue muy viva en la poesía latinoamericana, aun cuando la crítica especializada no le presta mucha atención. En el campo religioso la situación no es muy distinta, aun cuando se registran algunas excepciones notables, como las jornadas de estudio convocadas por el celam en octubre de 1988, en las que participaron poetas como Zaid, Juarroz, Fernando Charry Lara y Darío Jaramillo,33 o algunos artículos sueltos. Además, no hay que olvidar que una tendencia teológica reciente es la teopoética, es decir, la elaboración de un discurso teológico elaborado en un lenguaje literario,34 pero hace falta profundizar más en las relaciones entre teología y literatura, y viceversa. Los temas, tópicos y constantes que manifiestan el fecundo encuentro entre poesía y religión aparecen, en la poesía popular, por ejemplo, en los cantos a lo divino, en la gran cantidad de Padresnuestros que se han producido en el continente, o en la poesía guadalupana, entre otros asuntos.35

Debo agradecer el apoyo de Sara Ávila Forcada y Rubén Arjona, quienes generosamente contribuyeron con bibliografía inaccesible durante su estancia en Estados Unidos. No puedo dejar de mencionar la simpatía, el entusiasmo y el acompañamiento de Victorio Araya, Ángel Darío Carrero, Edmundo Retana, Alejandro Querejeta, Luis Rivera-Pagán y George Reyes, quienes de diversas maneras se sumaron al proyecto y generosamente aportaron sugerencias, materiales y contactos.

Para Rocío, Helena y Leopoldo, este nuevo peregrinaje poético

1 J. Aguilar Mora, “La muerte de Dios”, en Biblioteca de México, núm. 54, noviembre-diciembre de 199, pp. 4-5.

2Ibid, p. 6. Véase Reinerio Arce, Religión: poesía del mundo venidero. Quito, Ediciones CLAI, 1996.

3 R. Gutiérrez Girardot, “César Vallejo y ‘la muerte de Dios’”, en Cuestiones. México, FCE, 1994, p. 47. En 2000, Gutiérrez publicó un libro con el título de este ensayo.

4Ibid, pp. 50-51.

5Ibid, pp. 51-52.

6Ibid, pp. 54-55.

7 Cf. Ramón Xirau, “César Vallejo: zozobra, ruptura, sacralidad”, en Dos poetas y lo sagrado. México, Joaquín Mortiz, 1980, pp. 66-107; y L. Cervantes-Ortiz, “Vanguardia y cristianismo en la poesía de César Vallejo”, en Signos de Vida, Quito, Ecuador, núm. 21, septiembre de 2001, pp. 35-38.

8 G. Zaid, “Muerte y resurrección de la cultura católica”, en Ensayos sobre poesía. México, El Colegio Nacional, 1993 (Obras, 2), pp. 297-343, ensayo preliminar del libro Tres poetas católicos, dedicado a López Velarde, Pellicer y Manuel Ponce. En “Orígenes ignorados”, Letras Libres, núm. 6, junio de 1999, p. 31, es muy explícito: “¿Por qué hay más inquietudes religiosas en los medios culturales que inquietudes culturales en los medios religiosos? ¿Por qué la Iglesia, que hasta hace unos cuantos siglos era la cultura misma: el lugar de la creatividad en la música, las artes plásticas, el teatro, la literatura, la filosofía, la ciencia, ya no lo es? […] Una fe que no produce cultura acaba subordinada a las creencias de quienes sí la producen”.

9 Cf. T.S. Eliot, Notas para una definición de la cultura. Trad. de Félix de Azúa. Barcelona, Bruguera, 1984.

10 Cit. por R. Gutiérrez Girardot, Modernismo, p. 7.

11 Como ejemplos, pueden mencionarse las siguientes: José María Pemán y Miguel Herrero, Suma poética: amplia colección de la poesía religiosa española. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1944; Leopoldo de Luis, Poesía española contemporánea: antología (1939-1964): poesía religiosa. Madrid, Alfaguara, 1969; Roque Esteban Scarpa, Poesía religiosa española. Santiago de Chile, Ediciones Ercilla, 1941; Lázaro Montero, Poesía religiosa española, antología. Zaragoza, Ebro, 1960; y, por supuesto, la Antología de poesía cristiana. (Siglos XII al XX), Terrassa (Barcelona), CLIE, 1985.

12 E. del Río, Antología de la poesía católica del siglo XX. Madrid, A. Vasallo, 1964. En este volumen aparecen fragmentos del Libro de Horas de Pablo Antonio Cuadra.

13 E. de Champourcin, Dios en la poesía actual. Selección de poemas españoles e hispanoamericanos. 3a. ed. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1976.

14 Arnulfo Vigil armó con escasa fortuna una Antología de poesía cristiana en América Latina (México, Claves Latinoamericanas, 1990), pues incluyó poetas marginales y escasos nombres importantes, ubicados todos en una perspectiva ideológica limitada.

15 P. Maicas García-Asenjo y M.E. Soriano P.-Villamil Hombre y Dios. II. Cien años de poesía hispanoamericana. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1996. La introducción general y las introducciones a cada sección estuvieron a cargo de Antonio Lorente Medina.

16 A. Chase, Las armas de la luz. Antología de la poesía contemporánea de América central. San José de Costa Rica, Departamento Ecuménico de Investigaciones, 1985.

17 Acerca de la poesía centroamericana, véase Horacio Peña, “Los mil rostros de Dios en la poesía centroamericana”, en Pensamiento Centroamericano, San José de Costa Rica, vol. 48, núm. 221, octubre-diciembre de 1993, pp. 30-53.

18 S. Kovadloff, “Poesía judía en lengua española”, en E. Toker, pról. y sel., Panorama de la poesía judía contemporánea. Celebración de la palabra. Buenos Aires, Mila’-Editor, 1989, pp. 143-200. Sin ánimo de exhaustividad, otras antologías dignas de mencionarse son: en Argentina, Roque Raúl Aragón La poesía religiosa argentina. Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1967; y Arturo López Peña, Poesía argentina de inspiración religiosa. Antología. Buenos Aires, Ministerio de Cultura y Educación-Ediciones Culturales Argentinas, 1992. En Brasil, Jamil Almansur Haddad, O livro de ouro da poesía religiosa brasileira. Río de Janeiro, Edições de Ouro, 1966. En Chile, Antología de poesía religiosa chilena. Santiago, Facultad de Letras, Centro de Estudios de Literatura Chilena, Ediciones Universidad Católica de Chile, 1989 y 2000. (Este libro abarca desde la época precolombina hasta el siglo XX.) En Colombia, Margarita de Belén, La poesía religiosa granadino colombiana. Bogotá, 1960, y Federico Díaz-Granados, Poemas a Dios. Bogotá, Planeta, 2001. En México, el mejor esfuerzo es el del sacerdote Carlos González Salas, Antología mexicana de poesía religiosa; siglo veinte. México, Jus, 1960, pues recorre el siglo combinando nombres reconocidos con otros del ámbito eclesiástico que recibieron difusión muy limitada. En 1997, Jorge Eugenio Ortiz Gallegos publicó una antología breve pero muy valiosa (Poesía religiosa mexicana. Siglo XX. México, Delegación Iztapalapa, 1997 (Lajas de papel, 1). Raymundo Ramos es, hasta el momento, el más reciente antologador de esta poesía: su Deíctico de poesía religiosa mexicana (Buenos Aires, Lumen, 2003), abarca desde la Colonia hasta nuestros días, aunque no recoge poemas de autores de generaciones recientes, pero rescata del olvido nombres poco reconocidos por la crítica.

19 Sobre las raíces bíblicas, religiosas y filosóficas de Muerte sin fin, véase Evodio Escalante, José Gorostiza: entre la redención y la catástrofe. México, UNAM-Juan Pablos, 2001.

20 L.N. Rivera-Pagán, “Entre el llanto y la luz: imágenes bíblicas en la poesía del exilio latinoamericano de León Felipe”, en Mito, exilio y demonios. Literatura y teología en América Latina. San Juan, Publicaciones Puertorriqueñas, 1996, pp. 84-85.

21 O. Paz, El arco y la lira. [1956] 3a. ed. México, FCE, 1972, pp. 155-156. Paz sigue muy de cerca las reflexiones de María Zambrano en El hombre y lo divino. Además, Paz escribe sobre “la muerte de Dios” en Los hijos del limo: del romanticismo a la vanguardia. 3ª ed. ampliada. Barcelona, Seix-Barral, 1981, pp. 73-80.

22 K. Rahner, “La palabra poética y el cristiano”, en Escritos de teología. Tomo IV. Madrid, Taurus, 1961, p. 460. Rahner escribió más sobre el tema en “Sacerdote y poeta”, Escritos de teología. Tomo III. Madrid, Taurus, 1961, pp. 331-354. Javier Sicilia sigue esta orientación en Poesía y espíritu (México, UNAM, 1998), donde afirma, por ejemplo: “Cada obra maestra es así un retorno al sentido, es decir, al fundamento de la lengua y, en consecuencia, una develación de la palabra Divina. En la poesía el mundo recupera su sacralidad y su infinito, y nuestra lengua su condición espiritual”, pp. 47-48.

23 Tal vez el libro que mejor ejemplifica el trabajo poético de Cuadra en este sentido sea Libro de Horas, sobre todo en la edición definitiva, publicada en Venezuela en 1996. Una primera versión apareció en 1964 en la Antología de la poesía católica del siglo XX, de E. Del Río.

24 Cf. las siguientes antologías: Ernestina de Champourcin, Dios en la poesía actual. Selección de poemas españoles e hispanoamericanos. 3ª ed. Madrid, BAC, 1976.; y P. Maícas García-Asenjo y M.E. Soriano P.-Villamil, Hombre y Dios. II. Cien años de poesía hispanoamericana. Madrid, BAC, 1996.

25 K. Rahner, “Sacerdote y poeta”, en Escritos de teología. III. Vida espiritual-sacramentos. Madrid, Taurus, 1961, p. 353: “Y el poeta llama al sacerdote. Las protopalabras que el poeta dice son palabras de anhelo. Nos hablan algo plástico, concreto, denso; lo plástico irrepetible que apunta más allá de sí, lo próximo que acerca la lejanía. Sus palabras son cual puertas, bellas y firmes, claras y seguras, pero puertas abiertas a lo infinito, sin medida. Llaman lo innominado, se alargan a lo inasible. Son actos de fe en el espíritu y en la eternidad, actos de esperanza en una plenitud que ellas no pueden darse a sí mismas, actos de amor a los bienes desconocidos”.

26 L.D. Salem, La palabra escrita. México, Casa Unida de Publicaciones, 1991.

27 Cf. C. Gutiérrez Marín, ed., Lírica cristiana. México, Publicaciones de la Fuente, 1961. Estas palabras del prólogo merecen citarse: “España y la América Española cuentan en su haber con una brillante pléyade de poetas cristianos. Desde los albores de la literatura hispana, amparada en el calor del Templo, hasta nuestros días no han enmudecido los cánticos de los poetas y al poesía épica, lírica o dramática, con sus matices múltiples, engalana y hermosea as páginas de su literatura. América, unida a España por vínculos de Fe y de lenguaje, no siempre bien comprendidos ni valorizados, se ha incorporado al ritmo de esa proyección poética formando un todo con ella deigno de reconocimiento y alabanza” (p. 7).

28 Cf. S. Arce, El salmo robado. México, Centro Nacional de Comunicación Social, 1977; R. Macín, A la muerte de la muerte. México, Centro Nacional de Comunicación Social, 1977; Idem, México, ISAL, s.f.; y J. Damián, Este nuestro pueblo. Poemas proféticos. Lima, Centro de Estudios y Publicaciones, 1975.

29 J. Esquivel, El Padrenuestro desde Guatemala y otros poemas. San José de Costa Rica, Departamento Ecuménico de Investigaciones, 1981.

30 Cf. Pai Nosso (São Paulo, Paulinas, 1987), uno de los libros paradigmáticos de Alves, donde se acerca a la corriente denominada teopoética.

31 Cf. L. Cervantes-Ortiz, Series de sueños. La teología ludo-erótico-poética de Rubem Alves. México-Quito, Centro Basilea de Investigación y Apoyo-CLAI-Lutheran School of Theology at Chicago-UBL, 2003. En portugués: A teologia de Rubem Alves: poesia, brincadeira e erotismo. Campinas, Papirus, 2005.

32 Se trata de Florecerás Guatemala. México, Casa Unida de Publicaciones, 1989.

33 Cf. Varios autores, Presencia de Dios en la poesía latinoamericana. Dios siempre vivo. Bogotá, celam-Pontificia Universidad Javeriana, 1989.

34 Cf. Rubem Alves, “Theopoetic: longing and liberation”, en L. Getz y R. Costa, eds., Struggles for solidarity, 1992, pp. 159-171; y Gustavo Gutiérrez, “Lenguaje teológico: plenitud del silencio”, en La densidad del presente. Salamanca, Sígueme, 2003, pp. 41-70.

35 Sobre el Padrenuestro, véase José Antonio Carro Celada, Jesucristo en la literatura española e hispanoamericana del siglo XX. Madrid, BAC, 1997, pp. 71-73, y sobre la poesía guadalupana, Joaquín Antonio Peñalosa, Flor y canto de la poesía guadalupana. Siglo XX. México, Jus, 1984.

Rubén Darío

Nicaragua (1867-1916)

Charitas

A Vicente de Paul, nuestro Rey Cristo

con dulce lengua dice:

—Hijo mío, tus labios

dignos son de imprimirse

en la herida que el ciego

en mi costado abrió. Tu amor sublime

tiene sublime premio: asciende y goza

el alto galardón que conseguiste.

El alma de Vicente llega al coro

de los alados ángeles que al triste

mortal custodia: eran más brillantes

que los celestes astros. Cristo: —Sigue

—dijo al amado espíritu del Santo—.

Ve entonces la región en donde existen

los augustos Arcángeles, zodíaco

de diamantina nieve, indestructibles

ejércitos de luz y mensajeras

castas palomas o águilas insignes.

Luego la majestad esplendorosa

del coro de los Príncipes,

que las divinas órdenes realizan

y en el humano espíritu presiden;

el coro de las altas Potestades

que al torrente infernal levantan diques:

el coro de las místicas Virtudes,

las huellas de los mártires

y las intactas manos de las vírgenes;

el coro prestigioso

de las Dominaciones que dirigen

nuestras almas al bien, y el coro excelso

de los Tronos insignes,

que del Eterno el solio,

cariátides de luz indefinible,

sostienen por los siglos de los siglos,

y al coro de Querubes que compite

con la antorcha del sol.

Por fin, la gloria

de teológico fuego en que se erigen

las llamas vivas de inmortal esencia.

Cristo el Santo bendice

y así penetra el Serafín de Francia

al coro de los ígneos Serafines.

Letanía de nuestro Señor Don Quijote

A Francisco Navarro Ledesma

Rey de los hidalgos, señor de los tristes,

que de fuerza alientas y de ensueños vistes,

coronado de áureo yelmo de ilusión;

que nadie ha podido vencer todavía,

por la adarga al brazo, toda fantasía,

y la lanza en ristre, toda corazón.

Noble peregrino de los peregrinos,

que santificaste todos los caminos

con el paso augusto de tu heroicidad,

contra las certezas, contra las conciencias

y contra las leyes y contra las ciencias,

contra la mentira, contra la verdad…

¡Caballero errante de los caballeros,

varón de varones, príncipe de fieros,

par entre los pares, maestro salud!

¡Salud, porque juzgo que hoy muy poca tienes,

entre los aplausos o entre los desdenes,

y entre las coronas y los parabienes

y las tonterías de la multitud!

¡Tú, para quien pocas fueran las victorias

antiguas y para quien clásicas glorias

serían apenas de ley y razón,

soportas elogios, memorias, discursos,

resistes certámenes, tarjetas, concursos,

y, teniendo a Orfeo, tienes a orfeón!

Escucha, divino Rolando del sueño,

a un enamorado de tu Clavileño,

y cuyo Pegaso relincha hacia ti;

escucha los versos de estas letanías,

hechas con las cosas de todos los días

y con otras que en lo misterioso vi.

¡Ruega por nosotros, hambrientos de vida,

con el alma a tientas, con la fe perdida,

llenos de congojas y faltos de sol,

por advenedizas almas de manga ancha,

que ridiculizan el ser de la Mancha,

el ser generoso y el ser español!

¡Ruega por nosotros, que necesitamos

las mágicas rosas, los sublimes ramos

de laurel! Pro nobis ora, gran señor.

(Tiembla la floresta de laurel del mundo,

y antes que tu hermano vago, Segismundo,

el pálido Hamlet te ofrece una flor.)

Ruega generoso, piadoso, orgulloso,

ruega casto, puro, celeste, animoso;

por nos intercede, suplica por nos,

pues casi ya estamos sin savia, sin brote,

sin alma, sin vida, sin luz, sin Quijote,

sin pies y sin alas, sin Sancho y sin Dios.

De tantas tristezas, de dolores tantos,

de los superhombres de Nietzsche, de cantos

áfonos, recetas que firma un doctor,

de las epidemias de horribles blasfemias

de las Academias,

líbranos, señor.

De rudos malsines,

falsos paladines,

y espíritus finos y blandos y ruines,

del hampa que sacia

su canallocracia

con burlar la gloria, la vida, el honor,

del puñal con gracia,

¡líbranos, señor!

Noble peregrino de los peregrinos,

que santificaste todos los caminos,

con el paso augusto de tu heroicidad,

contra las certezas, contra las conciencias

y contra las leyes y contra las ciencias,

contra la mentira, contra la verdad…

Ora por nosotros, señor de los tristes,

que de fuerza alientas y de ensueño vistes,

coronado de áureo yelmo de ilusión;

¡que nadie ha podido vencer todavía,

por la adarga al brazo, toda fantasía,

y la lanza en ristre, toda corazón!

1905

Amado Nervo

México (1870-1919)

Si tu me dices “¡ven!”