El viaje del conocimiento - Javier Fernández Panadero - E-Book

El viaje del conocimiento E-Book

Javier Fernández Panadero

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¿Alguna vez has estado muy seguro de una idea y resultó ser falsa? ¿Porque la habías aprendido en el colegio? ¿Porque te lo había dicho una Inteligencia Artificial? ¿Te has cuestionado la veracidad de lo que sabías hasta ahora? ¿No? De eso va este libro. No de preguntas cuya respuesta desconoces, sino de preguntas cuya respuesta científica crees conocer (y, por lo tanto, no cuestionas) y de por qué sucede esto. Camina con Javier Fernández Panadero, uno de nuestros mejores divulgadores, para descubrir la magia que se esconde en el mundo normal tal y como la entiende la ciencia. Un viaje apasionante a uno de los mejores lugares posibles: el conocimiento.

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Javier Fernández Panadero

Javier Fernández Panadero, El viaje del conocimiento

Primera edición digital: noviembre de 2023

ISBN epub: 978-84-8393-703-7

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

Nuestro fondo editorial en www.paginasdeespuma.com

Colección Voces / Ensayo 352

© Del texto: Javier Fernández Panadero, 2023

© De esta portada, maqueta y edición: Editorial Páginas de Espuma, S. L., 2023

c/ Madera 3, 1.º izquierda, 28004 Madrid

Teléfono: 915 227 251

Correo electrónico: [email protected]

Dedicado con mucho cariño a Manu Arregui que nos dejó hace poco. Profesor, divulgador, loco de la astronomía y ciclista incansable. Siempre nos quedará su trabajo, sobre todo su obra viva: las personas que somos mejores porque anduvo entre nosotros.

Manu, te debía este libro, inspirado en aquella charla que tanto te gustó.

¡Buen viaje, compañero!

¿Qué es este libro?

El problema no es estar «errado», es estar «herrado».

¿Alguna vez has estado muy seguro de una idea y que resultara ser falsa?

Quizá fuera algo tan sencillo como la hora de una cita, cómo se pronuncia una palabra o dónde dejaste las llaves. Aun así, no consultaste la agenda, ni el diccionario. Ni dejabas de repetir que las llaves no podían estar en el abrigo… sin mirar en los bolsillos. ¿Por qué comprobar aquello de lo que estoy seguro? Unos minutos más tarde, cuando alguien te convence para mirar, piensas: ¿cómo podía estar seguro si no era cierto?

A esa obstinación en el error me refiero cuando digo «estar herrado 1».

También ocurre con las explicaciones científicas que «creemos saber». Te pondré un ejemplo. ¿Recuerdas el dibujo de la lengua con la distribución por zonas de las papilas gustativas según el sabor? ¿Te habías cuestionado su veracidad hasta ahora? ¿No? ¿Sabes que está mal, por más que estuviera en tu libro de texto del colegio?

De eso va este libro. No de preguntas cuya respuesta desconoces, sino de preguntas cuya respuesta científica crees conocer (y, por lo tanto, no cuestionas) y de por qué sucede esto.

Esta es la razón por la que te animamos, no solo a que consultes el índice, sino a que cuando pienses «Ah, esa me la sé», mires también el contenido. Podrías estar convencido de algo falso.

Si ese es tu caso, no te sientas mal, a mí me pasó igual. Te invito a sorprenderte conmigo mientras caen los muros de tantas falsas certezas.

¿Empezamos?

¿Por qué sucede esto?

Es una curiosa situación, ¿cómo podemos estar seguros de algo que es falso? Veamos.

La ciencia es un conocimiento empírico. Esto quiere decir que el criterio para saber si algo es cierto o falso es el contraste con el mundo físico, digamos, los experimentos. Por esta razón suelo usar la frase: «El que mide, sabe. El que no, solo opina». Hasta aquí, todo perfecto, ¿verdad?

Siguiendo este procedimiento, cuando escuchas algo y quieres saber si es cierto, solo tienes que realizar el experimento que lo decida 2.

Por ejemplo, alguien dice que los objetos más pesados caen más rápido. Probemos que esto está errado. Es sencillo: Toma dos botellas de plástico de medio litro (una llena y una vacía) y déjalas caer. Repite el experimento con una hoja de papel estirada o arrugada y verás la razón que llevó a tantos a creer en este mito: les despistó el rozamiento con el aire. Pues ya está, todos felices. Siguiente desafío.

De acuerdo, aquí va el siguiente desafío: dice un vecino que hay determinada infusión de hierbas que le cura el catarro. ¿Es verdad?

Vaya, ya no es tan fácil. Es cierto que puedo contrastar esta afirmación con el mundo físico, pero para ello necesito hacer análisis y ensayos clínicos. Necesito acceder a miles de personas y a equipos costosos. Esto no se soluciona con un experimento casero.

La ciencia es un saber empírico, pero es imposible contrastar personalmente todas las ideas que se nos presentan. De esta forma estamos obligados a creer lo que nos cuentan.

Necesitamos trasladar nuestra confianza en la prueba empírica a la confianza en el consenso de la comunidad científica, en la esperanza de que ellos usen adecuadamente los métodos científicos y que los sistemas de publicación/revisión sean eficientes.

Sé que nos da escalofríos: la Ciencia, un saber que se jacta de despojarse del argumento de autoridad 3, requiere ser transmitido y enseñado necesariamentepor argumento de autoridad.

Es importante señalar que esto no quiere decir que el conocimiento científico sea de la misma «calidad» que la opinión de cualquier peatón, incluidos nosotros mismos.

Aunque los transmitamos de forma similar, la gran diferencia sigue estando en que el científico construyó su conocimiento por métodos empíricos, en lugar de aceptar como verdad una opinión, incluso la suya.

De esta forma, los que divulgamos el conocimiento científico contamos lo que otros nos contaron, aexcepción de aquellos investigadores que comunican específicamente sus experimentos… salvo cuando se apoyen en los resultados de otros compañeros, porque ahí tendrán el mismo problema que el resto. ¿Y qué resultado no se apoya en la ciencia previa?

Pero, atención, la potencia de la ciencia se basa precisamente en que es un esfuerzo colectivo, en transmitir el conocimiento adquirido y subirse a hombros de gigantes para poder ver más allá. Así que este problema o característica 4 es algo consustancial a cómo entendemos la ciencia.

Es cierto que, en ocasiones, podemos usar sencillas demostraciones que son capaces de falsar o ilustrar resultados (como vimos en el ejemplo de las botellas), pero frecuentemente carecen del detalle y el cuidado para llamarlas «experimentos» o constituirse en verdaderas pruebas científicas.

¿Queremos decir que, en el contexto de una clase o una conferencia, hacer experimentos, demostraciones y demás es un acto innecesario porque bastaría con «contar lo que sale»?

Estas prácticas nos muestran cómo son los métodos científicos, cómo se evitan los sesgos, cómo se toman los datos y cómo se tratan. Nos enseñan cómo se «hace» esa ciencia que nos están contando y, por eso precisamente, porque entendemos sus procedimientos y consideramos que se trata de una forma excelente de generar conocimiento, es por lo que estamos en condiciones de ceder nuestra certeza y aceptar el consenso de la comunidad científica con confianza. Así que, lejos de estar en contra del uso de las demostraciones, somos unos de sus más fervorosos valedores con el cacharrismo 5, que nos hizo famosos.

Por todo esto tenemos que aceptar el hecho de que, en tu vida cotidiana, el empirismo y el espíritu crítico quedan reducidos, casi totalmente, a la consulta con fuentes fiables y al acceso a conocimiento experto.

Pero ¿y si cotejamos? ¿En qué consiste cotejar, esa acción abstracta, de la que todos hablan, que parece tener la potencia de distinguir «lo bueno de lo malo»? ¿Mirar en dos fuentes? ¿En tres? ¿Buscar en la red y elegir lo que más aparezca? ¿Lo primero que salga?

Ya nos gustaría tener una herramienta «formal», independiente del contenido, una «actitud» o un «método» que pueda servir para cualquier rama del saber. De hecho, eso es precisamente el empirismo, pero ya hemos visto que, en muchas ocasiones, está fuera de nuestro alcance individual.

Pensemos en la frase «Las ondas de radio producen cáncer». Habrás oído que es una buena idea elegir que la carga de la prueba deba caer sobre quien afirma. Por lo que no aceptaremos que sean cancerígenas hasta que se pruebe que lo son. Pero una cosa es que tengamos un criterio de «economía de pensamiento» (como este o la Navaja de Ockham 6), y elijamos no aceptar datos sin pruebas, y otra, que podamos decidir así la veracidad de esas afirmaciones.

Te pondré un ejemplo: es diferente que alguien te diga, sin pruebas, que tu pareja te engaña y elijas no creerlo, a dar por hecho que la falta de pruebas de tu «informante» es la constataciónde la fidelidad de tu pareja. ¿A que así lo ves más claro?

Os propongo un divertido giro: ¿y si la afirmación fuera «Las ondas de radio son inocuas»? ¿En quién cae ahora la carga de la prueba?

Para decidir sobre la peligrosidad de las ondas de radio dependemosdel conocimiento concreto: el electromagnetismo, la biología y los estudios epidemiológicos. No podemos aplicar un filtro formal o hacer un experimento en la cocina, hace falta consultar los resultados de las investigaciones que han hecho otros. Necesitamos acudir a lo que otros dicenque han encontrado usando procedimientos empíricos. Cotejar es, por lo tanto, acudir a fuentes fiables de conocimiento experto.

Nota: No os dejaremos con la duda. Las radiaciones de baja frecuencia y a intensidades bajas (como son las señales de radio, wifi, etcétera), después de décadas de uso y montones de estudios en grandes grupos de población, a día de hoy no han podido relacionarse significativamente con la incidencia de cáncer.

Y ¿qué pasa con nuestros referentes? ¿Siempre son fiables?

A veces se equivocan. Peor aún, hay quien a veces «miente» intencionadamente 7.

A veces están desactualizados. El consenso científico ha cambiado, pero ellos no lo saben y lo cuentan «mal».

También podríais ser vosotros los desactualizados. Quiero decir, ayer os lo contaron «bien», para lo que se sabía entonces, pero las cosas han cambiado sin que os hayáis enterado.

Estos últimos casos se deben a la propia naturaleza revisable de las «verdades científicas» a la luz de nuevas explicaciones o resultados experimentales, algo consustancial a la definición de ciencia.

De cualquiera de las formas, si abrazamos nuestros conocimientos científicos como certezas inmutables, corremos el riesgo de estar «ciertos en algo equivocado», testarudamente anclados en algo falso, más herrados que errados. Vaya, ser un poco «burros», si me permitís el símil.

Os contaré una anécdota. En mi juventud estaba convencido de que los galicismos venían del gallego (en lugar del francés). Cada vez que alguien decía «esto es un galicismo», yo pensaba «claro, del gallego». Supongo que en alguna ocasión alguien dijo una frase que no pude acomodar en mi esquema mental, quizá fuera «este galicismo se originó en París». Solo entonces se abrió una grieta, consulté en alguna fuente fiable… y me explotó la cabeza.

No sé si habéis reparado en ello, pero es muy llamativo cómo, con pequeños ajustes, podemos mantener la compatibilidad de nuestros modelos erróneos con los datos del mundo real. No es tan fácil diseñar experimentos «decisivos». De hecho, en mi anécdota, yo podría haber pensado: «sería cosa de uno de Mondoñedo que vivía en Francia, como viajan tanto».

Cuando los comunicadores intentamos derribar mitos muy arraigados usamos con frecuencia este enfoque de «abrir grietas de consistencia». La razón es que la aceptación de un nuevo modelo no es nada fácil, ni en lo personal ni en lo comunitario. Un ejemplo aplicado al terraplanismosería: si la tierra es plana, ¿por qué los barcos se dejan de ver cuando «bajan» tras el horizonte, en lugar de por hacerse pequeños con la distancia?

De mi error y mi testarudez con el concepto de galicismo no culparé a nadie, pero ¿y la división de los humanos en razas? ¿No recordáis haberlo leído en un libro de texto? ¿No os habló de ello un profesor? Pues, sorpresa, en la actualidad ese concepto no se considera correcto.

Uno mismo ha sido víctima y verdugo de esas explicaciones incorrectas, algo que lamento enormemente y que intentaré paliar recogiendo en estas páginas una colección de esos mitos y los factores que los hicieron parecer razonables para beneficio de profesores, alumnos y cualquiera que quiera saber qué hay de verdad en lo que oye.

Algunos de estos errores se derrumban con sencillos razonamientos que muestran grietas lógicas en la explicación errónea, pero otros requerirán acudir a una referencia científica de mayor calidad (o más actualizada) que ponga las cosas en su sitio.

Los temas que trataremos han sido elegidos porque siguen apareciendo en libros de texto, discursos de docentes y creencias populares. Los hay que ya han sido mencionados en otros libros de la serie La ciencia para todos, pero consideramos que deben ser incluidos en este volumen por su persistencia en la sociedad y aprovecharemos para analizarlos con mucha más profundidad.

Aunque la siguiente advertencia es algo que va implícito en cualquier publicación científica, aquí es, además, una divertida autorreferencia: lo que leas a continuación son verdades científicas y, por lo tanto, provisionales y perfectibles a la luz del conocimiento futuro.

Y entonces llegó la Inteligencia Artificial

Es curioso cómo durante muchos años usar el adjetivo «inteligente» era más una estrategia de marketingque otra cosa. Tiempo después las inteligencias artificiales (en sus distintas variantes) se colaron silenciosamente en nuestras vidas tomando decisiones que nos afectan directamente, como la concesión de préstamos, pólizas de seguros o el perfilado de usuarios, y de manera bastante opaca para el público general. Finalmente, con los programas conversacionales, y los que crean imágenes o vídeos, la Inteligencia Artificial (IA) está en el foco de la opinión pública y en los medios de comunicación a diario. Ya se habla de revolución.

Quizás os resulte llamativo que mucho del soporte teórico que fundamenta esto tan «nuevo» tiene décadas de antigüedad. Gran parte de la revolución actual se debe a que es ahora cuando tenemos la capacidad de cálculo y las bases de datos masivas para poder entrenar estas máquinas. Un fenómeno parecido ocurrirá con los nanobots (o puede que esté ocurriendo cuando me leas), ya sabemos cómo los usaríamos. El únicoproblema ahora mismo es hacerlos suficientemente pequeños para poder meterlos en el cuerpo.

Sea como fuere, aquí está la IA. Ahora puedo ir a mi dispositivo, escribir una pregunta en mi propio idioma, sin mucho cuidado con la precisión o en la redacción y obtener una respuesta razonada y explicada. No un enlace a un texto, no un vídeo, una respuesta completa, como la que me daría un experto en el tema. De hecho, es capaz de ir más allá y escribir código en diversos lenguajes de programación si le pides que te haga un programa que resuelva una tarea. El sueño húmedo de aquellos que siempre decían «no hace falta saber nada, todo está en internet».

Seguro que ya la has probado, si no es así te animo a que lo hagas. Es sorprendente. De hecho, consideramos superado el tradicional test de Turing para saber si un software es una inteligencia artificial, ¿verdad? 8.

¿De dónde saca su conocimiento? ¿Tiene acceso a una enciclopedia? ¿Hay un panel de expertos en diversas disciplinas detrás? En realidad, lo que ha hecho es procesar la información accesible hasta ahora. Algunas IA también añaden la posibilidad de consultas en internet en tiempo real.

Vaya, no es muy tranquilizador. Suena a argumento ad Wikipediam 9, al que no le tenemos mucha confianza… ni respeto.

Pero si lo probáis, veréis que acierta mucho, que tiene una conversación muy fluida, que reconduce, detalla y demás conductas que tenemos los humanos. Lo que pasa es que también falla bastante y, lo que es más preocupante, dice con la misma confianza cosas correctas e incorrectas. Vaya, lo que también hacemos muchos humanos. Estas IA han sido programadas como generadores de texto que suenen creíbles, lo que no incluye una adhesión necesariamente a la verdad y por eso los datos concretos, citas, bibliografía o matemáticas, son algunos de sus puntos débiles. Son entornos donde un pequeño cambio puede crear una expresión incorrecta. (Preguntada por mis libros y no era capaz de acertar a la vez el autor, el título y el año de publicación, por más que esa información esté disponible en la red).

Un día le hice una pregunta sobre electricidad y dio una respuesta incorrecta. Se lo hice ver (tardó un buen rato) y, finalmente, me dio la razón con el mismo argumento que yo le había dado para mostrarle su error. Me pregunto: ¿realmente se había «arrepentido» de su error? ¿Incorporaría el nuevo conocimiento? ¿Es solo una salida para que nos callemos los PesadosTM? Sin duda es una pregunta que también me hago con los humanos. Hay quien argumenta que nunca podremos saber si una IA que se interese por cómo estás lo hacen «sinceramente». Pregúntate lo mismo con tus familiares o compañeros de trabajo. De hecho, para mí lo más interesante del mundo de la IA es cómo me devuelve cuestiones cruciales sobre lo que significa ser humano.

Pero no dejéis que me enrolle con las múltiples facetas de este fascinante tema. Centrémonos en aquella que nos ocupa: la veracidad, el criterio de certeza y el espíritu crítico. Porque nos ponemos muy tiquismiquis, pero al final la gente le preguntará a la IA y le dará la respuesta correcta, ¿o no?

Nos habíamos quedado con que la producción de conocimiento mediante los métodos de la ciencia nos parecía una estupenda manera de acercarnos a la búsqueda de la verdad y, por eso, hacemos una aproximación empírica en lo personal y acudimos a los científicos que crean conocimiento mediante este procedimiento… pero ha llegado la IA.

Por una parte, podemos entender que es un «súper buscador» y que nos devuelve conocimiento «destilado» y escogido proveniente del corpuscomún, un poco lo que hace cualquier motor de búsqueda. Os habréis fijado que desde hace un tiempo hay buscadores que hacían algo parecido. Antes de la lista de enlaces te «extractan» una respuesta por si con eso te fuera suficiente, y en algunos casos lo es: la hora de la puesta de sol, un factor de conversión, una propiedad de un material, etcétera. Aunque fijaos también que justo después te ponen el enlace al sitio del que está sacado ese valor. Esto, para nosotros, es mucho más que una curiosidad o una cortesía. Me explicaré.

La mayoría utilizamos buscadores a diario para encontrar información tanto en el ámbito personal como en el profesional con el consiguiente grave riesgo si se aceptase y utilizase información errónea. ¿Cómo nos estamos protegiendo ahora de esos peligros? ¿Cómo sé si ese derecho que dicen que tengo, ese punto de fusión, ese valor de las acciones es correcto? Podría meterme en un buen lío si los doy por buenos y no lo son.

Si habéis llegado hasta aquí ya sabéis la respuesta: «Preguntémonos quién dice qué».

No es lo mismo que un influencer me diga que tengo cierto derecho a que me lo diga la página del Boletín Oficial del Estado o el Estatuto de los Trabajadores. Aunque el buscador me extraiga la información, es crucial saber la fuente y filtrar nosotros según nuestro criterio de certeza.

¿Qué ocurre cuando me dan una respuesta elaborada y sin fuentes? Todo es mucho más sencillo, pero ya no tengo control. Volvemos al estadio infantil de «Papá dice que» o de preguntar a un oráculo. Precisamente queríamos los métodos de la ciencia para emanciparnos de esas servidumbres.

¿Entonces, es la IA el mal encarnado y una herramienta a evitar? Para responder esto, necesito dividir la respuesta en dos:

En primer lugar, está su falta de cuidado en el tratamiento de información personal y la protección de la privacidad, el uso opaco de algoritmos y conjunto de datos, los sesgos ocultos que ha adquirido en el entrenamiento, el consumo de energía, las labores y puestos de trabajo que pone en cuestión y un largo etcétera de problemas asociados a su utilización, sobre los que no entraré en este momento, pero que nos preocupan, y mucho. Me atreveré a decir que es fácil que las soluciones a estos asuntos pasen por la auditoría pública y una legislación que controle las derivas de la tecnología y los usos maliciosos o descuidados… como en tantas otras cosas.

En segundo lugar, en tanto que herramienta para la adquisición del conocimiento, puede resultar muy útil… como una primera aproximación que necesita de una supervisión humana y experta (¡sorpresa!). Alguien capaz de separar el grano de la paja. Pero sin duda, una máquina que está procesando tan enorme cantidad de conocimiento, seguro que propone ideas muy interesantes a considerar, aunque también habrá pifias. Recuerdo otra «conversación» que tuve porque quería hacer algo en html, sin encontrar la manera correcta de hacerlo, así que lo había dado por imposible. Me dijo que sí podía hacerse y me propuso variantes de código que iba cambiando cada vez que le decía que no me funcionaba la anterior. Finalmente, me dijo que no se podía hacer.

Por lo tanto, ¿peligrosa? Si abandonamos todos estos años de desarrollo de la ciencia y del empirismo para aceptar a ciegas lo que dice una pantalla, sí. Muy peligrosa. Pero no demasiado diferente, en el fondo, de la actitud de aquellos que se tomaban como cierto lo que decía «la tele» o el primer resultado que les apareciera en un buscador.

¿Soluciones? La misma de antes: conocimiento experto o acceso a quien lo tiene y lo produce científicamente.

¿Por qué hacerlo yo si puede hacerlo la IA?

Hay quien dice que ya no es necesaria la enseñanza reglada, con profesores, libros y cualquier otra fuente de conocimiento. Suelen ser los mismos que antes decían: «Todo está en internet». La respuesta es similar a la que ya se les daba. Pero eso sí, solo a los sinceros, a aquellos que, coherentemente dejen a sus hijos que se eduquen solos, a su ritmo, con su móvil; los que, diciendo aquello, llevan a sus hijos a colegios carísimos, y les dosifican mucho la tecnología, son solo hipócritas, no perdáis vuestro tiempo con ellos.

También están los que entienden que si estas máquinas pueden responder de forma completa a los problemas que ponemos a los chavales «¿Cuánto se tarda en ir de la ciudad A a la B?», no tiene sentido que les enseñemos a resolverlos.

Me llama la atención mucho ese argumento, porque no veo a nadie entrar a un gimnasio y preguntarle a otro por qué sube y baja la pesa, aconsejándole después que la deje arriba o abajo, donde quiera que esté; o por qué corre en una cinta sin moverse del sitio, o por qué lanza un objeto y luego va a por él. Les digo a mis alumnos que nunca le cuestionan al profesor de educación física que les haga correr en círculos, algo racionalmente repugnante si solo pensamos en los resultados de esa traslación.

No tenéis que explicarme los beneficios de esas actividades, aunque parece que sí es necesario que explique los beneficios de hacer problemas. De hecho, no necesito que una IA le diga al estudiante lo que se tarda de ir de una ciudad a otra. Os revelaré un secreto: yo ya lo sé. Espera, os revelaré un secreto mayor aún, algo que haría avergonzar a cualquier institución educativa, si se supiera: ¡las ciudades A y B no existen! Entonces, ¿por qué lo preguntáis? ¿Por qué hacéis que el pobre muchacho tenga que repetir el procedimiento para averiguarlo? Es por la misma razón por la que lees un libro o escuchas música, o visitas algún país: por el viaje.

Andar el camino con Don Quijote o con Atreyu 10, hacer que el «disco gire» y la música se desenvuelva en el tiempo, vivir esa experiencia es lo que tiene un efecto transformador sobre la persona, sus capacidades y su entrenamiento físico y mental.

De esta forma, aunque las IA hagan cosas mucho mejor que nosotros, siempre nos queda el viaje. Ya llevamos muchos años haciendo máquinas que juegan al ajedrez mejor que cualquier humano y sigue teniendo sentido intelectual y lúdico aprender y practicarlo. Más aún, ¿quién no ha jugado a las tres en raya con un niño? Es un juego en el que, jugando bien, no gana nadie. ¿Ese hecho le quita la función cognitiva y lúdica que tiene para un joven ese momento? ¿Y a ti, adulto, compartirla? El descubrimiento y, sobre todo, la comprensión, de que no puede ganar, ¿no es otro momento de transformación y crecimiento intelectual?

Podemos mirar hacia atrás a otras revoluciones y ver qué ocurrió, porque podría ser parecido. Con la mecanización y la industrialización de procesos a partir del siglo xix, mucho trabajo que se hacía artesanalmente pasó a ser automatizado. Ya no necesito a alguien para fabricar diez botijos al día, porque puedo tener tantos botijos como quiera de manera industrial. Si el objetivo era el producto, ya no tiene sentido el proceso artesanal. Pero ¿y si el objetivo era el viaje, el proceso? ¿No tiene sentido manipular barro hasta producir un botijo por la transformación que produce en mis procesos de pensamiento o en la motricidad, por la creación artística? Si el objetivo es el viaje, todas esas actividades siguen teniendo sentido 11.

De hecho, hay una parte del pensamiento crítico que tiene que ver con la práctica necesaria en la aplicación del conocimiento experto que, precisamente, se consigue con estos «viajes». Si recordáis la adquisición de cualquier destreza física o intelectual, desde atarse los zapatos a conducir, pasando por resolver problemas, era necesaria la práctica (y la reflexión sobre esa práctica) para dominar los procesos e incluso poder extender y abstraer lo aprendido para la aplicación en otros entornos o problemas de características similares.

Hay una multitud de derivadas en estos asuntos de las IA de las que solo apuntaré un par, para vuestra reflexión.

Hay que empezar a repensar qué es necesario y qué es accesorio. Qué cosas, aunque interesantísimas, deben ceder tiempo y espacio a otras. Aunque de todo se puede aprender, el tiempo y los recursos son limitados. Siempre digo que ante una acción educativa hay que preguntarse dos cosas: ¿Por qué? y ¿A costa de qué? Hace años calculábamos los senos y cosenos de ángulos o los logaritmos interpolando en tablas. ¿Es una actividad interesante? Sí. ¿Enseña cosas chulas? Sí. ¿Es algo que ahora no hacemos porque hay cosas más importantes/efectivas/necesarias de las que ocuparse? Pues también. ¿Es posible, entonces, que con las IA automaticemos cosas para pasar a trabajar en un orden superior? Muy probable. Por lo que me dicen amigos programadores, algunos ya lo hacen así. Ellos saben qué quieren hacer, pero no cómo se hace en un lenguaje en particular que tienen que usar. Antes hubieran acudido a un manual o ejemplos. Ahora, piden el código a una IA y lo supervisan 12. Entonces, ¿conocer todo el detalle de cómo se llamaba a tal función va a ser algo cada vez menos necesario? Quizá sí, pero lo que permanece son los conceptos básicos de la programación, qué quiero hacer y por qué. Lo que parece aliviarse es la tarea de encontrar el cómo.

Debemos preguntarnos qué es el arte. Con las IA generadoras de imágenes y los artistas hay muchos frentes abiertos, desde con qué derecho usan obras de arte de todos para entrenarse y si tienen que compensarles por ello, hasta si van a reemplazarles para muchos encargos donde el cliente no aprecia (ni quiere pagar) la diferencia con lo que hubiera hecho un humano. Pero estas disputas pasan porque no hay una definición clara o consensuada de qué es el arte. Permitidme la licencia: «Es lo que hacen los que pintan bien», «es lo que hacen los que saben producir música bonita», «es lo que hacen los que producen textos interesantes»… Poseer la técnica no es suficiente, porque las máquinas hacen esas cosas de formas similares a los humanos y comienza a ser urgente explicar y comprender ese «similar» porque hay quien cree que es igual. O quizá tengan razón estos últimos y el arte sea solo la ilusión de un mono que quería copular y perpetuar sus genes.

Me disculparéis que insista en mi tesis, incluso en este último supuesto. La vivencia interior de la producción artística se aleja mucho de esa hipotética ventaja adaptativa, con lo que el viaje seguiría estando más que justificado. Y, por ello, seguimos y seguiremos cantando en la ducha sin pretender rivalizar con máquinas o artistas, ni hacer conciertos.

Debemos preguntarnos qué pasa con la plusvalía que generan las IA, producidas usando conocimiento público generado en universidades, con financiación pública, con datos públicos… ¿Qué pasa si el trabajo disminuye drásticamente y debemos desligar la provisión de derechos fundamentales con estar empleado, porque no hay empleo para todos? Uniendo ambas cosas, ¿nos llevará la tecnología a un inesperado avance en lo social, a la disminución de la jornada laboral, renta básica, garantía de derechos fundamentales?

Cualquier resultado científico o artístico es un objeto finito. El número de la lotería de mañana está formado por solo unos dígitos. La cura contra el cáncer, los cuadros de Velázquez, la música de Bach o los escritos de Galileo pueden darse como un conjunto finito de bits.