El Viaje en Tren 3: El Perfume de Provenza - un relato corto erótico - Barbara Nordström - E-Book

El Viaje en Tren 3: El Perfume de Provenza - un relato corto erótico E-Book

Barbara Nordström

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  • Herausgeber: LUST
  • Kategorie: Erotik
  • Serie: LUST
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2021
Beschreibung

Clara continúa su viaje en tren y se dirige al sur de Francia para visitar a su amiga Minna, que está veraneando junto a su nuevo novio, Tom, en una lujosa casa de ensueño propiedad de los padres de él. Cuando llega, Clara conoce a Oliver, el apuesto hermanastro de Tom. La cercanía entre ellos va creciendo al tiempo que observa que la relación entre Minna y Tom es cada vez más tóxica. ¿Qué ocurrirá entre Clara y Oliver? ¿Y entre Minna y Tom?-

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Seitenzahl: 49

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Barbara Nordström

El Viaje en Tren 3: El Perfume de Provenza - un relato corto erótico

Translated by Javier Orozco Mora

Lust

El Viaje en Tren 3: El Perfume de Provenza - un relato corto erótico

 

Translated by Javier Orozco Mora

 

Original title: Togrejsen 3 - Duften af Provence

 

Original language: Danish

 

Copyright © 2020, 2021 Barbara Nordström and LUST

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726773637

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

Iba sentada en un tren que recorría la costa italiana, mi intención era alcanzar la riviera francesa ese mismo día. Los recuerdos de la noche anterior, sus vestigios, aún pulsaban en mis venas. Había anhelado un tranquilo viaje en tren a lo largo del brillante mar azul que me ofrecería la oportunidad de relajarme, escuchar música y revivir las experiencias eróticas de la velada. Resultó ser todo lo contrario: el tren rumbo a Génova iba repleto de animados y parlanchines viajantes gozando de sus vacaciones. Iba prensada entre la ventana y una mujer con sobrepeso que comía semillas de girasol y escupía las cáscaras en su mano. Suspiré. La piel de mis muslos se pegaba al asiento de plástico cada vez que intentaba encontrar una posición más cómoda.

Advertí que los recuerdos me ruborizaban y no era por vergüenza, sino que más bien me excitaban. La experiencia había encendido una brasa que continuaba ardiendo en mi entrepierna. Aunque curiosamente decidí abordar un tren que me alejaba de Marco y Laura, ellos, quienes habían atizado mi deseo.

Con mi antebrazo me sequé el sudor del labio superior mientras evaluaba si me arrepentía de haber partido. No, no era así, sentí en mi fuero interno. Marco y su hermanastra, Laura, eran dos criaturas preciosas, atractivas; sin embargo no compartíamos ningún idioma. Podíamos sentir la lujuria del otro, pero no podíamos conversar. Podíamos gozar el contacto, pero no éramos capaces de señalarnos lo que haría ese contacto aún más potente. Si me hubiera quedado con ellos mis vacaciones se habrían convertido en una serie de días largos, esperando a que Marco regresara de su trabajo en la playa. No había emprendido este viaje por mi cuenta para terminar organizando mi itinerario alrededor de un hombre. Ni siquiera por un hombre cuya sonrisa se encendió en una habitación cálida y oscura, cuyos dedos se deslizaron por mi piel para hacerme chillar de placer y cuyas estrechas caderas encajaban perfectamente con mis suaves curvas.

Separé mis muslos ligeramente, casi logré sentir los dedos de Marco deslizándose entre mis pliegues mojados que se abrían como una fruta madura y jugosa. Me mordí el labio inferior, ¿debería tomar el primer tren de vuelta en esa dirección? Tan vívido me pareció el aroma de los higos que colgaban pesados de los árboles en la finca donde él se aloja. Podría tirarme bajo una sombra, cerrar los ojos, leer un libro y beber agua mineral burbujeante en lugar de ir en este asiento pegajoso, bebiendo agua tibia de una botella de plástico. Este viaje incómodo era el precio a pagar por mis ganas de independencia y no daría vuelta atrás.

Mi humor mejoró al cambiar de tren en Génova. Compré un trozo de pizza y una botella de agua helada. El pan de la pizza era crujiente, caliente y las saladas aceitunas combinaban a la perfección con el queso gratinado. Me senté en el enorme edificio de la estación de techos altísimos, comí sin inmutarme cuando el aceite corrió por mi barbilla. Lamiéndome la salsa de tomate de mis labios me tragué el último bocado. Después de limpiarme la boca y las manos con una servilleta saqué el teléfono para enviarle un mensaje a Minna.

«Hola, voy camino a Niza. ¿Dónde te encuentras? Besos, Clara».

Me asaltó la sospecha de que quizás yo no era tan independiente como creía. Minna era la amiga que justamente había cancelado nuestro plan de viajar juntas porque acababa de echarse un novio. Aún así bastaron un par de mensajes suyos para que yo tomara el primer tren en dirección a la ciudad donde ella y su novio veraneaban.

¿Quizás la verdad era que yo no sabía estar sola? Mi viaje había empezado hace menos de una semana y ya estaba recurriendo a Minna. Además también había pasado dos noches acaloradas con dos hombres diferentes. No me arrepentía de eso, yo misma los había elegido. Ambas fueron experiencias maravillosas, sensuales, que afirmaban mis ganas de vivir y quedaron grabadas en mi piel, mi mente y mi corazón. No me interesaba ver a ninguno de ellos de nuevo, pero eso no era lo que importaba.

Presioné los muslos. Si hubiera estado sola me habría tocado en ese instante, pero en esa concurrida estación tuve que conformarme con tensar los músculos y advertir que la lujuria aún corría por mis venas.

Sonó un mensaje en mi teléfono, era Minna.

«De hecho vivimos en las afueras. Baja en la estación Villefranche-sur-Mer».

Luego venía su dirección. Inmediatamente respondí:

«¡Nos vemos después del mediodía!».

Arrastrando mi equipaje me dirigí a una taquilla para preguntar por un tren hacia la estación señalada por mi amiga. Un empleado de aspecto cansado escribió algunos horarios en un trozo de papel y me lo entregó. Leí que un tren saldría en cinco minutos, corrí para alcanzarlo con todo y la maleta rebotando tras de mí.

El tren iba medio vacío y se detuvo en cada una de las estaciones a lo largo de la costa. No me importó que el trayecto fuera lento, porque no me cansaba de ver el azul del Mediterráneo a mi izquierda y las villas costosas con buganvillas florecientes en tonos rosas y morados a mi derecha.

Mis piernas estaban agarrotadas para cuando alcanzamos la pequeña estación de Villefranche-su-Mer,